César Vidal's Blog, page 80
May 19, 2016
Mi Buenos Aires querido… (IV)
Imagino que a estas alturas de mis relatos sobre Buenos Aires habrá alguno que se pregunte que fui a hacer por aquellas tierras aparte de viajar. La pregunta es pertinente aunque deseo aclarar que el viaje de por si ya es suficiente razón como habrán ido comprobando los lectores. Pero sí, fui también a otros menesteres. Las resumo brevemente antes de detenerme en cuestiones más interesantes. En primer lugar, estuve presentando y firmando en la feria del libro de Buenos Aires mi libro La herencia del cristianismo – cuelgo una entrevista sobre él mismo – un acto más que grato en el que Guillermo Lousteau se volvió a consagrar como el paradigma de cómo debe presentarse un libro, en general, y los míos, en particular. Lousteau es un erudito extraordinario que examina aquello de lo que va a hablar, que tiene un conocimiento vastísimo, que ha sido además de ministro del gobierno argentino profesor en distintas universidades y fino jurista y al que estimó como amigo más que generoso y sobresaliente. Además lee los libros que presenta – no crean que están común – y los míos los entiende a la perfección lo que, personalmente, le agradezco mucho. Pilares también de la presentación fueron JUCUM, la editorial, y la Sociedad bíblica argentina que conserva, gracias a Dios, el espíritu de las primeras sociedades bíblicas, aquellas que buscaban, por encima de todo, que la Biblia llegara a todas las gentes, pura y sin adulterar, independientemente de su condición social. Ciertamente, en Argentina, la Sociedad bíblica continua realizando una labor de difusión de la Biblia auténticamente admirable.
Además de la presentación de La herencia del cristianismo, impartí conferencias sobre política internacional en distintos centros especializados incluida la universidad privada más importante de Buenos Aires, mantuve conversaciones prolongadas con medios diplomáticos y políticos y fui entrevistado, en relación con diversos temas y en varias ocasiones en radio y televisión. Todo ello unido a los contactos con medios editoriales convirtió el viaje en considerablemente fecundo y, Dios mediante, en semilla de futuros regresos a la Argentina. En medio de esa actividad que, en algún momento, pudo parecer frenético no dejé de disfrutar esa maravillosa ciudad y, a la vez, de enterarme de cuestiones más que interesante.
Por ejemplo, me detuve en los dos hipódromos – uno de ellos, club privado – que hay en Buenos Aires. El abierto a todo el mundo lo visité de noche. Para alguien que no ha ido a las carreras de caballos nada más que una vez y en el sur de la Florida, resultó una visita impresionante. Pero incluso más que el hipódromo me llamaron la atención las salas de juego que se albergan en su subsuelo y que me recordaron alguno de los túneles casi infinitos con que cuentan algunas estaciones del metro de Madrid. Pero, en lugar de baldosines blancos que se extienden hacia el infinito, lo que contemplé fue corredores más anchos cuya conclusión ni se adivinaba y a cuyos flancos se apegotonaban, una tras otra, sucesiones inmensas de máquinas tragaperras con gente arrojando, junto con las monedas, su esperanza de un futuro vacío. Por un instante, no pude evitar tener la sensación de que aquello era como una estación del Hades en que se condenaba a los jugadores a estar toda la eternidad dándole a la palanca a la espera de una sonrisa de la suerte que nunca se producirá. Seguramente, ése es el negocio del hipódromo y, también seguramente, hay gentes que se pasan allí horas enteras. Yo no pude soportarlo más de unos instantes. Aquella combinación de luces mortecinas, de miradas desvaídas y de máquinas chupadoras de porvenires se convirtió en asfixiante y me apresuré a marcharme.
El otro hipódromo era diferente quizá porque siempre fue un lugar de reunión de la aristocracia argentina. El amigo que me franqueó sus puertas me advirtió de que tenía que llevar corbata. Me señaló también que hubo una época en que no se permitía la entrada a los que llevaban chaqueta blazer, si bien ese rigor había desaparecido. Nos tardamos en descubrir que éramos casi los únicos que llevaban corbata en la sala desde la que se contemplaban las carreras. O tempora, o mores… Quizá tuvo lugar media docena de carreras en las que la gente apostó e incluso alguno gritó de lo lindo mientras los caballos se aproximaban a la meta. No consiguieron contagiarme su entusiasmo. Con todo, fue una velada más que grata. La conversación compartiendo una cena resultó inmejorable y teniendo en cuenta quienes eran los comensales no puede sorprender lo más mínimo.
Y llega el momento en que debo referirme al papa Francisco que, al fin y a la postre, es argentino. Personalmente, estoy convencido de que se encuentra en una posición más que incómoda que se ha ido convirtiendo en más difícil con el paso del tiempo. En Argentina, no pasa por la mejor época en lo que a popularidad se refiere. Su elección provocó que millares – quizá incluso decenas de millares – de católicos argentinos volvieran a ir a misa en una mezcla de orgullo patrio y retomada religiosidad. Esa ola llegó hasta que, en opinión de muchos, el papa recibió al presidente argentino Macri con cierta acritud, o, al menos, distanciamiento. Al parecer, bastó ese episodio para que se produjera una deserción de misa de gente que incluso, antes de la elección papal, eran asiduos. Me refirieron, por ejemplo, cómo en la visita a las siete iglesias – una tradición argentina de semana santa – este año era habitual ver parroquias en las que sólo había media docena de personas. Tengo la impresión de que también ha influido mucho el rumbo que ha seguido el papa en relación con ciertos asuntos causando el disgusto de muchos de los católicos más convencidos.
El fenómeno no se limita al país natal. Persona de múltiples relaciones me explicó en Buenos Aires como un sacerdote – español y millonario – que había visitado Argentina poco antes les había dicho a los comensales que el ochenta por ciento de los obispos españoles eran más que opuestos al papa Francisco. Ignoro en que basaba el acaudalado clérigo su opinión, pero basta ver algunas páginas católicas para percatarse de que sufren una confusión propia de los réprobos en el infierno. Mientras un sacerdote deja entrever que el papa Francisco yerra inmensamente, pero sostiene que no es algo tan grave porque no se trata de declaraciones “ex cathedra”, hay otro sacerdote al lado que se empeña en decir que el papa equivocarse, no se equivoca, pero que donde dice blanco, en realidad, quiere decir negro azabache. Por supuesto, tampoco falta el católico - ¡tan español! – que, como pasó con Juan XXIII o Pablo VI, le dice al pontífice el camino que debe seguir… y se queda tan pancho. Independientemente de lo que se piense de la iglesia católica como tal, debo decir que pocos panoramas conozco tan deprimentes desde una perspectiva espiritual como el de los católicos españoles desde los rojo tomate a los diabólicamente negros.
Que el papa Francisco es peculiar no alberga duda. Por ejemplo, a un pastor evangélico de Buenos Aires lo telefoneó un día para manifestarle sus condolencias porque, décadas antes, unos católicos habían quemado la carpa en la que su padre predicaba el Evangelio. De manera también llamativa, el entonces monseñor Bergoglio dio cabida en el edificio de la nunciatura a una entidad protestante para que desarrollara desde ella sus actividades. Incluso hay constancia fotográfica de cómo, en el pasado y antes de ser papa, solicitó a algunos pastores evangélicos que oraran por él lo que hicieron imponiéndole incluso las manos. La opinión de estos pastores sobre la naturaleza del sistema católico no ha cambiado, pero sí que señalan que el actual papa los trató siempre con una humanidad y un respeto que eran totalmente inusitados en una nación donde, como en tantas otras, los evangélicos fueron objeto de maltratos, persecuciones y discriminación social.
Francisco intenta dulcificar algo el sistema, pero las causas reales por las que fue elegido se han ido desvaneciendo y el descontento de fieles y jerarcas no se puede ocultar. Estoy seguro de que más de una vez tiene que echar de menos el bello Buenos Aires tan distinto de los enrarecidos aires de la Curia.
CONTINUARÁ
Y aquí les dejo el video de La herencia del cristianismo: dos milenios de legado que pueden encontrar en los enlaces que consigno a continuación
www.youtube.com/watch?v=p-a4zA5P62w
http://www.mitiendaevangelica.com/la-herencia-del-cristianismo-9781576588048-022607001,
May 18, 2016
España, hoy
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O si lo prefieren, este video que se oye mejor, pero va sin preguntas ni introducción:
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May 17, 2016
Mi Buenos Aires querido… (III): Recoleta y San Telmo
El de Recoleta no lo supera, ciertamente, pero constituye un dignísimo contrincante, quizá el único en el mundo. También creí que lo más interesante sería el sepulcro de Evita. Me equivoqué de plano. El cementerio de la Recoleta es un lugar de una belleza difícil de describir. Es cierto que la tumba más visitada por los turistas es la de la esposa de Perón, pero no es ni lejanamente la más interesante. A decir verdad, es un sepulcro extraordinariamente humilde si se tiene en cuenta su relevancia y, por añadidura, lo comparte con la familia Duarte. Algunas placas a la entrada recuerdan que sigue siendo venerada por no pocos argentinos que aún la recuerdan con verdadera devoción.
De Evita, protagonista incluso de una ópera rock, se ha dicho todo. Se ha hablado de su resentimiento social y de su entrega por los descamisados, de su santidad y de su rencor, de su inmenso carisma y de su muerte prematura. Hay verdad en todo ello. Hija ilegítima, actriz de segunda, esposa de Perón, alma de la fundación que llevaba su nombre y que hizo llover mercedes sobre millares y millares de argentinos, posiblemente sea un resumen de los logros y las limitaciones del populismo. Si cuenta con recursos, puede derramarlos sobre clases enteras llevándolas a creer que existe la justicia cuando, en realidad, sólo hay una abundancia presupuestaria que suele acabarse más pronto que tarde. Si no los tiene, la crisis económica no tarda en asomar. Perón contaba con unas arcas llenas, las de la Argentina neutral durante la Segunda guerra mundial, que fue vaciando a lo largo de un trienio. Evita no llegó a vivir la época de vacas flacas y siempre quedaría asociada a los aspectos más gratos del régimen. A pesar de todo, su destino fue aciago. No se trata sólo de las infinitas humillaciones de los primeros años sino también de su muerte prematura y de la peregrinación de un cadáver que, extraordinariamente bien embalsamado, parecía una muñeca, pero no encontró durante años el reposo. Sus restos fueron mutilados, utilizados en rituales mágicos, quizá incluso violados. Sin duda, un triste destino aunque no es menos cierto que pudieron ser incluso arrojados al mar o destruidos por completo. Ahora cuando parece descansar, su sepulcro es uno de los más humildes. Menos, eso sí, que el de la esposa de San Martín que resulta de una austeridad espartana o mejor, castrense.
Se puede pasear por el cementerio de Recoleta durante horas. Casi a cada paso, casi a la vuelta de cada esquina, casi en cada avenida, se encuentran sepulcros de una extraordinaria belleza. En ellos, se rinde tributo a la literatura, a la política, a la milicia y se hace partiendo de motivos extraordinarios que recuerdan desde el arte clásico al moderno. Sólo en algún momento, la muerte, como el poder que todo lo destruye con su terrible aguijón, se filtra por entre los paseos del campo santo. Lo hace en forma de sepulcro desportillado, roto, dejando entrever un interior de podedumbre y corrupción que nos recuerda la condición humana más allá de aquello ante lo que se desea cerrar los ojos. Y, sin embargo, a diferencia de lo escrito por Becquer, no parece que los muertos estén solos con tantos que acuden a visitarlos.
Un ambiente totalmente distinto es el que encontramos en San Telmo. Sus tenderetes caseros recuerdan lejanamente al Rastro madrileño, pero sus tiendas son algo distinto que va mucho más allá. Las antigüedades - que lo mismo consisten en el traje de un cosmonauta soviético que en una escafandra digna del capitán Nemo – atraen como el embrujo de un mago al viandante. No es fácil porque los aromas de las barbacoas callejeras, el sonido de los conjuntos musicales y los colores poliédricos distraen la atención. Mientras paseamos, observo que uno de los tenderos obliga a entrar en su comercio a un perro llamándolo por su nombre de pila que no es otro que Francisco. Por lo visto, hay nombres que lo mismo sirven para un can que para un pontífice, costumbre que uno de mis acompañante me dice que es muy argentina porque el perro de uno de sus vecinos se llama Jorge.
Ante la iglesia de san Telmo, a poca distancia de un local de pinchos españoles - excelentes, por cierto - un grupo entona música popular. Está situado apenas a unos metros de una plaza rezumante de tenderetes y rodeada por establecimientos que, según dicen, sirven para surtir a Spielberg cuando busca ropa de época.
Paramos finalmente a comer en un restaurante donde ofrecen un espectáculo de tango. Son buenos, muy buenos, los bailarines aunque se percibe que él es mucho más experimentado y mayor que ella. Al final, nos ofrecen dar unos pasos de baile. Acepto convencido de que no va a ser fácil que me vea en otra semejante. Ah, el cementerio de Recoleta y San Telmo. Es difícil pensar en algo más diferente y, a la vez, tan cercano. Pero así es esta ciudad maravillosa que se llama Buenos Aires, urbe incomparable de la que espero seguir escribiendo.
CONTINUARÁ
May 16, 2016
Corría el Año… Gandhi
Por lo que se refiere al resto del mundo, los juicios han ido desde un Einstein que lo consideraba demasiado grande como para parecer humano a un Winston Churchill que lo aborrecía y que lo veía como un peligroso farsante. Que contribuyó no poco a la independencia de la India admite poca discusión, pero no es menos cierto que enfrente tenía a los británicos. Se cuenta que en cierta ocasión un inglés comenzó a quejarse ante Hitler de los quebraderos de cabeza que les ocasionaba el indio. El comentario del Führer fue terminante: “Fusilen a Gandhi”. Quizá el problema huiera concluido, pero no es menos cierto que Gandhi hubiera marchado hacia su ejecución con absoluta dignidad. Es sabido de todos que Gandhi fue asesinado. Recientemente, se ha descubierto que en el crimen tuvo un papel relevante el propio gobierno indio que, quizá, llegó a la misma conclusión que Hitler.
Personalmente, soy un gran admirador de Gandhi aunque reconozco sus incongruencias, sus contradicciones e incluso sus zonas oscuras. Analizando su letra hace tiempo descubrí a una persona con una seguridad en si mismo verdaderamente pasmosa. Tanto como para aceptar cualquier destino en la búsqueda de la liberación espiritual. No es poco. Les dejo con este Corría el año… sobre él. Disfrútenlo. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
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May 15, 2016
Jesús, el que volverá
LA IDEOLOGÍA DEL JUDEO-CRISTIANISMO EN EL ISRAEL DEL SIGLO I (XIX): LA ESCATOLOGÍA (II): Jesús, el que volverá
La resurrección aparece en la ideología judeo-cristiana como la clave no sólo de interpretación del pasado (Jesús ha sido rechazado y muerto) sino, fundamentalmente, del presente (Dios ha reivindicado a Jesús al indicar con su resurrección que era el Mesías-Siervo y el Señor) y del futuro (Jesús volverá para realizar la restauración general).
El discurso petrino de Hch. 3 expresa esta misma visión de manera clara:[1]
1. El Siervo de Dios, Jesús, fue rechazado por Israel y entregado a Pilato para que lo matara (v. 13).
2. Dios ha resucitado a Jesús de entre los muertos, de lo cual son testigos los mismos judeo-cristianos (v. 15).
3. La prueba de su resurrección no se limita al testimonio de sus discípulos, sino a la manera en que actúa en el tiempo presente produciendo, por ejemplo, curaciones (v. 16).
4. Éste, que tenía que padecer según los profetas (v. 18), llama ahora a la conversión, cuya finalidad es que vengan del Señor «tiempos de refrigerio» (v. 19), que Jesús sea enviado de nuevo (v. 20), permaneciendo ahora en los cielos, hasta el tiempo de la restauración de todas las cosas (v. 21).
La idea que la fuente lucana atribuye a Pedro —Mesías venido, retirado y que volverá de nuevo— cuenta con paralelos significativos en la literatura judía. En el Midrash Rabbah sobre Lamentaciones, comentando a Os. 5, 15 se habla de cómo la Shejinah(«gloria») divina ascendería a su primitivo lugar de habitación, tal como estaba escrito: «Iré y volveré a mi lugar, hasta que ellos reconozcan su culpa y busquen mi rostro.»
El Midrash Rabbah sobre Rut 5, 6 contiene también una referencia a la creencia en el Mesías revelado y luego oculto. Rab. Berekiah hablando en nombre de Rab. Leví señala que el futuro redentor (el Mesías) sería como el antiguo redentor (Moisés) en que, igual que el primero se reveló a sí mismo y luego fue escondido de ellos (Israel), el futuro redentor les será revelado y después escondido de ellos.
El Midrash sobre Rut 2, 14 contiene esta misma tesis relacionándola con Daniel 12, ll y l2,y señalando que el intervalo entre la desaparición del Mesías y su nueva aparición debía ser de cuarenta y cinco días.
No es por ello extraño que el judeo-cristianismo siguiera manteniendo la fe en un retorno de Jesús con la finalidad de restaurar todas las cosas. Sant. 5, 7 y ss. es un auténtico lugar común al respecto y señala con claridad cómo esta creencia determinaba la acción de los discípulos en la sociedad en que vivían. Mientras los versículos 1-6 de ese capítulo son una detallada descripción de la injusticia social que se manifestó, entre otras cosas, en la muerte de Jesús, a partir del versículo 7 se desarrolla un mandato a no oponerse a esa situación, salvo con paciencia en la creencia en el regreso de Jesús (v. 7-8). Lejos de dejarse atraer por los cantos de sirena que, ya por la época en que se escribió la carta, llamaban a la sublevación contra Roma, los discípulos debían esperar con paciencia la venida de Jesús como Señor (v. 7-8), conservar la armonía entre ellos sin quejas (v. 9), tomar como ejemplo a personajes como los profetas y Job (v. 10-11) y entregarse a una vivencia espiritual más profunda (v. 12-13), seguros de que incluso situaciones dolorosas como la enfermedad podían ser remediadas por el Señor (v. 14-15). La fe sería la que los mantendría —incluso en sus necesidades materiales (v. 17-18)— y, por ello, debía intentarse recuperar a aquellos que se habían apartado (v. 19-20).
La misma visión está presente en el Apocalipsis. La esperanza de la comunidad es, obviamente, el retorno de Jesús (c. 19). Él será el que se cobrará el precio de la sangre de sus mártires (Ap. 19, 2 y 17, 6). En cuanto a los discípulos, éstos no deben permitirse la utilización de la violencia, porque el que use la espada, a espada morirá (Ap. 13, 10). A diferencia del zelotismo, que creía indispensable colaborar con Dios para lograr la libertad del pueblo[1] —pero en paralelo con la postura de los fariseos tras la derrota de la rebelión de Bar Kojba[1]—, el judeo-cristianismo adoptó una postura de espera de la intervención divina. Lógicamente, tal hecho era relacionado con el regreso de Jesús, que encauzaría finalmente la historia hacia la consumación señalada en los profetas.
La supuesta «escatología realizada» del Evangelio de Juan conoce asimismo la creencia en un retomo de Jesús (Jn. 14, 2 y ss.; 14, 18 y 28) y, de hecho, su carácter esquemático puede ser indicio de una tradición muy primitiva.[1]
El judeo-cristianismo de la Diáspora fue un evidente heredero de esta cosmovisión. En la primera carta de Pedro, resulta obvio que no se ha desencadenado todavía una persecución contra los cristianos pero, al mismo tiempo, se trasluce la sensación de que ésta puede acontecer en cualquier momento.[1]Hasta la fecha, sin embargo, los gentiles se conforman con murmurar (2, 11 y ss.). Por ello, se ha de seguir una conducta exenta de violencia —como la de Jesús durante su proceso (2, 15-25)— en la que todo sea ejemplar (3, 1-4, 6). La esperanza radica en que «el fin de todas las cosas se acerca» (4, 7) y en que, cuando Jesús regrese, el premio compensará con creces las dificultades actuales (5, 4 y ss.).
La segunda carta de Pedro, de hecho, sigue haciendo girar buena parte de su argumentación en la confianza en el retorno de Jesús (3, 2 y ss.).[1] Ciertamente, a algunos puede parecerles que éste se retrasa en volver, pero detrás de tal circunstancia no hay sino un deseo de Dios de brindar oportunidad a la conversión y a la salvación (3, 9). Al fin y a la postre, Jesús volverá y —de acuerdo con las profecías de Is. 65, 7 y 66, 22— restaurará todo el cosmos.
La misma tesis aparece en la carta a los Hebreos. Nuevamente, la obra pertenece a un período en que la persecución no se ha desencadenado contra los discípulos de Jesús aunque éstos han sido objeto de acosos y presiones (10, 32 y ss.) y la proscripción puede hallarse cercana (12, 4).[1] La esperanza de estos creyentes ha de ser que «el que ha de venir vendrá, y no tardará» (10, 37) y su respuesta debe encarnarse en una fe que resista hasta el momento final (10, 38-12, 2), siguiendo el ejemplo de Jesús (12, 3 y ss.).
En la epístola de Judas, pese a las posibles relaciones con 2 Pedro,[1] el mensaje sobre el retorno de Jesús aparece muy diluido —a menos que se interprete el versículo 3 como una referencia al mismo— pero se sitúa la esperanza del fin de los santos maestros también en la venida del Señor (v. 14 y ss.).
En cuanto al cristianismo paulino, la idea de una segunda venida de Jesús aparece como uno de los hilos fundamentales de su tejido teológico. Las dos cartas a los Tesalonicenses están dedicadas de manera casi monográfica al tema[1] y a algunos problemas pastorales relacionados con el mismo. En Romanos (especialmente 9-11), la mencionada creencia es relacionada, como en el discurso petrino aludido antes, con el arrepentimiento previo de Israel y, tesis novedosa al menos en lo relativo a su exposición, la previa conversión de los gentiles (Rom. 11, 25 y ss.).[1]En 1 Cor.,[1] también aparecen referencias a esta doctrina en relación, especialmente, con la resurrección (c. 15), la celebración eucarística (11, 26), los carismas espirituales (13, 10), etc.
En términos generales, podemos, pues, señalar que la fe en que Jesús volvería —nacida en el seno del judeo-cristianismo asentado en Israel— desempeñó un papel de primer orden en el cuerpo de doctrinas de este movimiento, pero, lo que no es menos importante, determinó su actitud frente a la problemática de la nación judía a la que pertenecía. Sucediera lo que sucediese, los discípulos no debían optar por otra salida que la que ya habían visto en Jesús: paciencia, no resistencia, no violencia y confianza en Dios. Era seguro que si Aquél había reivindicado a Jesús, «Siervo sufriente» y «piedra rechazada», también los reivindicaría a ellos. Tal tesis sería, de hecho, repetida en el judeo-cristianismo de la Diáspora precisamente cuando, sin haber llegado a ella, se hacía previsible el estallido de alguna forma de proscripción, y no resulta menos evidente en el seno del paulinismo.[1]
Al mismo tiempo, parece que existía la creencia de que Israel seguía teniendo en cierta medida la clave para acelerar tal retorno con sólo mostrar su arrepentimiento y volverse hacia el Mesías de Dios. El que Pablo explicara el endurecimiento parcial de los judíos como una providencia divina encaminada a permitir la entrada de los gentiles en las bendiciones mesiánicas no parece que alterara el cuadro general. El resucitado volvería y todo debía ser contemplado a la luz de esa confianza inquebrantable en los «tiempos de refrigerio» mesiánicos.
CONTINUARÁ
May 14, 2016
God Will Make a Way (Sendas Él hará)
Igual que si, en un ascensor repleto de gente, se hubiera marchado el fluido eléctrico y no pudiéramos subir, bajar o salir nos sentimos atrapados y sin la menor posibilidad de escapar de una situación asfixiante. En situaciones así, es fácil convertirse en presa fácil del desaliento e incluso caer en las zarpas de la desesperación. Parece que existe salida para nuestras existencias más allá de la angustia, la ansiedad, el sufrimiento o la depresión. Sin embargo, la realidad es que sí que existe una salida.
Lo que acabo de afirmar es algo que, personalmente, he podido comprobar en los momentos más decisivos y difíciles de mi vida. De repente, generalmente de manera totalmente inesperada, ha aparecido un camino, una senda, una vía y ha sido, por añadidura, de forma mejor y ascendente. Ese camino, esa senda, esa vía las ha trazado siempre Dios y, habitualmente, ha sido así contra todo pronóstico. Esa experiencia que yo he vivido y sigo viviendo – y que me consta que es la de millones de creyentes a lo largo de la Historia – esel tema de esta hermosa canción: cuando no hay camino, Dios lo hará.
En medio de un desierto, aparecerá agua; en medio de la lejanía, El aparecerá a nuestro lado; en medio del lugar a ninguna parte, aparecerá un camino hecho por El. Será así no por nuestros méritos o merecimientos sino porque El es amor.
He escogido la versión inglesa y española de Don Moen.. También he añadido la versión española de Juan Carlos Alvarado. Espero que las disfruten, pero lo más importante no es tanto los sentimientos que pueda despertarle esta hermosa canción en ustedes sino la realidad que ensalza, la de que Dios puede trazar y traza caminos donde no los hay. Esa realidad es la que yo invito a vivir a todos aquellos que ahora mismo no ven salida a la vida, a la existencia, quizá a nada. Acudan a Dios a través de Jesús el mesías y ruénguenle que abra un camino. Sin la menor duda, como dice la canción, sendas El hará. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
Esta es la versión inglesa de Don Moen
www.youtube.com/watch?v=RsMAXhc0QTs
Aquí va Don Moen en español
www.youtube.com/watch?v=uBlOlCT0gAQ
Y ésta es la versión española de Juan Carlos Alvarado
May 13, 2016
Los libros profeticos (XVI): Jeremias (VII): el mensaje (IV): el cumplimiento (c. 33-45)
Jeremías, ciertamente, era un profeta de Dios y, de manera contundente, todo aquello que, a lo largo de décadas, señaló que sucedería, efectivamente aconteció.
Es cierto que Jeremías había transmitido las palabras que indicaban que aquellos que clamaran a Dios recibirían Su respuesta y conocerían cosas ocultas en las que no habían ni siquiera pensado (Jeremías 33: 3). Es cierto que las bendiciones que Dios había anunciado provocarían temor y temblor en los que las contemplaran (33: 9). Es cierto que el mesías de la estirpe de David – que se llamaría YHVH nuestra justicia – salvaría a Su pueblo (33: 14-17). Sin embargo, esas grandezas a largo plazo no evitaban que contemplara el presente. Jeremías tuvo que advertir al rey Sedequías de que Jerusalén sería totalmente arrasada por el rey de Babilonia (34: 7 ss) e incluso tendría que avergonzar a otros judíos indicando como los recabitas, a fin de cuentas una tribu que no pertenecía a Israel, presentaban una integridad que era impensable en el seno del reino de Judá (35). No por ello tuvo éxito alguno. El rey quemaría el libro donde se recogían las palabras de Jeremías (c. 36) y Jeremías y su asistente Baruc hubieran seguramente muerto de no haberlos escondido Dios (36: 26).
A medida que el final de Jerusalén se acercaba, que la aniquilación del reino de Judá se convertía en irreversible y que todos podían ver que Jeremías sólo había anunciado la verdad contra viento y marea, su suerte se fue convirtiendo en una existencia cada vez más peligrosa. Sedequías escuchó todavía a un Jeremías que parecía ver en el futuro lo que nadie había visto, pero eso no evitó que el profeta fuera arrojado en la prisión (c. 37) ni tampoco que se le lanzara a una cisterna de la que se esperaba que no saliera vivo (c. 38). Sin embargo, no el tren de la Historia sino los planes de Dios se impusieron. Jerusalén cayó ante el brutal empuje de las fuerzas de Nabucodonosor II, rey de Babilonia (c. 39) y Guedalías no logró establecer un sucedáneo del reino a causa de la perversión que invadía totalmente a Judá (c. 40-41).
No deja de ser trágico que entonces, cuando ya era tarde, cuando ya nada tenía remedio, cuando no se podía evitar el desastre, los supervivientes escasos de aquella época aciaga se acercaran a Jeremías reconociendo que era un profeta y manifestando su intención de hacer ahora aquello a lo que los había llamado durante años: obedecer a la voz de Dios (42: 1-6). Sin embargo, a pesar de todo, se trataba sólo de palabras. Cuando Jeremías les comunicó que debían permanecer en aquella tierra y esperar con confianza la bendicón de Dios (42: 7 ss), su respuesta fue desobedecer y buscar la seguridad no en El sino en Egipto (42: 8 ss). De nada sirvieron, las nuevas advertencias del profeta (44: 7).
¿Demasiada sordera la de aquella gente? Sin duda, pero no fueron los únicos. Jeremías tendría que transmitir a su asistente, al que había estado a su lado en las peores tribulaciones, al que le había sido de enorme ayuda que no debía esperar la gloria, la fama ni la fortuna por su labor. A decir verdad, debía contentarse con lo que Dios le daba: salvar la vida en medio de aquella inmensa tragedia (c. 45).
Y es que no puede decirse que el profeta vaya a tener una existencia fácil. Verá lo que sucede y sucederá, pero eso no garantiza en absoluto que será escuchado. Mostrará el camino a sus coetáneos, pero eso no garantiza en absoluto que será escuchado. Les advertirá de las consecuencias directas de su comportamiento en ámbitos como el espiritual, el religioso, el político, el económico y el social, pero eso no garantiza en absoluto que será escuchado. Llorará porque sabe en que concluirá todo, pero eso no garantiza en absoluto que será escuchado. Llamará una y otra vez a las gentes a la conversión como única manera de evitar el desastre, pero no garantiza en absoluto que será escuchado. Incluso contará con gente cercana que no sacará las conclusiones adecuadas porque pensará más en sus intereses personales. Sin embargo, al fin y a la postre, el profeta será fiel y, sobre todo, será reivindicado por el Dios de la Historia, Aquel que no hace nada sin comunicárselo antes a Sus siervos los profetas (Amós 3: 7).
CONTINUARÁ
Lectura recomendada: capítulos 34, 35, 36, 44, 45.
May 12, 2016
Mi Buenos Aires querido… (II): Desde la Plaza de Mayo
En ella se concentran más de cuatro siglos de Historia. Levantada por Juan de Garay en 1580, albergó desde sus inicios el edificio del Cabildo desde donde se gobernó la colonia y también desde donde se proclamó la independencia en mayo de 1810. Los argentinos fueron los primeros en buscar la emancipación de España quizá porque su identidad peculiar se había forjado antes que la de otros hispanoamericanos. Me atrevería incluso a decir que comenzó a cristalizar de manera heroica y trágica a la vez cuando, unos años antes de la proclama, siendo todavía dominio español, lograron repeler las invasiones inglesas. No eran, como en otros casos, una parte de colonia que deseara seguir siendo española o que pretendiera vengar los agravios indios o que, simplemente, ansiara perpetuar el poder de una oligarquía local en poco o nada diferente del dominio virreinal. No. Adelantados en el tiempo y en las ideas a no pocos de los otros hispanoamericanos, existía un impulso por crear no sólo una entidad independiente sino mejor que aquella que había existido hasta entonces.
A unos metros del cabildo, se encuentra la catedral en la que reposan los restos de José San Martín, el libertador de Argentina, uno de los personajes más extraordinarios de la Historia americana y, a la vez, un símbolo de sus contradicciones y una clave para entender su destino bien diferente al de la América del norte. Desde muchos puntos de vista, San Martín no tiene nada que envidiar a los Padres fundadores de Estados Unidos. Fue, sin ningún género de dudas, mucho mejor militar que George Washington que lo hubiera pasado muy mal sin el apoyo de las marinas francesa y española. San Martín participó incluso en una de las pocas derrotas asestadas al ejército napoleónico, la librada en suelo español, en la cercanía de Bailén. Tampoco estuvo San Martín por detrás de Washington en la ambición de lo mejor para su pueblo. Sin embargo, los resultados fueron bien dispares. La razón estaba en los cimientos. Washington, como los Padres fundadores, construyeron sobre la base de un protestantismo puritano que extraía su fuerza de la Biblia. San Martín, como Bolívar, debían edificar sobre una sociedad hispano-católica. Ambos intentaron suplir las enormes carencias para construir una sociedad libre con el recurso a la masonería, pero las logias no son el caldo de cultivo de la democracia sino del poder en la sombra. Bolívar acabó desengañado de aquella proximidad y decretando la ilegalización de las sociedades secretas – lo que le costó un atentado y su retiro de la política – San Martín incluso abandonó Argentina y falleció en Francia. Sin duda, dos destinos trágicos para dos grandísimos hombres. Me dicen que los restos mortales de San Martín no descansan, en realidad, en el interior de la catedral sino fuera de la misma aunque la placa conmemorativa se encuentre, con una guardia militar, en el seno de una capilla. Se trataría, pues, de un símbolo insuperable: San Martín amaba tanto la libertad que no podía tener cabida dentro de una catedral católica. Su grandeza, sin embargo, obligaba incluso a realizar concesiones a las autoridades eclesiales.
La vista, acompañada por unos pies que se sienten especialmente ligeros, recorre el lugar y se desvía a las cercanías. Más allá de los edificios de la legislatura, del Banco de la Nación, del palacio de gobierno y de la pirámide de mayo llama poderosamente la atención la Casa Rosada, el equivalente argentino de la Casa Blanca. Su construcción comenzó en 1862 en el lugar donde antes se alzó el Fuerte viejo. No es tan imponente como su equivalente en Washington, pero sigue resultando impresionante y extrañamente familiar, como provista de un aliento español.
Mi consejo – modesto por la inexperiencia – es que no se queden en la plaza sino que se desplacen hacia sus alrededores. Lugares como el Café Tortoni – donde me permití posar al lado de las estatuas de Borges, Gardel y Rosa Chacel – o el Palacio Barolo (ambos en la avenida de mayo) resultan obligados. El primero porque es uno de los cafés más hermosos del mundo – sí, más que el Gijón, lo siento – el segundo porque encierra una historia absolutamente mágica ya que su constructor se inspiró en la Divina Comedia de Dante y las leyendas afirman que desde él se puede pasar al paraíso, pero también franquear las puertas del infierno. Es más, el edificio sería una de las jambas del lóbrego lugar hallándose la otra en el vecino Uruguay.
Si además prosiguen hasta el teatro Colón – uno de los más impresionantes de todo el globo – o el obelisco de la Avenida del 9 de julio, erigido en 1936, podrán considerar que el paseo ha merecido más que la pena. Habrá sido así porque además, de camino, se podrán detener en infinidad de librerías de todo tipo donde se encuentran los textos más inesperados. De ello doy fe más que nunca sin ánimo de ser exhaustivos.
La noche del día en que yo pasé ante estos edificios rezumantes de Historia y de cultura la rematé en Puerto Madero, un extraordinario enclave nacido del deseo de dotar de un nuevo puerto a la ciudad de Buenos Aires. Un amigo cercano y español me dijo cierta vez que lo que de estético, delicado y hermoso hay en el alma argentina debe atribuirse no a la herencia hispana sino a la italiana. Se puede aceptar o disentir, pero su razón para afirmarlo era, precisamente, Puerto Madero. “Esto – y citaba el nombre de un conocidísimo constructor españos – lo habría arrasado para levantar edificios horribles. Naturalmente, después de haber sobornado a políticos. Los argentinos, sin embargo, le han dado este gusto…”. Y, ciertamente, gusto es lo que mejor define a Puerto Madero donde construcciones feas y viejas han sido prodigiosamente transformadas en edificios gráciles con apartamentos modernos y comercios elegantes. Por la noche, el buque museo fragata Presidente Sarmiento aparece como un ejemplo de lo que se podría hacer en no pocos puertos españoles y, desde luego, no se lleva a cabo.
Ah, Buenos Aires es todo esto que apenas acierto a describirles. Es la aventura colonial llevada casi hasta el fin del mundo – de la época, claro está – la defensa de la tierra frente a las agresiones extranjeras, la independencia no rechazando la lengua ni la Historia común sino buscando un futuro mejor, las contradicciones entre lo soñado y lo vivido, el arte refugiado en un café delicioso, la cultura albergada en infinidad de estantes rebosantes de libros, las puertas del paraíso y la posibilidad oculta de descender hasta el Hades. Pero también es mucho más. Espero mostrárselo así en las próximas entregas.
CONTINUARÁ
May 10, 2016
El legado del cristianismo en la cultura occidental
Les incluyo una de esas entrevistas que estuvo relacionada con mi libro El legado del cristianismo en la cultura occidental, publicado en Estados Unidos, pero accesible a través de distribuidoras como www.amazon.com Espero que la disfruten. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
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May 9, 2016
Corría el Año: El fascismo italiano
El fascismo unía el socialismo – no-marxista, eso sí – al nacionalismo lo que explica su enorme capacidad de fascinación. Nadie lo reconocerá, pero no sólo el peronismo sino también muchas de las medidas adoptadas por los gobiernos democráticos de posguerra tuvieron una clara inspiración fascista. Quizá ese fascismo hubiera sido una tercera vía en la posguerra si se hubiera aliado con Gran Bretaña en vez de con el III Reich. No fue así. Razón de más para conocerlo a fondo y más allá de las condenas justamente sufridas. A fin de cuentas, Mussolini trazó todo un esquema para destruir desde dentro los sistemas democráticos y Hugo Chávez o Evo Morales – mal que les pese a muchos – le deben mucho más a ese modelo fascista que, por ejemplo, a Lenin.
Disfruten, pues, este Corría el año… en el que nos acercamos a este fenómeno histórico cuya influencia llega hasta hoy.
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