J.C. Hidalgo's Blog, page 2
July 30, 2023
Sakura
En aquel momento solo éramos amigos, pero yo ya sentía por ti mucho más de lo que podía expresar y tú no lo sabías.
Intentamos ir a comer al sitio de siempre, pero lo encontramos ocupado por una fiesta, así que nos fuimos al parque que había cerca, y nos sentamos en el césped.
Hablamos de cosas hasta que salió mi interés por Japón. Quisiste saber por qué me atraía tanto. Te conté varias cosas, pero entre ellas estaba el sakura. Es un momento muy específico del año en el que los almendros florecen y toda la ciudad se llena de sus flores preciosas. Es un espectáculo maravilloso, una de las cosas más bellas del mundo y que solo ocurre durante un breve periodo de tiempo.
Me preguntaste por qué no había ido ya a verlo si tanto me gustaba. No sé qué pasó en mí, ni qué fuerza me empujó a decirlo, pero te respondí que yo ya había encontrado mi sakura personal. Lo hice mirándote a los ojos, viendo el universo entero a través de ellos, contemplándote como lo más hermoso del mundo. Las palabras salieron directas de mi corazón.
Tú lo notaste.
Miraste para otro lado para ocultar como te avergonzabas, pero no pudiste evitar una ligera sonrisa.
No sabía qué más decir. No había nada más que decir.
Tú tampoco dijiste nada.
Me miraste con esa sonrisa tierna. Tenías el rostro resplandeciente y los ojos te brillaban con felicidad. Una frase y, de golpe, el mundo entero era un lugar completamente diferente.
Mantuvimos la mirada sin decir nada.
Nuestras manos se tocaron. Luego una se puso sobre la otra. Los dedos se entrelazaron, con la firmeza de no querer soltar algo vital. Con la suavidad de no querer estropearlo.
Acercaste tu cuerpo al mío. Acerqué mi cuerpo al tuyo.
Poco a poco la distancia entre nuestros labios se extinguió. También el mundo desapareció para mí. Todo dejó de existir excepto tú.
No sé cuánto tiempo estuvimos manteniendo ese beso, pero sentí haber estado eternamente en tus labios. Podría haber estado mucho más.
Nos abrazamos.
Sonreías feliz.
Ahora, después de tantos años, nuestras manos no son las mismas, están arrugadas. Soportan el paso de una vida. Pero siguen entrelazadas, con la firmeza de no querer dejar ir algo importante. Con la ternura de no querer dañarlo.
Nuestras caras también revelan el paso del tiempo, pero tu expresión sigue siendo la misma de entonces.
Nunca fui a Japón, pero veo el sakura en tí cada día.
July 13, 2023
De camino a casa
Fernando empujaba su carro por el pasillo entre los escritorios de la oficina. Los paquetes se agitaban ligeramente con el traqueteo.
Al llegar a una mesa, tomó el sobre a nombre del oficinista y lo dejó en ella.
—Buenos días —dijo.
El receptor lo ignoró y Fernando continuó.
Dejó otro en la mesa de otra oficinista.
—Buenos días.
—Déjalo ahí y vete.
Continuó moviéndose rápidamente por entre las mesas, esquivando oficinistas en su paso rápido y ajetreado.
Alguno le reprendió por estar en medio, pese a que sabía perfectamente cómo estar fuera del camino. Simplemente, los oficinistas siempre estaban estresados y lo pagaban con él; un simple repartidor de paquetes. En esas oficinas era lo más bajo, alguien a quien nadie respetaba.
No obstante, Fernando, con los cascos puestos, seguía con lo suyo haciendo caso omiso, marcando el ritmo de la música con la cabeza y sin perder la sonrisa.
Esto era solo algo momentáneo.
Cuando vació el carro volvió al almacén donde lo llenaron con más paquetes y cartas y repitió la faena como un Sísifo moderno.
En la otra planta la gente era incluso más borde. Era recursos humanos, mayor estrés y peor actitud.
En el mejor de los casos lo ignoraban. En el peor, le decían de todo solo por pasar cerca o al abrir la puerta de un despacho donde alguien mantenía una reunión online. El trabajo de esta gente, su estatus, era demasiado importante como para ser interrumpidos o para devolver un saludo a alguien de su nivel.
Pero nada le importaba. Continuaba con lo suyo, silbando y feliz.
Pronto acabaría su jornada.
Cuando llegó la hora, dejó el carro en su sitio, junto a los otros. Se despidió de sus compañeros y cogió sus cosas de la taquilla.
Miró el móvil. Tenía un mensaje:
«Hola cariño. Espero que hayas tenido un buen día. Ya he llegado a casa y te espero. Hacemos algo juntos, ¿vale? Te quiero».
Fernando sonrió.
Iba a casa. Ahora empezaba el día para él. Daba gracias por ser tan afortunado en la vida.
April 19, 2023
Cascos rojos
Algún lugar en el sur de Lacre.
El súbito silencio de las cigarras me alerta.
Levanto la vista y ahí está, semioculto tras un árbol.
Al verlo, vienen a mi memoria todas esas familias masacradas en sus cabañas. Despierta pesadillas del pasado.
Cuando formaba parte de la tropa, consideraba a quienes construyen una cabaña fuera de la civilización unos locos pidiendo la muerte. Había dos tipos de habitantes de las tierras salvajes; los muertos y los que morirán. No sé en qué pensaba cuando decidí construir una y asentarme con mi mujer en la pradera.
En aquellos tiempos, combatíamos frecuentemente contra los centauros. Los expulsamos de sus tierras y masacramos algunas tribus para construir nuestros asentamientos. Eran enemigos temibles, guerreros feroces. Así es como los conoces. Cuanto más sabes de ellos, más los temes. En mis tiempos de mercenario, de joven idiota con la cabeza llena de tonterías, no lo entendía. Ahora lo comprendo: si un grupo de energúmenos llega a un territorio para echar a sus habitantes a la fuerza, esos imbéciles deberían prepararse para encontrar resistencia.
Por fin las guerrillas contra ellos terminaron, así como los conflictos; los centauros nunca buscaron una venganza o reconquistar sus tierras. Se retiraron a nuevos terrenos, aceptando su derrota, humillados.
Pero nosotros, autodenominados civilizados, teníamos la razón y todo el derecho de establecernos donde queríamos. Usar la fuerza para echar a patadas a cualquier raza a nuestro paso, en la conquista del sur de Lacre, estaba justificado.
Ojalá el Becerro me perdone por todas mis acciones. Solo era un crío idiota convencido de hacer lo correcto.
Pero esos tiempos terminaron. Se levantaron poblaciones en los territorios arrebatados y todo más allá de sus muros se dejó a los centauros, gnolls, semiogros y todas esas razas. La gente civilizada lo llamamos las tierras salvajes.
Ahora, sin aviso, un centauro ha aparecido. Está quieto, semioculto tras un árbol. Si lo veo, es porque él quiere. Es un señuelo. Mientras, unos cuantos de los suyos deben estar flanqueándome.
Cuando construí mi casa aquí, sabía que era territorio de los Tejón. Esta tribu no causa problemas si no se los das tú primero. Les pedí permiso para establecerme y aceptaron. Todo era perfecto, lejos de la sucia civilización, sus gobernadores corruptos, mentiras y crimen. Solo paz y naturaleza.
El problema es que este centauro frente a mí, distrayéndome, no es un Tejón. Es un Cascos Rojos. Todo el mundo los odia y teme como a la peste. Sobre todo otros centauros.
Durante aquellas guerrillas, fueron la peor de las pesadillas. Sanguinarios sin piedad, agresivos y hostiles, incluso con otras tribus de su raza. Atacaron todas las poblaciones humanas que intentaban establecerse, dando rienda suelta a su crueldad sin límites con sus habitantes. No eres la misma persona cuando ves el resultado de su paso. Sus víctimas son apenas reconocibles como personas. Los torturan durante horas por diversión, ya sean mujeres, ancianos o niños. Especialmente niños.
Hace años de aquello. Se estableció una cierta paz entre las razas «civilizadas» y el resto. Pero los Cascos Rojos nunca la aceptaron. Han nacido para vivir en guerra contra todos.
Por eso, ver a uno de ellos a pocos metros de distancia me hiela la sangre de inmediato. Nos han encontrado. Aun si se fueran sin más, volverían para asesinarnos de la manera más brutal posible.
Sin quitarle la vista de encima, me concentro en los sonidos de alrededor, intentando detectar algún movimiento que delate al resto del grupo. No tengo mucho tiempo mientras toman posiciones.
—¡Baría! ¡Baría!
Mi mujer responde enseguida saliendo de la casa. Solo necesita verme un instante para saber que algo no va bien.
—¿Qué pasa?
—Atranca la puerta y quédate dentro con el niño. No abras si yo no te lo digo. ¿Entiendes?
—Pero…
—Y tráeme las armas. ¡Rápido!
Baría vuelve a la casa sin protestar. No tarda en salir cargada con todas mis viejas herramientas. Compruebo si la pistola está cargada. Solo tengo un disparo, pero puedo hacer mucho daño con él. La guardo en el pantalón. El arco, aunque menos poderoso e intimidante, es más rápido. Recargar la pistola de avancarga requiere demasiado tiempo y materiales.
El Cascos Rojos no se mueve en ningún momento.
Empujo a mi mujer dentro de la casa, ignorando sus gritos.
—¡Cierra la puerta y las ventanas de una maldita vez!
No tardo en oír el cerrojo. Le sigue el sonido de una madera atrancando la puerta. Luego las ventanas. Una. La segunda. La tercera. Están todas.
Son demasiado pequeñas para colarse por ellas, pero pueden disparar al interior. Además, tienen experiencia en sacar a la gente con cordeles atados a las saetas.
Vuelvo otra vez a concentrarme en percibir cualquier señal que me indique la posición del resto.
No oigo nada. Cuando quieren, pueden moverse en completo silencio. No es un bosque frondoso, los árboles están demasiado dispersos como para ser una buena cobertura. Aún así, son expertos en el camuflaje, se distorsionan con el ambiente y suelen contar con amuletos mágicos para ayudarles. La cegadora luz en mis ojos, el aire turbulento de la tierra caliente, les ayuda a no ser vistos. Están ahí, pero irreconocibles.
El señuelo perfecciona el subterfugio. Si dejas de hacerle caso para buscar a los ocultos, se abalanza sobre ti sin dudar. Te obliga a prestarle toda la atención mientras el resto te rodea.
Cargo una flecha y le apunto sin tensar la cuerda, listo para hacerlo.
No puedo apartar la vista de él, pero puedo oír a los otros. Cuando has sobrevivido las suficientes veces aprendes a percibirlos. «Aprender para vivir, vivir para aprender», era nuestro lema. Los sonidos naturales son en realidad ellos. Puedo distinguir al menos dos más. Uno a mi izquierda y otro a mi derecha.
¿Por qué están aquí? Su territorio queda muy lejos. ¿Algún grupo de reconocimiento para un próximo ataque contra los Tejón, y nos han encontrado de casualidad? Hay más cerca o los habrá muy pronto. Esto es el trueno antes de la tormenta.
Pero es mi casa. La construimos con nuestras manos. No voy a dejarla así como así.
Los otros Cascos Rojos están tomando posiciones, no muy lejos de mí. Si disparo contra el que tengo enfrente, les obligaré a actuar antes de lo esperado. Tendría cierta ventaja.
Sin embargo, el árbol le protege. A tanta distancia, fallaría casi con toda seguridad. Podría seguir sin moverse, haciéndome desperdiciar munición, mientras sus compañeros continúan acortando distancias.
Siento la garganta seca. Debí haberle pedido agua a Baría. La tensión y el calor abrasador me cuartean la boca. Recorro los labios con una lengua de estropajo en un intento inútil de humedecerlos.
Estar en la casa me proporcionaría más cobertura, pero no vería nada.
La voz de Baría me desconcentra. Ha abierto la ventana cercana a mí.
—¡Por favor! ¡Entra! ¡Te van a matar!
—¡Cierra! Si caigo, tú tendrás que proteger al niño, ¿entiendes?
Si no habían atacado aún es porque me estaban estudiando, no saben si hay más personas en la casa, ni si están armadas. No se lanzan a una muerte segura o contra un enemigo desconocido. Los Cascos Rojos son peligrosos por varios motivos, y su inteligencia es uno de ellos. Ver a mi mujer les ha dado demasiada información.
Puedo sentir al de la derecha a pocos metros. Cada vez más cerca.
Nada a la izquierda. ¿Está moviéndose por detrás de la casa, intentando abrir una ventana para otear el interior? ¿O sencillamente no lo puedo detectar? Maldigo sus amuletos mágicos y sus brujos.
Siempre han existido estos momentos. Esa incertidumbre antes del combate, de si es el momento adecuado, si estás preparado, si es mejor esperar. Nunca lo sabes. Quizá sea la tensión insoportable, la experiencia o el instinto. Entonces, hay algo en tu cabeza que te dice «ahora». O simple estupidez.
Una vibración me hace girar a la derecha mientras tenso el arco en un mismo movimiento. Apenas estoy seguro de lo que veo, pero una forma me llama la atención. Hago caso a mi instinto y disparo sin dudar.
Se hunde en el blanco. Si es un centauro, no reacciona. Son capaces de tolerar el dolor para evitar revelar su escondite.
Tan pronto como suelto la flecha, el señuelo sale de su escondite galopando hacia mí. Ambos centauros de los flancos abandonan la seguridad de la protección de sus amuletos para un ataque directo.
Con uno de esos actos inconscientes, fruto de la experiencia, me parapeto contra una columna.
Un grito a la derecha llama mi atención. El centauro, con la flecha hundida en el lomo, me lanza un hacha.
La esquivo y se clava con fuerza en la madera. Me doy cuenta del error de mi acto. Ahora estoy expuesto. Sin tiempo para corregir. Una saeta me impacta en el hombro derecho.
Retrocedo por el dolor.
Intento cargar el arco, pero las punzadas en el hombro me impide apuntar bien y el disparo se pierde en el aire. Ellos, en cambio, están listos para responder. La cobertura del porche me oculta lo suficiente como para no darles un blanco fácil.
Me lanzo al suelo y esquivo las flechas. Los tengo casi encima, trotando de un lado a otro en una parábola frente al porche entre alaridos frenéticos. No se atreven a acercarse porque aún no están seguros del interior de la cabaña y no se arriesgan a una trampa.
Tenso otra vez el arco. No dedico mucho tiempo a apuntar, antes de que el dolor lo haga imposible. A esta distancia no es difícil acertar. Le hiero en el abdomen del que había herido antes. Se encabrita con dolor y rabia.
Los otros vuelven a disparar, ahora, como venganza.
Me oculto tras la columna y esta recibe una flecha. La otra consigue darme en la espalda. La costilla detiene su entrada, evita un daño mayor, pero el dolor es insufrible.
El centauro herido se tambalea alejándose de forma errática. A su paso deja un reguero de sangre.
Los otros dos continúan trotando de un lado a otro sin dejar de apuntarme, listos a la menor oportunidad para acabar conmigo.
Desde dentro de la casa, salen los gritos de mi hijo llorando. Somos una familia indefensa. Y sola. Ahora lo saben.
Uno de ellos se encabrita, grita e insulta en su lengua. Quiere provocarme. Que le ataque a él. Hacerme salir de mi cobertura para su compañero. Conozco el truco.
Me cuesta coger aire. La costilla rota me apuñala con cada respiración. Decido quemar mi mejor carta. Me asomo lo justo para ver al que está con el arco listo. Saco la pistola y, en un movimiento rápido, le disparo. La bola de plomo le atraviesa la cabeza. Trozos de cráneo y cerebro vuelan al sol.
Eso les sorprende; no se esperaban un arma de pólvora.
Juego un truco viejo como el tiempo. Le apunto con el arma descargada. Amartillo el gatillo. Le estoy apuntando a la cabeza. No podría fallar.
Con un grito de odio se da a la fuga.
Entonces me doy cuenta del error. Va directo a reportar a los suyos lo sucedido. En breve, una banda mucho más grande, sedienta de sangre, vendrá a vengar a sus caídos.
El primer centauro que había herido yace inconsciente en el suelo, desangrándose al sol. No tardará en morir.
Haciendo uso de toda mi voluntad para soportar el dolor, rompo las flechas y corro al establo. No puedo permitirle escapar. Desato mi caballo, salto sobre él y le fuerzo a galopar cuanto sea posible.
Puedo ver al Cascos Rojos no muy lejos, pero es rápido. Espoleo la montura en un intento desesperado de acortar distancias, al menos, para tenerlo al alcance del arco.
Las heridas me pasan factura. He perdido mucha sangre. Siento la garganta seca como los pedregales. Me duele la boca y la garganta por sed. Me siento mareado. Los sonidos se vuelven distantes. No puedo caer ahora. No puedo fallar. Si ese centauro escapa y yo muero sin poder avisar a mi mujer… no quiero ni pensar qué pueden hacerles. Quizá lo mejor sería volver. Dejarlo ir. Avisar a Baría e irnos de inmediato, sin nada. Solo huir, como tantas otras gentes han hecho en la misma situación.
En un último intento desesperado, apunto con el arco. El dolor del hombro es insoportable. Apenas tengo fuerzas para mantenerlo. Disparo. La flecha sale en una dirección errática. Dejo caer el arco. No me sirve de nada. Tomo la pistola.
No tengo fuerzas para cabalgar. Solo puedo ver ese maldito centauro cada vez más lejos. No puedo oír bien. Tengo los oídos taponados.
Un grito repentino me saca del estupor, reviviéndome ligeramente.
Algo le pasa al fugitivo. Se sacude de forma extraña. Vuelve a alzar sus patas delanteras y cambia de rumbo en una dirección cercana a la mía. No sé qué le ha pasado, pero debo aprovecharlo.
Hundo las espuelas en el caballo y galopo hacia él. Me doy una bofetada para mantenerme consciente. Consigo cortarle el paso. Este me mira con sorpresa, como si no se acordara de mí o no me esperara.
Le apunto con la pistola descargada. Un arma inutil. No sé por qué lo hago. Quizá la falta de sangre me hace delirar. Mantengo el cañón dirigido hacia él, incapaz de mantenerlo fijo en un punto.
El Cascos Rojos no se mueve, asustado.
Aprieto el gatillo.
El centauro da un salto. Luego se sorprende cuando no ocurre nada. Me mira con asco y saca un hacha.
Una flecha se le clava en la espalda. Luego otra.
Su rostro cambia a sorpresa.
Una tercera le atraviesa la garganta. Un reguero rojo mana de sus labios.
Yo, desfallezco sobre el caballo mientras le veo morir. Poco a poco me desplomo hasta caer al suelo. Sin fuerzas. Una niebla lechosa cae cubre mi visión. El centauro está muerto. Puedo descansar.
El sonido sordo de unos cascos retumba en mis oídos embotados.
Siento agua humedeciéndome la boca. Esto me despierta. Abro los ojos. Estoy rodeado de centauros.
Me están dando agua. Bebo con ansia, pero sin fuerza.
Les oigo hablar. Los reconozco; son Tejón. El que me está dando agua les habla de mí; me conoce. Aunque no domino su idioma bien del todo, puedo entenderles.
El mundo da vueltas. Una enorme nube blanca lo eclipsa todo.
…
Cuando despierto, estoy en la cama, lavado y mis heridas cosidas. Baría está junto a mí. Me dice cómo los Tejón llegaron cargando mi cuerpo inconsciente y su terror al creerlos mis asesinos. Como no conoce su lengua, no pudo entenderlos. Le explico lo sucedido hasta mi desmayo. El resto es fácil de suponer.
Le digo a Baría que haga las maletas y se vaya con el niño a casa de su hermana en la ciudad. No quiere. Dice de irnos todos. Me niego.
Tras una discusión consigo convencerla.
Me dirijo al poblado Tejón.
Les doy las gracias por salvarme. Ellos asienten. Celebran mi victoria sobre dos de sus enemigos.
Me cuentan cómo encontraron un grupo de exploradores Cascos Rojos. Los abatieron y exploraron la zona en busca de otros. El sonido cuando disparé la pistola les alertó y vinieron hacía la cabaña. En el camino encontraron al que perseguía.
El asunto está claro. Los Cascos rojos planean atacar su territorio y mi hogar está en medio de su campo de batalla.
Me recomendaron huir junto a mi familia. Las tierras salvajes no son un sitio seguro para los míos.
Me niego. Con toda seguridad, es la idea más estúpida del mundo. Lo más sensato sería reunirme con mi familia al cobijo de los muros de la ciudad. Empezar una nueva vida allí. Pero no es una opción para mí.
Pasé la mayor parte de mi vida expulsando a criaturas de sus hogares para que unos ambiciosos bastardos levantaran ciudades en sus nuevos palmos de tierra. Ahora, debo pagar mi penitencia. Si un grupo de energúmenos viene a expulsarme de donde he levantado mi hogar, deberán prepararse para encontrar resistencia.
April 11, 2023
Día #121. El héroe que no soy
Querido diario, dos puntos.
Estoy rejugando el Red Dead Redemption 2 y, mientras recordaba lo maravilloso que es el personaje de Arthur Morgan, me puse a pensar en la figura del antihéroe. También me llamaba la atención el por qué uno puede sentirse más identificado con este tipo de personajes que con los héroes convencionales.
La verdad es que tampoco sé si se puede considerar a Arthur un antihéroe, pero me da igual. Este es el tipo de personajes que me gustan y reflejo en mis historias. No intenta salvar al mundo ni ser un héroe. Se limita a salvar su alma. Mentira. Él se da por perdido. A quién intenta salvar es a sus cercanos.
El propio personaje se considera una mala persona, y lo repite todo el juego. Incluso cuando muere (sorpresa, spoiler), lo hace creyéndolo. Su gran acto megaheroico final no es liberar al mundo de un supervillano que amenaza al mundo. Ni de casualidad. Su acto final es permitir a los pocos que han sobrevivido escapar y que John Marton pueda rehacer su vida con Abigail y su hijo. Si realmente le conviene estar con esa mujer, es otro asunto sobre el que tengo serias dudas.
Mientras que los héroes tradicionales representan un ideal, sirven de guía al ser un ejemplo a seguir, aquello a lo que toda persona debería aspirar a ser, los antiheroes, no.
Estos son personajes más difusos. Están condicionados por demonios del pasado, vergüenza, remordimiento, frustraciones. Personajes como Arthur Morgan tienen un buen fondo, pero están en una senda tortuosa y oscura. Deben tomar decisiones en situaciones muy complicadas, alguien va a salir mal parado y la duda principal acaba siendo: ¿debo ser yo el perjudicado u otra persona?
Ahí es donde aparece el sentirse identificado.
Al menos, con algunos de nosotros.
Todo el mundo pasa por situaciones difíciles a diario. Una persona le pone los cuernos a su pareja y se dice que “si pudiera, mi pareja haría lo mismo” para justificar la traición que ha hecho. Alguien consigue dos raciones de comida en lugar de una, y piensa que “la otra persona ya se apañará. La vida es dura”.
La mayoría de las personas hacen cosas cuestionables y luego lo justifican de alguna manera. El ciudadano medio roba, agrede, domina, humilla, engaña, tima sin sentir una conciencia porque el fin justifica los medios. Pero estos no son antiheroes. Son hijos de puta sin más.
El antiheroe, en cambio, reflexiona sobre sus actos y es consciente de lo que hace. En el juego, tenemos que combatir enemigos para conseguir robar un tren (lease, matar a guardianes que estaban cumpliendo con su trabajo, protegiendo un lugar de gente como el personaje que manejamos). Más adelante, Arthur confiesa a miembros de su campamento que ha matado a gente inocente y animales y se siente perdido. En ese momento, Arthur demuestra ser consciente de que lo que hace no está bien. Está recapacitando. No se excusa, ni busca motivos ni se esconde. Cuestiona sus actos como lo que son.
La frase “mejor que le pase a otro que a mí” empieza a dejar de tener sentido y es sustituida por “¿y si fuera mejor que me pasara a mí que a un inocente?”
Aquí pongo un fragmento de su diario sobre una de las misiones cuando hemos de ir a cobrar una deuda y Arthur le da una paliza al moroso:
“Su hijo me miró como si fuera el demonio y quizá, para él, lo era. Todo el asunto me confundió. Quizá estaba mal. Todo el asunto me revolvió.”
Extracto del diario de Arthur Morgan en Red Dead Redemption 2
El antihéroe, es consciente de la maldad de sus actos o dedica parte de la historia debatiéndose en un conflicto interno (esto depende del interés narrativo del autor/a), y duda sobre su naturaleza. En algún momento de ese dilema interior pasan dos cosas: o se decanta por la redención y cambia, o se deja llevar y es testigo de su propia destrucción, no física, sino espiritual.
Como he dicho antes, el ciudadano medio abraza alegremente el lado oscuro porque es más rápido, más fácil, más seductor. “El fin justifica los medios” dicen.
Mis cojones.
Por eso, creo que empatizamos más con estos personajes. Muchos nos sentimos así de alguna manera. Hemos cometido pecados con los que no estamos muy contentos. Pese a saber que hemos hecho lo más adecuado para nosotros, una parte interna es consciente del daño causado y la cuestión queda ahí: ¿Lo volvería hacer? ¿Ha merecido la pena? ¿Es esta la persona que quiero ser?
El camino del antiheroe, incluso en el caso de los que consiguen estar en el equilibrio, es un camino de autocontemplación y vigilar no descarriarse demasiado. Cuando combates a un enemigo con sus propias armas, debes tener mucho cuidado de no acabar convirtiéndote en él.
Las historias tratan sobre personajes, y estos se basan en la vida real. Son sobre gente como nosotros, vivencias como las nuestras pero decoradas y exageradas para hacerlas más interesantes.
Arthur Morgan no es el personaje que querríamos ser, es el que somos. Una persona perdida que hace lo que puede con lo que el mundo ha hecho de él y debe tomar decisiones difíciles donde, en el mejor de los casos, debe elegir el mal menor.
En realidad, ni yo mismo sé que quiero decir con todo esto.
Quizá algún día lo entienda.

April 2, 2023
La noche del Titanic
Aquella era una noche fría y oscura.
Estaba flotando a la deriva como cualquier otro día. A los iceberg se nos da muy bien eso de flotar. Cuando te pasas el día haciéndolo le coges mucha práctica.
En un momento determinado (no sé la hora, lo siento), vi algo moviendose en la distancia. Poco después, ya más cerca, noté que era un barco.
Son esas cosas grandes donde van humanos dentro porque ellos no pueden flotar en el agua y se hunden al poco rato. Por lo visto eso no les termina de gustar, y prefieren ir en esos trastos.
Los he visto muchas veces; pasan a cierta distancia de mí u otros como yo, y nos miran maravillados.
Nosotros no nos exaltamos tanto al verlos, aunque nos llena de curiosidad, porque van de aquí para allá con mucha prisa y no entendemos el motivo. A nosotros se nos da de maravilla ir despacio. Tampoco tenemos ningún lugar al que ir. Por eso no entiendo esa urgencia.
La cuestión es que vi ese barco, el más grande que había visto hasta entonces. También iba más rápido de lo normal. Quiero decir, normalmente, como por aquí somos muchos de los nuestros, los barcos acostumbran a ir despacito o incluso se paran hasta tener un espacio por donde pasar. Pero este no. Iba como un loco, como si el océano le perteneciera.
Cuando me di cuenta de que venía directamente hacia mí es cuando empecé a preocuparme. Había visto a otros icebergs impactando contra planchas de hielo y otros barcos, y nunca era satisfactorio para ellos. Para los barcos, quiero decir.
El barco no tardó en hacerse más grande, cada vez más cerca de mí.
No entendía por qué venía en mi dirección. Era como si no me hubiera visto, algo bastante difícil porque si hay algo característico de los icebergs es nuestro tamaño. Debajo del agua hay mucho más iceberg, por supuesto, y puede llevar a engaño, pero aún así, la parte sobresaliente es lo suficientemente voluminosa como para no pasar desapercibido en medio de la nada.
No obstante, la dirección del barco hacía cada vez más claro el peligro. Esa noche no había luna ni nada, era muy oscura y quizá no me había visto (razón de más para que no fuera tan rápido por esta zona donde los mios solemos reunirnos para socializar). Yo lo veía porque los icebergs tenemos muy buena vista, ¿sabe usted? Incluso en noche cerrada como aquella podemos ver muy bien a varios kilómetros a distancia.
Fuera como fuese, el barco venía directamente hacia mí como un torpedo. No cambiaba de rumbo y cada vez parecía menos probable que lo hiciera así que pensé en moverme yo pero no iba a ser fácil. Podemos viajar mucho, pero casi nunca según nuestros deseos. A nosotros nos mueven corrientes de mar y esas cosas, pero no somos muy de «apartarnos». No podemos desplazarnos a capricho como hacen las orcas porque carecemos de aletas o cualquier otro órgano. Los icebergs estamos hechos de iceberg. Ni más ni menos. Somos una masa amorfa compuesta cien por cien de agua congelada. Que nadie le haga pensar lo contrario.
Así que, usted comprenderá mi alteración cuando, viéndome víctima de un atropello sin sentido, me sentí impotente.
Finalmente lo inevitable pasó y el barco me arrolló. No fue de frente, sino más bien de lado. Dudé de si pretendía hacer una navegación rasante para impresionar a los humanos a bordo o si el capitán era un temerario. La cuestión es que el impacto me arrancó un fragmento de mi materia, dejándome tullido.
El barco, que en ningún momento se detuvo para disculparse, continuó con su camino.
A cierta distancia puede ver como se inclinó hacia un lado (los icebergs tenemos muy buena vista, ¿sabe usted? Incluso en noche cerrada podemos ver a bastantes kilómetros de distancia sin problema). Hizo ese movimiento y, poco a poco se hundió por el lado más hacia mí. Se quedó casi vertical. Luego el casco se partió en dos y cayó. Poco después el barco entero se hundió.
No puedo negar que verlo me dio cierta satisfacción. Me pareció justicia poetica.
Respecto a los humanos, vi muchos de ellos saltar del barco. Al principio no comprendía porqué hacían eso si no les gusta hundirse, pero cuando vi el barco desaparecer en el mar, pensé que no querían irse con él y preferían hundirse por su propia cuenta.
Muchos de ellos, sin embargo, consiguieron continuar su camino en otros barcos mucho más pequeños.
Al principio sospeché que volverían a por mí para discutir el asunto, pero se dieron a la fuga otra dirección y no supe más de ellos hasta que recibí la citación. Me considero, no solo inocente, sino la verdadera víctima de ese incidente, Señoría.
February 23, 2023
La virgen Maria te juzga
Le clavo las uñas en las nalgas, cabalgandola con fuerza mientras la virgen Maria nos mira, llorando, desde un rincón.
Siempre ha estado ahí. Mirándome. Juzgandome.
Así es imposible disfrutar de nada. No me malinterpretes, por supuesto que quiero follármela. A la virgen Maria no, a la chica. ¿Qué tipo de depravado crees que soy?
No estoy disfrutando en absoluto.
La chica gime. Ella, en cambio, lo está pasando en grande. Dice algo, pero la bola de goma en su boca no le deja vocalizar. Le clavo las uñas en las nalgas. Sé que le gusta.
Mi sudor cae sobre su culo usando la nariz como trampolín.
Le doy un par de bofetones en las nalgas y estas se agitan. Estan rojas ya de todas las que le he dado.
Pero yo no disfruto.
De hecho, llevo un rato metiendosela, sin sentir nada. Los cinco o seis condones que me he puesto evitan todo tipo de sensación.
La madre del mesías sigue llorando en un rincón. Es la culpable de todo. En el fondo, creo que si no disfruto, ella estará satisfecha. Pero da igual lo que haga, sigue apuñalandome con sus ojos acusadores. No le gusta que caiga en el pecado. Menos aún de esta forma, con sexo duro y sucio. Pero es el que me gusta. O lo haría si lo disfrutara.
De fondo suena el Ave Satani de La profecía. Me gusta cómo encaja con el sexo. El sexo es pecado, es vicio, obsceno, inmoral. El placer es la obra de Satán. O eso me han dicho toda la vida.
Otra bofetada en el culo de la rubia. Y una segunda. Cada vez más fuerte. Vuelve a decir algo. No vocaliza pero la entiendo. Le doy más fuerte. Gime. Me insulta.
Me gusta que me insulte. Soy un hijo de puta.
Le doy otro sopapo en el culo. Le araño la espalda con fuerza. Hacer esto sin perder el ritmo del mete-saca no es tan fácil como puedas pensar.
Le lastimo con la esperanza de sentir yo el dolor.
Pero no es así.
El Ave Satani vuelve a empezar. Está en bucle. Apenas dura tres minutos. Para eso le das a «repit» y suena una y otra vez.
Supongo que aceptar lo vil de mi acto satisfacerá a la virgen María. Pero no lo hace. sigue juzgándome desde su rincón, junto al armario de la ropa, entre calzoncillos usados.
Estoy harto de ella. ¿Qué debo hacer para satisfacerla?
Hecho de menos cuando follaba sin cubrir mi polla con capas de latex. Podía sentir la humedad del interior del coño, su calor, la suavidad de una vagina bien lubricada. Era delicioso. Si existe un infierno, está ahí dentro.
Pero luego lloraba cada puta vez después de correrme. No es un espectáculo que muchas mujeres quieran ver.
Si no siento nada, no me corro.
Pero nunca satisface a la virgen Maria. Estoy harto de ella. ¿Por qué no puedo disfrutar? ¿No es natural esto?
¿Acaso no ves que esta chavala está pasando la noche de su vida? Le doy lo que quiere.
Le doy una palmada fuerte en el culo. Otra más fuerte.
¿Acaso no lo hizo la «virgen» para engendrar a Jesús?
Una paloma, los cojones. José se la folló bien fuerte en algún pajar. La puso a cuatro patas y la montó como yo ahora. ¿Le puso José algo en la boca para que no chillara cuando la llenaba con su polla?
Todo porque es de mal gusto prodigar que Maria le hacía unas buenas mamadas de vez en cuando a José, que él la empotraba contra la pared hasta que un día se le corrió dentro y de ahí salió el niño Jesús.
Que os den por saco. Si ellos disfrutaron yo también quiero.
Le saco la polla. Quiero quitarme todo este mogollón de condones pero, en el fondo no me atrevo.
La chica protesta. Le muerdo en las nalgas. La cojo del pelo y la obligo a incorporarse. La pongo contra la pared, frente a mi. Le aprieto el cuello con cuidado. Esto no es algo que deba hacerse de cualquier manera. No debes apretar las arterias ni la traquea o le haría daño de verdad y se acabó todo. Solo cortar el flujo de oxígeno. Le encanta cuando hago esto.
Le abro las piernas.
La virgen Maria me suplica que no lo haga.
¿Por qué no? Tu hiciste lo mismo. Disfrutaste de tu momento. Déjame disfrutar a mi también. Me lo merezco. Esta chica está disfrutando de lo lindo. Yo también tengo derecho.
Me quito el primer condón y lo dejo caer al suelo. Tiro el segundo lejos. El tercero lo lanzo a la cara de la virgen Maria.
La chica, impaciente, me quita los otros dos. Mi polla queda al desnudo. Tal y como vino al mundo.
La virgen Maria me ruega que no continúe. Está mal lo que hago. Dice que es un pecado que me condenará al fuego eterno.
Si follar es pecado mortal, ¿por qué ella está en el cielo en lugar de arder en el infierno?
Tanto tormento por unas reglas que otros se inventaron y nunca explicaron.
Acaricio el coño de la chica. Siento su humedad en los dedos.
Apunto mi polla hacia el agujero y la meto de golpe. El calor de su vagina abraza mi polla. La suavidad de su coño lubricado es una bendición.
Si existe un cielo, está aquí dentro.
Sus piernas tiemblan. Gime. Su voz sigue apagada por la bola de goma pero hay una sonrisa en sus labios.
Si Jesuscristo puede vernos, espero que se la esté meneando a gusto.
Ahora, lo importante es pillar el ritmo y correrme en el momento más álgido del Ave Satani.
February 21, 2023
Día #120 – Miro a la gente
Querido diario, dos puntos.
Desde siempre me ha pasado que me fijo en la gente.
Ya hace tiempo llegué a la conclusión de que la gente es el elemento de atrezzo más interesante.
Pero no solo eso, a veces me quedo absorto con una mosca. La observo al detalle, cómo se mueve, la forma en que se lava la cabeza con las patas, como saca la trompetilla para absorber los nutrientes. No solo la miro, la analizo, absorbo la información.
Con la gente me pasa lo mismo. No puedo evitarlo. Estoy en un pub, una cafetería o cualquier otro local, y, antes o después (más antes que después) empiezo a observar a la gente, lo que hace, como interactúa entre ella, cómo se comporta, si están haciendo un powerpoint, estudiando, leyendo, hablando. Veo que tipo de relación tienen entre ellos en función de su comunicación no verbal (principalmente porque no me entero de lo que hablan, ni me interesa).
Puedo fijarme en cómo una mujer echa kilos de canela a un pastel Nata portugues, o intentar averiguar en lo que están trabajando una pareja de estudiantes. Hay una chica sentada en la mesa frente a la mía, sola tomándose un nosequé de limón. Supongo que está esperando a alguien. En el otro extremo del pub hay una mesa llena de niños armando escándalo, al que un camarero les lleva un pastel. Debe ser un cumpleaños.
Eso solo de la gente esporádica.
Si nos vamos a los regulares, ya el tema se expande día a día mientras voy inventandome su vida.
Ahora que lo recuerdo, tengo un relato en base a una pareja que vi en una cafetería.
Y, que quede claro, todo esto es MIENTRAS converso o estoy haciendo otras cosas (como escribir esta entrada). Porque, bueno, el TDAH es lo que tiene. Te están hablando, o estás hablando, y al mismo tiempo estás en otras cosas. ¿Y qué mejor que estar analizando cómo está un matrimonio a base de sus conductas mientras estás hablando de otra cosa con alguien? O más frecuente aún, mientras me están hablando y no te enteras de nada.
Fijarse en todo esto, es para mí algo normal. Parece ser que no lo es. Le comenté esto a la persona que estaba sentada a mi lado y flipaba. No entendía porqué sabía todo eso ni mucho menos porqué me había fijado. Tampoco es la primera vez que me pasa. La gente se sorprende de que me fije en el entorno. Por lo menos así es como yo lo interpreto.
Lo que yo no entiendo es por qué la gente no se fija.
Pero esto no acaba aquí. El otro día me di cuenta de que esto acaba reflejándose en lo que escribo. Me di cuenta el otro día.
Para mí, la acción está dentro de un entorno. En ese entorno hay otras acciones. Hay más gente haciendo sus cosas. Hay múltiples mundos en una cafetería, a una mesa de distancia. Normalmente no afecta para nada con lo nuestro y por eso la mayoría de la gente no se entera de nada. Pero para gente neurodivergente como yo, esto no pasa desapercibido (es uno de los rasgos).
Por eso, cuando escribo escenas en lugares públicos, suelo meter algo en lo que se referencia que hay gente alrededor haciendo cosas. Por supuesto, como escritor, no puedo abandonarme a una orgía de información que no va a ninguna parte, tengo que filtrar. Pero el concepto está ahí; la acción de los personajes ocurre en un entorno lleno de más gente y lo reflejo, queriendo o sin querer.
Quizá es lo que hace que luego, quienes lean mis historias, digan que el mundo tiene tres dimensiones.
January 5, 2023
Día #119 Problemas para concentrarme en la lectura
Querido diario, dos puntos.
Leo lento.
Desde siempre he tardado aproximadamente una hora para leer 15-20 páginas y, además, tengo que reeler porque no me entero. Entre otros motivos, me distraigo constantemente.
Envidio a esa gente que se lee un libro en una semana, porque yo tardo perfectamente un mes y pico.
Hoy por ejemplo, mi lectura ha seguido el siguiente patrón, y ni miento ni exagero. Lo de las líneas es aproximado y es para mostrar el ritmo de las cosas.
Linea 4 -Cambio de silla porque esta no me gusta.
Linea 8-9 – Me pongo a ver si tengo algún mensaje y de paso me lío un rato viento stories en Instagram.
Linea 15 – Me acuerdo de un vídeo y lo busco en youtube para mandarselo a una amiga. De paso, lo veo. (5 min)
Pongo música de fondo, pero al minuto la quito porque no me deja concentrarme.
Linea 17 – Me acuerdo que no he contestado un mensaje y lo hago. De paso, me lian en una conversación por un grupo de wasap (10 minutos)
Linea 22- Voy a la cocina a ver como está el pollo. Le doy la vuelta y pienso en si tengo algo para picotear. Busco y encuentro una bolsa de mierdas. Cuando vuelvo a mi cuarto, recuerdo que estaba leyendo y sigo.
Linea 15 – Me doy cuenta de que esto ya lo había leído (por eso lo de línea 15).
Linea 20 – Se me ocurre hacer una entrada del blog narrando esto y le hago un audio a una amiga para comentarselo.
Termino la página. No me he enterado de nada. La volveré a leer otro día porque ahora voy a escribir esta entrada.
Tiempo total: 40 minutos aprox y tengo que volver a releer la única página que había leído en ese tiempo.
Pues más o menos, esto es una jornada de lectura mía, no habitual, pero común.
¿Esto le pasa a todo el mundo? ¿Cómo consigue la gente leerse un libro en una semana?
November 16, 2022
Asuntos de familia
Hoy voy a asesinarlo.
Después de tantos años, tanto tiempo buscándole, voy a acabar con él.
Me abro paso apartando las puertas batientes y entro en el salón tranquilamente, sin armar escándalo. Nadie se fija en mí. Todo el mundo sigue con sus partidas de poker, sus bebidas, sin conversaciones. Soy una cliente más. La gabardina oculta el revólver en mi espalda, fijado en el pantalón.
Me apoyo en la barra y dejo el sombrero a mi lado. Hago una señal al barman y, sin dejar de limpiar un vaso, se acerca a mí.
—¿Qué te pongo?
—Busco trabajo. ¿Podría hablar con tu jefe, por favor?
El barman me mira de arriba abajo, suspicaz.
—Espera un momento.
Con paso lento y tambaleante, mueve su gordo cuerpo hasta una puerta tras la barra y dice algo a quien está dentro. Me hace una señal con el dedo para que vaya.
Instintivamente, toco el revólver para asegurarse de que sigue ahí.
Entro en el despacho. Al fondo, un hombre de unos cuarenta años, medio calvo y mal envejecido sentado en una simple silla junto a una mesa apoyada contra la pared. A tan corta distancia y sentado es un blanco seguro.
Tras él hay una ventana. La usaré para escapar. Correré hasta mi caballo y huiré de esta ciudad antes de que el Sheriff llegue. No quiero un tiroteo ni herir a nadie inocente.
A diferencia del hombre que tengo sentado frente a mí, yo no soy una asesina.
Una venganza macerada durante diez largos años de búsqueda, furia y odio será resuelta aquí y ahora.
El maldito me mira con curiosidad. Hay un brillo en su mirada. Está mayor. Ha cambiado. Pero sin duda es él. Su misma mirada. Quizá con menos fuego, pero los mismos ojos. Se ha dejado un mostacho grueso canoso. Saca la pipa de entre los labios para hablarme.
—Así que buscas trabajo. ¿Qué sabes hacer?
La misma voz.
Hace diez malditos años, este hombre se presentó en nuestra casa. Yo apenas tenía diez. No sé como entró. Solo lo recuerdo plantado en la puerta. Únicamente dijo una frase pero no he podido olvidarla.
«Soy el hijo de Morthur Artmour».
Disparó hasta vaciar el tambor del revólver contra mi padre. Ahí mismo. A sangre fría. Delante de mi madre. Delante de mí.
Como vino, se fue. Su voz ha resonado en mi cabeza todo este tiempo. Hubo un tiempo en el que quería saber porqué lo hizo, pero hace años que dejó de importarme. Solo quiero hacerle lo mismo.
Nunca dejé de buscarle. De aprender a disparar. A ser rápida y certera para no fallar. Toda mi vida ha girado en torno a este momento.
Puedo sentir el calor inundando mi cuerpo. El sudor humedeciendo la ropa. Mi mano se cierra en la empuñadura del arma en mi espalda casi sin darme cuenta.
Trago saliva para hidratar mi boca seca antes de hablar.
—Sé disparar.
—No necesito guardaespaldas. Esto es un salón tranquilo. Si alguien se pone violento, el camarero se hace cargo. Pero puede que al Sheriff le venga bien algo de ayuda.
No deja de mirarme fijamente. No como lo hacen otros hombres. Me está estudiando.
Sin moverme de donde estoy sigo hablando.
—Hace años, un hombre asesinó a mi padre.
Los ojos del hombre se cierran levemente. Una sombra cubre su expresión.
Amartillo el arma lentamente, evitando hacer ruido.
Suspira lentamente y su expresión se relaja.
—Entiendo como te sientes.
Abre un cajón y retrocedo un par de pasos apunto de sacar el arma. Me relajo cuando me doy cuenta de que solo es un montón de papeles. Mientras los examina sigue hablando.
—Yo también perdí a mi familia. Hace años, cuando era un niño, un grupo de tres hombres llegaron a nuestra granja. Querían llevarse el poco dinero y comida que teníamos. Como no era tanto como ellos querían, mataron a mi padre. Luego a mi madre cuando corrió junto a él. Intentaron hacer lo mismo conmigo, pero conseguí escapar.
Calla cuando encuentra los papeles que busca y guarda los otros en el cajón. Solo se oye el sonido de madera frotando contra madera, un sonido eclipsado por el corazón bombeando en los oídos.
El sudor cae por mi espalda hasta el revólver, exigiendo que dispare de una vez, pero su historia me detiene.
Observa los tres papeles detenidamente. Sin apartar la vista de ellos sigue hablando.
—Lo que más recuerdo era como reían mientras lo hacían. Juré vengarme. No fue difícil encontrarlos porque resultaron ser unos bandidos en búsqueda y captura. Para cuando los encontré, uno había muerto de tuberculosis. Otro seguía siendo un criminal y cobre la recompensa tras perforarle el corazón. Pero el tercero había rehecho su vida y tenía familia. —Hace una pausa para suspirar—. Eso no me detuvo. Siempre me arrepentí de matarlo frente a su familia, pero en aquel momento, el odio me guiaba. Aún conservo esto.
Me los entrega.
Con temor por descubrir lo que no quiero ver, suelto el revólver y tomo los carteles. Dos de ellos son desconocidos.
Al ver el tercero, el corazón se me congela. Es mi padre. Lo reconozco perfectamente. Sus facciones, su bigote fino, la barba corta, sus ojos profundos. El cartel ofrecía una recompensa por él, vivo o muerto, perseguido por robo y múltiples asesinatos.
El hombre pone la pipa entre sus labios tranquilamente, con la paz de quien espera su destino con estoicismo.
—Desde entonces, he vivido con ese dolor en el pecho. Nadie debe ver morir a su padre de esa manera. Siempre he sabido que esa niña estaba ahí fuera, en algún lugar, buscándome para vengarse.
Da una bocanada a la pipa, saboreándola como si fuera la última. Me mira fijamente, con una ligera sonrisa de complicidad. Una expresión amable de paz.
—¿Qué piensas hacer?
November 6, 2022
La promesa

Gabilail estaba nerviosa. No se acostumbraba a estas esperas. Ser la pareja de un bandido no era fácil, especialmente cuando lo único que haces es esperar cada vez que ellos se iban. Cada minuto estaba sembrado con el miedo de que su pareja pudiera ser arrestado por la guardia. O peor, que no vuelva.
Además, se sentía vulnerable. Otras bandas rivales o cazarecompensas, podían aprovechar el momento para atacar la casa y esperar dentro para emboscarles. Ese mundo estaba lleno de peleas por ajustes de cuentas por «honor» o rivalidades. Ella lo llamaba hacerse los machos. Por eso siempre cerraba la puerta y ventanas con cerrojo. Nunca faltaba un cuchillo oculto entre la ropa.
Odiaba estos momentos. Había tratado de que Torman dejara ese tipo de vida. Ya tenían suficiente botín como para comprar un terreno y hacer una granja. Pero Malcas no le dejaba salir de ahí.
«Uno más y nos retiramos. Este es el definitivo.» le decía siempre y Torman al final accedía.
Por puro nerviosismo, había ordenado y limpiado toda la cabaña y, como no quería salir de su protección, no podía hacer nada más. La espera la estaba sacando de quicio. El temor de que algo le pudiera pasar a Torman hacía que su mente inventara todo tipo de historias trágicas.
Por fin, oyó unos golpes en la puerta. Estos habían sido dados con un ritmo específico; eran ellos.
Se lanzó a abrirla, pero en el último segundo, recordó las precauciones. Abrió un pequeño ventanuco. Al otro lado vio la cara de Malcas.
—Soy yo, Gabi. Abre rápido. Estoy herido.
Al oir esto se apresuró aún más. Malcas entró con paso agotado cargando un saco, sudoroso y cubierto de polvo. Iba dejando un pequeño reguero de gotas de sangre a su paso.
La mujer se asomó ansiosa, pero no pudo ver a Torman ni al tercer miembro de la banda. Ni siquiera los caballos.
—¿Dónde está? Se ha retrasado, ¿verdad? ¡Dime algo!
Malcas, tras dejar el saco en el suelo, se dejó caer en un taburete. Sin hacer caso a su herida, limpió el sudor de su rostro sin afeitar. Sacó una pipa y, con una mano la llenó de tabaco.
—Lo siento Gabi. Torman… Nelly… Todo salió mal.
—¡Dónde están! ¿Los han cogido?
Malcas sacudió la cabeza en silencio.
Gabilail reparó en la herida de Maicas en el hombro. Fue a examinar la gravedad de cerca.
—¿Qué ha pasado?
Maicas la apartó de un ligero empujón, quitándole importancia.
—Es solo un corte.
Apenas reprimiendo una mueca de dolor, encendió una cerilla con el brazo dolorido, y prendió la pipa.
—¡Qué ha pasado! ¡Dímelo, por el amor del Becerro! ¿Dónde están?
Maicas se levantó y la estrechó entre sus brazos.
—Tienes que ser fuerte. Pero no te preocupes; todo va a ir bien. Yo cuidaré de tí.
La mujer estalló en lágrimas.
Malcas no la soltó, acariciándole el pelo despacio.
Ella se separó para caer son fuerza sobre otro taburete.
—Le dije que no debía hacerlo. El muy idiota. No lo necesitábamos.
Malcas cerró la puerta y corrió los pestillos. Volvió a acercarse a la chica por detrás y puso las manos sobre los hombros.
—No te preocupes. Prometí a Torman cuidar de tí y lo voy a hacer. Mira.
Introdujo la mano en la bolsa y la sacó llena de toquens. Formó una pequeña montaña de cuarzos brillantes en la mesa. Los dispersó con los dedos, con expresión de satisfacción.
—Esto te corresponde, Gabi. La parte de Torman. Pero si vienes conmigo, podrás tener mucho más.
La mujer los hizo saltar por todas partes de un manotazo como si fueran cucarachas.
—¡Quédate con estos sucios cristales! ¡Están sucios con la sangre de Torman! ¡No los quiero en nuestra casa!
—Pero Gabi…
—¡Fuera! ¡Fuera de aquí! ¡No quiero volver a verte nunca más! Es tu culpa, tú les convenciste. ¡Todo es culpa tuya!
La reacción de la chica le enfureció.
—Eso no es cierto. Él era como mi hermano. Nunca hubiera permitido que le pasara nada.
—Pudisteis haberos retirado hace tiempo, pero siempre querías más. Solo te interesan los cristales. ¡Quédatelos todos! Pero vete y no vuelvas.
Malcas le dio una bofetada. Gabilail quedó paralizada por la sorpresa.
—Me has pegado…
—Estás histérica. —La expresión de Malcas se había tornado más seria. Sus facciones carroñeras se hacían ahora más patentes—. Escuchame. Tu y yo nos vamos a ir de aquí. Ahora estás nerviosa, pero mañana lo verás todo de otra manera.
De repente, una sombra asaltó a Gabi.
—¿Cómo murió Torman?
Malcas dudó.
—No sabría decirlo. Fue todo muy confuso. Aparecieron guardias por todas partes. Nos emboscaron. Cuando quise darme cuenta, Nelly y Torman estaban muertos. Tuve suerte de escapar. Solo me acertaron en el hombro con una flecha.
—Entonces, ¿cómo sabes que está muerto? ¿Viste su cadáver?
—Sí… Le habían atravesado el pecho.
—¿Y Nelly? ¿Qué ha sido de él?
—Ya te lo he dicho; cayeron sobre nosotros de golpe.
Gabilail se apartó unos pasos.
—¿Cómo conseguiste escapar con todos los cristales?
—Casualmente los llevaba yo.
Los ojos de la chica se posaron en la herida de Malcas; no era de flecha. Era un corte. Había curado las suficientes como para conocer perfectamente la diferencia.
Gabilail rebuscó con disimulo el cuchillo oculto en su delantal.
—¿Casualmente tenías tú los cristales? ¿Por qué los guardias no cayeron sobre tí también?
Los ojos de Malcas recorrieron la habitación, pensativo. El mostacho grueso se contorsionó en una sonrisa.
—Está bien, Gabi; los traicioné. Escapé dejándolos atrás. Los vendí a los guardias. O quizá los maté yo mismo. ¿Qué más da? Lo importante es que tu Torman ya no va a volver y yo estoy aquí. Puedes quedarte con su parte. —Se acercó unos pasos—. Pero si vienes conmigo, podrás tener mucho más. Siempre me has gustado, Gabi.
—Eres un miserable cerdo. ¡Una víbora! ¿Cómo has podido traicionar a Torman? ¡Erais como hermanos!
—Lo eramos. Pero las emociones no deben interponerse en los negocios. A tí tampoco te importaba, admítelo. Solo estabas con él por la emoción y los toquens. Lo engañaste a él, pero no a mí, Gabi. A mí, no. En el fondo sois todas iguales, queréis ser ricas sin hacer nada. Pues aquí lo tienes —Le arrojó un puñado de toquens. Chocaron contra el pecho de la mujer y cayeron sobre el suelo de tierra.
—Crees que todo el mundo está tan vacío como tú.
Gabilail, sacó el cuchillo. Malcas rió.
—Voy a rajarte la garganta, traidor.
Sin terminar la frase, se abalanzó contra él. Este, más experto, pese al brazo dañado no tuvo problemas en agarrarla por la mano. Le retorció el brazo hasta que la chica soltó el cuchillo. De una patada lo lanzó fuera de su alcance. La arrojó al suelo de un empujón.
Gabilail fue a levantarse pero él la tiró nuevamente de una patada. Se sentó sobre ella y la abofeteó con fuerza.
—Ahora, vas a calmarte. Voy a satisfacerme, por las buenas o por las malas. Francamente, disfrutaré de cualquiera de ambas.
La mujer forcejeó con todas su fuerzas, le golpeó en el pecho y la cara, pero este la dominaba con facilidad.
—En realidad, sois tal para cual. Ninguno de los dos sabéis reconocer cuando habéis perdido. El idiota de tu novio juró matarme cuando le estaba clavando mi puñal en el pecho. Perdedor hasta el último segundo de su miserable vida.
Con una mano le sujetó ambas muñecas. Sus ojos se abrieron de par en par cuando, con la otra, le rompió el vestido exponiendo los pechos. Se desabrochó cinturón.
De pronto, se detuvo con la cara pálida y miró alrededor con ansiedad.
Aprovechando esto, Gabilail liberó una mano y le dio un puñetazo en la herida.
Malcas cayó hacia un lado dolorido, y ella se arrastró hacía atrás. Por casualidad, la mano tocó algo duro. Era una espada. La espada de Torman. Sin pensarlo, la agarró y se incorporó.
Malcas la observó perplejo.
—¿De dónde la has sacado?
—Estaba en el suelo.
La verdad era que ella tampoco entendía muy bien como había llegado ahí, pero ahora no importaba. La manejaba con poca experiencia, pero decidida a vender cara su vida.
Malcas miraba fijamente el arma con los ojos muy abiertos.
—Deja eso. No quiero hacerte daño, así que no me obligues a hacerlo.
Otra vez, Malcas se giró bruscamente. Daba vueltas sobre sí mismo. Miraba a todas partes. Dirigía sus ojos de un punto a otro de la casa con expresión tensa.
—¿Dónde estás? No puedes haber llegado hasta aquí —Sin dejar de vigilar a la mujer, se asomó por un hueco de la ventana—. ¿Quién hay en la casa? ¿Hay alguien más?
La mujer lo miró extrañado. Intentaba averiguar qué es lo que estaba atrayendo la atención de Malcas, pero no veía nada.
Debía haberse vuelto loco de golpe.
El hombre se limpió el sudor de la cara con la mano.
—¡Callate! ¡Calla y muéstrate de una vez!
Se lanzó contra Gabilail, pero esta puso la espada entre ambos y el hombre se detuvo.
—¡Está aquí! No sé cómo lo ha hecho, pero está aquí. ¿Dónde lo has escondido? ¡Dónde está, maldita ramera!
Malcas miró de golpe a la vieja alfombra. Sacó su puñal del cinturón.
—Está ahí, ¿verdad? Ha estado ahí todo el rato.
—No sé de qué hablas, traidor. No hay ningún sótano, lo sabes perfectamente.
Sin dejar de vigilarla, retiró la alfombra de un golpe. Solo había suelo de tierra.
—No puede ser. ¡Sal de tu escondite cobarde! Da la cara de una maldita vez y terminemos con esto.
Una voz sonó de algún lugar lejano.
—Si es lo que quieres…
El corazón de Gabilail dio un vuelco al oírlo. Era Torman.
La escasa luz que entraba por los huecos de las ventanas se desvaneció rápidamente. La cabaña se sumió en oscuridad. Un olor a amoniaco azotó el olfato de ambos. Los rincones quedaron ocultos completamente por las tinieblas.
Ambos se asustaron, pero ni dejaron sus armas ni se movieron de donde estaban.
Malcas sudaba abundantemente, completamente pálido.
—¿Qué está pasando aquí?
De uno de los rincones, la voz volvió a sonar.
—No lo mates, Gabi. Es mio.
Una figura surgió de allí, avanzando lentamente acompañado de un sonido grabe de percusión de marcha funeraria.
Ambos quedaron helados cuando lo vieron.
—¡Tú! —exclamó Malcas.
—¡Torman!
Gabilail fue a lanzarse a sus brazos, pero se detuvo en seco cuando pudo verlo mejor.
Efectivamente, era él, pero allí dónde hubieron ojos, ahora habían dos agujeros oscuros. Su piel manaba un vaho rojizo. El pecho tenía una gran herida sangrante, a través de la cual se podía ver el corazón. El sonido grave procedía de sus latidos.
Sin mirarla a la cara, le quitó con suavidad la espada de las manos y la apartó a un lado.
Torman se dirigió hacia él con paso pesado. Malcas, quedó presa del horror cuando este le miró fijamente. Guardó la espada en la vaina.
—Te hice una promesa, traidor. He venido a cumplirla; voy a arrastrarte al Abismo conmigo.
—¡No! Mátame, pero no me lleves allí.
Torman lo agarró por el cuello y lo alzó del suelo.
Malcas forcejeó en vano para soltarse emitiendo unos gorjeos de agonía.
Gabilail se acercó a ellos y puso las manos sobre el hombro de su novio.
—Déjale. Está acabado.
Este lo dejó caer.
Malcas recobró el aliento ruidosamente. Intentó escaparse, pero Torman lo agarró por el pie.
El traidor había llegado hasta el cuchillo de Gabilail y se lo clavó en el brazo. Torman lo soltó instintivamente.
Con una rapidez propia de la desesperación se lanzó contra Gabilail y se escudó tras ella.
—Déjame ir, Torman. Déjame o la mataré. ¡Lo juro!
—Suéltala. No puedes escapar de mí. Pero si le haces daño, te aseguro que lo que te pasará será mucho peor de lo que te está esperando.
—¡No! Le partiré el cuello. No bromeo. Vuelve al Abismo y quédate allí —Poco a poco se acercaba a la puerta—. ¡No te muevas!
Gabilail intentaba soltarse sin éxito. Le estaba haciendo daño en el cuello. No podía moverse, mucho menos hacer algún movimiento brusco para soltarse.
—¡Suéltala!
—La soltaré cuando esté a salvo.
Por fin, la mujer pudo mover un brazo lo suficiente como para apretarle con la mano la entrepierna con todas sus fuerzas.
Malcas la soltó inmediatamente. Gabilail, al sentirse liberada se liberó y le hizo caer de un empujón.
Para cuando quiso incorporarse, Torman lo tenía agarrado por el tobillo y lo arrastraba hacia el rincón del que había salido.
—Te espera una eternidad de dolor más allá de lo imaginable, rata miserable.
Los dedos de Malcas buscaban agarrarse al suelo, a la mesa, a cualquier cosa que pudiera retenerlo. Estiró los brazos hacia Gabilail con las manos muy abiertas.
—¡Ayudame! ¡Por favor! ¡Tienes que ayudarme!
Ella lo miró con desprecio.
Cuando Torman alcanzó el rincón, lo arrojó a él. En lugar de chocar, desapareció en la oscuridad. Luego, fue a entrar él también.
—Torman… —dijo Gabilail.
Este se detuvo. Durante un momento fue a girarse, pero se detuvo a mitad del movimiento. Movió el sombrero para cubrirse la cara. Solo respondió unas palabras.
—Adiós Gabi.
—No te vayas.
—Debo volver al Abismo. Hice un pacto.
Gabilail intentó ponerse en frente para mirarlo a los ojos, pero él la apartó con un brazo y giró la cara hacia el otro.
—No me mires.
Gabilail sentía un nudo en garganta mayor que el anterior. Creerlo muerto había sido desgarrador, pero saber que seguía «vivo» pero condenado a estar eternamente en el Abismo era un peso imposible.
Lo sujetó con todas sus fuerzas por el brazo, desesperada.
—¡No te dejaré ir! ¡Tú lugar está aquí, conmigo! Huyamos. Tenemos todos esos cristales. Podemos escondernos en algún lado. Encontrar alguna bruja que nos ayude.
Torman no se movió durante unos segundos. Por fin, respondió.
—Nadie puede escapar de un pacto con el dios malvado.
Las lágrimas caían por las mejillas de la chica.
—¿Por qué lo hiciste? ¿Por venganza? ¿Para matar a ese imbécil? Son esos ajustes de cuentas vuestros.
Torman liberó el brazo. Sin dejar de avanzar hacia la oscuridad, le dijo.
—Mientras Malcas me clavaba su puñal, me dijo que vendría a por ti.