César Vidal's Blog, page 91

February 3, 2016

Izquierda y derecha en USA

Estados Unidos comienza las primarias y, previsiblemente, habrá medios españoles que realizarán el enésimo intento de explicar la política norteamericana según los patrones patrios de izquierda y derecha.

Digámoslo desde el principio: en Estados Unidos no hay izquierda. Existe un partido situado a la derecha y otro colocado todavía más la derecha e incluso históricamente, esos papeles se han intercambiado. Por supuesto, no pocos republicanos insisten en que los demócratas son peligrosos izquierdistas y además Bernie Sanders se presenta como socialista, pero no deberíamos dejarnos desorientar. Sanders afirma ser socialista antes de que lo acusen de serlo, pero su plataforma está más que a la derecha del PP. De hecho, un personaje como Montoro sería considerado en Estados Unidos como un rojo peligroso indigno de ser concejal de una aldea. Por añadidura, la política seguida hacia las franquicias de ETA por el PSOE o el PP resultaría imposible y la Guardia nacional habría aparecido hace años en Cataluña para custodiar a los padres que desean que sus hijos estudien en español mientras que los sediciosos estarían entre rejas. Más inverosímil sería la existencia de Podemos. Salvo algún catedrático de universidad o algún heredero de los Panteras negras, sería difícil dar con un norteamericano que no los considerara como un verdadero peligro público dadas sus estrechas relaciones con gobiernos como los de Venezuela o Irán. Ciertamente, lo más seguro es que sus dirigentes ya hubieran sido detenidos por el FBI por recibir dinero de regímenes abiertamente hostiles a la democracia. Naturalmente, habrá quien diga que Donald Trump es un populista, pero la afirmación no se corresponde del todo con la realidad. A decir verdad, Trump – pero también Sanders – está mostrando el desprecio por lo políticamente correcto que sienten millones de norteamericanos. En España, no son menos los ciudadanos que se encuentran en esa misma línea, pero salvo algún político aislado y algún partido sin representación parlamentaria como VOX nadie se atrevería a decir lo que millones piensan sobre la inmigración, la ideología de género o las autonomías. Además el electorado es decididamente centrista. El partido republicano está sumido en una crisis porque hay que escorarse mucho hacia la derecha para obtener una nominación presidencial, pero luego hay que correr desesperadamente al centro en seis meses para llegar a la Casa Blanca. Los demócratas se ahorran ese trámite porque, a pesar de lo repetido, Obama se parece a ZP o a Sánchez como un huevo a una castaña. Como ven, poco que ver con España.

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Published on February 03, 2016 04:54

February 1, 2016

Spotlight. En primera plana

Con un retraso de meses en relación con el estreno americano ha aparecido en las pantallas españolas la que algunos consideran la película mejor del 2015. Puede que sea así siquiera por lo pesadas, pesadísimas que son otras cintas como la del marciano Damon o la del renacido Di Caprio que me provocaron no pocos bostezos y un deseo imperioso de que la película terminara y no precisamente porque necesitara urgentemente ir al baño.

Spotlight es una película sólida, bien narrada, fiel a los hechos y solventemente interpretada. Con todo, a mi me pareció demasiado fría para el tema que abordaba. Me explico.



El argumento, rigurosamente histórico, de la película es el descubrimiento por el Boston Globe de millares de abusos sexuales que sufrieron niños de ambos sexos a manos de sacerdotes de la diócesis durante un período de décadas. Lejos de tratarse episodios repugnantes aunque aislados lo que los periodistas fueron descubriendo fue que los depredadores sexuales eran cerca de un centenar; que en todos y cada uno de los casos, la diócesis no los puso a disposición judicial sino que hizo todo lo posible para que quedaran impunes y que, por añadidura, al limitarse a trasladarlos a otros lugares lo único que consiguió fue evitar su castigo y facilitar que cosecharan nuevas víctimas. En otras palabras, no se trató jamás de un encubrimiento puntual de un abuso excepcional sino una política sistemática encaminada a que violadores y paidófilos se vieran libres de rendir cuentas a la justicia pudiendo continuar perpetrando atrocidades cuyas víctimas eran niños.



Cuando la información del Boston Globe acabó saliendo a la luz tuvieron lugar dos hechos claramente reveladores. El primero fue que en otras partes de Estados Unidos – muy pronto de todo el globo – comenzaron a surgir personas que pedían justicia por las violaciones o abusos sexuales que habían sufrido a manos de sacerdotes católicos. El segundo fue que el cardenal Law, último responsable de la impunidad de criminales repugnantes, no pudo ser juzgado porque el mismo papa le ofreció refugio en la Ciudad del Vaticano entregándole la administración de una de las parroquias principales. No está nada mal como ejemplo de lo que hay que hacer para ser canonizado…



Sin embargo, el cardenal Law no era una excepción tampoco a pesar de la protección oficial que recibió del papa para evitar la acción de la justicia. Durante treinta y cuatro años se mantuvo aquella conducta en la diócesis de Boston y los responsables fueron tres cardenales y varios obispos. Es decir, jamás existió un caso excepcional. Se trató de un encubrimiento sistemático del delito porque todos los cardenales, obispos y papas consideraron sin excepción que era peor que se supiera la verdad a que no se hiciera justicia.



Que estos hechos espantosos puedan ser narrados con la gelidez que lo hace la película es lo que, personalmente, me sobrecoge. Y aún me angustia más cuando en unos instantes, al final, aparecen en la pantalla las diócesis en distintas naciones del mundo donde se practicó esta conducta también de manera sistemática, también durante décadas, también bajo la protección de obispos, cardenales y papas.



Con todo, debo decir que hay otro aspecto que aún me conmueve más y que la película tiene el mérito – a mi juicio, el mayor de todos – de exponer. Me refiero a la complicidad de toda la sociedad en esos crímenes por acción u omisión. Entendámonos. Los crímenes los cometieron los sacerdotes católicos y los encubrieron, por millares de casos sólo en Boston, los obispos, los cardenales y los papas. Sin embargo, para que fuera posible tal circunstancia tuvo que mediar el silencio de otros. Los abogados que aceptaron negociar a puerta cerrada que un sacerdote violador no pasara ante el juez a cambio de algo que se llamaba compensación y que se ofrecía a los padres. Los ciudadanos que, sabedores de aquella cordillera de maldades, guardaron silencio porque la iglesia católica es extraordinariamente poderosa en Boston y puede echar a casi cualquiera de la vida civil. Los católicos que cerraron los ojos por un mal entendido concepto de la lealtad a una institución que se comportaba, una y otra vez y durante décadas, de manera criminal. Los policías que se consideraron antes defensores del buen nombre de la institución eclesial en que habían sido bautizados que de la seguridad de los ciudadanos. Los jueces y fiscales que ni se atrevieron a considerar la posibilidad de seguir la pista del crimen organizado e impune. Los que siguieron cerrando los ojos insistiendo en que todo era una conspiración judía para desacreditar a la iglesia católica. Los periodistas – sí, los periodistas – que tuvieron las piezas del rompecabezas ante los ojos, pero no avanzaron en la investigación porque eran católicos, no querían perjudicar sus carreras o, simplemente, odiaban la idea de buscarse líos. No deja de ser revelador como el personaje encarnado por Michael Keaton descubre con horror que, años atrás, él mismo podría haber sacado todo a la luz, pero no lo hizo y de esa manera millares de criaturas sufrieron abusos capaces de provocar el llanto de las piedras.





Da la sensación de que tiene que haber sido y ser todavía continua la perpetración del mal en una sociedad como la española, donde es culturalmente costumbre pedir que el gobierno arregle todo; donde creer que criticar lo propio es un delito de alta traición y si se trata de la iglesia, de conducta diabólica; donde nadie quiere líos aunque se sepa dotado de razón y donde mirar hacia otro lado siempre resulta más práctico que apuntar a lo que sucede y es sabido, quizá no por todos, pero sí por muchos. Sin embargo, la lección de esta fría película no puede ser más clara: el silencio y la cobardía pueden parecer convenientes en lo privado, pero, en realidad, son la puerta abierta para que una criatura de pocos años pueda ser violado; para que los ciudadanos honrados sean despojados; para que los disidentes caigan asesinados o tengan que refugiarse en otro país; para que los canallas, en fin, pretendan que todo se reduce a una pequeña estadística cuando la realidad es que lo que esos números dejan de manifiesto es que ciertas instituciones están dispuestas a tapar los crímenes más horribles sólo para dar una imagen que es lucrativa aunque diste años luz de la realidad. Todo ello, mientras los inocentes lloran por causa de los malvados sin que nadie los escuche o los quiera escuchar.

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Published on February 01, 2016 23:30

January 31, 2016

CÁNDIDO o la estafa de RETAR (Capítulo III)

De Magdaleno Ortiz diría Cándido que había sido su mejor subdirector de programa. Al afirmarlo, no exageraba. Alguno anterior podía haber conocido mejor los vericuetos de la política o de la casa en que trabajaban, pero ninguno se había mostrado tan involucrado con el programa ni tan deseoso de que todo saliera bien.

A decir verdad, en términos generales, los que había tenido con anterioridad, habían mostrado siempre un interés limitado a lo estrictamente laboral. Llegaban, realizaban su trabajo mejor o peor y se marchaban. Por supuesto, no tenían inconveniente alguno en dedicarse a contar a sus superiores – o no superiores – cualquier dato sobre Cándido que les permitiera promocionarse a costa de los principios más elementales. Había existido uno que, justo después de leer el boletín de noticias que iba detrás del editorial de Cándido, se encerraba en el despacho de uno de los gerifaltes de la casa para informarle a diario. Fue una historia triste, pero no tanto por la deslealtad como por el hecho de que nunca le pagaron la traición. De hecho, acabó yéndose a trabajar a otro lugar. En ocasiones, incluso en esta vida, se puede tener la sensación de haber contemplado un acto de justicia cósmica.



Magdaleno, desde luego, no se había comportado así y, puesto a trabajar, no había dedicado menos interés que los otros. Pero, por si fuera poco, tuvo un par de ideas relacionadas con la financiación del programa que costeaba totalmente Cándido y por el que Radio Solitaria y RETAR no ponían un céntimo aunque, desde hacía tiempo, se llevaran todo lo que podían.



Magdaleno propuso a Cándido, con el respaldo expreso de Miguel Díaz y la maquinaria de RETAR, convocar un crowdfunding cuyos fondos irían a financiar los gastos del programa que Cándido había cubierto hasta entonces. Cándido – que, como decía un amigo, trabajaba tanto que nunca había tenido tiempo para ganar dinero – ni siquiera sabía lo que era el crowdfunding y se quedó más que agradablemente sorprendido cuando Magdaleno le refirió el mecanismo de suscripción popular. Pero no acabaron ahí las ideas de Magdaleno. Dado que la cantidad inicialmente pensada – treinta mil dólares – no sería suficiente, Magdaleno sugirió a Cándido que celebrara también un campus literario. Así, utilizando el reclamo de su nombre, podría servir para reunir el resto de la cantidad necesaria. De manera generosa y desinteresada, RETAR ofrecería su infraestructura operativa – en especial un hotel – con lo que, por una vez, aportaría a aquella empresa algo que le costara.



Aceptó Cándido, sorprendido. Tan abrumado se hallaba porque, por primera vez, RETAR manifestara un interés real por la financiación del programa que fuera más allá de las huecas palabras de Miguel Díaz, que no pensó Cándido en la necesidad de firmar un contrato. A decir verdad, Cándido había creído siempre en el valor insuperable de la palabra dada. Por dos razones. La primera es que pensaba que la gente decente respeta sus compromisos verbales y la segunda, que sabía que no hay notario, escritura ni apostilla que pueda obligar a cumplir con su palabra a los estafadores, ladrones y defraudadores que hay por el mundo. Como principio, poco habría que objetar a los pensamientos de Cándido, pero como regla de conducta… bueno, abreviemos.



El campus literario planteaba, de entrada, un problema de no poca envergadura. RETAR tenía un hotel, sí, pero situado en la nación de origen de Cándido. Que éste pudiera entrar en ella no planteaba especial problema porque las fronteras eran porosas, pero su seguridad posterior era otra cuestión. Durante más de una década, Cándido se había movido continuamente acompañado por un guardaespaldas. No tendría ahora esa posibilidad. ¿Merecía la pena el riesgo? Cándido pensó que sí. Y no se trataba solo de que ansiara volver a contemplar su país. Además había un motivo añadido para correr el riesgo. Se trataba de los padres de Cándido. Vivían todavía, pero no los había visto durante más de año y medio. No podía tampoco correr el riesgo de avisarles de su llegada, pero, con discreción, podía aprovechar aquel campus para verlos.



La idea de volver a pisar las calles de su ciudad natal aunque fuera sólo por unas horas, la de encontrarse y charlar con gente que deseaba escucharlo y la de ver a sus padres no ayudaron a Cándido a protegerse de lo que se iba a desencadenar sobre su cabeza. Y no se puede decir que faltaran los signos premonitorios. Por ejemplo, Daniel Díaz le dijo que RETAR cubriría – como el resto de los gastos – su billete. Quedó sorprendido Cándido de aquella buena nueva, pero no tardó en comprobar que no se correspondía del todo con la realidad. En realidad, RETAR había encontrado una agencia de viaje que estaba dispuesta a asumir un pasaje por una cantidad que apenas habría servido para cubrir los costes de Air Patito. Naturalmente, la agencia comunicó a Cándido que, mediante la percepción de una cantidad adicional por su parte, podría proporcionarle un pasaje decente. Cándido debería haberse percatado de que aquello era otra acción propia de RETAR ya que, tras prometer que asumirían los costes de su pasaje, en realidad, sólo le habían puesto en contacto con un tercero que tampoco cumplía con esa misión. Al fin y a la postre, un billete decente – en segunda clase, añadamos – existió, pero porque el propio Cándido lo pagó de su propio peculio.



Siempre recordaría Cándido aquel viaje – seguramente el último – que realizó a la tierra que lo vio nacer. No debía entrar en contacto con nadie que pudiera conocerlo y lo contara y así se comportó con dos excepciones. La de una persona a la que respetaba profundamente y por la que accedió dirigirse a un auditorio y su antigua ama de llaves a la que necesitaba para ponerse en contacto con sus padres sin llamar la atención. Había sido precisamente esta mujer la que había telefoneado a los padres de Cándido para decirles que tenía que llevarles unos papeles de su hijo. Fue así como les habló desde el teléfono de seguridad, subió las escaleras y llamó a la puerta. Abrió el padre y entonces Cándido lo abrazó. No pudo musitar una sola palabra el anciano que apenas podía creer lo que estaba sucediendo. Cándido le hizo un gesto para que guardara silencio y se dirigió hacia el saloncito donde sabía que estaba su madre. Desde hacía años, la mujer no podía moverse y tenía que pasar el día en una silla hasta que llegaba la hora de dormir y, con ayuda y enorme dificultad, lograba desplazarse hasta el dormitorio. Se quedó sorprendida más allá de toda medida al contemplar la silueta de Cándido recortándose contra el umbral. El hijo la sonrió y cubrió la escasa distancia que mediaba entre ambos. Luego la abrazó y entonces la madre, que no terminaba de creer que se convertía en realidad lo que había soñado tantas veces, rompió a llorar. Fue el suyo un llanto enorme, pesado, acumulado desde hacía tiempo. Ahora, tras más de un año y medio, encontraba una ocasión para salir de su pecho y brotaba sin detenerse.



Poco pudo estar Cándido con sus padres aunque les prometió que no saldría del país sin volver a visitarlos. Ahora la primera prioridad era comenzar el campus. Debe reconocerse de entrada que no resulta fácil expresar el remolino de sentimientos encontrados que comenzaron a bullir en el corazón de Cándido al llegar al hotel de RETAR donde tendría lugar. Por un lado, persistía la emoción mal controlada que arrancaba de haber visto a sus padres. Por otro, no más fácil le resultó encontrarse con gente a la que conocía a través de las redes sociales, pero por las que sentía un enorme afecto siquiera por la manera en que participaban en sus foros, llevaban mucho tiempo formulándole preguntas o habían ayudado de manera extraordinaria en la labor del crowdfunding. De buena gana, los habría estrechado a todos contra su pecho, gesto del que se privó porque era contenido en sus expresiones y además no deseaba causar una mala impresión. Por primera vez, en mucho, muchísimo tiempo, los compatriotas con los que se encontraba no le daban malas noticias, lo interrogaban o hacían oídos sordos a sus palabras como si fuera una nube que se dedicara a soltar agua. No. Aquellas personas le hablaban, le saludaban con cariño y respeto, le indicaban que se sentían felices de poder acudir a aquel campus y no le mentían. Bastaba para saberlo el enterarse de que alguno de los presentes había vendido su automóvil para poder costearse el campus, que no pocos de ellos habían sido colaboradores – en algunos casos más que destacados – en el crowdfunding, que algunos habían cambiado sus vacaciones para poder asistir y que fueron bastante los que acudieron con libros de Cándido para que se los dedicara. Incluso se dio el caso de un matrimonio asistente que se trajo a un familiar con minusvalía porque era la única manera de poder acudir al campus. En más de una ocasión, Cándido tuvo que realizar un verdadero esfuerzo porque al conocer a aquellas gentes, al charlar con ellos en los descansos o durante las comidas, al compartir mil y un temas, sintió que se le humedecían los ojos por una emoción casi irrefrenable.



Sin embargo, durante la semana escasa que duró el campus literario, aquellas sensaciones que lo afectaban hasta lo más profundo del corazón no pudieron evitar que comprobara la llamativa desorganización que había en el hotel. El primer día, el encargado - ¿cómo llamarlo si no? – con el que se había encontrado nada más llegar era un hombre mayor, con un aspecto de borderline más acusado incluso que el de Dani Díaz y con una voluntad nada oculta de no atenderlo lo más mínimo. Cuando Cándido señaló que internet no funcionaba y que resultaba indispensable para el trabajo, aquel hombre puso cara de sentirse molesto, muy molesto, insoportablemente molesto, salió de detrás del mostrador de recepción y se marchó dejándolo con la palabra en la boca. Tan atónito se quedó nuestro protagonista que ni siquiera acertó a seguirlo.



Fue precisamente aquel mismo día cuando hizo acto de presencia Magdaleno Ortiz. A Cándido le dio mucha alegría el encontrarse por primera vez con su subdirector. Lo abrazó con afecto y le señaló la satisfacción inmensa que le ocasionaba verlo. Magdaleno era un personaje notable. Alto, de pelo negro, encorvado, con dientes salidos, comunicaba una sensación de bonhomía similar a la que Cándido había percibido, sin verlo, durante los meses anteriores. El campus se había iniciado.



Narrar lo que sucedió en el campus daría para un libro y el que escribe ahora confiesa su incapacidad para alargar tanto el relato. No obstante, todo se podría resumir en una frase: sólo salió bien aquello en lo que no participó RETAR. Sin ánimo de ser exhaustivos, podríamos dar algunos datos que expliquen tan rotunda afirmación. De entrada, por ejemplo, el horario y la agenda no se respetaron ni por casualidad. Se trataba de algo parecido a esos chistes que relatan las diferencias entre el infierno español y el alemán. Nada sucedía de acuerdo a los programas entregados a los participantes. Es verdad que, al cabo de unos días, la agenda volvió a cambiarse, pero no por ello se cumplió más. Salvo excepciones como las conferencias de Cándido, ni el taller literario de Rosario Fernández López, una de las colaboradoras de años de Cándido, ni las proyecciones ni las excursiones ni prácticamente nada se ajustó a lo anunciado.



Por supuesto, Cándido intentaba poner orden, pero descubrió desolado que Magdaleno ni siquiera llevaba teléfono móvil con lo cual comunicarse con él no pocas veces constituía una imposibilidad total. Para colmo de males, cuando refirió a Miguel Díaz y a su hijo Daniel lo que sucedía sólo recibió gestos de fastidio que parecían indicar un mensaje consistente, sobre poco más o menos, en: “así somos nosotros y no sé cómo te permites molestar por algo que salta a la vista”. Porque cierto era que saltaba a la vista, pero eso era lo intolerable ya que la gente había pagado una cantidad nada desdeñable por aquellos días.



Y no acabaron ahí las cuitas de Cándido y de los participantes en el campus. Por ejemplo, el autobús destinado a los traslados se reveló como un verdadero desastre. Su conductor actuaba como le venía en gana y, en una de las ocasiones, Cándido creyó que la gente caería asfixiada en su interior por puro efecto del calor. Así sucedió precisamente el día en que Magdaleno tuvo la ocurrencia de citarlos a la entrada de un edificio por razones que nunca terminó Cándido de entender. Supuestamente, primero se detendrían allí para una exposición de uno de los participantes y luego se dirigirían a un restaurante especial. No sólo el autobús llegó más que retrasado y la exposición ante la fachada hubo que suspenderla sino que, al entrar en el vehículo, Cándido tuvo la sensación de que penetraba en una angosta cámara de gas. Irritado, preguntó al conductor por el aire acondicionado y éste le dijo que no funcionaba con el mismo desapego con que podía haber dicho que eran las tres y cuarto. Cándido se dirigió entonces a la mitad del vehículo y abrió una claraboya que había en el techo. Aún así sintió un temor explicable a que alguien se desmayara o se pusiera a vomitar en aquel horno.



Para colmo de males, la persona encargada de dar la exposición comenzó a entonarla mientras iba señalando al conductor que se detuviera en los lugares que le fuera indicando. Nunca había sido el fuerte de Cándido los números, pero no tardó en percatarse de que si se seguían aquellas instrucciones la comida del mediodía la iban a hacer los presentes a las 8 de la noche, supuesto, claro está, que no se hubieran muerto antes en el interior del autobús por falta de oxígeno. Nada dispuesto a bromas, Cándido ordenó al conductor que no se detuviera y que continuara directo al restaurante. El expositor si quería seguir hablando que lo hiciera mientras iban de camino.



Fue un trayecto largo, asfixiante y evitable. Sin embargo, el restaurante era bueno. En su interior, Díaz junior le contó a Cándido que ya tenían todo el dinero del crowdfunding y que se lo enviarían a la semana siguiente. Era buena noticia, pero no sirvió para que Cándido dejara de pensar que los asistentes al campus habrían renunciado a la visita al restaurante aunque sólo fuera por evitarse aquel traslado cercano al punto de ebullición que fue seguido por una vuelta no más grata. Y si sólo hubiera sido eso…



Por ejemplo, otro día realizaron una excursión a una bellísima ciudad cercana al hotel donde se encontraban y de la que, por pura casualidad, era natural Rosario. Esos recuerdos que merece la pena recordar toda una vida se fueron acumulando con el paso de las horas. Todo fue delicadamente hermoso, bueno, todo menos la presencia del suegro de Dani Díaz que se empeñó en acompañar a la gente por la ciudad hablando de los mayas. Entendámonos, aquel señor no sabía de los mayas más que de física nuclear, pero, desde hacía décadas, se había empeñado en que era un descendiente de la notable etnia indígena a pesar de su aspecto blanco y rubicundo. Gente así la hay en todas partes sólo que no siempre les da por los mayas. Hay quien se empeña en que pertenece a la raza aria, quien se cree que desciende de los judíos y quien afirma que es negro a pesar de que su piel sea blanca como el papel. Ignora el autor de las líneas por qué nombre se conoce este especial trastorno psicológico. Sí puede decir, por el contrario, que el suegro de Daniel Díaz no tenía la menor idea de lo que hablaba, atribuía a los topónimos un significado caprichoso y, sin duda, podría haberse dedicado a actividades más útiles. Esa circunstancia explica que Cándido se negara a acompañarlo mientras derramaba sus peculiares ideas sobre los asistentes. Se conocía Cándido y estaba convencido de que, en algún momento, acabaría corrigiéndolo y no era cuestión de señalarle un error nuevo cada pocos segundos. Prudentemente, pues, se mantuvo al margen.



Como si en RETAR se dedicaran a buscar molestias para arrojarlas sobre los demás, a mitad del campus Magdaleno informó a Cándido de que el fin de semana los asistentes tendrían que abandonar el hotel. La razón aducida fue que RETAR tenía comprometidos esos dos días con otra gente. No obstante, no había que preocuparse porque podrían desplazarse a otro hotel situado en distinta ciudad. No acertó Cándido a comprender cómo se podía producir semejante eventualidad. Hacía meses que el campus venía preparándose y ahora se madrugaban con aquello. ¿Cómo era posible comprometer las plazas de un hotel a dos partes a la vez? ¿Tan incompetentes eran? Y, sin embargo, aquel cambio fue para mejor porque el nuevo hotel era más barato que el de RETAR y, a diferencia de éste, sí que era moderno, contaba con un wifi en condiciones y el servicio era digno de tal nombre. En otras palabras, se ganó con el cambio. No puede decirse lo mismo de otro cambio, el que Magdaleno realizó en la tarde destinada al teatro. La propuesta inicial de Cándido hubiera sido mejor. Con todo, lo peor de aquel chaparrón de trastornos, fue, a juicio de Cándido, la intervención, impuesta sin más motivos que el por qué sí, de Miguel Díaz.



Habían pensado Cándido y Magdaleno que, aparte del excelente taller literario que dirigió Rosario y de las exposiciones de Cándido, se podría invitar a otras personas para dar conferencias aisladas. Fue entonces cuando Magdaleno – bien es verdad que con un tono de voz más bajo de lo habitual – le dijo a Cándido que Miguel Díaz debía dar alguna conferencia y participar en algún panel o, en su defecto, coloquio. No veía Cándido donde podía encajar el fundador de RETAR y así se lo expuso a Magdaleno. Sin embargo, pronto le resultó obvio que Magdaleno actuaba obedeciendo órdenes y que no existía alternativa al sí. Al final, como salomónica solución, decidieron que Díaz hablaría de literatura espiritual, cuestión que a Magdaleno le parecía justificada y que a Cándido lo sumía en una profunda perplejidad porque ignoraba lo que podría saber al respecto el fundador de RETAR.



La exposición de Miguel Díaz estuvo precedida por su aparición en el almuerzo, ocasión que aprovechó para sentarse en la misma mesa que Cándido y flanqueado por uno de sus lugartenientes cuya esposa constituía un ejemplo extraordinario de fecundidad ya que ella solita se había acercado a dar a luz los hijos que Jacob tuvo, pero no de una sola mujer sino de dos esposas y dos concubinas.



Se mostró más que complacido Miguel Díaz por lo bien que estaba desarrollándose el campus. La cultura y RETAR eran dos universos que no se cruzaban jamás y tuvo la sensación Miguel de que el ver a aquella gente le causaba un placer especial. Mientras no dejaba de echarse pimientos rojos en el plato – a Cándido le llamó la atención aquella querencia casi desatada por la colorida y sabrosa verdura – Miguel Díaz comenzó a contarle las últimas operaciones inmobiliarias que había llevado a cabo en otras partes del mundo y las perspectivas que se abrían ante el éxito del campus. Lo primero llamó mucho la atención de Cándido que había esperado – cándidamente, claro – que Miguel se refiriera a la gente a la que ayudaba RETAR, a la manera en que su situación había mejorado, incluso a la acción de la Providencia en esa labor. Sin embargo, de nada de eso habló Díaz que se dedicó a insistir en que Cándido debía celebrar más campus como aquel en los distintos hoteles que había ido comprando a precio de saldo RETAR en varios continentes. Se dijo Cándido que la idea podía ser buena, siempre, claro está, que el servicio fuera en condiciones. Incluso cometió la osadía de señalárselo así a Miguel, pero éste, con un gesto de la mano que parecía destinado a espantar una mosca imaginaria, desechó las palabras de Cándido. RETAR no se paraba en esas menudencias. Es más, su obra era lo suficientemente relevante como para pasar por alto semejantes circunstancias e incluso mencionarlas.



Creía, por el contrario, Cándido que, precisamente, por ser RETAR lo que decía ser, esos aspectos no debían descuidarse y no debían descuidarse no sólo por que sí eran importantes sino porque estaban relacionados con unos seres humanos de los que Miguel Díaz no hablaba, pero cuyas vidas no podían resumirse en unos números, en unas cifras, en unos negocios. Dirigió una mirada apenada Cándido a Miguel mientras éste ordenaba a uno de los camareros que le metiera pimientos rojos en una tartera para llevárselos. Poco podía imaginar lo que sucedería en la hora siguiente.



La pregunta que se había planteado Cándido acerca de lo que podía saber Miguel Díaz de literatura espiritual quedó respondida apenas a los cinco minutos de comenzar su exposición. Con horror creciente, Cándido descubrió que, saber lo que se dice saber, no sabía nada. Se sintió Cándido tan avergonzado de que se sometiera a la gente a aquel atropellado rosario de despropósitos evidentes que, levantándose del lugar donde estaba, se sentó detrás de una columna con doble intención, la de que su mirada espantada no se cruzara con la de Miguel Díaz y la de no ver los rostros de los asistentes del campus que, con toda seguridad, debían estar padeciendo lo indecible. Y es que la conferencia de Miguel Díaz nada enseñó sobre la literatura espiritual, pero sí que lo hizo y no poco sobre las interioridades personales del que la pronunciaba.



Miguel Díaz relató con innegable ampulosidad su frustrada carrera artística – más bien los intentos malogrados de iniciarla – y sus presuntos aportes a la literatura espiritual. como si se tratara de un autor importante fue narrando una vida que no le importaba a nadie lo que fue sembrando un creciente desasosiego en el alma de Cándido que no terminaba de creerse, invadido por la vergüenza ajena, todo lo que estaba escuchando. Cuando Díaz incluso hizo referencia a la inspiración del Espíritu Santo, Cándido sintió un vehemente deseo de que se abriera la tierra y se lo tragara evitándole escuchar dislates semejantes.



Como era de esperar, los asistentes no formularon preguntas a Díaz, quizá porque se hallaban sometidos al mismo estupor que Cándido o quizá porque era difícil saber qué decir tras tan peregrina exposición. Se dio, pues, por concluido el acto y todos se precipitaron para la salida. Fue precisamente entonces cuando Magdaleno anunció que, en cinco minutos, todos debían regresar a la sala para asistir a un debate entre Miguel Díaz y Cándido. No era éste persona que se precipitara en sus acciones, pero, al escuchar a Magdaleno, saltó de su asiento como empujado por un resorte. Cubrió acelerado la distancia que lo separaba de Magdaleno y, con tono que no admitía dudas, dijo: “No va a haber ningún debate”. Magdaleno abrió los ojos sorprendido por lo que acababa de escuchar. Incluso despegó los labios, pero antes de que pudiera articular palabra alguna, Cándido le espetó: “La gente está muy cansada y, en una hora, van a escuchar un programa de radio”. De nuevo boqueó Magdaleno, pero no se atrevió a llevarle la contraria lo que conduce al narrador de esta verdadera historia a pensar que el rostro de Cándido debía rezumar elocuencia.



Cándido no recordaría después hacia donde se dirigió, pero sí le constaba que no se despidió de Miguel Díaz. Más tarde llegaría a saber que el fundador de RETAR se había preguntado si es que Cándido lo había evitado. Ciertamente, así había sido.



Y a pesar de todo… a pesar de todo, el campus fue, desde muchos puntos de vista, un éxito. No sólo eso. Hubo momentos en que Cándido tuvo que realizar enormes esfuerzos para impedir que las lágrimas le saltaran a los ojos. Sucedió así, por ejemplo, cuando uno de los asistentes, persona educada y culta al que acompañaba su agradable y gentil esposa, sugirió la posibilidad de acercarse hasta una casa donde había vivido uno de los poetas patrios fallecido en el exilio. Se trató de una visita modesta, sin alharacas, limitada a que aquel hombre sensible leyera algunos de los versos del escritor, pero Cándido no pudo evitar pensar que quizá aquella sería la última vez que pasearía por las calles de su patria y que quizá también exhalaría su último aliento en el extranjero. Peor se sintió cuando contempló a un par de números de aquella casa, otra placa conmemorativa dedicada a una mujer que había dedicado su vida a la interpretación y cuya carrera, ya segada por la muerte, se enredaba con los recuerdos infantiles de Cándido. Aquella mención modesta – no eran muy dados en su país a honrar a los conciudadanos ni siquiera después de muertos – acentuó aún más la emoción que experimentaba porque, de repente, se percató de lo rápido que había pasado su existencia sin que tuviera la sensación de haber hecho todo lo que habría deseado por los demás.



Llegó así al final del campus con una sensación totalmente agridulce. Dulce porque los asistentes se habían manifestado como gente amante de la cultura, sensibles, educados, amables y, sobre todo, cercanos. Agria porque las condiciones del campus habían dejado mucho que desear a pesar de lo que habían pagado. Dulce porque había contemplado, quizá por última vez, las calles de una ciudad que amaba hasta lo más profundo de su corazón. Agria porque al despedirse de sus padres no sabía si sería la última vez que los vería. Dulce porque se había percatado, una vez más, de cómo era posible que la gente disfrutara profundamente gracias a recursos tan sencillos como revisitar a un clásico, dar un paseo por el campo o sencillamente charlar. Agria porque ignoraba cuándo los vería de nuevo. Dulce porque había conocido en persona a Magdaleno. Agria porque le parecía lamentable la gestión de RETAR, intolerablemente carente de profesionalidad y, sobre todo, de respeto hacia las necesidades del prójimo.



La última noche del campus, tras pagar el taller de redacción a Rosario con dinero de su bolsillo, se sumió en una reflexión que no se desprendería de él durante los días siguientes y que tenía como centro a RETAR y a su gente. Ciertamente, había metabolizado tanta dejadez como habían padecido todos durante aquella semana, pero, por encima de cualquier sensación o sentimiento, no podía evitar experimentar una profunda compasión. Sentía compasión por los empleados de RETAR que, quizá, no eran un ejemplo de diligencia, pero de los que se esperaba que realizaran su labor sin cobrar un céntimo y recibiendo, como si fueran esclavos, sólo la comida y el techo. Sentía compasión por Magdaleno Ortiz porque, a pesar de sus limitaciones, de creer que el único futuro de la Humanidad estaba en encerrarse en comunas agrícolas, de ir sin teléfono móvil, era una persona no exenta de cualidades, que podía llevar a cabo un buen trabajo y que, sin embargo, como si fuera un esclavo, sería incapaz de iniciar una nueva vida fuera de RETAR. Sentía compasión por Daniel Díaz porque era obvio que no estaba capacitado para las tareas que se le habían encomendado, pero, como si fuera un esclavo, nunca sería capaz de escapar de RETAR le gustara o no por la sencilla razón de que no había sido educado para vivir como un hombre libre. Incluso sentía compasión, una inmensa, enorme, desmedida compasión por Miguel Díaz porque era el más esclavo de todos. Sus frustraciones juveniles se habían canalizado hacia una organización que había sido fundada por él, pero que, a la vez, era su amo más despiadado. Dentro de ella, era señor absoluto de vidas y haciendas, pero fuera… ah, fuera no era absolutamente nada. Y, encadenado a su creación, tenía que empujarla como si fuera un carro cargado de pedruscos porque ya no tenía vida ni existencia aparte de los negocios, de las especulaciones, de las actividades de RETAR. Cándido llegó así a la conclusión de que, por un acto peculiar de justicia cósmica, Miguel, siendo el gran señor al que nadie se atrevía a contradecir, era, a fin de cuentas, el máximo esclavo. Sin embargo, Cándido, abrumado al contemplar aquellas vidas y al sentir piedad por ellas, pasaba por alto un aspecto no poco relevante y es que puede existir gente que sea digna de la más profunda compasión, pero eso no significa ni que sean buenos ni que resulten inocentes.





CONTINUARÁ

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Published on January 31, 2016 23:28

January 30, 2016

El Mesías

LOS PRIMEROS CRISTIANOS:

LA IDEOLOGÍA DEL JUDEO-CRISTIANISMO EN EL ISRAEL DEL SIGLO I (V): LA CRISTOLOGÍA (V): El Mesías

El Mesías[1]



El título de «Mesías» y, más específicamente, su equivalente griego jristós cuenta con una relevancia muy clara a lo largo de la Historia del cristianismo. Éste deriva incluso su nombre de la misma palabra y aún sigue siendo costumbre denominar cristología a la rama de la teología que estudia a la persona de Jesús. No obstante, resulta auténticamente difícil aceptar que tales hábitos estuvieran ligados a las primeras manifestaciones del cristianismo primitivo. Como ya señalamos en la introducción, el apelativo «cristianos» es relativamente tardío, surge en medios gentiles (Hch. 11, 26) y, muy posiblemente, cuenta en sus inicios con una connotación peyorativa. En cuanto a la aplicación a Jesús del título «Mesías» o «Cristo», requiere matizaciones importantes en el terreno del judeo-cristianismo afincado en Israel.



El judaísmo del Segundo Templo carecía de un concepto uniforme del mesías, como, al menos en parte, se ha podido desprender de los otros títulos ya estudiados. Ciertamente, este Mesías podía ser equiparado en algunos casos al Siervo de YHVH o al Hijo del hombre, pero esa postura no era generalizada. En ocasiones, el Mesías era contemplado más bien como un dirigente dotado de características que hoy consideraríamos políticas. Eran asimismo contradictorias las tesis acerca del comportamiento que el Mesías mostraría hacia los gentiles e incluso podemos aceptar, según se desprende de los escritos de Qumrán y quizá de la pregunta del Bautista registrada en Mateo 11, 3, que la creencia en dos mesías gozaba de un cierto predicamento en algunos ámbitos judíos.



El concepto judeo-cristiano de mesías era, como veremos en las páginas siguientes, medularmente judío y contaba con paralelos claros en el judaísmo, pero, al igual que sucedió con otras concepciones judías sobre el mesías, asimiló en su interior algunos aspectos admitidos por ciertos sectores del judaísmo y procedió a descartar ostensiblemente otros.



Como ya hemos indicado, la palabra hebrea masiaj significa «ungido». En ese sentido, sirvió para designar al rey de Israel (1 Sa. 9, 16; 24, 6) y, en general, a cualquiera que recibía una misión específica de Dios, fuera sacerdote (Éx. 28, 41), profeta (1 Re. 19, 16) o simple instrumento —incluso pagano— de los designios divinos (Is. 45, 1).



Según 2 Sa. 7, 12 y ss., y el Sal. 89, 3 y ss., David había recibido la promesa divina de que su reino quedaría establecido para siempre. La decepción causada por los acontecimientos históricos en relación con esta esperanza fue articulándose paulatinamente en tomo a la figura del Mesías como personaje futuro y escatológico (aunque es poco frecuente que el término masiaj aparezca en el Antiguo Testamento con ese contenido; v. g.: Sal. 2 y 72).



La literatura extrabíblica coincide con el Antiguo Testamento en la adscripción davídica al linaje del Mesías (Miq. 5, 2, etc.) pero, mientras pasajes del Antiguo Testamento, como los de Jr. 30, 8 y ss., o Ez. 37, 21 y ss., consideran que la aparición de este rey nombrado por Dios implicará una salvación terrenal, final y eterna, podemos contemplar en 4 Esdras 7, 26 y ss.; 11-14; Baruc 29, 30, 40 o Sanedrín 96b y ss., la idea de que el reinado del Mesías sólo será provisional y que precederá a otro definitivo implantado por Dios. También resulta obvio que las características de este monarca aparecen de manera diversa en las distintas fuentes. En el libro bíblico de Zacarías (9, 9) nos encontramos frente al retrato de un mesías manso y pacífico.[1] Sin embargo, en los extrabíblicos Salmos de Salomón (17 y 18), por el contrario, aparece la imagen de un monarca guerrero que iba a destruir a los enemigos de Israel. Que esta idea estaba muy arraigada en la época de Jesús es cierto, pero, como hemos podido ver al analizar otros títulos de connotación mesiánica, ni era exclusiva ni era la única.



En relación con el linaje davídico de Jesús que le atribuyen los Evangelios (especialmente las genealogías de Mt. 1 y Lc. 3) cabe decir que es muy posible que sea históricamente cierto.[1] Resulta indiscutible que los primeros cristianos lo daban por supuesto en fecha muy temprana, tanto en ambientes judeo-cristianos situados en Israel (Hch. 2, 25-31; Ap. 5, 5; 22, 16) como en la Diáspora (Hab. 7, 14; Mt. 1, 1-17 y 20), paulinos (Rom. 1, 3; 2 Ti 2, 8) o lucanos (Lc. 1, 27 y 32; 2, 4; 3, 23-8). Eusebio (HE III, 19 y ss.) recoge el relato de Hegesipo acerca de cómo los nietos de Judas, el hermano de Jesús, fueron detenidos (y posteriormente puestos en libertad) por Domiciano, que buscaba eliminar a todos los judíos de linaje davídico. A través de este autor nos ha llegado asimismo la noticia de la muerte de Simeón, primo de Jesús, ejecutado por ser descendiente de David (HE III, 32, 3-6). De la misma manera, Julio el Africano señala que los familiares de Jesús se jactaban de su linaje davídico (Carta a Aristeas, LXI). Desde luego, no hay en la literatura judía ninguna negación de este punto, algo difícilmente creíble si, en realidad, Jesús no hubiera sido de ascendencia davídica. Incluso algunos autores han interpretado San. 43a —donde se describe a Jesús como qarob lemalkut («cercano al reino»)— como un reconocimiento de esta circunstancia.[1] Los judeo-cristianos no debieron de encontrar difícil, por lo tanto, aplicar tal título a Jesús.



No obstante, el título de «Mesías» es utilizado siempre en contextos que permiten reconocer como tal a Jesús, pero que impiden su identificación con una visión política similar a la contemplada, por ejemplo, en los Salmos de Salomón. Que esa visión es retrotraíble al propio Jesús nos parece difícil de discutir, pero se trata de un tema que excede el objeto del presente trabajo.[1] Lo cierto es que el judeo-cristianismo de la tierra de Israel rehuyó usar el título a secas y cuando lo hizo lo asoció con otros que marcaban la clave para su interpretación específica. A la pregunta de si Jesús era el Mesías, sólo cabía responder con una afirmación, pero no con cualquier clase de afirmación. Jesús sí era el Mesías (Hch. 2, 31), pero no el guerrero sino el ejecutado injustamente (Hch. 2, 36; 4, 10), según el propósito salvador de Dios (Hch. 2, 23); Jesús sí era el Mesías (Hch. 3, 6) pero no el destructor de los gentiles, sino el que otorgaba sanidad (Hch. 3, 6; 4, 10; 9, 34), el que había padecido como siervo sufriente (Hch. 3, 13), el que había sido justo e injustamente tratado (Hch. 3, 14), según las Escrituras (Hch. 3, 18) y, pese a todo, fue testigo fiel (Ap. 1, 5); Jesús sí era el Mesías (Hch. 4, 10), pero no el monarca racialmente judío que uniría a la nación contra Roma, sino la piedra rechazada por Israel (Hch. 4, 11).



Ya hemos podido observar que existían paralelismos judíos a esas visiones concretas. Como ha señalado muy acertadamente David Flusser:





La concepción cristiana de Cristo no se originó en el paganismo, si bien el mundo pagano no tuvo grandes dificultades en aceptarlo por existir en su seno algunas ideas paralelas. Personalmente considero que este concepto tuvo su origen en el sector judío predispuesto a los mitos, que se expresa en los textos apocalípticos, en otras obras apócrifas judías y, hasta cierto punto, en la literatura rabínica y el misticismo judío.[1]





La diferencia judeo-cristiana radicaba, a nuestro juicio, en que ahora podían verse encamadas todas esas perspectivas en la trayectoria histórica de un personaje concreto: Jesús, al que se consideraba, como veremos, también el Señor (Sa. 1, 1; 2, 1; Hch. 2, 36), el único medio de salvación (Hch. 4, 12), el autor de la vida (Hch. 3, 15) y el que habría de volver para implantar su reino de manera definitiva (Sant. 5, 7) restaurando todas las cosas (Hch. 3, 21). Sería precisamente esta matización, llevada del deseo de evitar los confusionismos, lo que acabaría por dar al título —paradójicamente secundario si atendemos a la frecuencia de su utilización— un papel de engarce y absorción de todas las interpretaciones que el judeo-cristianismo formularía de la vida de Jesús.[1]





CONTINUARÁ

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Published on January 30, 2016 23:50

January 29, 2016

Three Wooden Crosses

Se cuenta que un granjero y una maestra, una prostituta y un predicador iban en un autobús que se dirigía a México a media noche. Uno iba de vacaciones, la segunda en busca de una educación superior y los otros dos buscaban – aunque de maneras distintas - almas perdidas.

De repente, el conductor no vio el stop y el camión de dieciocho ruedas que venía no pudo detenerse. El granjero dejó una cosecha, un hogar y ochenta acres de terreno así como la fe y el amor por las cosas que crecían en el corazón de su hijo. La maestra dejó su sabiduría en las mentes de montones de niños a los que había enseñado para que empezaran la vida de la mejor manera. El predicador sólo acertó a musitar: “¿No ves la Tierra prometida?” mientras colocaba su Biblia manchada de sangre en la mano de la prostituta.



El domingo pasado, otro predicador contó a su congregación, mientras sostenía aquella misma Biblia en la mano para que todos la vieran, que deseaba que Dios bendijera al granjero, a la maestra y al predicador que le dio aquella Biblia a su madre quien se la había leído a él desde niño.



Ahora, en el lado derecho de la autopista, hay tres cruces de madera y es posible incluso intuir porque no hay cuatro. A fin de cuentas, cuando uno muere lo importante no es lo que se lleva sino lo que deja en este mundo detrás de él.



Eso cuenta esta hermosa canción de Randy Travis que deseo compartir con ustedes este sábado. No piensen en lo que acumulan porque los ataúdes no tienen bolsillos. Piensen en lo que dejarán a sus espaldas. Aquel predicador dejó algo que cambió vidas. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!!





Y aquí está Randy Travis





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Published on January 29, 2016 23:48

Los libros profeticos (XIII): Isaias (VIII): El mensaje (V):c. 40-55: los siervos del Señor

Con el capítulo 40 de Isaías comienza una nueva sección del libro que algunos han denominado el libro del consuelo y que otros han preferido llamar el Evangelio de Isaías. Puestos a elegir yo lo denominaría el libro de los siervos de Dios.

El inicio del capítulo 40 es un llamamiento a consolar al pueblo de Dios, un consuelo que comenzará en lugar tan poco verosímil como el desierto. Mientras tanto el mensaje lanzado no puede ser más realista. La carne es hierba y los seres humanos desaparecen como sucede con esas flores que, al cabo de un día, se han marchitado (40: 7-8). Poco o nada se puede esperar de ellos. Sin embargo… sin embargo, un día una voz surgida del desierto prepararía camino para que el propio Dios viniera (40: 10). Sería Dios en persona el que actuaría como actúa un pastor (40: 11). Ese Dios no tolera el culto a las imágenes porque sólo un necio pensaría en hacer una imagen para rendirle culto (40: 18-9).



Ese Dios único que no puede ser representado y que aborrece el culto a las imágenes – el capítulo 44 es uno de los ataques más feroces y realistas escritos jamás contra esa práctica religiosa – actúa, sin embargo, a lo largo de la Historia a través de siervos. Algunos siervos ni siquiera saben que lo son. Creen actuar según su antojo, pero, en realidad, cumplen con los propósitos de Dios. Sería el caso de un rey llamado Ciro que aparecería en el futuro y que sería utilizado por Dios para castigar a Babilonia y liberar a los judíos en el destierro (41: 1-4).



Otro siervo es Israel (41: 8), un siervo al que Dios ama, pero que, históricamente, no ha estado siempre a la altura de las circunstancias. De hecho, en 42: 18 ss, Dios se lamenta de que es ciego y sordo y de que tuvo que castigarlo históricamente por su mala conducta (42: 20-25). Con todo, Dios (44: 1 ss) lo exhorta a arrepentirse.



Pero el gran siervo es el Ebed YHVH, el siervo mesiánico que vendrá un día. Ese siervo mesiánico no será como muchos deseaban. Sin duda, para los judíos maltratados por Asiria, el mesías tenía que ser un dirigente nacionalista que acabara con esos paganos que cometían la atrocidad de inclinarse ante una imagen. Sin embargo, el Siervo de YHVH se ocupará de las naciones (42: 1-2) y además no gritará ni voceará porque no quebrará la caña cascada ni apagará el pábilo humeante (42: 3). De hecho, su misión buscará que incluso las islas más lejanas acepten su mensaje (42: 4). Ese siervo sería - ¡oh, gran escándalo para los nacionalistas judíos! - luz para las naciones (42: 6).



La misión de ese Ebed YHVH, según señala su segundo cántico, es llamar a Israel al arrepentimiento (49: 5) – luego el Ebed YHVH no puede ser Israel – pero también ser luz para las naciones (49: 6) porque Dios no es un nacionalista.



Este Ebed YHVH sería maltratado, pero no se echaría para atrás confiado en Dios. No lo haría aunque lo golpearan en la espalda o lo escupieran (Isaías 50: 4-9). Con todo en el cuarto canto del Ebed YHVH – Isaías 52: 13-53: 12 – quedaría establecido cómo sería su futuro de manera más que fácil de identificar. El Siervo de YHVH sería desfigurado en medio de su sufrimiento de tal manera que causaría pasmo (53: 14-15). Considerado como un ser sin importancia, los judíos lo verían como nada (53: 3). Sin embargo, aunque lo considerarían como un ser condenado por Dios - ¿no es eso mismo lo que dice el Talmud de Jesús o lo que pensó el Sanhedrín que lo condenó? – lo cierto es que sería traspasado por las transgresiones de Israel (53: 4-5).



Sí, del Ebed YHVH, de un siervo que no era como el vacilante Israel, pensarían que sólo recibía un castigo merecido de Dios, pero la realidad sería que Dios estaría descargando sobre Su siervo el merecido castigo por los pecados. Israel erraría como una oveja extraviada, como tantas ocasiones antes y después, pero Dios cargaría sobre el Ebed YHVH todos los pecados (53: 6). Serían precisamente los pecados del pueblo de Isaías los que llevarían a la muerte al Ebed YHVH (53: 8).



Lo que sucedería después resultaría ciertamente llamativo. Pretenderían enterrarlo con criminales porque como criminal había sido ejecutado, pero en la sepultura estaría con los acaudalados (53: 9). Y aún más prodigioso: tras entregar su vida en expiación (53: 10), vería la luz, es decir, volvería a vivir y justificaría a muchos porque, previamente, había cargado con sus crímenes (53: 11). Ese cargar con los pecados de todos sería precisamente la marca de su grandeza (53: 12) y no el ser un dirigente político y militar que recuperara trozo a trozo el territorio de Israel.



No puede sorprender lo más mínimo que los judíos anteriores a Jesús esperaran a un mesías sufriente al que identificaban con el Siervo de Isaías 53. En algún caso, pensaban incluso que podría haber dos mesías, uno sufriente y otro triunfante, pero era imposible negar la existencia de ese siervo mesiánico. Los testimonios abundan no sólo en Qumrán, el tárgum o el Talmud. Sólo la muerte de Jesús en la cruz provocó un serio problema a los rabinos posteriores a Yavné. Rashí comentaba un tanto molesto en la Edad Media que el protagonista de Isaías 53 se parecía mucho al “mesías cristiano”. Naturalmente, intentar sustituir al mesías por el pueblo de Israel en Isaías 53 era una tentación, pero el texto – aparte de la interpretación judía de siglos – dejan de manifiesto que semejante identificación resulta totalmente imposible. De hecho, cuando Israel es el siervo en Isaías no es precisamente en el buen sentido de los cuatro cantos del mesías-siervo.



Naturalmente, el profeta era consciente – lo soportó durante años – que semejante mensaje sería molesto para muchos. ¿Cómo iban ellos a aceptar que el mesías fuera un siervo sufriente en lugar de un libertador al estilo de David? ¿Acaso Dios no debía suscribir su nacionalismo? Isaías llevaba años mostrando lo errado de ese juicio. Esta vez, lo remacha de manera innegable: los pensamientos de Dios no son los de los hombres (55: 8) y el mensaje de Dios para el género humano se resume en una afirmación bien clara: hay que buscar a Dios mientras todavía existe oportunidad, hay que invocarlo y hay que convertirse cambiando de vida. Lo demás carece de importancia.



CONTINUARÁ





Lectura recomendada: Isaías 40; 44; 52: 13 a 53: 12; 55.

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Published on January 29, 2016 00:45

January 28, 2016

Lucha por la democracia

Hace unos días, presenté en Miami el libro de un exiliado y asilado en Estados Unidos. Se trata de Carlos Sánchez Berzaín, una de las víctimas de la dictadura de Evo Morales. Verán que el tema tiene una enorme una actualidad... y cercanía. Disfrútenla. God bless ya!!! ¡Que Dios los bendiga!

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Published on January 28, 2016 07:19

January 27, 2016

El reloj que gira al revés

Si alguien tiene la peregrina idea de visitar La Paz en Bolivia podrá contemplar un objeto harto revelador. Es un reloj que se encuentra en el edificio de la denominada Asamblea legislativa del Estado plurinacional. Señalará el amable lector que no termina de entender qué puede tener de particular un reloj, pero, ciertamente, se trata de un aparato nada común.

Evo Morales, el mestizo que se finge indio y que siempre soñó con ser un gran jugador de fútbol, decidió que aquel reloj girara al revés de todos los que existen y que en el mundo han sido. La razón para tan peregrina idea era que Morales pretendía que su gobierno diera una muestra universal de su voluntad de lucha anti-imperialista. La orden – como sucede en todas las dictaduras – fue cumplida a rajatabla por absurda que fuera procediendo a superponer números nuevos sobre los originales. Así, sobre caracteres romanos se colocaron otros arábigos en los que, a la derecha del doce, iban apareciendo el once, el diez, el nueve y así sucesivamente. La antigua república de Bolivia se ha convertido, por capricho de Evo Morales, en estado plurinacional donde se dan cita nada menos que treinta y seis nacionalidades que ni los mismos bolivianos conocen. Pero ni semejante galimatías ha evitado que los sufridos bolivianos contemplaran cómo los números nuevos han terminado por perder la pintura ocasionando una pesada mezcla de grima y vergüenza ajena. No pude evitar que el disparatado reloj que camina en contra de la realidad me viniera a la cabeza al escuchar las pretensiones de poder que manifiesta Pablo Iglesias. Resulta que Podemos no ambiciona controlar algún ministerio relacionado con asuntos sociales sino aquellos organismos que, históricamente, han permitido a los comunistas controlar el gobierno y dar golpes de estado. No quieren el ministerio de la vivienda sino el CNI y no ambicionan la cartera de la mujer sino el control de los medios de comunicación. Era escuchar a Iglesias y sentir que España había puesto su reloj a caminar invertidamente para llegar a la España del Frente popular de mayo de 1937 con el PCE controlando todo o a la Hungría, Checoslovaquia o Polonia posteriores a 1945 donde se aplicaba la estrategia del salchichón consistente en que los partidos comunistas, raja a raja, se comían el estado. Naturalmente, sería solo el principio porque, puestos a marchar hacia atrás, si se consuma la alianza de Pedro y Pablo, como sus tocayos de los Picapiedra, acabaremos en el Paleolítico.

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Published on January 27, 2016 01:50

January 26, 2016

Quosque tandem?

Muchos recordarán el inicio de aquel discurso de Cicerón en el que el ilustre orador pronunciaba su famoso Quosque tándem? (¿Hasta cuándo?) refiriéndose al abuso de paciencia que significaba para Roma la conducta indecente de Catilina.

He recordado la conocida frase ciceroniana al encontrarme con una indignante noticia de prensa en la que se habla de cómo Hacienda ha condenado a una profesora de Ossa de Montiel a pagar 23.000 euros porque en 2009 dio unas clases de manualidades por 91 euros al mes. El episodio es fácil de entender. La Agencia tributaria realizó una interpretación creativa de la ley, la anciana no supo reaccionar y, dada la manera dudosamente constitucional en que Hacienda realiza las notificaciones, todo pasó a la fase ejecutiva. Entonces la pobre jubilada se encontró con la cantidad que Hacienda pretendía, más la multa, más el recargo con lo que se vio convertida en deudora de una cifra muy superior a la que percibió en su día. El resultado es que Montoro se quedará con sus ahorros. Sería injusto decir que Hacienda actúa siempre con este rigor porque es sabido cómo ha aceptado facturas falsas en ocasiones y en otras hasta se ha acercado por los tribunales para evitar que alguien se sentara en el banquillo. Sin embargo, a pesar de tan conmovedoras muestras de compasión, no es menos cierto que casos como el de la desdichada maestra no son inhabituales. Se cae sobre el contribuyente, se realizan unos cálculos que harían padecer de sonrojo al Gran Capitán, se le suman multas e intereses y, si hay suerte, se pasa a fase ejecutiva por unas cantidades que ni de lejos ganó el supuesto deudor. No dudo de que algunos funcionarios se sentirán felices comportándose de esta manera, pero el daño que causan a España es indecible. Hace unos días hablaba con un empresario extranjero. Era socio de una compañía española uno de cuyos propietarios minoritarios tenía deudas con Hacienda. La Agencia tributaria bloqueó las cuentas de la sociedad sin importarle los otros tres socios. El extranjero no va a invertir un solo céntimo más en España y planea acciones penales contra los funcionarios que lo han perjudicado. No es un caso aislado. La Agencia tributaria pierde actualmente más del cincuenta por ciento de los casos en los tribunales. ¿Puede extrañar que espante a los inversores tanto como Podemos y los nacionalistas catalanes? No, porque la convicción en el extranjero es que España tiene menos seguridad jurídica que las naciones africanas. Quosque tandem?

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Published on January 26, 2016 06:55

January 24, 2016

Cándido o la estafa de RETAR (Capítulo II)

Concluimos el primer capítulo de esta verdadera historia señalando cómo, tras muchos meses de gastar dinero nuestro amigo Cándido y de que RETAR se aprovechara de su talento y laboriosidad sin soltar un solo céntimo, pero embolsándose todo lo que circulaba en su cercanía, le hizo saber que contaba con una manera de compensar las elevadas pérdidas que sufría e incluso de financiar la siguiente temporada.

Naturalmente, las preguntas que se agolpan en la mente de cualquier persona con sentido común y que se imponen antes de continuar nuestro relato verídico son las que ya debe hacerse el avezado lector: ¿cómo lo engañaron durante tanto tiempo? ¿no se percataba de que lo estaban estafando? ¿por qué no dio un puñetazo sobre la mesa y los mandó a engañar a su marginada madre? Porque los indicios – entre nosotros – no eran escasos. A fin de cuentas, si bien se mira, nuestro Cándido no dejaba de sufrir pérdidas cuantiosas cada primera semana de mes y la gente de RETAR comenzando por Miguel Díaz no cumplía ni por lejana aproximación ninguna de las promesas formuladas. Todo ello además sucedía mientras el programa superaba las trescientas mil personas de audiencia y en su versión de internet era escuchado desde Camboya a Madrid pasando por México DF, Kíev o Tegucigalpa. Por resumir: ¿cómo era posible que nuestro Cándido fuera tan cándido?



Para ser ecuánimes hay que señalar que, en lugar de una sola razón para la conducta inocente de Cándido, podría apuntarse a una variedad. Una de ellas, sin ningún género de dudas, era la palabrería de Miguel Díaz propia de un artero y eficaz vendedor de alfombras. Entendámonos. No afirmaba que fuera “bueno, bonito” su producto. Tampoco decir lo que se dice decir, decía nada que fuera más allá de cantar sus logros personales y los de la organización que había fundado y que regía con mano de hierro. Sin embargo, a pesar de no contar nada de sustancia, no puede negarse que lograba mesmerizar al oyente igual que dicen que consigue hacerlo la pitón con el animalillo al que acaba engullendo. El propio Cándido - que veía con dolor que nunca le respondía nada que tuviera más peso que el humo de un cigarrillo – acababa explicándose a si mismo que no podía ser que lo engañara alguien que aprovechaba la primera de cambio para abrumarle contando, a semejanza del famoso Capitán Tan, sus hazañas por todo lo largo y ancho de este mundo. En otras palabras, no es que en alguna ocasión Cándido no se preguntara si quizá se estaba comportando como el proverbial tonto de capirote, pero, cuando llegaba a ese punto, se respondía diciendo que no era posible que alguien fuera tan miserable como para estar aprovechándose de él de esa manera. De esa circunstancia, debemos deducir que nuestro Cándido poco o nada había aprendido de experiencias previas.



Sin embargo, no se trataba sólo de la manera verborreica en que Miguel Díaz hacía oídos sordos a cualquier palabra que no le gustara oír. También estaba su forma de parecer que hacía algo sin realizar nada. Recordaba con ese comportamiento a esos camareros a los que se les pide insistentemente un café con leche y, sin duda alguna, se mueven como si estuvieran sirviendo a todos los parroquianos aunque, en realidad, no atienden a nadie. Fuerzan el gesto, el paso, la mirada, el ademán. Todo lo fuerzan, menos lo que deberían: la diligencia para servir los cafés. Quizá uno de los ejemplos más claros de esa conducta propia del camarero vagoneta – o del trilero más descarado - tuvo lugar cuando Cándido tuvo la ocurrencia ni lejanamente apropiada o brillante de ofrecerse a vender su biblioteca para costear el programa que emitía Radio Solitaria, pero que sólo pagaba él. Aún más. En lugar de buscar a un librero que le estafara lo menos posible, Cándido propuso a RETAR que vendieran en uno de sus locales los millares de volúmenes quedándose, por supuesto, con una parte de lo enajenado. Sí, ya sé que ustedes me dirán que Cándido era el único enajenado en esa idea, pero… es que era así.



Porque para convertir la historia en más triste, hay que señalarles que, desde la infancia, Cándido había ido reuniendo una biblioteca de cierta envergadura. Los métodos utilizados para tan agradable fin fueron ciertamente variados. En ocasiones, Cándido se guardaba el dinero que su madre le daba para el autobús y, a costa de ir andando a todas partes, lograba ir sumando céntimo tras céntimo y comprarse un libro. Nunca lo había calculado, pero adquirir los cuatro tomos de El Don apacible de Shólojov había desgastado las suelas de sus zapatos casi tanto como si hubiera acompañado a Grisha en su retirada de la caballería bolchevique.



En otros casos, había ido conociendo como si estudiara un master las librerías más humildes de su nación de origen para mercar de segunda, tercera o cuarta mano cualquier libro que pudiera. No es que tuviera querencia por los libros viejos, sucios o desportillados. Es que no tenía dinero, por regla general, para comprarlos nuevos.



Así, al cabo de casi medio siglo de afanoso y trajinado ir y venir, Cándido se había hecho con algunos miles de libros que había leído, anotado y subrayado conociéndolos, como dicen que sucede con el Buen Pastor, uno por uno. Al tener que exiliarse de su patria y al saber que, por poco, muy poco, una bomba no le había quitado la vida, aquel fruto de años y años de búsqueda y ahorro, quedó huérfano en su tierra natal.



Habría necesitado Cándido siquiera para trabajar en el exilio recuperar al menos una parte de los libros, pero semejante eventualidad se le escapaba. Ni podía retornar a su patria para hacerse con ellos ni tampoco tenía espacio para acogerlos en el lugar donde ahora vivía. Durante su primer año de exilio, intentó incluso reconstruir una milésima parte de aquella biblioteca recomprando el Quijote, la Biblia, los Episodios nacionales de Galdós… Se dijo que unas docenas de clásicos podían sustituir más de medio siglo de trabajosa compra de libros; se consoló con la idea de que no debe llorarse aquello que no se tendrá o recuperará nunca y entonces, sumido en aquella resignada eventualidad, se le ocurrió que quizá para costear aquel programa que emitía sin el menor coste Radio Solitaria podría vender el fondo bibliográfico acumulado a lo largo de décadas.



No le pareció mal a Miguel Díaz aquella posibilidad. También es justo decir que, en general, siempre que fueran los demás los que pusieran el dinero, el trabajo o los bienes nada le parecía mal al fundador de RETAR. Por eso mismo, a pesar de lo indescriptiblemente lento que podía ser cuando no le interesaba algo, esta vez, de manera inmediata, envió a algunos miembros de sus legiones de trabajadores que ni recibían salario alguno ni contaban con seguro laboral de ninguna clase para que se llevaran aquellos libros. Realizaron la tarea en muy pocos, aunque cargados, viajes y, pronto, lo que había sido biblioteca de Cándido pasó a los almacenes de RETAR como uno de tantos bienes que adoptaban la forma lo mismo de ropa regalada a los esclavos, pero revendida a los ciudadanos libres; de muebles exportados a cualquier punto del globo o de alimentos a punto de caducar a los que Miguel Díaz siempre encontraba empleo.



Con todo, no seríamos justos si ocultáramos que, en una de las ocasiones en que Miguel Díaz le decía que no esperara de él un céntimo, de repente, de la forma más inesperada, le propuso enviarle una parte de su biblioteca a su nuevo domicilio en el exilio. No podía creer Cándido lo que acababa de escuchar y, en verdad, que esa primera respuesta de su instinto fue la adecuada y certera aunque el gozo pronto le cegó el entendimiento. Porque la verdad es que Miguel sólo estaba dispuesto a hacerle llegar una ínfima porción de sus libros y además no podía costar mucho aquel transporte. Con todo, Cándido lo vio como más, mucho más que un gesto simbólico de reconocimiento a todo lo que Radio Solitaria obtenía de él a diario.



Por razones que nunca terminó de dilucidar Cándido, un día, al cabo de unos meses, recibió la comunicación de que los libros habían llegado a unos almacenes de la ciudad en la que estaba exiliado así como una factura que debía abonar para que le pudieran ser entregados. Dudó Cándido al encontrarse con aquella circunstancia e incluso, por un instante, no más de un instante, pensó en la posibilidad de ordenar que devolvieran los libros al destino de origen porque no disponía de los más de mil dólares que le pedían por la entrega. Intentó dilucidar lo sucedido hablando con Daniel Díaz, pero no sacó nada en limpio aunque, atribuyendo todo a la proverbial cortedad del muchacho, no pensó que se debiera a mala fe alguna. Las cosas estaban claras: o pagaba el transporte que, supuestamente, debía haber pagado RETAR o a saber qué pasaría con aquel retazo de su biblioteca. Quitándoselo de la boca, pagó.



Suplico al amable e indulgente lector que repare por unos instantes en la operación. Cándido había recuperado algunos de sus libros - cuyo transporte abonó con no poco sacrificio - y RETAR conservaba en su poder una biblioteca que valía una cantidad considerable de dinero y que podía vender a su gusto para ayudar a financiar un programa que no le costaba un céntimo porque ya lo pagaba su infeliz director. Ciertamente, así se organiza una ONG cualquiera aunque la verdad es que no son muchos los que lo consiguen. Ahí es nada que, gracias a subvenciones, donaciones o canonjías, cubran todo tu presupuesto y eso lo puedas presentar como una muestra de aquella virtud que los romanos denominaron charitas



Quizá si Cándido hubiera reflexionado un poco más en aquel momento hubiera unido cabo a cabo y se habría percatado de que era víctima de unos facinerosos. Ni lo hizo ni, a decir verdad, pudo hacerlo. Cuando, previo pago, comenzó a abrir aquellas cajas de cartón, las lágrimas se le agolparon en los ojos y muy pronto comenzaron a resbalarle por las mejillas. Ante su mirada fueron apareciendo la Biblia y el Quijote, las Mil y una noches y la Odisea, Goethe y Dante, Joyce y Tolstoi, Chéjov y Solzhenitsyn… Eran como amigos muy queridos, protagonistas de tantas horas felices, camaradas de ratos inolvidables que no regresarían, que, en esos momentos, acudieran a visitarlo en su soledad espesa de exiliado. En más de una ocasión, no pudo evitar abrazar alguno de los volúmenes e incluso besarlo tiernamente. No tenía a nadie en aquella tierra separada de la suya por tierra, mar y aire, pero, por unos instantes apenas, le pareció sentir que volvía a transitar sus calles, que escuchaba sus voces, que incluso percibía sus aromas. En aquellos momentos, Cándido, aunque hubiera sido objeto de una epifanía que lo advirtiera, no habría podido creer que lo engañaban. Ni siquiera aunque él hubiera tenido que pagar el transporte de aquella parte mínima de sus libros.



Pero a todo lo anterior – y ha de reconocerse que no era poco - pensamos que se unió un factor no por inmaterial carente de peso. Tras más de un año separado de su familia, de su patria, de sus amigos, de su entorno, cabe más que de sobra la posibilidad de que Cándido sintiera una necesidad, no por inconsciente menos imperiosa, de confiar en alguien. Porque la verdad sea dicha es que ni siquiera en el exilio lo habían dejado en paz sus compatriotas. No sólo es que el organismo que había pretendido arruinarlo – el mismo que aceptaba documentos falsos para lograr que la hija del jefe del estado no fuera a prisión - inició una nueva inspección en su ausencia sino que un oficial de alta graduación de los servicios secretos de su tierra de origen lo citó en una cafetería para someterlo a un interrogatorio. Resultaba éste tan claro y sin tapujos, aunque correcto y educado, que en un momento determinado Cándido hubo de preguntar al agente de inteligencia si lo estaba interrogando de compatriota transterrado a compatriota transterrado o si lo hacía por cuenta de sus jefes. El oficial, como si fuera la cosa más natural del mundo, le dijo que, naturalmente, llevaba a cabo esa misión siguiendo órdenes de sus superiores. Era un hombre correcto y Cándido le contestó a todo lo que le preguntó sin darle mayor importancia.



Con todo, lo que quizá puso más de manifiesto el especial encono, la peculiar vesania, el inagotable encarnizamiento con que algunos de sus compatriotas contemplaban a Cándido incluso en la distancia fue un asunto relacionado con un premio literario. Sabía Cándido – aunque, en ocasiones, procuraba no pensarlo - que nunca volvería a publicar un libro en su país de origen por mucho que las editoriales hubieran ganado cantidades importantes con él. Mucho menos ganaría uno de aquellos premios literarios que antes obtenía con notable facilidad. Sin embargo, siguiendo un impulso travieso que, en ocasiones, se daba en su interior quizá como muestra de una infancia no del todo desarraigada, decidió presentarse a un premio literario de los limpios, es decir, de aquellos que no estaban amañados, que disponían de jurados que no recibían indicaciones y que contaban con un notario como testigo de las deliberaciones. En este caso, se trataba de un premio con décadas de solera, en el que el jurado iba eliminando libro a libro a los finalistas hasta quedarse con solo un sobre en cuyo exterior figuraba escrito un pseudónimo y en cuyo interior se encontraba el nombre real del autor. Llegado ese momento, se abría la plica, el notario revelaba la identidad hasta ese momento oculta y se procedía a proclamar al ganador. El libro de Cándido fue pasando, efectivamente, todas y cada una de las rondas eliminatorias hasta quedar el último. Entonces, tal y como mandaba el ritual, se abrió el sobre y sacando la papeleta que había en su interior procedieron a leer su nombre. Sin embargo, en ese momento, en lugar de proclamar a Cándido como ganador lo que se proclamó es que el premio quedaba desierto.



De todo aquello se enteraría Cándido a las pocas horas, cuando le llamó un testigo de la villanía para, después de instarle a que no se disgustara por lo que estaba a punto de contarle, relatarle todo. No era ciertamente la primera vez que Cándido era objeto de alguna acción semejante y, esta vez, a saber por qué, efectivamente, no se disgustó. Más bien fue como si una gota de plomo fundido cayera sobre la carne deshecha de un enfermo de lepra. Cualquiera habría aullado, pero aquel leproso del exilio no emitió ni siquiera una interjección. Agradeció lo que acababan de decirle y, tras despedirse, telefoneó a una amiga que estaba al corriente de todo este tipo de enjuagues y trampas que rodean a los premios literarios en la nación de Cándido con la finalidad de que le confirmara la noticia. Le atendió con amabilidad aquella fémina y le pidió setenta y dos horas para comprobar si era todo verdad. Sólo necesitó veinticuatro para llevar a cabo las oportunas averiguaciones. Llamó a Cándido y le dijo que la noticia era totalmente ajustada a la realidad y que, efectivamente, el jurado, enfurecido al saber quién era el ganador, sólo había visto como salida la de declarar desierto el premio por primera vez en décadas.



Tras lo sucedido en su patria de origen – y lo relatado son meros botones de muestra – nuestro amigo no veía en Miguel Díaz sino a un compatriota de esa misma ignota república bananera en la que había escapado de ser asesinado por días o quizás horas y concluía que de aquel mismo trozo del orbe, surgía alguien que no pretendía arruinarlo, vetarlo en su trabajo o darle muerte. Llegado a ese punto, Cándido, en lugar de reforzar los mecanismos de prudencia, dio rienda suelta a los de su candidez. ¿Cómo podía ser malo, cómo podía engañarlo, cómo lo iba a estafar alguien así? El avezado lector contestará que, precisamente, porque era más que posible siquiera por sus orígenes patrios, pero tan sencilla, sensata y benéfica respuesta se le escapaba a Cándido y más se le fue de entre las manos gracias a un nuevo personaje que apareció en escena. Se llamaba Magdaleno. Magdaleno Ortiz. Forzosamente hemos de detenernos en este singular protagonista, siquiera secundario, de nuestro relato.



Referimos ya cómo un viernes, de la manera más inesperada, Radio Solitaria había comunicado a Cándido que su subdirector no aparecería el lunes. Al parecer, de manera que nunca le aclaró, había encontrado un trabajo y le había faltado tiempo para poner pies en polvorosa fuera de RETAR. Durante todo el fin de semana, se preguntó Cándido si podría seguir con el programa, pero el lunes siguiente se enteró de que el suplente sería Magdaleno Ortiz. En una casa como Radio Solitaria donde todo iba manga por hombro, donde no había manera de emitir un programa sin incidentes técnicos, donde no existía modo de que la emisión se colgara en la web en tiempo y forma, donde, en fin, cualquier atisbo de profesionalidad era pura coincidencia, la llegada de Magdaleno fue un alivio o, por lo menos, así lo vivió Cándido.



Cómo Magdaleno había dado en RETAR es algo que Cándido se preguntó más de una vez, pero, dada su discreción natural, nunca se atrevió a indagar. Por supuesto, Magdaleno tenía sus defectos como redactar unos boletines de noticias inacabables en los que podía estar hablando él solo minutos y minutos. También es cierto que su voz – que sonaba bastante bien – podía pecar en ocasiones de un cierto engolamiento. Incluso, algunos meses después, Cándido no pudo reprimir un escalofrío al descubrir en la cuenta de Facebook de Magdaleno que éste afirmaba enérgicamente que el mundo iba a estallar y que la única posibilidad de sobrevivir estaría en formar parte de comunidades apartadas del mundo que se automantuvieran. Sin embargo, a pesar de todo esto y de algún detalle más, Cándido no dejó de considerar a Magdaleno una auténtica bendición del cielo.



De entrada, se trataba de una persona con experiencia en medios, circunstancia que contrastaba no poco con la incompetencia rampante que caracterizaba todas y cada una de las acciones de RETAR y es que, por razones que a Cándido se le escapaban, era prácticamente imposible que la gente de RETAR realizara alguna tarea bien. Disculpaba semejante circunstancia Cándido pensando que, a fin de cuentas, de un toxicómano, de un alcohólico o de un antiguo convicto tampoco podían esperarse gollerías. Lo que le resultaba menos fácil de tolerar era que cada vez que se perpetraba un desaguisado mayor o menor, en lugar de pensar en remediarlo se escuchara el silencio de los trabajadores gratuitos de RETAR o una voz flanqueada por una risa tontilona que salía de la boca de Daniel Díaz. En otras palabras, nadie se molestaba por hacer las cosas como Dios manda y cuando Cándido lo advertía con la mayor educación sólo recibía por respuestas silencios sepulcrales o risitas abobadas. Magdaleno Ortiz – justo y obligado es reconocerlo - era otra cosa.



De entrada, Magdaleno lamentaba de corazón cuando faltaba la profesionalidad. En ocasiones, hasta elevaba la voz con un acento indignado como si le parecieran insoportables aquellas feas conductas. En otras palabras, Magdaleno no parecía buscar meramente el cubrir el expediente sino esforzarse por mejorar lo que era una calamidad innegable. Incluso pedía disculpas cuando el programa no estaba a tiempo, no localizaban las canciones, la conexión se caía o tenían lugar docenas de lamentables eventualidades semejantes. Es decir, Magdaleno tenía motivos sobrados a diario para pedir disculpas, pero nunca eludía su responsabilidad e incluso, en ocasiones, se culpaba por lo que no había hecho él sino otros.



Por si todo lo anterior fuera insuficiente para crear una diferencia con la gente de RETAR, Magdaleno sentía interés por la cultura. En particular, era un gran aficionado al cine. En no pocas ocasiones, Cándido y él distrajeron la espera cuando algo funcionaba mal o se desplomaba la emisión del programa, charlando sobre películas, directores o actores.



Había además otra notable disimilitud entre Magdaleno Ortiz y el resto de la gente de RETAR. A medida que fue avanzando la temporada, Cándido no había podido menos que ir descubriendo con no poco desagrado una absoluta e inmensa insensibilidad respecto a sus sacrificios por parte de la gente de RETAR. No es que se percatara de que a los Díaz, padre y junior, les importaba un bledo que Cándido se arruinara. Tampoco es que terminara de captar que ni cumplían lo prometido, ni aportaban un céntimo ni movían un dedo salvo para cobrar aquella publicidad que, reveladoramente, siempre se emitía unos segundos antes o unos segundos después del programa que dirigía Cándido. Mucho menos había reparado en que, a pesar de que les proporcionaba un programa de una calidad impensable en Radio Solitaria, ni Díaz padre ni Díaz hijo se lo agradecieron jamás, aunque, en honor a la verdad, hay que señalar que Díaz hijo en alguna ocasión sí le comentó que estaba muy contento porque el programa tenía un enorme éxito. Estas y muchas otras conductas poco dignas las pasaba por alto Cándido, en parte, por candidez, en parte, porque bastante trabajo tenía con radiar un programa mejor cada día, y, en parte, porque de lo único que sí se iba dando cuenta y no sin esfuerzo es que hablar con Miguel Díaz de algo que no le interesara era todavía más inútil que entablar conversación con la pared. Pues bien, Magdaleno era distinto también en este aspecto.



Magdaleno Ortiz sí que se daba cuenta de que aquella situación que soportaba Cándido no podía continuar. Que Magdaleno entregara su trabajo gratis en RETAR contaba al menos con la compensación de que le daban cama y comida gratis, pero Cándido… A Cándido no lo invitaron jamás a comer – ni siquiera en aquella ocasión en que Miguel Díaz apareció por su casa acompañado de un trio que no abrió la boca ni para respirar – ni tampoco le ofrecieron un techo. Incluso para una vez que le habían mandado unos libros había sido Cándido el que había pagado los portes. La misión que le había asignado Miguel Díaz - ¿quién podía dudarlo? - era trabajar gratis, pagar a los colaboradores del programa y conseguir una publicidad de la que nunca recibió un céntimo. Quizá esa circunstancia de total abandono que saltaba a la vista o el que Cándido le confesara apenado que si en mayo no encontraba una forma de financiación no podría continuar con el programa una temporada más llevó a Magdaleno a pensar en alguna solución que, por supuesto, no incluyera el que RETAR se gastara un ochavo. Un día, le refirió a Cándido esa posibilidad. Se trataba de una circunstancia tan poco habitual que, mientras parpadeaba a causa de la sorpresa, Cándido le preguntó si Miguel Díaz estaba al corriente y no planteaba ningún obstáculo. Magdaleno le informó de que no había puesto ningún obstáculo y entonces Cándido – fíjense ustedes si era simples - se emocionó. Sí, no se puede describir de otra manera su estado de ánimo al escuchar aquellas palabras de Magdaleno. Al fin, tras meses y meses, parecía de verdad que Miguel Díaz iba a ayudarlo. De verdad. En serio. Por primera vez. Era posible, por supuesto, que todo se debiera a la iniciativa de Magdaleno, pero que la aceptara ya constituía un paso de gigante. El método que Magdaleno había pensado consistía en… eeeeh, bueno, se trataba de algo largo y complicado. Será mejor que lo relatemos con amplitud en el próximo capítulo.





CONTINUARÁ

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Published on January 24, 2016 23:57

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César Vidal
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