María López Villarquide's Blog, page 11
December 26, 2022
Flores que se abren de noche
Flores que se abren de noche, Tomás Downey; Madrid: Paripé Books, 2021.
ReventónCuando el recipiente contenedor ya no resiste su contenido, en el momento en que pierde su capacidad debido al peso de aquello que está condenado a soportar, entonces, se rompe, se resquebraja, abre rendijas y grietas que terminan por hacer reventar al objeto. Cuando todo sale afuera desaparece el misterio y, lo que estaba oculto, queda expuesto, por la fuerza (o por la falta de ella) es perturbador a ojos de quienes habitamos ese espacio exterior compartido: nos da miedo.
La vasija estalla y todo se desparrama ¿y ahora qué? Ahora se narran las historias y Flores que se abren de noche se compone de cuatro: la que da nombre a la antología, «CET», «La paciencia» y «Hombrecito».
Relatos todos ellos que plantean lo imposible y fantástico en el marco de lo real y posible, siempre a partir de un límite que se ha sobrepasado: un delito, una infidelidad, una negligencia o una traición de amistad. Tomás Downey (Buenos Aires, Argentina, 1984) con una facilidad sólo al alcance de los buenos narradores de cuentos, cuenta sin excederse en adornos, narra y da un paso más allá, hacia la reflexión sobre lo narrado.
Los cuatro cuentos contenidos en Flores que se abren de noche conceden protagonismo a invasiones alienígenas, a avances en medicina que arriesgan los principios morales de pacientes y tutores legales de los mismos; se vuelven desagradables e incomodan, precisamente, porque escarban en la realidad del lector, esa que se encuentra al borde mismo de su credulidad hacia lo narrado.
Cuatro cuentos que lo empapan todo en cuanto salen por la grieta, antes del reventón.
Vayan con cuidado porque el charco está sucio y puede contaminarles.
December 24, 2022
My Year of Rest and Relaxation
My Year of Rest and Relaxation. Ottessa Moshfegh. London: Vintage, 2019.
Let her sleep, for when she wakes…«I gasped. I breathed. I’m here, I thought. I’m awake. I thought I heard something, a scratching sound at the door. Then an echo. Then an echo of that echo. I sat up. A rush of cold air hit my neck. «Kshhhh,» the air said. It was the sound of blood rushing to my brain. My vision cleared. I went back to the sofa».
[Ottessa Moshfegh, My Year of Rest and Relaxation]
Grandes cosas podría prometerse la protagonista de esta historia al acabar su plan. Grandes proyectos con un espíritu renovado y un aura limpia, limpísima después de dormir durante meses, inducida por altas dosis de narcóticos, con interrupciones para comer algo y moverse un poco.
Ella, que no tiene nombre.
Ella es una joven recién salida de Columbia, con dinero y propiedades heredadas, que vive en un apartamento en Nueva York y que arrastra un hastío de la vida que no puede con él.
Su cuadro favorito: La Mort de Marat (Jacques-Louis Davis, 1793) en donde el líder de la revolución francesa aparece apuñalado en su bañera. Para ilustrar la cubierta de la novela, un cuadro del círculo del mismo artista, el retrato de una mujer anónima vestida de blanco y, también, parece que tremendamente cansada. Harta de todo.
Sin embargo My Year… parece que trata otros asuntos, como suele hacer su autora, como ya hizo en otro libro que leí por aquí, que parecía un thriller y era otro libro, era otra historia.
Acompañamos a esta joven durante el tiempo que le dura su «plan de renovación», la leemos mientras charla medio colocada (o colocada del todo) con su amiga Reva, el estereotipo del daño que ha hecho Sex and the City en generaciones como la mía y alguna posterior; también vamos con ella a la consulta del psiquiatra y asistimos a las delirantes aclaraciones y preguntas de su doctora; conocemos los detalles de una relación de abuso y manipulación a la que se somete por parte de un ejecutivo llamado Trevor, de quien asegura estar enamorada, y la perdemos de vista cuando baja al restaurante indio de su calle, en donde cada día se abastece de comida preparada y dos cafés; nos dormimos a su lado en cuanto enciende la tele para ver, una detrás de otra, las películas su heroína Whoopi Goldberg.
Diríase que todo está perdido.
Podría asegurarse que, haga lo que haga esta mujer, ya es imposible que asome la cabeza del abismo en donde está metida pero, entonces comienza la historia.
Sólo cuando llegamos al final comprendemos que el abismo era otro, que sus problemas también era diferentes a los problemas que imaginábamos para ella y que incluso ella ¿por qué no? podría ser otra persona.
December 17, 2022
Antiedad
Por algún motivo, la otra noche desperté a las cinco acordándome de los recipientes de crema contorno de ojos de los años noventa, una fórmula exclusiva de retinol activo puro y concentrado cuyo envase (un tarro transparente) dejaba ver un gel revuelto en una hélice con brillos tornasolados. Me volvían loca aquellos botes, imaginaba que Alicia ⏤la del país de las Maravillas⏤ cuando comía del tarro que la volvía diminuta o enorme lo hacía tomando una sustancia que debía de ser así, retinol activo puro, concentrado y con reflejos de colores.
Pensé en eso y me desvelé hasta las seis y pico, cuando volví a dormirme.
Por la mañana abrí mi correo para descubrir que había aparecido en once búsquedas esa semana, eso anunciaba mi red social de búsqueda de empleo. «Descubre dónde trabajan los que te han buscado», decía.
No tuve ánimos para conocerlos y me metí en la ducha.
Al salir apliqué mi crema vegana en el rostro, repartida con suaves masajes ascendentes, como ahora aconsejan los tutoriales de internet y no como en los noventa porque entonces, el retinol activo puro en una fórmula concentrada y brillos tornasolados ⏤como los del ópalo blanco de Etiopía, como los del nácar⏤ debía extenderse con golpecitos. Echarse aquello en la cara sí que debían de ser maneras de comenzar el día.
Iba pensando en el frasco con el vórtice de gel iridiscente dentro cuando subí al metro y me fijé en un hombre que se apoyaba en la pared del vagón, mientras sostenía un enorme cuadro con la escena de un ciervo huyendo de los mordiscos de un par de perros. La típica escena de caza que podría colgar en la consulta de un dentista o un bar viejuno pero moderno. La estampa fue tan extraña que interrumpí un discurso de pensamiento que ya me conducía al vestido de mi muñeca «Lady tirabuzones»⏤también nacarado⏤ y lo observé, porque agachaba la cabeza y miraba al suelo en vez de a la pantalla de su teléfono. Al llegar a Sol el tipo agarró el lienzo y se fue, como si aquello hubiera sido lo más normal del mundo, pero no lo fue.
Dos estaciones después regresé a mis recuerdos, a la vez en que abrí uno de aquellos botes: fue en casa de unos amigos de mis padres, ella tenía muchísimos productos de belleza sobre un estante junto al espejo del lavabo, no quise dejar pasar mi oportunidad; en cuanto identifiqué el tornado de retinol del anuncio de la tele lo abrí sin pensármelo dos veces y comprobé que era transparente, que no había un pasadizo secreto a una dimensión desconocida que conectase con aquel frasco así que introduje un bastoncillo y revolví con todas mis ganas.
Nada.
Acababa de convertir el frasco de la eterna juventud en un mediocre bote de gomina.
Lo dejé de nuevo en el estante de aquel cuarto de baño al que no regresaría jamás y no volví a acordarme de esa crema hasta esta madrugada.
Decenas de empresas continúan buscándome.
December 13, 2022
Mantícora
Mantícora. Carlos Vermut, 2022.
Veneno para hacer monstruosTodavía tocada por el espeluznante realismo de la última película del director Carlos Vermut, me tomo la libertad de dedicarle aquí una entrada sin hablar de ella, porque considero que no se debe si quien va a leerme no la ha visto todavía.
Que sois dos, ya lo sé, pero a lo mejor queréis ir a verla y os la fastidio con el análisis.
Mejor cuento un cuento, que creo que se me da mejor.
En la primavera de 2006 Madrid se dejaba acariciar por una sobrecarga de polen que nos tenía a los alérgicos encerrados en casa, asustados por las inesperadas reacciones de nuestro organismo a los agentes externos en suspensión. Allí, en mi habitación de piso compartido con cuatro personas más, en la cuarta planta de una una finca de la Plaza del Cascorro me encontraba yo, trabajando en el segundo informe de lectura para la editorial que contrataba mis servicios tres veces al año y me explotaba como lectora de manuscritos.
Allí escuché una melodía al piano.
Reconocí al instante la inconfundible música que tantas veces había ensayado, Les Sylphides, un ballet sin argumento creado a partir de varias composiciones de Chopin y cuyo «preludio» era una de las variaciones clásicas para el examen de Grado.
Mi vecino escuchaba a Chopin y yo, intensa y sensible, me puse a llorar. Traté de concentrarme en lo que estaba escribiendo, me puse tapones en los oídos y leí tres veces el mismo párrafo pero me rendí, no podía continuar. Me detuve y salí al rellano para llamar al timbre.
Nuestros vecinos de enfrente (cuarto derecha) eran una familia compuesta por una pareja y una niña de unos tres años llamada Nora. Eran simpáticos y un poco hippies; debían de ser propietarios, por los comentarios de ella cuando veía a alguna de mis compañeras fumando en la escalera: «como se te caiga una colilla te arranco la cabeza» decía, medio en broma y medio en serio, que con aquella melena negra e indomable bien parecía capaz de entrar en cólera y hacer algo terrible si le quemábamos la barandilla de madera perfectamente barnizada con el dinero de la comunidad.
Tuve la corazonada de que quien escuchaba a Chopin aquella tarde no era ella sino él, que también tenía melena revuelta pero que no se enfadaba tanto ante los descuidos de los demás, así que llamé y esperé ante su puerta, sin tener muy claro lo que iba a decir en el caso de que me abrieran.
⏤Hola ¿te puedo ayudar?
Era él. Vestía con un pantalón de chándal y una camiseta rota, fumaba (porque dentro de su casa, por la visto, sí que cada uno podía hacer lo que le diera la gana) y me miraba expectante. Me conocía igual que yo a él pero apenas habíamos hablado a lo largo del año y pico que nosotras llevábamos viviendo allí y debió de sorprenderle mi presencia, sobre todo porque estaba llorando.
⏤Hola. Verás… es que estaba escuchando tu música y ¿podría ver el disco?
Me invitó a entrar y le dije que prefería quedarme fuera, que estaba trabajando y no podía entretenerme.
⏤Claro, claro ¿pero estás bien? Espera, ahora vuelvo.
Vi cómo se adentraba hacia el salón y apagaba el reproductor de CD. Desde la puerta le respondí que sí, que me había recordado algo pero que no quería preocuparlo, no era nada importante.
⏤Soy muy sensible, ya ves… Que me he acordado de cuando bailaba y eso, no es nada.
Me entregó el disco y me dijo que me lo podía quedar, yo me negué pero acepté un préstamo para copiarlo (algo que se hacía mucho en 2007) se lo devolvería en unos días.
Pasaron semanas. Yo copié el disco con la ayuda de un amigo que tenía el programa pirata adecuado para hacerlo, entregué mis informes a tiempo y no volví a acordarme del vecino, ni de las sílfides ni de la música romántica hasta que un día, después de comer, una de mis compañeras de piso cuya pareja acababa de salir al supermercado, comenzó a gritar porque no podía abrirle la puerta.
⏤Tia, se ha quedado atascada la llave y dice que no puede abrir ¿qué hacemos? ⏤Me miraba esperando una solución, algo inmediato que yo debía hacer antes de que ambas perdieran la paciencia y comenzaran a dar golpes a la puerta (de madera perfectamente barnizada)⏤ Que el pestillo tampoco se mueve… mira.
Me acerqué a la cerradura y, efectivamente, aquello no articulaba: nosotras estábamos bloqueadas dentro y su pareja se había quedado fuera con la llave incrustada en la cerradura.
⏤»Estupendo» ⏤dije⏤ ya estáis llamando a un cerrajero, pero prepárate que no son baratos.
Nadie llamó a un cerrajero, claro, pero el vecino de enfrente salió de casa en cuanto nos oyó discutir. Fue él quien nos ayudó: pasó de su casa a la nuestra apoyándose en las barandillas, como lo hubiera hecho un gato o una salamandra, con su metro ochenta de estatura, su pantalón de chándal y su camiseta rota: entró en mi habitación y comenzó a dar patadas a la puerta hasta que arrancó de cuajo la cerradura y ésta se pudo abrir.
Mi compañera de piso y su novia se abrazaron como si hubieran estado seis meses separadas la una de la otra, secuestradas en un sótano de la estepa rusa y yo le di las gracias al vecino por su proeza desproporcionada. Aproveché para devolverle su disco antes de que se marchara y nunca más volvimos a hablar.
El casero pagó la reparación de una puerta; llevaba años deteriorada por las capas de pintura y barniz y «había que cambiar tarde o temprano». Hoy, cada vez que paso por la Plaza del Cascorro y levanto la cabeza, todavía recuerdo la silueta de un hombre a punto de precipitarse al vacío por el balcón contiguo al de mi habitación, por salvar su disco de Chopin, sin duda.
El preludio suena en la película de Carlos Vermut, también se escucha desde la casa del vecino del protagonista.
December 12, 2022
La muerte de Ivan Ilich
La muerte de Ivan Ilich. Lev Tólstoi. Trad. Juan López-Morillas. Madrid: Alianza, 2011
Acabo de terminar la segunda temporada de White Lotus y mira, sí: las mejores cosas de la vida no son gratis, se pagan y con mucho dinero.No obstante, supongo que es importante establecer un buen criterio para saber qué cosas son las mejores y, a partir de ahí, dedicarse a perseguirlas, cuesten lo que cuesten.
Escuchaba el otro día una entrevista con cierta escritora que decía que, desde hacía unos años, había decidido dejar de perder el tiempo viendo series que no le interesaban, leyendo textos con los que se sentía decepcionada y rodeándose de personas que le causaban malestar emocional. La autora, que ronda los cincuenta años, aseguraba que esa era su forma de respetarse, que ya se había maltratado mucho en su adolescencia y juventud y que ahora no quería aguantar a nadie.
Así es: tonterías, las justas.
Ivan Ilich, por su parte, se muere y parece que a ninguno de sus compañeros de trabajo, ni amigos ni familiares le importe un comino. Él se da cuenta, retorcido de dolor en su lecho y cuando le faltan días para abandonar este maldito valle de lágrimas, reflexiona y ve que estaba equivocado: se ha dedicado a correr pero en la dirección equivocada, se va a morir y ha desperdiciado la vida. Ivan Ilich ha vivido mal, persiguiendo el dinero y el éxito, relacionándose superficialmente para llegar bien arriba pero desde ahí, cuando le queda un telediario para despedirse, se encuentra más solo que la una.
Una nouvelle demoledora que comienza por el final y que, en doce capítulos con una maniobra de «marcha atrás», regresa al inicio de esa vida insatisfactoria de su protagonista y describe sus motivos para decidir en cada momento.
La revelación de Iván Ilich instantes antes de morir, la epifanía definitiva es, por supuesto, lo mejor de un relato que aprieta pero que tampoco ahoga en su lectura: como la vida.
Menos quejarse.
December 9, 2022
My Lover’s Lover
My Lover’s Lover. Maggie O’Farrell. London: Tinder Press, 2020
CajonesRebuscar en los cajones de otros, entre objetos que no nos pertenecen es una fantasía común. La cantidad de información que se preserva en el fondo de los cajones de un escritorio, por ejemplo, es fascinante; pocas veces me ha sucedido pero, cuando me ha tocado trabajar en una oficina es lo primero a lo que me he lanzado; antes de cambiar el fondo de pantalla de mi nuevo ordenador yo abro los cajones y los vacío para llenarlos otra vez, ordenadamente.
Puede que esto explique por qué me gustan tanto los vídeos de famosas haciendo inventario de lo que cargan en sus bolsos, aunque no estoy segura de que sea lo mismo.
En cualquier caso: My Lover’s Lover tira por ahí, es como el cajón en el que husmea la protagonista cuando su novio se va de casa, el cajón con los recuerdos, los despojos y los vestigios de una relación pasada, la de él con una tal Sinead.
Vaya liada.
Ella se obsesiona y entonces aparecen los fantasmas de ese pasado en el que jamás se debió de revolver.
Como sucede en las otras novelas de Maggie O’Farrell, aquí también se trenzan historias con personajes comunes pero ubicaciones y períodos temporales diferentes, para que el lector entre despistado y vaya comprendiendo gradualmente hacia dónde lo están conduciendo pero, al contrario de lo que pasa con las otras, en esta ocasión la resolución se intuye mucho antes de alcanzar el desenlace y eso es una pena, al menos para mí que soy ya feligresa de la orden de Maggie. Una pena.
En un momento dado de la novela nos enfrentamos a los sobrenatural y también al thriller, a la comedia romántica, a la autoayuda y superación… la historia recorre así casi todas las secciones de una librería sin aclararse con sus buenos, sus malos, sus traidores y sus víctimas ingenuas.
Mejor no meter las narices en donde no nos toca, eso desde luego.
November 28, 2022
Autocuidados
Ha comprado un artículo por internet.
Hace poco alguien se interesó por sus pantalones: los había subido a la aplicación porque después de diez años ya no le gustaban.
El mismo día en que el banco le notificó la transferencia del importe, la prenda volvió a aparecer en su pantalla de «sugeridos», como si la compradora se hubiera arrepentido. Allí estaban, más caros y lo más desconcertante: con sus fotos.
Verse allí, ofreciéndose sus pantalones entre una larga lista de prendas que el algoritmo consideraba que podían gustarle le llenó de rabia.
Denunció y retiraron el anuncio. La operación fue rápida, era obvio que ella tenía razón.
Al día siguiente, la responsable le mandó un mensaje. Le pidió disculpas y explicó que, como no se le veía la cara, no pensó que pudiera molestarle, «a usted le quedan mejor que a mí» le dijo y el caso es que se sintió halagada. Tenía razón: la prenda le estilizaba, lucía con una buena caída y, para tener diez años, no se veía en tan mal estado como ella recordaba.
El anuncio volvió a publicarse y completó la compra.
Está deseando volver a ponerse sus pantalones, le quedan genial.
November 26, 2022
As bestas. Rodrigo Sorogoyen, 2022
As bestas. Rodrigo Sorogoyen, 2022
Chamando á bestaConcha llamaba «besta» al ascensor de la casa de mis abuelos. Cuando mi abuela se retrasaba y tenían prisa se adelantaba a darle al botón y luego esperaba; «llamaba a la bestia», al aparato que las transportaba de la quinta planta al portal como por arte de magia, un botón, una puerta y zas, estaban en la calle.
Nunca conocí a la tal Concha, aunque mi madre cuenta que hacía unas pastas de mantequilla buenísimas y casi recuerdo su sabor, imaginado (no hay que confiar en la memoria) pero ayer vi la última película de Rodrigo Sorogoyen y he recordado, he pensado en alguien a quien nunca conocí.
As bestas, que toma como excusa para su título a la tradicional «ceremonia da rapa», que es el momento en que la gente recia, fuerte y aguerrida de cierta aldea gallega les corta el pelo a los caballos y los marcan, cuerpo a cuerpo, sin trampa y sin cartón, es una magnífica historia sobre el acoso, el que sufren los que son diferentes, los «señoritos extranjeros» cultos y educados en un pueblo bien adentro de la Galicia profunda.
A mí As bestas me ha parecido que se divide en dos películas, dos historias sobre dos tipos de amenaza, la que vive el hombre y la que vive la mujer, dos tipos de violencia, real e insinuada, latente y terrible, con la que no sabemos qué hacer como espectadores cuando termina la película pero ante la que nos quedamos pasmados durante las dos horas que ésta dura.
No voy a mencionar la soberbia interpretación, no voy a hablar de esa gente en la pantalla que recita sus frases y te da una paliza con ellas, no ¿para qué? Son increíbles de lo creíbles que son y punto, pero sí me detengo en la historia, la de unos personajes tan bien construidos (de nuevo, como en sus anteriores películas, por el director y la guionista Isabel Peña) que se comprenden mucho más allá de su rol de buenos o malos, con los que estaríamos dispuestos a «sentarnos para hablar» si se diera el caso, para que nos contaran cuáles son sus problemas, sus desgracias, sus anhelos y sus motivaciones en la vida. Sin embargo, como cuenta la película, a veces ese diálogo no es posible porque esas vidas son tan distintas entre sí que sólo pueden enfrentar sus desencuentros en una lucha cuerpo a cuerpo, sin trampa y sin cartón.
Yo no conocí a Concha pero imagino que llegó a A Coruña procedente de un pueblo en donde nunca habían visto un ascensor, una aldea en la que, si había algo que pudiera transportarte de un lugar a otro sería un caballo, una bestia, «unha besta» y habría que llamarla.
November 14, 2022
Mientras escribo
Mientras escribo. Stephen King. Trad. Jofre Homedes Beutnagel. Barcelona: Penguin Random House Mondadori, 2016.
Stephen diceStephen dice que un mal escritor no va a convertirse en uno bueno aunque se esfuerce, que uno mediocre puede pasar a ser aceptable si lee mucho y escribe disciplinadamente con frecuencia y que uno aceptable, como quiera ser bueno ya puede ir retirándose.
Stephen dice que no hay fórmulas mágicas para escribir bien, aunque se pueden adquirir unos hábitos mejores que otros.
Stephen dice que él no escribe por dinero, que no lo ha hecho nunca y que como alguien se proponga semejante cosa está abocado al sufrimiento más devastador.
A Stephen lo atropelló una furgoneta y casi se lo lleva por delante: en la cumbre de su carrera, como uno de los escritores más prolíficos y ⏤por decirlo de algún modo⏤ «eficaces» que hay, salió a pasear por el bosque y le partieron varios huesos. Después escribió este libro, una suerte de «manual» que no lo es y en el que añade muchos prólogos, graciosos epílogos y una lista de libros recomendados que no incorprora a ningún autor o autora que no escriba en lengua inglesa.
Stephen cuenta su vida y esa parte es estupenda, porque se lee y se entiende que el lema «escribe de lo que sabes y conoces» tiene todo el sentido del mundo, pero Stephen tiene un oficio, lleva ejerciéndolo muchos años y con mucho éxito, tiene callo, es solvente y puede dar las lecciones que quiera porque vamos a creerle.
Stephen no es un escritor cualquiera, ni es un profesor de escritura creativa, es Stephen King y tal vez sea eso.
Tal vez el éxito atrae al éxito y la atención se da al que está en el foco. La cosa es saber si una, como persona que escribe, quiere formar parte de ese foco y buscar la manera de colocarse en él o simple y llanamente seguir escribiendo, porque le hace bien, porque le gusta y porque disfruta con ello.
Mientras escribo es un libro que ha caído en mis manos de forma casi accidental ⏤como el atropello de Stephen⏤ que me han prestado mientras estaba trabajando en la librería con la condición de que, una vez leído, se lo diera a otra persona; como si en vez de un manual de escritura firmado por uno de los mayores autores de bestsellers del mundo fuese la Biblia y nuestra misión en esta vida, como lectores, fuese la de predicar la palabra de Stephen.
Un momento ¿es que acaso no se trata exactamente de lo mismo?
Amén.
November 10, 2022
La chica de al lado
La chica de al lado. Jack Ketchum, trad. María Pérez San Román. Madrid: Biblioteca de Carfax, 2020
Una chica corriente…comencé a entender que la ira, el odio, el miedo y la soledad son un botón que espera el tacto de un solo dedo para desbocarse hacia la destrucción y aprendí que esos sentimientos pueden tener el sabor de la victoria».
Si durante la lectura del famoso ensayo de Naomi Wolf llegué a sentir auténtico terror, éste no era muy diferente del que se traza en el origen de todo el mal que desarrolla La chica del al lado. No lo era.
El prólogo me lo he saltado, porque yo suelo leerlos siempre antes de enfrascarme en la lectura, por el simple gustito de llevar la contraria a los que recomiendan no hacerlo pero esta vez no me apetecía: esta vez quería sumergirme del todo en una historia que se adivinaba terrible, quería sentir el miedo mismo trepando por mis tobillos, no quería comentarios ni referencias previas, ni conocer nada de antemano.
Leí.
Hice esfuerzos por seguir leyendo.
Porque La chica de al lado no me parece que dé miedo pero sí un asco y una náusea inmensas. La chica de al lado duele y te hace sentir impotente, como lectora y como persona en el mundo, un mundo que es el mismo que habitan los monstruos de los que se habla en la novela.
Esta versión perversa y enfermiza de Las vírgenes suicidas trenzada con El señor de las moscas es un delirio basado en un caso real, que pasó sin pena ni gloria por la columna de sucesos de la prensa de Estados Unidos en la década de los sesenta y que el autor, un escritor formado con los consejos de Robert Bloch (su colega que además escribió Psicosis) trajo a la literatura y convirtió en librazo.
El mito construido alrededor del concepto de la belleza y de lo que ese concepto implica para las mujeres es la base, el germen, el daño original desde el cual todo se desparrama en esta historia terrible. Lo que la mujer es en relación a lo que los hombres son, lo que debe o no debe aceptar, su pecado, su culpa.
La chica de al lado (en el inglés original The Girl Next Door, expresión que se utiliza para referirse a ese tipo de chica «corriente» y encantadora, que en su día también definía a ese tipo de comedia romántica de encantadoras protagonistas femeninas guapas y naturales, como era Meg Ryan, por ejemplo) es lo más bestia que he leído en mucho tiempo.
El horror corriente.
El horror en la casa de al lado.


