César Vidal's Blog, page 88

March 2, 2016

¿El final del ALBA?

En ocasiones, los debates televisivos dan para mucho más de lo que se espera. En esta ocasión, íbamos a hablar del referéndum perdido por Evo Morales y de la caída de Bush del listado de candidatos republicanos en las primarias.

Sin embargo, todo derivó en otra dirección y mi acompañante en el programa se dedicó a defender a Donald Trump como futuro presidente de los Estados Unidos. Merece la pena examinar sus argumentos y su manera de defenderlos para comprender muchas cosas. Que lo disfruten. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!



http://www.americateve.com/programas/el-espejo-94/emision/revivenbspel-espejonbsp-125221

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on March 02, 2016 23:13

March 1, 2016

El zampacaterings

Hace años un amigo mío tuvo un empleado peculiar. Era, ciertamente, eficiente, pero le daba por introducirse en los caterings de la empresa y, aprovechando que todos estaban trabajando, vaciar las bandejas como si tuviera gazuza de siglos.

Además, presentaba unas facturas de gasolina en que parecía que para ir de Barcelona a Madrid hacía antes escala en La Coruña y Cádiz. El asunto de los caterings lo solucionó mi amigo ordenando a su propio escolta que impidiera la entrada del empleado a cualquier lugar donde hubiera comida. El de las facturas concluyó porque, un tanto escamado, el zampacaterings decidió abandonar el equipo. He recordado este episodio tras leer concienzudamente el texto del acuerdo entre Ciudadanos y el PSOE. No me voy a detener en las medidas económicas que incluyen un aumento del gasto público y de los impuestos de tal calibre que sólo pueden lograr un estrangulamiento mayor de la economía y de la creación de empleo. En España, parece arraigada la firme resolución de hacer todo lo contrario de lo indispensable para salir de la crisis y ya va pareciendo tan natural como el sol, la paella y las naranjas. Sin embargo, llama poderosamente la atención que Albert Rivera, tras defender tan gallardamente la constitución frente al nacionalismo catalán, se haya apuntado ahora a toda una serie de pasos que van a diluir todavía más el tejido nacional. Como si Ciudadanos se hubiera convertido en la antigua CiU o en el PNV, ufanamente reconoce esa entelequia denominada “hechos diferenciales”, aboga por el uso de las lenguas cooficiales en el senado; entrega a las CCAAs competencias en política exterior – precisamente uno de los focos de la actividad anti-española de los nacionalismos vasco y catalán – a la hora de suprimir las diputaciones sólo lo hace con las de régimen común y pone el nuevo senado al servicio de las CCAAs que, al fin y a la postre, van a ser las que lo acaben configurando. A todo lo anterior, se suma la creación entusiasta de infinidad de nuevos organismos que van a vigilar todo lo vigilable aunque eso signifique vigilar sobre lo vigilado y, sobre todo, despilfarrar sobre lo despilfarrado. Me apena decirlo, pero el acuerdo parece un pacto de zampacaterings. Da la sensación de que Rivera está ansioso por entregar a sus mesnadas– mezcla de políticos añosos y parvenus – jugosos pesebres a costa del contribuyente. El pacto, sin duda, puede ayudarle a alcanzar esa meta, pero resulta indescriptible la desilusión que provoca esa conducta de zampacaterings.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on March 01, 2016 23:11

¿Socialismo en Estados Unidos?

Me suelen pedir los amables lectores que coloque videos de mis conferencias y de mis apariciones en televisión. Lo hago de vez en cuando solamente porque no siempre me parece que puedan resultar de interés a ambos lados del Atlántico.

Es el caso de este programa de El espejo en que tuvimos un record de audiencia a pesar de que muchos considerarán que se trata de un debate demasiado filosófico. No lo fue. Por el contrario, se habló de sanidad y educación públicas, de reformas políticas y de socialismo. Espero que lo disfruten. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!



http://www.americateve.com/programas/el-espejo-94/emision/revivenbspel-espejo-123632

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on March 01, 2016 00:03

February 29, 2016

Algo está podrido en España (II): los años de ZP

Como señalé en la anterior entrega, Aznar no reformó el sistema político de la Transición, pero, al adoptar medidas tan sencillas como bajar los impuestos y limitar el gasto público, relanzó la economía española de una manera que no se conocía desde los mejores años del franquismo.

Ese despegue no sólo permitió que ganara sus segundas elecciones con una holgada mayoría absoluta sino que despertó temores más que comprensibles entre los nacionalistas vascos y catalanes y la izquierda. En términos reales, Aznar no fue cicatero económicamente con los nacionalistas vascos y catalanes, pero su defensa de las víctimas del terrorismo vasco y su insistencia en un proyecto nacional que incluso relanzaba a España en el exterior les resultaban absolutamente intolerables. A fin de cuentas, una España próspera y unida era un golpe directo contra los nacionalismos.



La excusa para poder lanzar movilización tras movilización contra Aznar fue el respaldo del presidente español a la invasión de Iraq por la administración Bush. Mientras el partido socialista – que había defendido la invasión de Iraq estando en el poder Felipe González - y los nacionalistas catalanes suscribían públicamente en el Tinell un pacto que les comprometía a no dejar gobernar al PP y mientras los nacionalistas catalanes se entrevistaban en secreto con los terroristas de ETA para conseguir que la banda criminal se comprometiera a no atentar en Cataluña, izquierdas y nacionalistas se agruparon bajo el lema del “No a la guerra” y llenaron las calles. Durante un año, el gobierno de Aznar sufrió el acoso de los sindicatos, de los partidos de izquierda, de los nacionalistas vascos y catalanes, de buena parte del mundo del espectáculo y de un sector nada pequeño de la iglesia católica que estimaban que habían dado con la clave para sacar al PP del poder. Sin embargo, a pesar de la enorme movilización, las encuestas señalaban a inicios de 2004 que Mariano Rajoy, el sucesor designado por Aznar, ganaría las próximas elecciones generales. Lo único que, a decir verdad, se discutía era si su victoria sería por mayoría absoluta o relativa. Y entonces sucedió lo inesperado.



La mañana del 11 de marzo de 2004 el autor de estas líneas se despertó al sentir un enorme impacto que sacudió las ventanas de su dormitorio. No le dio importancia e intentó conciliar el sueño, pero la segunda vez que tembló el tabique, saltó de la cama convencido de que se había producido un atentado. Las sirenas que sonaban mientras se dirigía al balcón le confirmaron en su sospecha. Aquel día tenía que realizar distintos libroforos y entre ellos fue oyendo las noticias. En Madrid y cercanías se habían producido una serie de explosiones que todo el mundo sin excepción – merece la pena escuchar las grabaciones radiofónicas y televisivas de la época – atribuyó a la banda terrorista ETA. Todos menos los miembros de su brazo político que hicieron una referencia a la “resistencia árabe”. En cuestión de horas, la solidaridad con el gobierno y las víctimas ante lo que parecía un atentado de ETA se fue transformando, hábilmente manipulada, en una incontenible ola de ira contra Aznar y el PP. La consigna es que ellos eran los culpables del atentado al haber involucrado a España en la guerra de Iraq. Mientras cadenas como la SER – del grupo PRISA – y la COPE – de la conferencia episcopal – difundían (es de pensar que no a sabiendas) informaciones falsas sobre la autoría de los atentados, la izquierda y los nacionalistas llamaron a cercar las sedes del PP. No sólo eso. Se atacó a miembros del PP, ministros incluidos, en las manifestaciones de repulsa frente al atentado y el 13 de marzo, el socialista Alfredo Pérez Rubalcaba violó la jornada de reflexión asegurando que España no se merecía un gobierno que la mintiera. En otras palabras, de acuerdo con esta tesis, Aznar y el PP habían mentido a los españoles al atribuir la autoría de los atentados a ETA y lo habían hecho para ocultar su culpa por haber arrastrado al país a la guerra de Irak. El argumento era falaz, pero obtuvo un excelente resultado. El domingo, 14 de marzo, la mayoría de los españoles votó a Rodríguez Zapatero – ZP según la propaganda socialista – para ser el nuevo presidente.



Explicar los atentados del 11-M nos desviaría mucho del tema. La versión oficial insistiría en que los perpetraron gentes influidas – aunque no realmente vinculadas – por Al. Qaeda, que ignoramos todavía quiénes fueron sus autores intelectuales, que buscaron influir en las elecciones y que, al fin y a la postre, los únicos condenados no pasaban de ser un esquizofrénico español y un par de musulmanes a los que, a pesar de ser integristas fanáticos, les encantaba consumir jamón y bebidas alcohólicas. En ningún caso, quedó probada la relación con la guerra de Iraq. Los investigadores que han considerado que se trató de atentados de falsa bandera cuya finalidad era cambiar el gobierno han insistido en que no existió trama islámica y sí una constante falsificación de pruebas. Sea como fuere, lo más seguro es que jamás sabremos quien organizó, planeó y ejecutó los atentados siquiera porque los trenes que explotaron, en lugar de conservarse como pruebas, fueron desguazados a las pocas horas de los atentados y ni el PSOE ni el PP se han empleado jamás a fondo en el esclarecimiento de los hechos.



Sea como fuere, lo cierto es que los atentados catapultaron al poder a ZP mientras dejaban al PP en un estado de shock que duró casi toda una legislatura. No deja de ser significativo que Stanley G. Payne señalara en su libro El catolicismo español que la única oposición que tuvo durante los primeros años en el poder ZP fue la cadena radiofónica COPE. La afirmación de Payne era cierta aunque para ser ecuánimes hay que señalar que la oposición en COPE estuvo realmente limitada a dos espacios: La Mañana, que dirigía, Federico Jiménez Losantos, y La Linterna, cuyo director era el autor de estas líneas. No fue, ciertamente, una época fácil.



El gobierno de ZP estuvo caracterizado por una mezcla de puerilidad izquierdista, acciones anti-sistema y antiamericanismo desatado. Desde el primer momento, ZP y sus ministros fueron sumando episodios que causaron las carcajadas en el seno de la UE, pero que dejaban de manifiesto la situación a la que se hallaba sometida España. ZP se complació, por ejemplo, en nombrar como ministros de defensa a José Bono, un hombre que ordenó a los soldados de Afganistán no defenderse de las agresiones porque estaba convencido de la bondad del principio que ordena poner la otra mejilla – sin duda, una posición moral admirable, pero no la que uno esperaría en el ministro encargado de defender a la nación – o a Carme Chacón, una mujer que no tenía la menor idea de lo que eran las Fuerzas armadas y que pasaba revista a los soldados en avanzado estado de gestación provocando las lágrimas – no precisamente de emoción – de oficiales profesionales. Carme Chacón fue una pésima ministra, pero, para ser ecuánimes, no lo fue menos que las otras ministras denominadas “de cuota” ni que sus compañeros masculinos de gabinete. Si ZP nombró sólo a incompetentes en su gobierno para que no se notara su propia mediocridad puede ser o no cierto, lo que es indiscutible es que ni uno solo de ellos – o de ellas – dio muestras lejanas de competencia profesional o de realizar acción alguna que resultara en beneficio del conjunto de la nación. De hecho, una simple exposición de lo que fueron aquellos ministerios rayaría con lo inverosímil de no ser porque fueron lamentablemente ciertos.



ZP convirtió también en proyecto estrella de su legislatura la legalización de matrimonios entre personas del mismo sexo – un proyecto que no pocos consideraron impulsado por la especial orientación sexual de algunos ministros e incluso familiares de ZP – o una ley de paridad que obligaba a una distribución de cincuenta-cincuenta entre hombres y mujeres en determinados puestos, una norma que, a pesar de esforzarse mucho, ni siquiera pudo cumplir el PSOE. Semejantes pasos provocaron la mofa o la ira de millones de españoles. Sin embargo, eran mucho más graves otras líneas de actuación de ZP.



La primera fue la de intentar aniquilar la alternancia en el poder esencial en el sistema de la Transición. Lejos de aceptar que pudiera haber gobiernos sucesivos de izquierda y de derecha, ZP decidió excluir de manera definitiva a la derecha del gobierno mediante una alianza con los nacionalistas, especialmente, los catalanes. En no escasa medida, se trataba de convertir el regional Pacto del Tinell catalán en un fenómeno nacional. Las concesiones que ZP realizó con los nacionalistas no sólo fueron anticonstitucionales sino, en no pocas ocasiones, criminales. Desde el primer momento, ZP entabló conversaciones con la banda terrorista ETA utilizando los buenos oficios de la iglesia católica de la que, como mínimo, debe señalarse que los cobró de manera pingüe. Baste decir que el anticlerical ZP pasó la cifra del 0.3 por ciento del Impuesto sobre la Renta que se llevaba la iglesia católica al 0.7. Debió considerar que llegar a un pacto con ETA – las conversaciones se llevaron a cabo en el santuario jesuita de Loyola – merecían eso y más.



Es difícil discutir que ZP se comportó como el dueño de una finca de la que puede disponer a su antojo en sus tratos con el nacionalismo catalán. Tras prometer que aceptaría la reforma del estatuto de autonomía que los nacionalistas decidieran – que fuera o no constitucional le importaba poco a ZP – procedió a conceder todo lo que le pidieron. Como Artur Mas, el actual presidente de Cataluña diría con frase expresiva: Zapatero “es un fill de puta, pero nos ha dado todo lo que le hemos pedido”. No exageraba. ZP decidió aniquilar el Plan Hidrológico Nacional que Aznar había ideado a semejanza del que disfruta California, por la única razón de que los nacionalistas catalanes miraban con suspicacia unas obras que unirían a las diferentes regiones españolas, pero que, por encima de todo, favorecerían a Valencia, su gran rival. Igualmente, el gobierno de ZP recurrió a todo tipo de presiones para lograr que la compañía energética ENDESA se dejara controlar por los nacionalistas catalanes. La legalidad europea no lo permitió, pero, al final, ENDESA dejó de ser española para caer en manos italianas y las autoridades alemanas señalaron públicamente que habían descubierto cómo se hacía negocios en España, una afirmación sobrecogedora porque apuntaba al estado de corrupción en que colaboraba el gobierno de ZP con el nacionalismo catalán.



Lo más grave de la política de ZP en relación con el nacionalismo catalán fue su respaldo a un nuevo estatuto de autonomía que quebrantaba el orden constitucional y convertía a España en un protectorado de Cataluña. La confianza en el nuevo estatuto por parte de los nacionalistas catalanes era tan considerable que no tuvieron problema en presumir públicamente de como habían “ganado complicidades” entre los miembros del tribunal constitucional. Efectivamente, entregaron diversas cantidades de dinero al esposo de la presidenta del TC, María Emilia Casas, y a algún magistrado. Sin embargo, cuando las informaciones salieron a la luz no se produjo ni una sola dimisión.



El estatuto de Cataluña no sólo convertía a esta región en nación – España, por supuesto, no lo era – sino que además garantizaba por años una inversión pública en Cataluña desproporcionada, injusta y sin comparación en otras regiones; sometía la firma de tratados internacionales por España al permiso del parlamento catalán; mantenía dentro de Cataluña los impuestos generados por sus empresas aunque los actos sujetos a gravamen tuvieran lugar en otra parte de España y, al fin y a la postre, convertía al gobierno catalán en un ente que podía vetar, obstaculizar e impedir lo que hicieran el gobierno y el parlamento español. Se trataba de un atropello – sólo en parte enmendada por el tribunal constitucional – pero, desde la perspectiva de ZP, constituía un avance en su plan de alianza anti-derechista con los nacionalistas.



En un esfuerzo por legitimar estas medidas que implicaban dañar directamente a la mayoría de España para favorecer a oligarquías locales – ZP desarrolló una política de injustificado servilismo hacia las compañías energéticas y la banca – el gobierno de ZP desanduvo el esfuerzo de reconciliación de la Transición sustituyéndolo por lo que denominó la Memoria histórica. El término, a pesar de su masiva utilización, es una falsedad en si mismo porque una cosa es la memoria – aunque interesante, variable e inexacta – y otra la Historia que se supone ha de ser rigurosa e ir más allá de lo subjetivo. Naturalmente, a ZP no le importaba sino como medida de deslegitimación. Siguiendo una visión de la Historia contemporánea propia de la Komintern, ZP no sólo colocó generosas porciones del presupuesto a merced de los que se sumaran a la farsa de la Memoria histórica sino que además se esforzó en identificar al PP con el franquismo y en describir a las izquierdas y a los nacionalismos catalán y vasco como fuerzas inmaculadas moralmente. De todos es sabido que ambos bandos cometieron atrocidades en el curso de la guerra civil y que uno de los méritos de la Transición fue pasar por encima de rencores para buscar un futuro común. Con ZP, el camino se desanduvo hiperlegitimando a un bando que cometió el genocidio de Paracuellos y convirtiendo en culpable de todos los males al vencedor. Por añadidura, no pocas de las figuras de la izquierda – comenzando por ZP, su esposa, la vicepresidenta y no pocos dirigentes socialistas – procedían de familias estrechamente vinculadas con el franquismo.



Como complemento de la labor de destejer la reconciliación nacional fraguada durante la Transición, ZP impulsó también una asignatura escolar obligatoria que recibió el nombre de Educación para la Ciudadanía. Su contenido era de mero adoctrinamiento ya que no sólo imponía una visión de la Historia ultraizquierdista – Lenin aparecía en no pocos textos como un luchador por la libertad – sino que además convertía en obligatorias las posiciones que sobre el aborto, el matrimonio homosexual tenía ZP. La ministra de educación – la más que incompetente señora Cabrera – llegó a disponer que un niño que no aprobara la peculiar asignatura no pudiera pasar de curso aunque sí podía hacerlo si suspendía cuatro asignaturas normales como podían ser las matemáticas, la lengua o la Historia.



Lo que sucedió de manera total en aquellos años está por historiar, pero baste decir que se trató de un proyecto claramente liberticida en nada inferior en sus metas al chavismo. A decir verdad, las presiones del zapaterismo sobre los medios de comunicación – generalmente exigiendo la salida de determinados periodistas – las inspecciones tributarias de opositores o el impulso de medios desde el poder por su cercanía a ZP pasaron a estar a la orden del día en un intento por eliminar cualquier expresión contraria a sus acciones.



No puede sorprender que, en el ámbito exterior, ZP se entregara a la práctica de una política que algunos calificarían de “anti-imperialista”, pero que, a decir verdad, habría que denominar de infantilismo anti-norteamericano. ZP no sólo se jactó de haberse quedado sentado al paso de la bandera de Estados Unidos en un desfile – una grosería que hubiera pasado desapercibida de no haber insistido ZP en propagarla – sino que realizó un llamamiento público en Túnez para que todas las naciones retiraran sus tropas de Iraq como él había hecho nada más llegar al poder y presumió de perdonar deudas y conceder ayudas económicas a regímenes tan significativos como la Cuba castrista, la Venezuela de Chávez o la Bolivia de Evo Morales. A decir verdad, la visita de los dos últimos dignatarios a España se convirtió en verdaderos fenómenos alentados con verdadero placer por el propio ZP. En el colmo del disparate y en un intento, fallido, pero entusiasta, por dar una buena imagen del islam, ZP comenzó a difundir – y gastar dinero público – en un proyecto que tenía su origen en el Irán de los ayatollahs y que se conocía con el nombre de Alianza de las civilizaciones. Sólo el turco Erdogan – que recientemente ha alabado en público el régimen de Hitler después de que las pruebas de su apoyo a ISIS resultan irrefutables – abrazó la tesis zapaterina.



Semejante encadenamiento de bisoñez, incompetencia y sectarismo no tardó en repercutir en la economía española. ZP había encontrado llenas las arcas del estado tras dos mandatos de Aznar y se apresuró a gastar el dinero en proyectos populistas como el cheque – bebé - a la vez que subía los impuestos. En el primer año de su mandato, algunos – incluido el autor de estas líneas – ya advirtieron de que ZP no tardaría en provocar una crisis económica, pero con semejantes afirmaciones sólo consiguieron ser objeto de represalias que emanaban de la cúspide del poder. Sin embargo, le gustara o no a ZP y a sus seguidores, los datos no podían ser más elocuentes. Al final de su primer mandato, se había producido una reducción histórica de las rentas salariales en el conjunto del Producto Interior Bruto al significar sólo el 46% mientras que en la UE eran el 64 por ciento. En un par de años se había retrocedido más de cuatro décadas cuando significaban el 55%. No sorprende que los salarios reales en España llegaran al final del primer mandato de ZP perdiendo poder de compra durante más de 12 trimestres consecutivos. Habían perdido un 6% de poder adquisitivo, mientras en el resto de Europa éste había subido un 8%. El informe de la OCDE de junio 2007 afirmaba que España era la única nación de esta entidad – que reúne a las treinta naciones más industrializadas - donde se había reducido el poder adquisitivo de la población. Por si fuera poco, con ZP, según datos de la Agencia Tributaria, había 18 millones de españoles que ganaban menos de 1.000 euros mes. Añádase que el 80% de los jubilados había perdido poder de compra y que un 49,5% de los jubilados vivía por debajo del umbral de pobreza. No puede sorprender que, en 2008, un 65% de las familias españolas afirmara tener problemas para llegar a fin de mes. Sí, el panorama familiar no era halagüeño. En marzo de 2004, un 45% de las familias decía vivir bien o muy bien. Con ZP, esa cifra se había reducido al 24%. También según el CIS, en marzo de 2004, un 10% de las familias afirmaba vivir mal o muy mal. Al final del primer mandato de ZP, el porcentaje era del 23%.



Para empeorar más el panorama, los impuestos no sólo habían subido – mantener contentas a clientelas como el nacionalismo catalán no era barato - sino que además, según la Agencia tributaria, con ZP, la nueva presión fiscal ha recaído en un 80% sobre la clase media y las familias menos favorecidas.



El impacto del mayor gasto público y de las subidas de impuesto no se hicieron esperar en la cifra de desempleo que comenzó a aumentar a pesar de los intentos de ZP de manipularla en beneficio propio. Para ocultar esa circunstancia, el Instituto Nacional de Estadística (INE), siguiendo instrucciones del gobierno de ZP, cambió la consideración de los desempleados calificando como trabajadores a los que tenían empleos de una o más horas a la semana tanto si eran remunerados en dinero como en especie, así como los trabajos no remunerados realizados para la propia familia. Mediante esta argucia del INE, en enero de 2005, el paro pasó del 10,5 % al 8,5%. Fue un engaño que duró poco. Cuando ZP dejó el poder en 2011, la cifra de desempleados superaba ampliamente el veinte por ciento.



Sin embargo, nadie debería haberse sorprendido. Los datos de la crisis económica se contemplaban en el horizonte siempre que se estuviera dispuesto a no recurrir al engaño. De hecho, como confesaría años después Miguel Ángel Fernández Ordóñez, el gobernador del Banco de España, había ocultado estos datos a la opinión pública en 2007 para no influir en el resultado electoral. Lo consiguió porque los españoles malinformados decidieron votar a un ZP cuya propaganda era difundida machaconamente por casi todos los medios de comunicación; porque ZP se había asegurado la victoria electoral en Andalucía y Cataluña mediante el riego de miles de millones de euros y porque el PP seguía, a más de un trienio de distancia de los atentados del 11-M, sumido en un estado de semi-estupor. Pero, a fin de cuentas, los hechos son testarudos y, en 2007, prácticamente un año antes que en el resto del mundo, la crisis económica estalló en España por razones propias en no escasa medida relacionadas con el incompetente gobierno de ZP. Lo que algunos habíamos anunciado, se cumplió inexorablemente.



Durante más de un año, ZP no sólo negó el estallido de la crisis económica sino que incluso evitó pronunciar la palabra que repetían cada vez con más insistencia los ciudadanos y los medios. Incluso durante unas horas, España estuvo sumida en un default un famoso 10 de mayo, default del que sólo la salvó la intervención directa de los presidentes de Estados Unidos y de China.



Desde 2009, el gobierno de ZP fue una sucesión inesperada de traspiés similares a los de una gallina descabezada que aún se mueve. El desempleo aumentaba, los casos de corrupción relacionados con su gobierno salían a la luz – José Blanco, el número dos del partido socialista fue uno de los protagonistas más sonoros aunque, lamentablemente, no el único – los nacionalistas catalanes se volvieron más agresivos cuando el TC recortó apenas su estatuto, ETA mató de nuevo justo después de que ZP anunciara que el terrorismo acabaría en unas semanas, los impuestos continuaban subiendo como única medida comprendida por ZP para evitar una bancarrota nacional… Ante semejante panorama, la UE exigió a ZP que adoptara algunas medidas de recorte del descontrolado gasto público, lo que lo colocó en una situación incómoda. Mientras culpaba a los Estados Unidos de lo sucedido – algo habitual en el sectarismo de la izquierda y especial y totalmente falso en el caso español ya que la crisis nacional había antecedido en meses a la de Lehman Brothers – ZP decidió no volver a presentarse a unas nuevas elecciones y su lugar lo ocupó el veterano Alfredo Pérez Rubalcaba.



Cuando abandonó el poder, ZP dejaba tras de si una nación abierta en canal además de sumida en una profunda crisis económica. Los resentimientos de la guerra civil habían sido reavivados convirtiéndose además en fuente de ingresos para no pocas clientelas, ansiosas de perpetuarlos en beneficio propio; las oligarquías catalanas y vascas se habían visto excitadas por las concesiones no sólo injustas sino profundamente dañinas para el resto de las regiones españolas; la presión fiscal de España era la más alta de Europa con la excepción de Suecia aunque con servicios públicos mucho peores; la tasa de desempleo no sólo era la más elevada de Europa sino que no dejaba de incrementarse; las víctimas del terrorismo se sentían maltratadas; el papel internacional de España se había desplomado y las perspectivas de futuro resultaban innegablemente sombrías. Añádase además la indignación de importantes sectores sociales por la presencia de franquicias de la banda terrorista ETA en las instituciones, por la nueva legislación sobre el aborto y, especialmente, por la paralización de la investigación sobre los atentados del 11-M. Quizá se sentían felices por haberse podido casar algunas parejas de homosexuales – no muchas porque el número de matrimonios homosexuales, nacionales y extranjeros, a pesar de las subvenciones otorgadas por el gobierno de ZP, fue escaso –y, desde luego, millones de españoles tenían asimilado que era mejor votar a la izquierda o a los partidos nacionalistas catalanes y vascos que a cualquier otra opción. Sin embargo, era obvio que ZP había empujado al PSOE en una crisis de la que no se ha recuperado todavía en 2016 y que había provocado otras – económica, social, política e institucional - en España cuyas últimas y pésimas consecuencias no podían imaginarse. En 2011, la mayoría de los españoles estaba convencida de que no podría existir un gobierno peor que el de ZP y otorgó una mayoría absoluta a Mariano Rajoy en la convicción de que cambiaría la situación a mejor. Difícilmente, hubiera podido cometer una doble equivocación más grave.



CONTINUARÁ





 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on February 29, 2016 01:58

February 28, 2016

La Cristología (VIII): El Salvador

LOS PRIMEROS CRISTIANOS:

LA IDEOLOGÍA DEL JUDEO-CRISTIANISMO EN EL ISRAEL DEL SIGLO I (VIII): LA CRISTOLOGÍA (VIII): El Salvador

El Salvador



El término «Salvador» (soter) aparece en el judaísmo relacionado principalmente con la Divinidad. En la Septuaginta se utiliza aplicado a YHVH con cierta frecuencia (Is. 43, 3 y 11; 45, 15; 49, 26; 60, 16; 63, 8; Je. 14, 8; Os. 13, 4; Sal. 24, 5 [LXX]; 26, 9 [LXX]; Miq. 7, 7 [LXX]). Su uso deriva, por lo tanto, de tradiciones veterotestamentarias . Tampoco está ausente como título divino de la literatura rabínica.[1]



En el judeo-cristianismo de la Diáspora, el título es referido habitualmente a Jesús (2 Pe. 1, 11; 2, 20; 3, 2 y 18) al que incluso se denomina «Dios y Salvador» (2 Pe. 1, 1). Puede que éste fuera el sentido que haya que dar también al término en los escritos paulinos. En ellos, el título se aplica a Dios (1 Tim. 1, 1; 2, 3; Tit. 1, 3; 2, 10; 3, 4) pero también a Jesús (Flp. 3, 20; 2 Ti. 1, 10; Tit. 1, 4; 3, 6) al que llega a denominarse igualmente «nuestro Dios y Salvador» (Tit. 2, 13). En la totalidad de los casos parece que el término presenta connotaciones cósmicas y divinas, ligándose precisamente en ocasiones con títulos de estas mismas características como son los de «Señor» e incluso «Dios». Sin embargo, hay que insistir en ello, ya que la utilización es comparativamente escasa.



En el judeo-cristianismo asentado en Israel, el título disfrutó de poco predicamento. Jds. 25 lo refiere a Dios y en Hch. sólo aparece una vez (5, 31). Juan lo relaciona con Jesús (4, 42), pero, específicamente, en un contexto no judío. Esta magra representación dificulta considerablemente el dilucidar su contenido concreto. Ciertamente la idea de «salvación» en Jesús (Hch. 4, 11-12) aparece relacionada con connotaciones cósmicas y divinas, y lo mismo podría decirse del término «salvarse» (Hch. 2, 21-40), que implica también un significado de salud (Hch. 4, 9), un aspecto que, como ya hemos indicado, el judaísmo relacionaba exclusivamente con Dios.



La limitación de este título tanto en el ámbito judeo-cristiano como en el cristiano-gentil puede atribuirse a diversas causas. No debió de pesar poco en ello el deseo de evitar un título que aparecía en la religión helénica y que, por eso mismo, podría dar lugar a equívocos, circunstancia nada deseada por la comunidad de Jerusalén, volcada, como ya vimos, sobre la idea de captar voluntades entre sus compatriotas. Por otro lado, su utilización en el culto al césar puede haber tenido igual efecto disuasorio.[1]



A esto podemos añadir el temor a que el título se viera como una afirmación mesiánica en un sentido distinto del mantenido por la comunidad. Finalmente, señalemos la circunstancia de que el concepto de «salvación» —vinculado real e indiscutiblemente a Jesús— servía para expresar esta acción de una manera más rica que el título soter, a la vez que otros títulos como «Señor», «Palabra» o «Siervo» cubrían igual o mejor el campo semántico de éste.[1]Puede decirse, por lo tanto, que el título fue conocido por la comunidad judeo-cristiana, pero mínimamente utilizado en la medida en que podía despertar equívocos y, a la vez, cabía usar equivalencias que se consideraban más idóneas.



CONTINUARÁ





 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on February 28, 2016 00:00

February 27, 2016

Thou Art Worthy

El libro del Apocalipsis en su capítulo 4 permite atisbar lo que significa estar cerca del trono de Dios. En su último versículo, el 11, incluso señala que Dios es digno de recibir la honra, la gloria y la alabanza porque es el Creador.

Sin duda, hay muchos que jamás aceptarán Su obra de salvación. No menos despreciarán Sus enseñanzas como guía para la vida. Sin embargo, el desprecio hacia Su redención o Su guía de vida no afecta al hecho de que es el Creador y de que Su voluntad estuvo no sólo en el inicio del universo sino en la preservación de éste por miles y miles y más miles de años. Dios es digno que cualquier criatura le rinda la gloria y el honor porque es el Creador.



La canción que traigo hoy recoge de manera sencilla y, a la vez, hermosa ese texto del Apocalipsis. Hubo un tiempo, un tiempo muy lejano en que todos los domingos – y algunos días entre semana - enseñaba la Biblia en el seno de una diminuta comunidad de creyentes. Recuerdo que, en aquel entonces, este himno era uno de mis preferidos. Constituía a mi juicio una modesta pero sentida confesión de fe en el que es digno de todo. Les incluyo dos versiones de este himno. La primera – clásica – se parece bastante, aunque sea en inglés, a aquella que yo entonaba en aquellos años en que yo creía que eran posibles muchas cosas que otros se negaban a ver y que, quizá por eso mismo, no llegaron a convertirse en realidad. La segunda es en español.



Espero que la disfruten porque su letra se entona en el cielo. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!





Aquí tienen una versión clásica en inglés



.embed-container { position: relative; padding-bottom: 56.25%; height: 0; overflow: hidden; max-width: 100%; } .embed-container iframe, .embed-container object, .embed-container embed { position: absolute; top: 0; left: 0; width: 100%; height: 100%; }



Esta es una versión de Joel Ruano en español





.embed-container { position: relative; padding-bottom: 56.25%; height: 0; overflow: hidden; max-width: 100%; } .embed-container iframe, .embed-container object, .embed-container embed { position: absolute; top: 0; left: 0; width: 100%; height: 100%; }
 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on February 27, 2016 00:00

February 26, 2016

Técnica del golpe de estado

En 1931, en pleno auge del fascismo italiano, Curzio Malaparte escribió una obra capital titulada Técnica del golpe de estado.

En sus páginas, aparecían notables ejemplos de cómo alcanzar el poder mediante ese expediente. Malaparte demostraba que ese golpe no necesariamente tenía que ser violento ya que bastaba con apoderarse de ciertas instituciones y desde ellas desventrar el aparato del estado. En la actualidad, el sistema constitucional español es víctima de un acoso que recuerda poderosamente las técnicas descritas por Malaparte. Sus protagonistas son el nacionalismo catalán y Podemos. En el primer caso, la violación del ordenamiento jurídico y el vaciamiento de sus contenidos para llenarlos con otros anticonstitucionales viene desarrollándose desde hace décadas. Siguiendo un estilo muy semejante al del fascismo mussoliniano o al del nacional-socialismo de Hitler, las instituciones han sido pervertidas desde las mismas instituciones y previo éxito, mayor o menor, en las urnas. El resultado final es simplemente liquidar el sistema constitucional vigente. En el caso de Podemos, incluso se han permitido redactar un programa capaz de helar la sangre en las venas a cualquiera que conozca mínimamente la Historia. El texto de Podemos reúne elementos del fascismo mussoliniano – muchos más de los que serían capaces de reconocer – de la toma del poder desde dentro que caracterizó a los partidos comunistas en la Europa del este después de la Segunda guerra mundial y, como no podía ser menos, del repugnante populismo hispanoamericano que caracteriza al chavismo venezolano y también a movimientos políticos como el de Correa en el Ecuador o, especialmente, el de Evo Morales en Bolivia. No deja de ser revelador que de éste último hayan tomado la disparatada noción del estado plurinacional, estado en el que se supone que catalanes, vascos y gallegos verán reconocida su propia nación mientras que el resto de los españoles carecerán de ella. Al igual que en el caso del nacionalismo catalán – y siguiendo el ejemplo de Mussolini o de Chávez - Podemos violenta el ordenamiento jurídico existente, anuncia cambios abiertamente imposibles dentro de la legalidad, los barniza con demagogia y, por supuesto, reclama los resortes de poder que le permitirán acabar derivando en una dictadura donde la desaparición del respeto a la propiedad y a las libertades se desencadenará desde los mismos órganos del estado. Es bien lamentable que dos de los movimientos políticos más ruidosos de la España actual sigan el manual del golpe de estado. Sin duda, deberíamos reflexionar sobre qué se ha hecho mal para llegar hasta aquí.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on February 26, 2016 00:00

February 25, 2016

Los libros proféticos (XVI): Habacuc

La Historia no se detiene y el caso del Israel antiguo no fue una excepción. Asiria no sólo no consiguió entrar en Jerusalén sino que además acabó siendo aniquilada, como profetizaron Isaías y Nahum.

Sin embargo, tras manifestaciones de la acción de Dios tan sobrecogedoras, ¿qué pasó con el reino de Judá? Tras Ezequías, Judá pasó a ser gobernada por Manasés. Su reinado – el más dilatado de la Historia judía – se prolongó más de medio siglo y se caracterizó por la apostasía espiritual. El templo de Jerusalén seguía recibiendo peregrinos y se celebraban las fiestas judías, pero Manasés era un rey que a la verdadera enseñanza de la Torah contrapuso la idolatría que gustaba a los habitantes del reino de Judá. Lo que ahora se denomina con el eufemismo de “religiosidad popular” era también del agrado de los judíos de la época de Manasés. Viajaban a distintos santuarios, iban en procesión tras una imagen, rendían culto a imágenes de madera y piedra y, por supuesto, insistían en que nada de aquello era incompatible con la fe en el único Dios verdadero. Sin embargo, para los profetas aquella conducta sólo era idolatría, una idolatría repugnante que cegaba a la nación espiritualmente y que la llevaba a la ruina. Algunas fuentes señalan que Manasés se arrepintió al final de su vida y que intentó desandar de sus pasos, pero lo cierto es que el cambio sólo tuvo visos de llevarse a cabo con su sucesor Josías. Como ha sucedido siempre a lo largo de la Historia, la Reforma comenzó cuando se escuchó lo que decía la Biblia y se obedeció (2 Reyes 22) y en esa obediencia tuvo un papel esencial el abandonar el culto a las imágenes y a cualquier ser creado (2 Reyes 23). Como establece claramente la Biblia una y otra vez, donde se da culto a las imágenes o a otro ser que no sea el mismo Dios sólo hay una idolatría que Dios acabará castigando.



La reforma de Josías despertó en muchos la impresión de que, al fin y a la postre, Israel se iba a comportar cómo debía y que las mejores relaciones con Dios se verían restauradas. No fue así. El entusiasmo inicial pronto dejó paso a un enfriamiento y a un deseo de volver a los antiguos caminos. Entonces volvió a sonar la voz del profeta advirtiendo de lo que se venía sobre Judá. Fue el caso de Habacuc.



A Habacuc no se le escapaba la existencia del mal, un mal relacionado con el hecho de que siempre hay potencias que tienen como dios a la fuerza (1: 11). El problema es cómo conciliar los episodios terribles de la Historia con la idea de un Dios santo cuyos ojos no pueden contemplar el mal (1: 12-3). ¿Cómo puede Dios tolerar el mal y, de manera especial, un mal que se va desencadenar sobre Su pueblo?



Atenazado por lo que veía y por las preguntas que le provocaban, Habacuc decidió esperar una respuesta de Dios (2: 1), y, efectivamente, Dios le respondió. Le respondió, primero, diciendo que, aunque parezca que tarda, Dios siempre dará respuesta a través de los profetas (2: 2: 3). En segundo lugar, enfatizó algo de enorme relevancia y es que el justo vivirá por la fe (2: 4). No por seguir ritos, cumplir con ceremonias o pertenecer a un club religioso. El justo vivirá, pero por la fe como ya señalaba el Génesis al decir que Abraham fue justificado por creer o recordará Pablo al decir que la salvación no es por obras sino por gracia a través de la fe (Efesios 2: 8-9). El que sepa esperar tendrá respuesta y el que crea, vivirá.



Esto es importante porque Dios aborrece especialmente cinco conductas que señala con ayes. Dios aborrece el que se saquee a otros (2: 6-8); Dios aborrece el que se expolie a otras naciones (2: 9-11); Dios aborrece el que se mantenga el poder sobre la base de la violencia y del derramamiento de sangre (2: 12-14); Dios aborrece el que se emborrache a otro para aprovecharse de él (2: 15-17); y Dios aborrece el que se rinda culto a las imágenes sean estas de madera, de piedra o forradas en oro y plata, porque carecen de alma (2: 18-19) y nada tienen que ver con el único Dios verdadero. Cualquier nación que se entrega a esas conductas, más tarde o más temprano, será objeto del juicio de Dios.



Semejante circunstancia provoca el dolor del profeta. Porque el profeta, a diferencias de otros, no se complace con el anuncio de desgracias. Le apesadumbra, desearía que tuviera lugar el arrepentimiento y llora al ver que su mensaje no es escuchado y que, por lo tanto, el castigo se desencadenará. Por eso el capítulo 3: 1-16 implica el entrelazamiento del anuncio terrible del juicio de Dios, del dolor del profeta que ve lo que se avecina y de la convicción de que Dios actúa en la Historia y lo hace de manera inexorable.



¿Y qué pasará si, finalmente, el pueblo no se arrepiente, si se niega a la conversión, si se aferra a las tradiciones religiosas empeñado en que lo protegerán del juicio de Dios, si sigue avanzando hacia su castigo y si, finalmente, el desastre se produce? Habacuc responde con uno de los poemas más hermosos que se han escrito jamás (3: 17-19) y que se podría parafrasear de la siguiente manera:



Aunque las empresas no creen puestos de trabajo



Y las perspectivas laborales sean cero;



Aunque la economía se estanque;



Y no se sepa cómo llegáremos al final de mes,



Aunque se acaben los ahorros de que disponemos



Y no tengamos con qué afrontar el mañana,



A pesar de todo yo me alegraré en YHVH



Y me gozaré en el Dios que me salva.





Ciertamente, el justo vive por la fe, por la fe no en una monarquía religiosa, en el poder de una imagen o en los supuestos dones derivados de un santuario sino por la fe en el único Dios verdadero. Esa fe no es credulidad ni fanatismo. De hecho, Habacuc señala en su último versículo algo que suele pasarse por alto y es de una importancia esencial. El profeta le atribuye a Dios que le da unos pies de animal. Algunas traducciones vierten ese animal como cierva o gacela, pero no se trata de una traducción adecuada. En realidad, es una referencia al rebeco, un animal que puede colocar sus cuatro patas en poco más del espacio de una moneda y que es capaz de descender por los desfiladeros saltando de roca en roca sin caerse ni hacerse un simple arañazo. El mensaje de Habacuc es claro. Puede que nuestra generación no se arrepienta y puede que venga el juicio. Sin embargo, incluso entonces nos gozaremos en YHVH porque mientras otros caen en el abismo intentando sortear las amenazas de la vida, mientras otros se despeñan en los desfiladeros, mientras otros se desploman en los precipicios, el Señor nos ha otorgado esos pies peculiares del rebeco que nos permitirán caminar por las cumbres sin despeñarnos y que tendrán como consecuencia que incluso los peores y más arriesgados saltos no sean mortales. A fin de cuentas, el justo vivirá por la fe.



CONTINUARÁ







Lectura recomendada: El libro es breve, pero de enorme relevancia. Léanlo entero.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on February 25, 2016 00:00

February 24, 2016

Taiwan capital Miami

El 25 de octubre de 1971, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Resolución 2758. En virtud de la misma, la representación legítima de China en la ONU dejó de ser la que tenía por capital Taipéi y derivaba del régimen del generalísimo Chiang Kai-shek y resultó sustituida por la de la dictadura comunista de Mao Ze Dong cuya capital era Beijing.

Dar semejante paso implicó no pocos cambios en la política exterior norteamericana. Significaba abandonar institucionalmente a uno de los más firmes aliados y combatientes contra el comunismo como era Chiang aunque se siguiera manteniendo con él una alianza armada. Implicaba también pasar por alto el enfrentamiento, cuerpo a cuerpo, que Estados Unidos había sostenido con la China roja en la guerra de Corea, un enfrentamiento, dicho sea de paso, que había tenido como consecuencia directa que, por primera vez en su Historia, Estados Unidos no se alzara con la victoria militar y tuviera que conformarse con una partida en tablas. Finalmente, equivalía a aceptar un cambio más que drástico en la política exterior a impulsos de un republicano Nixon que pensaba que del acercamiento a China nacerían beneficios especialmente económicos para los Estados Unidos. La capital de la China reconocida como tal por Estados Unidos ya no sería Taipéi sino Beijing y la antigua China incluso pasaría a ser denominada Taiwan. Aquella inmensa concesión a Mao que implicaba, entre otros logros, la entrada de China en el Consejo de seguridad de la ONU había sido precedida por un viaje de Henry Kissinger a Beijing, escondido en el curso de una visita a Pakistán, en julio de 1971. Aquel vuelo de Kissinger vendría seguido no sólo por la salida de la China de Chiang del Consejo de seguridad sino también por una visita de Nixon al señor de la plaza de Tiananmen. La Realpolitik – la política del realismo – se había impuesto a cualquier otra consideración empezando por las ideológicas y por los precedentes décadas. Me permito recordar todo este trascendental episodio porque el mes que viene, el presidente Obama va a visitar Cuba. Será el primer presidente de Estados Unidos que lo haga después de un puritano Calvin Coolidge que se negó a beber daiquiri por convicción religiosa. Su viaje – como el de Nixon a China – es un fruto directo de la reorientación de la política exterior. Aparte de incluir la restauración de plenas relaciones con Cuba en su legado y aparte de poder presumir de haber aceptado la mediación del papa Francisco, Obama es simplemente fiel a una visión que cuenta con precedentes en la Historia de Estados Unidos. Se trata de tender la mano al enemigo de décadas en la convicción de que no se le va a poder tumbar sobre la lona y de que más vale cultivar su amistad que perpetuar su enemistad. Como entonces, no serán pocos los que, con razón, derramen lágrimas de ira y pesar e incluso se sientan traicionados. Esas personas deben reconsiderar, primero, que no son los primeros; segundo, que sufren a causa de una reorientación de la política exterior y, tercero, que, a pesar de perder ciertos privilegios, no por ello se verán totalmente abandonados. El episodio de Taiwán simplemente se reedita, pero su capital no es ya Taipéi sino que se llama Miami.



 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on February 24, 2016 01:45

February 23, 2016

Algo está podrido en España (I)

El presidente del Instituto Iberoamericano para la Democracia, Carlos Alberto Montaner, glosaba en un artículo reciente y brillante los logros conseguidos por el sistema nacido en España durante la Transición. Debo agradecerle que al hacerlo de manera tan exacta me evite tener que repetirlo y, sobre todo, que lo hiciera de forma que los demás accedan a una información que no siempre es conocida.

Naturalmente, la pregunta que le asalta al lector es cómo de ese modelo que tantas ventajas ha significado para los españoles se ha llegado a un resultado como el de las pasadas elecciones del 20 de diciembre. Daría la sensación de que los españoles han enloquecido en un porcentaje no pequeño o que se ha producido un trauma mucho mayor que el de la actual crisis. La realidad es que, sencillamente, lo que se ha sembrado durante décadas da ya sus amargos frutos. Permítaseme explicarme.



En contra de la imagen idealizada que se ha transmitido tantas veces acerca de la Transición, la misma no fue fruto del impulso democratizador del pueblo español sino producto de un pacto entre élites. A decir verdad, la Transición no comenzó en 1975 con la muerte de Franco sino que dio inicio a finales de los años sesenta cuando quedó claro que su sucesor sería el entonces príncipe Juan Carlos y que el sistema que vendría después no podría ser continuación del franquismo. La primera institución que captó esa situación fue la iglesia católica que, ya en la década de los sesenta, supo, a la vez, mantenerse unida a los privilegios que le deparaba la dictadura franquista y también impulsar los nacionalismos vasco y catalán sin excluir a la banda terrorista ETA. De hecho, este grupo criminal nació en un colegio jesuita y celebraría todas sus primeras asambleas en casas de religión de diferentes órdenes. Pero no nos desviemos. Antes del fallecimiento de Franco, el cardenal Tarancón – al que se ha olvidado injusta e interesadamente – fue forjando contactos con las diversas instancias de poder incluyendo, por supuesto, a la oposición para preparar el “día después”. Puede que a muchos les sorprenda, pero en su mayor parte la Transición no fue un diseño del rey y mucho menos de Suárez sino del cardenal Tarancón. Ahí residen en no escasa medida, sus luces y sus sombras.



Lo que surgió fue un producto híbrido que se puede contemplar en la misma constitución de 1978, un texto lleno de contradicciones ya que se debía al pacto entre élites dominantes de ayer – iglesia católica, fuerzas armadas, monarquía, poderes financieros… - con las que aspiraban a serlo en el futuro – partidos, sindicatos y nacionalistas catalanes y vascos. Eso explica, por ejemplo, que el texto constitucional afirmara que el estado no era confesional, pero, al mismo tiempo, se mencionará expresamente a la iglesia y se anunciaran los pactos con ella – pactos que, en puridad, estaban cerrados antes de la constitución – o que se insistiera entre la igualdad de las regiones, pero se señalaran dos niveles de autonomía y se incluyera el concierto económico que beneficia descaradamente a las Vascongadas y Navarra; o que se insistiera en la participación de los ciudadanos, pero se limitara ésta en la práctica al seguimiento de los partidos políticos; o que se hablara de la justicia independiente, pero se colocaran sus riendas en manos de los partidos, etc. Para cualquiera que leyera con interés la constitución debía resultar obvio que se trataba de una democracia limitada por los privilegios más o menos expresamente reconocidos de una serie de instancias. Pero la mayoría de los que la votaron en referéndum o no la entendieron o si llegaron a entenderla les pareció un enorme avance. Ciertamente, lo era.



A pesar de ese enorme pecado original, el sistema democrático tuvo excelentes consecuencias. De entrada, las libertades impensables con el franquismo hicieron irrupción en la vida pública y privada. La diferencia era abismal y en favor del nuevo sistema. En segundo lugar, España no había logrado articular un estado, a pesar de los esfuerzos liberales, durante el siglo XIX y buena parte del XX. De hecho, la administración española comenzó a ser digna de tal nombre a partir de las leyes administrativas de López Rodó – trasunto del sistema francés – concebidas durante el franquismo. Su desarrollo real tuvo lugar a partir de la Transición. El hecho de que además los niveles administrativos se multiplicaran permitió dar entrada en la administración a millones de nuevos funcionarios. Ningún español se atrevería a día de hoy a decir que la administración funciona bien, pero los tres millones de funcionarios en números redondos son innegables. Finalmente, el sistema constitucional permitió que España entrara en la Comunidad Económica Europea lo que se tradujo en una lluvia de recursos sobre la nación que permitió acometer obras de infraestructura y crear puestos de trabajo.



Con los matices que se quieran señalar, los españoles iban a ser – y han sido – más libres, más prósperos y más atendidos por el estado que durante el régimen de Franco y cualquier otro que lo precediera. Sin embargo, a pesar de todos estos aspectos positivos – como dijo el socialista Gregorio Peces Barba, “con las autonomías colocaremos a todos” – el sistema español comenzó a dar señales de agotamiento a inicios de la década de los noventa. ¿Por qué?



La razón fue simplemente un desenfreno en la corrupción emanada no sólo de las bases del sistema sino de una visión política electoralista y clientelar. Antes de la constitución de 1978, Jordi Pujol - que luego sería presidente de Cataluña y que actualmente cuenta con varios miles de millones de dólares sin justificar en cuentas situadas en Belice y Panamá - adelantó que para avanzar en su proyecto nacionalista sólo tenía que contar con el 30 por ciento del electorado. Al no ser el sistema electoral mayoritario – como en Estados Unidos – o contar con una segunda vuelta – como en Francia – no se equivocaba en su apreciación ya que, en verdad, un tercio del electorado permitía gobernar… pero había que garantizar ese tercio del electorado y la mejor forma de conseguir ese propósito consistía en crear un sistema clientelar que asegurara ese número de sufragios. El sistema anunciado y pronto puesto en práctica por Pujol no tardó en verse seguido por el partido socialista (PSOE), primero, en Andalucía – donde lleva gobernando más tiempo que el dictador Franco – y luego en el resto de España. Por supuesto, los nacionalistas vascos no fueron menos y, desde luego, el PP acabó cayendo en esa maraña de corrupción también como ha quedado de manifiesto en algunas de las últimas macro-causas de corrupción. Personalmente, no tengo la menor duda de que el régimen de la Transición fue pensado para permitir una cierta corrupción nacida de los privilegios y difícil de distinguir apartada de ellos. Me atrevería incluso a decir que el régimen hubiera podido soportarlo, pero cuando esa corrupción se extendió al sistema financiero, las empresas energéticas y los distintos niveles de la administración local se convirtió en imposible de mantener.



A inicios de la década de los 90 – es decir a década y medio de la puesta en funcionamiento del sistema - España había entrado en una grave crisis que derivaba de la elevada presión fiscal - ¿cómo abastecer tanto pesebre sin dinero? – del impacto que esa presión tenía en la creación de empleo y de un gasto público descontrolado. Si los dos primeros mandatos de Felipe González contaron con logros positivos – de entrada, había muchas cosas por hacer en España – a partir del tercero, resultó obvio que no existía un proyecto de futuro más allá de mantenerse indefinidamente en el poder y aunque significara un recorte real – no formal – de las libertades y un gasto desaforado. Los dos segundos mandatos de González fueron de mal en peor e incluso el último no llegó a concluirlo por una presión que iba de la izquierda a la derecha por razones tan innegables como la inmensa corrupción – que no era sólo socialista, pero que entonces lo parecía – las cifras de desempleo e incluso el crimen de estado perpetrado por los GAL.



Cuando, a la segunda, Felipe González perdió las elecciones frente a José María Aznar uno de los primeros pasos que se vio obligado a dar el recién elegido presidente fue el de solicitar un préstamo a las cajas de ahorro para abonar la paga de Navidad a los pensionistas. ¡Ya no quedaba dinero en las arcas del estado y eso que pocos años antes España se había permitido los dispendios de la Expo de Sevilla y las Olimpíadas de Barcelona!



Los dos mandatos de Aznar corrieron un tupido velo sobre la innegable realidad de que el sistema no podía sobrevivir sin profundas reformas que implicaran acabar con los privilegios fiscales de Vascongadas y Navarra o de la iglesia católica y, sobre todo, que adelgazaran el sistema de administración territorial e impidieran la entrada en la administración de centenares de miles de nuevos paniaguados. Hasta la fecha – por citar un ejemplo significativo – ningún gobierno ha sabido dar razón del número de empresas públicas – todas ellas deficitarias – ni tampoco de lo que significan en términos de gasto público. Como ejemplo de su costosa inutilidad, baste decir que la Fundación Quinto Centenario creada para recordar el descubrimiento de América en 1992 sigue abierta y manteniéndose con los impuestos de los ciudadanos españoles. Quizá ha comenzado ya a preparar el Sexto Centenario que tendrá lugar en 2092… En aquellos años, existió una voluntad de creer que el único problema de España era el PSOE y que, apartado del poder, la nación viviría en el mejor de los mundos. Fue una grave, gravísima equivocación.



Aznar tuvo enormes aciertos económicos. Por ejemplo, restringió el gasto público y bajó los impuestos de manera inmediata. Esas dos medidas – sencillas, pero eficaces – permitieron reactivar el consumo y España no sólo salió de la crisis que marcó los últimos años de gobierno del PSOE sino que además cumplió todos los criterios para poder entrar en el euro – algo imposible en la época de gobierno socialista – y, sobre todo, comenzó a crear empleo. Como no sucedía desde treinta años atrás, España no sólo creció sino que además de cada cinco empleos nuevos que nacieron en la Unión Europea, cuatro lo hicieron en territorio español. Ni la izquierda ni los nacionalistas lo reconocieron entonces ni lo reconocerán jamás, pero aquella fue una época dorada del empleo, del crecimiento y del peso internacional para España. Desde inicios del siglo XIX no había ido las cosas mejor en España – tampoco fueron así muchas veces en los siglos anteriores – pero, desgraciadamente, ya no volverían a marchar de manera semejante.



Con seguridad, el gran error de Aznar fue el no reformar el sistema. Es posible que pensara que no era necesario o – más probable – que creyera que Mariano Rajoy, al que designó como sucesor, lo haría a partir de 2004 en que, supuestamente, ganaría las elecciones presidenciales. Sea como fuese, cuando Aznar abandonó el poder, el sistema seguía siendo sustancialmente tan frágil como a mediados de los años noventa. La única diferencia era que el superávit de las cuentas públicas ocultaba los males sistémicos. Entonces llegaron José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy y el sistema de la Transición se encaminó hacia su agonía. Pero de eso hablaré en la próxima entrega.





CONTINUARÁ

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on February 23, 2016 02:53

César Vidal's Blog

César Vidal
César Vidal isn't a Goodreads Author (yet), but they do have a blog, so here are some recent posts imported from their feed.
Follow César Vidal's blog with rss.