J.C. Hidalgo's Blog, page 15
December 12, 2019
Día #43 -Cada uno es como es
Querido diario, dos puntos.
Lo mio es la comedia, no puedo evitarlo.
Ayer, cuando salí del curro, me fui a mi cafetería de confianza #1, con su camarera de memento y su todo. Gracias a Odín que ya están quitando el mercado de navidad, porque la ciudad se pone hasta los ojos y es imposible ir a ningún lado.
Me he puesto con un cuento que empecé hace tiempo, uno sobre una botella maldita que tiene maldiciones y todo eso (está maldita y da maldiciones; todo bien hilado). La idea es que sea un cuento más tipo terror, o por lo menos suspense sobrenatural y serio. La historia está entera, solo tengo que repasarla y seguir reescribiendo por donde lo deje en su momento, pero me da pereza.
En cambio, la de la granja, me llamaba mucho más y me he divertido escribiéndola. Las partes de comedia me salían solas (que luego hagan gracia o no, es otra historia). Pero esto es algo que me pasa con todo.
Hoy por hoy, lo que más consumo es humor, ya sea en series o en podcast. Dentro de la televisión británica, solo veo cosas de Ricky Gervais, o cualquier otra cosa relacionada con el humor. También programas de cocina porque me gusta cocinar, pero esto no tiene nada que ver.
El otro género que me gusta es el terror psicológico, pero solo lo veo en determinados momentos. Actualmente me ha dado por la serie Haunted (que en España se ha mejorado con el título “al borde de la realidad”, mucho más florido pero mucho menos relacionado con lo que pasa)
Pero es que, atiende, la cosa es que no solo consumo humor; lo analizo, lo descompongo y le doy vueltas para averiguar cual es el mecanismo que subyace a la risa, porqué algo hace gracia y otra cosa no, porqué un chiste contado por una persona mola pero por otra no, porqué algo hace gracia ahora pero a la segunda vez ya no tanta, o porqué un chiste hace gracia da igual las veces que lo oigas.
De siempre, de siempre he estado atraído por la comedia y por imitarla. En mi día a día, me dedico a hacer bromas, pero además intentando sofisticarlas, ir a cosas más ingeniosas y curradas, pasando del humor básico.
Me encanta el terror psicológico, el misterio sobrenatural, la ciencia ficción… pero si le ponen humor, mejor que mejor. Y a mí es lo que más me sale.
Algunas historias que he escrito son serias, pero es que esa historia me lo ha pedido desde el momento 0, pero yo noto que es como apartarme un poco del camino, porque mi estado natural es el humor.
Pues yo a lo mío; ahora que el cuerpo me pide yuyu, seguiré con la de la botella, que para el humor ya tendré tiempo más tarde.
December 11, 2019
Día #42 – Los Likes no me representan
Querido diario dos puntos
Los likes no representan nada.
Supuestamente, son una medida de cuánto le gusta a la gente algo y, a la vez, informaría a los autores cuánto éxito está teniendo su trabajo. Pero me he fijado en que la mayoría de los vídeos de youtube, sólo tienen un diez por cien de likes con respecto a las visualizaciones (esto no es exacto, es una aproximación que me he inventado).
Esta desproporción no me parece extraña, porque, la verdad, es que da pereza dar like o simplemente, se me olvida.
Sigo a ciertos youtubers, además de varios programas, como Todopoderosos, Aquí hay dragones, Nadie Sabe Nada e Ilustres Ignorantes cuando se podía ver gratis en youtube (no como ahora que tienes que pagar). Habré visto estos programas dos veces cada uno, e Ilustres por lo menos tres o cuatro. Pues creo que no le he dado un like en mi vida.
Y como esto, todo.
No es maldad, es que sencillamente no me acuerdo. Veo el vídeo, o el podcast, me lo paso bien, y cuando termina paso a otra cosa, contento y feliz por el rato que me han hecho pasar. Lo del laiq, se me pasa por alto.
En función de esa estadística que me he inventado antes, asumo que no soy el único. Supongo que por eso, los youtubers están siempre recordando que dé lique, comparta y suscriba, porque si no, no me acuerdo.
Eso por no hablar de los laiks gratuitos que a veces te caen para que les des a ellos.
Así que, el “Like”, es una medida no fiable, no contrastable y no replicable, por lo tanto, no informan de un carajo. Pero por desgracia, hace que una persona llegue a una publicación, vea ciento noventa laiqs, y piense “esto debe ser bueno”.
Y dicho esto, pienso yo, que en los museos hecho de menos que se le pueda dar like a los cuadros. Me refiero, que tengan un contador y si te gusta, le das a un botón, y ponga: Gioconda 1823161739191 Likes.
December 9, 2019
Día #41 – Reflexiones respecto a la historia de “la granja del tesoro”.
Querido diario, dos punto.
Una cosa que me hace gracia es que, en estos últimos días que estaba repasando la historia, he desarrollado mentalmente al grupo de bandidos, más que a la protagonista, y me han caído la mar de majos. Por eso, al final hice unos cambios para perfilarlos y desarrollarlos un poco mejor, pero sin pasarme. Así que, voy a ver si hago alguna historia para ellos, como protagonistas, y profundizar en ellos un poco más.
Esto me pasa mucho, que escribo una historia, meto algún personaje por llenar o para que haga algo de extra, y acaba agarrando en mi cabeza y crece él solito. La verdad es que así es como he desarrollado a todos mis personajes secundarios, y como, tanto “Historia de un mago cretino” o “Cuna de alimañas”, pasaron de un cuento corto a novelas.
Por otro lado, la casualidad que he terminado esta historia de pollos mutantes justo en navidad, con todo el tema de los pavos y tal. De hecho, justo cuando estaba repasando la historia por última vez, en la radio sonó una canción en la que el guitarra hacía unos acordes que sonaban como cacareos. Por desgracia, no tenía el Shazam y no sé que canción era.
Pero, pero, pero… quiera el destino que, justo, justo, justo ahora, la gran Leticia Sabater haya sacado un tema sobre trinchar pavos.
Qué bien traído todo, que bien hilado. Me gusta cuando las cosas salen coherentes con los eventos históricos.
Pues ya está. Otra historia terminada y lanzada al mundo.
Ahora, a terminar la de la botella maldita.
December 8, 2019
La granja del tesoro (6 y final)
—Un rato después, me había deshecho de la gallina, y, mientras los bandidos seguían inconscientes y el múrgol a la fuga, me apresuré a irme lo más lejos que pude de ese lugar, de sus granjas, sus gallinas y sus bandidos.
Geanaïlle sacudió la tetera para comprobar si quedaba más té. Estaba vacía.
—¿Cargó con el viejo todo el camino?
—En absoluto. Aunque fui entrenada para cargar con pesos largas distancias, tampoco soy tonta. Preferí despertarlo y que él solo pudiera recorrer el camino por sí mismo. Algo de lo que me arrepentí a los cinco minutos.
»El anciano no paraba de hablar incoherencias, a veces a susurros y a veces a pleno pulmón, sin más motivo o aviso que el que le daba su maltrecha cordura. Al principio creía que me estaba hablando a mí, y me sentía obligada a responder, pero al rato me di cuenta de que hablaba solo. Aún así, fueron tres horas de constante parloteo sin sentido, en el que las malas palabras se repetían una y otra vez. Estuve tentada varias veces a volver sedarlo y llevarlo a cuestas, pero preferí mantenerme a varios metros por detrás de él. Lo único que más o menos me consolaba, era pensar que al menos todo esto no había sido en balde y, una vez llegáramos a Annmoule, y el humano canjeara su joya por toquens, me pagaría por mis servicios, y yo podría perderlo de vista para siempre jamás.
—Bueno, por lo menos sacó algo de todo eso. Una historia muy interesante —dijo el escribano.
—Verá… la historia no termina ahí… aún hay más.
—¿No?
—A veces, es increíble cómo las cosas sencillas pueden dar de sí, y revelar nuevos niveles de complejos imprevistos —dijo la varadikta, con un gesto al escribano que indicaba que debía seguir tomando notas.
»Cuando fue a canjear su tesoro, el empleado del banco puso mala cara en cuanto vio el interior de la caja que con tanto celo había guardado el humano, y no era solo porque había algo de excrementos de la gallina. Francamente, yo no estaba muy pendiente de la transacción, porque no era asunto mío, y estaba sumida en mis propios pensamientos, sobre si abrirme cuenta en este banco, de cara a futuros negocios locales. Lo siguiente que supe es que el empleado nos hizo abandonar el banco inmediatamente.
»Yo accedí a abandonar el recinto pacíficamente, pero Lyachand dio cantidades extraordinarias de problemas. A punto estaba de sacar los dardos envenenados, pero los guardias de seguridad, comportándose de forma altamente profesional, se limitaron a levantarlo entre dos, y sacarlo en volandas.
»Una vez fuera, me vi obligada a pedirle a Lyachand que me enseñara su piedra preciosa, ya que, en todo este tiempo, nunca la había visto.
—¿No sabía lo que había en la caja? ¿En ningún momento miró dentro de ella?
—En realidad no. En primer lugar, porque soy una profesional y no husmeo en los asuntos de mis clientes. Por otro lado, hacía falta una llave que el anciano portaba colgando de su cuello en todo momento. Pude haberla forzado, por supuesto, pero me pareció de mal gusto; mis clientes cuentan con fondos para pagar mis servicios, y entre mis círculos habituales no es elegante dudar de ello.
»Con gran reticencia, y tras jurarle y perjurarle que no le robaría su piedra preciosa y que le protegería hasta la muerte de cualquier ladrón, nos fuimos a un callejón apartado de todo. Allí, escondidos incluso del sol, abrió la caja y, pude por fin, ver su tesoro.
Resultó que lo que él llamaba «piedra preciosa», era literalmente eso; una piedra bonita. O por lo menos, lo que a él le parecía la piedra más hermosa del mundo. Obviamente, el empleado del banco no opinaba lo mismo. Ni él, ni nadie con un mínimo de sensatez y salud mental, cosa que, el anciano, no tenía desde hacía años, ya que su senil y deteriorado cerebro entendía, esa piedra valía un imperio.
»Viendo que no iba a ver un toquen de todo esta historia tan absurda, me despedí con educación para, a ser posible, no volver a saber nada de él, ni de su piedra, nunca más.
»Pero otra cosa que también era absurda, fue que intenté advertir a las autoridades pertinentes del asunto de las gallinas, que podrían ser peligrosas para viajeros que pasaran por ahí, y sobre los efectos de los residuos que los magos estaban causando. ¿Usted cree que alguien hizo algo? ¿Acaso se sorprendieron cuando les hablé de gallinas asesinas? Pues no. De hecho, dijeron que no pasaba nada. No hubo una investigación, ni una limpieza de la zona… ¡nada! Y todo el mundo actuaba con toda la normalidad —dijo la varadikta con incredulidad.
—Al fin y al cabo tampoco es algo tan extraño —respondió el escribano—. Con tanto mago haciendo sus cosas, no es extraño que pasen cosas así de vez en cuando.
—¿Ve? Eso es a lo que me refiero —dijo Geanaïlle, imponiendo la calma por encima de su nerviosismo— A nadie le parece importante tratar estas cosas. Las consecuencias a largo plazo, los eventos que puede provocar… De hecho, me llegaron noticias de que las gallinas continuaron mutando y se convirtieron en un cierto problema local, asaltando aldeas y a los viajeros. En cuanto a los bandidos, acabé por saber que era una banda bastante conocida en la región, pero, debido a las gallinas mutadas, se fueron a otra zona a seguir con su vida criminal.
—¿Y del anciano? ¿Supo algo de él?
—Por desgracia, unos meses después, supe de ambos; del anciano y de su piedra. De hecho, una de las causas por las que nadie hizo nada respecto al tema de las gallinas era el interés que la piedra estaba despertando en la sociedad.
»La historia del anciano que quería cambiar una piedra por miles de toquens se convirtió en una anécdota divertida que se hizo bastante popular en las charlas de sobremesa y reuniones entre los empleados del banco. La anécdota fue saltando de círculo social en círculo social, hasta que llegó a oídos de alguien tan loco, o más, que el propio Lyachand. Quisiera la suerte que el hijo de un rico tratante de arte oyó la historia y se interesó mucho en la piedra.
Mandó a buscar al hombre hasta que dio con él, lo trajo a su casa y vio la dichosa piedra. Como ya he dicho, el joven adinerado, tenía una de las combinaciones más peligrosas: una proporción inversa de riqueza e inteligencia. Este, consideró la piedra realmente maravillosa, digna de una fortuna, la cual tenía, o mejor dicho, tenía su padre. Consiguió convencer a su padre que la comprara, y este accedió, creyendo que podrían revenderla por el doble si invertían lo suficiente en acrecentar su leyenda.
De esta manera, el anciano Lyachand consiguió los suficientes toquens como para comprarse una mansión en la capital de Argilidar, y convertirse en un ciudadano respetado (que no respetable, ya que sus maneras seguían siendo las mismas de siempre) hasta que murió unos años más tarde.
Por su parte, tal y como habían vaticinado la familia que compró la piedra, la historia de la piedra se había hecho lo suficientemente popular como para que la conocieran las personas adecuadas. Si bien el hijo del comerciante era idiota de remate, el comerciante en sí, no. Era un genio de la publicidad y la compra-venta. De hecho, había hecho su fortuna a base de adquirir obras de arte hechas por artistas desconocidos, a ser posible muertos, a precios irrisorios. Luego creaba toda una historia sobre ese artista, y revendía las obras por cantidades astronómicas.
Lo mismo hizo con la piedra. Por algún motivo que solo los ricos pueden entender, hubo una subasta en la que se vendió por varias veces la cantidad que la habían comprado.
A día de hoy, la piedra está expuesta en el museo Coriänne dis Serges, en Yseulmont.
Todo esto, por una piedra. Una absurda, anodina y piedra común. Que ni siquiera era especialmente bonita. Y como todo el mundo estaba atento a la historia y mito que se estaba generando alrededor de la piedra, a nadie le importaba que un grupo de pollos de casi dos metros estuvieran saqueando las caravanas locales.
En serio; no entiendo a los humanos.
(Continuará…)
Dibujo de portada pertenece a jbrown67.
December 7, 2019
La granja del tesoro (5)
Efectivamente, no tardé en darme cuenta de que el grupo de bandidos me estaba siguiendo a cierta distancia. Intentaban hacerlo en silencio, pero fracasaban miserablemente.
Por fin, el múrgol me salió al paso, con una gran sonrisa falsa.
—Buenas. Así que conseguiste entrar y salir de la granja. Incluso has traído el cadáver del viejo Lyachand… de padre —dijo.
El resto de la banda salieron de sus escondites y se colocaron de forma que me rodeaban. El enano estaba a mi diestra, la humana de pelo negro a mi siniestra y la otra detrás. Todos ellos intentaban ocultar que blandían armas ocultas.
—Sí. Aunque, en realidad, no está muerto —respondí y lo dejé caer con cuidado—. Está sedado para que no arme escándalo. Es un señor algo inestable. Aunque supongo que ya lo sabréis. Creo que os tendré que cobrar un extra por su rescate.
—En realidad, no tenemos ningún interés en él —dijo el enano con una sonrisa socarrona—. Con que nos des nuestra herencia tenemos suficiente. ¿Está en ese saco? —preguntó mirándolo con ojos ansiosos—. Es muy abultado. Seguro que pesa mucho.
—Sí. Está aquí. Tomadlo. Pero quiero mi parte, según convenimos —me desenganché el saco y se lo ofrecí al múrgol. Este me lo quitó de las manos de un tirón.
—No te vamos a dar nada. ¿A dónde ibas? No estarías intentando escapar con nuestros cristales, ¿verdad?
—¿No vais a darme nada? Hay muchos toquens ahí. Incluso pagándome mis honorarios normales, seguiríais teniendo más de lo que os podríais gastar en vuestra vida.
El múrgol no parecía tener interés en abrir la bolsa, y me estaba poniendo nerviosa, aunque ni mi expresión ni mi actitud lo manifestaba en absoluto. En cambio, el enano se mostraba claramente exaltado y dirigía miradas ansiosas a la bolsa.
—¡Lo sabía! ¡Sabía que el viejo era rico! —exclamó la humana castaña.
—¿Cuánto hay? ¡Míralo! —dijo el enano.
—No importa ahora —rugió el múrgol—. Lo que estoy pensando es que… ¿qué va a pasar con este viejo? ¿Y con la mujer? No quiero dejar cabos sueltos.
—¿Quieres matarlos? —se sorprendió el enano.
—No contaba con que el viejo siguiera vivo. Y esta mujer… puede denunciarnos.
—¡Qué diantres nos importa a nosotros que nos denuncie o no! —protestó el enano—. Ya estamos buscados por la ley. ¿Qué importa un delito más o menos? Mejor para nuestra reputación.
—¿Eres idiota o qué? ¡Olvidas que esta mujer es una cazarrecompensas! Si la dejamos viva volverá a por nosotros, a robarnos nuestro botín y a cobrar la recompensa por nuestras cabezas. Es mejor quitarla de en medio ahora —dijo sacudiendo mucho el saco.
Entre las sacudidas que le daba al saco, pude percibir que la gallina había despertado, y se agitaba dentro del saco. Pero nadie más parecía darse cuenta, ya que ahora estaban enfrascados en el nuevo tema, y nada agradable, acerca de asesinarme.
—Tiene razón —dijo en enano—. Acabemos con ella. Dejemos vivo al viejo, pero acabemos con ella.
Todos sacaron las armas que tenían escondidas hasta el momento. El múrgol dejó caer el saco-trampa, como si se hubiera olvidado de él, para sacar un garrote inmenso. Básicamente con lo que contaban eran garrotes y alguna daga. Simples armas de simples asaltantes. Pero demasiado cerca de mí, y rodeándome. La táctica de la gallina en el saco no estaba funcionando. Entonces, dije con toda la calma del mundo:
—Está bien. Asesinadme si queréis. Pero entonces vosotros tampoco obtendréis el botín del anciano. Debéis saber que el auténtico lo escondí a buen recaudo para recuperarlo más tarde. El saco está relleno con trastos inútiles. Matadme, y os quedareis con un saco lleno de calcetines malolientes.
Las caras de todos se congelaron en una mueca extraña, pero divertida desde mi perspectiva.
El múrgol fue a recoger el saco, pero el enano ya se había lanzado sobre él, y lo había abierto.
—¿Qué hay …? —comenzó un humano. Pero no necesitó terminar la frase porque obtuvo respuesta inmediatamente.
La gallina, recuperada y más furiosa de lo normal debido a su cautiverio y las sacudidas que el múrgol había dado, salió presa de una cólera que nunca podré olvidar. Se agitaba y revoloteaba como un pequeño tornado de horror emplumado. Se había abalanzado contra el enano y le estaba rasgando la cara con una tormenta de zarpazos.
El resto de la banda pudo reaccionar antes que yo, pero de poco les sirvió. El múrgol salió corriendo presa del pánico gritando como un desesperado y se perdió entre los árboles. Las humanas humanos querían atacar a la gallina, pero no se atrevían a acercarse a ella. El ave se lanzaba de una a otra a una velocidad y frenesí insólito, tan rápida, que apenas era capaz de verla.
Tras unos segundos, me organicé. Alcancé a la humana castaña en un par de zancadas y la dejé inconsciente de un golpe en el punto famukikosa de la cabeza. Desde mi posición, lancé un dardo a la otra humana, y otro al enano. Los venenos los dejaron inconscientes. Quise hacer lo mismo con la gallina, pero había desaparecido.
No tardé en volver a verla. Había volado alto, y cayó justo sobre mí, aferrándose, nuevamente, en mis hombros para picotearme, otra vez más, la cabeza.
Instintivamente, salí corriendo, dando golpes al aire con los brazos para que se soltara, sin ver por dónde iba.
(Continuará…)
Dibujo de portada pertenece a jbrown67.
December 6, 2019
La granja del tesoro (4)
Pues sí, una vez encontré la trampilla que conducía al sótano, bajé un par de escalones. También estaba oscuro, o mejor dicho, no había absolutamente nada de luz abajo. Aún así, pude manejarme. En lugar de bajar del todo, opté por encaramarme entre las vigas de madera que sujetaban el techo, de manera que tendría mejor control de la situación.
Me moví entre los travesaños como una araña. Uno de las herramientas con las que cuento es un hongo fluorescente. En realidad es un tipo de moho que cría en las piedras de determinadas cavernas. Normalmente emite un fulgor débil, pero gracias a mi visión en la luz tenue, me permite ver razonablemente bien, especialmente en un lugar cerrado y no muy grande como era este sótano. Lo dejé caer para que iluminara desde el suelo y, desde mi posición busqué con la mirada dónde podrían estar los cristales guardados.
Entonces, la trampilla de entrada se abrió, dejando entrar la luz naranja de una vela, a lo que siguieron los pasos de alguien que bajaba las escaleras… y eran pasos de persona. Quedé quieta, inmóvil tal y como estaría una gárgola, invisible a cualquier escrutinio.
Un humano macho de avanzada edad y aspecto deplorable, avanzó por la estancia con una vela que protegía con una mano para que el aire al avanzar no la apagara. Además, murmuraba constantemente para sí mismo en una verborrea ininteligible. ¿Quizá sería el viejo Lyachand? Sus hijos decían que había muerto, pero nunca vieron el cadáver ni confirmaron su muerte, así que no podía darlo oficialmente por muerto.
En cualquiera de los casos, no quise correr riesgos. Con cuidado, saqué la cerbatana y le disparé un dardo.
Cuando se le clavó en el cuello, el humano se echó mano al picotazo, se quejó en murmullos, o quizá seguía verborreando lo que fuera que estuviera diciendo, se tambaleó un poco, y cayó al suelo. A los pocos segundos ya estaba inconsciente. E incluso en este estado, seguía murmurando cosas.
Agudicé el oído para asegurarme de que nadie más estaba cerca, y bajé de mi escondite. Até al humano de manos y pies y le puse una mordaza.
Aún pasarían unas horas hasta que recobrara el sentido, así que seguí buscando la caja de los granjeros.
Tras una búsqueda que se extendió un rato largo, porque no quería hacer ruido, la encontré escondida en la despensa, entre varios botes de comida. Dentro, apenas habían doscientos toquens. ¿Eran estos los ahorros de toda una vida de toda una familia? Algo olía mal en todo este asunto, y me temía lo peor.
Guardé la caja en uno de los bolsillos de mi ropa, y le dí un par de bofetadas suaves al viejo, hasta que despertó.
Cuando abrió los ojos, tardó un poco en enfocar la vista y poder verme bien. En lugar del típico pataleo y forcejeo que todo el mundo hace en estos casos, se limitó a mirarme con muy mala cara y a proferir de todo. Por suerte la mordaza evitaba que pudiera llegar a articular nada.
—¿Se ha tranquilizado ya? —le dije—. No he venido a hacerle daño… de momento. ¿Es usted el viejo Lyachand? Si lo es, asienta con la cabeza. Si no lo es, no asienta.
El humano asintió.
Y siguió asintiendo.
Entonces, me di cuenta de que el humano tenía un tic y movía la cabeza constantemente.
—Si es usted el viejo Lyachand, parpadee con fuerza —y lo hizo—. Le informo de que sus hijos me han contratado para recuperar su dinero. Le dan por muerto, pero, supongo que también estarán contentos si le rescato de aquí. Por un extra, por supuesto. Aunque esto que tienen ahorrado no da para mucho.
En realidad, el viejo Lyachand había puesto una expresión de extrañeza desde mitad de frase. Concretamente, cuando mencioné lo de «sus hijos». Definitivamente, algo no era lo que parecía.
—Le voy a quitar la mordaza para que hable, pero no grite porque estamos rodeados de individuos hostiles. ¿Entiende lo que le digo? —pensé que igual no hablaba mi idioma. Todas los posibilidades son posibles.
El humano volvió a parpadear. Le quité la mordaza.
—¡Quién coño eres tú! ¡Que haces en mi puta casa! —gritó.
Le volví a amordazar. Odio las malas palabras No entiendo porqué la gente tiene que soltarlas tan gratuita e innecesariamente.
—Le agradecería que no usara ese lenguaje; puede decir lo mismo sin decir malas palabras. Es muy molesto para mí. ¿Va a hablar bien?
El humano asintió. Le quité la mordaza.
—¡Vete a la puta mierda tú y tus putos modales de…!
Le volví a poner la mordaza inmediatamente.
—Mire, así no vamos a ninguna parte. Como le he informado, estamos rodeados de agentes hostiles relativamente peligrosos. Sus hijos me han contratado para devolverles su dinero. No me han dicho nada de rescatarle a usted, así que no tengo porqué hacerlo, pero me parece de mala educación abandonarlo aquí a su suerte. Pero si me lo va a poner difícil, tendré que drogarle otra vez para desatarle, y asegurarme de estar lo más lejos posible de sus gritos para cuando despierte.
El humano volvió a decir algo que la mordaza amortiguaba, pero en su tono y forma de mirarme, algo me indicaba que me estaba advirtiendo de algo.
Algo dentro de mí, me dio una pista. Así que le pregunté:
—Esos tipos que me han contratado… ¿son sus hijos?
El viejo negó con la cabeza con furia. Me lo estaba viendo venir; es de primero de incursor, y yo había caído como una novata.
—Entonces, estos toquens son suyos y no de ellos, ¿verdad?
El humano asintió. O quizá fuera el tic.
Vale. Así que, me habían contratado para recuperar sus cristales, pero ahora resultaba que no eran sus cristales, por lo tanto, no había nada que recuperar y el contrato, por ende, quedaba anulado.
—Vale. No pasa nada, ha sido un error mio y me disculpo. Aquí le devuelvo sus toquens —dije depositando la caja en el suelo—. Ahora, ya que estoy aquí, ¿quiere que le rescate? Me resultaría muy molesto haber hecho todo el viaje en balde, ¿sabe?
El humano renegó y despotricó. De verdad, los humanos tienen que complicarlo todo.
Saqué el frasquito de veneno adormecedor y una aguja.
—Como veo que no llegamos a un acuerdo, le voy a dormir y yo me voy a seguir con mis cosas. Cuando despierte, estará desatado.
El humano dijo una serie de cosas. Parecía que intentaba comunicarse.
—Le voy a quitar la mordaza, pero por favor se lo pido; no hable mal. Y vocalice.
Le quité lentamente la mordaza, lista para volver a colocarla en su sitio a la primera palabra mal sonante.
El humano pareció controlarse.
—¡Isos guachos no son mis fillos! ¡Son unos … son bandidos! ¡Querén robarme mi tesoro!
Ahora todo tenía sentido.
—¡Pero no lo encontrarán nunca! ¡Nunca!¡JA, JA, JA, JA, JA, JA, JA!
—¿Hace falta que chille tanto? —le supliqué—. Le puedo entender igualmente si habla más bajo, lo cual es mucho más preferible para no atraer la atención.
—Nunca encontrarán mi tesoro. Lo tengo enterrado. Y nadie sabe dónde está, solo yo. ¡Solo yo!
—Me parece genial, pero no me interesa realmente mucho. ¿Quiere que lo rescate o no? Siendo que tiene un tesoro escondido, deduzco que ahora puede pagarme.
—¡Por supuesto que puedo pagarle! ¡Podría construirle un palacio si quisiera! Mi tesoro vale un imperio, ¡Un imperio!
—Vale. Mis honorarios son de setecientos toquens por una extracción. Está ¿de acuerdo?
—Oh… Mi tesoro vale mucho más que eso… —dijo con una mirada llena de brillo—. ¿Setecientos quieres? Mil te daré. ¡Dos mil! Puedo pagarte lo que quiera.
—Estupendo pues. Pero con setecientos será suficiente. Ahora, solo para el registro, explíqueme qué ha pasado aquí. De momento, deduzco que esos bandidos conocían de la existencia de su tesoro y pretendían robárselo. Lo que no entiendo es lo de las gallinas. ¿Son acaso guardias suyos?
—¡No! ¡Para nada!
El humano me explico la historia, pero no me lo puso fácil. Daba muchos rodeos y desvariaba todavía más, aparte de que a veces saltaba a su dialecto local y no le entendía. Resumiendo la historia, el humano vivía solo en la granja como un ermitaño, apartado de la sociedad y viviendo de lo que sus animales y huerta le proveía. Ocasionalmente vendía algunos de los productos a gente local, con lo que pagar los impuestos necesarios al terrateniente local. A parte de eso, apenas necesitaba más toquens.
Sin embargo, un buen día, encontró su tesoro, que, según sus palabras, consistía en la mayor piedra preciosa que nunca nadie había visto, algo digno de un emperador. El viejo la enterró en un lugar seguro, para, algún día, retirarse de su vida de ermitaño, y mudarse a la gran ciudad. Esto no lo acabé de entender, pero tampoco me importaba; yo no estaba ahí para juzgar a nadie.
La cuestión es que el rumor de que había un tesoro corrió por la zona y, de vez en cuando, algún que otro ladrón ocasional había intentado hacerse con él. En ningún momento me especificó que había pasado con dicho ladrón, pero sospecho que su huerta conseguía nutrientes adicionales. Tampoco voy a juzgar esas cosas; cada uno tiene derecho a defenderse como buenamente pueda, y si esos ladrones han acabado bajo tierra es culpa suya, por ineptos.
En cuanto a todo este lío de las gallinas, no tiene nada que ver. Parece ser que un día, un carromato que venía de las tierras de un mago, cargando varios residuos alquímicos de sus asuntos, tubo un accidente y uno de los barriles se le cayó del carro, rodó y acabó por chocar en su granja, rociando a la mayoría de sus gallinas.
Al principio no le prestó atención, pero a los pocos días, estas se pusieron violentas de una forma muy ordenada y calculada. No solo eso, sino que habían conseguido domar a los otros animales y los usaban en su rebelión.
El pobre humano se refugió en la casa, apuntaló puertas y ventanas y aquí se quedó, a ver si pasaba el asunto por sí solo.
Lo siguiente que sabe, es que aparecí yo.
Ahora, en base a esta información, deduzco que los bandidos vendrían a robar el famoso tesoro, pero se encontraron con un ataque sorpresa por parte de las gallinas y del resto de animales, del que consiguieron huir relativamente a salvo, pero humillados. Ellos supusieron que el viejo debió haber sido víctima de todo esta historia absurda y estaría muerto, pero no se atrevían a volver a la granja. Les caí como una bendición.
Una vez las cosas claras, y cuando el anciano hubo desenterrado la auténtica caja que albergaba la joya, que estaba también en el sótano, estábamos listos para salir.
El problema era que, si bien yo era capaz de entrar y salir sin ser vista, sacar a otra persona lo complicaba todo. Obviamente, un civil no entrenado en el arte del subterfugio, llamaría la atención en cualquier momento. Especialmente un civil que no paraba de farfullar, y gritaba incoherencias de vez en cuando sin motivo aparente.
Esto iba a ser un reto, pero este tipo de situaciones que se salían de la zona de seguridad, eran algo para lo que yo estaba psicológicamente preparada. Todo era cuestión de pensar planes alternativos, adaptarse e improvisar tranquila y meticulosamente.
Cosa que no pudo ser, porque de un momento al otro, el humano había salido corriendo escaleras arriba voceando como un demente.
Definitivamente, no estaba resultando un día fácil.
Para cuando llegué arriba, el anciano había abierto la puerta y salido al exterior, y estaba gritando nuevamente improperios de todo tipo al aire, aparentemente con la intención de insultar a los bandidos que habían intentado robar su tesoro. Aparte de no estar consiguiendo lo que se proponía, lo que sí estaba haciendo era atraer la atención de todas las aves.
Apenas di un paso fuera para retenerlo, vi como unas cuantas gallinas estaban corriendo hacía el anciano (¿se puede decir que las gallinas corren? Tiene razón, no es relevante). La situación me estaba empujando hacía donde no quería ir, al combate abierto y contra varios enemigos simultáneos.
…
—Pero tengo entendido que los asesinos varadiktas son los guerrero más temidos del mundo, Todo el mundo teme enfrentarse con uno —dijo el escribano.
—Eso es inexacto. Somos temibles asesinos, mortales depredadores, infalibles subterfugos…
—Son muy buenos en lo suyo, lo he pillado…
—Pero, debido a nuestra falta en los reflejos, somos unos pésimos guerreros. Evitamos el conflicto cara a cara en lo posible. Si no hay más remedio, usamos técnicas especiales, pero casi siempre contra solo un enemigo; escogemos cuidadosamente el campo de batalla. Por eso somos asesinos en la sombra; para evitar el conflicto cara a cara. Y porque es mucho más elegante, por supuesto.
—Por supuesto.
—Pero en este caso, todo estaba saliendo fatal. Como le iba diciendo, varias gallinas se acercaban a la carrera… En serio, ¿se llama correr a lo que hacen esos animales?
—Para usted, las gallinas hacen lo que quiera. Continúe, por favor.
…
En tal situación, opté por una estrategia que suele funcionar. Lo primero, fue dispararle un dardo tranquilizador al anciano desde mi posición en la casa.
El hombre me miró, molesto, y se derrumbó, inconsciente.
La primera gallina no se hizo esperar. Lo escudriñó y picoteó un poco, para asegurarse que estaba inconsciente (supongo). Le disparé a ella también un dardo.
Rápidamente me encaramé a los travesaños del techo y me preparé, oculta en las sombras.
Como había previsto, las gallinas habían visto a su compañera caer. Una de ellas entró en la casa, despacio, sin fiarse.
Me encontraba justo sobre la puerta. En cuanto hubo entrado, la cerré y, con un hilo de pescar atunes, la ahorqué.
Ya me había deshecho de dos, aunque no tenía claro cuántas quedarían. Ahora quería moverme a otra posición, pero no tuve tiempo. Algo golpeó la puerta con tal fuerza que hizo temblar las paredes. Esta crujió y algunas astillas saltaron por todas partes.
Hubo otro golpe. La puerta crujió de manera lastimosa. Un tercero la destrozó e hizo caer. La causante de tal acto había sido una vaca, a la que habían hecho cargar una y otra vez. Ahora, asomaba la cabeza intentando entrar, pero apenas cabía por ella. Tres gallinas saltaron… o volaron… o ambas cosas, por encima de la vaca y se posaron en el suelo. Mostraron interés por el cuerpo inerte de su compañera que colgaba muerta del cable. Parecieron cacarearse cosas unas a otras; se estaban comunicando y organizando, y tras esto, se separaron cada una en una dirección diferente.
La vaca, aunque no llegó a entrar, se quedó en la puerta, atenta a cualquier cosa. Esto me complicaba las cosas, ya que las gallinas, cada una por su lado, eran blanco fácil. Pero con la mirada atenta e inquisitiva que caracteriza a las vacas, podría delatarme en cualquier momento.
…
—Usted no conoce la expresión «como las vacas miran a la caravana», ¿verdad?
—No. Ya le he dicho que la vida rural es desconocida para mí ¿Qué significa?
—Ya se lo contaré cuando termine.
…
Una de las gallinas había bajado al sótano, así que esa la dejaría para luego.
Una se había alejado y quedaba más o menos apartada de la mirada implacable de la vaca. Me moví por los palos lentamente, con calma y en silencio, calculando cada movimiento, evitando hacer crujir la madera por mi peso. No tardé en posicionarme sobre la gallina.
Esta andaba curioseando cada rincón de la casa, detrás de muebles e incluso debajo. Por suerte, la gente no suele mirar hacia arriba. Creame, la mayoría de los asesinos prefieren las alturas.
No quería gastar más dardos, ya que no tenía muchos, y no sabía si me haría falta usarlos en otra ocasión.
Descendí de un salto silencioso justo tras la gallina, y con un movimiento preciso, le rompí el cuello. Luego controlé su caída para no hacer ruido. Rápidamente, me hice una con las sombras en un rincón cercano y me aseguré de que todo seguía en orden.
Para alcanzar a la otra gallina, debería sortear la vigilancia del bovino. Volví a subir a los travesaños y avancé por ellos.
La gallina no salía del campo visual de la vaca, ocupada picoteando unas botas que habían en el suelo (la gallina, no la vaca. Perdone, era solo por aclarar).
Aunque no es mi técnica habitual, decidí jugármela, aunque de forma controlada. Murmuré: Arba´ lta Q´afwish. Todo mi cuerpo se camufló con el entorno. Sin perder tiempo, bajé de un salto y fui a romperle el cuello también a esta gallina. Justo avancé a por ella cuando mi paso rompió algo y sonó un «crack»; había pisado un huevo que la gallina, en algún momento, había puesto.
Esto la alertó, y consiguió saltar/volar lejos de mí. El efecto de camuflaje se desvaneció, y me miró con odio en sus ojos inyectados en sangre.
Creame, no hay nada tan horrible, y confuso, como los ojos de una gallina rojos de ira mirándote con odio asesino.
Intenté apresarla, pero me esquivó de un salto, se apoyó en una viga para propulsarse contra mí, me dio un zarpazo en la cara y se posó en el suelo, a corta distancia.
Del corte, me brotó un poco de sangre. No era un herida especialmente mortal, pero escocía mucho, y temía que pudiera infectarse.
Mi mayor temor era la vaca, que pudiera alertar al resto, pero esta nos miraba sin mucho interés, aparte de rumiar tranquilamente.
La gallina se abalanzó otra vez contra mí, me encajó otro zarpazo en la cara, y cayó nuevamente a corta distancia, pero lejos de mis manos.
Para empeorar las cosas, la tercera gallina había subido del sótano.
Lancé al suelo un frasquito. Al impactar contra el suelo, el azufre contenido dentro, junto a otros componentes, creó un destello y mucho humo. En ese momento volví a murmurar Arba´ lta Q´afwish.
Cando el humo se hubo dispersado, las gallinas no vieron rastro de mí. Este es un truco muy común; crea la ilusión de que desaparecemos, cuando en realidad estamos ocultos muy cerca de allí, en mi caso, había vuelto a subir de un salto al travesaño.
Las gallinas me habían perdido el rastro completamente.
Decidí que, ya que nadie me había pagado por eliminar a nadie, y el acuerdo con el humano era simplemente sacarlo de allí con su tesoro, opté por hacer exactamente eso.
El problema ahora era la vaca. Ya me había dado cuenta de que no iba a hacer gran cosa, pero estaba plantada en la puerta, ocupando casi todo el espacio, y no me dejaba pasar. Busqué otra salida alternativa. Las ventanas estaban descartadas porque podrían advertir la ventana abierta. A poca distancia de donde yo me encontraba, estaban las escaleras al piso de arriba.
Me desplacé hasta ellas, sigilosa como una sombra. Subí al piso superior con cautela, extremando las precauciones en caso de que hubiera algún otro peligro imprevisto, pero la encontré vacía. Abrí una ventana, y me asomé ligeramente para otear el terreno.
Fuera, pude ver al anciano Lyachand, todavía inconsciente, y agarrado a su caja. Por la cercanía no había ningún peligro a la vista.
Pensé en las opciones antes de dejarme caer en la semi-flotación. Pensé que, aunque yo consideraba el trato con los bandidos cancelado, estos, seguramente, no compartirían mi opinión y seguirían queriendo el dinero del anciano. Es más, asumía que me estarían vigilando.
Aunque eran solo unos simples bandoleros sin importancia, seguían superándome en número y, si me pillaban desprevenida, podrían suponer un serio problema. Me dejé caer, avancé ligera hasta el humano. Allí, además de él, también estaba la gallina inconsciente. La tomé, cargué al anciano al hombro junto a su caja y me fui de ahí a paso ligero para internarme en el bosque y recuperar mis pertenencias, todo ello sin bajar la guardia, ya que aún quedaban varias gallinas sueltas, y podían estar en cualquier lugar.
En un saco mio, metí, tanto la gallina como el cofre del anciano. Lo enganché al cinto y, con el señor al hombro, procedí a buscar el camino principal, en dirección a Annmoule.
(Continuará…)
Dibujo de portada pertenece a jbrown67.
December 5, 2019
La granja del tesoro (3)
Me despedí del grupo y me dirigí hacía dónde me habían indicado que estaba dicha granja. Si todo iba bien, no debería llevarme más de veinte minutos. Por algún motivo, los granjeros no quisieron acompañarme. Lo atribuí a su temor a las gallinas.
Como ya he dicho, no sabía gran cosa de la vida de granja, ni de gallinas ni nada relacionado con lo rural, ya que nací y me crié toda mi vida en áreas urbanas, así que mis conocimientos sobre estos animales se limitaban al entorno culinario. No obstante, por lo que sabía de ellas, eran aves bastante torpes y estúpidas. Aquella otra gallina había supuesto un problema, pero porque cometí el error de infravalorarla. Esta vez no volvería a pasar.
Dada la proximidad de la granja, extremé mis precauciones desde el primer momento, y me moví en silencio todo el camino. Me puse el traje de camuflaje oscuro, y me preparé completamente. Enterré la mochila bajo un árbol y continué.
No tardé en llegar al valle donde la granja estaba. Desde la distancia puede observar algunos animalitos dando vueltas, ociosos.
No lo he comentado antes porque no era menester, pero, al igual que mucha gente en Argilidar, cuento con varias mejoras mágicas en mi organismo que me dan ciertas ventajas tácticas. Podría haberme decantado por aprender hechizos, pero nunca me interesaron esas artes. Considero las mejoras mágicas mucho más precisas y eficientes, sin necesidad de aprender toda una carrera.
Una de estas mejoras me permite poder ver a largas distancias y, gracias a esto, pude examinar la zona con detalle. Efectivamente, habían varias gallinas dando vueltas. Lo extraño en ellas es que actuaban de la manera en que lo hace alguien montando guardia, o incluso como perros guardianes, más que como propios aves buscando algo que picotear.
Lo más extraño de todo fue lo que se movían en círculos.
Tres vacas, por separado, recorrían un circuito… cabalgadas por sus respectivas gallinas. Uno de los granjeros había mencionado algo así. Las gallinas, de alguna manera, parecían haber domesticado a las vacas y las usaban de montura.
Definitivamente, aquí había algo extraño que lo del periodo del celo no explicaba.
En esos pensamientos estaba, que me olvidé del entorno. Solo en el último momento, cuando ya era demasiado tarde, oí un ruido encima de mí. Miré arriba lo justo para poder ver una gallina saltar sobre mí desde lo alto del árbol en que me había cobijado. Debía haber estado ahí arriba, montando guardia, oculta entre las ramas y no la vi, centrada en estudiar el terreno.
Antes de que pudiera reaccionar, la gallina se me había aferrado a los hombros y me picoteaba la cabeza con furia. Salí a la carrera nuevamente, intentando espantarla lanzando manotazos al aire sin éxito.
Como tenía los ojos cerrados para evitar que los picoteara, no podía ver por donde iba, hasta que choqué contra algo duro y caí de espaldas.
Afortunadamente, la gallina también se golpeó con lo que resultó ser un árbol, y ahora estaba aturdida y se tambaleaba.
No perdí el tiempo; lancé un cuchillo al cuello y murió rápidamente.
Era la segunda vez que me pillaban por sorpresa y estaba empezando a ser humillante. Decidí tratarlas como enemigos cualquiera y extremar las precauciones.
Me limpie la sangre de las heridas que me había producido en la cabeza, y volví por mi camino. Como la otra vez, no eran heridas mortales, pero eran extremadamente dolorosas.
Esta vez, trepé al árbol y volví a la granja saltando de uno a otro, para tener una vista desde un plano superior y evitar más emboscadas.
Lo peligroso sería salvar la distancia de claro hasta entrar en la casa. Varias gallinas la patrullaban y, ahora contaba con que posiblemente se alarmaran unas a otras y si una me veía, avisaría al resto.
Mi piel contaba con una mejora que me permitía confundirme con el entorno, proyectable a mi ropa, pero estaba pensado para ser usado en lugares oscuros o urbanos; en pleno día en la campiña me resultaría completamente inútil. Debía hacerlo a la vieja usanza; aprovechar huecos, momentos de distracción…
Busqué el punto por el que tendría que recorrer menos distancia hasta la casa. Entre el árbol en el que estaba encaramada y la casa habían unos diez metros. Un sonido en otro árbol delató una gallina en lo alto de un árbol muy cerca de mí. Pero no se había percatado de mi presencia.
Saqué la cerbatana con sumo cuidado. Introduje un dardo envenenado. Me moví sigilosamente entre las ramas como una serpiente, acercándome a una distancia adecuada lentamente.
Sin previo aviso, noté una mirada sobre mí. Lo que creía que era un manojo de hojas en la rama, resultó ser una una gallina con traje de camuflaje. Esto ya era el colmo.
La gallina saltó sobre mí y me saturó con cientos de picotazos en la cabeza. En el forcejeo para liberarme, perdí el equilibrio y ambos caímos del árbol.
Apenas habíamos caído un metro, activé una mejora que me permite levitar durante unos segundos, lo necesario para frenarme en el aire y caer de forma controlada. La gallina, empujada por la caída, perdió el agarre y se estrelló en el suelo.
Por desgracia, la otra gallina advirtió la situación y empezó a cacarear escandalosamente. Enseguida pude advertir agitación en las cercanías; la alarma había puesto a toda la granja en pie de guerra.
Opté por una retirada estratégica y, suponiendo que ahora la mayoría de las aves vendrían a dónde yo había sido vista, di un rodeo buscando otro punto opuesto, con la esperanza de que estuviera despejado o, al menos, más accesible.
Varias gallinas habían llegado, y estaban registrando la zona, pero gracias a mis movimientos sibilinos no pudieron seguirme el rastro.
Cuando llegué a la zona opuesta, la encontré desprotegida tal y como esperaba. La distancia de planicie era mayor y era más arriesgado, pero no había nadie a la vista. Seguramente era una trampa. Me arrastré por el suelo, pasando lo más inadvertida posible. Me detenía cada pocos metros, asegurándome que no había nadie, usando el sistema de camuflaje de forma intermitente. Aunque, como había dicho, no contaba conque a plena luz fuera muy efectivo, no perdía nada por intentarlo. Quizá la hierba podía ser un fondo útil con el que mimetizarme; nunca lo había probado.
En cualquiera de los casos, ya fuera por mi experta pericia o porque no había nadie alrededor, llegué a la casa sin ningún problema. Forcé la ventana en completo silencio sin mucho problema, y me colé dentro.
Allí, todo era oscuridad. Estaba en una estancia cuyas ventanas estaban todas cerradas y la poca luz que entraba era por rendijas y grietas en estas. Huelga decir que la visión en escasa iluminación forma parte de mis mejoras, así que esto no fue un problema.
Antes de dar un solo movimiento, me quedé quieta, inspeccionando el lugar en busca de más amenazas y más gallinas ocultas, pero no parecía haber nada. De hecho, no oía ni un ruido en toda la casa.
Me encontraba en la planta baja de un caserío de dos, más un altillo. Sin embargo, mi objetivo estaba en algún lugar del sótano. Ahora, en la oscuridad, estaba en mi elemento. Me movía en el más completo sigilo, era una sombra entre las sombras, un mero susurro en el viento…
…
—Y entonces encontró la entrada al sótano. Puede seguir desde ahí si no le importa —dijo el escribano, interrumpiendo con educación, mostrando las pocas hojas en blanco que le quedaban.
…
(Continuará…)
Dibujo de portada pertenece a jbrown67.
December 4, 2019
La granja del tesoro (2)
No tardé mucho en oír unos sonidos no muy lejanos.
Me aproximé con cuidado, con las manos preparadas para lanzar alguna daga si era necesario. Pese a que el campo abierto no era mi terreno, conseguía moverme entre las malezas y ramas en completo sigilo.
El sonido se reveló más claramente como unas voces de personas, y por el tono, parecían discutir alguna situación.
Llegué hasta un punto en el que pude ver a un pequeño grupo de personas, dos humanas, un enano y un múrgol, de aspecto sucio y desaliñado, y discutían algo entorno a un fuego en el que se asaban unos conejos. Desde mi posición pude ver que iban armados, aunque de forma bastante básica; estacas y porras. Si eran hostiles, debían ser ocasionales o de poca monta. Sus ropas estaban en pésimo estado y sus maneras no eran mucho mejor. Presentaban varias heridas de diversa gravedad, desde cortes superficiales, hasta una pierna vendada. Estaba lo suficientemente cerca para poder escuchar su conversación, pero hablaban en algún dialecto local y no entendía gran cosa. Por lo expuesto ya, y el tono de la discusión, deduje que habían sido atacados por alguien.
No parecían una seria amenaza para mí, dadas las circunstancias, y, en cualquier caso, incluso si se revelaran como hostiles, no eran un peligro para mi. Se me había despertado el hambre, ellos tenían comida y problemas. Quizá pudiéramos llegar a un acuerdo.
Salí de entre la maleza, esta vez anunciando mi presencia haciendo mucho ruido con las ramas y hojas del suelo.
El grupo se giró de inmediato hacía mí. Algunos incluso se pusieron torpemente en pie con las porras en la mano.
Alcé las manos, mostrando que no era peligrosa. Quiero decir, hacerles creer que no era peligrosa.
—Tranquilos. No estoy armada. Solo soy una viajera que se ha perdido y tiene hambre. Me preguntaba si sería posible que compartierais vuestra comida conmigo. Tengo dinero para pagaros —les dije.
…
El escribano alzó una ceja y miró a Geanaïlle con algo de perplejidad.
…
Se miraron unos a otros, indecisos, y al final todos acabaron por mirar al múrgol. Debía ser el jefe.
Este miró los conejos, y luego a los suyos, haciendo cálculos. Luego me miró a mí.
Solo pudo ver a una mujer varadikta, vestida de forma muy básica y humilde, apenas vestida con botas de cuero, una elegante camisa de seda y pantalones de tela, cinturón igualmente de cuero a juego con las botas, abrigo de piel. Mi único equipaje era una mochila en la espalda, y apenas llevaba mil toquens conmigo.
—No te preocupes por el dinero… —comenzó el múrgol, pero el enano le interrumpió.
—Quince toquens por el conejo.
Ambos dos se intercambiaron gestos y palabras. Le di los quince toquens al múrgol y dejaron de discutir.
Hubo un silencio incómodo. Estaba claro que tenían asuntos que discutir, y les incomodaba hacerlo delante de mí. Podían haberlo hecho en su dialecto, por supuesto, pero incluso los pueblerinos saben que es una gran falta de educación hacer semejante cosa. Una de las mujeres, una de pelo negro enmarañado y lleno de suciedad me miraba fijamente. Cuando le devolví la mirada se limitó a sonreír, mostrando una dentadura negra y varios huecos donde debían haber dientes.
Decidí romper la tensión.
—Voy de camino a Annmoule, pero he preferido hacerlo andando, para disfrutar de la campiña Argilidonia. ¿A que os dedicáis vosotros? —pregunté. Le arranqué una pata al conejo y la saboree. Le faltaban algunas hierbas, pero serviría.
Hubieron más miradas cruzadas.
—Somos… granjeros —dijo el enano.
—Entonces tenéis la granja cerca, supongo. Eso explica que encontrara una gallina hace poco.
Noté la tensión crecer. Incluso el múrgol se convulsionó ligeramente.
—¿Has visto una gallina? —preguntó la otra humana, de pelo castaño. Aunque era bastante diferente de la otra, no podía dejar de notar una cierta similitud entre ambas.
—Sí —contesté cuando pude tragar—. A no mucha distancia, hacia allí. Se os debió escapar. Pero lo que no entiendo es que me atacó como una furia.
Hubo un silencio.
—¿Debería temer ir por estas tierras? —pregunté—. Por vuestro aspecto parece que habéis tenido algún conflicto.
El múrgol fue a decir algo, pero el enano se le adelantó.
—No. Solo típicos problemas de granja. Algunos animales se ponen violentos en la época de celo, o se escapan… esas cosas.
—No sabía que las gallinas tuvieran época de celo —dije.
—Eh… sí, claro que la tienen. Y se ponen muy agresivas —argumentó el enano—. A veces se pelean por el macho.
—Claro —se le sumó la humana castaña—. Así es como hacen las peleas de gallo.
—Sí. Eso es. No quieres saber cómo es el celo de los patos… —dijo el enano, y a continuación, preguntó para cambiar de conversación—. ¿Qué es lo que hace una señorita sola por el bosque de camino a Annmoule?
Terminé el conejo y me limpie con un pañuelo que tenía entre las ropas.
—Soy una cazarrecompensas —quise ponérselo fácil para no tener que dar muchas explicaciones.
Los tipos se sorprendieron. Las mujeres dejaron de sonreír y se miraron.
—¿Una cazarrecompensas? —dijo el enano.
—¿Estás buscando a alguien? —preguntó la humana de pelo negro.
—De momento, voy a Annmoule a ofrecer mis servicios —dije.
—Entonces, ¿no estás buscando a ningún criminal en particular por esta zona? —insistió la otra humana.
—No. ¿Debería?
—¡No! ¡No! En absoluto. No hay criminales peligrosos por aquí. Ni uno —dijo el enano.
—¿Ni salteadores de caminos? —pregunté.
—Especialmente asaltadores de caminos. No hay nada de eso en toda la zona —dijeron a coro.
—Nosotros solo somos granjeros. Honrados y para nada criminales… —dijo una de las humanas hasta que la otra la hizo callar de un golpe en los riñones. Esta manía que tienen los humanos de hacerse callar sin motivo es algo que no entenderé. Pero no seré yo quien se meta en las costumbres de los demás.
—Bueno, pues ya que he terminado el conejo, seguiré con mi camino. Calculo que en un par de horas debería llegar.
Apenas me había dispuesto a partir, cuando el enano me llamó.
—¡Espera! Quizá podamos pedirte un favor.
El múrgol protestó pero el enano le hizo callar. Ya no tenía tan claro quién era el jefe del grupo.
—Tenemos un problema, y siendo que eres una profesional, quizá podrías echarnos una mano.
—Eso depende. Mis honorarios son altos, y no regateo.
—Los cristales no deberían ser un problema —dijo el enano—. Deja que explique. Efectivamente, nuestra granja, que no está muy lejos… bueno, verás. En realidad, lo de las gallinas… no es normal. Simplemente no queríamos decírtelo porque… son cosas nuestras, ya sabe, cosas de familia.
—¿Sois familia? —pregunté.
—Claro. Somos hermanos —dijo la humana castaña.
Los miré atónita de uno en uno: un múrgol, un enano, dos humanas. Algo se me escapaba.
—¿Sois hermanos?
—Adoptados —dijo el enano—. El viejo Lyachand… quiero decir, padre, nos adoptó porque no tenía hijos, ni está casado ni nada y… mire es una larga historia.
—Sí, esto se está alargando con detalles sin importancia —añadió el múrgol.
…
—Yo también agradecería que fuera al grano —dijo el escribano—. No estoy seguro de si voy a tener suficiente papel. Ya llevo cinco páginas y todavía no ha empezado con la historia.
—Está bien.
…
—Verás —comenzó el enano—, la cosa es que tenemos una granja no muy lejos de aquí. Llevamos años trabajando muy duro en ella, criando gallinas, cerdos, vacas… todo eso. Es nuestra forma de vida, y ahora nos hemos visto expulsados de ella. Nos han atacado y tirado de allí.
—¿Quién os ha tirado?
—Em… verás… —miró a los demás—, han sido las gallinas —dijo, con algo de humillación en la voz.
—¿Las gallinas? —pregunté— ¿Por lo del celo?
—Sí. ¡No! El celo no tiene nada que ver —respondió el múrgol—. Es por algo que no sabemos qué es, pero se volvieron rabiosas de la noche a la mañana, y comenzaron a atacarnos, picoteándonos, y arañándonos con sus… sus… ¿garras? —aventuró, buscando apoyo de sus colegas. Ellos asintieron, sin conocer tampoco una palabra mejor—. Tuvimos que huir de allí por nuestra vida.
La humana morena le interrumpió de una sonora carcajada.
—Corrió como no lo había visto correr en mi vida —le dijo a la otra humana y ambas rompieron a reír a pleno pulmón.
El múrgol era con diferencia el más grande de todos, cosa por otro lado, normal. Me costaba visualizarlo huyendo de un grupo de pollos, por muy histéricos que estuvieran.
—¡Callaos las dos! —les reprendió el múrgol sin resultado—. ¡Vosotras también salisteis por patas!
—Pero no llorábamos como tú —contestó la castaña y las risas se intensificaron, casi histéricas.
Yo no entendía la gracia de todo aquello.
—¡Ya está bien! —riñó el enano a los tres—. Mire, señorita, esa es la granja de nuestra infancia, dónde hemos pasado nuestra vida, donde hemos crecido y vivido nuestra infancia. Y seguramente mataron al viejo Lyachand… a padre, quiero decir.
—¿Tuvisteis que huir de allí por unas gallinas? —le pregunté.
—Las vacas les ayudaban —añadió la humana morena.
—¡No les ayudaban! Las gallinas los controlaban —repuso la otra humana.
—¿Cómo van a controlar unas gallinas a otro animal? —respondió su análoga.
—¿Y cómo sino van a atacar a nadie, imbécil?
—¡Cerrad la boca las dos! —gritó el múrgol—. Mire, no sé que ha pasado en esa granja; seguramente sea algo de los magos que viven más allá, o no sé que ha sido, pero los animales se han vuelto locos.
—Y queréis que las mate para volver a la granja.
—No, no. Lo que queremos es que recupere nuestros ahorros. Todos nuestros toquens están guardados en una caja, en el sótano. El trabajo de una vida, señorita. Nuestras vidas —dijo la humana de pelo negro.
—Si pudiera devolvérnoslos, estaríamos muy agradecidos —dijo la humana de pelo castaño con voz lastimera. Los otros asintieron.
—Con esos toquens, podríamos pagarle, aunque tampoco tenemos mucho, no somos más que humildes campesinos.
—¿No queréis recuperar vuestra granja? —pregunté, sorprendida—. La vais a dejar así sin más. ¿El hogar de vuestra infancia?
—Mire, señorita —empezó el múrgol—, llevamos toda nuestra vida trabajando ahí. Estamos de esa granja hasta los… estamos hartos de esa granja.
—Eso mismo —dijo el enano—. Las gallinas han matado a nuestro padre adoptivo. Lo sentimos mucho por él, porque era un buen hombre, pero no nos dejaba salir de la granja, ni hacer vida ni nada. Ahora que está muerto, solo queremos nuestra herencia y empezar una nueva vida. Las gallinas pueden quedarse con la maldita granja y cultivar uva si quieren. Nos importa un comino. Le pagaremos con los toquens de nuestra herencia, cuando nos lo traiga. ¿Qué le parece?
Tenía serias dudas de que pudieran pagarme por lo que normalmente cobro en este tipo de trabajos, pero dadas las circunstancias, pensé que las gallinas no deberían representar un problema serio. Estos eran simples campesinos, no versados en la infiltración y el subterfugio, por lo que semejante situación les resultaba demasiado. También era cierto que los encargos habituales entrañan un serio riesgo, a diferencia de este, que solo incluía unas cuantas gallinas en época de celo. Así que, en aquel momento, pensé que podría adaptar los precios a las circunstancias.
Si entonces hubiera sabido lo que supe luego, no hubiera aceptado. No hubiera ni aceptado el conejo.
…
—Las gallinas no tienen época de celo —interrumpió el escribano.
Geanaïlle se calló en seco. Lo miró pensativa. Parpadeó varias veces, procesando información.
—¿No? —dijo al fin.
—No. Al menos, por lo que yo sé.
La varadikta pareció algo confusa.
—Bueno. No es relevante para el relato. Como decía, accedí a cumplir el trato a cambio de una pequeña cantidad.
El escribano suspiró, y continuó escribiendo.
…
—Está bien. Os traeré vuestra caja. De eso os cobraré un pequeño porcentaje. ¿Dónde está?
—Debería estar en el sótano. Dentro de la casa, abajo del todo.
—Esperadme aquí y vendré lo más rápido que pueda. ¿Cuántas gallinas hay?
Se miraron indecisos.
—Es difícil saberlo, se parecen entre ellas y se mueven mucho, así que a veces contamos la misma varias veces —dijo el enano.
Si lo hacía con cuidado, no debería ser muy difícil. Entrar y salir. Esquivar a unas pocas gallinas no debería suponer ningún problema, comparado a los guardias bien entrenados y equipados que estaba acostumbrada. Además, siendo que había encontrado a una de ellas tan lejos de la granja, quizá tenía suerte y el resto se habían desperdigado igualmente.
(Continuará…)
Dibujo de portada pertenece a jbrown67.
December 3, 2019
La granja del tesoro (1)
—En este mundo, a veces, pasan cosas muy absurdas. Pero lo más ridículo es que la gente se comporta de forma incoherente —dijo Geanaïlle a la persona que tenía sentada frente a ella—. Quizá es porque no acabo de cogerle el truco a la conducta humana ya que, como varadikta, tiendo a ser más lógica. Los humanos dicen que los de mi raza somos así porque descendemos de los reptiles y eso nos hacer ser fríos y sin sentimientos, pero eso no tiene nada que ver. Por supuesto que tenemos emociones, nos ponemos tristes, nos enfadamos… estamos tan motivados a actuar por las emociones como vosotros, pero no dejamos que nos controle; tenemos las riendas de nuestros caballos. Vosotros, los humanos, sin embargo, actuáis motivados por deseos y emociones, y luego justificáis vuestros actos. Es como si dejarais que los caballos fueran desbocados y luego quisierais convencer al mundo que obedecían vuestras órdenes. No te ofendas, no es una crítica; es una observación objetiva.
—No me ofendo —respondió el otro. Los humanos también sabían cómo eran los varadiktas, y estaban acostumbrados a sus «observaciones objetivas».
—¿Ve usted bien? ¿Quiere que suba la luz? —preguntó Geanaïlle aumentando la luz del candil. La luz que apenas iluminaba la sala se intensificó—. Como mi trabajo me ha acostumbrado a moverme en las sombras, me olvido de que el resto de la gente no ve nada.
—Sí. Al principio me ha resultado difícil encontrarla, camuflada en un rincón.
—Cosas del oficio. ¿Ve mejor ahora?
—La verdad es que mejor así, gracias.
—Como decía, después de todos estos años, a mi avanzada edad y ya retirada, sigo sin encontrarle el menor sentido a la mayor parte de las cosas que hacéis los humanos. Pero lo que más me sorprende es ver cómo la gente se adapta a ese sin sentido con toda normalidad —Geanaïlle se acomodó en la silla de madera.
Tras una pausa, perdida en sus pensamientos, continuó:
—A veces pienso que si pensarais sobre todos esos absurdos e incoherencias, vuestra cabeza colapsaría, así que lo mejor que podéis hacer es ignorar esas muestras de caos y asumir las cosas tal y como vienen.
»Por ejemplo, recuerdo una vez, hace mucho tiempo, en la que un grupo de gallinas de una granja se hicieron a las armas y se dedicaron a conquistar toda una región por la fuerza.
Hizo otra pausa para llenar su taza de té.
—¿Quiere más té? —ofreció Geanaïlle.
—No, gracias —rechazó. Si Geanaïlle se había escondido por la fuerza de la costumbre de su ex-profesión, no iba a comer ni beber nada que una ex-asesina le ofreciera—. ¿Qué es eso de las gallinas?
Geanaïlle negó ligeramente con la cabeza, con rostro serio, expresando lo poco contenta que estaba con aquella historia.
Dejó la tetera. Dio un sorbo al té mientras seguía caliente, casi hirviendo. Se acomodó otra vez, y continuó.
—¿Acaso la gente se extrañó por eso? Para nada. Los locales siguieron con su vida, aceptando la situación como si tal cosa. Ni se molestaron en investigar las causas del asunto. Es más, la atención de la gente se centró en otro elemento mucho menos relevante.
—Un momento —la interrumpió la persona frente a Geanaïlle, y rebuscó en su maletín. Sacó más hojas en blanco y las extendió frente a él. Tomó la pluma y la mojó en el tintero, preparado para tomar nota de todo lo que fuera a contar.
—¿Está seguro de que no necesita más luz? —preguntó Geanaïlle, aumentando la intensidad del candil..
—Me va bien, gracias. Continúe —dijo.
Parte 1
Fue cuando vivía en Barchaûgonille, en la parte sureste de Argilidar. Allí, como ya sabe, ofrecía mis servicios como incursora, asesina, espía o, en el peor de los casos, ladrona de guante blanco, a quienes pudieran permitírselo. Normalmente, en una ciudad tan grande e importante, no me faltaba trabajo. Mi reputación me predecía y me garantizaba una cartera de clientes habituales. Por desgracia, siempre llega un momento de paz, o, lo que también es frecuente, mis clientes son eliminados por otros compañeros de profesión. Así es este negocio; Seschosé en Seschosé.
Normalmente, en estos casos, viajo al país vecino, Hepifenos-Nymus, que también hay buena demanda. Pero en este caso, decidí probar suerte a Annmoule, una ciudad cercana y también bastante próspera, con la intención de abrir nuevos mercados. Además, varios de mis clientes que aún seguían vivos tenían amigos allí, lo que debería facilitarme las cosas. Pero me estoy entreteniendo con cosas sin importancia.
El escribano levantó una ceja, evaluando internamente la tinta y papel que había traído.
Recorrí gran parte del camino en caravana pero, por el placer de caminar y disfrutar un poco del entorno rural, quise recorrer la poca distancia que quedaba hasta Annmoule andando.
No recuerdo cuanto anduve pero, en algún momento, vi una gallina suelta por entre los árboles. Pensé que probablemente se habría escapado de alguna granja cercana y, seguramente, su dueño ya la habría dado por perdida, así que sería una buena cena.
Lanzarle un dardo hubiera sido extremadamente fácil y aburrido. Así que quise atraparla con las manos, juego que me permitiría desentumecer el cuerpo un poco después de un día días de viaje sin nada de actividad.
Me acerqué al ave con cuidado, a pasos pausados y estudiados, con la gracia y perfección felina digna de los que hemos dedicado años a mi profesión. Mi atención, imperturbable, estaba fija sobre mi presa. Casi sentía pena esa pobre gallina, sin ninguna oportunidad frente a mí. Porque no lo he dicho aún, y no quiero pecar de pedante, pero soy la mejor incursora de todo Argilidar. Probablemente, de otros países también.
Como decía, me iba acercando en completo silencio a la gallina, como una sombra de muerte.
Me preparé. Flexioné mi cuerpo para lanzar un movimiento rápido y preciso, como un rayo.
Apenas hube empezado a prepararme cuando, con algún sexto sentido que los animales poseen, la gallina debió darse cuenta de mi presencia y se abalanzó sobre mí como una furia.
Por desgracia, los varadiktas, aunque somos muy rápidos en lo que se refiere a actuar, no lo somos tanto al reaccionar; nuestros reflejos son muy lentos y tardé unos segundos en reaccionar al ataque.
La gallina se había colocado sobre mis hombros, aferrada a la ropa, y me picoteaba con saña en la cabeza. No estoy segura de que se puedan llamar zarpas a las patas de una gallina, pero desde luego lo parecía, y me estaba arañando los hombros.
Sorprendida por esto, y sin poder pensar claramente, corrí a la desesperada, sacudiendo los brazos al aire, con la esperanza de que la gallina se soltara sola o me dejara en paz al ver que me rendía. Pero eso no pasó. El problema con las gallinas es que no se puede razonar con ellas.
Corrí entre los árboles y la maleza, casi tropezando con ramas. Corrí sin saber a dónde me dirigía, y la gallina no se soltaba ni dejaba de picotearme, causándome varias heridas, no especialmente graves, pero bastante dolorosas. Me lancé contra un árbol, para golpearla. Contra otro, y un tercero, pero la gallina no se soltaba. Sus constantes ataques no me dejaban pensar.
Por fin, en uno de los manotazos, la pude coger por el cuello y la lancé todo lo lejos que pude. La gallina voló en parábola hasta estrellarse contra un árbol, y cayó al suelo, aturdida.
Sacudió la cabeza para espabilar y se lanzó contra mí, emitiendo unos cacareos frenéticos como nunca había escuchado de un ave.
Pero ahora, con un par de metros entre ella y yo, estaba en mi terreno. Con un solo movimiento, preciso y tan rápido que apenas puede ser visto, le lancé una daga. Esta se le clavó en el cuello, y el cacareo se tornó un sonido extraño ahogado por su sangre. El ave seguía corriendo hacia mi, con los ojos inyectados en sangre, en un desesperado intento de morir matando. Me preparé para recibirla, pero no hizo falta; cayó muerta a mis pies.
Si bien en un principio había querido cazarla para comérmela, ahora ya no estaba tan segura; esta criatura se había comportado de forma extraña, y no me fiaba de estuviera infectada de rabia o alguna enfermedad. La verdad es que soy de ciudad y el mundo rural me es desconocido. ¿Pueden las gallinas tener la rabia?
—Ni idea —respondió el escribano, encogiéndose de hombros.
—Solo por precaución, la enterré para evitar que algún otro depredador se la comiera y resultara infectado.
Tras esto, y sin entender nada de lo que había pasado, continué mi camino, extremando la guardia, en caso de que algún otro animal pudiera salirme al paso con idéntica conducta. Una gallina no había supuesto un auténtico problema, pero un jabalí o un oso podría serlo.
(Continuará…)
Dibujo de portada pertenece a jbrown67.
Día #34 – La historia de las gallinas apesta
Querido diario, dos puntos.
Ahora resulta que, una vez terminada la historia de las gallinas, ya no estoy tan contento.
A ver, me gusta… pero no. Es algo raro.
¿Por qué pasan estas cosas? ¿Por qué estas subidas y bajadas aparentemente aleatorias? Hoy me gusta el texto y mañana no.
Hago el boceto inicial y esto encantado. Luego la repaso y pienso que está todo mal. Voy trabajándola y me va gustando más. La termino y cuando la miro por última vez, para dejarla volar, ya no estoy tan seguro.
¿Esto se supera alguna vez?
Pues así se queda. Que sea lo que Odin quiera.
Lo que voy a hacer es dividirlo en seis partes, porque me han salido unas veinte páginas, y, como me voy de vacas a España, lo programaré para que cada día se publique una parte.