J.C. Hidalgo's Blog, page 5
July 7, 2021
Día #112 – Murphy, estar gilipollas y la vida misma.
Querido diario, dos puntos.
Hola, me llamo Javier y estoy gilipollas.
Una cosa importante para las historias, son los giros que crean problemitas o los hacen más interesantes, la Ley de Murphy aplicada a la escritura. Hasta aquí, todo normal.
El problema lo tengo cuando me pongo a escribir y digo «tengo que meter una complicación a los personajes», porque no se me ocurre nada. Lo que más rabia me da es que, precisamente, mi vida es una granja Murphyana. Yo inventé el concepto de “la ley de los siete pasos”, que significa que, para cada cosa que quiera hacer, antes, debo hacer otras cosas, que no aportan nada, pero están ahí solo para jorobar.
Por ejemplo, quiero cargar el móvil: necesito el cable. No lo encuentro (the quest for the cable). Abro un cajón a ver si está ahí, pero hay una silla en medio; debo apartar la silla. Al hacerlo, esta golpea algo y otra cosa cae. Recojo lo que se ha caído, que, por supuesto, ha ido a parar en el rincón más apartado posible (The quest for the lost item). Rebusco en el cajón para lo cual, debo sacar cosas; el cable no está ahí. Pongo todo lo sacado otra vez dentro. Pongo la silla otra en el sitio. A ver si lo tengo en el armario; muevo otra cosa, tengo que rebuscar, apartar mil trastos, encuentro algo que no sé lo que és y me lio intentando averiguar qué es eso… Etc.
Solo para encontrar un cable, realizo montones de pequeñas tareas, tan pequeñas como innecesarias y torpes cuyo único objetivo es el de convertir en segundo acto mi aventura de cargar el móvil. Continuamente a lo largo del día; ir andando y que algo se me enganche en un pomo de puerta o un saliente; cosas que se caen, aunque estén lejos de mi y no las haya tocado; cosas que no encuentro; programas que no funcionan o se quedan pensando cada treinta segundos; clientes que no están donde deberían y me toca buscarlos; un largo etcétera.
Pero cuando debo pensar un evento para complicar la vida de mis personajes, no se me ocurre nada pese a tener una vida llena de contratiempos absurdos.
Por eso, estoy gilipollas, porque que mi vida es una granja de cosas absurdas para la inspiración y yo en Babia.
A ver si espabilo y cada vez que me pase una pirula, la anoto y me hago un glosario con contratiempos.
July 3, 2021
Día #111 – Mi worldbuilding (o casi)
Querido diario, dos puntos.
En el curso de escritura, esta vez teníamos que escribir un texto de 1100 palabras máximo sobre worldbuilding.
Lo difícil en este caso es resumir todo lo que tengo en la mollera en tan poco espacio. Al final opté por ceñirme exclusivamente en la ciudad donde ocurren la mayoría de mis historias, y transmitir el trasfondo más importan al rededor del que giran. Al final no lo conseguí, porque dediqué mucho a explicar la economía y el asunto de los imperios mercantiles, pero el mundo criminal lo cuento muy por encima. Aún así, es importante resaltar el mundo “normal”, el no criminal, porque al fin y al cabo es lo que lleva a la gente a caer en el crimen.
En fin, esto es. Quizá como cosa personal (y por llenar entradas de blog para darle movimiento a esto), hago más entradas explicando otros aspectos del mundo.
Si alguien lee esto (suena a mensaje de naufrago), me gusta que pusiera en los comentarios lo que todo esto le sugiere, para ver si transmito lo que quiero transmitir, qué tipo de mundo y entorno es el reinante en este burgo.
Por cierto, parece que el nombre de Tolnedra lo he plagiado inconscientemente, ya que es una de las ciudades de las crónicas de Belgarath, libros que leí hace mil años. No sé que hacer, si cambiarlo y evitar problemas o dejarlo como un guiño a esas novelas.
Para cuando el sol está asomando, las calles de Tolnedra ya son un hervidero de actividad. Decenas de carros transportan materias primas, recién descargadas de los barcos o lonjas, donde fueron almacenados el día anterior, a talleres para ser transformados en productos. Otros barcos y transportes reciben su carga en un ciclo furioso y continuo, disputándose la calle con rebaños de animales, en su camino a mataderos para el mismo destino que los otros materiales. Tal bullicio y actividad, fue, por decirlo de alguna manera, un accidente que convirtió una pequeña posada de tránsito en uno de los burgos más grandes de Lacre, hasta el punto de ganarse el título de metroburgo.
La cantidad ingente de este trabajo artesanal, en especial la forja del acero, base de la economía de Tolnedra, exige que las llamas de cientos de fraguas no conozcan el descanso. Sus calderas consumen carbón con un hambre insaciable, entre el bullicio de golpes de martillos, gritos y órdenes de sus trabajadores. En los niveles superiores, los maestros artesanos trabajan con vehemencia, dirigiendo a sus subordinados, crean nuevos diseños o perfeccionan los conocidos. En los inferiores, hordas de trabajadores, con sus manos como única cualificación o cultura, dedican la mayor parte del día a asegurar la productividad de todas esas factorías.
Mientras, otras partes del burgo se pueblan rápidamente con tiendas, cuyos operantes publicitan, con más o menos gracia, sus productos y precios. Estos pequeños comercios, los de toda la vida, ven con ojos amargos su existencia amenazada por un nuevo tipo de amenaza, los Imperios Mercantiles de artesanos y mercaderes. Estos titánicos conglomerados, bestias feroces capaces de todo por dominar el mercado, fagocitan los gremios de oficios sin ningún tipo de piedad. Decenas de tiendas de barrio han cerrado sus puertas en los últimos años, ante el creciente poder de estos colosos, y propietarios optan por trabajar para ellos. Los menos afortunados, acababan en la indigencia.
A estos Imperios les gusta verse a sí mismos como una gran familia, donde las diferentes secciones cooperan como hermanos y permanecen unidos. Realmente son como una gran familia, de esas donde se hace lo que el patriarca manda mientras estés bajo su techo; si padre no está contento con el gobierno de la ciudad, sus hijos tampoco lo están.
A diferencia de otros países, donde el gobierno recae en alguien por ser «hijo de», en Lacre, tras ganar la independencia mediante una revolución clásica un par de siglos atrás, desecharon ese sistema y adoptaron otro basado en contratos. Aquí, la gente se organiza para decidir sus leyes y sistemas. Luego, contratan a alguien para encargarse de llevarlo a cabo durante seis meses, renovable a otros seis y si sigue, con contratos anuales. Si a la gente no le gusta, no lo renuevan o lo despiden. Son los ciudadanos quienes deciden cómo será gobernada su población. Pero la mayoría de esos votantes trabajan para uno u otro Imperio Mercantil. Por lo tanto, quien domina a la masa obrera, domina el gobierno. Por este motivo, el actual Encargado del Metroburgo está con la soga al cuello, en un equilibrio entre gobernar la ciudad que lo contrató, y mantener contentos a estos Imperios.
Una mayoría analfabeta cuyas únicas perspectivas son trabajos artesanales o de campo, enseñados de boca en boca, obcecación por ceñirse a lo práctico y un lema nacional, «si ha funcionado los últimos quinientos años, no lo toques», ha llevado al país a un retraso tecnológico, cultural y mágico con respecto a otras naciones. La magia no está prohibida ni mucho menos; de hecho, Tolnedra cuenta con un Instituto de Formación Profesional de Magia Ernestina. Ver magos es relativamente frecuente. Existe un mercado de objetos mágicos y, aunque pocas, principalmente extranjeras, es posible encontrarse con personas con partes del cuerpo sustituidas por versiones golem. Pero, en estas tierras, la gente desconfía de lo que no pueda hacerse con herramientas clásicas. Solo unos pocos hechiceros consiguen trabajar en Imperios Mercantiles gracias a tener buenos contactos. El resto, malviven como magos autónomos, emigran a países con mayor orientación a la magia, como Siau Lûndul, o acaban en el mundo clandestino, ofreciendo sus servicios de forma ocasional para alguno de los tres sistemas de crimen organizado. Quienes no se adaptan a esta realidad, acaban por dejar la magia y dedicarse a trabajos no cualificados para poder pagar las facturas.
No solo mercancías llegan a Tolnedra. Decenas de forasteros de zonas cercanas, o de otros países, son atraídos por las posibilidades que un metroburgo ofrece. En este crisol, no solo de culturas, humanos, enanos, mürgol, varadiktas y goblins, han convivido desde hace generaciones, hasta el punto de no existir una segregación entre ellas. Por encima de las diferencias raciales, los une una cultura lacronia común. Así, un humano se siente más hermanado con un mürgol paisano que con un humano de Eriador.
En la otra cara de la moneda, está el mundo de las sombras. Con tanto comercio, mercancías, barcos entrando y saliendo, la delincuencia aflora como hongos. Muchos transportes nunca llegan a su destino; algunas mercancías desaparecen; cientos de carteristas están al acecho del despistado; el juego clandestino y peleas prohibidas en sótanos mueven cientos de toquens en apuestas; prostitución, trafico de sustancias exóticas, contrabando o cualquier otra forma de ganarse el dinero como sea, es la sangre que corre por las venas de Tolnedra, la alimenta, la refuerza. Este es un lado del burgo cuyas reglas te conviene aprender cuanto antes; el río cuenta con peces bien alimentados con quienes se pasaron de listos. Tres sistemas de crimen organizado dominan la ciudad y nada ocurre sin su consentimiento. Es importante conocer la ley de la calle, los códigos de las bandas, las normas de los sistemas, ya que, a menos que quieras una vida de vasallaje en uno de los imperios mercantiles, más te vale saber moverte en este lado del burgo, porque es donde vas a vivir y, con toda certeza, morir. La cuestión es, ¿qué vas a hacer con ese breve lapso de tiempo?
June 30, 2021
Día #110 – Repeticiones
Querido diario, dos puntos.
El otro día empecé con la revisión del cuento “la granja del tesoro” (la de las gallinas ninja). Lo primero que hago hoy día es buscar las típicas palabras que se tienen a repetir: que, y, gerundios, adverbios (las acabadas en -ado), había, etc.
La mayoría las tengo controladas, pero los queses y las ies las pongo a manta. Me toca andar remendando esto para evitar las repeticiones. Es probablemente la parte más tediosa de toda la escritura, pero no se va a hacer sola. Así que, a la marcheta. Lo bueno es que en el proceso me doy cuenta de cosas repetidas, redundancias y cosas eliminables sin problema, lo que acaba por resumir el texto.
June 27, 2021
Día #109 – Vida de un joven rebelde criminal
Querido diario, dos puntos.
No posteo por aquí mis pensamientos diarios desde hace tiempo. Cuando lo hago, normalmente es en la página de FB, El síndrome del impostor, y poco porque en lugar de ser las cosas más sencillas, tienden a hacerlo todo más complejo, torpe y molesto, y me resulta un dolor de muelas postear nada allí.
Voy a ver si recupero la costumbre.
Ayer terminé de repasar el cuento«La ley de Tolnedra». Cuenta la historia de un joven criminal que se rebela contra el sistema, tanto legal como criminal, sin considerar las consecuencias de sus actos.
No hay nada digno de mención, aparte de cambios en algunas frases y reestructuraciones. Lo único llamativo, es un cambio de punto de vista sin venir al caso hacia el final. Durante toda la historia, se narra como omnisciente, centrado en Janiro, el protagonista principal. Sin embargo, al final, cambio a narrar las cosas desde la perspectiva de su antagonista. Reconozco que esto lo hice por esa neura del worldbuilding, el mostrar tu mundo a la menor oportunidad (como hace la gente con las fotos de sus bebés). Aquí, quería mostrar las relaciones entre la guardia de la ciudad y el grupo criminal y, por eso, me pasé al PdV del villano. Lo cambié y volví a centrarme en Janiro, desde su perspectiva. Se siguen viendo esas relaciones, pero ahora, las cosas están encauzadas.
De paso, usé la primera mitad del cuento para un ejercicio del curso PEN de escritura. Ya lo postearé más adelante.
June 15, 2021
Ejercicio policiaca II
Esto es el segundo ejercicio de escritura policiaca para el curso de escritura que estoy haciendo. En él solo había que presentar al personaje principal y sus circunstancias.Usé a Samanta, el personaje que sale en mi segundo proyecto de novela “Cuna de alimañas”
—No me interesa.
El comisario se frotó la frente para calmarse.
—Vamos a ver, Samanta. Haz el favor de ayudarme con esto. Ya sé que has venido de vacaciones, pero estoy desesperado.
La chica respondió en el mismo tono seco y distante.
—Te equivocas de persona, Donlin. Ni soy investigadora ni tengo idea de cómo se hace eso.
—Tu abuela me habló sobre tu colaboración con la guardia de Tolnedra para resolver un par de casos.
—En contra de mi voluntad. No entienden la diferencia entre ser maga e investigadora. Como tú.
La chica no cambió su postura en absoluto, sentada junto a la ventana mientras fumaba con tranquilidad un purito fino.
—Escúchame. Soy un simple comisario rural. No estoy acostumbrado a este tipo de cosas. Los problemas de aquí son disputas sobre si un pozo está en terreno de los Belloto o los Mondongo, o evitar una masacre entre pueblos rivales porque «han ofendido a madre». Esto se me queda muy grande. Tú vienes de un gran burgo; allí estas cosas deben ser comunes. Has estudiado, eres inteligente y muy lista. Recuerdo cuando, siendo niña, siempre conseguías manipular a tus hermanos. Además… eres maga. Podrías… Ya sabes, hacer cosas con hechizos.
El comisario permaneció en silencio, cruzando miradas con la chica, a la espera de una respuesta. Tras un par de minutos, Sam lo miró, pensativa.
—Perdona, no estaba prestando atención. Me lo puedes repetir.
La paciencia del comisario estaba acabándose. Seguía siendo la misma niña repelente, no escuchaba cuando le hablaba, ni hacía caso a nada. Respiró hondo para contener los nervios.
—Tienes estudios, experiencia con la guardia, además de con la magia. Todo eso sería de mucha ayuda ahora mismo para mí.
Samanta respondió en un tono muy tranquilo, de los que enervan aún más a los ya nerviosos.
—La guardia no me enseñó nada. En cuanto a la magia, soy especialista en ilusiones. Hago quimeras, fantasmas. No, no ese tipo de fantasmas. Me gano la vida con la investigación y diseño hechizos; ni soy maga de campo ni sirven para fisgonear nada.
—¡Los investigas y diseñas! Eso suena muy técnico. Te documentarás, ¿no? Harás pruebas, compararás, tendrás un método científico.
Samanta se dio cuenta de su error. Contraatacó rápidamente.
—En cualquier caso, ¿a quién pertenece la mano esa?
—Es un pie. No sabemos a quién pertenece. Ahí está el misterio. Te lo he dicho antes.
—¿No es de nadie del pueblo?
—No.
—¿Forasteros?
—Tampoco.
—¿Cuál es el nombre del chico que se perdió el otro día?
—Nadie se ha perdido, no intentes liarme.
—¿Seguro?
—Completamente.
—¿Has hablado con la familia de la víctima?
—¡Samanta! No sabemos a quién pertenece. No es de nadie del pueblo. Todo el mundo conserva el mismo número de pies del día anterior. Es un extra. Hay dos por persona, más uno. Ese no debería estar en este poblado. O, por lo menos, no sin el resto de la persona. Sí, es un pie. No es una mano, ni una cabeza, ni una oreja. ¡Un pie! Con sus cinco dedos, su tobillo y sus cayos, pero sin persona. ¿Cuántas veces me lo vas a hacer repetir?
—¿No era una mano?
—¡Es un pie! ¡Lo he tenido a esta distancia!
—Vale, pero no entiendo por qué me lo pides a mi.
—¿Otra vez?
—Estaba en otra cosa en ese momento.
El comisario reprimió dar una patada al suelo.
—Da igual. Ya me apaño yo. Le pediré ayuda a la Reme. Buenos días.
Salió de la habitación con un portazo. Samanta suspiró, satisfecha. El mismo truco de siempre seguía siendo efectivo.
No había venido al pueblo de sus abuelos para investigar cosas raras, sino a descansar, buscar inspiración para nuevos diseños. No estaba interesada en el asunto.
Aún así, el comisario decía la verdad. Lo conocía, era una persona honesta, o, al menos, lo fue hace años; la gente cambia. Ella no confiaba en los rumores del vulgo, no tanto porque mintieran, sino porque hablaran sin tener ni idea. Pero, cuando una persona repetía lo mismo en varias ocasiones, al borde de la rabia, debía de estar siendo sincero. La chica no había prestado atención a las palabras de Donlin por un motivo: le importaba más el cómo lo decía. Desconfiar de las apariencias es de primero de mago ilusionista, y uno puede saber muchas más cosas por todo lo que no se dice, pero se expresa. Algo raro había pasado, ¿quién sabe si era un hecho aislado o el principio de algo más grande? Los pies no aparecen sin motivo, con o sin magia. Aunque le fastidiara, un pinchazo interno le hacía sentirse incómoda con algo así pasando cerca de su abuela.
No aceptaba dejarlo en manos de doña Reme, la curandera del pueblo. Esa mujer no adivinaría dónde cagó su perro aunque estuviera pisando las heces.
En cualquiera de los casos, asumía sus escasas opciones. Donlin había pasado años manteniendo la paz de familias reñidas por el control de un pozo en tierras lindantes, o evitaba masacres entre pueblos rivales. Alguien así era capaz de muchas cosas. Lo había analizado durante la discusión. Dedujo cuál sería el siguiente paso de ese perro viejo.
Apagó el purito con resignación.
Bajó con calma a la cocina. Apenas abrió la puerta, su abuela se echó a sus brazos.
—Muchas gracias, Samanta. Donlin me ha dicho que has aceptado.
—Claro, yaya. Seguramente no es nada importante. Algún mago torpe debió pifiarla al teleportarse —mintió.
Dedicó una mirada fría al comisario. Este había cambiado su expresión completamente a una sonrisa de chacal triunfante. Samanta lo maldijo para sus adentros. No era aquel joven comisario, inocente y manipulable. El canalla había aprendido nuevos trucos.
Se puso en pie.
—Cuanto antes empecemos, antes acabaremos.
—Donlin —comenzó Samanta—, ¿podría informarme de qué ha pasado?
El comisario había ganado el duelo, pero no le iba a hacer agradable la victoria.
May 24, 2021
Ejercicio policiaca
Argantillas era una pequeña villa. En realidad, apenas consistía en una herrería, una posada y unas pocas tiendas más, apartada de otros burgos mas importantes.
El deshielo daba paso a la primavera, y varias flores ya asomaban por entre la nieve. Los dos hijos de Artolia habían venido al bosque colindante precisamente a ver esos primeros brotes. Como no había animales salvajes en las cercanías, no suponía ningún peligro para los niños jugar allí. De hecho, era un lugar frecuente, con la posada como única alternativa al entretenimiento.
Súbitamente, los gritos de los niños alertaron a su madre. La mujer dejó lo que estaba haciendo y corrió en busca de sus hijos.
No tardó en encontrarlos, aún en las cercanías de la casa. Estaban plantados. Observaban, con expresión extraña, algo en el suelo.
—¿Estáis bien? ¿Os habéis hecho daño?
—¡Mamá, mira!
Artolia miró donde señalaba su hijo. Soltó un grito de horror al ver lo que la nieve medio derretida había mostrado.
…
Donlin, el comisario del pueblo, estaba desconcertado. También asustado. Además, era el único representante de la ley. Al ser un pueblo tan pequeño y tranquilo, nunca había hecho falta ningún tipo de guardia, y él solo se bastaba para solucionar los escasos problemas locales. Ahora, todo el pueblo tenía los ojos en él, en busca de respuestas.
—Comisario, ¿cómo ha llegado eso ahí?
—Un poco de calma. Dejadme pensar. Pero, ante todo, no lo toquéis.
Donlin se rascó la cabeza. Se acercó y observó aquello con detenimiento. Tras él, un pequeño grupo de locales observaba la escena.
—¿Estáis seguros de que todo el mundo está bien? ¿Nadie ha desaparecido? ¿Ningún altercado o algo raro?
—No. Ya hemos preguntado, varias veces, y todos están bien. Asustados, pero bien —respondió alguien del pueblo.
«Maldita sea. De todos los pueblos del mundo, apareces en el mío».
—¿Ha pasado algún forastero?
—Ninguno en las últimas semanas —dijo el posadero.
—¿Has averiguado algo ya? —preguntó el maestro herrero.
—¿Cómo voy a saber nada, hombre?
Sin embargo, aquello era una puerta a muchas preguntas cuya respuesta, probablemente, no quería saber.
—¿De dónde has salido tú? O, lo más intrigante, ¿a quién perteneces, y dónde está?
Allí, tirado en el bosque, a poca distancia de la casa de la Artolia, había aparecido, sin motivo, un pie humano desnudo cercenado. Sin marcas de dientes, ni violencia. Solo un corte perfecto a la altura del tobillo.
May 9, 2021
La decisión
Desde un extremo de la calle, Tobías miraba fijamente a Maxom, situado en el otro en idéntica postura. Aunque le calmaba estar a distancia de su espada, esto también ponía a su enemigo fuera del alcance de sus hechizos.
La pequeña tropa de guardaespaldas de su enemigo observaba sin inmiscuirse. Tras él, estaba su única banda: Hornol, expulsado de la academia de magia por torpe. Este intentaba, por todos los medios, convencer a su amigo de lo absurdo de la situación.
—Tío, no seas idiota. Te va a cortar la cabeza.
Tobías lo ignoraba. Aunque nadie lo había declarado, esto era un duelo oficial de un estudiante de tercero de mago contra un guerrero veterano. Maxom aún mantenía la espada envainada, pero su mano no soltaba el mango. Intercambiaron miradas de odio mutuo.
—Ningún lanzachispas me va a dar órdenes, especialmente un par de niñatos.
—Yo no he venido aquí a darte órdenes. Solo quiero ayudaros para convertir esto en una auténtica banda.
Nada en el rostro de Tobías delató la mentira. Realmente intentaba manipular a los bandidos de este poblado oculto, usarlos como sus secuaces personales y conseguir un puesto dentro del crimen local. Maxom se rebeló como el mayor de todos los obstáculos. El guerrero apareció desde el primer momento para crear problemas, no solo contra él, sino contra toda iniciativa de hacer de Orxate una comunidad de ladrones próspera. Aterraba al mago hasta la médula, pero todos los maltratos a los que le sometió agotaron su paciencia. Aunque tenía miedo, sobretodo, estaba furioso.
Apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando el espadachín cargó sin aviso.
—¡Taqa Yadfae!
Una onda púrpura translúcida le golpeó. Este cayó y se incorporó en un solo movimiento con gran pericia, listo para lanzarse nuevamente.
—¡Taqa Dire!
Un halo del mismo tono cubrió al mago justo cuando Maxom llegó a su altura con un embiste de la espada. El hechizo protector frenó parte de la inercia del ataque, pero no lo suficiente. Tobías sintió un palmo de acero dentro de su vientre. Tras unos segundos, cayó al suelo, cubriéndose la herida sangrante.
—No has durado ni un asalto. —Rio triunfante. Limpió la espada y la envainó—. Con este ataque, hubieras muerto en poco tiempo. Pero ahora, gracias a tu truco, morirás lentamente en agonía. Debo darte las gracias por dejarme disfrutarlo.
Hornol corrió junto a su amigo. Este se retorcía e intentaba formular un hechizo, sin éxito.
—No puedo hacerlo. —Tobías aguantó un quejido—. Duele demasiado como para poder concentrarme. Debes hacerlo tú.
—¿Yo? ¿Estás loco? A mí solo se me da bien hacer explotar las cosas. Recuerda las ranas cuando practicamos la curación.
—Puedes hacerlo, solo debes concentrarte bien, controlar esos dedos de morcilla que tienes.
—¿Estás seguro?
—No, pero no hay otra opción.
Maxom había vuelto con los suyos. Se sentó a ver tranquilamente cómo el mago moría.
Hornol puso las manos en posición. Pronunció las palabras lentamente, con mucho cuidado.
—Alkjurum Tiam-kaira.
—Vas bien. Mantén la concentración. Cuida el pulgar de la mano derecha. ¡Tu otra derecha! Céntrate.
—¡Cállate! ¡Me estás poniendo nervioso!
—Me callo, pero date prisa.
Volvió a reunir la concentración. Una neblina arenosa surgía de sus manos y se difuminaba en la herida de Tobías. Poco a poco, se curaba. Este reprimió sus ganas de decirle cosas para no desconcentrarle. Por fín, tras unos segundos eternos, la herida estaba completamente cerrada, aunque con una cicatriz bastante extraña, con algunas partículas de piedra.
—¡Lo hice! Ha funcionado. No has explotado o salido en llamas ni nada, de momento.
—Sabía que podrías hacerlo. Ahora, voy a finiquitar esto de una maldita vez.
—¿No volverás a por el psicópata ese?
—Quiero Orxate. Quiero ser su líder. No voy a perder esta posibilidad cuando la tengo tan cerca.
Maxom se incorporó, listo para enfrentarlo.
—De verdad estás decidido a morir.
—Eso ya se verá. Tengo algunos trucos en la manga.
Las manos de Tobías emanaron un vapor denso violáceo al concentrarse.
Hornol se limpió el sudor de la frente. No podía dejarle morir de esta manera, pero tampoco meterse, de lo contrario, el resto de los guerreros se sumarían. Solo podía gritarle desde la distancia.
—Tío, déjalo, esto es algo muy gordo. Se nos va de las manos.
—¡Nunca después de todo lo que hemos pasado por esa gente, por conseguir su confianza. No voy a rendirme ahora. Me he ganado ser su líder. ¡Lo merezco!
—Esto nos supera, ¿no lo ves? Te has obsesionado con tus sueños de ser un señor del crimen. Déjalo, vámonos a casa. Es mejor huir para luchar otro día que morir y no poder ganar nunca. Ya encontraremos otra manera.
Maxom avanzaba tranquilamente, fingiendo una pereza insultante con intención de irritar al mago.
Tobías cerró los puños con rabia. A su alrededor, los ladrones del poblado vivían sin un objetivo que los guiara. Él se lo podía dar, y conseguir provecho de eso. Su sueño estaba ahí, muy cerca. Casi podía tocarlo.
El sonido de la espada del guerrero lo sacó de sus pensamientos.
«Este es el premio a todo nuestro trabajo…». Hornol y él se enfrentaron solos a un grupo de Gnolls que amenazaba al pueblo; combatieron a un paladín al robar una reliquia de su templo; casi se matan al robar aquel barco volador. «Todo eso para renunciar ahora». Dio vueltas a su cabeza. Apenas contaba con algún hechizo ofensivo, y ni siquiera tenía claro que bastara ahora. No estaba preparado para esto. La rapidez y experiencia de Maxom le hicieron superar sin apenas problemas el empujón telequinético, su mejor ataque. Le corroía la rabia, pero debía admitir la verdad las palabras de su compañero.
—Tú ganas. Lo dejo.
Este se sorprendió.
—¿Cómo? —escupió.
—Me largaré de aquí para siempre. Puedes matarme si quieres, pero atacaras a un hombre indefenso. Ni siquiera tú puedes hacer eso.
Maxom enfundó su espada con ira. Deseaba matar al joven de una vez, pero no podía atacarlo ahora, tras su rendición, sin perder el respeto de sus soldados.
Antes de que pudiera cambiar de idea, Hornol lo tomó del brazo para salir de allí cuanto antes.
Mientras abandonaban el poblado, Tobías dedicó una última mirada a Maxom. «Has ganado la batalla, pero no la guerra. Volveré a por ti cuando esté preparado».
¿Quieres más?
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April 28, 2021
Misión Imposible
Don Bernardo Povedilla poseía una cantidad insultante de riquezas y comodidades. Si bien estaba metido en diversos tipos de negocios, el principal era la especulación en el arte. Compraba obras de artistas desconocidos por cuatro duros y, una vez muertos, los lanzaba a la fama mediante campañas de promoción. Entonces, las vendía por cantidades con muchos más ceros. Sobornos, chantajes, juegos sucios y otras estrategias, formaban parte del día a día. Estaba satisfecho con su vida pabimentada en éxito, llena de todo tipo de lujos, pero, especialmente, por su capacidad de conseguir lo que se propusiera.
Sin embargo, no le gustaba la competencia; otro experto en el negocio estaba haciéndole sombra. Como de costumbre, una transferencia a la persona indicada apartaría de su camino, de la manera más expeditiva posible, dicha molestia. El dinero no era un problema, sino la solución.
Con esta idea, había concertado una cita con Balsera, uno de los asesinos más importantes del mundo, a quien agasajaba en su protocolo de dar unas cuantas vueltas introductorias antes de entrar en negocios.
—En el año 793, un grupo de guerreros asaltaron el monasterio de Lindisfarne, en Inglaterra, sin dejar a nadie vivo a su paso. Un acto tan simple fue el inicio de la era de los vikingos. Así de sencillo: querían algo, y lo cogían. Como puede ver, el pez grande siempre se come al pez pequeño. Sin embargo, de eso hace ya más de mil años. Ahora somos más… sofisticados. —Don Bernardo tomó una botella de licor de su mueble bar—. Los asaltantes se adueñaron de todo cuanto quisieron, pero los frailes escondieron unas botellas de whisky. Esta es una de ellas. Tiene un valor incalculable, señor Balsera. No solo está usted a punto de degustar uno de los licores más caros del mundo, sino un elemento histórico. Este objeto ha sobrevivido a lo largo del tiempo para ocupar su lugar en mi licorería personal. —El magnate sirvió dos copas con el valioso líquido y le sirvió uno a su invitado—. Disfrútelo solo; algo como esto no debe estropearse con hielo.
Este lo paladeó en silencio.
—Pero no le he hecho venir para presumir de mi selección de bebidas ni aburrirle con clases de historia. Le he hecho llamar porque hay un sujeto bastante molesto para mis intereses. En este archivo, podrá encontrar toda la información necesaria sobre esta persona. Por supuesto, es libre de averiguar más por su cuenta. Solo debe decirme una cifra, y cerraremos el trato.
El señor Balsera estudió detenidamente la información en silencio. Tras un análisis, habló.
—Conozco al objetivo. Es un sujeto bastante bien posicionado y es conocida su fama de ser intocable por varios motivos. Según su información, cuenta con los mejores servicios de vigilancia, así como sistemas tecnológicos de última generación. Además, un equipo de guardaespaldas ninja mejorados mediante ingeniería genética le protege a todas horas. Su residencia es un bastión inexpugnable, y sus sistemas informáticos rozan la ciencia ficción. Eso solo para empezar. Parece una tarea inalcanzable.
—¿Quizá le parezca asunto algo difícil?
—Bastante.
—Estoy dispuesto a pagar sus honorarios sin discutirlos, incluyendo los servicios de otros asociados para ayudarle en su tarea. Piense en su reputación al eliminar al sujeto más inaccesible del mundo. Lo difícil se quedó en los tiempos de aprendizaje. Señor Balsera, esto no es «misión difícil», sino «misión imposible». ¿Está dispuesto a intentarlo?
—Un momento. ¿Qué quiere decir con eso de «misión imposible»?
El anfitrión se mostró confuso.
—Pues algo extremadamente difícil. Sus posibilidades de supervivencia son escasas. Nulas, de hecho.
—¿Me ha tomado usted por idiota? ¿De verdad espera que me lance alegremente a su misión sin retorno? ¿Estamos tontos? Esto no es una película; es la vida real, y no voy a jugarme el pellejo por esto.
Don Bernardo intentó recuperar el control de la situación.
—Por favor, comportémonos como adultos. Usted es uno de los mejores y, como le he dicho, puede contar con el equipo de apoyo más adecuado a sus necesidades. El dinero no es un problema. De hecho, estoy dispuesto a pagarle el doble de sus honorarios habituales.
—¿De qué me sirve todo ese dinero si estoy muerto? ¿No lo entiende?
—Le daré la mitad de esa cantidad por adelantado.
—No me interesan sus… ¿por adelantado?
El profesional lo meditó un momento.
—Piense en su reputación… en su carrera. Después de este trabajo, habrá ganado más dinero del suficiente para retirarse a vivir con comodidad. Además, será una leyenda: usted hizo lo imposible.
El asesino repasaba las páginas. Sus ojos fueron del whisky de su copa a la botella.
—Tiene razón. Soy uno de los mejores. ¿Sabe usted el motivo?
Povedilla lo miró con satisfacción. Podía detectar el ego en la expresión del asesino.
—Usted y yo somos iguales, señor Balsera. No estamos interesados en tener, sino en conseguir. Gente como nosotros siempre necesita retos cada vez más difíciles. Es nuestra motivación. Por esto, usted es uno de los mejores. Porque siempre va un paso más allá.
—El matiz importante es la palabra «soy». La diferencia entre esa y «era» es el hecho de seguir vivo. No voy a aceptar una misión suicida, a ver si lo entiende. Obviamente me ofrece todo el dinero del mundo; los muertos no cobran. Contrata a un profesional tras otro hasta que alguien lo consiga, aunque sea de casualidad. ¡Muy listo! ¿A cuántos más a ofrecido esta sandez? Todos le han mandado a freír monas, ¿verdad? Pues fría una más en mi nombre. Muchas gracias y buenas tardes. Muy rico el whisky, por cierto. —Dejó la copa de un golpe en la mesa. Aún se le podía oír protestar tras el portazo al salir—. Mandarme a una muerte segura… Cómo están las cabezas… Menuda manera de hacerme perder la tarde…
Don Bernardo miró perplejo la puerta. Tras cinco minutos de espera, quedó claro que el asesino no iba a volver, sacó un bloc de su cajón y tachó el nombre de la lista. Este tampoco aceptaba. Empezaba a dudar de si su cuenta de banco tenía todas las respuestas.
April 17, 2021
Tecnología y ligoteo
—Tienes unos ojos preciosos. ¿Qué marca son?
—Kannon. Estoy supercontenta con ellos. Vienen con zoom de 10 y una ISO máxima de 6000. Perfecta para ver con poca luz. Además, duplicaron mi retina original, para no andar con problemas de identificación en sistemas o asuntos legales.
En realidad, Krysz podía leer sin problemas la letra minúscula que decía Kannon Ad-70A en el iris, pero ayudó entablar conversación. Los labios eran EdWin Aesthetic, según decía la marca gravada en ellos. Con certeza, la chica tenía pechos Dr. Hollywood, por la forma y tamaño. El logo de Cove Clinic cerca del tobillo revelaba el origen del retoque de las piernas. Él mismo tenía firmas similares en torso, abdomen, y piernas. «Cuerpos de dioses a precios de mortales», era el eslogan de moda.
La chica respondió bien.
—¿Los tuyos son naturales?
—Sí, no los quiero sustituir. Pero mi hígado lo mejoré por otro sintético con filtro para el alcohol, un software craneal y este brazo completo.
Krysz lo movió un poco para mostrarlo.
—Parece real. Modelado por EdWin, pero nunca cibernético. Es asombroso.
—Decidí recubrirlo con imitación de piel por nostalgia. En realidad, perdí el original en un accidente de coche cuando era un niño. —Giró el codo. Unas palabras marcadas en la parte interna del bíceps mostraban el logo de Mapple Biotechnics—. No habían asistentes de conducción entonces.
Krysz advirtió la manera abstraída con la que ella lo miraba. Estaría analizando su rostro, mediante un sistema de reconocimiento facial implementado en los ojos, para echar un vistazo a su perfil en MySpace Zeppelin. Sobre todo, asegurarse de que no tenía denuncias por acoso, maltrato, violencia ni nada por el estilo. No le importaba este pequeño ritual social ya que estaba limpio. De lo contrario, no le hubieran dejado entrar en este local. Ni tener trabajo o vivir en esta zona de la ciudad. Él había hecho lo mismo. Vio todo el perfil de la chica en una pantalla proyectada en un rincón de sus gafas antes de presentarse; gustos, intereses, aficiones… Estaba preparado para ligar. Por otro lado, que la chica dedicara un tiempo a ver su MySpace era una señal de interés por parte de ella. Krysz se sintió complacido.
—Tienes un gatito adorable —afirmó ella, sacándolo de sus pensamientos—. ¿Es un SimPet?
—No. Kimi es mucho más caro: es auténtico. Requiere más cuidados, pero me gusta más. Soy un fan de lo vintage.
—¿Eres un neohipster? —preguntó ella con una sonrisa.
—Supongo, pero sin barba —bromeó—. Te gusta viajar. Yo también he estado en Okinawa, por negocios. Lo he visitado varias veces. ¿Puedo invitarte a una copa?
Fue a levantar el brazo para avisar al camarero. A mitad de movimiento, se le quedó paralizado en una postura extendida muy rara. En un rincón de las lentes apareció el clásico icono de un reloj de arena, indicando un bloqueo en el sistema. La cara de Krysz se contrajo en una mueca de fastidio.
—¿Estás bien? —preguntó la chica.
—Sí, No te preocupes. ¿Qué quieres tomar?
«Quizá si lo apago y lo vuelvo a encender…»
El problema era la Médula Base. Con la nueva actualización, Mapple no daba soporte a ningún cyberware de 128 Mb o menos. Su prótesis, perfecta todo este tiempo, estaba ahora fuera de juego por decreto de sus propios fabricantes.
Algunos compañeros de trabajo tenían el mismo problema con implementaciones craneales. De vez en cuando se quedaban paralizados con cara bobalicona, como si les hubiera dado un ictus, durante varios minutos.
Krysz intentó disimular su preocupación. No quería dar la impresión a la chica de tener un brazo barato. En un rincón de sus gafas, apareció la pantalla azul de “Se ha producido un fallo. Memoria RAM insuficiente. Por favor, apague las aplicaciones que no necesite”.
«¡No me ayudas en nada!»
Interrumpió las App craneales de conducir, la agenda, idiomas y la conexión al ciberespacio, nada necesario ahora mismo. Quizá así podía acabar con esta situación al dar más RAM a su Médula Base.
La chica también se sentía algo incómoda e intentó cambiar de tema.
—¿A qué te dedicas, para ir a Okinawa varias veces?
El chico hizo acopio de la poca dignidad que le quedaba, con su brazo congelado a lo Saturday Night Fever, pero en cutre.
—Soy representante de ventas. Vendo réplicas de cuerpo para los estudiantes de medicina. Los usan para practicar operaciones. Tenemos varios clientes allí.
—Suena interesante.
Por fin, el brazo volvió a moverse.
Ahora apareció el mensaje de «No hay conexión con la red. Por favor, conéctese». Krysz bufó. A una orden mental, recuperó la conexión con su servidor, ya que la necesitaría para pagar. Ahora, rogaba por no tener más problemas.
—Perdona, pero con este lío he olvidado qué tomabas.
—Un Gintonic de… —la chica se interrumpió con cara de sorpresa. Sacudió la cabeza—. Un Gintonic de Smorfnovff. ¡Me había aparecido spam de Whiskas en la visión! Por hablar de tu mascota hace unos minutos, ya me están mandando spam sobre comida de gatos. ¿No es increíble?
—Por eso mismo no me cambio los ojos.
—¿Sabes lo peor? La otra noche, me apareció un anuncio de los cuchillos Minshu en mitad de un sueño. Me pasé el resto de la noche, soñando con el tipo ese persiguiéndome.
—Es horrible. Un amigo mío estuvo viendo el anuncio de la batamanta durante semanas en sueños. Ahora tiene por lo menos, diez, y ni siquiera las usa. Como te decía, tengo a mi gato…
La chica interrumpió el sorbo de gintonc para cortar a Krysz.
—Evitemos hablar de… Evitemos ese tema. No quiero más spam de comida de animales. Dime, ¿piensas actualizarte el brazo? Algo más… actual.
—Sí, claro. Tengo cita con…
Krysz continuó hablando, pero entendía el mensaje. A una orden mental, abrió Tinder 2000 Paradise, y buscó alguna otra chica soltera cercana. De paso, reservó cita con Mapple. El Lunes cambiaría su brazo por otro nuevo de 256 Mb.
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April 13, 2021
La fuga de Sara (y Daniel)
Sara y Daniel intentaban ocultar los jadeos de su fuerte respiración y no hacer nada de ruido. Escuchaban, atentos, el sonido zumbante del androide guardián. Pasó cerca de la tapa de alcantarilla por la que acababan de colarse y se alejó.
Esperaron unos minutos para asegurarse.
—Ya se ha ido —dijo Sara.
Sergio activó el holomapa y unas luces pulsantes compusieron una simulación tridimensional de la zona.
—A partir de ahora, deberíamos excavar en esa dirección.
—¿Y si seguimos por las alcantarillas?
—No son fiables. Seguramente hay sistemas de vigilancia, sondas o detectores de calor. Además, hacer un túnel nos permitirá llegar justo al punto exacto.
Sergio armó las piezas del fusil de plasma cóncavo con algo de esfuerzo inexperto. Lo conectó a la batería y emitió un sonido agudo al activarla.
Apretó el gatillo. El haz de luz naranja ablandó la piedra de la pared y en seguida la pulverizó. Poco a poco, avanzaron por el hueco que iba creando. Sara monitorizaba el avance con detector-sonar para evitar tuberías de agua, gas o cualquier otra estructura similar. Al cabo de media hora de trabajo, aparecieron en un gran pasadizo recorrido por unas vías de tren.
Sara se asomó con cautela.
—Debe ser un antiguo ferrocarril subterráneo, de cuando viajaban en esas cosas por debajo de la ciudad.
—Creo que podríamos seguirlo durante unos doscientos metro.
—¿Estás seguro? No sabemos a dónde lleva esta galería. El subsuelo no aparece en el mapa.
—Lo deduzco, porque sigue en esa dirección. Pero, antes, voy a comprobar el aire. —Sacó un medidor Shargeinter. Emitió un sonido muy leve a estática, y unos valores alcanzaron unas escasas líneas en color verde—. Hay algo de contaminación vírica aquí abajo también: ha debido de pasar gente recientemente. Es mejor ponerse los trajes.
Estos, no solo les protegían de los virus en el aire, además evitaba ser detectados por los sensores térmicos de los vigilantes. Los ajustaron mutuamente y acoplaron las máscaras respiratorias. También activaron la visión infrarroja de sus gafas, permitiéndoles ver bastante bien sin usar fuentes de luz delatoras. Tras tomar todas las medidas de seguridad, continuaron caminando por las vías antiguas del metro abandonado.
El sonido a estática aumentó, así como el indicador del Shargeinter.
—Hay más virus por aquí.
—¡Mira! Otro túnel —advirtió Sara—. No somos los únicos en pasar.
—Hay otro más allá. Y otro… Desde luego, tienes razón; por eso hay contaminación. Seguro que alguno de esos insensatos portaba el virus, y ha quebrantado la cuarentena.
—Y ahora, ¿por dónde debemos ir? Seguro que hemos recorrido más de doscientos metros.
—Maldición, aquí pierdo mi sentido de la orientación… Hay demasiados túneles y no sabemos a dónde podrían llevarnos. Será mejor seguir cavando…
Sara le hizo un gesto con la mano para callarle. Señaló hacía la oscuridad de la galería y luego a la pantalla del detector de movimiento; algo se acercaba.
«Androides», vocalizó ella en silencio.
Ambos corrieron en dirección opuesta y se ocultaron en el primer pasaje excavado que encontraron.
—No debimos haber salido de casa —susurró ella—. Es demasiado peligroso. Los centinelas lo vigilan todo.
Pronto, escucharon unos pasos acercándose. Aguantaron la respiración en un esfuerzo para no hacer el menor sonido. Una voz rompió el silencio:
—¡Iguales para hoy! ¡Cupón de los ciegos! ¡Traigo la suerte!
Sara y Daniel vieron, desde su escondite, un señor avanzando tranquilamente con la ayuda de un bastón. No daban crédito a sus ojos.
—¿Un vendedor de cupones? ¿Aquí?
—Debe ser una trampa, un androide camuflado con holograma. Nada más puede explicar este absurdo.
Un ruido violento detrás de ellos les alarmó. Daniel apuntó, por instinto, con su rifle de plasma hacia esa dirección. Sara comprobó el detector de movimiento.
—Es un grupo. ¿Serán centinelas?
—No quiero averiguarlo. ¡Corre!
Apenas se habían movido, cuando escucharon unas voces desde el interior del hueco.
—Son gente —dijo Sara.
No tardaron en ver aparecer un grupo de jóvenes despreocupados y hablando alegremente.
—Buenas tardes —les saludó uno de ellos.
Sara y Daniel seguían en el extremo del túnel, y el grupo se había detenido, esperando a poder pasar. Había espacio de sobra, pero, desde la propagación de la epidemia, la gente mantenía las distancias unos con otros, especialmente cuando no se conocían.
—¿Vais al Delfín vosotros también? —preguntó uno de los chicos.
—No, vamos a casa de unos amigos. Pero nos detectamos unos pasos, creímos que eran centinelas y nos habíamos escondido.
—Ah, no os preocupéis. Los androides no vigilan aquí abajo. Ellos están programados para mantener la cuarentena en las calles. Las máquinas son así.
—Hace poco, hemos visto pasar a un señor vendiendo cupones. ¿Era cierto o una trampa del gobierno? —preguntó Sara.
—Era de verdad. Como nadie puede salir a la calle, se han venido aquí abajo a hacer negocio. Estos túneles son bastante populares.
—Esto es ridículo —exclamó Sara.
—¿De dónde has sacado ese rifle de plasma? Está chulo —dijo uno de los jóvenes.
—En el ciberespacio profundo. Lo compré para excavar hasta casa de nuestros amigos, pero esto está ya lleno de túneles —respondió Daniel.
—Sí, hay un montón. Buenas tardes —saludó a una pareja de ancianas que pasaban por otro lado—. Poco a poco, la gente ha ido cavando tantos túneles para ir a casa de amigos, tiendas, pedir sal al vecino… Ya no hace falta hacer nada; seguro que alguno te lleva a dónde queréis ir.
—Eso habíamos pensado, pero no sé a dónde dirigen —respondió Daniel.
—Hay una aplicación para el móvil maravillosa para esto. Pones el destino, y te marca los mejores túneles. ¿A dónde vais?
—Al sector cuarenta y cinco.
El chico insertó la dirección en su móvil, y un holomapa mostró varias rutas posibles a través de una telaraña de cuevas excavadas.
—Este es el camino más rápido.
—¿Y esos puntos? —se interesó Sara—. ¿Son sensores de los centinelas?
—Puestos de kebabs. Este otro es de cafés para llevar. Los verde son gente vendiendo latas de cerveza.
Sara miró a Daniel, incrédula, y preguntó:
—¿Hay tenderetes?
—¡Y manteros! A veces, hasta se improvisan tecno-fiestas.
—Bueno, tenemos que seguir. Mucha gracias por vuestra ayuda —se despidió Daniel.
—Esto es de locos. La gente no hace caso al toque de queda y no paran de salir de sus casas. Esto solo empeora la pandemia.
—Bueno, nosotros hemos salido para ir a casa de la Yoli.
—No es lo mismo. Nosotros sabemos lo que hacemos.
La promoçió
Aprovechando estos tiempos de reclusión, puedes leer un poco más y hacerte con unos cuantos relatos míos a poco más de lo que me cuesta un latte de soja en U.K.