César Vidal's Blog, page 92

January 23, 2016

El Profeta y el Justo

LOS PRIMEROS CRISTIANOS:

LA IDEOLOGÍA DEL JUDEO-CRISTIANISMO EN EL ISRAEL DEL SIGLO I (IV): LA CRISTOLOGÍA (IV): El Profeta y el Justo

El Profeta



También el término «profeta» fue aplicado por el judeo-cristianismo a Jesús, si bien con un contexto muy específico. Las referencias a este título (Hch. 3, 22 y ss.; posiblemente 7, 37) no consideran a Jesús como un profeta más, sino como «el Profeta» escatológico anunciado por Moisés en Dt. 18, 15-6, que se levantaría al fin de los tiempos y que no sería inferior a aquél, sino que, por el contrario, implicaría el cumplimiento de las profecías anteriores. Es muy posible que tal identificación pueda retrotraerse a la misma época del ministerio público de Jesús, pero ése es un tema que desborda el contenido de nuestro estudio.



Este título no iba a tener un eco excesivo en los escritos del Nuevo Testamento. Ciertamente, los Evangelios lo recogen en relación con el ministerio de Jesús, pero Pablo no lo utiliza y también está ausente de los escritos judeo-cristianos tanto originados en la tierra de Israel (Apocalipsis), como fuera de ella salvo, quizá, 1 Pe. 1, 10-11 que, en cualquier caso, no se refiere a Jesús como profeta sino a la actividad del Cristo preexistente impulsando la profecía. Muy posiblemente la causa de esta actitud debemos buscarla en el hecho de que se consideró que el mismo no podía ser comprendido cabalmente fuera de Palestina y que, mediante su utilización, se corría el peligro de empequeñecer la visión que de Jesús tenían los judeo-cristianos. Jesús ciertamente era «el» Profeta pero no podía ser considerado sólo «un» profeta, por muy importante que fuera. Por otro lado, el título en sí tampoco era atractivo para todos los judíos pues aunque, como veremos, la idea de un «profeta-segundo Moisés» era común en algunos medios, en otros estaba ausente. A esto hay que añadir una tercera razón y es el uso del término por parte de sectores heterodoxos del cristianismo, no pocas veces conectados con la gnosis. Así, fuera del Nuevo Testamento —y ya en el siglo II— el título iba a seguir siendo aplicado a Jesús en obras como el Evangelio de los Hebreos, la Predicación de Pedro conservada en las Pseudoclementinas, o el Logión 52 del Evangelio de Tomás. La óptica adoptada por estas obras hacía sin embargo recomendable el abandono del título de profeta, un proceso que, como ya hemos señalado, se inició ya en el siglo I.



La espera de este «profeta» debió de ser muy corriente en la época de Jesús, tal como se desprende de pasajes como Jn. 1, 21. Aunque la literatura rabínica cuenta con referencias muy escasas al tema del profeta-segundo Moisés, lo cierto es que Filón lo menciona (De Spec. Leg. I, 64 y ss.), tomando como base, muy posiblemente, Dt. 18, 15-18. Por otro lado, parece muy posible que las limitaciones —que no exclusión total—del tratamiento del tema en la literatura rabínica quepa atribuirlas a una polémica anticristiana.



La figura tiene asimismo un paralelo evidente en la doctrina samaritana del taheb («el que regresa o el restaurador»), en la que era identificado con una especie de Moisés redivivo. Partiendo, al igual que vemos en el libro de los Hch., de la cita contenida en Dt. 18, 15 y ss., se afirmaba entre los samaritanos que el taheb realizaría milagros, restauraría la ley y la adoración verdadera, y llevaría el conocimiento de Dios a otras naciones. Esta visión es la que subyace en el encuentro de Jesús con la samaritana narrado en Jn. 4, 19 y 25, y, en buena medida, pudo ser compartida por el judeo-cristianismo aunque no se redujera sólo a ese contenido su idea del «profeta».



También nos hallamos con una figura semejante en la teología de los sectarios de Qumrán y en el Testamento de los Doce Patriarcas, pero con una diferencia esencial. En el Manual de Disciplina 9, 11, este profeta es presentado como alguien distinto de los dos mesías de Aarón e Israel, mientras que en el Testamento de Leví, el Mesías, llamado «renovador de la ley» (16), recibe también el título de «profeta del Altísimo» (8, 15). Por si esto fuera poco, también aparecen ligados a este mesías-profeta los rasgos del sumo sacerdocio. En este último caso, las semejanzas con el judeo-cristianismo son manifiestas. De todo lo anterior se desprende, una vez más, que en la figura del Mesías han vuelto a fusionarse títulos diversos (como ya vimos con el caso del Hijo del hombre y del Siervo de YHVH).



El judeo-cristianismo tenía una visión similar y es natural que dentro de la perspectiva con que contemplaba a Jesús le aplicara el título de «el Profeta», y más cuando había antecedentes que se podían retrotraer hasta el mismo. Nuevamente, podemos ver que el judeo-cristianismo no creaba categorías teológicas nuevas sino que tomaba las ya existentes en el judaismo de la época y las aplicaba a la persona de Jesús.





El título de «Justo» es otro de los aplicados a Jesús por el judeo- cristianismo. Su especial configuración permite ver que no se trata tanto de un calificativo como de un título específico. Según el libro de los Hch., éste fue utilizado por Pedro (Hch. 3, 14), Esteban (7, 52) y Pablo (22, 14) en contextos de tipo judicial o, al menos, en los que el personaje que lo usa se ve obligado a defenderse frente a un sector del judaismo que le resulta hostil. La impresión que produce esta fuente concreta es que los tres personajes oponen el título de «el Justo» a unos judíos que, por definición, son injustos, primero, al ejecutar a Jesús y, segundo, al enjuiciar a sus seguidores.



Que tal visión no es exclusiva de Hechos, se desprende de la utilización que del mismo título hace Sant. 5, 6 al hablar de «el Justo» que fue condenado y asesinado sin ofrecer resistencia. También en esta epístola aparece explícito el hecho de que los que juzgaron injustamente al Justo se comportan igualmente con injusticia al maltratar a sus seguidores. Ap. 16, 5 contiene también el título con unas coordenadas similares, pero no es del todo seguro que aquí se esté atribuyendo a Jesús.



En el Nuevo Testamento, este título está conectado o con el judeo-cristianismo afincado en Israel (Hch., Sant.) o con el de la Diáspora (1 Pe. 3, 18; 1 Jn. 2, 1) y siempre en relación con la idea de injusticia frente a la que no se opone resistencia violenta. El concepto no está ausente, sin embargo, de las cartas paulinas (Rom. 3, 21-6; 5, 6-21, etc.), aunque en estos casos parece más relacionado con la idea de un justo (Jesús) sacrificado por los injustos —una idea ya expresada en 1 Pe. 3, 18— que un justo sobre el que se descargó la injusticia de los injustos.



Una vez más, tal uso cuenta con paralelismos en el judaísmo. En el Antiguo Testamento aparece conectado con el «ungido» del Señor (2 Sa. 23, 3; Is. 32, 1; Zac. 9, 9) y, muy especialmente, con el «Siervo de YHVH» (Is. 53, 11). En 1 Enoc 38, 2 y 53, 6, el «Justo» es un título mesiánico, y no puede excluirse esa misma connotación de 1 Enoc 47, 1-4, donde se habla de cómo ascenderán al cielo «la sangre del Justo» y «las plegarias de los justos». De la misma manera, en el texto de Is. 51, 5 de Qumrán (IQ Is. 51, 5) es muy posible que la expresión «mi justicia» pueda ser considerada como título mesiánico. También los Salmos de Salomón (17, 23-51; 18, 8. y ss.) y la Sabiduría de Salomón (2, 18) conectan la idea del mesías con la del rey justo que establece justicia. En cuanto a la literatura rabínica, ésta denomina «Justo» al Mesías fundamentalmente a partir de pasajes como Jr. 23, 5 y ss.; 33, 15 y Zac. 9, 9.



Con todo, y pese a sus antecedentes judíos, la forma en que el título se atribuyó a Jesús en el seno del judeo-cristianismo no está exenta de una originalidad que brotaba de las especiales circunstancias que rodearon la muerte de Jesús. Éste, de acuerdo con la conciencia que tenían los judeo-cristianos, había sido ejecutado de manera injusta. Él, que resumía en sí mismo toda la justicia divina, había recibido la muerte de gente injusta (las autoridades religiosas judías y civiles romanas). En medio de ese drama execrable, no había ofrecido resistencia, como subraya muy atinada mente Santiago recordando posiblemente la descripción del Siervo de YHVH en Is. 53.



En el marco del cristianismo gentil, por mucho que la pasión y muerte de Jesús pudieran significar, no existía ni el recuerdo ocular de su proceso y ejecución, ni tampoco se producía la convivencia diaria con los ejecutores judíos y romanos. Por otro lado, la carencia de raíces judías del mismo resultaba evidente y, como ha expresado algún autor, el concepto de justicia ligado al Mesías podía expresarse a través de categorías distintas como la de Señor. De manera clara, y posiblemente muy rápida, la denominación de Jesús como «Justo» —algo esencial para el judeo-cristianismo asentado en Israel— se vería sustituida en distintos ámbitos por otras más atrayentes y comprensibles.



________________________________________________________________________







Sobre este tema, véanse J. D. G. Dunn, «Prophetic I-Sayings and the Jesus Tradition: The Importance of Testing Prophetic Utterances within Early Christianity», en NTS, 24, 1978, pp. 175-198; D. Hill, New Testament Prophecy, Atlanta, 1979; D. E. Aune, Prophecy in Early Christianity, Grand Rapids, 1983; G. F. Hawthorne, The Presence and the Power: The Significance of the Holy Spirit in the Life and Ministry of Jesus, Dallas, 1991.



P. Volz, Die Eschatologie der jüdischen Gemeinde im neutestamentliche Zeitalter, Tubinga, 1934, pp. 193 y ss.



En este sentido, véase H. Riesenfeld, «Jesus als Prophet», en Spiritus et Veritas, 1953, pp. 135 y ss. Este autor cita en apoyo de su tesis pasajes como Juan 6, 14 y ss., Marcos 13, 22 y paralelos. Podría mencionarse asimismo, desde nuestro punto de vista, Mateo 13, 57 y par.; 21, 11; 21, 46 y par.; Lucas 7, 39; 13, 33 y Juan 4, 44. De los dichos textos se desprende no sólo que Jesús señaló explícita e implícitamente su condición de profeta, sino que además tanto sus seguidores como sus adversarios tomaron postura en relación con ello. A favor de la misma interpretación, partiendo sobre todo de las expresiones relacionadas con el uso de amén (aunque no limitándolas sólo a un cariz profético), véase T. W. Manson, The Teaching of Jesus, Cambridge, 1951, p. 107. Sobre la adscripción a Jesús en Lucas de características proféticas, véase J. A. Fitzmyer, The Gospel ..., ob. cit., p. 530. En un sentido distinto se manifiesta R. Leivestad, Jesus, ob. cit., pp. 85 y ss.



O. Cullmann, Christology…, ob. cit., pp. 49 y ss.



H. M. Teeple, Mosaic Eschatological Prophet, Filadelfia, 1957, p. 74.



Citado por Jerónimo en In Esaiam XI. 2.



H. Waitz, Die Pseudoklementinen: Homilien und Rekognitionen, Leipzig, 1904; O. Cullmann, Le Problème…, ob. cit., y H. J. Schoeps, Theologie ..., ob. cit.



Una traducción al castellano de esta obra en C. Vidal, Los Evangelios…, ob. cit.



O. Cullmann, Christology…, ob. cit., pp. 15 y ss.



Ibídem, pp. 17 y ss., ha apuntado posibles precedentes de esta idea en la creencia en el regreso de Elias (Eclesiástico 49, 6), en el de Enoc (Enoc 90, 31), en el de Elias y Enoc conjuntamente, y en el de Jeremías (2 Mac. 15, 13 ss). La tesis resulta considerablemente discutible y, en cualquiera de los casos, no fue sustentada por el judeo-cristianismo, que no veía en estos hechos una referencia al profeta escatológico identificado con Jesús, v. g., Apocalipsis 11, 3 y ss.



En este sentido, véanse R. Longenecker, The Christology…, ob. cit., pp. 34 y ss., y N. Wieder, «The Idea of a Second Coming of Moses», en JQR, 66, 1956, pp. 356-366. En contra, véase S. Zeitlin en una nota que figura como apéndice al artículo de N. Wieder.



A. Merx, Der Messias oder Ta’eb der Samaritaner, Tubinga, 1909; J. MacDonald, The Theology of the Samaritans, Londres, 1964, pp. 81 y ss., 280, 351, 362-371 y 394.



K. G. Kuhn, «The Two Messiahs of Aaron and Israel», en The Scrolls and the New Testament, pp. 63 y ss. Con todo, no debería exagerarse la diferencia. Como ha mostrado N. Wieder («The Law-Interpreter of the Sect of the Dead Sea Scrolls: The Second Moses», en JJS, IV, 1953, pp. 158 y ss.), seguido por W. H. Brownlee («Messianic Motifs of Qumran and the New Testament», en NTS, III, 1956, pp. 17 y ss.) el profeta podría ser el «ungido por el Espíritu» de 4Q Test, con lo cual la figura tendría rasgos mesiánicos.



J. Jeremias, The Servant…, ob. cit., 1957, p. 91.



Una lista exhaustiva de los mismos en G. Schrenk, «Dikaios», en TWNT, II, p. 188.



Véase en el mismo sentido, Hechos 2, 13-4 y 4, 25-28, donde esa alianza injusta no sólo aparece conectada con la idea de «justo» sino también con la de «siervo».



Véanse R. Longenecker, The Christology…, ob. cit., p. 47; F. J. Foakes-Jackson y K. Lake, The Acts…, ob. cit., I, p. 4.



Algo similar podría decirse de la denominación de Jesús como «el Santo». Ésta aparece asociada con «Justo» en Hechos 3, 14 y con otros títulos en Apocalipsis 3, 7, pero está ausente del resto del Nuevo Testamento, ya que en 1 Juan 2, 20 seguramente se refiere al Espíritu. En Marcos 1, 24 y Lucas 4, 34 es referida a Jesús por los demonios. Su contenido, posiblemente, era muy similar al de «justo» con la connotación de especialmente apartado para el servicio de Dios, v. g. Salmo 106, 16; 2 Reyes 4, 9.

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Published on January 23, 2016 23:02

January 22, 2016

In This Very Room

Jesús señaló que cuando alguien desee comunicarse con Dios no necesita elevar catedrales, ni construir templos aparatosos, ni pensar que lo hallará en encuadres especiales. Basta con entrar en el propio cuarto por modesto que sea y, cerrándolo, dirigirse a Dios en secreto en la certeza de que El escuchará todo (Mateo 6: 1-6). Tampoco se trata de repetir una y otra vez fórmulas que otros crearon sino de hablarle a Dios desde el fondo del corazón (Mateo 6: 7-8).

Esta sencilla y, a la vez, delicada canción expresa esa misma enseñanza de Jesús. En cualquier habitación, en la misma en la que usted se encuentra ahora, puede haber amor y paz y alegría si se abre a Jesús. No sorprende que, en Estados Unidos, haya muchas parejas que piden para su boda que se entone esta canción porque, efectivamente, desean que su vida matrimonial reciba el amor, la paz y el gozo que sólo pueden derivar de Jesús.



No tengo noticia de que exista versión española de esta canción y es una pena porque resulta especialmente bella. Yo les dejo con dos versiones. La primera es de las hermanas Lennon y la segunda del cuarteto Haven of Rest. Disfruten ambas y recuerden, por encima de todo, que si su vida necesita alegría, paz o amor pueden pedirlas con garantía. Basta con que se encierren en su habitación y las rueguen a Dios con palabras sencillas. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!





Aquí están las Lennon Sisters







Y éste es el Cuarteto Haven of Rest



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Published on January 22, 2016 22:30

January 21, 2016

Los libros proféticos (XII): Isaías (VII): El mensaje (IV): del Apocalipsis a la realidad

En los capítulos 24 a 27 de Isaías, se contiene lo que, convencionalmente, se denomina el Apocalipsis de Isaías. Dado que el lenguaje es relativamente oscuro, son legión los que han intentado situar en estos versículos un mapa de los últimos días. En mi opinión, semejante acercamiento no pasa de ser pura especulación. Sin embargo, creo que el texto adquiere una clara nitidez si se contempla como una reflexión expresada en un lenguaje profundamente poético sobre la realidad que se describirá unos capítulos más adelante. ¿Qué ve poéticamente el profeta?

En primer lugar, que Dios va a ejecutar su juicio como si resquebrajara la tierra, como si fuera un terremoto y afectará a todos sus habitantes (24: 1-6), la alegría y el consumo de antaño desaparecerán (24: 7-12) y sólo un resto se verá a salvo (24: 13-16). Al final, la causa del desastre no es otra que el hecho de que el pecado pesará tanto que logrará que la tierra se desplome y no pueda levantarse (24: 20).



Semejante circunstancia es, sin duda, pavorosa, pero debería provocar un himno de gratitud entre los que creen en Dios. Primero, porque Dios ha actuado de acuerdo con unos planes trazados desde tiempo atrás (25: 1), segundo, porque ha protegido a los que confían en El (25: 4) y porque aunque el impacto de los déspotas es terrible, El lo ha mitigado en relación con los que creen en El (25: 5).



El pueblo de Dios aparece claramente descrito además en el capítulo 26. Es aquella gente que actúa con justicia, que guarda su palabra y que confía en Dios (v. 1-2). Ese pueblo será guardado en paz porque cree en El (v. 4-5). Es el pueblo que sabe que los inicuos no deben ser tratados con suavidad porque semejante actitud sólo sirve para que multipliquen sus maldades (v.9-10) y que es consciente de que la mano de Dios es la que se mueve detrás de la Historia y de las vidas cotidianas (v. 17).



Aún más. Mientras que los malvados no volverán a la vida por muy importantes que fueran (26: 14), para los que creen en el Señor existe la experiencia de resurrección (26: 19).



Si semejante visión puede ser un anuncio de lo que se vivirá en los últimos tiempos no es seguro, pero que, una y otra vez, se repite este esquema a lo largo de la Historia no puede negarse. De hecho, los capítulos siguientes nos muestran a la sociedad de los reinos de Israel y Judá viviendo esa realidad. Veamos algunos ejemplos:



1. La corona de Israel se sentía segura (28: 1-6), pero se encontraba a unos años – quizá meses – de desaparecer literalmente del mapa aniquilada por Asiria.



2. En Judá, podían mofarse del profeta (28: 9) preguntándole que a quién pretendía enseñar y jactándose de que nada les haría daño porque sabían utilizar la mentira (28: 14-5), pero sus anuncios se cumplirán.



3. En Jerusalén (c. 29) podían empeñarse en afirmar que el hecho de ser una ciudad sagrada los libraría del desastre sin darse cuenta de lo que ya se dibujaba en el horizonte.



4. Los políticos podían esperar que la solución de todos los problemas derivaría de la ayuda extranjera – en este caso, Egipto – sin percatarse de que no sería así (c. 30-31) y



5. Finalmente, la sociedad se despeñaba moralmente al no existir una justicia digna de tal nombre (32: 1-8), al haber caído en la frivolidad la población femenina (32: 9-14) y al cerrar todos los ojos al único camino de restauración nacional que pasa por la conversión (32: 15-33: 24).



La veracidad de la proclamación de Isaías iba a quedar de manifiesto con notable rapidez a causa de la invasión del reino de Judá por parte del rey asirio Senaquerib. Se trató de una maniobra fulminante que llevó a los despiadados asirios hasta las puertas de Jerusalén. Entonces finalmente quedó de manifiesto que no habría ayuda extranjera que salvara a Judá y que sus élites además de corruptas eran incompetentes e incapaces. Por supuesto, el rey judío Ezequías intentó llegar a un acuerdo, pero descubrió con angustia que cuando se intenta apaciguar a las fieras, éstas sólo aceptan devorar todo (c. 36). Sólo entonces, cuando el desastre era inminente, alguien recordó que una persona llamada Isaías llevaba anunciando todo desde hacía años y algunos decidieron ir a visitarlo pidiendo el consejo que habían rehusado durante demasiado tiempo (c. 37). El mensaje de Isaías fue claro como siempre. Había una posibilidad de salvación si, efectivamente, aquellas obras muertas de décadas eran sustituidas por la fe en Dios como faro y guía.



Con los asirios acampando ante Jerusalén, el rey se dirigió, finalmente, a Dios. El único Dios (37: 16), el que detesta el culto a las imágenes (37: 19), el único que tiene capacidad para salvar (37: 20). Isaías le comunicó entonces un mensaje de serenidad y paz. Nada sucede en esta vida sin que Dios lo haya planeado desde mucho tiempo atrás (37: 26-29). A El nada le pilla de sorpresa ni le toma con el pie cambiado. El rey de Asiria estaba convencido de que tomaría Jerusalén y la arrasaría. No sucedería así. Es cierto que en Jerusalén sólo había un resto (37: 32), pero la ciudad no caería y Senaquerib se retiraría no por las obras de las fuerzas judías ni por la ejecución de ritos religiosos sino gracias al Dios que escucha a los que se dirigen a El con fe.



Lo que sucedió a continuación está recogido incluso en los anales de Asiria. Senaquerib no pudo entrar en Jerusalén y se vio obligado a retirarse. Isaías habla de una destrucción espectacular de las fuerzas asirias llevada a cabo por un ángel (37: 36). Los historiadores prefieren hablar de una epidemia fulminante de peste. No son incompatibles. ¿Acaso el ángel del Dios que ve todo con antelación no pudo utilizar a unas simples ratas para acabar con un ejército rezumante de orgullo?



Aquella inesperada – imposible – liberación no fue la única señal que recibió Ezequías. Por esa misma época, Ezequías cayó gravemente enfermo, pero Dios preservó su vida anunciándole su prolongación (c. 38). Y sin embargo… sin embargo, Ezequías no aprendió la lección. Como tanta gente que tiene algún tipo de creencia en Dios, que incluso mantiene cierta práctica religiosa, que acude a la Divinidad en tiempo de dificultad, Ezequías había decidido que, salvo en tiempos de preocupante emergencia, no escucharía a Isaías ni viviría una vida con el corazón plenamente entregado a Dios. Tras verse salvado de la invasión asiria y de una dolencia mortal, Ezequías volvió a buscar complacer al poderoso más que actuar con rectitud. Lo hizo de manera deplorable buscando el beneplácito de Babilonia (c. 39). El anuncio de Isaías – siempre fiel a la verdad – resultó pavoroso. Llegaría un día en que aquella potencia de segundo orden se llevaría a su tierra todo lo que Ezequías le había enseñado (39: 6-7). La respuesta de Isaías constituye un verdadero retrato: que así fuera siempre que no sucediera en sus días (39: 8).



Ausencia de una guía espiritual sana, confianza en que la ayuda exterior remediará los males de una sociedad que no quiere cambiar, corrupción de las clases gobernantes, formalismo religioso sin conversión, oídos cerrados ante el mensaje de conversión del profeta, injusticia y frivolidad entre la población donde sólo un pequeño resto confiaba realmente en Dios… esa sociedad iba camino del desastre, pero también fue anunciada de cuál era el remedio e incluso tuvo oportunidad de verlo con sus propios ojos.



CONTINUARÁ



Lectura recomendada





Capítulos 32 y 33; 36-39.

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Published on January 21, 2016 23:57

January 20, 2016

Les anuncio a Pedro Ruiz

Los oyentes habituales de La Voz saben que es raro, muy raro que anuncie con la antelación la entrevista de los viernes. Por regla general, se trata de encuentros con gente muy excepcional sean más o menos conocidos, sean más o menos populares. La actriz que sigue luchando contra viento y marea; el director que intenta sobrevivir frente al IVA canallesco con el que Montoro ha colocado contra las cuerdas una fuente de riqueza y cultura como el teatro; el humorista que habría recibido un óscar en Estados Unidos, pero que en España con comer tres veces al día ya puede dar las gracias, etc.

He hecho una excepción con Pedro Ruíz – al que, Dios mediante, escucharán ustedes el viernes - por varias razones. Pedro, aparte de ser un personaje polifacético que lo mismo canta que parodia, que compone que actúa, que dirige películas que se sube a las tablas, ha sido siempre alguien crítico con el poder. Con cualquiera, porque capta a la perfección sus desnudeces y las pone en solfa con no escasa agudeza. Con seguridad, esa es la razón por la que a Pedro lo han ido echando de un sitio tras otro. Del Barça al PSOE pasando por una no escasa lista de personajes, Pedro ha sido víctima de todos los que se han sentido incómodos por él. Por supuesto, Pedro ha sido también presa de Hacienda por la sencilla razón de que el poder lleva décadas utilizando a Hacienda para golpear despiadadamente a todo aquel cuya independencia le molesta o para ayudar a gente que necesita facturas falsas para no acabar en el banquillo.





Los golpes han sido muchos, muchísimos y Pedro ha seguido combatiendo hasta el punto de que ahora mismo representa en Madrid su Eterno. Los que intentaron acabar con él no lo consiguieron. No se pierdan su espectáculo. Tampoco se pierdan la entrevista que se emitirá, Dios mediante, este viernes en La Voz.

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Published on January 20, 2016 23:30

January 19, 2016

¿Estamos tontos-as?

La anegación de la vida social por la política tiene, entre otras consecuencias pésimas, el deterioro del lenguaje. Ya una ministra de sobrecogedora memoria por lo que gastó de dinero público para lo que pudiera hacer de bueno, se descolgó un día hablando tan orgullosa de las “miembras”.

Luego vinieron las guías del lenguaje políticamente correcto – supuestamente, para evitar el sexismo – donde se recomienda hablar de “personas becarias” en lugar de “becarios” o recurrir a otros circunloquios para ensuciar el correcto uso del lenguaje con las aguas fecales de la ideología de género. De momento, el último escalofrío lo he tenido al contemplar en televisión una serie que, situada a inicios del siglo XX, presenta a una mujer dirigiendo una fábrica. Sabido lo que era la España de esa época hay que rendir tributo a la imaginación desbordada de los que han colocado al frente del lugar a una mujer porque es, sobre poco más o menos, cómo contar la manera en que una adolescente del siglo I a. de C., huye de su casa en la Campania y se dirige hacia Roma haciendo auto-stop. De la inverosimilitud de la circunstancia, se puede juzgar cabalmente cuando la inverosímil fémina desea “Feliz navidad a todos y a todas”. Imagino que la afortunada dama también transmitiría esos buenos deseos navideños a sus tíos y tías, a sus primos y primas y, seguramente, a sus padres y madres. Da lo mismo que la Real Academia de la Lengua haya señalado que ese doble uso en masculino y femenino es gramaticalmente inaceptable y que incluso en Hispanoamérica sólo recurren a él personajes como Cristina Kirschner o jerarcas de la dictadura chavista. Aquí lo impuso el lehendakari Ibarreche empeñado en referirse a “vascos y vascas” y después continuaron dando coces al diccionario personajes como ZP, Llamazares o Pablo Iglesias. Hubo una época en que los políticos españoles podrían ser más o menos nefastos, pero hablaban bien. Ya no. Ahora, como en los peores momentos de nuestra Historia patria, la nación se divide en una minoría sectaria y cerril que impone su opinión sobre una mayoría asustada y ovejuna – a ver si digo todos a secas y no doy más conferencias o me quitan las subvenciones – mientras los que saben leer y escribir esperan que les den la del pulpo. Y es que para los pícaros se aprovechan de tan pingüe circunstancia resulta ideal mantener a la masa balando necedades que revelan su incultura. Realmente, no sé si estamos tontos o tontas.



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Published on January 19, 2016 23:00

January 18, 2016

Si no fue espontáneo

El problema de algunas noticias es que provocan un impacto que causa aturdimiento durante unas horas mientras se lanzan las opiniones más atrabiliarias en las tertulias. Los análisis son superficiales, los intereses políticos y económicos velan la realidad y no hay conclusiones sensatas. Algo así ha sucedido con los incidentes de Colonia durante la Nochevieja.

Más de un millar de musulmanes agredieron, robaron y violaron a mujeres indefensas. Primero, se ocultaron los hechos. Después se mostró horror y desconcierto. Finalmente, los políticos lanzaron cortinas de humo para cubrir su papanatismo y su incompetencia. Las noticias han seguido aflorando, pero ya se han visto desplazadas a páginas secundarias o simplemente no aparecen. A día de hoy, sabemos que hechos semejantes tuvieron lugar en una veintena de ciudades en Alemania y que tan sólo en Hamburgo se han registrado más de un centenar de denuncias por agresiones perpetradas por musulmanes. También sabemos que han ido saliendo a la luz casos similares en otras naciones como Suecia, Suiza, Austria , Holanda o Finlandia. Incluso sabemos que el ministro alemán de Justicia, Heiko Maas ha afirmado que las múltiples agresiones sexuales acontecidas en Colonia obedecieron a un plan. Parece, por lo tanto, que hay dos posibilidades. Una apuntaría a que los delitos fueron fruto de un impulso espontáneo, quizá caldeado por el alcohol y otra indicaría que lo que han sufrido centenares de mujeres inermes en más de media docena de naciones europeas ha sido fruto de un plan más que bien fraguado, coordinado y ejecutado. Si, efectivamente, esta última hipótesis fuera cierta los manoseos, las violaciones, los robos habrían sido, en el fondo, una táctica seguramente destinada a comprobar el nivel de resistencia de la sociedad europea. Hasta la fecha, lo que habría quedado de manifiesto – imagino que para inmenso placer de algunos - es que los políticos, los policías, los clérigos e incluso las feministas han callado ante el horror e incluso se han permitido manifestar más preocupación por los criminales que por las víctimas. Sería terrible porque una Europa que no reacciona con energía, con contundencia, incluso con ira ante el horror descargado sobre cientos de mujeres forzosamente tiene que estar enferma, tan enferma que puede convertirse, a su vez, en una presa fácil de la barbarie. De momento, este año, más de cien millones de habitantes de un país cuyo presidente manifestaba hace poco su admiración por Hitler podrán desplazarse por Europa sin visado. Tranquilos. Sólo hay que preocuparse si no fue espontaneo.

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Published on January 18, 2016 23:00

January 17, 2016

Cándido

En el siglo XVIII, Voltaire escribió una novela breve titulada Candide. Valiéndose de un protagonista que era ciertamente cándido, Voltaire fue destapando con ironía y sentido del humor las contradicciones de la sociedad de su época. Utilizaba el cuento para quitar a sus contemporáneos los anteojos de los prejuicios y ayudarlos a ver con claridad lo que sucedía a su alrededor. He decidido yo – exiliado como lo estuvo Voltaire no poco tiempo – contar también la historia de mi Cándido. Sucede aquí y ahora. También mi Cándido parece predestinado por su nombre a actuar con una candidez que sólo su inteligencia en algunas áreas de la vida evita - ¿o no? - que se confunda con la más absoluta estupidez. Me temo que mi Cándido sería materia para un libro e incluso varios, pero yo he decidido limitarme a relatar lo que le pasó cuando su vida se cruzó con un grupo de estafadores que actuaban bajo la cobertura de una ONG internacional llamada RETAR. La historia me parece lo suficientemente sabrosa y aleccionadora como para haberme decidido a escribirla aunque, lógicamente, serán ustedes los que juzgarán si he acertado o me he equivocado en mi juicio. Dios mediante, cada lunes, les esperará aquí un nuevo capítulo de las desgracias de mi pobre Cándido a manos de la ONG RETAR. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!

CÁNDIDO o la estafa de RETAR



CAPÍTULO I



Hay nombres que parece que imprimen carácter y el de nuestro héroe – aunque sólo me atrevo a calificarlo así en un sentido literario – da la sensación de ser uno de ellos. El por qué sus padres decidieron ponerle Cándido es un punto sobre el que no se ha llegado a conclusión convincente alguna. Algunos alegan que se debía a la blancura de su piel, pero ese extremo – indiscutible con el paso del tiempo – no resultó tan fácil de señalar cuando nació porque, según afirman algunos testigos cualificados, nació muerto y con la piel amoratada. Precisamente por ello hay quien indica que Cándido sería como una expresión a medias explicativas y a medias, premonitoria, en otras palabras, puesto que no aprovechó la oportunidad de no venir a este mundo y se había empeñado en quedarse en éste tendría que ser un cándido. Ciertamente, la explicación está bien traída, pero no parece que se trate más que de un ejercicio de imaginación especulativa. En otras palabras, si deseamos ser rigurosos, sólo podemos señalar que le dieron el nombre de Cándido y que, a decir verdad, no sabemos por qué ya que ni era el santo del día ni tenía familiar alguno con ese nombre.



Desde el principio de sus días, Cándido pareció ser presa de un empeño especial por afianzar la justicia de su nombre aunque no podemos entretenernos con otras narraciones ya que nos desviarían de nuestra meta fundamental: mostrar cómo Cándido lo fue más que nunca en sus tratos con una peculiar entidad que actuaba bajo las siglas de RETAR, es decir, Rehabilitación de Toxicómanos, Alcohólicos y Reincidentes. De alguna forma, podría decirse que ese episodio, con todas sus ramificaciones, arrojó luz, aunque fuera siniestra, sobre las posibles razones de que a Cándido se la jugaran desde sus compañeros de colegio a su administrador pasando por empleados, subordinados, amigos, novias, financieros y hombres de iglesia por sólo citar algunas categorías, a veces, separadas y, a veces, coincidentes, de seres humanos.



No ha quedado establecido más allá de una capacidad de afirmación razonable donde acontecieron los hechos que pusieron en relación a Cándido y a RETAR. Sin embargo, por una serie de factores fácilmente entrelazables todo parece indicar que el escenario de los acontecimientos estuvo formado por varios países de Centroamérica. Se preguntarán los lectores cómo hemos llegado a esa conclusión y, aunque sin ánimo de ser exhaustivos, estamos dispuestos a brindar algunas razones. Cándido, de entrada, se había educado y escribía en español. Semejante circunstancia obliga a descartar, por ejemplo, a España donde en buena parte de su territorio, y a pesar de diferentes sentencias de los más altos organismos judiciales, resulta absolutamente imposible recibir enseñanza en la lengua de Cervantes. Dirán algunos lectores que no puede ser verdad lo que afirmamos. Por supuesto que lo es. Baste hablar con esos estudiantes – también cándidos – que decidieron ir a España provistos de una beca Erasmus para aprender o mejorar su español y se encontraron con que la única enseñanza que recibían era en un dialecto del provenzal cuya gramática apareció ya en el siglo XX y además primando otro subdialecto que se hablaba en una ciudad costera. De estos jóvenes se afirma – pero no está claro que sea verdad – que juraban en las más diversas lenguas y que se acordaban de las madres - ¿qué culpa tendrían ellas? – de los que habían decidido impedir la educación en español en España. Pero no nos dejemos desviar de esta verdadera historia. Baste, más bien, esta circunstancia para excluir España del escenario en que se produjeron los tratos de Cándido con RETAR. Sí, concederán algunos de ustedes, efectivamente Cándido no pudo vivir en España, pero ¿por qué en Centroamérica? Modestamente, debemos decir que existen distintas razones para llegar a esa conclusión.



En primer lugar, las naciones de Centroamérica sufrieron distintas guerras civiles en los años ochenta y noventa del siglo XX. En otras palabras, la cercanía de esos conflictos que enfrentaron a hermanos con hermanos seguía arrojando su sombra cruenta sobre las vidas de los ciudadanos, algo imposible de suceder en una nación como España donde sólo un necio o un enfermo podría empeñarse en recordar un conflicto de cuyo comienzo ya han pasado ochenta años. Insistamos en ello, esa realidad imposible en la vieja piel de toro, resulta no vamos a decir que obligada, pero sí comprensible en naciones como Guatemala, Nicaragua o El Salvador a los que suele acusarse injusta y pertinazmente de ser repúblicas bananeras. Ese escenario permitiría entender, por añadidura, algunas circunstancias previas a la relación entre Cándido y RETAR.



Cándido había encauzado su vida profesional por el terreno de la Historia y de los medios de comunicación algunos años antes. Es verdad que había cursado estudios de Derecho y que incluso ejerció la abogacía durante una década, pero, más allá de la formación jurídica, poco le aportaba el foro. En un momento determinado, tras años dedicados a la defensa de los Derechos Humanos, dio el salto a la Historia. Hay datos que indican que, inicialmente, Cándido se ocupó de culturas antiguas, aquellas que, con mayor o menor éxito, habían precedido al imperio de los españoles. Sin embargo, tras algunos años de aportes no pocas veces notables, se detuvo en la Historia contemporánea y, en especial, en lo relativo a la de los movimientos totalitarios. Aunque estudió con enorme rigor las manifestaciones siniestras de las denominadas derechas en su Historia patria, no tardó en analizar también las vinculadas con las izquierdas. Cándido sustentaba la peregrina creencia de que las naciones tienen algo parecido a un alma que va más allá de la suma de sus habitantes. Ese alma se formaba con el paso de los siglos y, de manera nada fácil de explicar, provocaba el avance o el estancamiento de los pueblos. Estaba convencido de que, en el caso de su país de origen, la combinación de la Inquisición, del dogmatismo católico, del nacionalismo acrítico, de las oligarquías regionales y de unas izquierdas sectarias y ramplonas habían provocado, vez tras vez, una repetición aciaga de calamidades. Sin embargo, no era pesimista. Creía Cándido, de hecho, que si se conocía el pasado y se analizaba con rigor, de semejante acción podían extraerse conclusiones que permitieran conservar lo bueno y corregir también todo lo que de malo hubiera existido. Por un tiempo…



Por un tiempo, pareció que la labor de Cándido no sólo avanzaría sino que incluso le depararía buena fortuna. Publicó algunos libros sobre la despiadada represión que habían llevado a cabo las izquierdas en su país. Incluso se permitió trazar un retrato histórico de la masonería ciertamente exacto aunque no amable para con las logias. Hasta perfiló un cuadro meticuloso de la pésima influencia psicológica que la iglesia que trajeron los Conquistadores había tenido en su nación durante medio milenio. Ya en el colmo de la imprudencia y de la candidez, hasta se le ocurrió señalar que la nación jamás saldría adelante si se permitía que ciertas oligarquías locales continuaran marcando la política que era de todos. A esas alturas, los libros de Cándido no sólo se vendían tan bien como para originar verdaderos océanos de envidia sino que además dirigía un programa de radio que provocaba a raudales adhesiones y cóleras. Y entonces todo, como si fuera una avalancha, se desencadenó sobre la cabeza de Cándido un encadenamiento de desdichas.



Primero, fueron las casas editoriales. Habían ganado cantidades enormes con él – en algún momento, Cándido fue el escritor más vendido en su nación y llegó a tener hasta tres libros simultáneamente en los tres primeros lugares de la lista de más vendidos – pero decidieron no publicar una línea más. Las razones eran diversas y algunas fuentes apuntan a las oligarquías regionales que lo odiaban mientras que otros se refieren a las izquierdas que no podían perdonarle por desenmascarar sus mitos; a los masones nada contentos porque se supiera como habían influido, en absoluto para bien, en la Historia patria; a la iglesia católica que aullaba viendo cómo le negaban un papel únicamente positivo en el relato del devenir nacional e incluso a gente más cercana - ideológicamente hablando - de Cándido que no podía soportar que aquel sujeto sin carnet de partido pudiera ser más escuchado que ellos en sectores sociales que consideraban propios. Fuera como fuese, en poco tiempo, le informaron, le dejaron caer o le musitaron que no recibiría un premio literario más ni publicaría nuevos libros.



Ya era bastante grave que hubieran decidido privarle de las dos terceras partes de su presupuesto. Bastante grave, pero no lo consideraron suficiente. Un día, los inspectores de tributos lo citaron con la única finalidad, apenas oculta, de arruinarlo. No, no se trataba de revisar sus declaraciones. Sabían que había pagado hasta el último céntimo y que incluso no se había aprovechado de ciertos beneficios fiscales. Pero la idea era no sólo evitar que trabajara sino además arruinarlo e incluso cargarlo de deudas con el estado. ¿Podía esperarse otra cosa alguien que había documentado el verdadero carácter de los iconos de la izquierda? ¿Podía esperarse otra cosa alguien que había desmontado un mito tras otro de los supuestamente progresistas? ¿Podía esperarse otra cosa alguien que lo mismo había descubierto secretos de la iglesia oficial que de las logias? A lo mejor sí, pero, años después, aquellos inspectores no tuvieron otro remedio que investigar las cuentas de una de las hijas del jefe del estado. Eran turbias como la conciencia de un pedófilo, pero los inspectores le aceptaron incluso facturas falsas como si fueran verdaderas y hasta buscaron por internet un billete de lotería que le permitiera alegar unos gastos que la salvaran de ser acusada de blanquear el dinero. Es lo que sucede en las repúblicas bananeras, se utiliza a la misma gente para intentar hundir la vida de un disidente que para salvar a la familia del jefe del estado.



Durante ese tiempo, Cándido fue soportando todo con paciencia pensando que mientras tuviera un micrófono por las noches continuaría batallando. Pero fue precisamente en una de esas noches cuando se percató de que ni siquiera le iba a quedar esa posibilidad. Es verdad que llevaba meses sospechando de la contabilidad de aquella radio, pero, como un fogonazo de luz, aquella noche, en medio de un programa, se encendió su teléfono celular mostrándole que había recibido un mensaje. Fue poca la luminosidad – debemos insistir en ello – pero el raudal de iluminación casi lo dejó ciego. Se trataba de un mensaje del nuevo presidente de la radio – al anterior, años después el fiscal le pediría cuatro años de prisión por valerse de ciertas tarjetas de crédito como no debía - ordenándole matar – sí, literalmente, matar – a una persona que hablaba en esos momentos en su programa. Cándido no hizo ni caso porque el asesinable sólo se limitaba a apuntar cómo una de las oligarquías locales, la más poderosa, saqueaba el país. En unos segundos, llegó un nuevo mensaje anunciado, de nuevo, por una lucecita diminuta. El presidente de la casa insistía en que perpetrara el homicidio alegando que estaba negociando publicidad con la citada oligarquía. Esa noche, como si hubiera experimentado una epifanía, Cándido supo que sus días en aquella radio estaban contados.



A Cándido le dio mucho pesar el abandonar aquella radio – el presidente no atendió a ninguna razón – y todavía más abandonar un país que era ya muy inseguro. Sin embargo, no sabría hasta meses después que aquella desgracia le había salvado la vida. Un grupo, todavía desconocido en su nación, pero que recibía ya abundantes cantidades de regímenes como los de la Venezuela chavista o el Irán de los ayatollahs, había decidido matarlo arrojando una bomba en su casa. La labor de localización la había llevado a cabo un grupo terrorista que había ensangrentado la vida nacional durante décadas, pero que ahora se dedicaba, entre otros cometidos, a realizar trabajos por cuenta de terceros. Los recién llegados – todavía sin nombre, pero ya con dinero de potencias extranjeras en los bolsillos de sus dirigentes personales – habían llegado a la disparatada conclusión de que el asesinato de Cándido tendría magníficos efectos para el avance de la revolución. Creían que aquel crimen levantaría los suficientes gritos de una parte de la sociedad como para justificar la toma de las calles, paso previo a asaltar los cielos. No pasaba de ser un delirio propio de mentes enfermas, pero la bomba, de no haberse marchado Cándido, habría resultado igual de letal.



Suplicamos la paciencia de los amables lectores que quizá piensen que nos desviamos mucho del relato relacionado con Cándido y con RETAR. A decir verdad, estimamos que sin estos antecedentes, expuestos, eso sí, de manera sucinta, apenas se puede entender nada de la historia que pretendemos relatar.



Abandonar la tierra en que se ha nacido nunca es fácil ni grato. Es verdad que muchos mejoran de suerte, pero dejar atrás lo que se ama ya sean aromas, sabores, paisajes, raíces y querencias implica una extirpación nada grata y, por regla general, siempre dolorosa. Cándido gustaba y mucho del país que lo acogió, pero se acordaba a cada instante de su nación de origen. En un intento inconsciente por seguir unido a ella, Cándido releyó casi toda la literatura de su país natal en el curso de los primeros meses de exilio. También escribió un par de libros. ¿Qué otra cosa hubiera podido hacer? Es verdad que lo recibieron con respeto, con admiración, con cariño incluso, pero no fue menos verdad que nadie le dio un trabajo. En otras palabras, Cándido intentaba con no poco esfuerzo comer cada día mientras, poco a poco, informado del atentado del que se había escapado fue cayendo en la consciencia de que lo más seguro es que nunca pudiera regresar a su país. Entonces, ay, entonces fue cuando apareció RETAR. Para los que creen en la casualidad, aquel encuentro resultó bien llamativo. Para los que ven la mano de la Providencia o del Destino – era el caso de nuestro pobre Cándido – no fue casual.



Cándido había sido invitado a dar unas conferencias en una población cercana a la frontera y acudió a pesar de que temía que la nostalgia le rasparía el corazón como si llevara guantes con púas de acero. No se equivocó. La crisis económica que golpeaba despiadadamente a su nación también lo hacía con aquella localidad y durante un par de días tuvo la sensación, espantosa ciertamente, de que una masa de concreto gris le caía sobre el corazón causándole una sensación, casi física, de ahogo. Abrumado por el pesar, se dirigió una tarde hacia la estación de autobús con la intención de regresar a la que ahora era su morada habitual. Se había dejado caer en un banco cuando percibió a unos metros a una persona que lo miraba con ademán sonriente.



Se trataba de un hombre de estatura media, con pelo gris, gafas que apenas ocultaban unos ojos chispeantes y una barba sucia en la que sobresalían unos labios carnosos. De no haberlo conocido, hubiera pensado que se trataba de uno de tantos borrachos animados por la ingesta imprudente de alcohol. Pero se daba la circunstancia de que Cándido sí que lo conocía y rechazó de plano tal eventualidad. El personaje en cuestión no era otro que Miguel Díaz, el fundador y presidente de RETAR.



A Cándido, Miguel Díaz siempre le había parecido histriónico, atrabiliario y un tanto enloquecido, quizá por su mirada, quizá por su aspecto generalmente desaliñado, cuando no sucio. Había escuchado algunas cosas sobre él – nunca buenas – pero no le había prestado la menor atención porque creía en que nadie es culpable a menos que se demuestre lo contrario y porque pensaba que algo bueno debería tener quien se dedicaba a rehabilitar toxicómanos. Se limitó a inclinar la cabeza en señal de saludo e intentó continuar la lectura del libro con el que entretenía la espera del autobús. Ahí podía haber quedado todo, pero Miguel se había levantado ya de su asiento y se había situado a su lado con aquella sonrisa inquietante de achispado con ganas de conversación. Cándido miró de reojo el reloj y se dijo que no tendría que esperar mucho para librarse de aquella cercanía inesperada. Se equivocó. Totalmente.



Tiempo después Cándido se diría que había sido como un conejito al que se acerca una serpiente cuyo único deseo, ansioso como la pulsión del instinto más animal, es engullir al tierno y despistado animalito. Tiempo después, insistamos en ello, porque en aquellos momentos no se enteró de nada. Díaz le preguntó con gesto untuoso qué era de él, por qué había dejado la radio y qué hacía en una nación que no era la suya. Cándido no tenía la menor intención de dar explicaciones a aquel sujeto con toda la apariencia de surgir de lo más hondo de una taberna, pero dio lo mismo. Miguel Díaz hizo girar sus ojos, sus manos y sus labios señalándole que tenía una cadena de radio que se escuchaba en varios países y que estaría encantado de darle espacio para que realizara un programa diario. Cándido no se pudo ver, claro está, pero su rostro se tiñó de perplejidad al escuchar la propuesta. No sólo eso. Antes de que pudiera darse cuenta, Díaz le estaba explicando que RETAR no pondría un céntimo para tener un programa que, en cualquier radio, costaría centenares de miles de dólares al año, pero que, sin embargo, estaba dispuesto a compartir los ingresos de publicidad. Incluso además de las ondas, podía poner a los técnicos.



En aquellos momentos, Cándido tendría que haberse percatado de que el presidente de RETAR había extendido una tela de araña a su alrededor y que se lo tragaría sin pensarlo dos veces. Ahí es nada. Un programa dirigido por un comunicador más que conocido y con colaboradores extraordinarios no le costaría un solo céntimo porque lo pagaría Cándido. Por añadidura, promocionaría una cadena de radio que no escuchaba nadie e incluso conseguiría una publicidad imposible de obtener. Era todo tan claro como que nunca sabrás dónde está la bolita en el juego de los triles porque no hay bolita sino la intención de estafarte y, si posible fuera, de quitarle en un descuido la cartera. Sin embargo, en ningún momento, Cándido pensó en que estaba dando todo a cambio de nada. Todo lo contrario. Cuando subió al autobús, sentía una especie de calorcillo en el pecho al pensar que, en breve, podría volver a dirigirse a sus compatriotas.



La impresión que Radio Solitaria – que es como se llamaba el conjunto de emisoras, casi todas ilegales, de RETAR - causó a Cándido fue verdaderamente desoladora. Los conceptos más primarios relacionados con la profesionalidad estaban totalmente ausentes. No se trataba – aunque también – de que en aquella entidad nadie sabía lo que había que hacer y, mucho menos, cómo hacerlo. Además existía una desgana evidente, un deseo continuo de escurrir el bulto, una persistencia en hacer lo menos posible cuyas causas Cándido no acertaba a comprender, pero que, a decir verdad, tenían una sola razón, entonces ignota para él: los trabajadores de RETAR eran mano de obra esclava que ni recibía un salario ni seguros sociales por lo que, como todos los esclavos que en el mundo han sido, intentaban eludir la tarea. El primer día de emisión – de manera sorprendente para Cándido – el programa estuvo a punto de no poder radiarse por la sencilla razón de que los supuestos técnicos aportados por RETAR sabían tanto de su trabajo como Cándido de pesca submarina y porque el responsable – es un decir – era Daniel Díaz, el hijo de Miguel, al que luego nos referiremos con algo más de amplitud.



A pesar de todo, el programa de Cándido en Radio Solitaria fue bien. Seamos sinceros: era lo único de aquella radio con más postes piratas que la flota de Henry Morgan que escuchaba la gente. No sólo eso. A cada nueva emisión, el número de oyentes aumentaba y los magros ahorros de Cándido disminuían. Porque es cierto que Radio Solitaria contaba de manera gratuita con un programa de primera fila, pero quien lo costeaba hasta el último céntimo era Cándido. Durante dos meses, Cándido pagó puntualmente a sus colaboradores sin formular una sola pregunta a RETAR, pero, al final – necesidad obliga - acabó haciéndolo. Escribió un email a Miguel Díaz recordándole su compromiso de encontrar una publicidad que se repartirían. Díaz le respondió haciendo referencia al Altísimo, a la oración y a la publicidad que acabaría encontrándose. Naturalmente, no le dijo – y Cándido nunca lo hubiera sospechado – que publicidad había y en abundancia, sólo que RETAR la colocaba justo antes y justo después del programa. De esa manera la cobraba y, a la vez, se ahorraba entregar un solo céntimo al que realizaba el programa. Por si no se ha entendido bien: Radio Solitaria utilizaba la reputación profesional de Cándido para lograr publicidad, pero luego la ubicaba fuera de su programa, aunque la cercanía más estrecha, para evitar entregarle un solo peso. Si a esto hay que denominarlo robo, estafa, fraude o apropiación indebida es algo que, seguramente, ni siquiera lo sabría aclarar Miguel Díaz o su hijo Daniel.



Cándido ni podía sospechar en lo que sucedía porque, a decir verdad, lo único que le importaba era realizar cada día un programa mejor y, conseguida esa meta, ni se percataba de hasta qué punto otros – bueno, otros… Miguel Díaz y sus secuaces – aprovechaban para lucrarse a su costa.



A mitad de temporada, Cándido – que, literalmente, se quitaba el pan de la boca para pagar a los colaboradores de un programa que proporcionaba jugosa publicidad pagada a RETAR – volvió a enviar un mensaje a Miguel Díaz y entonces, como deus ex machina, el presidente de RETAR apareció por su domicilio.



Aquella epifanía de Díaz fue de tales características que, durante un tiempo, Cándido pestañeó preguntándose si había sido verdad o se había tratado de un sueño. Miguel no apareció solo sino flanqueado por otras tres personas más, a saber, su esposa, su cuñado y la mujer de éste. De los cuatro, habló sólo Miguel. De nuevo, Cándido no pudo dejar de tener la sensación – que rechazó con cierto sentimiento de culpa – de que Díaz estaba profundamente embriagado. Movía los brazos con gestos pesados, hacía aspavientos, se lanzaba hacia adelante quedándose a un pelo de estampanarse contra el suelo, contaba sus mil y un éxitos… Intentado controlar su azoramiento, Cándido observó que la mujer de Díaz estaba callada como una muerta. Incluso en algún momento, apenas pudo reprimir un escalofrío porque de tal inmóvil que estaba daba la impresión de haberse quedado muerta. Muerta y con los ojos abiertos. En cuanto a los otros dos, la mujer también parecía haber abandonado este mundo – Dios santo, ¿lo habría hecho? – y el cuñado se mordía los labios con una expresión de ira mal reprimida en los ojos que Cándido no acertó a interpretar. Exégetas posteriores han apuntado a que quizá fuera simplemente que Miguel Díaz les había robado las almas de la misma manera que a Cándido le robaba los ingresos por publicidad, pero, fuera como fuese, Cándido de eso no sabía aún nada y no acertó a dar con la clave. Sólo, al final del monólogo de Díaz que lo mismo hablaba de Perú que de los illuminati, pero siempre refiriéndose a los logros de RETAR, Cándido señaló que una persona de enorme relevancia, conocido internacionalmente, leído por millones de lectores, estaba dispuesto a realizar una sección semanal en su programa por la amistad que los unía. Naturalmente, había que pagarlo aunque fuera de manera simbólica, pero él… ya no podía más.



Miguel Díaz lanzó una risotada sucia y le espetó que lo que tenía que hacer aquella figura de importancia mundial era integrarse en RETAR para vivir en comunidad. Hasta para Cándido aquella pretensión sonó disparatada y dijo, con mucha educación, eso sí, que no lo veía posible. Apenas había acabado de pronunciar esa palabra, cuando Díaz se puso de pie y, como movidos por un resorte, lo hicieron su esposa (que recordaba a una mortecina mujer maltratada), su todavía airado cuñado y su cónyuge. Mientras se dirigían a la puerta, Cándido apenas tuvo tiempo de intentar recordar a Miguel que si no había publicidad no podría seguir costeando el programa una temporada más. Díaz se paró, frunció los ojos brillantes y un poco ahuevados y comenzó a hablarle de sponsors. Le contó que había gente que entregaba cantidades concretas a RETAR para proyectos específicos. Luego le aseguró de forma resuelta que le buscaría un sponsor para el programa. En toda su vida, Miguel Díaz, ni por equivocación ni por recomendación de facultativo competente, había recogido jamás un solo peso para alguien que no fuera él, pero Cándido lo ignoraba y, precisamente por ello, no podemos ser muy extremos en nuestros juicios hacia él porque se dejara engañar una vez más.



Ni que decir tiene que siguieron pasando los meses y mientras la audiencia aumentaba y Cándido seguía pagando – con un esfuerzo creciente, reconozcámoslo – a los colaboradores del programa, RETAR disfrutaba de su Radio Solitaria – ahora no tanto – y de los ingresos de una publicidad que no dejaba de aumentar. Hay fuentes dignas de crédito que señalan que, en algún momento, cierta persona en la junta directiva de RETAR señaló que algo de dinero, aunque fuera simbólico, de la publicidad se le podía entregar a Cándido. Díaz rechazó la posibilidad alegando un principio que se resumía en la breve, pero contundente fórmula de “dólar que entra, dólar que no sale”. Nadie dijo nada porque sabían – a diferencia, una vez más, de Cándido – que ese lema era sagrado en RETAR. Todos recordaban, por ejemplo, cómo unos años atrás, Díaz había ofrecido a un periodista profesional un diez por ciento de comisión de los fondos que lograra reunir para RETAR. Cuando ya fuera el periodista de la sala, alguien señaló que si aquel hombre lograba reunir un millón de dólares en donaciones habría que darle cien mil, Miguel Díaz había sentenciado: “Si reúne ese dinero, bajo ningún concepto se le va a dar esa cantidad”. En otras palabras, se podía mentir a cualquiera para conseguir dinero, pero sólo mentir. Jamás pagar.



El cómo Cándido soportó aquella cadena de mentiras y aquella sucesión ininterrumpida de gastos sólo sufragados por él es algo que, a decir verdad, sólo puede explicarse porque su nombre era más que un nombre y alcanzaba la categoría de definición. Porque, a decir verdad, sólo por profesionalidad, por pundonor, por amor propio, no debía haber consentido lo que sucedía a diario. Los técnicos no lo eran, los medios eran africanos, la publicidad y los sponsors brillaban por su ausencia - sólo para él, claro está - incluso hasta le privaron del sudirector justo al terminar el programa de un viernes y teniendo que reanudar la emisión en lunes. Por si todo esto les pareciera poco además estaba Daniel Díaz, el hijo de Miguel, del que ya habíamos prometido decir algo. Cándido, incluso a pesar de su candidez, no tardó en percatarse de que Daniel era un absoluto inútil. Que ocupaba el puesto de director de Radio Solitaria gracias a que era hijo de Miguel Díaz no permitía la menor discusión. No le parecía mala persona a Cándido – quizá un tanto empalagoso por el tono de voz que empleaba - pero semejante circunstancia no servía para ocultarle que Miguel era un innegable borderline. Incapaz de solucionar el menor problema, sin embargo, Daniel Díaz exhibía cada dos por tres una risa tontilona cuando, no por él ciertamente, todo se acababa arreglando. En fin, se decía Cándido, todo fuera por arrojar algo de luz en medio de las tinieblas y por la nación amada de la que se había visto desarraigado.



Pero el amor a la patria no pagaba facturas – en realidad, parecía más bien que las generaba a una velocidad punto menos que vertiginosa – y cuando faltaban dos meses para concluir aquella primera temporada que todo parecía indicar que sería la última, el subdirector del programa le comunicó a Cándido lo que sonó como música celestial para sus oídos: se les había ocurrido un medio para reunir los fondos que le permitirían no resarcirse de las pérdidas que llevaba a cuestas, pero sí pagar otra temporada. Por supuesto, RETAR no iba a poner un céntimo en esa temporada futura, pero sí pondría los medios a su alcance para que, mediante lo que había pensado, Cándido dejara de gastar más dinero. La ilusión, la alegría, la esperanza incluso el sentimiento de cercanía con su patria parecieron experimentar un aliento nuevo en el corazón de Cándido. Aquel trabajo, a fin de cuentas, no iba a ser flor de un día. Porque él no pedía un peso para él y, a decir verdad, además de no cobrar, pagaba de su bolsillo a los colaboradores, pero ahora parecía que esa situación imposible de prolongarse llegaba a su fin. Le parecía porque no era consciente todavía de que RETAR era, fundamentalmente, una máquina de estafar.



CONTINUARÁ





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Published on January 17, 2016 23:00

La cristología (III): El Hijo del Hombre

LOS PRIMEROS CRISTIANOS:

LA IDEOLOGÍA DEL JUDEO-CRISTIANISMO EN EL ISRAEL DEL SIGLO I (III): LA CRISTOLOGÍA (III): el Hijo del Hombre

El Hijo del hombre



Otro de los títulos referidos a Jesús en el judeo-cristianismo de Israel y desconocido prácticamente fuera de ese ambiente en el cristianismo primitivo es el de «Hijo del hombre». El mismo fue utilizado por Jesús, al igual que por el judeo-cristianismo. Dejaremos de lado, sin embargo, la primera cuestión, que excede ampliamente del objeto de nuestro análisis, y nos centraremos en la segunda. Hch. 7, 56 señala cómo el título fue usado por Esteban, y abundan las referencias también en la tradición judeo-cristiana de la que se nutre el Cuarto Evangelio, (lo que, dicho sea de paso, es una prueba más de su trasfondo judeo-cristiano) (1, 51; 3, 13-4; 5, 27; 6, 27, 53 y 62; 8, 28; 9, 35; 12, 23, 34; 13, 31). Ahora bien, ¿qué implicaba este título? La discusión científica acerca de este tema ha sido considerable en las últimas décadas, convirtiéndose en una de las cuestiones esenciales en relación con la cristología. El término griego yios anzrópu («Hijo del hombre») se considera equivalente al arameo bar nasha. Dado que la palabra bar es usada frecuentemente en arameo para indicar procedencia o características («hijo de la riqueza» equivaldría a «acaudalado»; «hijo de la mentira» a «mentiroso», etc.), H. Lietzmann llegó a la conclusión, ya en el siglo XIX, de que «Hijo del hombre» sólo significaba «Hombre».Partiendo de tal base, afirmó que la expresión carecía de contenido mesiánico y que ni Jesús ni sus contemporáneos la habían entendido dotada del mismo. De hecho, según H. Lietzmann, Dn. 7, 13 —donde aparece la expresión por primera vez— carecía asimismo de significado mesiánico. La tesis de H. Lietzmann atrajo a J. Wellhausen, que la aceptó, si bien con algunas reservas, pero su refutación no tardaría en llegar articulada en forma tan consistente que el mismo Lietzmann terminó retractándose de ella.



El primero en aducir poderosas objeciones en contra fue G. Dalman, si bien su refutación se vio privada de contundencia al centrarse sólo en el hecho de que bar nasha no era usado en el arameo de Galilea como «hombre». Mucho más interesante, desde nuestro punto de vista, fue el análisis que del tema realizó P. Fiebig. Éste aceptaba que en términos estrictamente filológicos bar nasha significaba «hombre», pero señalaba que no por eso dejaba de tener un significado como título mesiánico.



Para otros autores, la expresión equivaldría simplemente a una perífrasis de «yo» que se utilizaba en la literatura rabínica para indicar modestia o evitar dar la impresión de soberbia, para tratar temas como la enfermedad o la muerte y para evitar ofender a alguno de los oyentes. La tesis fue criticada brillantemente por J. Jeremias (1980, pp. 303 y ss.), quien puso de manifiesto que bar nasha podía ser en algún caso sustitutivo de un impersonal —como nuestro «se cansa uno de leer»— pero nunca perífrasis de «yo». A esto hay que añadir el hecho de que un uso similar de bar nasha es desconocido con anterioridad al siglo II d. J.C. Por otro lado, ninguno de los supuestos usos parece encajar con lo que sabemos de Jesús, al que las fuentes no presentan ni especialmente preocupado por no ofender a sus oyentes, ni modesto en sus pretensiones ni inclinado a utilizar eufemismos a la hora de hablar de la enfermedad o de la muerte. Tampoco puede obviarse el hecho de que la expresión «Hijo del hombre» no sólo cuenta con un contenido mesiánico en el judaismo sino que además aparece incluso conectada con la idea del «siervo».



El título «Hijo del hombre» aparece por primera vez en Dn. 7, 13 con un significado que ha sido interpretado de maneras muy diversas. En cualquier caso, y fuera lo que fuese lo que el autor del libro deseara dar a entender con tal expresión, lo cierto es que tanto el Enoc etíope como 4 Esdras identifican al «Hijo del hombre» con el Mesías. En 4 Esdras, el «Hijo del hombre» se manifiesta volando con las nubes del cielo (4 Esd. 13, 3), aniquila al enemigo con el hálito de su boca (4 Esd. 13, 8 y ss., pasaje que recoge además resonancias mesiánicas de Is. 11, 4) y reúne a una multitud pacífica (4 Esd. 13, 12-3). Este «Hijo del hombre» es «aquel al que el Altísimo ha estado guardando durante muchos tiempos, el que salvará personalmente su creación» (4 Esd. 13, 26), aquel al que Dios llama «mi Hijo» (4 Esd. 13, 32, 37 y 52) y que vencerá a los enemigos de Dios (4 Esd. 13, 33 y ss.). Asimismo, el «Hijo del hombre» es identificado con el siervo isaíano de Dios (13, 32-37; 14, 9), al que se preserva (13, 26 con Is. 49, 2).



En el Enoc etíope, el «Hijo del hombre» provoca la caída de reyes y poderosos (46, 4), tiene su asiento en el trono de la gloria (45, 3; 55, 4; 61, 8; 62, 2; 69, 27), administra juicio (45, 3; 49, 4; 55, 4; 61, 8; 62, 3; 69, 27), será apoyo de los justos y de los santos, Luz de las Naciones y esperanza de los oprimidos (48, 4). Además los justos y elegidos disfrutarán de la comunión con él en mesa y vida (62, 14). El Enoc etíope describe asimismo al «Hijo del hombre» con pasajes tomados de los cantos del Siervo de YHVH. Así es «Luz de las Naciones» (48, 4 con Is. 42, 6; 49, 6), «Elegido» (39, 6; 40, 5 con Is. 42, 1), «el Justo» (38, 2; 53, 6 con Is. 53, 11), su nombre es pronunciado antes de la creación «en presencia del Señor de los Espíritus» (48, 3 con Is. 49, 1), estaba oculto ante Dios (48, 6; 62, 7 con Is. 49, 2). Igualmente, se describe la derrota de reyes y poderosos a manos de él (46, 4; 62, 1 con Is. 49, 7; 52, 13-15).



Esta identificación del «Hijo del hombre» con el Mesías va más allá en el judaísmo de la literatura apocalíptica. En el Talmud (Sanh. 98a) se considera el texto de Dn. 7, 13 como una referencia al Mesías que, de haberse portado Israel dignamente, habría venido en las nubes del cielo; mientras que, en caso contrario, estaría obligado a venir humilde y cabalgando en un asno (véase Zac. 9, 9 con Mc. 11, 1 y ss. y pra.). De manera similar, Dn. 7, 9 fue interpretado como una referencia al trono de Dios y al del Mesías por Aquiba (Hag. 14a) y Daniel 7, 27 es entendido en Números Rab. 11 como relativo a los tiempos del Mesías. Pasajes como los mencionados nos proporcionan ciertamente la clave para entender el contenido que el judeo-cristianismo proporcionaba al título de «Hijo del hombre». Éste servía para designar al Mesías, pero no a cualquier mesías sino a un mesías descrito según los cantos isaíanos del Siervo, posiblemente preexistente y que concluiría la historia atrayendo hacia sí no sólo a los judíos sino también a los gentiles. Todo ello, como tendremos ocasión de ver, armonizaba con su peculiar visión de Jesús.





CONTINUARÁ



La literatura a propósito del Hijo del hombre es muy extensa. Para la discusión de las diversas posturas con abundante bibliografía, véanse A. Bentzen, Messias, Moses redivivus, Menschensohn, Zúrich, 1948; M. Black, «The Son of Man in the Old Biblical Literature», en ExpT, 40, 1948, pp. 11-15; del mismo autor, «The Son of Man in the teaching of Jesus», en ibídem, 40, pp. 32-36; «The Servant of the Lord and the Son of Man», en SJT, 6, 1953, pp. 1-11; T. W. Manson, «The Son of Man in Daniel, Enoch and the Gospels», en BJRL, 32, 1950, pp. 171-193; J. A. Emerton, «The Origin of the Son of Man Imagery», en JTS, 8, 1958, pp. 225-243; J. Coppens y L. Dequeker, Le Fils de l’Homme et les Saints du Tres Haut en Daniel VII, dans les Apocryphes et dans le Nouveau Testament, Lovaina, 1961; O. Cullmann, Christology…, ob. cit., pp. 137 y ss.; S. Kim, The Son of Man As the Son of God, Grand Rapids, 1983; B. Lindars, Jesus, Son of Man, Grand Rapids, 1983; R. J. Bauckham, «The Son of Man: A Man in my Position or Someone», en JSNT, 2, 1985, pp. 23-33 (una respuesta de B. Lindars en ibídem, pp. 35-41); C. C. Caragounis, The Son of Man, Tubinga , 1986; M. Casey, Son of Man, Londres, 1979, y del mismo autor, «General, Generic and Indefinite: The Use of the Term Son of Man in Aramaic Sources and in the Teaching of Jesus», en JSNT, 29, 1987, pp. 21-56; R. Leivestad, Jesus…, ob. cit., pp. 165 y ss.; I. H. Marshall, «Son of Man», en DJG, pp. 775-781; C. Vidal Manzanares, «Hijo del Hombre», en DTR, y El primer Evangelio…, ob. cit.



H. Lietzmann, Der Menschensohn. Ein Beitrag zur neutestamentchen Theologie, Berlín, 1896.



J. Wellhausen, Skizzen und Vorarbeiten, VI, Berlín, 1899, pp. 187 y ss.



G. Dalman, Die Worte Jesu, Leipzig, 1898 y 1930.



A. P. Fiebig, Der Menschensohn, Jesu Selbstzeichnung mit besonderer Berücksichtigung des aramaischen Sprachgebrauchs für Mensch, Tubinga , 1901.



M. Black, «Servant of the Lord and Son of Man», en SJT, 6, 1953, pp. 1-11; y «The Son of Man Problem in Recent Research and Debate», en BJRL, 45, 1963, pp. 305-318; G. Vermes, «The Use of br ns/br ns in Jewish Aramaic», en M. Black, An Aramaic Approach to the Gospels and Acts, Oxford, 1967, pp. 310-328; del mismo autor, Jesús el judío, Barcelona, 1977, pp. 174 y ss. Un acercamiento bastante cercano al de Vermés en B. Lindars, Jesus…, ob. cit., y M. Casey, Son…, ob. cit. Tanto Vermés como Lindars y Casey han establecido qué dichos del Hijo del hombre resultan auténticos descartando inicialmente los referidos a Daniel 7. Tal tesis nos parece, a falta de una justificación convincente, cargada de arbitrariedad. J. D. G. Dunn, Christoloy in the Making, Filadelfia, 1980, ha formulado una muy sugestiva hipótesis al indicar que Jesús podría haber utilizado desde el principio la expresión «Hijo del Hombre» referida a sí mismo, llegándola a asociar él mismo con el tiempo al «Hijo del Hombre» de Daniel 7, basándose en la vindicación que esperaba para sí procedente de Dios. Con todo, esta cuestión excede los límites de nuestro estudio.

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Published on January 17, 2016 00:00

January 16, 2016

Peace in the Valley

Durante años, Elvis Presley se empeñó en grabar música góspel. Sin embargo, su casa discográfica estaba convencida de que lo suyo era el rock and roll y, bajo ningún concepto, debía perder el tiempo con ese tipo de melodía.

En 1957, Elvis fue invitado al show de Ed Sullivan y allí manifestó al conocido presentador que iba a cantar góspel. Sullivan pensaba lo mismo que los productores musicales de Elvis y le aclaró que podía hacer lo que quisiera, pero que no contara con la orquesta del programa. Elvis que veía una puerta abierta entonó a capella la canción preferida de su madre, diaconisa en una iglesia evangélica. Se trataba de Peace in the valley (Paz en el valle). La canción expresaba con una sinceridad conmovedora que en esta vida nos enfrentamos no pocas veces con dificultades que son terribles y que recaen también sobre aquellos que confían de corazón en Dios. Sin embargo, no deberíamos perder la esperanza. Al final, la mano de Dios siempre acaba interviniendo y tendremos la paz que ansiamos con todo nuestro corazón.



El impacto de la canción fue instantáneo. El propio Ed Sullivan confesó conmovido ante las cámaras que había descubierto que Elvis era un joven decente mientras que, en paralelo, las llamadas saturaban la centralita de la televisión preguntando cuál era el título del disco. Lo cierto es que no existía esa grabación, pero, al fin, la casa discográfica decidió que podía ceder un poco y permitir que Elvis grabara góspel. Ya hace décadas que Elvis falleció, pero, a día de hoy, los CDs que se más se venden de The King no son ni los de rock and roll ni los de baladas ni de los de country, sino los de góspel. Quizá sea, entre otras razones, porque todos necesitamos paz antes, durante y después de las tormentas de la vida y sólo Jesús nos garantiza una paz que el mundo, con toda seguridad, no puede dar (Juan 14: 27).



Les dejo con la grabación original del show de Ed Sullivan, con otra orquestada y con otra, ciertamente magnífica, de Randy Travis. Con todo, por encima de cualquier otra consideración deseo que reciban esa paz que sólo Jesús puede dar. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!





Aquí está Elvis en el show de Ed Sullivan



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Una versión orquestada de Elvis



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Y éste es Randy Travis



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Published on January 16, 2016 00:06

January 15, 2016

Los libros proféticos (XI):  Isaías (VI):  El mensaje (III): c. 13-23

En la película El cardenal, basada en la novela del mismo nombre, se recoge una curiosa secuencia en la que un judío enamorado de una muchacha católica, norteamericana y de origen irlandés, pregunta al sacerdote hermano de su amada por la nacionalidad de Dios. A fin de cuentas, a lo largo de la Historia, resulta innegable la manera en que unas naciones y otras han pretendido contar con la ayuda directa de Dios…

El sacerdote intenta responder de la manera que lleve al judío a convertirse al catolicismo, pero lo que éste ve a su alrededor es superior a cualquier palabra. En un momento determinado, dice con amargura: “Dios es irlandés”. El episodio, ciertamente revelador, pone de manifiesto una terrible realidad: el deseo de individuos y pueblos por subordinar a Dios a sus intereses. El mismo Israel no fue ajeno a esa tentación y, de hecho, el mensaje de los profetas es un continuo mentís a pretensiones semejantes. Muchos súbditos de los reinos de Israel y de Judá estaban convencidos de tener una relación especial con Dios. Esa especialidad incluía, por supuesto, la idea de privilegios políticos y económicos.



La tentación se ha repetido vez tras vez a lo largo de la Historia, pero los profetas insistieron en que no se podía ceder a ella sustancialmente por dos razones. La primera es que Dios es soberano sobre todo el cosmos, sobre todas las naciones y no sólo sobre Israel. Su poder es ilimitado y pedirá cuentas incluso de aquellos que no lo reconocen o lo rechazan. La segunda es que Dios no exigirá a Su pueblo menos que a las otras naciones. Todo lo contrario. De ella espera más porque su luz es mayor.



Ambos principios quedan de manifiesto en esta sección del libro de Isaías dedicada a oráculos pronunciados contra las naciones. Algunas de las características son verdaderamente notables. Por ejemplo, Dios no se ocupa sólo por la situación rabiosamente actual que es susceptible de angustiarnos a nosotros sino también por lo que va a suceder en un futuro más distante. En contra de lo que dicen los que afirman que Isaías es un libro escrito por varios autores y que eso se desprende de que la primera parte está relacionada con Asiria y la segunda con Babilonia, en este capítulo 13, Isaías se ocupa precisamente de Babilonia. Entonces era una potencia incipiente. Lejos de presentarla como la esperanza del futuro cuando cayera la actual Asiria, Isaías señala cómo las mismas conductas merecen las mismas calificaciones y acarrearán las mismas consecuencias. En un momento determinado, Babilonia seguiría el mismo camino de Asiria y así sería porque Dios no deja de ejecutar Su juicio sobre los tiranos (14: 5 ss).



En contra de lo que pudiera pensar la primera potencia de la época, las riendas de la Historia no están en manos de presidentes, emperadores o generales sino en las de Dios (14: 24-7). Lo que El decide es lo que acabará sucediendo aunque la mayoría no llegue a percatarse de ello.



Esas leyes de una Historia que está en las manos de Dios lo mismo puede aplicarse a potencias pequeñas, pero sanguinarias como Filistea (14: 24-32), que a otras cuyo pecado principal es la soberbia como es el caso de Moab (16: 6). Ante Dios lo mismo es un Damasco decadente (17: 1-14) que un Egipto que parece pujante gracias a la nueva dinastía reinante, pero que no escapará del fruto de sus acciones (c. 18-19). A decir verdad, la única esperanza que tiene un pueblo no se encuentra en sus gobernantes, en sus ejércitos, en sus riquezas o en su sentido patrio. En realidad, sólo aquel pueblo que esté dispuesto a reconocer sus errores y a clamar humildemente ante Dios podrá recibir salvación (19: 20).



Precisamente porque Dios actúa de manera imparcial, sin favoritismos, es por lo que se puede predecir el futuro de Babilonia (c. 21), el de las prósperas Tiro y Sidón (c. 23) y, por supuesto, el de Jerusalén (c. 22).



Ciertamente, el mensaje de Isaías es de una actualidad indiscutible aunque para muchos resultará antipático como pocos. El que pretende que Dios tratará con favoritismo a una nación no conoce a Dios. Buena prueba de ello es la Historia de Israel, de Asiria, de Babilonia y, por supuesto, de España que no ha dejado de dar tumbos desde hace siglos. Dios tiene unos principios que no doblará por nadie porque más que éste pretenda que es “la tierra de María” o “la hija predilecta de la iglesia católica”. Los juicios de Dios son inexorables aunque previamente sean anunciados por algún profeta.



En segundo lugar, aunque Dios nunca dejará de ejecutar Sus juicios también anuncia que existe una vía de salida. Esa salida no gira en torno a la política, la visión social o la gestión económica. Arranca, por el contrario, de la conversión. Incluso una nación perversa como Asiria podría encontrar salvación si se volviera y, al afirmarlo, Isaías está repitiendo el mensaje de Jonás. Al final, cada nación es claramente responsable de su presente, pero también traza su futuro y el de sus hijos.





Lectura sugerida: capítulos 14, 17, 18, 22 y 23.



CONTINUARÁ





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Published on January 15, 2016 01:03

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César Vidal
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