César Vidal's Blog, page 87
March 12, 2016
My God is Real
En esta vida, hay muchas cosas que no llegaremos a entender y quedarán muchos lugares por visitar. Con todo, hay algo realmente relevante y es que Dios es real y que podemos sentirlo en nuestro ser.
Ciertamente, esa sensación no nos explica porque nos amó y se entregó por nosotros y nos salvó. Sin embargo, es posible que tampoco entendamos el mecanismo mediante el cual los planetas se mantienen girando en el espacio y no por ello dejan de hacerlo.
A fin de cuentas, también lo importante no es lo que no se entiende de la Biblia sino vivir de acuerdo con lo que se entiende. Desde hace décadas, he sentido una cierta aprensión por aquellos que formulan preguntas sobre las posibilidades de salvación eterna de los esquimales y, sin embargo, no se plantean su salvación o por aquellos que discurren sobre la justicia de Dios, pero no tienen la menor intención de vivir con integridad. No puedo dejar de pensar que esas referencias no son sino la excusa para actuar como es debido. Pero allá ellos… Yo soy más que consciente de que hay cosas que se me escapan a mi comprensión y que no lograré hacer todo lo que hubiera deseado, pero, con todo y con eso, mi Dios es real y lo siento en todo mi ser.
Esta canción me es muy querida y, precisamente por eso, les dejo una versión clásica de Jerry Lee Lewis, dos más también en inglés en el magnífico programa de los Gaithers, una en español interpretada por Danny Berrios y, finalmente, una bilingüe. Espero que las disfruten mucho mientras meditan en el contenido de la canción. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
Aquí está Jerry Lee Lewis
Primera version con los Gaithers
Otra versión con los Gaithers
Una versión en español de Danny Berrios
Y una versión en español e inglés en River Church
Mi God is Real
En esta vida, hay muchas cosas que no llegaremos a entender y quedarán muchos lugares por visitar. Con todo, hay algo realmente relevante y es que Dios es real y que podemos sentirlo en nuestro ser.
Ciertamente, esa sensación no nos explica porque nos amó y se entregó por nosotros y nos salvó. Sin embargo, es posible que tampoco entendamos el mecanismo mediante el cual los planetas se mantienen girando en el espacio y no por ello dejan de hacerlo.
A fin de cuentas, también lo importante no es lo que no se entiende de la Biblia sino vivir de acuerdo con lo que se entiende. Desde hace décadas, he sentido una cierta aprensión por aquellos que formulan preguntas sobre las posibilidades de salvación eterna de los esquimales y, sin embargo, no se plantean su salvación o por aquellos que discurren sobre la justicia de Dios, pero no tienen la menor intención de vivir con integridad. No puedo dejar de pensar que esas referencias no son sino la excusa para actuar como es debido. Pero allá ellos… Yo soy más que consciente de que hay cosas que se me escapan a mi comprensión y que no lograré hacer todo lo que hubiera deseado, pero, con todo y con eso, mi Dios es real y lo siento en todo mi ser.
Esta canción me es muy querida y, precisamente por eso, les dejo una versión clásica de Jerry Lee Lewis, dos más también en inglés en el magnífico programa de los Gaithers, una en español interpretada por Danny Berrios y, finalmente, una bilingüe. Espero que las disfruten mucho mientras meditan en el contenido de la canción. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
Aquí está Jerry Lee Lewis
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Primera version con los Gaithers
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Otra versión con los Gaithers
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Una versión en español de Danny Berrios
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Y una versión en español e inglés en River Church
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March 10, 2016
Los libros proféticos (XVIII): Sofonías
Por su parte, Egipto intentaba recuperarse de la ocupación asiria. En ese contexto, Judá gozó de cierta independencia internacional. Incluso cuando Nínive – según había profetizado Nahum – cayó ante Babilonia, Josías aprovechó para recuperar algunas zonas del norte del reino de Israel. El faraón Necao temía el engrandecimiento de Babilonia y no deseaba el desplome – que se acabó produciendo – de Asiria. Por ello decidió optar por marchar con un ejército hacia Mesopotamia con la intención de ayudar a Asiria. El avance se encontró en el valle de Jezreel donde Josías, aliado de la nueva Babilonia, intentó bloquearlo. El choque, conocido como batalla de Megido, tuvo, entre otras consecuencias, la muerte de Josías. Necao avanzó hacia Mesopotamia, pero no logró salvar a Asiria. En su regreso a Egipto, volvió a pasar por Judá donde incluso se permitió reemplazar al usurpador rey Joacaz, por Joaquim, el heredero de Josías.
La muerte de Josías tuvo un impacto directo sobre la reforma. Como tantos impulsos religiosos llevados a cabo desde el poder, la desaparición de ese empuje implicó que la población regresara a sus inclinaciones reales y que sólo algunos convencidos se mantuvieran en la posición previa. Basta para comprender esto fenómenos recientes como la catolización desde el poder llevada a cabo por el régimen de Franco. En apariencia, durante décadas, el pueblo español fue entusiásticamente católico. Sin embargo, la muerte del dictador provocó un proceso creciente de descatolización que sólo pueden apreciar en su realidad los que han superado ampliamente el medio siglo de existencia. A pesar de sus numerosos privilegios y de las ingentes sumas monetarias que recibe del estado, la iglesia católica no ha dejado de retroceder en las décadas siguientes e incluso muchos de los que pertenecen al minoritario porcentaje de bautizados practicantes distan mucho de seguir las enseñanzas oficiales de esa religión. Algo muy similar sucedió en Judá. Muerto Josías, el rey reformador, los habitantes del reino de Judá siguieron sus inclinaciones y se entregaron al culto a las imágenes y a otros seres que no eran el único Dios centrando su religiosidad en ceremonias públicas. Que así iba a suceder lo anunció cuando todavía vivía Josías un profeta llamado Sofonías.
El inicio de su mensaje es de una notable dureza. Dios iba a juzgar a todos aquellos que al culto de Dios sumaban otros cultos (1: 5), a los que se apartaban de El y a los que no lo buscaban ni lo consultaban (1: 6). Dios iba a convocar a los responsables de la situación (1: 8) y a pedirles cuentas. Aquellos que habían puesto su vida en el dinero (1: 11), que se habían entregado al alcohol, que estaban convencidos de que Dios no tiene papel alguno en la existencia humana (1: 12) verían acabadas sus fortunas porque Dios traía Su juicio (1: 13-8). En este pasaje, curiosamente, Sofonías utiliza el término “la tierra” (Ha-Arets) que debe tenerse en cuenta cuando se leen los libros proféticos en la Biblia. La tierra, generalmente, es un término NO para referirse al planeta tierra sino a la tierra de Israel. Tener en cuenta este aspecto permite leer acertadamente libros especialmente complicados como Apocalipsis, pero no nos desviemos.
Como en todos los anuncios de juicio, Sofonías ofrece también la salida: buscar al Señor (2: 3). Sólo aquellos que, humildemente, lo busquen disfrutarán de un refugio cuando llegue el Día del Señor (2: 3).
Pero ese juicio que acaba cayendo sobre aquellos que pretenden seguir a Dios – subrayo lo de pretenden porque una cosa es la pretensión y otra muy diferente la realidad – también caerá sobre las naciones. Es lógico que así sea porque Dios es soberano del universo y pedirá cuentas a todos. Desde las ciudades filisteas (2: 4-5) a los cananeos (2: 5-7) pasando por Moab (2: 8) todos recibirán juicio. No sólo sucederá así con las pequeñas naciones sino también con las grandes potencias como Egipto (2: 12) o Asiria (2: 13-14). Al final, su pecado reside en su arrogancia y en la soberbia de pensar que su importancia era mayor que la de cualquiera (2: 15).
Ese ajuste de cuentas de Dios resultará especialmente severo con Jerusalén. Tuvo su oportunidad e incluso pareció que se iba a reformar, pero la realidad es que ni obedeció ni aprendió y demostró que no confiaba en Dios (3: 1-2). Semejante comportamiento resultaba lógico porque sus gobernantes eran fieras que amedrentaban a la gente; sus jueces eran lobos (3: 3), sus profetas no cumplían con su oficio de advertir sino que se limitaban a entregarse a la presunción y los sacerdotes despreciaban su misión y no cumplían con la Torah (3: 4). Sobre una sociedad de tipo, sólo cabe esperar el juicio de Dios.
Sin embargo, Dios no se complace en el juicio aunque este pueda resultar obligado. Desea la conversión y ésta siempre se produce aunque nunca es algo masivo sino que se reduce a “un resto” (3: 12). Esta teología del resto la hemos visto en Isaías y se repetirá vez tras vez hasta llegar a la predicación de Jesús y de sus primeros discípulos. Por supuesto, a lo largo de la Historia, el poder religioso enmaridado con el político ansía crear la sensación de que todo un pueblo, toda una nación, toda una civilización está sometidos a Dios. No es verdad. Por muy oficial que sea una religión, en medio de la sociedad entera, sólo un pequeño resto es fiel y se confía a Dios por completo. Es ese resto el que llega a vivir la incomparable realidad de sentir a Dios como Rey que espanta cualquier temor. Es ese resto el que sabe que Dios está en medio y que no sólo manifiesta Su poder sino que además derrama Su alegría y que incluso cuando calla, no lo hace por indiferencia sino por amor, un amor que sobrepasa todo entendimiento (3: 18). Es ese Dios el que reivindicará a los suyos.
Cuesta no percibir en estos últimos versículos una crítica de Sofonías a Josías. Rey a fin de cuentas, Josías había pensado que su reforma se podría imponer desde arriba, que se extendería a la totalidad del pueblo. No había sido así. Incluso Josías se había permitido jugar a la política internacional y había perecido en el intento. No. Ese no es el camino de Dios aunque pueda satisfacer a un clero encantado de recibir prebendas y a un pueblo más amante de las ceremonias, de la religiosidad popular y de la superficialidad que de la conversión. El camino de Dios es el de un pueblo pequeño, humilde, confiado sólo en El y no en el poder, un pueblo que, a fin de cuentas, es sólo un resto.
CONTINUARÁ
Lectura recomendada: Es un libro breve. Léalo entero.
March 9, 2016
Adelantar pronósticos
Como también indiqué en su día, la clave se encuentra en la crisis de la clase media, en especial, la blanca. Entendámonos. La clase media de Estados Unidos paga menos de la mitad de impuestos que la española y su nivel de vida y sus posibilidades de avanzar son de los más altos del mundo. Sin embargo, no deja de sentir su fragilidad porque, desde los ochenta, su poder adquisitivo ha quedado comparativamente estancado. Esa circunstancia, fácil de comprobar en términos estadísticos, ha conseguido vadearla la clase media estadounidense mediante tres recursos. El primero es la llegada masiva de las mujeres al mercado laboral. Como en España, esa circunstancia ha venido vinculada a las proclamas feministas, pero con la diferencia de que millones de norteamericanas no se las creen ni las han abrazado como una nueva religión. De hecho, hace ya tiempo que muchísimas casadas decidieron regresar a su casa cuando con un solo salario se puede mantener a la familia. En otras palabras, en la familia media, la mujer no trabaja fuera de casa para “realizarse” ni para enfrentarse con el varón. Lo hace porque con un solo sueldo no se puede, por regla general, llegar a fin de mes. El segundo recurso es el endeudamiento creciente con o sin dinero de plástico. Millones de familias consiguen cuadrar el presupuesto doméstico porque proyectan sus gastos hacia el futuro. Ni que decir tiene el riesgo que implica esa situación cuando, por ejemplo, se produce un despido o aparece una enfermedad. El último recurso es la suma de distintos trabajos en unas circunstancias que recuerdan mucho a lo que fueron los años sesenta en España cuando se popularizó el término pluriempleo. Criado dentro de la cultura protestante del trabajo, el norteamericano medio no comprende el volumen de días de fiesta o la cantidad de vacaciones que disfrutan los españoles y, por añadidura, anda a la busca de trabajos adicionales con los que llenar las horas y ahorrar. Al respecto, su grado de creatividad y laboriosidad resultarían verdaderamente increíbles para millones de españoles. En estas elecciones, están en juego las perspectivas de la clase media y, precisamente por eso, resulta aventurado adelantar pronósticos, especialmente, desde Europa.
March 8, 2016
Hace veinte años
HACE VEINTE AÑOS
Hace veinte años, España estaba sumida en una grave crisis nacida de la asfixiante presión fiscal, del impacto de esa presión sobre la creación de empleo y de un gasto público descontrolado. A esas alturas, Felipe González tenía como único proyecto de futuro el de mantenerse indefinidamente en el poder, pero ese ansia no bastaba para ocultar los escándalos de corrupción del PSOE, las trágicas cifras de desempleo e incluso el crimen de estado perpetrado por los GAL. Fue precisamente entonces cuando Felipe González perdió las elecciones frente a un José María Aznar que, inmediatamente, se vio obligado a solicitar un préstamo a las cajas de ahorro para abonar la paga a los pensionistas. Aznar restringió el gasto público de la mano del extraordinario profesor Barea y bajó los impuestos inmediatamente. Esas dos medidas – sencillas, pero eficaces – reactivaron el consumo y España salió de la angustiosa crisis derivada del gobierno del PSOE, cumplió todos los criterios para entrar en el euro – algo imposible en la época de González – y, sobre todo, comenzó a crear empleo. Como no sucedía desde treinta años atrás, España no sólo aumentó el crecimiento sino que además de cada cinco nuevos puestos de trabajo generados en la Unión Europea, cuatro lo fueron en territorio español. Ni la izquierda ni los nacionalistas lo reconocieron entonces ni lo reconocerán jamás, pero aquella fue para España una época dorada del empleo, del crecimiento y del peso internacional. Desde inicios del siglo XVII no habían ido las cosas mejor – tampoco fueron así muchas veces en los siglos anteriores – pero, desgraciadamente, ya no volverían a marchar así. A veinte años de distancia del inicio de aquel proceso, parece difícil discutir que el gran error de Aznar fue no reformar el sistema. Quizá pensó que no era necesario o, más probablemente, creyó que Mariano Rajoy, al que designó como sucesor, lo haría a partir de 2004 cuando, supuestamente, iba a ganar las elecciones. De esa manera, quedaron por abordar no pocas tareas que habrían permitido con viento de popa pasar del sistema oligárquico de la Transición a uno medularmente democrático. Mariano Rajoy no pudo hacer nada en 2004 porque ese mismo año se produjeron los atentados del 11-M – esos atentados que ya nadie quiere recordar – y una población amedrentada llevó a ZP hasta la Moncloa. Aquel personaje nefasto logró lo que nadie: que la crisis estallara en España en 2007, antes que la mundial. Y ése fue sólo uno de sus aportes al desastre. Cuando Rajoy finalmente llegó al poder se limitó a seguir la política de ZP agudizando los males de España y, gracias a Montoro, llevándola a la quiebra técnica con la mayor deuda pública de su dilatada Historia. Encontrándome en Estados Unidos, comenté hace unos años con un profesor universitario que España había estado a punto de alcanzar todo y se le había escapado por entre los dedos. El norteamericano me respondió entonces: “No. No fue así. Tuvieron ustedes todo en la palma de la mano y decidieron estrellarlo contra el suelo”. Quizá tenía razón porque, veinte años después, no se divisa aquella esperanza de marzo de 1996. A decir verdad, para ser honrados, hay que llegar a la conclusión de que las mejores cifras de empleo, de bienestar y de crecimiento de la democracia, pero también los mayores golpes contra ETA y las mayores muestras de respeto hacia las víctimas del terrorismo, se hallan en el pasado, en una era que casi nadie desea ahora recordar, aquella en la que José María Aznar fue presidente del gobierno.
March 7, 2016
Dos cajas de libros
Los hay de todas clases. Desde profesionales que sobreviven como pueden acosados por los sicarios de Montoro a gente poderosa, desde desempleados a magnates, desde estudiantes a cargos públicos. A todos acojo de corazón porque todos ellos son parte de España. Esta semana pasada ha habido emprendedores, antiguos políticos imbatidos en las urnas y una dama. Con los emprendedores y los políticos compartí cenas, con la dama tuve la alegría inmensa de ser objeto de un hermoso presente.
Había sabido la dama que buena parte de mi biblioteca sigue en España y se ofreció a traerme dos cajas de libros – más no podía – para que los recuperara. Al principio, me resistí al ofrecimiento porque lo último que yo deseaba era cargar a mi visitante con ese peso. Insistió y confieso que cedí. Se puso en contacto entonces con esa pareja maravillosa que son Sharon y Boni y, así, una noche, llegó hasta mi casa con dos recipientes envueltos en plástico verde.
En la cocina de mi casa y con un cuchillo afilado, deshice aquellas envolturas y comencé a sacar volúmenes. En apretada compañía aparecieron Thomas Mann y André Maurois, Pamuk y Calderón de la Barca, Desmond Young y Jorge Alonso García, Chaim Potok y Nadiezhda Mandelstam, traducciones del Nuevo Testamento y de las novelas galantes, la lírica del Renacimiento español y la arqueología de la Biblia… Me sentí como cuando era niño y amanecía el día de Reyes. Por unos instantes, una felicidad inmensa se apoderó de mi y me trasladó a las sensaciones más dichosas de mi infancia. En total, quizá no fueran más de treinta o cuarenta libros. En la práctica, me quitaron más de medio siglo de encima para trasladarme a una época de ilusión y dicha.
Es verdad que a Calderón le faltaba uno de los tomos y que no apareció el último volumen de una biografía del mariscal Rommel, pero aún así… aún así yo me sentía pletóricamente feliz y en esos momentos lo mismo hubiera releído El alcalde de Zalamea que La montaña mágica o Las relaciones peligrosas. Mis amigos habían llegado cruzando tierra, mar y aire y yo los encontraba más hermosos que nunca. Durante varios días, me he negado a colocarlos en su sitio y los mantengo en el suelo del salón como recordatorio de que hay gente en España que, pese a quien pese, me sigue queriendo.
Pedí a la dama – y me costó que aceptara – que me permitiera obsequiarle algunos libros. Al final, acabó llevándose una Biblia, una edición de los Cuentos de la Alhambra y un volumen de Historias nacionales de André Maurois. Sé que apenas constituyen un mínimo, muy mínimo tributo de gratitud por la merced tan inmensa que me había dispensado.
Cuando salió de mi casa, pensé que se había marchado un hada o un ángel y me quedé pensando si no debería insistir a aquellas personas que vienen a visitarme desde el otro lado del océano para que me traigan también dos cajas de mis libros. También es cierto que me conformaría con que me informaran sobre precios de transporte por barco de esa parte de mi biblioteca a la que no deseo renunciar. Difícilmente podrían hacerme más feliz y más cuando de España ya no espero buena noticia alguna. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
March 6, 2016
Algo está podrido en España (III): el mandato de Rajoy
Esta circunstancia llevó a una holgada mayoría absoluta de Mariano Rajoy en la convicción de que su gobierno cambiaría la situación, ciertamente muy grave, a mejor. De Rajoy se esperaba que relanzara la economía como en su día lo había hecho Aznar; que bajara la insoportable presión tributaria como en su día lo había hecho Aznar; que defendiera a las víctimas del terrorismo como en su día lo había hecho Aznar; que recuperara el papel internacional de España como en su día lo había hecho Aznar; que revertiera una disparatada legislación derivada de la ideología de género que nunca habría propuesto Aznar; que frenara el empuje insolidario y depredador del nacionalismo catalán recuperando, por ejemplo, el Plan Hidrológico Nacional impulsado por Aznar; y que investigara de una vez lo que había detrás de los atentados del 11-M que le habían impedido llegar al poder en 2004. En términos generales, los millones de españoles que votaron a Rajoy deseaban fundamentalmente dar un salto hacia atrás en el curso del cual pudieran volver a la buena época de Aznar como si la de ZP no hubiera pasado de ser una desagradable pesadilla. Semejante plan de gobierno es muy posible que Rajoy lo hubiera podido impulsar en 2004 sucediendo a Aznar, pero, con dos períodos de ZP entre medias y dado el deterioro sufrido en todos los sentidos por la nación, ¿era posible realizar esa maniobra sin que el tren nacional descarrilara? Ciertamente sí y el propio programa del PP contenía una descripción más que aceptable y posible de las medidas que podían encaminar a España hacia la recuperación nacional. De nuevo, las viejas recetas liberales resultaban indispensables: bajar los impuestos, recortar y embridar el gasto público – especialmente el de las Comunidades autónomas con Cataluña a la cabeza – a lo que se sumaría devolver a España a un sitio importante en el plano internacional. El proyecto era claro y la inmensa mayoría de los españoles había dado a Rajoy un mandato innegable para que encauzara a la nación por la senda de la recuperación. Sin embargo, quien a todas luces iba a demostrar que no era la persona adecuada era el presidente Mariano Rajoy Brey. De hecho, en lugar de aprovechar el respaldo mayor que ha tenido un partido desde el inicio de la Transición – ni siquiera el PSOE de Felipe González llegó a acumular semejante poder local como el PP de Rajoy – el nuevo gobierno se dedicó a continuar la política trazada por ZP. Como diría con frase acertada el economista español Juan Ramón Rallo, Rajoy llevó a cabo una política que podría ser calificada como “Zapatero 2”.
Resulta absolutamente imposible negar que Rajoy incumplió desde el primer momento sus promesas electorales, promesas que se hallaban en el programa electoral del PP. Desde luego no sacó a las franquicias de la banda terrorista ETA de las instituciones; se manifestó desesperadamente débil y apaciguador de cara al nacionalismo catalán y, consciente de las críticas que lloverían sobre él, desde el principio se preocupó de someter a unos medios de comunicación más que necesitados de la publicidad institucional para sobrevivir. Los episodios que se podrían aducir al respecto son bien numerosos, pero baste mencionar dos botones de muestra. El primero fue la publicación del listado de los economistas vetados por el gobierno de Rajoy – de los siete mencionados, cinco colaboraban con el programa de radio que, en su día, dirigió el autor de estas líneas – y el segundo que incluso el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, se permitiera, en el curso de una entrevista televisiva, señalar que los periodistas debían tener cuidado con lo que decían sobre su actuación porque algunos estaban siendo investigados por la Agencia tributaria. El estupor que descendió sobre los trabajadores de los medios presentes en el acto – ni uno solo se atrevió a protestar – sólo fue proporcional a la gravedad de la insinuación (¿o fue abierta amenaza?). Durante los años siguientes, no fueron pocos los profesionales de medios de comunicación, incluso los de categorías muy secundarias, sobre los que cayó una inspección tributaria que, literalmente, amenazaba con arruinarlos. Tampoco fueron pocos los que acusaron directamente a Rajoy de haber provocado la pérdida de su puesto de trabajo como fue el caso de Pedro J. Ramírez, el director del diario El Mundo. Incluso el diario El País – parte del otrora casi omnipotente grupo PRISA – se manifestó, a pesar de su larga trayectoria favorable al partido socialista, obsequioso con Rajoy, especialmente después de que su gobierno lograra que el periódico recibiera unos créditos indispensables para evitar su cierre. La libertad de prensa siempre ha chocado con grandes obstáculos en España, pero con Rajoy ha sufrido, sin duda alguna, una de sus épocas peores.
Esta lamentable situación transcurrió en paralelo con un clima de corrupción asfixiante. Buena parte de los asuntos relacionados con esta lacra eran, ciertamente, anteriores a la época de gobierno de Rajoy, pero la manera en que lo afectaron y, sobre todo, en que los abordó resultaron más que significativos y contribuyeron a desgastar más que notablemente la confianza en el sistema. Recuérdense algunos ejemplos de los más significativos. El caso de los EREs – Expedientes de regulación de empleo – apuntaba a la corrupción del gobierno socialista de Andalucía; Jordi Pujol, el dirigente nacionalista catalán, había tejido una trama de corrupción que, posiblemente, era la mayor de Europa tras la Segunda guerra mundial; las personas encargadas de la contabilidad del PP y algunos de sus dirigentes más importantes eran enjuiciados por la red Gürtel de corrupción e incluso la misma Casa Real aparecía implicada en conductas nada edificantes como distintos delitos presuntamente perpetrados por Cristina, una de las hijas del rey Juan Carlos I, y su esposo, Iñaki Urdangarín, miembro de una familia de nacionalistas vascos. Éstos eran algunos de los casos más llamativos – desgraciadamente no los únicos – y, frente a tan lamentables fenómenos, la conducta de Rajoy resultaría mucho menos que ejemplar. De entrada, cuando se descubrió que podía estar presuntamente implicado en el cobro de cantidades ilegales, Rajoy no sólo no dimitió – como hubiera sucedido en la mayoría de las naciones de Europa occidental – sino que se aferró a su puesto y decidió defender a todos los demás sospechosos, quizá porque eran buena parte de la cúpula del PP. Mientras escribo estas líneas, Luis Bárcenas, el responsable de la contabilidad del PP durante años, acaba de declarar que posee una grabación en la que no sólo se recoge cómo Rajoy recibía dinero de la financiación ilegal para uso propio – sí, todos los indicios señalan que buena parte del dinero de financiación ilegal no iba a gastos del partido sino que se repartía como salarios extra entre la cúpula del PP – sino que además destruía personalmente un ejemplar de la contabilidad B del PP. No sólo eso. Presuntamente, Rajoy podría haber recibido algo más de un millón de euros de la contabilidad B del PP en el curso de los últimos años. Imagínese el lector lo que significaría que el partido republicano o el demócrata se financiaran con dinero ilegal, que ese dinero se destinara en no escasa media no a gastos del partido sino a ser repartido entre los personajes más relevantes demócratas o republicanos y que el propio habitante de la Casa Blanca se dedicara a triturar la contabilidad B de su partido para borrar las huellas de lo sucedido.
No puede causar pasmo, pues, que también fuera España, la única nación de la Unión Europea que no hizo pública la denominada Lista Falciani correspondiente a gente que tenía cuentas sin declarar con dinero de orígenes poco claros en Suiza. A pesar de los requerimientos parlamentarios que apelaban a los paralelos en otras naciones europeas, el ministro Montoro se negó rotundamente a revelar no sólo los nombres de la lista Falciani sino también los de las personas a las que había beneficiado con una amnistía tributaria. Por si todo lo anterior fuera poco, en el curso de la legislatura, el gobierno de Rajoy impulsó un cambio legislativo que situaba en seis meses el tiempo durante el que se podría investigar una causa de corrupción. La medida intentó ser justificada por el deseo de juzgar con celeridad a los corruptos. La realidad, sin embargo, es que la reforma legislativa de Rajoy proporcionaba una total impunidad a las grandes redes de corrupción en la medida en que no reforzaba la investigación judicial y, a la vez, la cerraba al cabo de medio año, un plazo a todas luces insuficiente para investigar causas de esa naturaleza. Baste decir que la instrucción de casos como el de los EREs, Gürtel o la infanta Cristina y su esposo – este último ha requerido dos mil un días para llegar a los tribunales - necesitaron más de cinco años para ser instruidos y algunos todavía no han sido concluidos. Desde luego, si Rajoy llegó a pensar que de esa manera iba a frenar siquiera en parte el creciente malestar ciudadano ante la corrupción no pudo errar más. Quizá la única figura que supo captar los encrespados sentimientos del pueblo hacia ese tipo de situaciones fue el rey Juan Carlos… que optó por abdicar cuando se publicaron algunos datos sobre negocios de una de sus últimas amigas íntimas. No. Ciertamente, la corrupción que parecía caracterizar la vida política española desde la Casa Real hasta la oposición socialista y nacionalista pasando por el gobierno del PP dañó enormemente la imagen del ejecutivo y la confianza en el sistema. De por si ya hubiera resultado un factor muy dañino, pero, desgraciadamente, no fue el único.
No menos – quizá incluso más – irritación provocó en los ciudadanos españoles la manera en que Rajoy se condujo de cara a los nacionalistas. Hemos mencionado la permanencia de los brazos políticos de ETA en las instituciones – una situación pagada por los ciudadanos y que proporciona no sólo información oficial sino subvenciones estatales a la banda – pero a ella hay que añadir, entre otros escándalos, la excarcelación más que discutible de terroristas de ETA, la fuga de un terrorista acusado de crímenes contra la Humanidad simplemente porque nadie fue a recogerlo en el aeropuerto de Barajas a donde llegó extraditado desde Francia o el escarnio continuo a que se vieron sometidas las víctimas. En un acto que ocasionó un inmenso dolor a los que durante décadas han sufrido el flagelo de los asesinos, el fiscal general del estado designado por Rajoy señaló incluso el final definitivo de la causa del 11-M. En otras palabras, las víctimas nunca recibirían justicia en relación con el peor atentado terrorista de la Historia de España. La responsabilidad de esa trágica situación estaba repartida entre muchos, pero correspondería al gobierno de Rajoy el dudoso honor de lanzar la última paletada sobre unos sepulcros cuyos ocupantes jamás conocerían la reivindicación judicial.
No menor sería el malestar nacido de la conducta de Rajoy hacia el nacionalismo catalán. Al llegar al poder en 2011, la deuda de Cataluña superaba el treinta por ciento de la deuda total de diecisiete Comunidades autónomas. Se trataba de un verdadero disparate económico, político y social porque Cataluña ni aporta ese porcentaje al PIB español ni tampoco cuenta con esa proporción de población. A decir verdad, su aporte al PIB está en torno al 17-18 por ciento y la población ronda los siete millones en una nación de más de cuarenta y seis. Se mire como se mire, Cataluña ha dejado hace mucho de ser la región importante del pasado para convertirse en una carga insoportable para el resto de España. A decir verdad y a pesar de los abusos contenidos por el nuevo estatuto de Cataluña, el nacionalismo catalán lleva décadas demostrando que sólo puede pervivir sobre la base de expoliar la riqueza nacional en beneficio propio. Rajoy – y Montoro, su ministro de Hacienda – prefirió no intervenir las cuentas públicas de Cataluña como le permite la ley y, en lugar de esa conducta más que obligada, optó por desarrollar una política de apaciguamiento consistente en entregar todavía más decenas de miles de millones de euros a Cataluña y en consentir las acciones de su gobierno. Como era fácil de prever – algunos así lo hicimos repetidamente – el nacionalismo catalán no sólo no se contuvo sino que aceleró todavía más sus pretensiones más rapaces y anunció su intención de celebrar un referéndum ilegal para declarar la independencia.
Las razones para el referéndum de independencia de Cataluña fueron diversas. Por un lado, estaba el deseo de detener las acciones judiciales contra la familia del antiguo presidente catalán Jordi Pujol cuya fortuna – que se calcula en decenas de miles de millones de dólares – ha terminado por llamar la atención del FBI y la DEA por su posible relación con las grandes cadenas del crimen internacional organizado. Por otro, era el fruto directo de una propaganda nacionalista que durante décadas ha insistido en que Cataluña es una nación – no así España – ha abierto embajadas de Cataluña en el extranjero – que pagan todos los españoles – y ha difundido la patraña de que Cataluña aporta más de lo que recibe cuando es exactamente todo lo contrario. Finalmente, no puede descartarse el deseo de conseguir todavía más dinero de un gobierno, el de Rajoy, que no se ha caracterizado por su valentía a la hora de frenar los abusos de las Comunidades Autónomas.
A lo largo de cuatro años, Rajoy no sólo no impidió el referéndum ilegal y un encadenamiento continuo de transgresiones del ordenamiento jurídico perpetradas por los nacionalistas catalanes – por ejemplo, en Cataluña es imposible estudiar en español a pesar de diversas sentencias judiciales que ordenan que así sea – sino que además, en medio de una crisis, continuó aumentando las cifras que entregaba a esta región. Al concluir la legislatura, Cataluña había recibido más de cincuenta mil millones de euros adicionales sobre la cantidad inicialmente prevista. En otras palabras, mientras toda la Unión Europea mantiene a Grecia, pero a cambio de unas condiciones rigurosas de intervención, Rajoy ha consentido una deuda casi similar en el caso de Cataluña, pero sin control alguno y sólo a cargo del resto de España. Como era de suponer, los mercados internacionales no se dejaron engañar y la deuda de Cataluña está calificada dos escalones por debajo del bono basura. En cuanto a la inversión extranjera se desplomó hace años. Que Rajoy no aprovechara esa situación para controlar los abusos del nacionalismo catalán y por ende siguiera transfiriéndole decenas de miles de millones de euros que, en puridad, tenían que haberse destinado a otras regiones no podía provocar adhesiones. De hecho, pretender que la mayoría de los ciudadanos españoles no se indignaran por la política catalana de Rajoy equivalía, sin duda, a pedir un imposible.
Tampoco podían quedar más satisfechos los que habían quedado hartos de la legislación sustentada en la ideología de género impulsada por ZP. En el colmo de la sumisión, el gobierno de Rajoy decidió no publicar el número de víctimas masculinas relacionadas con la violencia doméstica. Haberlo hecho habría significado mostrar que los muertos en el hogar se repartían de manera muy poco distinta entre hombres y mujeres lo que chocaba con la idea de que la lucha de clases se libra también en el interior de las relaciones de pareja. Se trataba de un disparate jurídico y social natural en los gobiernos de ZP, pero ¿cómo contemplarlo en uno como el de Rajoy que, teóricamente, era de derechas?
Todas estas circunstancias – que causaban la más que comprensible ira en los votantes de Rajoy – pensaba sobrepasarlas el gobierno del PP sobre la base del éxito económico. La tesis era que si la economía iba bien, el resto de promesas electorales perderían su relevancia para los ciudadanos. Era una apuesta arriesgada y Rajoy, al fin y a la postre, la perdió, pero el que así fuera no debería sorprender a nadie.
El PP llegó al poder impulsado, entre otras razones, por la promesa de que bajaría los impuestos, unos impuestos asfixiantes que no habían dejado de subir en la época de ZP. Sin embargo, una vez en el poder, Rajoy no sólo subió los impuestos sino que incluso superó las subidas que había exigido el programa del Partido Comunista de España. En otras palabras, Rajoy podía insistir en que su orientación era de centro-derecha, pero en términos impositivos había desbordado el programa tributario de los comunistas españoles por la extrema izquierda. De hecho, la primera medida adoptada en el primer consejo de ministros de Rajoy fue subir de manera brutal el Impuesto sobre la Renta de las Personas Físicas (IRPF) lo que empobreció de un plumazo a decenas de millones de españoles. No quedó ahí la subida de impuestos. Tan sólo en el primer año de Rajoy, su ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, elevó los impuestos en CINCUENTA ocasiones – sí, han leído bien, cincuenta – entre nuevos impuestos y aumento de otros antiguos. Los españoles – que suelen hacer chistes con todo – denominaron a esas subidas del primer año de gobierno del PP como “Cincuenta sombras de Brey” dado que el segundo apellido de Rajoy es Brey. Lamentablemente, los impuestos siguieron subiendo durante el resto del mandato acompañados por una arbitrariedad escandalosa en las acciones de una Agencia tributaria que necesitaba arrancar más y más dinero de los bolsillos de los ciudadanos para lanzarlo a las fauces de un estado insaciable. A mitad de la legislatura, la Agencia Tributaria de Montoro ya perdía más del cincuenta por cien de los casos que los ciudadanos atropellados por el despotismo llevaban hasta los tribunales, pero no por eso corrigió su conducta, una conducta que afectaba especialmente a las clases medias que creaban, en mayor o menor medida, alguna forma de riqueza. Los efectos de las subidas de impuestos se hicieron sentir inmediatamente. Al cabo de un año de gobierno, habían quebrado miles de pequeñas y medianas empresas; dos millones más de españoles se habían visto sin empleo y la cifra del paro rayaba el treinta por ciento.
Dado que, en paralelo, los presupuestos recortaban dramáticamente las pensiones y gastos relacionados con la medicina o la educación, se habría esperado que el ministro Montoro pudiera equilibrar las cuentas del estado. No lo consiguió ni uno solo de los cuatro años del mandato. Un año tras otro, el gobierno de Rajoy fue incapaz de frenar el déficit, de gastar menos – a decir verdad, creó más plazas de funcionarios con fines electoralistas hasta superar los tres millones de trabajadores públicos e incrementó el gasto público – y de cuadrar un presupuesto. En 2015, tanto el Fondo Monetario Internacional como la Unión Europea advirtieron a España de que el presupuesto para 2016 era contablemente inverosímil y de que el nuevo gobierno que saliera de las urnas tendría que cambiarlo. Confiado en su aparato de propaganda, Rajoy siguió insistiendo en una bondad económica que no se sostenía ni sobre el papel.
Para colmo, el propio Montoro apareció en informaciones que, presuntamente, indicaban su relación con graves casos de corrupción. Por ejemplo, cuando Soria, el ministro de energía pretendió acabar con ciertos favores difícilmente justificables que disfrutaba alguna empresa energética, Montoro se opuso – a pesar de no ser asunto de su departamento – presentando un informe con el membrete del ministerio de Hacienda. El problema es que el informe de Hacienda era idéntico a otro informe realizado por el despacho de abogados de la compañía energética, un despacho de abogados dirigido por el hermano del ministro Montoro y fundado unos años antes también por el citado ministro. No sólo eso. La investigación relativa al caso de corrupción en el que están implicados la hermana del actual rey, la infanta Cristina de Borbón, y su marido Iñaki Urdangarín ha revelado que la Agencia tributaria desarrolló toda una labor para salvar del procesamiento a la infanta, por ejemplo, aceptando como reales facturas falsas. Semejante paso – que desprende un profundo hedor a prevaricación – permitiría salvar a la infanta de peticiones penales por delito fiscal. Mientras escribía estas entregas, estalló un nuevo escándalo relacionado con el ministerio que rige Montoro. De nuevo, la Agencia tributaria decidió “remover” papeles para ocultar información que habría impedido que una empresa audiovisual recibiera la concesión gubernamental de un canal TDT de televisión. Mediante el movimiento de expediente del ministerio capitaneado por Montoro, la empresa concurrió y el gobierno de Rajoy pudo entregarle la concesión de TDT. ¿Casualidad? Quizá, pero da la sensación de que, para advertir a periodistas en público, Montoro no estaba en la mejor posición.
Semejante realidad – la de que la economía no iba bien sino todo lo contrario – intentó ocultarla el gobierno de Rajoy mediante el control de los medios y la emisión ininterrumpida de deuda pública. Lo primero no terminó de funcionar. En cuanto a la segunda medida sólo ha conseguido que España tenga ahora una deuda pública oficial del 100 por 100 de su PIB – en realidad, es muy superior - y que por cada euro de ganancia el estado haya tenido que gastar cuatro. En otras palabras, la economía española ha dado la impresión de crecer gracias a unos precios artificialmente bajos del petróleo – que no se ha traducido en una energía más barata para el ciudadano español – a un gasto público imposible de mantener de manera indefinida y a una compra continua de deuda por parte del Banco Central Europeo. Con todos esos factores más que favorables, el descenso del desempleo en todo el mandato de Rajoy sólo ha conseguido llegar como mejor cifra a la peor de ZP y ya en las últimas semanas ha dejado de manifiesto que se encuentra estancado. De hecho, a inicios de marzo, el número de parados había vuelto a aumentar. De manera semejante, cuando siendo Rajoy presidente, el Banco Central Europeo privó de su silla a España, no se trataba sino del reconocimiento de una realidad. Ante los focos, los gobernantes europeos podían darle palmaditas a Rajoy porque nadie deseaba sembrar el pánico ante la posible caída de España y porque se esperaba que España terminara de pagar su deuda con los bancos europeos – especialmente alemanes - pero, a puerta cerrada, la realidad era imposible de eludir. Rajoy podía pregonar que España no había tenido que pedir un rescate, pero, al hacerlo, faltaba gravemente a la verdad. De hecho, Bruselas había obligado a España a pedir un rescate para la banca cuyo pago no concluirá, con suerte, antes del año 2027. España había sido rescatada, pero, lamentablemente, el gobierno de Rajoy había sido incapaz de conseguir, como el de Grecia, una quita de su deuda.
Naturalmente, los participantes en las tertulias televisivas podían repetir el argumentario del gobierno de Rajoy, pero la economía es una de las pocas cosas en las que es difícil que la propaganda engañe a los ciudadanos. Entendámonos. No se trata solo de que el balance negativo de las bolsas españolas en 2015 son un claro mentís a la propaganda económica del gobierno de Rajoy. No se trata sólo de que los inversores huyen de España ante la realidad del país. No se trata sólo de los consejos bastante sensatos de los especialistas en inversiones para no realizar operaciones en España. De esas circunstancias, por regla general, el ciudadano medio tiene poca o nula constancia. Se trata de algo muy diferente, pero más fácil de percibir. Un aparato de propaganda bien engrasado puede convencer a los ciudadanos de que los judíos son los culpables de una conspiración mundial, de que Estados Unidos es el enemigo de la Humanidad y de la revolución o de que una empresa de exterminio y saqueo fue una labor civilizadora. Resulta mucho más difícil aceptar que la economía va viento en popa cuando hay parientes desempleados, cuando los hijos se ven obligados a abandonar el país en busca de trabajo – no menos de medio millón de españoles en su mayoría profesionales y jóvenes lo ha hecho durante el gobierno de Rajoy - cuando el negocio familiar ha quebrado a causa de los impuestos decretados por Montoro o cuando no se llega a cubrir los gastos domésticos ni siquiera trabajando varios miembros de la familia. En ocasiones como ésas, la realidad desmiente totalmente la propaganda y, muy posiblemente, incluso genera no poca indignación en los que se sienten, por utilizar el título de una conocida novela de Dostoyevsky, humillados y ofendidos.
Se mirara como se mirara, la corrupción discurría de arriba a abajo del aparato institucional sin que el gobierno del PP la atajara y con indicios verosímiles de que incluía a Rajoy y a no pocos de sus colaboradores más importantes; el gobierno trataba despiadadamente a las clases medias que lo habían votado; y la economía doméstica se deterioraba a ojos vista. Mientras instancias como Merryl Lynch o JPMorgan recomendaban vez tras vez no invertir en España ni adquirir su deuda, también, vez tras vez, los resultados electorales resultaron negativos para el PP. Sin embargo, Rajoy se negó a tomar en cuenta la realidad y no varió un ápice su política y entonces… apareció Podemos.
Se ha insistido repetidamente en el carácter bolivariano de Podemos, en las relaciones de sus principales dirigentes con el chavismo e incluso en la colaboración que Irán prestó a uno de sus programas de TV. Sin embargo, esos datos – sin negar su importancia – no son los esenciales a la hora de encuadrar el fenómeno. En primer lugar, debe señalarse que Pablo Iglesias se convirtió en una estrella mediática gracias a dos medios católicos, la TV de Intereconomía y 13TV, la cadena de la Conferencia episcopal. Es más que posible que lo que ambas televisiones persiguieran fuera debilitar al PSOE en su pugna con el PP. De acuerdo con su elaboración mental, si el PSOE perdía votos por la izquierda, el PP se consolidaría como fuerza mayoritaria apoyada en el centro y la derecha. Como tantas construcciones teóricas, ésta podía sostenerse sobre el papel, pero no pasaba de ser una acción rebosante de irresponsabilidad, exactamente la misma que perpetró el socialista François Mitterrand cuando decidió apoyar al Frente Nacional para debilitar a la derecha clásica. El problema es que, en el caso de Pablo Iglesias, todo se produjo después de la experiencia de Mitterrand y sin que nadie hubiera aprendido. En segundo lugar y a pesar de todo, la razón del éxito de Iglesias debió mucho más a la desilusión de la gente frente a un gobierno como el de Rajoy que demostraba ser torpe para remontar la crisis económica, derrochador en el gasto público, insaciable tributariamente y, presuntamente, hundido hasta las cejas en la corrupción que a las proclamas demagógicas de Podemos. En otras palabras, los sucesivos avances de Iglesias y Podemos no se debían tanto al apoyo en su favor como a la ira contra la pésima política de Rajoy y del gobierno del PP. Quizá una parte del impacto negativo sobre el PP se hubiera podido remediar si antes de las elecciones locales, primero, y antes de las generales, después, Rajoy hubiera cesado a Montoro – el causante directo de que el PP perdiera no menos de dos millones y medio de votos – e incluso, más sensatamente, hubiera dimitido. Pero Rajoy - ¿quizá temeroso de verse arrastrado ante la justicia? – se negó a dar esos pasos, se presentó a las elecciones y, como era de esperar, obtuvo un resultado catastrófico cosechando la mayor pérdida de escaños de un partido desde el desplome de la UCD en 1982.
Hasta qué punto el sistema de la Transición mostraba zonas enteras sometidas a la podedumbre se desprende del hecho de que el PSOE, por primera vez desde los años setenta, también se desplomó y los grandes avances fueron protagonizados por un partido como Ciudadanos cuya indefinición ideológica es enorme y, sobre todo, por Podemos, una fuerza política entre cuyos representantes más importantes se hallaban Jorge Luis Bail, al que se le piden dos años de prisión por agredir a un guardia civil; Pedro de Palacio, condenado en 2002 por abusar sexualmente de una niña de cinco años; Enrique López, imputado por un delito de lesiones a un policía; Andrés Bodalo, condenado a tres años y medio de cárcel por agredir a un concejal; Josetxu Arrieta, miembro condenado de la banda terrorista ETA o José Ramón Galindo, detenido en 2008 por tráfico de cocaína y cuyas tres figuras máximas – Iglesias, Monedero y Errejón – son unos profesores mediocres de la bastante mediocre universidad española. Debo insistir en ello: millones de votantes españoles no votaron a Podemos convencidos de la bondad de sus intenciones. Lo hicieron hartos del desastroso gobierno de Mariano Rajoy, de la penosa trayectoria del PSOE desde antes de ZP y de la verdad de muchas de las críticas – cuestión aparte son las soluciones propuestas que, por regla general, contribuirían a empeorar el panorama – que formulaba Podemos. El resultado fue, el 20 de diciembre pasado, un panorama post-electoral del que sólo puede emerger una gran coalición de PP y PSOE o un gobierno del Frente popular en que Podemos sería la fuerza dominante. Eso o unas elecciones anticipadas que dejarían a España sin gobierno hasta el mes de julio de 2016 precisamente cuando es imperioso corregir el bochornoso presupuesto dejado por el ministro Montoro y cuando la deuda pública supera el millón de millones de euros y en torno a una cuarta parte ha de ser renegociada en los próximos meses.
A decir verdad, aunque todavía salvando distancias, la trayectoria de España no ha sido muy dispar a la seguida por naciones hermanas como Venezuela, Ecuador o Bolivia. El desgaste del sistema durante años, la corrupción creciente, la ceguera de los gobernantes hacia las consecuencias de sus actos – el caso de Rajoy es paradigmático – y el desprecio hacia las reacciones de los ciudadanos abrieron las puertas a movimientos que, en circunstancias normales, no habrían pasado de lo marginal. La cuestión obviamente es si España forzosamente debe repetir ese camino que sólo lleva a la miseria y a la falta de libertad o cuenta con alternativas. A esa cuestión dedicaré mi última entrega.
CONTINUARÁ
March 5, 2016
La Cristología (IX): Otros títulos de contenido divino relacionados con Jesús
De los títulos atribuidos a Jesús que hemos examinado en las entregas anteriores se desprende que su figura fue contemplada por los judeo-cristianos de Israel no sólo como dotada de connotaciones divinas, sino también como manifestación evidente del YHVH creador, salvador y revelador del Antiguo Testamento. Dado que buen número de pasajes del Antiguo Testamento referentes a YHVH habían empezado a ser referidos ya a Jesús como «Señor» y, en menor medida, como Logos, en muy poco tiempo, no es de extrañar que sucediera lo mismo con otros títulos que el Antiguo Testamento y el judaísmo veían como propios y exclusivos de Dios. A continuación, vamos a enumerar algunos de los más significativos:
1. El Primero y el Último
El origen de este título se halla en Is. 44, 6 y 48, 12, donde se refiere a YHVH. Apocalipsis, sin embargo, se lo aplica también a Jesús (1, 17-8; 2, 8; 22, 13-16). En un sentido similar deben entenderse los títulos «Alfa y Omega», «el Principio y el Fin», que en Apocalipsis se atribuyen tanto al Dios Todopoderoso (1, 8) como a Jesús (1, 11-3; 22, 12-6). Resulta difícil negar a la luz de estas noticias que Jesús recibe un título propio del YHVH veterotestamentario con sus mismas connotaciones cósmicas.
2. Yo Soy
El título es aplicado a Jesús de manera destacada en el Evangelio de Juan. Pasajes como Jn. 8, 24; 8, 58, etc., resultan un eco evidente de Éx. 3, 14, donde YHVH se presenta bajo ese nombre.[1] Pero dentro de un contexto judeo-cristiano más seguro debemos referirnos a Ap. 1, 8, donde la expresión se conecta con el Alfa y la Omega pero en la forma «el que es y que era y que ha de venir», lo que recuerda al «que es y será» de N. Ex. 3, 14.
La Septuaginta muestra abundantes ejemplos del Ego eimi («Yo soy») con predicados (Gn. 28, 13; Éx. 15, 26; Sal. 35, 3, etc.). Su contenido es el de autorrevelación de YHVH (Is. 45, 18; Os. 13, 4). Naturalmente, el pasaje más importante en este sentido es el de Éx. 3, 14, que la LXX traduce por Ego eimi ho on, del que parecen derivar otros como Dt. 32, 39; Is. 43, 25; 51, 12; 52, 6, etc.). De todas formas, no puede limitarse a la Septuaginta el interés por la fórmula Ego eimi como nombre de YHVH. Tanto 1 Enoc 108, 12, como Jubileos 24, 22, e incluso Filón al comentar Éx. 3, 14, se refieren al mismo. Partiendo de este contexto, poca duda puede haber en el sentido de que la aplicación de tal título a Jesús implicaba una afirmación de su Divinidad.[1]
3. El que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre
La expresión tiene su origen en Is. 22, 22, donde se aplica al mismo YHVH. Para el autor de Apocalipsis, por el contrario, es un título atribuible a Jesús (Ap. 3, 7).
4. El Señor de Señores
El título tiene su origen en Dt. 10, 17 donde se atribuye específicamente a YHVH. Ap. 17, 14 (donde se une al de Cordero) y 19, 13-6 (donde va ligado al de Palabra o Logos) lo relacionan empero con Jesús.
Ninguna de estas expresiones, preñadas de la atribución de Divinidad a Jesús, aparecen fuera del judeo-cristianismo asentado en Israel (ni siquiera en Pablo) y todas se enraízan claramente en una terminología medularmente judía que arranca del Antiguo Testamento. Se observa, empero, en las mismas una circunstancia de trascendencia innegable: la creencia firme de que el YHVH veterotestamentario se ha manifestado —como ya lo hizo en el pasado— en Jesús. En éste, pues, ha de contemplarse al «Primero y Último», al «Señor de Señores», al «Principio y Fin». Se podrá señalar que esta corriente de pensamiento tenía que ser incompatible con el judaísmo, pero no creemos que tal afirmación tenga validez si consideramos como tal el contemporáneo a las fuentes y el período histórico examinado, como vamos a ver a continuación.
CONTINUARÁ
There is a Redeemer
Descendía de judíos rusos que se habían asentado en Estados Unidos, pero la religión de su familia no le había producido ese sosiego y esa plenitud espiritual que buscaba. Tampoco lo recibió del budismo que estudió en el Japón cuando era una adolescente y después una veinteañera y lo mismo puede decirse de la búsqueda a través de las drogas psicodélicas en California. Ni el judaísmo, ni el orientalismo ni las drogas habían logrado satisfacer sus ansias espirituales.
En 1972, encontró a Keith, el que sería su esposo y, ahora con él, continuó aquel camino en pos de la Verdad. La encontraron los dos en 1975, en el curso de un estudio bíblico. Porque no hallaron una nueva religión sino una relación personal con Dios. El encuentro con Jesús cambió radicalmente las vidas de Melody y Keith que, de manera casi inmediata, tras su conversión, iniciaron una obra de evangelización entre madres solteras adolescentes, vecinos y drogadictos. Fue entonces, en 1977, cuando Melody escribió esta canción que tenía un título evidente: Hay un redentor.
Es cierto que mujeres que no tienen quién las ayude con sus hijos, que los que están atados por las toxicomanías, que incluso los vecinos más cercanos pueden llegar a la conclusión de que no existe esperanza en un mundo hostil de ruidosa, pero innegable soledad. Sin embargo, a todos ellos hay que anunciarles que hay un Redentor. Jesús sigue siendo la presencia de Dios en este mundo y Su Espíritu Santo puede transformar cualquier existencia mucho más de lo que podamos imaginar.
De manera curiosa, en la letra de la canción de Melody, Keith escribió la tercera estrofa que dice: “Thank you oh my father, For giving us Your Son, And sending Your Spirit, ‘Til the work on Earth is done” (Gracias, oh mi Padre por darnos a Tu Hijo y por enviar Tu Espíritu hasta que concluya la obra en la tierra). En 1982, en pleno éxito espiritual y musical, Keith falleció en un accidente de avión junto a dos de sus hijos. Su obra en esta tierra había concluido y Dios lo esperaba en la otra orilla junto a dos de sus seres más queridos. Melody continuó el servicio en el Señor en que habían estado juntos durante años.
No tengo noticia de que este hermosísima canción tenga versión en español aunque la verdad es que es muy popular en medios evangélicos de habla inglesa. Yo les incluyo dos versiones. Una está interpretada en Marshall Hall; la otra fue entonada por el mismo Keith Green. Espero que las disfruten y, sobre todo, que, si no la han experimentado, puedan aceptar la indescriptible redención que Dios ha dispuesto en Jesús el mesías. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
Ésta es la versión en Marshall Hall
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Y ésta es la original cantada por Keith Green
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March 3, 2016
Los libros proféticos (XVII): Joel
Sin el menor ánimo de dogmatizar, a nuestro juicio, Joel escribió posiblemente después de la derrota de Asiria y en vísperas de la aparición de una gran Babilonia en el horizonte. Ése sería el enemigo del norte al que se refiere el texto y no Asiria, ya que hay menciones claras a los griegos (4: 6) y además en 4: 2 se habla ya de una deportación que, posiblemente, es la destrucción del reino de Israel por Asiria. Si esta interpretación es correcta, Joel estaría mirando, a la vez, al pasado no tan lejano de un Israel aniquilado por Asiria y, al futuro cercano, de una Babilonia dispuesta a saltar sobre Judá. En otras palabras, el mensaje sería, como muchos siglos después diría Santayana, que el pueblo que no aprende de su Historia acaba repitiéndola.
En cualquiera de los casos, acierte un servidor o no con esta cronología, el mensaje de Joel es evidente. En primer lugar, está el hecho de que Dios advierte antes del juicio y, generalmente, lo hace, en primer lugar, a través de una crisis económica. El capítulo 1 describe el terrible impacto que una plaga de langosta tiene sobre una economía agraria. Arrasa todo y además lo hace de una manera creciente (1: 1-4). Ante esa primera advertencia, hay que darse cuenta del tiempo en que se vive y convocar al pueblo para cambiar porque lo que está sucediendo no es sólo un desastre económico. En realidad, se trata de un aviso de que Dios va a desencadenar un juicio (1: 14-5).
¿Qué sucederá si no se escuchan las advertencias unidas a la crisis económica? Joel señala que la siguiente advertencia puede ser un estallido de violencia sin descartar la guerra. El pueblo se ha negado a escuchar y lo que vendrá a continuación será contemplar en las calles un ejército de comportamiento pavoroso (2: 1-10). Es ese pavoroso momento cuando el pueblo de Dios ora para que aquellos que no forman parte de él no lo aneguen ni lo aniquilen (2: 11) y sabe que la única salida está en que Dios lo perdone por su conducta (1: 18). La conversión – como siempre – es lo único que puede evitar el desastre (2: 12-18). Esa conversión es, por añadidura, la clave para la verdadera prosperidad (2: 19-27). Ese pueblo es el que sabe que sólo hay un ser al que rendir culto: el único Dios (2: 27).
Sin embargo, Joel sabe que la relación con Dios va mucho más allá del pecado, el juicio y el arrepentimiento. A decir verdad, lo que Dios tiende al ser humano es una vida plena centrada en el derramamiento del Espíritu Santo. Históricamente, los hombres han deseado atrapar ese Espíritu Santo y negociar con él. Ya en el siglo I d. de C., Simón quiso comprárselo a Pedro y Juan que habían sido enviados a Samaria por la comunidad judeo-cristiana de Jerusalén (Hechos 8: 1-25). Desde entonces, no son pocos los que han seguido el aciago camino de Simón el mago. Han exigido pagos por indulgencias, por sacramentos, por supuestas bendiciones incurriendo así en algunos de los peores y más blasfemos pecados en que se puede caer a los ojos de Dios. Dios ansía derramar gratuitamente Su Espíritu sobre toda carne y tanto hombres como mujeres, tanto jóvenes como ancianos experimentarán esa realidad indescriptible (3: 1-2). Esa será la gente que sabe que la salvación no viene por méritos propios o por obras o por ceremonias sino que es más que consciente de que es pura gracia de Dios concedida al que invoque Su nombre (3: 5). Que los primeros cristianos estuvieran convencidos de que esa profecía se había cumplido en Pentecostés tiene una importancia histórica de extraordinaria relevancia (Hechos 2).
Sea cual sea la parte de la Historia que nos toque vivir, no será sino un episodio más del inmenso drama de los milenios, un drama que tendrá su fin porque Dios, al final, reunirá a todas las naciones para juicio y la Historia quedará sellada (4: 1 ss).
Joel puede parece un libro pequeño, pero su contenido es de una inmensa profundidad y llama a reflexionar cuidadosamente y, vez tras vez, sobre él. El texto proporciona una clave para entender la Historia humana mucho más allá de los criterios – sin duda, interesantes – de carácter social, político, económico o cultural. Dios actúa en la Historia y lo hace de manera mucho más decisiva que cualquier ser humano. En esa Historia, desea otorgar bendiciones incomparables a los hombres y también les avisa vez tras vez de lo que se avecina. A decir verdad, en ningún momento, dejará de advertir a través de Sus profetas el camino que se dibuja por delante. Pero, por muy trágica que pueda ser la trayectoria de las personas y las naciones, siempre hay un llamamiento de Dios a cambiar la vida y a disfrutar no de una religión sino de una relación personal con El. Esa relación no surge de la compra de los favores divinos, de la realización de ritos o de la sumisión a una jerarquía religiosa. Nace, por el contrario, de la certeza de que no merecemos lo que Dios nos ofrece y, en especial, Su salvación y de que, por Su amor, sólo nos queda invocar Su nombre para recibir Su gracia. Un día, esa Historia acabará llegando a su consumación absoluta y quedará de manifiesto donde está cada uno y lo que es verdaderamente importante. En ese momento, ya no será posible ni negar la realidad ni cubrirla con palabrerías o discursos.
Ante realidades tan sublimes, coincidirá conmigo el lector en que la cronología exacta de Joel no tiene tanta importancia.
Lectura recomendada: Es un libro breve y extraordinario. Léalo entero.
CONTINUARÁ
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