César Vidal's Blog, page 8
May 23, 2018
Nanjing (y VII): familia
Una mujer, de unos treinta años, está arrodillada ante una anciana – su madre o su suegra – lavándole los pies mientras un niño contempla absorto la escena. El mensaje es que la sociedad se sustenta sobre la base de esas conductas. Semejante representación sería totalmente imposible en España. No se trata únicamente de que los ancianos cada vez están más solos y suerte tienen si los internan en una residencia como si fueran los apaches de Gerónimo confinados en la reserva de San Carlos. Es cuestión también de que está por ver cómo ha disminuido el número de mujeres dispuestas a lavar los pies de los mayores y educar a sus hijos en la misma dirección. Todo ello sin contar las que aullarían gritando que es el varón el que debe llevar a cabo esa tarea o las que no pueden enseñar a un hijo tal modelo de piedad filial por la sencilla razón de que decidieron no tenerlo o abortarlo. Para una sociedad a la que se está sometiendo a las monstruosidades de la ideología de género con los recursos de la peor de las inquisiciones, abordar el tema de la familia provoca la misma reacción que rociar con agua bendita a la niña de El exorcista. Sin embargo, a pesar de que nuestra cultura ha decidido suicidarse, de manera más o menos consciente, China sabe a la perfección que sin una familia sana y robusta, la sociedad no puede mantenerse en pie. Para darse cuenta de ello basta ver el respeto con que se trata a los abuelos o la disciplina impuesta a los niños. Cada cuál es dueño de sacar las conclusiones que estime oportunas, pero reflexiónese en datos como los siguientes. Por ejemplo en la España que tiene una tasa de crecimiento de 1.1, se impulsa la ideología de género de manera salvaje defendiendo como derechos el aborto o el matrimonio homosexual. En China, por el contrario, la ideología de género es contemplada como una plaga de la que hay que defenderse. En España, no se ve otra salida para enfrentarse al pavoroso desplome demográfico que seguir trayendo inmigrantes del norte de África; en China, se esfuerzan por defender familia y cultura. ¿Cuál de las dos naciones creen ustedes que sobrevivirá?
(FIN DE LA SERIE)
May 22, 2018
Las Lun Yu de Confucio (II)
De hecho, la veneración por el sabio no tardó en convertirse en una religión que por sus propias características de respeto a todo lo anterior y de búsqueda del bien común se convirtió en la oficial de China durante siglos. En teoría, al menos, la influencia del confucionismo quebró con la proclamación de la República en China y el final del imperio a inicios del s. XX, y tal corriente habría quedado confirmada con la victoria del comunista Mao en 1949. Sin embargo, es dudoso que el maoísmo se viera totalmente libre de la mentalidad confucionista. Ciertamente, a finales de los sesenta e inicios de los setenta se desarrollaron campañas específicas en su contra - lo que indica que seguía bien vivo - pero ni siquiera Mao pudo impedir que Confucio lo impregnara. Su insistencia en el papel de la educación representado por la denominada Revolución cultural ; su complacencia con las confesiones públicas de los errores ; la supuesta redención, reeducación y rehabilitación en campos de concentración y cárceles ; o su canto al pasado - aunque fuera reciente - pueden ser calificadas de vestigios del confucionismo aunque perversos y tamizados por el filtro del marxismo-leninismo. Muerto Mao y sumergida China en un programa de modernización en el que se pretende que coexistan la burocracia comunista con el capitalismo occidental, hay que indicar que el análisis que pretendía que Mao había logrado vencer al confucionismo parece esencialmente erróneo. En buena medida, las opciones políticas y económicas defendidas, por ejemplo, por el comunista Deng Xiao-ping recuerdan extraordinariamente los principios de Confucio. En el mejor estilo de las Lun-yu, el nuevo gobierno chino insiste no en reformar democráticamente el sistema sino en conservarlo corregido por la acción de los sabios. Éstos deben combinar la eficacia con la benevolencia y el conocimiento con el ejemplo moral especialmente necesario en una época que cada vez se señala más por la corrupción. Incluso valores aparentemente tradicionales y retrógrados como el del culto a los antepasados o la piedad filial están comenzando a ser defendidos desde una óptica totalmente confucionista. No faltan, desde luego, razones para ello. Si el sistema de seguridad social es desmantelado - y hay razones poderosas para pensar que así será - la familia tendrá que recoger a los ancianos y preservarlos de las inclemencias anejas a la vejez y para hacerlo es difícil pensar en un soporte ideológico mejor que el del confucionismo.
Es posible que Confucio no lo intuyera jamás pero sus Lun-Yu iban a modelar de manera extraordinaria la historia de China a lo largo de milenios y con ello iban a cambiar la historia de la Humanidad. En la actualidad, la conciencia de esa circunstancia es más importante que nunca. El s. XXI ha sido anunciado por algunos agudos observadores como el siglo de China. Sea o no así, lo cierto es que nadie puede comprender China sin captar siquiera en una mínima instancia el contenido y el espíritu de las Lun-yu de Confucio.
De paso por El espejo
Espero que disfruten los video. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
Y aquí van los tres videos
http://www.americateve.com/videos/analisis-primer-consejo-conjunto-cuba-union-europea-parte-i-273093
http://www.americateve.com/videos/la-polemica-el-traslado-la-embajada-eeuu-jerusalen-273091
May 20, 2018
Nanjing (VI): Economía
China ha pasado de ser una potencia nuclear, pero tercermundista en los años setenta del siglo pasado a adelantar a todo el orbe con la excepción de unos Estados Unidos a los que va pisando los talones. El grado de avance, de modernización, de consumo es tan espectacular que resulta casi inverosímil. Sin desmontar la dictadura comunista, China ha logrado que sus habitantes vivan mejor que en toda África, que en toda Asia con la excepción del Japón y quizá de Corea del sur y Taiwán, que en Hispanoamérica, mucho más pobre y atrasada, y que en buena parte de Europa oriental. Todo esto además lo ha conseguido sin villamiserias, sin tensiones sociales y sin inseguridad ciudadana.
Cualquiera que haya viajado con cierta extensión por el conjunto de la nación sabe que es así. Basta entrar en centros comerciales, en tiendas de barrios, en restaurantes y se comprobará con creces de lo que estoy hablando porque el supermercado cercano al hotel donde hago algunas compras está por encima de cadenas norteamericanas como Winn Dixie, Publix o Walgreen.
Las razones de ese avance se hallan en un conjunto de pasos que son, lamentablemente, los contrarios a los dados por España en los últimos cuarenta años. A los bajos impuestos, China suma una seguridad ciudadana y una flexibilidad laboral verdaderamente inimaginables en España. Por si se tratara de poca diferencia – y es mucha – China no sólo no ha renunciado a la industria nacional sino que la ha fomentado con verdadero encarnizamiento mientras España ha logrado que la suya haya desaparecido mayoritariamente y tenga un peso en el PIB muy inferior al que tenía en 1975. China se ha esforzado también porque ni un solo sector estratégico quede en manos extranjeras. Conmueve contemplar la compañía tabacalera nacional china a sólo unos minutos del hotel donde me alojo cuando, en España, su equivalente se entregó a manos foráneas. No menos sobrecoge ver las compañías aéreas chinas – varias docenas - tras pensar en el destino corrido por Iberia. De nuevo, el sentido de responsabilidad nacional resulta indispensable para comprender el despegue chino.
Su soberanía monetaria, su independencia nacional, su industria, sus sectores estratégicos siguen en manos de China porque resultan esenciales para el futuro. Parece de sentido común, pero, desde Felipe González, España no ha dejado de caminar en la dirección opuesta. Así se explican los salarios miserables – los elevados siempre están relacionados con la potencia industrial – y la fragilidad de la economía española.
CONTINUARÁ
Pablo, el judío de Tarso (LXXXI): Conclusión (I)
La cifra – el equivalente de la distancia en línea recta de Madrid a Honolulu – pudo resultar superior si tenemos en cuenta los desvíos de caminos hasta sumar unos 15.000 kms. Se trata aproximadamente de la distancia que separa en línea recta a Madrid del polo sur o de Australia. Son cifras – no cabe duda – verdaderamente impresionantes si se tiene además en cuenta los medios de transporte de la época. A pesar de todo, semejante proeza resulta incluso insignificante cuando se compara con la enorme importancia de Pablo y el poder extraordinario de su personalidad. Con todo, la primera pregunta obligada que debe formularse en esta conclusión es quién fue Pablo. Se ha convertido en un tópico afirmar que es el verdadero fundador del cristianismo, pero, como se desprende de las páginas anteriores, semejante declaración, por muy sugestiva y repetida que sea, no se corresponde con lo que encontramos en la fuentes históricas. Éstas, por otro lado, son abundantes y nos permiten trazar un retrato de la vida y de la obra de Pablo notablemente perfilados.
En primer lugar, Pablo, como indica el título de esta biografía, fue un judío y lo siguió siendo hasta su último aliento. Él mismo insistió en esa circunstancia una y otra vez (Filipenses 3; 2 Corintios 11, 22 ss), y, a decir verdad, jamás hubiera podido ser un seguidor de Jesús tan entusiasta y fundamentado sin haber sido antes judío. Como judío, podía contemplar con nitidez en las Escrituras como Jesús era el mesías prometido por Moisés y los profetas; como judío podía comprender la manera en que Dios salvaba a través de Jesús al mundo y como judío podía captar como nadie la manera en que la Historia se desplegaba de acuerdo a los planes del Dios de Abraham, Isaac y Jacob.
El judío Pablo no innovó el mensaje que había recibido. A decir verdad, siguió la predicación de Jesús y de los apóstoles e incluso se preocupó de comprobar que no colisionaban (Gálatas 2, 2). El contenido de esa enseñanza puede ser desgranado de manera sucinta con enorme claridad. En primer lugar, Jesús era el mesías y un mesías definido en los términos del propio Jesús y de los doce. Era el siervo de Isaías 53 que había muerto en sacrificio expiatorio llevando sobre si los pecados del género humano. Esa mesianidad de Jesús resultaba tan obvia que Pablo no duda en sus cartas a la hora de llamarlo a secas en multitud de ocasiones mesías, es decir, Cristo en griego, un título que la práctica posterior acabaría convirtiendo en un nombre propio.
En segundo lugar, Jesús no era sólo un hombre. Era, como ya habían enseñado los apóstoles judeo-cristianos, el propio Señor encarnado (Romanos 9, 5; Tito 2, 13). Dios no realizaba su salvación a través de un sustituto. Por el contrario, el Señor que se había manifestado en la Historia, que existía como Dios, se había vaciado para encarnarse y morir como un siervo en la cruz (Filipenses 2, 5 ss). Pero en eso Pablo tampoco era original. ¿Acaso Juan el Bautista no había precedido al mismo YHVH conforme a la profecía de Isaías 40, 3? ¿Acaso no había anunciado Zacarías (11, 12-3) que YHVH sería vendido por treinta monedas de plata? ¿Acaso no había anunciado YHVH que Él mismo vendría a salvar al género humano (Isaías 35, 4)? Esos anuncios se habían cumplido para Pablo – y para los judeo-cristianos – en el mesías Jesús. En él habitaba corporalmente la plenitud de la divinidad (Colosenses 1, 9).
Finalmente, Jesús era el salvador. Su muerte en la cruz no había sido el fracaso de un predicador judío, sino parte de un plan de Dios que, como había sido prometido por los profetas, consistía en que un ser inocente y perfecto muriera en sustitución de los hombres que merecían un justo castigo por sus pecados y en esa cruz precisamente había vencido a los poderes malignos que intervienen en la Historia humana (Colosenses 2, 13 ss).
Precisamente de esta última circunstancia emanaba la concepción que Pablo tenía de la salvación y que coincidía con el mensaje de Jesús y de sus primeros discípulos judeo-cristianos. A diferencia de lo que muchos pudieran creer, todos ellos estaban convencidos de que el ser humano no puede ganarse la salvación por sus obras o por sus méritos. Si acaso, la ley de Dios le muestra que es más culpable de lo que hubiera podido pensar nunca (Romanos 3, 19-20). Sin embargo, Dios, en su inmenso amor, no abandona al hombre a su suerte. Su Hijo, el mesías Jesús, se ha sacrificado en expiación por los pecados de la Humanidad (Romanos 3, 21-24). Es él quien ha pagado con su sangre todos los delitos morales que se han cometido a lo largo de la Historia. A partir de ese momento, satisfecha la justicia de Dios, ofrece a todos la posibilidad de recibir una salvación que es por gracia, que resulta gratuita, que no se puede comprar porque ya fue adquirida por Jesús y que sólo puede ser recibida a través de la fe. Como antaño Abraham – que creyó en Dios imputándosele por justicia la fe (Romanos 4, 1-5) – la salvación es un regalo inmerecido, un regalo que sólo se puede rechazar o recibir mediante la fe.
El hecho de que esa salvación resulte gratuita e inmerecida debía provocar – y, de nuevo, Pablo repite el enfoque de Jesús y de sus primeros discípulos judeo-cristianos – no un descuido moral, una relajación ética o un antinomianismo. Todo lo contrario. El amor de Dios debía impulsar a los hermanos, a los santos, a los que invocan el nombre de Jesús a vivir de una manera nueva que sobrepasaba cualquier ética conocida. Obrarían así no para salvarse sino porque ya habían sido salvados, no para ganar la salvación sino porque ésta les había sido gratuitamente, por gracia, sin obras, a través de la fe (Efesios 2, 8-10).
CONTINUARÁ
May 18, 2018
It is well with my soul
En 1871, invirtió en bienes raíces en la zona del lago Michigan. El 8 de octubre del mismo año, Chicago sufrió un terrible incendio y Spafford perdió casi todo lo que tenía. Por si fuera poco, en esa misma época, falleció un hijo suyo de cuatro años, víctima de la escarlatina. En 1873, decidió marcharse a Inglaterra en busca de sosiego. Antecediéndole en el viaje, envió a su esposa y a sus cuatro hijas en un barco llamado Villa del Havre. El 22 de noviembre, el barco en que viajaban su mujer y sus hijas colisionó con un navío inglés y se hundió en tan sólo doce minutos. Al ser rescatada, su esposa Anna le envió un cable en el que decía que se había “salvado sola”. No exageraba. Se perdieron en el naufragio 226 vidas incluidas las de las cuatro hijas del matrimonio cuyas edades estaban entre los 11 y los 2 años. Inmediatamente, Horatio partió para reunirse con su esposa y, al subir al barco, pidió al capitán que le avisara cuando pasaran por el lugar donde había naufragado el Villa del Havre. Cuando se lo hicieron saber, Horatio bajó a su camarote y escribió un himno titulado “It is well with my soul”. En él expresaba cómo la cercanía de Dios permitía sobreponerse a las mayores desgracias porque El era realmente el que podía otorgar descanso y paz a un alma golpeada por la tragedia. Ciertamente, Horatio y Anna reconstruyeron sus vidas creando el Centro Spafford para niños que todavía hoy atiende a más de treinta mil criaturas cada año.
Les dejo con dos versiones de la canción. Una pertenece al programa de los Gaither y es entonada en inglés. La otra es en español en una grabación callejera del coro de una iglesia pentecostal en Chile. Espero que las disfruten. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
Aquí están los Gaither
https://www.youtube.com/watch?v=bYIpiPs0FW4
Y el aquí un coro de una iglesia pentecostal en Chile
May 17, 2018
Mateo, el evangelio judío (XVI): Prólogo al segundo gran discurso (c. 9)
Entre ambas secciones, Mateo desarrolla, como vimos en la última entrega, la demostración de la autoridad del mesías Jesús. Esa circunstancia que queda tan clara en el capítulo 8, se subraya todavía más en el 9 donde es cuestionado el mundo espiritual del judaísmo y quien lo hace es un judío, Mateo, que predica a un mesías judío. Resulta obvio para el autor que la inmensa mayoría de los judíos no han cumplido las expectativas espirituales que Dios había depositado en ellos malogrando así su futuro. los ejemplos contenidos en este capítulo son claramente significativos.
Jesús cura a un paralítico, pero, a la vez, pone de manifiesto cómo la interpretación del shabat es insostenible e incluso dañina (9: 1-8). Jesús llama a discípulos, pero no se interesa sólo – como los rabinos - por los que cumplen piadosamente la Torah. Por el contrario, hace extensivo su llamamiento a un colaborador con Roma, a Mateo, y lo hace para dejar de manifiesto que el sistema de sacrificios del templo carece de legitimidad y que el mesías viene a llamar también a los pecadores (9: 9-13). Jesús rechaza el ayuno que han ido añadiendo los fariseos al contenido en la Torah hasta el punto de que sus novedades teológicas rompen el tejido de Dios y echan a perder su vino (9: 14-17). Jesús está por encima de una ley que aísla a la mujer que tiene un flujo de sangre o que sólo puede ofrecer a una muerta el canto de las plañideras. Por el contrario, puede curar a la primera y resucitar a la segunda (9: 18-25). Como el Siervo de YHVH anunciado por Isaías (Isaías 35: 6), Jesús es el mesías que hace caminar al paralítico, da la vista a los ciegos y lleva a hablar al mudo (9: 1-8; 9: 27-34). La esclavitud de la ley y sus torcidas interpretaciones, de la enfermedad, de la muerte, de la marginación, de la soledad, de la desesperanza son quebrantadas por un mesías que además es más que consciente de hasta qué punto ese Israel no es sino un conjunto de ovejas que carecen de un pastor real y que, por tanto, están a merced de cualquier fiera que pueda caer sobre ellas desde dentro y desde fuera (9: 35-36).
Porque el problema de Israel no se reduce ni de lejos a los gentiles que puedan ser antisemitas. Se trata de algo mucho más profundo y dañino. Es un problema espiritual que para muchos está oculto detrás de sus normas excluyentes o de su sentido de superioridad. Jesús, lejos de alimentar semejantes enfermedades espirituales, ruega porque esas ovejas dispersas escuchen un Evangelio que es lo único que puede liberarlos (9: 35-38).
El pueblo sufre de la esclavitud y necesita un éxodo mucho más profundo y relevante que el experimentado bajo Moisés. Sólo el mesías lo puede llevar a cabo y liberarlo. Para ello será fundamental un nuevo Israel. Mateo está a punto de presentarlo.
CONTINUARÁ
May 16, 2018
Nanjing (V): Museo de la matanza de Nanjing
Puedo asegurar que, en términos comparativos, este museo es, por ejemplo, muy superior a Yad Vashem, el museo del Holocausto de Jerusalén. De hecho, aunque en la matanza murió menos gente que en la Shoah, en términos de espacio y tiempo constituyó un drama proporcionalmente mayor. Por añadidura, la angustia que se siente al pensar en la tragedia se agudiza teniendo en cuenta que todo pudo haberse evitado.
Durante los años veinte, la principal preocupación del Japón fue la guerra contra la Unión soviética. Detrás del coloso stalinista aparecían entre sus preocupaciones militares los Estados Unidos y China. Precisamente por esa razón, ni existía un plan de invasión de China – Japón se conformaba con apoderarse de algunos puntos estratégicos – ni mucho menos un protocolo de actuación. En 1937, tras una serie de choques provocados por Japón, las tropas niponas optaron por emprender lo que se consideraron simples expediciones de castigo. En teoría, se trataba de asestar golpes a China y mantenerla sin capacidad de reacción frente a los abusos del Japón. Se trataba de una operación similar a las llevadas a cabo por Reagan bombardeando Libia o Israel triturando objetivos en los países cercanos. No existía en esa época una tecnología de destrucción como la actual y las tropas japonesas recurrieron a la invasión terrestre. Fue entonces cuando se produjo lo inesperado.
Contra todo pronóstico, los chinos opusieron una resistencia encarnizada a pesar de la inmensa inferioridad de medios. En agosto de 1937, los japoneses asaltaron Shanghai y para enorme sorpresa suya se toparon con una gente dispuesta a defender su patria ferozmente. El ejército imperial se impuso, pero no sin sufrir bajas elevadas y sin que se les escapara la mayor parte de las fuerzas chinas que supieron retirarse hábilmente. En noviembre, Shanghai había caído y el alto estado mayor imperial pensó en detener la penetración en tierras chinas. Sólo la idea de que no podía dejarse escapar a los soldados chinos que los habían resistido y el ansia de ganar la gloria derivada de entrar los primeros en Nanjing acabaron impulsando a algunos mandos a realizar un avance no planeado sobre la ciudad.
En el camino de Shanghai a Nanjing, las tropas japonesas no contaban con suministros suficientes – nadie había pensado en ese desarrollo de la campaña – y se encontraron con una política de tierra quemada desarrollada por los chinos. El resultado fue que las fuerzas japonesas cubrieron el camino entre Shanghai y Nanjing saqueando y matando. Mientras se apoderaban de todo lo que estaba al alcance de la mano, los soldados japoneses violaron a las mujeres de las poblaciones que cruzaban y dieron muerte a los prisioneros de guerra. De hecho, dado que no había un estado de guerra legal sino que se trataba de una simple expedición de castigo no se aplicaron las leyes de guerra a los chinos - ¿les suena? – lo que se tradujo en terribles atrocidades.
Cuando Nanjing se vio sometida a los bombardeos japoneses, la mayoría de los residentes extranjeros abandonó la ciudad. Sólo hubo veintidós personas que permanecieron en la urbe. Una parte eran misioneros protestantes a los que se sumaron algunas personas dedicadas a la docencia o a la medicina. Con todo, el más excepcional fue, posiblemente, un nazi alemán que trabajaba para la Siemens y que se llamaba John Rabe. Conscientes de lo que podía significar para los civiles la llegada de los nipones, los extranjeros eligieron a Rabe para presidir el Comité Internacional para la Zona de Seguridad de Nanjing. Este comité estableció la Zona de seguridad de Nanjing en el barrio occidental de la ciudad. Además convenció al ejército chino para que se retirara de tal manera que no tuvieran excusa las tropas japonesas para atacar a los civiles. En el curso de su labor humanitaria se produjo un episodio más que notable y, desde luego, llamativo. Rabe cubrió la zona con la bandera del III Reich con la esvástica de tal manera que los japoneses no osaran atacarla. Para muchos resultará desagradable tan sólo pensarlo, pero la realidad es que la bandera nazi salvó la vida de no menos de doscientos mil inocentes, muchos más que los salvados por Schindler u otros personajes incensados por Hollywood. También es verdad que no se trató de judíos.
En la zona de seguridad, perpetraron los japoneses algunos asesinatos, pero la situación fue infinitamente mejor a la del resto de la ciudad. Realmente, faltan las palabras para describir las atrocidades perpetradas por el ejército japonés en Nanjing. Violaron a mujeres chinas, pero también las arrastraron a prostíbulos donde los soldados las violaban de manera ininterrumpida e incluso las ataban a los lechos para que no se cayeran desfallecidas por los continuados abusos. Fusilaron a millares y millares de prisioneros de guerra – a los que no se reconocía como tales – pero también les dieron muerte a bayonetazos o incluso en medio de concursos de decapitación con espadas. Puede horrorizar leerlo, pero lo cierto es que las tropas del emperador se comportaron mucho peor que los nazis más encanallados aunque el episodio no sea tan conocido ni lejanamente.
Las sociedades funerarias que contaron los cadáveres de los chinos asesinados en esas semanas y enterrados llegaron a la cifra de ciento cincuenta mil. Sin embargo, en esa cifra no se incluye a los que fueron lanzados al río o a los incinerados. El número de doscientos mil asesinados que se adujo en el proceso de Tokio contra los criminales de guerra, con seguridad es una cifra a la baja. En la actualidad, China calcula el número de los muertos civiles o prisioneros en Nanjing en trescientos mil. A ellos habría que sumar, según documentos desclasificados por Estados Unidos en 2007, otro medio millón en el camino de Shanghai a Nanjing. Si se tiene en cuenta que todo aconteció en dos semanas, se podrá ver que, puestos a asesinar civiles, los japoneses fueron mucho más eficaces que los nazis. De hecho, esa capacidad para matar masivamente en tan poco tiempo quizá sólo fue superada por los grandes bombardeos anglo-americanos sobre ciudades de Alemania como Dresde y Hamburgo y los norteamericanos, sobre el Japón.
El museo recoge los testimonios de las niñas violadas, de los niños mutilados, de los concursos japoneses de decapitación, de los enterramientos masivos… Además, en edificio adjunto, cuenta con un submuseo dedicado a la Segunda guerra mundial, uno de los mejores del mundo, sin duda.
Sin embargo, en medio del relato de los terribles crímenes y de la documentación de los espantos más inimaginables, el museo de la matanza de Nanjing contiene una hermosa nota de esperanza. Si en el museo del Holocausto de Jerusalén, hay una vinculación entre la gran tragedia y el estado de Israel que, aparentemente, legitimaría cualquier acción de este estado; si la insistencia del nunca más aparece vinculada fundamentalmente a la lucha contra el antisemitismo, en Nanjing, el mensaje es mucho más universal. Del horror del pasado, no hay que aprender un trato especial para el pueblo chino sino que la paz es un bien universal que ha de cultivarse hasta extenderlo a todo el mundo. Lo importante no es el pueblo víctima aunque se pueda recordar y honrar su dolor sino la especie humana, una especie a la que hay que librar de un drama futuro parecido. Es para meditar esa diferencia de enfoque.
CONTINUARÁ
May 15, 2018
Las Lun Yu de Confucio (I)
Según la tradición, Confucio pertenecía al noble clan de los Kong, cuyo nombre incorporó al suyo propio. Nacido en el Estado de Lu, que actualmente se corresponde con la provincia de Shandong, quedó huérfano de padre cuando contaba apenas tres años. Esta circunstancia implicó una pérdida de status social para la familia pero con todo sus miembros se preocuparon de proporcionarle una buena educación. Desde luego, inicialmente, ésta no se tradujo en una mejora de su posición económica que se acercara siquiera a la que había tenido su padre. Además Confucio contrajo matrimonio a una edad temprana (19 años) y pronto tuvo que atender no sólo a las necesidades de su esposa sino también a las de sus hijos. Los relatos hablan de que, pese a sus conocimientos, no tuvo más remedio que buscar acomodo como criado del jefe del distrito.
Cuando Confucio rondaba los veinticinco años, se produjo el fallecimiento de su madre. Poco después, comenzó una carrera como maestro itinerante. Esta nueva ocupación significó una necesidad continua de viajar pero pronto, en torno a su influjo, se fueron formando pequeños grupos de discípulos. Confucio era un hombre de ideas conservadoras, pero precisamente en una época en la que parecía que el orden secular se vendría abajo, esa orientación le ayudó a granjearse el respeto de buen número de personas.
En buena medida, las enseñanzas de Confucio - que insistían en el peligro que entrañaba la falta de modelos éticos - resultaban atractivas porque convocaban a la gente a tomar unas decisiones personales de carácter práctico y encaminadas a acabar con la corrupción y la zozobra existentes. Por otro lado, no cuestionaban el sistema político existente - más bien lo legitimaban - pero abogaban por un comportamiento digno de los gobernantes.
Algunas leyendas señalan que cuando contaba cincuenta años Confucio fue nombrado magistrado de Zhongdu, y que, al año siguiente, pasó a desempeñar con notable éxito la función de ministro de justicia del Estado de Lu. Según estas fuentes, el gobernante de un estado vecino, envidioso del éxito de su gestión, habría comenzado a conspirar contra él no cejando hasta lograr que lo destituyeran. La verdad histórica pudo ser más modesta. Seguramente, Confucio no pasó de ser un simple funcionario que, finalmente, decidió abandonar sus tareas y viajar de manera itinerante esparciendo sus enseñanzas. Este período de su vida duró poco más de una década y en torno al año 484 a. de C., Confucio regresó a Lu. Los últimos años de su vida los dedicó a poner por escrito sus enseñanzas que, en buena parte, consistieron en comentarios de los autores clásicos. Así le llegó la muerte en Lu y fue sepultado en una tumba situada en Qufu, Shandong.
Aunque la actividad pedagógica de Confucio fue de considerable importancia, lo cierto es que lo que dejó consignado por escrito va referido más a otros asuntos que a si mismo y a su enseñanza. Así, por ejemplo, los Ch´un Ch´iu (Anales de primavera y otoño) constituyen un relato cuyo tema fundamental es la historia del Estado de Lu desde el 722 al 481 a. de C. De hecho, si conocemos sus enseñanzas se debe sobre todo al trabajo de transmisión de sus discípulos. Estos escritos pueden dividirse en dos grupos: los Cinco Clásicos y los Cuatro Libros.
Los Wu Ching (Cinco Clásicos) son, de hecho, anteriores a Confucio. Incluyen las obras conocidas como I Ching (Libro de las Mutaciones), Shu Ching (Libro de la Historia), Shih Ching (Libro de la Poesía), Li Chi (Libro de los ritos) y Ch’un Ch’iu (Anales de primavera y otoño). El I Ching es un manual de adivinación probablemente anterior del siglo XI a. de C.; aunque tanto Confucio y sus discípulos parecen haber intervenido en su redacción última. El Shu Ching constituye una recopilación de documentos históricos antiguos. El Shih Ching es una antología de poemas antiguos. El Li Chi, es un texto que se ocupa de la descripción de los diversos rituales. Finalmente, el Ch’un Ch’iu, como ya indicamos, es una obra que, muy posiblemente, recibió su forma final del propio Confucio.
De mayor importancia, precisamente porque la influencia de Confucio es más acusada son los Shih Shu (Cuatro Libros). En términos generales, se trata de recopilaciones de las enseñanzas de Confucio y Mencio. Son el Ta Hsüeh (El gran saber), el Chung Yung (La doctrina del método), ambos referidos a Confucio, y el Mencio relacionado con el filósofo del mismo nombre. Con todo, la obra más importante, la que ha tenido una influencia mayor y la que que recoge más fielmente la visión propia de Confucio son las Lun-Yu (Analectas).
En términos generales, puede afirmarse que Confucio no fue un personaje preocupado por la especulación metafísica sino por hallar soluciones prácticas a los problemas con los que se enfrentaba la sociedad de su tiempo. Por un lado y casi como punto de partida, el filósofo chino creía que el ser humano era bueno por naturaleza y libre y que cuando se apartaba “de esta bondad natural, será víctima de la infelicidad” (6, 17)
Sin embargo, pese a su creencia en la bondad natural del ser humano, Confucio debía enfrentarse con un panorama social y político que no parecía en absoluto corroborar su tesis. Como forma de enfrentarse con éxito a ese terrible divorcio, Confucio proponía varias medidas de especial importancia. La primera de ellas era mantener lo antiguo precisamente porque había demostrado a lo largo de siglos que era válido para la convivencia (7, 1 y 19). Precisamente ese respeto por lo antiguo se traducía en una realización puntual de los ritos no sólo civiles sino también religiosos que los chinos venían llevando a cabo desde hacía siglos (6, 25). Ese cumplimiento del ritual debe llevarse a cabo incluso aunque se desconociera su significado (3, 11). Este respeto y sumisión a las antiguas tradiciones con especial referencia a ritos y sacrificios ya prescritos encuentra además en Confucio una especial relevancia cuando se relaciona con el culto a los antepasados (3, 12). Semejante circunstancia tiene una especial importancia en la medida en que ese culto a los antepasados no es sino la continuación religiosa y particularmente escatológica de la veneración por los familiares mayores, otro de los grandes pilares sociales propuestos por Confucio. De hecho, casi puede decirse que éste es uno de los temas abordados con más profusión en las Lun-Yu y que también va a tener una influencia mayor en la historia posterior.
Esta concepción de respeto hacia el pasado y de consideración de la piedad filial como una de las virtudes fundamentales no sólo para el individuo sino para toda la sociedad, tiene también su equivalente en el gobernante. Para Confucio, conceptos tan queridos actualmente en Occidente (pero, en buena medida, tan recientes) como la participación popular, la soberanía nacional o el control de los gobernantes tienen tan poco sentido que ni siquiera los contemplamos esbozados en sus obras. En realidad, lo primero que se pide de un gobernante es eficacia, una capacidad que ha de asentarse en la sabiduría adquirida y en las dotes naturales. Sin embargo, esa eficacia no tendría valor si la relación entre un gobernante y sus gobernados no se asemejara a la vez extraordinariamente a la de un padre con sus hijos. Mientras que de estos últimos exige respeto, obediencia y sumisión, del primero requiere una buena conducta que inspire como ejemplo y benevolencia. La insistencia en la bondad y en la virtud de los gobernantes resulta esencial para Confucio porque aunque reconoce el poder para regir que se deriva del uso de la fuerza, no obstante, insiste en el hecho de que su valor a la hora de gobernar y su efecto sobre los gobernados siempre será inferior al de la acción del buen gobernante.
Se ha definido en ocasiones esta visión de Confucio de “despotismo paternalista”. Más bien habría que indicar que el autor chino confía en la existencia de una élite de sabios virtuosos que a la capacidad unen las características propias de un buen padre.
Precisamente, por su propio carácter, el hombre superior no debe buscar el aprecio del pueblo sino cumplir con su deber. Su misión no es obtener ni popularidad ni respeto sino realizar adecuadamente la tarea que se le ha encomendado. Finalmente, lo importante no es la apariencia sino la realización correcta del trabajo y no sólo basta con el bien sino que además hay que ser competente.
Es precisamente esa combinación de benevolencia y sabiduría, de eficacia y conocimiento, de respeto por el pasado y por los padres y de entrega a las tareas encomendadas, de atención a los que acuden y de tranquilidad cuando nadie se acerca, lo que caracteriza a los sabios. Su ideal - a diferencia del articulado por Platón - no consiste en formar una élite que domine el estado. Más bien es servir a unas estructuras ya existentes en la medida de sus virtudes basándose no en el rango social sino en la capacidad y en la educación de que disponga. Si se le ofrece tal posibilidad será en beneficio de todos. Si se sofoca, sólo será en perjuicio de la colectividad.
CONTINUARÁ
May 14, 2018
Nanjing (IV): del templo de Confucio a la escuela de opositores
Confucio es uno de los personajes más relevantes de la Historia de la Humanidad. Se puede matizar esa afirmación indicando que su influencia se limitó a China y naciones aledañas, pero no nos engañemos porque eso es como decir que la influencia de Julio César en la Historia universal es pequeña porque se limitó al imperio romano y a los reinos que surgieron de su colapso. Para ser sinceros, es dudoso que la influencia de Julio César fuera más allá del final del fascismo italiano, pero la de Confucio perdura a día de hoy.
Confucio no fue un fundador de religión, pero su visión, fundamentalmente moral y política, acabó adquiriendo un significado religioso en la medida en que no cuestionaba el culto ya existente en China y lo dotaba de un armazón moral que podría servir de sostén a la nación. A decir verdad, constituyó el cañamazo de una religión civil que hubiera hecho las delicias de un Federico de Prusia, de un Napoleón e incluso de Hitler. Nada de sometimiento a jerarquías espirituales y nada de dogmas, pero sí una aceptación de cualquier tipo de superstición siempre que no erosionara unos principios morales que sirvieran al interés general. En ese sentido, el confucionismo implicó una capacidad de progreso para la Humanidad inferior a la que ha provocado el protestantismo desde el siglo SVI, pero muy superior a la de la iglesia católica. No tuvo, desde luego, jamás una inquisición que arrojara a la hoguera a los disidentes. Mi tesis no es sólo conclusión mía. Lawrence E. Harrison ha dejado de manifiesto cómo Jews, Confucians and Protestants – por citar el título de su libro – han sido elementos extraordinarios en el avance y la prosperidad de los pueblos a diferencia de, por ejemplo, la iglesia católica que ha sido, por regla general, una rémora – por no decir una maldición – en esos aspectos.
Una de las razones del avance provocado por el confucionismo estuvo en el impulso al estudio y a la meritocracia. A diferencia del protestantismo, no defendía una educación universal, pero sí que creía en la importancia de contar con un segmento de gentes educadas, que debían además cubrir los puestos funcionariales y servir de la mejor manera posible a la nación. La manera de seleccionar a los mejores era un complicado sistema de oposiciones que nada tiene que ver con lo que, por ejemplo, se contempla en España donde ser miembro de un sindicato o hablar catalán es mejor considerado que conocer una profesión o ser competente. Ya se sabe los asnos pueden llegar a ministros si son mujeres, catalanes, homosexuales o miembros de un partido o sindicato antes que si son personas preparadas y sabias. ¿Para qué vamos a negarlo?
El sistema de oposiciones – ejercicios que duraban días y en los que los examinandos eran encerrados en celdas donde debían comer, dormir y hacer sus necesidades sin posibilidad de salir – duró en China hasta 1905 y entonces fue desechado no porque no fuera adecuado sino porque sus materias habían quedado atrasadas de cara a un estado moderno. China aún era un imperio, pero antes de la proclamación de la república en 1911 se habían iniciado intentos de modernización nada carentes de sentido común y buen juicio. Por ejemplo, el sistema de oposición común para toda China eliminó las tendencias centrífugas del imperio en favor de un sentimiento nacional unificado. También impuso el chino como la lengua común de todos los chinos por encima de dialectos y lenguas locales. Incluso fijó unos mínimos de competencia que tendrían que existir incluso en el punto más alejado del imperio. No sorprende que con esos mimbres – justo los opuestos a los de la España de hoy, pero también del pasado – China sentara las bases de un funcionariado que serviría al imperio casi milenio y medio sin importar cambios dinásticos y catástrofes nacionales. Guste o no, hay mucho que aprender también de todo esto.
CONTINUARÁ
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