César Vidal's Blog, page 81
May 8, 2016
“Mi Buenos Aires querido…” (I): la capital de un imperio que nunca existió
No lo es porque no hay una capital en Hispanoamérica – al menos, hasta donde yo sé – que se le pueda comparar. México DF, Lima, Bogotá son extraordinariamente hermosas y en ellas he disfrutado de paseos inolvidables, pero Buenos Aires es algo distinto. Alguien la describió como “la capital de un imperio que nunca existió” y en esa definición hay no escasa verdad. De hecho, en todo el continente sólo Nueva York, quizá Washington, podrían aguantar la comparación con Buenos Aires. En el resto del mundo, quizá sólo una decena de ciudades podrían competir – en España, sólo Madrid – aunque sin tener la menor seguridad de ganar en el enfrentamiento.
Pasear por Buenos Aires significa surcar avenidas que parecen arrancadas de París, bloques de casas que podrían ser londinenses y calles enteras que parecen extraídas del madrileño Barrio de Salamanca. Pero no se trata sólo de esos parecidos – no pocas veces mejorados – que saltan a la vista. Quizá el secreto se encuentre en su inmensa vitalidad que te envuelve y te arropa con una incomparable sensación de calidez. Dicen que Buenos Aires tiene más teatros que ninguna ciudad del mundo y muy posiblemente es verdad, pero lo relevante es que esos teatros presentan una oferta extraordinaria que no incluye bodrios del tipo de 4 boludos.com sino que va desde los clásicos de la escena a novedades dramatúrgicas pasando por una ópera china que sólo puede contemplarse en Nueva York o en la propia china. Esos teatros están además llenos. Esos teatros mantienen obras en cartel durante años. Esos teatros no padecen un IVA del 21 por ciento como el creado por Cristóbal “Nosferatu” Montoro. Esos teatros conmueven sólo con verlos a alguien como yo que ama cordialmente el teatro.
No hablemos ya de las librerías… o sí, hablemos. No existe una ciudad en el mundo que tenga tantas librerías por metro cuadrado como Buenos Aires. Son de todo tipo. La cadena El Ateneo cuenta incluso con una que fue antaño un antiguo teatro – un experimento que he visto aunque no de manera tan extraordinaria en Sevilla – pero además están las Cúspide y, sobre todo, se suman innumerables las librerías de segunda mano o las librerías más tradicionales. Todas son excelentes lo mismo si publican sus propias colecciones, si saldan libros, si se hacen eco de las últimas novedades. Todas están llenas de compradores lo que demuestra que se mantienen abiertas porque los bonaerenses leen y leen mucho. Leen cultamente también. Basta ver los escaparates para comprobar que les pueden interesar los nacionales Borges o Aguinis, pero también Chéjov o La Ilíada. No sólo eso. Además son editoriales argentinas las que los editan.
Constituye un placer indescriptible el partir de la Plaza de mayo, pasearse ante el Cabildo desde el que los españoles gobernaron estas tierras y desde el que también se proclamó la independencia – primera nación de Hispanoamérica en conseguirla fue Argentina – cruzar ante la catedral donde se halla enterrado a medias – ya lo contaré otro día – José San Marín; contemplar la Casa Rosada y los que ante ella protestan recordando la derrota de las Malvinas y, sobre todo, ir recorriendo las librerías que pespuntean esas vías y otras muchas. Incluso llegar al café Tortoni donde el chocolate es más liviano que en Madrid, pero los churros excelentes, es una dulce senda que pasa por una sucesión gratísima de librerías.
Es tanta la vitalidad, la cultura, la energía que se percibe en estas calles de Buenos Aires que cuesta creer que la nación esté en crisis. Y es que si Buenos Aires es una sociedad en crisis, ay, entonces España se está muriendo. Pero de todo hablaremos en su momento.
CONTINUARÁ
May 7, 2016
Jesús, el resucitado
LA IDEOLOGÍA DEL JUDEO-CRISTIANISMO EN EL ISRAEL DEL SIGLO I (XVIII): LA ESCATOLOGÍA (I): Jesús, el resucitado
En las entregas anteriores hemos examinado la visión específica que el judeo-cristianismo tenía del tiempo presente y de cómo éste era contemplado como una era pletórica de la acción del Espíritu Santo. Hemos analizado asimismo el tipo de fenómenos que contribuyeron a alimentar esta perspectiva y la forma en que la misma se conectaba con la visión específica relacionada con la angelología y la demonología. En esta entrega nos adentraremos en las raíces de esa visión y en la forma en que la misma se proyectaba hacia el futuro. Antes, sin embargo, debemos formular algunas precisiones en relación con su denominación específica.
El denominar escatología a esta parte de la ideología judeo- cristiana surge de un mero convencionalismo que, no obstante, nos parece sustancialmente exacto. Como han señalado tanto el profesor F. F. Bruce[1] como J. Carmignac,[1] al no restringirse actualmente el término «escatología» a la discusión sobre las últimas cosas (muerte, juicio, cielo, infierno, etc.) y verse unido a calificativos como «realizada», «inaugurada» y otros, se ha producido una evidente confusión en lo que se refiere a su significado, de manera que quizá resultaría conveniente su sustitución por alguna otra palabra que conservara precisamente el contenido primitivo del término. No es eso lo que nosotros vamos a hacer, pero sí deseamos subrayar que el término «escatología» y sus derivados («escatológico», etc.) reciben en este estudio el significado primitivo de los mismos, es decir, lo relativo a las postrimerías, a las últimas cosas y, más concretamente, a la resurrección, la segunda venida de Cristo y la consumación de los tiempos.[1]
Asimismo queda incluido en este capítulo todo lo relativo a la soteriología y a la manera en que ésta influyó en la ética de los judeo-cristianos . La razón fundamental reside en que, como tendremos ocasión de ver, la soteriología judeo-cristiana en Israel no plantea tanto una vía para «ir al cielo» —si se nos permite la inexacta, pero ilustrativa expresión— cuanto la manera de evitar el juicio condenatorio del Jesús que retoma y que otorgará su recompensa a los que creyeron en él. Sin más preámbulos, analicemos los aspectos contenidos en estas nuevas entregas.
Jesús, el resucitado
Pocas dudas puede haber en cuanto a que el hecho determinante que evitó la disolución del grupo de seguidores de Jesús, tras la ejecución vergonzosa de éste, fue la firme creencia y total convicción de que había resucitado. Desborda con mucho los límites del presente estudio el entrar en la naturaleza de las experiencias que determinaron esa certeza, así como en el análisis de los datos que al respecto suministran las diversas fuentes. Sí debe señalarse que las teorías «explicativas» no han sido pocas. Entre ellas destacan, por su posterior repetición con escasas variaciones, la del robo (H. M. Reimams),[1] la del «desvanecimiento» (H. Schonfield),[1] y la de la confusión de las tumbas (K. Lake).[1] Pero, sin duda, las más convincentes, a nuestro juicio, en la medida en que permiten hacer justicia a los datos de las fuentes, a la reacción psicológica de los discípulos de Jesús y a la conversión de incrédulos opuestos al colectivo (Pablo, Santiago), son las que admiten la veracidad de las apariciones, bien proporcionándoles un contenido subjetivo u objetivo.
Un ejemplo clásico de la primera tesis es la afirmación de R. Bultmann que señala que «el historiador puede quizá hasta cierto punto explicar dicha fe basándose en la intimidad personal que los discípulos habían tenido con Jesús durante su vida terrenal y de esta forma puede reducir las apariciones de la resurrección a una serie de visiones subjetivas».[1] Con todo, y aunque tal tesis haría fortuna entre sus discípulos y otros autores,[1] no parece que el mismo Bultmann estuviera completamente convencido de la misma.[1] Por otro lado, tanto W. Milligan,[1] en el pasado, como W. Pannenberg,[1] más modernamente, parecen haberla refutado de forma contundente.
Desde nuestro punto de vista, y sin entrar en la naturaleza de los hechos —lo que excede el objeto de nuestro estudio—, nos parece más sólido aceptar que, como ha señalado G. E. Ladd, «la fe no creó apariciones; sino que las apariciones crearon la fe», aunque «decir que estas apariciones milagrosas forzaban la fe es ir demasiado lejos».[1] O bien indicar con F. F. Bruce[1] «que esta “fe en la resurrección” de los discípulos es un hecho histórico de importancia primordial, pero identificarlo con el suceso de la resurrección es confundir la causa con el efecto. De no ser por el suceso de la resurrección no habría existido fe en la resurrección. Pero la fe en la resurrección juntó de nuevo a los dispersados seguidores de Jesús, y a las pocas semanas de su muerte aparecen como una comunidad coherente, vigorosa y autopropagadora en Jerusalén».
Sólo la aceptación de que se produjeron una serie de hechos, de carácter histórico[1], que los discípulos los interpretaron como prueba de la resurrección de Jesús permite comprender la evolución del golpeado movimiento, la captación por el mismo de antiguos opositores y su potencial expansivo posterior.[1] Baste decir que, como ya hemos señalado anteriormente, la misma no sólo se concebía como base fundamental de la fe en Jesús, sino que además influyó decisivamente en la conversión de personajes originalmente hostiles a ella.
Escribiendo en los años cincuenta, Pablo ya relata una tradición (1 Cor. 15, 1 y ss.) donde se recoge la afirmación de que Jesús se había aparecido resucitado no sólo al grupo de los Doce, sino también a varios centenares de discípulos de los que la mayoría seguía vivo, además de a Santiago, su hermano, y a él.[1] La forma en que el historiador debe acercarse a esta experiencia concreta ha sido señalada de manera ejemplar, a nuestro juicio, por J. P. Meier, al señalar: «Que hubo testigos conocidos por nombre que pretendieron que el Jesús resucitado se les había aparecido (1 Cor. 15, 5-8), que estos testigos incluían discípulos del Jesús histórico que lo habían abandonado por miedo y que realizaron un notable volte face tras su desdichada muerte, que estos discípulos no eran incompetentes dementes, sino gente capaz de la propagación inteligente de un nuevo movimiento, y que algunos de estos discípulos entregaron sus vidas por la verdad de sus experiencias relacionadas con la resurrección —son todos hechos históricos. El cómo la gente reaccione ante esos hechos y ante el Jesús histórico le lleva a uno más allá de la investigación empírica introduciéndolo en la esfera de la decisión religiosa, de la fe y de la incredulidad.»[1]
Desde luego, la creencia en la resurrección de Jesús parece haber sido el nervio fundamental de la predicación judeo-cristiana en Israel, hasta el punto, según queda de manifiesto en noticias de las fuentes, de que nadie que no hubiera experimentado algún tipo de visión de Jesús resucitado podía acceder al apostolado (Hch. 1, 22 y ss.). Por cierto que esta circunstancia suele pasarse por alto cuando se habla de apóstoles distintos a los Doce o de sucesión apostólica.
Los discursos de la primera parte del libro de los Hechos otorgan un lugar decisivo a la proclamación del hecho de que Jesús había resucitado. A tenor de los mismos se desprende que los judeo-cristianos de Israel consideraban que si se podía estar seguro de que la experiencia pentecostal era de Dios e indicaba el comienzo de una nueva era, se debía, al menos en parte, al hecho de que Jesús había resucitado (Hch. 2, 22-24) y que de ello eran testigos los discípulos (Hch. 2, 32). Si se producían curaciones relacionadas con los miembros de la comunidad, se debía a la fe en el nombre del resucitado (Hch. 3, 12-16; 4, 9-10), de lo cual los discípulos eran testigos (Hch. 3, 15; 4, 10). Si los antes atemorizados discípulos se enfrentaban ahora con las autoridades, había que atribuirlo a su fe en que Jesús había resucitado y a que ellos eran testigos (Hch. 5, 30 y ss.). No es difícil ver a la luz de esta fuente que la clave sobre la que giraba no sólo la actitud de los discípulos, sino su mensaje e incluso su interpretación de las Escrituras (Hch. 2, 25-28; 2, 35-6, etc.) y del entorno (Hch. 2, 16 y ss.) era la creencia en que Jesús había resucitado.
En Apocalipsis, las referencias a la resurrección de Jesús están ya considerablemente cargadas de significado teológico y la interpretación del suceso reviste un contenido muy desarrollado, circunstancia de enorme interés si tenemos en cuenta lo primitivo de la fuente. Así 1, 18 describe a Jesús resucitado como «el que vivo, y estuve muerto; más vivo por los siglos de los siglos» (¿una descripción que intentaba marcar distancias con los cultos orientales, en que la divinidad moría y resucitaba anualmente?), y tal circunstancia aparece —como en Pablo— como garantía de que habrá una resurrección al fin de los tiempos.[1] Una figura relativamente similar —aunque se omite en sí la referencia concreta a la resurrección— es la representada por el niño varón, al que intentó matar el Dragón (Ap. 12, 4), que es descrito con categorías mesiánicas (Ap. 12, 5) y que fue ascendido hacia Dios y su trono (Ap. 12, 5).[1]
La creencia en la resurrección de Jesús aparece también en el judeo-cristianismo de la Diáspora, donde se conecta directamente con el renacer espiritual del creyente (1 Pe. 1, 3) y con la salvación simbolizada por el bautismo (1 Pe. 3, 21). De la carta a los Hebreos parece desprenderse que la creencia en la misma —muy posiblemente ligada a la de la resurrección general— resultó esencial en el judeo-cristianismo de la Diáspora (Heb. 6, 2).
En cuanto al cristianismo paulino, resulta evidente el lugar central que ocupa en él su predicación de la resurrección (1 Cor. 15). En palabras del mismo Pablo, «si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana es también nuestra fe» (1 Cor. 15, 17). Ef. 2, 19 y ss. afirma incluso que el poder de Dios que actuó en la resurrección de Jesús se mueve actualmente en medio de la comunidad cristiana.
Las huellas de judeo-cristianismo son palpables no sólo en el origen de la tradición que Pablo utiliza (1 Cor. 15, 1 y ss.), sino también en su forma de expresión. De hecho, Flp. 2, 5 y ss. recuerda en su esquema temporal (no tanto en cada uno de los motivos) al reflejado en Ap. 12 (descenso desde el cielo, mesianismo, ascensión al cielo). Una vez más, el origen de una creencia trascendental y decisiva en el seno del cristianismo derivaba del judeo-cristianismo afincado en Israel[1] y, como ya hemos señalado, la misma resulta de importancia incuestionable a la hora de entender la actitud de los judeo-cristianos frente al entorno, su visión del mismo, su vivencia cotidiana y su proyección hacia el futuro.
CONTINUARÁ
The Sacrifice Lamb
Entre los mejores grupos – quizá incluso el mejor – de música mesiánica estuvo hace años Lamb. Sus letras eran magníficas y sus melodías resultaban frescas. De entre sus composiciones, siento una especial querencia por la que traigo hoy. La canción comienza formulando una sencilla pregunta: “¿Has oído alguna vez que el mesías ya ha venido?”. Y a esa pregunta se va sumando luego una descripción sencilla y enormemente relevante, la que afirma que ese mesías es el cordero del sacrificio cuya sangre limpiaría de pecados al que se acercara a él. “Pagó nuestros pecados para que pudiéramos encontrar vida”, concluye la canción y lo hace tras indicar que todos debemos adoptar una decisión frente al mesías ya llegado.
Ése es, fundamentalmente, el anuncio del Evangelio predicado en las Escrituras. El Siervo-mesías descrito en Isaías 53, unos ocho siglos antes del nacimiento de Jesús, sería ejecutado por la salvación de muchos. Dado que perecería gracias a la acción de las autoridades religiosas, los judíos lo considerarían castigado directamente por Dios – una afirmación que aparece, por ejemplo, en el Talmud – pero, en realidad, sería el instrumento de salvación utilizado por Dios. Su sangre limpiaría de todo pecado al que se acercara a él mediante la fe e inauguraría el Nuevo Pacto anunciado por Jeremías (Jeremías 31). Esta canción – de la que no existe versión española – recoge hermosamente el llamado a aceptar a ese mesías que ya ha venido.
Les incluyo tres versiones. La primera es la original de Lamb; la segunda es en directo y la interpreta su compositor Joel Chernoff y la tercera es una versión reciente de Joshua Aaron. Espero que las disfruten, pero recuerden que lo más importante no es la belleza de la composición sino que el mesías ha llegado.
Ésta es la versión original de Lamb
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Aquí tienen a Joel Chernoff en vivo
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Ésta es la versión más moderna de Joshua Aaron
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May 5, 2016
Los libros profeticos (XV): Jeremias (VI): el mensaje (III): el cansancio del profeta (c.12-32)
La reacción frente a esos incómodos profetas suele ser doble. O bien se lo sustituye por falsos profetas que repiten lo que interesa al stablishment o bien se persigue encarnizadamente al profeta. Ambas situaciones no son ni mucho menos incompatibles sino que suelen ser complementarias. No sorprende que en ese contexto, el profeta se sienta muchas veces abrumado por su labor frecuentemente ingrata. Pero una cosa es que el profeta se lamente y otra bien diferente que Dios se pliegue a sus deseos. Cuando Jeremías se queja – con razón – del pésimo panorama (12: 1-4), Dios le responde que lo peor está por venir y que si ya se cansa, lo que viene no va a ser más calmado (12: 5). A fin de cuentas, incluso muchos que son cercanos se alzarán contra él y, por lo tanto, no hay que creerlos ni siquiera cuando hablan bien de él (12: 6).
No es una exageración. Las señales que, vez tras vez, recibe Jeremías – el cinturón podrido, las tinajas llenas… (13: 1-14), la sequía (14: 1 ss), el alfarero y el barro (18: 1 ss), la vasija rota (19: 1 ss) – apuntan a la realidad inquietante de que Judá será llevado al cautiverio a causa de sus culpas (13: 15-27; 15: 1-14; 16: 1-21). Dios es justo y, finalmente, pedirá cuentas con justicia. No hará entonces diferencia entre un pueblo y otro.
La tentación de desfallecer, de pactar, de callar es enorme para el profeta, pero, en esas ocasiones, Dios lo alienta y le dice que lo protegerá incluso en las peores situaciones. Sólo debe mantenerse firme y no amoldarse a lo que desea la sociedad a la que advierte (15: 19-21).
Por que – seamos realistas - Jeremías no podía esperar una reacción grata a sus palabras. Lo mismo profetizaba contra el clero (20: 1-6) que contra los reyes (22: 1- 12) o los falsos profetas al servicio del sistema (23: 9 ss). En ocasiones, Jeremías sentía que Dios lo había “liado” (20: 7) y la palabra empleada es muy fuerte en hebreo. Sirve, por ejemplo, para expresar la conducta del barbián que enreda a una muchacha de tal manera que nueve meses después nace una criatura. Así se sentía Jeremías en ocasiones, como alguien que llevaba sobre los hombros una carga demasiado grande. Sin embargo, Jeremías no era ni un amargado ni un descreído. Tras abrir su corazón sangrante que se veía desbordado por lo que sucedía a su alrededor sólo podía proclamar su fe en la justicia de Dios (20: 11). A fin de cuentas, el corazón del hombre es engañoso (17: 9) – un pasaje que inspiró no poco a los Padres fundadores de Estados Unidos – y sólo un resto de entre aquellos que se consideran pueblo de Dios y que son, en realidad, víctimas de los clérigos es realmente parte de él (23: 1 ss). De ahí que la nación esté, en su mayoría, podrida hasta la médula (c. 24) y que haya que esperar setenta años - ¡setenta años! – para ver una restauración nacional (c. 25). Es comprensible que Jeremías se sintiera abrumado.
No puede tampoco causar sorpresa que, en medio de esos anuncios, Jeremías fuera objeto de amenazas de muerte, que los clérigos de la religión oficial lo acusaran o que arrojaran sobre él la injuria de que era contrario a la nación (c. 26). Posiblemente, el profeta no puede esperar otra cosa aunque ame profundamente a su pueblo y se duela más que muchos por sus males. También sabe que si derraman su sangre, será una sangre inocente la que recaerá sobre aquellos que hayan perpetrado el crimen (26: 15).
A fin de cuentas, los falsos profetas seguirán pintando colores halagüeños a la vez que carentes de veracidad (c. 28) mientras que el verdadero apuntará a una restauración que sólo será posible si se busca de todo corazón a Dios (29: 12-13) porque el no escuchar los avisos de los profetas tiene siempre como consecuencia el desastre (29: 18-19).
Judá estaba sumido en una profunda crisis que tiene no pocos paralelos en otros episodios históricos. Al final, su esperanza estaría en un Nuevo Pacto (31: 27 ss) totalmente distinto al que se había inaugurado en la época de Moisés. Sería ese Nuevo Pacto – y no otra circunstancia – lo que garantizaría el futuro espiritual de Israel. Jeremías así lo creía y, como muestra de su convicción, compró una propiedad para que quedara claro que, a pesar del desastre que se avecinaba, confiaba en que Dios tenía un futuro para Su pueblo (c. 32).
Pocas veces, se nos dará captar con más profundidad la vivencia honda de un profeta, un personaje que no es perfecto, pero que confía en Dios con todo su corazón. Puede sufrir bajo las presiones, puede padecer el rechazo agresivo del clero oficial, puede sentirse horrorizado ante los falsos profetas que arrastran al pueblo e incluso puede comprobar día a día que el ser humano como tal cuenta con un corazón que tiende a auto-engañarse. Incluso en ocasiones hasta puede que se le pase por la cabeza que Dios lo ha enredado para cumplir con la tarea de profeta. Pero, incluso en medio de las amenazas de muerte y de la persecución, en medio del sufrimiento y de las presiones, en medio del rechazo de los suyos y de la incomprensión, el profeta conoce que Dios es soberano y que nada escapa de Su Providencia; que incluso aquellos momentos de dificultad son una manera de que aprenda cada día a conocer a Dios y a mirar a sus coetáneos y que Dios nunca dejará de acoger a los que lo busquen de todo corazón. Es más. Prepara un Nuevo Pacto que inaugurará una nueva era para el género humano porque un remanente será fiel. Pocos mensajes pueden ser más prácticos y realistas.
CONTINUARÁ
Lectura recomendada: Capítulo 12, 13, 15, 17, 18, 20, 26, 29, 31, 32.
Yo soy anticomunista
Yo comprendo que haya gente que se sienta ofendida porque algunos nieguen el Holocausto o la existencia de las cámaras de gas. A esa cuestión dediqué yo mismo en 1994 mi libro La revisión del Holocausto demostrando que tras esa negación se escondía una agenda. El problema, sin embargo, es que, al sustituir el debate académico por el código penal, se abrió la puerta a que otras cuestiones históricas pudieran llevar a alguien a sentarse en el banquillo. No mucho después vino la penalización por negar que las acciones turcas con los armenios durante la I guerra mundial fueron genocidio. En España, hace años que se persigue castigar penalmente a los que no aceptan una versión de la guerra civil semejante a la fraguada por la Komintern. Ahora, en distintas naciones de Europa occidental, han decidido que el peso de la ley empapada de ideologización caiga sobre los opuestos al comunismo.
Dado que tal y como está el patio puede acabar sucediendo cualquier cosa y además algunos miembros de Podemos se encontraban en esta reunión, antes de que sea ilegal en la Unión Europea y en España y soliciten mi deportación por graves pecados pasados, me apresuro a decir que yo soy anticomunista. Lo soy por diversas razones.
Lo soy porque el comunismo creó el primer estado totalitario de la Historia antes que Mussolini o Hitler.
Lo soy porque el comunismo exterminó – y sigue exterminando - al doble de seres humanos que el criminal nazismo.
Lo soy porque el comunismo, más de década y media antes que Hitler, creó una red de campos de concentración donde murieron millones.
Lo soy porque, antes también que los nazis, el comunismo, por orden directa de Tujachevsky, comenzó a exterminar en masa a poblaciones civiles valiéndose del gas.
Lo soy porque, mucho antes de la creación de los Einsatzgruppen, ya utilizaba el comunismo camionetas con gas para asesinar a enemigos del régimen.
Lo soy porque, a diferencia de lo sucedido con la política de Hitler, las víctimas principales del comunismo fueron las gentes del propio país.
Lo soy porque convirtió a centenares de millones de personas en esclavos que no tenían ni siquiera autorización para desplazarse por el territorio de su nación de origen.
Lo soy porque no hubo derecho humano que no amenazara y quebrantara desde la posibilidad de crear y expresarse sin el yugo del estado a la propiedad privada pasando por la capacidad para crear y expresarse sin trabas.
Lo soy porque amo la libertad y ésta en cualquiera de sus manifestaciones ha sido siempre perseguida de manera despiadada por el comunismo.
Lo soy porque ha sido un perpetuo generador de miseria para los pueblos que ha esclavizado como sigue poniendo de manifiesto hoy en día Cuba o Corea del norte. A decir verdad, el comunismo sólo ha funcionado mínimamente cuando ha dejado de serlo.
Lo soy además a título personal porque buena parte de mi labor de historiador de los estados totalitarios ha venido relacionada con el estudio de la documentación soviética exponiendo en distintos libros la verdad de la acción de los agentes de Stalin en España (Checas de Madrid), de las Brigadas internacionales (Las Brigadas internacionales), verdadero ejército de la Komintern en la guerra civil en España, de la represión bolchevique (La ocasión perdida) y del genocidio comunista en suelo español y polaco (Paracuellos-Katyn). Precisamente, esa tarea de décadas – y no es algo de lo que me guste hablar - ha tenido costos notables en el plano personal hasta el punto de peligrar mi vida. Por añadidura, de una manera u otra, la mayoría de esos libros han terminado quedando fuera de la circulación.
Por estas y cien millones de razones más – una por cada uno de los inocentes a los que el comunismo arrancó la vida en el siglo XX – soy anticomunista. Dicho queda para cuando lo prohíban y se manifieste que no puedo volver a pisar suelo español ni territorio europeo sin temor a que me detengan.
May 3, 2016
Una lección de Gálatas
A pesar de no extenderse más de media docena de páginas, en sus capítulos se condensan diversos temas cuya relevancia llega hasta la actualidad. En concreto hay un versículo que me ha venido a la cabeza en las últimas semanas y que dice lo siguiente: “si os mordéis y os devoráis los unos a los otros, tened cuidado, no sea que os consumáis los unos a los otros”. La advertencia del apóstol es digna de reflexión. Hay situaciones en que las partes enfrentadas tienen la convicción de que pueden tragarse al adversario. A veces, resulta bien; a veces, no. Pero, en algunas de esas ocasiones, el enemigo al que se desea despedazar forma parte del mismo grupo social. Sin tener en cuenta el futuro del colectivo, pensando sólo en sus intereses, los rivales se lanzan a una guerra de todos contra todos. El resultado, en múltiples ocasiones, es que se produce el desplome del conjunto simplemente porque las dentelladas no han dejado a nadie a salvo. Los ejemplos históricos que corroboran la sabiduría de Pablo son múltiples. En la Historia reciente, UCD, la coalición que dirigió el paso de la dictadura hacia el régimen constitucional, constituye un paradigma que no debería olvidarse. Primero, se produjeron las intrigas de los democristianos empeñados en sustituir como fuera a un Suárez al que aborrecían aunque, en términos de presencia política, le debían casi todo. Después, los socialdemócratas comenzaron a hacerle guiños al PSOE buscando un acomodo mejor por eso de que eran como los rabanitos, es decir, rojos por fuera, blancos por dentro y siempre cerca del pan y de la mantequilla. Finalmente y a pesar del apoyo aplastante que tenía entre las bases, todos arremetieron contra Suárez hasta que dimitió. Lo que vino después es conocido. El partido saltó por los aires y la izquierda gobernó casi década y media. Ahora, cuando se filtran datos de Hacienda, cuando determinados medios sirven cualquier plato manipulado y amarillista, cuando es más que fácil manipular a las masas y cuando no pocos piensan más en su futuro que en el de la nación, no puedo dejar de temer que, finalmente, todo acabará consumido, como enseña la carta a los Gálatas.
May 2, 2016
¡Muy bien, señor presidente!
No voy a entrar en las cuestiones jurídicas de fondo. Personalmente, estoy convencido de que, en su caso, la interpretación de la Agencia tributaria era totalmente errónea como, en distintas ocasiones, han dejado de manifiesto los tribunales. Una reciente sentencia del Tribunal superior de justicia de Murcia ha señalado taxativamente que no es aceptable la manera en que la AT pretende que determinadas actividades paguen el IRPF y no el impuesto de sociedades siquiera porque la AT no puede imponer su propia interpretación para recaudar más. En esta cuestión, al parecer, Aznar prefirió pagar y no complicarse la vida. No comparto su conducta, pero la puedo entender. Ciertamente, la Agencia tributaria pierde más de la mitad de los procesos, pero se necesita mucha convicción para estar pleiteando una década – o más – contra ella. No ha sido tan flexible Aznar frente a esa conducta absolutamente intolerable e inconstitucional que consiste en airear los datos privados de los contribuyentes. Que lo haya hecho Hacienda mediante una norma “ad hoc” que establece que la ley de protección de datos rige, pero no en su caso, ya constituye una arbitrariedad indigna de una democracia. Que además los datos fiscales – convenientemente retorcidos – aparezcan en cualquier medio para luego acusar de defraudador al que mantiene una acción legal contra lo que considera un atropello de Hacienda es una iniquidad sin paliativos. De hecho, los incluidos en las listas suelen ser ciudadanos inmersos en pleitos con Hacienda o simples insolventes. Apoyándose en la ignorancia del populacho, esa desinformación es utilizada como un arma de descrédito de adversarios políticos y de disidentes. Al final, de nada sirve que la ley garantice la protección y confidencialidad de los datos si luego cualquiera puede filtrar la declaración de la renta de, por ejemplo, Esperanza Aguirre y quedar impune. Tanta villanía desplegada tanto tiempo erosiona las bases de una democracia y, precisamente por eso, sólo puedo contemplar con aprobación el paso dado por Aznar. Sólo me queda desear que a él se sumen otros muchos y que, al final, los tribunales limpien el aparato del estado de indeseables que se atreven a utilizar los resortes de la administración como si fuera su cortijo.
May 1, 2016
Corría el Año: Reagan en la Casa Blanca
De entrada, Reagan no causó la caída de la URSS que, de hecho, tuvo lugar después de que abandonara la Casa Blanca. Violó repetidamente la ley internacional y estuvo a punto de verse sometido al impeachment por el sucio asunto del Irangate. Tampoco fue tan duro como se pretende en la actualidad. De hecho, cuando los terroristas islámicos volaron el cuartel de los marines en Beirut, bastante sensatamente, optó por retirarse de la zona antes de verse envuelto en un conflicto como los que luego la han asolado y a los que no se ve fin.
Posiblemente, el mayor logro de Reagan fuera el devolver el orgullo a una población bastante airada tras el secuestro de los rehenes en Irán y el fracaso de la operación para rescatarlos. Reagan multiplicó las proclamas, infundió sentimientos electrizantes a sus conciudadanos e incluso creó una sensación de bienestar económico que, a decir verdad, no se correspondió tanto con la realidad como demostró algún desplome de la bolsa superior al de 1929. Con seguridad, los juicios de futuro no serán tan triunfalistas, pero sí es cierto que durante décadas para muchos seguirá siendo un referente de cómo la política de dureza funcionó aunque, en realidad, no sucediera así.
April 30, 2016
Ángeles y demonios en el judeo-cristianismo del siglo I en Israel (II)
LA IDEOLOGÍA DEL JUDEO-CRISTIANISMO EN EL ISRAEL DEL SIGLO I (XVII):
LA ANGELOLOGÍA DEL JUDEO-CRISTIANISMO DEL SIGLO I EN LA TIERRA DE ISRAEL (II): Ángeles y demonios en el judeo-cristianismo del siglo I en Israel
Las referencias a los ángeles son relativamente escasas en las fuentes relacionadas con el judeo-cristianismo. El libro de los Hechos muy abundante en menciones al Espíritu Santo y a sus manifestaciones, resulta comparativamente escueto al hablar de los ángeles. Aun así, las mismas no se hallan ausentes del todo. De esta forma, se conecta la huida de Pedro de la prisión en que lo había confinado Herodes Agripa con un ser angélico al que se denomina el Ángel del Señor (¿quizá un eco del Malaj YHVH?) (Hch. 12, 7 y ss.), pero el relato está prácticamente exento de todo tipo de descripción o detalles relativos al suceso. De hecho, la fuente indica que el mismo Pedro, protagonista del episodio, parece haberlo interpretado inicialmente más como una visión que como una intervención angélica (Hch. 12, 11). Un episodio muy similar, esta vez conectado con las autoridades del Templo y relatado en Hch. 5, 19-20, resulta aún más sucinto.
El discurso de Esteban contiene abundantes referencias a los ángeles, pero la acción de los mismos aparece explícitamente relegada al pasado (Hch. 7, 30, 35, 38 y 53) y del mismo no parece desprenderse —todo lo contrario— un especial interés por el tema.
Un papel mayor cabe atribuirles en relación con el impulso evangelístico (Hch. 8, 26 y ss.; 10, 3 y ss.), pero, de nuevo, aquí la aparición de los ángeles es muy limitada si se le compara con el papel que se asigna al Espíritu Santo. A pesar de todo, los judeo-cristianos de Jerusalén parecen haber creído en una cierta protección angélica que acompañaba, al menos, a algunos de los componentes de la comunidad (Hch. 12, 15) y, precisamente por ello, no pudieron dejar de atribuir la muerte de Herodes Agripa, un perseguidor suyo, al Ángel del Señor (Hch. 12, 23). Están ausentes, sin embargo, de las fuentes noticias sobre las jerarquías angélicas, el empleo de la magia, los nombres de los seres angélicos, así como otros aspectos profusamente comunes en la literatura judía del período.
Las menciones a demonios son muy limitadas en Hch., pero no dejan de ser reveladoras. Al Diablo se le atribuye la opresión[1] y enfermedad de aquellos que, posteriormente, fueron liberados y sanados por Jesús (Hch. 10, 38) (un aspecto que, como veremos, era considerado de gran relevancia), así como el extravío de alguno de los miembros de la comunidad (Hch. 5, 3-4). Por añadidura, Pablo se encontrará con un demonio al llegar a Filipos (Hch. 16, 16 y ss.), demonio por cierto, oculto tras la fachada de una vidente. Esos demonios nada pueden hacer contra los siervos de Dios, pero contra ellos la magia es impotente (Hch. 9, 12 y ss.).
Santiago no contiene referencias a los ángeles, pero sí una relacionada con Satanás. La misma no deja de ser significativa: los cristianos, que previamente se han sometido a Dios, pueden oponer al Diablo una resistencia que sólo tendrá como fruto el provocar la huida del Diablo (Sant. 4, 7). La expresión, una vez más, podría estar relacionada con la creencia insistente en las curaciones milagrosas (Sa. 5, 14 y ss.).
En cuanto a Apocalipsis, éste contiene, sin duda, el mayor número de referencias angelológicas no sólo de los escritos judeo- cristianos sino también del Nuevo Testamento, pero en su articulación parece estar más cerca de libros vetero-testamentarios como Daniel o Zacarías que de la literatura inter-testamentaria. Los ángeles aparecen como siervos de Dios que desencadenan sus juicios sobre la humanidad que se niega a arrepentirse (Ap. 7-11; 14-17), que arrojan del cielo al Dragón y a sus secuaces tras la ascensión de Jesús al cielo (Ap. 12, 1 y ss.), que, posiblemente, actúan como soldados del Logos en su batalla final contra los enemigos de Dios (Ap. 19, 11 y ss.) o que atan al Diablo durante el milenio (Ap. 20, 1 y ss.).
Igualmente, la demonología resulta más amplia que en otras obras, pero también parece más relacionada con escritos como Zacarías y Daniel que con los correspondientes al período inter-testamentario. El Dragón, al que se identifica con el diablo, Satanás y la serpiente del Génesis, acusador de los siervos de Dios y seductor (Ap. 12, 9-10), es descrito como un ser derrotado por la victoria de Jesús en la cruz (Ap. 12, 1 y ss.). Había previsto el nacimiento de Jesús e intentó causar su muerte (¿una referencia a una tradición similar a la relacionada con Herodes en Mt. 2?) y después la destrucción de la comunidad judeo-cristiana, pero no logró sus propósitos en ningún caso.
Ciertamente, aún se halla activo y prepara sus peores embates, consciente de que le queda poco tiempo por delante, pero su aniquilamiento final es seguro. Es él quien se halla detrás del reinado de la Bestia (Ap. 13) y el que inspira espiritualmente a la Gran Ramera (Ap. 17-18), pero sólo podrá contemplar impotente la derrota de sus marionetas en la batalla de Har-Magedon (Ap. 19), será encadenado en el abismo por mil años (Ap. 20, 1-6) y, aunque después del milenio reunirá a Gog y Magog en contra del pueblo de Dios, sólo logrará cosechar una derrota definitiva, tras la cual se verá confinado eternamente en el lago de fuego y azufre para ser atormentado (Ap. 20, 10 y ss.).
De nuevo, y pese a lo extenso del tema, comparativamente resulta Apocalipsis un libro no muy desarrollado en relación con la angelología, aunque, sin lugar a dudas, es el escrito neo-testamentario más elaborado al respecto. Sólo conoce el nombre de Miguel, pero no el de los otros ángeles o demonios; no incluye referencias al uso de la magia; no describe con detalle las jerarquías angélicas; no hace referencia a las causas de la caída del Diablo, etc.
En general, pues, y con las matizaciones que exige el Apocalipsis, no parece que la angelología y la demonología judeo-cristiana resultaran muy sofisticadas. Obviamente, se aceptaba la creencia en los ángeles como seres protectores de los creyentes y, muy ocasionalmente, transmisores de mensajes o ejecutores de juicios divinos, pero su papel parece que estaba más vinculado a la otra dimensión que a ésta. Es en ella donde se enfrentan con las fuerzas del mal o rinden culto al Todopoderoso. Sin embargo, hasta en ese contexto, las descripciones resultan muy escuetas cuando se comparan con las contenidas en la literatura inter-testamentaria.
En cuanto al Diablo, se enseña que perpetra daños sobre los seres humanos en forma de enfermedades y opresiones, pero se tiene una visión curiosamente optimista. Fue vencido al no poder aniquilar a Jesús ni a sus fieles; si es resistido no puede sino huir y, aunque se alza tras estructuras de poder como la Bestia o la Gran Ramera, sus días están contados y será totalmente aplastado por Jesús. Esta visión, y no debería sorprendernos, es similar a la articulada en el Cuarto Evangelio.
En Juan, los opositores de Jesús tienen como «padre» al Diablo (Jn. 8, 44) y es Satanás el que impulsa a Judas a traicionarlo (Jn. 13, 27), con lo que el prendimiento de Jesús significa una victoria momentánea del poder de las tinieblas. Pese a todo, la muerte de Jesús en la cruz es la derrota del Diablo (Jn. 16, 11) y la victoria del Reino del Mesías, que no es de este mundo, sobre los otros reinos (Jn. 18, 33-36). Esa fe en la victoria de Jesús y, fundamentalmente, el carácter de su llamado explica el que sus seguidores ni se alcen en armas ni combatan (Jn. 18, 36).
Esa misma línea es la que aparece en la primera carta de Juan, donde se hace referencia a la derrota experimentada por el Diablo gracias al Hijo de Dios, que vino a deshacer sus obras (3, 8). El Diablo actúa, por el contrario, en aquellos que son desobedientes a Dios (3, 8-10).
Comparadas con otras corrientes del cristianismo primitivo (no digamos del judaísmo del período), la angelología y demonología del judeo-cristianismo resultan muy sobrias. El judeo-cristianismo de la Diáspora contiene referencias a creencias que no están presentes en el ubicado en Israel, aunque derivan de ambientes judíos. Ciertamente parece existir la misma confianza que tenía Santiago en cuanto a la capacidad de resistir al Diablo, tras someterse previamente a Dios, (1 Pe. 5, 8-9), pero, a la vez, se conocen doctrinas como las de los ángeles condenados en prisiones de oscuridad (2 Pe. 2, 4; Jds. 6), se condena el uso de prácticas relacionadas con ángeles (¿alguna forma de magia?) (2 Pe. 2, 10 y ss.) y se refiere el episodio de la disputa acaecida entre Miguel y el Diablo por el cuerpo de Moisés (Jds. 9).
En la carta a los Hebreos, la demonología y la angelología son también limitadas, pero volvemos a encontrar (Heb. 2, 14) señalada la derrota experimentada por el Diablo en virtud de la muerte de Jesús. Por otro lado, se dedica una porción significativa de la carta a explicar el carácter meramente servicial de los ángeles, que son muy inferiores a Jesús (Heb. 1, 1-14).
El paulinismo presenta una angelología y demología que tienen una entidad considerable en cuanto a la reflexión teológica, pero que tampoco parece muy descriptiva si la comparamos con el estilo de la literatura inter-testamentaria o de la rabínica. Los temas recogidos son identificables con algunas tesis judeo-cristianas como la de la posibilidad de resistencia victoriosa frente al Diablo (Ef. 4, 27; 6, 11) o la de su derrota en virtud de la muerte de Jesús (Col. 2, 13-5), pero, al mismo tiempo, puede que se adviertan también similitudes con la angelología de Qumrán que no se perciben en otras corrientes del cristianismo primitivo.[1]
El judeo-cristianismo afincado en Israel compartió la creencia de la época en seres angélicos y demoníacos, pero parece haber presentado algunas características de cierta originalidad. En primer lugar, sus fuentes muestran una parquedad considerable en relación con el tema. Salvo Miguel, no se cita a ningún arcángel por su nombre; no se detallan las funciones específicas de los ángeles; no se mencionan los nombres diversos de los demonios ni se describen sus tareas o jerarquías; está ausente la referencia a la magia demoníaca o angélica; no hay referencias a las causas de la caída del Diablo, etc. ¿A qué podemos atribuir esta sobriedad?
En primer lugar, cabe la posibilidad de que la firme creencia en el Espíritu Santo como elemento extraordinariamente activo en el seno del movimiento influyera en la moderación con que se abordaron estos temas. Incluso así, no podemos atribuir a esa circunstancia todas las limitaciones señaladas.
En segundo lugar, la visión del Diablo está teñida de una nota de victoria que, si contemplamos, por ejemplo, el contexto de Apocalipsis o de Santiago, no deja de transparentar una visión de la historia auténticamente triunfal. Satanás es el enemigo del pueblo de Dios y se puede percibir la influencia que ejerce sobre los grandes poderes humanos, pero, en definitiva, es ya un derrotado al que sólo le resta contemplar su final definitivo. No consiguió acabar con Jesús —que deshizo sus obras— ni tampoco con los seguidores de éste. Al final será aplastado pero, incluso ahora, tampoco puede soportar la resistencia que le oponen los creyentes sometidos a Dios sin huir. No está del todo claro qué implica esa huida del Diablo. No hay ninguna referencia a rituales o a magia, pero es altamente posible que, si tomamos como base Hch. 10, 38, se esté hablando de un contexto de liberación psíquica y espiritual, y de sanidad física. Podría decirse que en cada endemoniado cuyos demonios han sido expulsados y en cada curación que brota de la oración se dibuje una derrota del Diablo.
Como ya señalamos en un capítulo anterior, cierto tipo de fenómenos pneumáticos debió de ser interpretado como muestra palpable de la presencia de Dios en medio de la comunidad. No debe extrañar, pues, que todo ello fuera contemplado a la vez como señal del fracaso del adversario por excelencia, el Diablo. No se podía negar, por supuesto, que éste seguía activo pero, partiendo de la propia experiencia personal, lo que debía quedar claro es que no por ello dejaba de ser un enemigo derrotado cuyos días estaban contados.
CONTINUARÁ
Love Lifted Me
Por supuesto, en primer lugar, se encuentra el Amor de Dios, un amor del que nada ni nadie puede separarnos aunque lo intenten. Los que han experimentado una conversión, saben que ni los mayores obstáculos ni las dificultades más terribles nos separarán del amor de Dios que se manifestó con enorme claridad en la cruz del Calvario (Romanos 5: 1-11).
No se trata, sin embargo, sólo del amor de Dios. Esta realidad es aplicable también aunque, a menor escala, al amor humano. Es la calidez del amor de otros seres la que permite que podamos remontar situaciones de soledad, de dolor, de sufrimiento. Cuando puede parecer que no existe esperanza alguna… el amor nos levanta.
Ese mensaje es el que contiene este viejo himno góspel: cuando nada más funcionaba, el amor me elevó. Lo he cantado en multitud de ocasiones – sin ir más lejos, hace pocas semanas en la iglesia a la que acudo los domingos – y cada vez he sido consciente de que ese mensaje resulta innegable.
Les dejo con tres versiones de este hermoso tema. La primera es una clásica entonada por Randy Travis. La segunda es una bastante peculiar que allá por los años setenta – como pasa el tiempo – comenzó a entonar Kenny Rogers con expresa referencia a la Biblia. La tercera es de Kenny Rogers también, pero entonada hace poco junto a los Oak Ridge Boys, unos intérpretes clásicos de música góspel. En todos y cada uno de los casos, el mensaje es obvio. Deseo de todo corazón que sea también realidad en aquellos que leen estas líneas y que si no ven salida alguna para su dolor sepan y comprueban que el Amor de Dios puede rescatarlos de esas circunstancias de sufrimiento. Disfruten la canción. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
Aquí está Randy Travis
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A mediados de los 70, Kenny Rogers y Dolly Parton
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Hace muy pocos años Kenny Rogers y los Oak Ridge Boys
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