J.C. Hidalgo's Blog, page 4
January 27, 2022
Una canción en frenética odisea: ‘In the lap of the mountain’ y Rodrigo Cortés (Parte 2)
Lo tenían.
Tenían 4 versos en una nota de voz. Tenían 24 horas para grabar un tema.
Habíamos dejado al director de cine Rodrigo Cortés y su inseparable compositor de BSOs Víctor Reyes en esta situación extremadamente límite en la búsqueda de la canción para concluir el 2º largometraje del autor: Buried. (La primera parte de la historia, por aquí) Sigamos, pues, la odisea; que, aunque más cerca de la orilla, a nuestros Ulises aún les quedan diversas islas por las que pasar.
Premezclada el resto de la BSO, Reyes y Cortés se dirigieron al estudio del primero. Empezaba ya el sprint final. Debían componer el tema entero, no había tiempo que perder. Ya en el estudio y con Víctor al piano, In the lap of the mountaincomenzó a tomar forma.
Un esqueleto armónico blueseromás simplificado de lo habitual en el que ya solo entraban…
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December 16, 2021
Un plan sin fisuras
Para el ejercicio del curso de escritura sobre los roles de los personajes, escribí un fragmento para la futura novela «Historia de un mago cretino».
—Si coges a un enano, con toda su potencia, lo metes en…
Hornol interrumpió su conversación con Voloxeria cuando Tobías se sentó en el taburete frente a él.
Llenó la taza de vino y dio un sorbo para probarlo.
—Está malísimo —se quejó Tobías. Se aseguró de que nadie en la taberna los escuchaba—. Prestad atención. Lo tengo todo planeado: lo haremos esta noche.
Voloxeria negó con la cabeza.
—Imposible, tengo una pelea. Mañana mejor.
Tobías suspiró con resignación.
—Pues mañana. Tengo el templo controlado. Por la noche está desierto, cerrado completamente. Hornol, tú abres la puerta, ¡sin usar magia! No quiero explosiones ni escándalos. Entramos rápidamente, abrimos el cofre donde tienen la reliquia y nos largamos a toda prisa. Voloxeria, tú nos protegerás por si hay complicaciones. Debería estar todo tranquilo, pero podría haber algún paladín protegiéndola. ¿Todo claro? Más sencillo imposible.
La mujer, su guardaespaldas personal a media jornada, asintió. Hornol terminó la jarra de vino de un trago. Eructó.
—Por mí, todo bien. pero hay un detalle.
Tobías bufó.
—¡Por supuesto! ¿Qué pasa ahora?
—Vosotros no podéis hacer una mudanza.
—¿Eh…?
—Así llamamos a saquear en nuestra jerga —explicó Hornol en voz baja.
—¿Cómo que no podemos robarla?
—No está permitido.
Tobías quedó en blanco unos segundos, procesando la información.
—¿Estás tonto? Robar va en contra de la ley por definición. Por eso lo hacemos por la noche. ¡Si no, iría ahora mismo, me largaría de allí con la reliquia en la mano, despidiéndome de todo el mundo tan feliz!
—No, primo. Me refiero a que «no está bien visto». Necesitamos la aprobación de ciertas personas influyentes. No pongo las reglas, solo las padezco. Ya tuve un buen mazapán hace tiempo.
Voloxeria se reclinó en su taburete.
—Permisos, licencias… Un absurdo.
—¿Se puede saber de qué diantres habláis los dos? Pese a ser el organizador de todo esto, no me entero de nada.
—La gente de aquí lo complica todo, jefe. Te exigen pedir permiso, en forma de licencias para hacer cosas. En el mar, ves un barco, lo saqueas. Punto. Pero aquí, está todo burocratizado. A mí me dan problemas todo el tiempo.
—Lo tuyo es distinto, prima. Vas por ahí rompiendo huesos sin ton ni son. A tu anterior jefe, le reventaste la cabeza contra el techo.
—Me estaba timando.
—Tomo nota de eso —murmuró Tobías—. Aclaradme lo de los permisos.
Hornol encendió la pipa.
—Necesitas un follón de juramentos, la aprobación de los encargados de ciertos gremios, un montón de mierdas para poder moverte libremente… Así están las cosas. Solo yo puedo entrar en ese templo a hacer cositas. Vosotros deberéis esperar fuera.
—¡Ni borracho te dejo solo! ¡Voy contigo!
—Ni de coña, primo. Se nos echarían encima. No quieres semejante mazapán, te lo aseguro. Pero… puedes meterte en mi cofradía para delinquir tranquilamente. También está Lluva.
—Al goblin lo quiero lejos.
—Pues entonces no hay otra.
—No hagas caso de todo eso, jefe. Hagámoslo igualmente. Si vienen buscando problemas, me ocuparé de ellos. Por cierto, después de saquear el templo, le quiero pegar fuego.
—¿Es necesario?
Voloxeria se encogió de hombros.
—¿Dónde se ha visto un saqueo sin incendio?
—Eso requeriría licencia en el gremio de Incendiarios, aviso.
—¿No podemos ir contigo a modo de aprendices, como asesores o algo?
—Para nada. Confía en mí, no sirve. O formas parte del sistema o estás fuera. Son muy estrictos.
—Ponte como quieras, pero yo le pego fuego. A quien no le guste, me lo puede discutir personalmente.
—Imposible, prima.
Tobías se masajeó la cabeza para aliviar el estrés. Comprobó el vino, pero no quedaba.
—Voy a tirarme a la bebida por no tirarme a las ruedas de un carro. ¡Nori, otra jarra! ¡De este no, del otro! El no caducado.
—Si entráis en mi cofradía, os ahorrareis problemas.
—Hornol, cuando, al nacer, tu madre preguntó si eras chico o chica, la comadrona dijo: «Es cansino. Ha tenido un hijo cansino». No voy a apuntarme a nada. Quiero mantenerme lejos de cosas ilegales.
—¡Pero si quieres saquear una iglesia!
—Mientras nadie me vincule con los hechos, yo no lo hice, ¿entiendes, melón? Si formo parte de un grupo criminal, me complicaría la vida. Podrían expulsarme de la escuela.
—Conmigo tampoco cuentes. Cuando quiero saquear, saqueo. Cuando alguien me toca las narices, lo apaleo. No pido permiso a nadie.
—Eres así de espontánea… —dijo Tobías.
—De todas formas, estáis los dos tontos. ¿Cómo pueden saber quién ha sido? Oficialmente, lo hace el ladrón Hornol, pero entramos los tres. ¿Quién se va a enterar? Vosotros robáis la reliquia esa, yo le pego fuego. Fin de la historia.
—Tienes razón, maldita sea. Todo el mundo tan feliz.
—Eh, no. Afloja. Hacer la mudanza con vosotros, bien. Pero del incendio, ni hablar; no tengo licencia para eso. Los de ese gremio tienen la mecha muy corta para el intrusismo.
—Un momento —dijo Tobías, recapacitando—. Tienes el don de hacer estallar las cosas en llamas cuando los hechizos se te van de las manos. Te expulsaron de la academia por ser el amo de la combustión espontánea accidental. ¿No te tienen en la lista negra?
—Los tengo mosqueados, pero nunca han podido probar nada.
Todos callaron cuando la mesonera trajo la jarra de vino. Una vez se hubo ido, Hornol aportó una idea, entusiasmado.
—¡Tengo una idea! ¿Y si mudamos la reliquia en otro país? Todo eso de las licencias es cosa de aquí.
—Cállate. Vamos a hacer lo que ha dicho Voloxeria. Si no os gusta, me hago pescador, porque me tenéis harto. Tú, en calidad de ladrón oficial, perfectamente homologado, abres la puerta del templo de las narices. Entramos todos. Robamos el chisme ese y nos vamos. Déjame terminar, Volox. Sin embargo, tener los papeles en regla no te exime de ser un atolondrado; en tus prisas por entregar el producto a tu contratante, te dejarás la puerta abierta por error. Aprovechando esto, alguien, completamente no censado, aprovechará para colarse e incendiar el templo por amor al arte. ¿Está bien así? ¿Contenta? ¿Contento?
—Me parece bien.
—Mientras nadie pueda probar nada, me gusta.
—¡Gracias a Dios! Pues manos a la obra.
—Afloja, primo. Hablemos del contrato. Hace falta uno. Además, el gremio de saqueadores se lleva una parte, tenlo en cuenta.
—La madre que te parió, Hornol…
December 9, 2021
Fui a una reunión de trabajo, y me tocaron lo de abajo
Estábamos todos prestando atención a la aburrida explicación del capullo de Marcelo, sobre las interminables gráficas del PowerPoint proyectado sobre la pantalla llena de luces. Seguramente, solo la encontraba interesante él.
Por esto, me había sentado justo en el otro extremo de la mesa ovalada, en el asiento más atrás de todos. Así nadie podría ver mi cara aburrida.
Otra ventaja de mi posición era tener a Nieves sentada junto a mí. Habíamos ido a tomar una cerveza unas cuantas veces después del trabajo y me lo pasaba bien con ella. Además, ambos compartíamos el mismo sentimiento por Marcelo: No lo soportábamos. Era el perfecto blanco de nuestras bromas. De hecho, fue gracias a un comentario de ella cuando descubrimos nuestro mutuo desprecio por este sujeto. Debido a su forma de andar, recto, todo estirado, lo apodamos “el pantera rosa” o el “palitroque”, como si tuviera un palo metido por donde no da el sol. Aunque Nieves estaba convencida de que esa parte del cuerpo de Marcelo debía estar muy bronceada, porque nada más podría justificar su ascenso. Me encantaba cuando decía esas cosas.
Al poco de empezar a trabajar, llegó con los labios y la sombra de ojos negros. A mí, ese contraste de color con sus ojos claros me encantó. Pero «a los de arriba», no. Le dieron un toque de atención. A los dos días, tenía el pelo teñido de verde. Volvió a tener otra charla. Al día siguiente llevaba puestos todos sus piercings, normalmente prohibidos por las reglas de la empresa. El jefe de su sección la miró en silencio, sin hacerle la más mínima gracia su aspecto. Ella se limitó a devolverle la mirada sin inmutarse e hizo un gesto con la cabeza a modo de cuestión. Era como si quisiera ser despedida. Aquel se limitó a darse la vuelta y dejarla por imposible. Cuando alguien la miraba con desaprobación, ella devolvía una sonrisa borde. Todos la odiaban. Tenía el coraje de hacer lo que le daba la gana y ellos no. Eso, en una oficina donde la gente está preocupada por su imagen, con reglas estrictas de etiqueta, era un acto de rebeldía. Era esa actitud transgresora lo que más atractivo de ella para mí.
Unos pocos días atrás, cuando ya teníamos más confianza, tras unas cervezas, me confesó que los cuartos de baño parecían cómodos. «¿Para qué?», le pregunté. Ella sonrió con esa cara de bruja del averno suya. No hicieron falta más palabras. Solo con eso, tuve un apretón en el pantalón. Pero no pasó nada más.
Ahora, Nieves estaba jugueteando con el bolígrafo. Me dio una patadita por debajo de la mesa. Cuando la miré, puso el boli horizontal, todo recto. Lo empujó hacia arriba, fingiendo meterlo en algún lado, mirando con un ojo cerrado al imbécil de Marcelo. Fingí toser para camuflar la risa.
―¿Todo claro? ―preguntó este al oírme.
Automáticamente, me senté bien en la silla.
―Sí. Todo claro.
El imbécil continuó con su presentación.
Nieves se inclinó hacia mí.
―Me aburro ―susurró en el oído.
Al hacerlo, me había rozado la oreja con los labios. Sentirlos tan cerca me puso la piel de gallina.
―No te he oído ―mentí para sentirlo otra vez.
Volvió a acercarse. Esta vez, saboreé el momento. Aspiré el aroma de ella.
―Me has oído perfectamente, vicioso ―dijo esta vez. Sin avisar, me clavó los dedos en la pierna.
Reprimí un grito. Me volvió a mirar, sonriendo con expresión de demonio, capaz de despertar los míos.
Me estaba poniendo muy nervioso. La garganta estaba seca. Mis manos temblaban de excitación. En ese momento, mi mente estaba muy lejos de allí. En realidad, muy cerca. Concretamente, sobre esa misma mesa, con todos los papeles esparcidos. Centré la atención en el PowerPoint para alejar estos pensamientos.
Entonces, sentí su mano en la pierna otra vez, pero, esta vez, con suavidad. Deslizó lentamente los dedos por el muslo hacia arriba. Aunque estábamos al final de la sala, la mesa era ovalada y los compañeros seguían estando cerca; podían ver algo en cualquier momento. Una cosa era bromear, pero esto era distinto. Me asusté. Mi primer impulso fue apartar la pierna. Pero una parte de mí no lo hizo. Tampoco le sacudí la mano. Dejé que siguiera. «No llegará muy lejos. Solo está provocando», me decía para tranquilizarme. En realidad, deseaba estar equivocado.
Lo estaba. Gracias a Dios. Llegó hasta la entrepierna. La acarició. Se le escapó una risita cuando descubrió mi pronta excitación. Pero me sentía impresionado, incapaz de hacer nada, moverme o reaccionar. Apartó la mano. Se reclinó para separar las piernas ligeramente. Subió la falda hasta mitad del muslo. Me estaba invitando. O quizá retando.
Sin poder creerlo, recogí el guante. Puse la mano sobre la rodilla. Ella acercó la pierna hacia mí. También subí lentamente.
Jugueteaba con el bolígrafo en los labios. Cruzamos miradas. Lo lamió muy despacio. Cuando llegó a la parte del capuchón, lo arañó con los dientes.
Seguí subiendo por la pierna, en busca del final del trayecto. Puso la mano sobre la mía, la apretó con fuerza. La sujetó. Sonrió con malicia.
Entonces, hizo una pregunta en voz alta a Marcelo. No recuerdo lo que dijo, pero me dio un vuelco el corazón. Mi reacción fue apartar la mano cuando el resto de la mesa se giró hacia ella. Pero no podía. La aferraba sobre su muslo, por debajo de la mesa, y no la soltaba. Forcejeé en vano. Ella miraba impasible a Marcelo, hablándole como si no pasara nada.
Solo fueron unos segundos. Cuando aquel respondió a su pregunta, todos volvieron a dirigir la atención a la pantalla luminosa. Pero para mí, ese instante fue una eternidad. Lo suficiente para hacerme sudar y poner el corazón a cien.
Nieves liberó la presa. Volví a mi posición. Estaba asustado. Pero, sobre todo, excitado.
Miré el PowerPoint, como un chico bueno, a recuperarme del susto, volviendo a la vida real.
Entonces, volvió a acercarse a mi oído.
―Cuando acabe esta mierda, quiero comprobar la comodidad de esos baños.
Y me clavó otra vez los dedos en la pierna.
November 30, 2021
Perdóname, padre…
Esto es un remake del relato «5 pecados», para un ejercicio de novela erótica del curso de escritura. He cambiado arias cosas para hacerlo mas «cuento»
Perdóname, padre, porque he pecado. Como sacerdote, mis pecados son imperdonables. Debería ser un ejemplo de rectitud, la luz guía de mi rebaño. Por eso, imploro su perdón. Apelo a la infinita misericordia de nuestro Señor.
¿Cuándo mis cinco sentidos me traicionaron, convirtiéndose en portales al pecado?
¿Cómo ha podido una sola mujer hacer aflorar estas emociones desconocidas por mí, hacerme faltar a mis votos?
Mis ojos, siempre fríos y sensatos, ahora se han convertido en mi mayor enemigo. Me muestran cosas nunca importantes antes, sin poder apartarlos de ella.
No es solo su cuerpo, cuando se mueve, cuando sus curvas se contornean con una sensualidad propias de la serpiente, ni la visión de su torso agitándose por la respiración. El auténtico tormento es su rostro.
Su cara, de facciones finas, casi angelicales, se torna en la imagen de la perdición, un rostro imposible de dejar de mirar. Mis escrutinio lo acaricia, me deleito con cada ligero gesto, cada mínimo cambio de expresión. Sus ojos, la manera de cerrarlos. Aquella sonrisa maligna, revelándome su deseo, fue algo imposible de ignorar, ni siquiera con la ayuda de Dios.
Me pedía no mirarla de aquella manera, pero ¿cómo dejar de hacerlo? ¿Cómo dejar de saciar un hambre de verlo todo, tanto lo que muestra su vestido como lo que oculta? ¿Cómo no ceder a sus encantos cuando vino a mi recámara privada? Incluso ahora, cuando ya no está, el recuerdo de aquellas horas vuelve a mí, imposible de ignorar. Ni siquiera cerrar los ojos sirve de nada. Todo cuanto pasó está grabado a fuego en mi mente, llena de aquello vetado para nosotros.
La sensibilidad de mi cuerpo se ha rebelado con una forma de placer desconocida hasta entonces. Cuando sus manos recorrieron mi piel, me perdí en la sensación más deliciosa nunca sentida. Pero esto no es nada comparado con el tacto de su piel. Incluso las imperfecciones solo sirven para acentuar la maravilla del resto de su fisionomía. Tan fácil es recorrerla que podía ir desde sus manos, pasar por los brazos, pechos, cintura, y acabar en sus pies en un movimiento fluido. Mis manos se convirtieron en ríos, fluyendo por el caudal de sus formas.
También mis labios se sumaron a este banquete de sensaciones, envidiosos, ávidos de participar. Devoré cada sinuosidad, sin dejar un ápice de ella sin ser besado o mordido, en un intento de saciar un hambre que, lejos de hacerlo, se acrecentó cada vez más.
Pero si esto hace pensar que el placer de sentir su cuerpo era algo insuperable, no lo es, porque nada de lo anterior puede compararse al deleite de hacer el amor con mis labios a los de su entrepierna. Ahí es donde mi lascivia se desbordó, mi deseo de vivir cambió a preferir morir entre sus ingles, porque ya nada podrá satisfacerme nunca como ese órgano de condenación.
El deleite de mis sentidos encontró otro nuevo mundo al llenarme de su sabor, el de su boca, su piel, la degustación de sus pechos, sus partes más íntimas. Un sabor que me ha mostrado otros mundos y me ha convertido en un adicto a él. Aún recuerdo sus risas al no entender mi extraña perversión. Es su olor, un ligero aroma, mi opio personal, al que soy adicto.
Es entonces cuando sus gemidos se hicieron hueco, acabando con mi cordura. Su voz pedía parar, pero su mirada decía lo contrario, y yo no pude, ni quise, detenerme. La forma en que me susurraba al oído que era su juguete de placer, el taparse la boca para ahogar su deleite, despertaba una furia interna en mí. No era yo mismo, padre. Una fuerza diabólica tomó posesión de mí, me entrelazó en el cuerpo de ella, corrompiendo la belleza de su espalda con los surcos de mis uñas. Lejos quedaron las palabras sagradas, ahogadas por gemidos, estimulando aún más mi deseo.
Dejé de ser un humano. Era un animal, su juguete, tal como ella dijo. Una bestia encomiada a la condena del fuego eterno.
Lo fui desde que mis sentidos me traicionaron, cuando deseé satisfacer este hambre, perderme en su aroma, su piel. Lo quise todo, sin límites. De hecho, lo sigo deseando, padre. Deseo cuanto quiera darme. ¡Todo! Deseo oír otra vez su voz azotando el pecado en mí para satisfacer todos los deseos, los suyos y míos, una bestia manejada como una mascota a su placer.
Rece por mí, padre, no solo porque he pecado, sino porque volveré a hacerlo. Mi alma pecadora arderá por siempre en el infierno. En realidad, me siento orgulloso de ello.
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November 17, 2021
Mi pequeña vergüenza
La última de ellas dejó de tener compulsiones hace unos instantes. Sus cuerpecitos jóvenes, tiernos, se balancean lentamente en sus respectivas sogas.
Me siento avergonzada. Soy una egoísta. Eran unas niñas, apenas diez años. Por supuesto soy la responsable. Pero no había otra solución.
Dejo la habitación, caminando lentamente por el pasillo. La moqueta está en muy mal estado. Debí hacerla cambiar hace tiempo. Ahora ya no importa. Lo importante ahora, es encontrar a las otras niñas.
Me asomo a otra habitación. Dentro, encuentro a las gemelas. Me miran con ojos enrojecidos, llorosos. Aún siguen vivas, en sus últimos segundos, también colgando al final de unas telas a modo de cuerdas. Una tercera, la que les ha ayudado a apartar la silla, está subiendo a la suya. Pone un trozo de tela alrededor del cuello. Me mira. Tiene miedo. No se atreve a saltar. Pobre. Es tan joven. Las lágrimas recorren sus mejillas. En un arranque de valor, salta de la silla. Ahora cuelga junto a sus amigas.
Siento compasión por ellas, pero asco por mí. Aún así es la mejor decisión.
Tras ellas, puedo ver la calle a través de la ventana. La puerta principal. Dije que había que quitar el cartel. No me hicieron caso.
Encuentro la siguiente habitación vacía, pero la ventana está abierta. Me asomo. Abajo, sobre la acera, están Maria, Susana y Emilia cogidas de la mano. Inertes, sobre un charco de sangre, aplastadas contra el suelo.
En la siguiente yacen Julia y Laura. Amigas hasta la muerte. La una con un cuchillo en las tripas de la otra.
En la última, Marcela está sentada sobre su cama. Su mano tiembla. Los ojos cubiertos en lágrimas. Solloza. En la mano tiene una cuchilla. La extendida.
Dice que no se atreve. Dice que tiene miedo. Son tan valientes. Yo tan cobarde.
Con cariño, tomo la cuchilla. Digo que cierre los ojos. Le corto el cuello. Es más rápido que las muñecas. La abrazo y la sujeto en sus últimos momentos. Mi ropa, cara, brazos están cubiertos de sangre. La sangre de una niña. ¿Pero acaso no lo estaba ya? Apenas habían vivido. Ya no lo harán. No conocerán nada de la vida.
Dije que ese cartel sería peligroso. Nadie me escuchó. Ahora debemos pagar el precio.
Subo a mi despacho. Observo la ciudad desde el balcón. Solo me queda esperar pacientemente. Enciendo un cigarro. Saboreo su aroma. Mis ojos terminan en ese maldito cartel.
No espero mucho. Antes de terminar el cigarro, los veo llegar. El cartel los atrae, como adiviné.
No tardan en derribar la puerta principal.
Sus pisadas resuenan por la planta baja, pisoteando los escalones con ansia. Al principio los oigo reír. Luego son quejas y maldiciones. Sonrío con satisfacción. Termino el cigarro y dejo caer la colilla al vacio. Solo encuentran niñas muertas, inútiles para sus deseos.
Dedico una última mirada a la ciudad. Es bonita, incluso en llamas y algunos edificios destruidos. Sigue teniendo encanto.
Una voz tras de mí anuncia al resto de sus compañeros que aún queda una mujer viva.
Saco la pistola del bolsillo. Mi pequeña vergüenza. Los soldados se detienen en seco al verla.
Me apuntan con sus rifles. No se deciden a disparar. Me quieren viva. Me quieren para su diversión. Soy su única muñeca.
No saben que solo tengo una bala. Pude dar muerte rápida a una de las niñas. Preferí guardarla para mí. Espero que me perdonen.
Con el cañón en la boca, mi último pensamiento es ese maldito cartel. Un cartel anunciando un colegio femenino era lo peor que se podía exponer en una ciudad conquistada.
September 16, 2021
El último beso
Aprieto la punta del cuchillo sobre su pecho.
Me suplica que no la mate. Se disculpa por todo lo que ha hecho. Da todo tipo de explicaciones. Me cuenta historias, culpa a otros. Mentiras. Sus mentiras me han causado demasiado daño. Tanto a mí como a cualquiera que las haya escuchado.
Hubo un tiempo en el que juré morir antes que nada ni nadie la hiciera daño. Un caballero debería mantener sus promesas. Muchos han muerto por esa misma promesa. Muchos han creído sus embustes.
Es un demonio con curvas de mujer. Ahora suplica. Llora. Casi me consigue engañar. Pienso en todo el daño que ha causado. No me importa en realidad. Pero creer que estoy haciendo un favor me ayuda. Solo debo empujar el puñal. Atravesar su corazón con un simple gesto.
La odio lo suficiente.
La amo demasiado.
Sus ojos son grandes, redondos y brillantes. Como cuando me miró desde el otro lado del local.
Me habla de nuestro último beso. Usa la nostalgia. ¿Cómo pude saber que sería el último? Nunca lo sabes. Lo descubres cuando ya es tarde.
No me muevo. No respondo a sus preguntas ni súplicas. Exige que diga algo. No puedo hablar. Maté por ella. Mentí por ella. Traicioné por ella. Hice todo lo que nadie debería hacer por una persona. Volvería a hacerlo.
La amo lo suficiente.
La odio demasiado.
Despierta viejos recuerdos. No sabe que no son viejos. Nunca se fueron. Siempre estuvieron conmigo. Es lo único que me dejaba.
Promete que esta vez será distinto. Jura que siempre me amó. Dice que debo ser un caballero. Hice una promesa. Un caballero debería honrar su palabra. Pienso en lo que sería volver a estar entre sus brazos. Como si todo este tiempo nunca hubiera existido. Todo habría sido un sueño.
Vivir una mentira. Hasta que volviera a mandar a alguien a asesinarme. Otra de sus marionetas. Imposible contarlas.
La odio lo suficiente.
La amo demasiado.
Sigue mintiendo. Dice lo que quiero escuchar. Esos recuerdos llevan a otros.
No podemos vivir en el mismo mundo.
El suelo se mancha de sangre. Me mira con lástima. En sus ojos hay comprensión.
El filo se abre paso.
Sus labios se juntan con los míos. Es el último beso. Esta vez lo sé.
Dice que me ama tanto como me odia. Yo la odio tanto como la amo.
Un caballero debe mantener sus promesas.
Todo se oscurece a mi alrededor.
August 5, 2021
July 25, 2021
Día #113 – Palahniuk te lo estira
Querido diario, dos puntos.
Estirar el tiempo en la escritura se me resiste.
A veces ocurren cosas dramáticas y quiero prolongar la situación. Por ejemplo, en “Cuna de alimañas”, hay un momento en el que a la protagonista la están estrangulando. Quiero prolongar ese momento, que sea molesto, expandido en el tiempo, pero no sé cómo hacerlo. Describir lo que siente no da para tanto sin sonar repetitivo y monótono.
En el cine es fácil, solo tienes que mantener la cámara enfocando al personaje sufriendo el tiempo que necesites, pero en la escritura no se puede.
Leyendo “Snuff”, del tío Chucky, he descubierto cómo hace este señor para conseguir este efecto: intercala descripciones de otras cosas, incluso ajenas a la acción principal. Pero no son cosas aleatorias, sino que de alguna manera están en congruencia o son una metáfora de lo que el personaje siente.
En realidad, esto lo he visto en dibujos japoneses. El personaje de turno está divagando sobre algo y durante unos segundo se ve un ave pasar. Ese pájaro no tiene relación directa, pero es metafórico con el momento.
Así que, intercalar situaciones metafóricas aunque distintas, puede ayudar a estirar ese momento y seguir explicando la escena sin ser redundante.
Debería escribir alguna situación así para practicarlo.
July 21, 2021
El drama de Legolas
Pese a ser un día cálido, en la mente de Legolas era una noche fría y lluviosa.
Le habían convocado a un concilio en casa de Elrond, para un asunto sobre un anillo y el resurgir del temido Sauron. En realidad, no le importaba nada de todo aquel asunto. Sus pensamientos estaban en otro mundo.
No podía dejar de pensar en cuan marginal se sentía de la banda a la que iba a acompañar. Con sus ojos de elfo, miraba a todos los allí reunidos avergonzado. A su juicio, tenían un aspecto majestuoso, divino, vedado por siempre para su raza. Todos ellos poseían algo que había deseado desde siempre.
Barbas. ¡Barbas! Solo podía pensar en todas aquellas maravillas pilosas.
El enano, con sus maneras toscas, lucía una frondosa, sana, bien cuidada, digna de un rey de reyes. Los humanos, en cambio, apostaban por un estilo corto, un poco descuidado, dotándoles de un aspecto canalla. La de Gandalf… oh, ¿qué se podía decir de la suya? Ni siquiera la belleza del idioma élfico era capaz de expresar sus emociones al contemplar la maravilla capilar del mago gris, la densidad, tamaño, canas… Solo el cabello del mismísimo Elrond, brillante, hidratado y sedoso, podía compararse al vello facial de este hechicero. Pero incluso en ese caso, solo era una simple cabellera.
Legolas se sentía orgulloso del cutis de porcelana que le caracterizaba, rival de las mejores sedas de Lothorien, pero sin un pelo en la faz para mesarla, decorar con anillos o hacerse trenzas, carecía de sentido. Oculto tras una fachada de falso orgullo, era un paria, un bastardo capilar. ¿Cómo podía siquiera plantearse acompañar a seres tan maravillosos, formar parte de esa comunidad? No le aceptarían entre ellos. Maldijo su sangre inmortal.
Cuando terminó la reunión, corrió a sus aposentos a llorar desconsolado, abrazado a su unicornio de peluche. Entre llantos, clamaba poder tener barba. Haría cualquier cosa por conseguirla; suplicó a todos los dioses por ella.
Tras horas de llantos desconsolados, un fulgor blanco, surgido de un rincón del techo, interrumpió sus juramentos. Legolas observó, con curiosidad, la misteriosa luz, cada vez más intensa por momentos. De ella surgían las voces de los Valar, recitando cánticos jamás escuchados. Sus versos le animaban, le decían que había un elfo barbudo en su interior, esperando a ser liberado si realmente lo deseaba. Le aseguraban ser el creador de un nuevo linaje élfico, con los carrillos poblados por un cabellos como no habría otra igual.
Legolas lo ansiaba con todo su corazón y no dudaba en aceptar cuanto los Valar le pidieran. Uno de ellos le tendió una navaja forjada en la luz del inicio de los tiempos. Al principio, no lo entendía, pero enseguida vio claro su destino. Solo pensarlo, le aterraba. ¿Sería capaz de hacerlo? ¿Era tal el deseo por cultivar su mentón?
…
A la mañana siguiente, la comunidad del anillo estaba lista para partir. Cuando apareció Legolas, todos le miraron en silenciosa sorpresa.
Nadie dijo nada, pero todos comprendieron. Aragorn intercambió miradas con Boromir. Gimli dejó escapar una gran nube de humo con admiración. Ni siquiera Gandalf pudo ocultar una sonrisa de respeto. Tras unos segundos, todos ellos asintieron con aceptación.
El elfo lucía una frondosa barba como el ónice, ondeando al viento libre, orgullosa, sana, brillante. La acariciaba lentamente, entrelazando sus dedos por entre los filamentos, disfrutando de cada sensación.
No importaba de dónde la había sacado; era uno de ellos. Ahora, Legolas formaba parte de una auténtica hermandad de aventureros.
No esperaron a despedirse de Elrond para partir, pues sabían que no se dejaría ver. Pasaría mucho tiempo hasta volver a ser visto. Por lo menos, hasta conseguir una buena peluca.
La promoción
Si te ha gustado esta historia, no la encontrarás en mi libro, recopilación de varios cuentos, pero hay otros que, seguro, no has leído.
July 15, 2021
Invocación
El almacén de una tienda de alimentación estaba siendo escenario de un ritual. Las voces de sus tres hechiceros sonaban entre las estanterías, sacos de patatas y cajas de frutas varias.
—Jayi´ana hulbi… Fatatan tuhraik muakhahtirak nasbilat… Fatatan tuhraik muakhahtirak nasbilat… Fatatan Fatatan Fatatan Fatatan tuhraik muakhahtirak nasbilat.
Conforme recitaban las últimas palabras, una chisporroteante brecha violeta se abrió en el aire. Poco a poco, la grieta creció.
Los magos esperaron algo que, aparentemente, no pasó. Mantuvieron la concentración un poco más, por si acaso, pero cuando Andrea hizo el popular gesto de cortarse el cuello con los dedos, lo cancelaron.
—Esto no funciona.
Tobías miró con ojo crítico el interior de la marmita.
—Estoy seguro de que la culpa de todo es de esta pócima. No me parece canónico un brebaje hecho en frío. Lo normal es cocinarlo.
Andrea negó con la cabeza mientras analizaba con atención el pergamino para ver que estaban haciendo mal.
—Según esto, es en frío, te lo he dicho mil veces.
Hornol, el tercer miembro y único enano, se sentó sobre una caja de manzanas para encenderse una pipa.
—Tu contacto te han timado, primo. Esa receta es un pufo.
—Imposible. Es muy rigurosa con lo que vende. Se toma muy en serio no andar pasando cosas inútiles. Hay algo que estamos haciendo mal —dijo Tobías, y le quitó el pergamino de las manos a Andrea. Esta le dedicó una mirada represiva—. Con permiso —se corrigió—. ¡El problema de esta receta es que todas las medidas están en el puñetero sistema de Siau Lundul! Esa gente tiene la manía de medirlo todo en cosas. «Una taza de guardaloma. Una cucharada de fuentorcia fresca…» ¿Por qué puñetas no usan el sistema decimal como todo el mundo? Es objetivo, claro y conciso. ¡Diez gramos son exactamente diez malditos gramos pero tienen que andar midiendo las cosas en tazas! ¡En mi casa tengo por lo menos cinco tazas cada una de un tamaño! ¿Cuál uso? La madre que los parió.
Hizo una pelota con el pergamino y lo lanzó con furia. Andrea lo rescató de detrás de unos sacos de nabos con un suspiro.
—Cuando se te pase la rabieta haz algo útil, como cerrar el pico, ¿quieres?
La chica repasó con cuidado todas las instrucciones. Según se leía, la invocación constaba de varias partes; una vez habían abierto el portal de gusano estándar, para comunicar ambos mundos (lo cual habían hecho), la pócima de la marmita atraería a los Externos, unas criaturas de otro mundo. Hasta ahora, ninguno había asomado por la grieta. ¿Y si el fallo estaba en eso? Quizá estaban abriéndola en algún punto del mundo de los Externos equivocado y no había ninguna criatura cerca.
El enano dio unas cuantas caladas a su pipa para añadir humo al cuarto.
—Pues igual se nos va de las manos, primo. Quizá ese hechizo es demasiado gordo para nosotros.
—Una leche. Abrimos el portal sin problema. Podemos hacerlo entre los tres. El problema son las medidas ¿Cuántos gramos son una taza grande?
El enano bajó de la caja de un salto y se acercó a la marmita. La olisqueó un poco. Metió el dedo dentro y, para sorpresa de los otros dos, se lo metió en la boca. Saboreó el mejunje durante unos segundos, y chasqueó los dedos.
Dio vueltas por toda la trastienda para coger varios tomates, apio, dientes de ajo y una manzana.
—¡No cojas nada, tarambana! Luego no sale el inventario y el jefe se cabrea.
—Déjalo, Tobías. Tiene pinta de saber lo que está haciendo.
—Me pasa por usar la trastienda del curro para estas cosas…
El enano troceó todo con su cortaplumas y lo echó a la marmita. Lo agitó un poco y, pese a las negativas de Tobías, vació una botella de aceite de oliva. Volvió a probarlo.
—Venga, démosle caña otra vez. Ahora sale del tirón.
Los tres magos volvieron a sus posiciones.
—Jayi´ana hulbi… Fatatan tuhraik muakhahtirak nasbilat… Fatatan tuhraik muakhahtirak nasbilat… Fatatan Fatatan Fatatan Fatatan tuhraik muakhahtirak nasbilat.
La grieta se formó otra vez y, esta vez, una pata fina, larga y nudosa, apareció por ella. Una criatura de compleja descripción apareció con timidez olisqueando el aire. Poco a poco entró en el almacén, atraído por el contenido de la marmita. Dedicó unos momentos a observar el entorno con cautela y, por fin, se lanzó a devorar la pócima. Dominarlo con otro hechizo, tal como describía el pergamino, fue fácil. El trío observaba con satisfacción su primer Externo esclavizado. No sabían para qué lo quería, pero eso era lo de menos. Lo importante no era tener, sino conseguir.
Andrea observó con curiosidad lo poco que la criatura había dejado en la marmita.
—¿Puedes explicarnos qué has hecho?
—En cuanto lo probé me di cuenta del fallo; eso sabía a gazpacho insulso. Solo había que darle sabor. Los Externos serán todo lo alienígenas que quieras, pero no son gilipollas y distinguen entre algo bueno y una birria de sopa. Mañana traigo unas croquetas de las de Jacobo e invocamos a Tchulkrut, primigenios y lo que haga falta.