César Vidal's Blog, page 72

August 3, 2016

Votar a Hillary

En mi anterior artículo, me referí a las personas que, previsiblemente, votarán a Donald Trump en las próximas elecciones presidenciales. Resulta, pues, obligado dedicar éste a los votantes potenciales de Hillary.

En primer lugar, la votarán los que recuerdan con nostalgia al presidente Clinton. Muchos desearían relacionar a Bill Clinton sólo con episodios como el de la becaria Lewinsky o el fracaso de las conversaciones para llegar a un acuerdo definitivo en Oriente Medio. Sin duda, todo eso sucedió durante su presidencia, pero no es menos cierto que Clinton consiguió las mejores cifras de empleo de la Historia reciente y unos resultados económicos envidiables. El sueño de muchos es verlos repetidos y esperan que se conviertan en realidad con Hillary en la Casa Blanca.



Segundo, apoyarán a Hillary los partidarios de la protección o incluso de la discriminación positiva en favor de minorías como los negros, los hispanos o los gays. Por supuesto, hay excepciones a ese respaldo como puede ser el caso de algunos negros del estilo de Larry Elder o de buena parte de los cubanos o los venezolanos de Miami, pero, en términos mayoritarios, Hillary tiene más que sobradas razones para pensar que se llevará el voto negro, hispano y gay. A fin de cuentas, desde los años sesenta y con resultados diversos en el terreno práctico, la comunidad negra se siente más identificada con el partido demócrata. De la misma manera, los hispanos son en un ochenta por ciento gente procedente de México y no de regímenes de izquierdas. Finalmente, el lobby gay ha ido avanzando una agenda gracias, mayoritariamente, a sectores cercanos al partido demócrata. A estas minorías se sumará el voto de no pocas mujeres ilusionadas con la idea de que una de ellas alcance la presidencia. Igualmente, el de aquellos norteamericanos que siguen considerando – y no son pocos – que el racismo continúa existiendo como un problema irresuelto en el seno de la sociedad.



Tercero, respaldarán a Hillary los que aspiran a unas políticas sanitaria y educativa mejores. La sanidad en Estados Unidos es, ciertamente, buena, pero también innegablemente cara y fuera del alcance de millones de ciudadanos. Las consecuencias de esa circunstancia son no pocas veces dramáticas como se desprende del hecho de que la esperanza de vida en Estados Unidos resulte muy mal parada cuando se la compara no sólo con la de las naciones de Europa occidental sino también de algunas de Hispanoamérica. Según datos oficiales, determinadas dolencias, por ejemplo, el cáncer de pulmón, en ciertos estados, equivalen a una sentencia de muerte casi segura. En cuanto a la enseñanza, el panorama presenta también datos inquietantes. La escuela pública ha sufrido en no pocas áreas de la nación una desinversión con consecuencias penosas, pero, por añadidura, en la universitaria – que es una de las mejores del mundo – el sistema de becas deja mucho que desear – no todo el mundo es un prodigioso jugador de baloncesto – y no es excepcional que un estudiante se gradúe con una deuda de centenares de miles de millones de dólares, deuda que, a diferencia de otras, tendrá que abonar al banco incluso aunque se declare en bancarrota. Estas dos circunstancias, más que difíciles de justificar, explican por si solas buena parte del apoyo recibido por Bernie Sanders y, siquiera en parte, beneficiarán a Hillary. Es cierto que no todos los seguidores de Bernie Sanders van a dar su voto a la que denominan “candidata de Wall Street” y no es menos verdad que el Obamacare no ha funcionado todo lo bien que se esperaba. Sin embargo, en estos temas, muchísimos ciudadanos confían más en Hillary que en Trump.



Cuarto, la votarán los que desean que once millones de inmigrantes ilegales se queden y, por añadidura, puedan venir sus familiares. El único esfuerzo – derrotado hasta ahora – para que la mitad de esa cifra impresionante pudiera permanecer legalmente en territorio de Estados Unidos lo ha realizado Obama y es previsible que Hillary lo repita. Naturalmente, se trata de una esperanza que provoca rechazos en sectores muy amplios de la población, incluidos los hispanos que ya están dentro y que desean que se cierren las puertas, pero no puede ocultarse que también recibirá el respaldo entusiasta de millones de votantes.



Quinto, también la votarán los que creen más en un mensaje comunitario que individualista, positivo que negativo. De hecho, uno de los aspectos más inteligentes de la campaña demócrata es contraponer el “unidos” al “hombre solo”. La idea de que el conjunto de los ciudadanos es más relevante que el esfuerzo de un coloso o que América debe ser contemplada en colores luminosos y no con tonos sombríos tiene un peso sobre el imaginario del electorado de Estados Unidos que no tendría en otras naciones como, por ejemplo, las europeas más entregadas a aceptar mensajes de alarma. Ahí el equipo de Hilary está demostrando una habilidad indiscutible.



Sexto – y muy importante – el ticket demócrata será votado por muchos de aquellos ciudadanos que desean a un presidente moderado. Hillary está jugando muy astutamente la carta de ser la candidata que no sólo no provocará maremotos en el mundo financiero sino que es capaz de impulsar a un candidato a la vicepresidencia cuyo discurso en favor de la familia parece pronunciado por el ala derecha de los republicanos. Podrá ser presentada por muchos como la hermana gemela del Anticristo, pero lo cierto es que su compañero de ticket es un buen padre de familia, con una esposa encantadora y un pasado como misionero en Centroamérica donde aprendió un más que aceptable español. En cuanto a la misma Hillary, hay que reconocer que ha conservado el vínculo matrimonial contra viento y marea. Si hubo “demócratas por Reagan” en el pasado, Hillary aspira ahora a tener sus “republicanos por Clinton”.



Séptimo y esencial, Hillary es la candidata del establishment. Semejante realidad es imposible de percibir para aquellos que llevan décadas presentándola como una especie de Lenin rubio y femenino, pero lo cierto es que los Clinton se han caracterizado por una adaptación a los grandes lobbies digna de un estudio en profundidad. No presionará a las grandes empresas sino que aceptará demandas añadidas procedentes de las mismas; no acosará a Wall Street sino que, como hizo su marido, facilitará su acción y enriquecimiento; no contrariará la política de Israel – Clinton fue mucho más pro-Israel que Bush padre - y, a diferencia de un aislacionista Trump, emprenderá cualquier intervención militar considerada conveniente en ciertas esferas de poder. No se trata sólo de ver qué naciones han entregado dinero a la Fundación Clinton para poder intuir cuál será su política exterior sino de examinar su propia trayectoria como secretaria de estado. A Hillary se le deben, entre otras cosas, las intervenciones conocidas como “primaveras árabes” – fallidas trágicamente – y el abandono de la política de entendimiento con Putin respaldando un golpe de estado de los nacionalistas ucranianos cuyas últimas consecuencias lamentables quizá no hemos padecido todavía. Sus adversarios podrán acusarla de paloma como a Obama - ¡una paloma presidencial que bombardeó siete naciones en cinco años! – pero lo cierto es que Hillary ha sido un claro halcón como secretaria de estado. Cuestión aparte es que haya cometido errores en su gestión - ¿alguien se atrevería a decir ahora que la intervención en Irak ha sido un éxito? - o que no haya atacado a todas las naciones que determinados grupos desearían para provocar los cambios de régimen ansiados. La política exterior de Estados Unidos no se ha diseñado nunca sobre la base de complacer a exiliados afincados en su seno. Cuestión aparte es que éstos puedan ser considerados útiles, ocasionalmente, para desarrollar una política exterior determinada. Desde luego, a día de hoy, si existe un candidato de lo que Eisenhower denominó “el complejo militar-industrial”, es un candidato con nombre de mujer.





En su conjunto, Hillary apela a amplísimos sectores sociales que van desde los republicanos moderados – o simplemente anti-Trump – a las minorías étnicas que pueden decidir elecciones en swing states como Florida pasando por importantísimos lobbies que resultan de enorme relevancia económica, social y mediática. Para derrotarla, tendrán que ser muchos los americanos que acudan a las urnas convencidos de que les están robando el país .

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Published on August 03, 2016 00:28

August 1, 2016

Votar a Trump

Ya están los dos candidatos designados y de aquí hasta final de año vamos a asistir a un pugilato en el que no faltarán, previsiblemente, los golpes bajos. En este artículo y en el próximo, quisiera señalar las razones por las que tanto Donald Trump como Hillary Clinton harán acopio de distintos votos. Ambos además van a atraer votantes totalmente contradictorios. ¿Quién va a votar a Trump?

Primero, los que piensan que el sueño americano ha dejado de cumplirse. Toda su vida han creído que existía un pacto no escrito que aseguraba que, trabajando, respetando la ley y pagando impuestos podrían acabar teniendo una casa propia, un retiro digno e incluso la posibilidad de enviar a los hijos a la universidad. A día de hoy, ese pacto social ya no se corresponde, lamentablemente, con la realidad, pero ellos piensan que Trump puede volver a reactivarlo. Segundo, los que desean “ley y orden”. Están cansados de escuchar malas noticias – aunque vengan del otro lado del Atlántico – y les horroriza que alguien pueda disparar a un policía o que lo que sucede en Europa acontezca en territorio americano. Tercero, los que están cansados de aventuras extranjeras. En contra de lo que pueda pensarse en el extranjero y en contra de la línea seguida por políticos y medios, el americano medio es aislacionista. Tras década y media de conflictos armados irresueltos, son millones los que no ven razón alguna para que sus muchachos sigan en Irak o en Afganistán. Antes de adecentar la casa ajena, desean que se arregle la propia. Cuarto, los que están hartos de que las corporaciones americanas se vayan al extranjero. Recuerdan una época en que Estados Unidos daba trabajo a millones en industrias que, hace ya tiempo, se han desplazado a China o a México. Ansían que esas compañías americanas den trabajo a americanos en suelo americano. Quinto, los que desean que se cierre la puerta a los inmigrantes. No están en contra de la inmigración en si, pero consideran que no se puede seguir soportando un flujo continuo de extranjeros. En especial, les preocupan los mexicanos – el ochenta por ciento de los hispanos en Estados Unidos – y los musulmanes que, desde su punto de vista, no están convirtiendo Europa precisamente en un remanso de paz. En este grupo se encuentran también aquellos inmigrantes ya establecidos en Estados Unidos que desean, lisa, llana y claramente, que se cierre la puerta porque ellos ya están dentro de manera irreversible. Sexto, los que consideran que el gasto público es excesivo. En realidad, el número de funcionarios en Estados Unidos no es elevado si se compara con el resto del continente o con Europa - ¡no digamos ya con España! - pero, para muchos norteamericanos, se trata de una situación intolerable. Séptimo, los que piensan que les están robando su país. Recuerdan un tiempo en que había menos intervención pública, en que la economía giraba en torno a la producción y no a la especulación, en que no hubo guerras interminables, en que los rostros que veían por la calle no eran extranjeros que están ocupando sus espacios vitales. Piensan que su nación ha cambiado, que no lo ha hecho a mejor y que está siendo punto menos – o punto más – que invadida. Sus aspiraciones son contradictorias ya que no es posible ser aislacionista y, a la vez, seguir la política agresiva de los Bush y tampoco es posible defender el libre mercado y optar por el proteccionismo. Es igual. Todos los mencionados – y algunos más - votarán a Trump.

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Published on August 01, 2016 23:25

July 31, 2016

Corría el año…  Troya: ¿mito o realidad?

Desde niño, la Historia de Troya siempre me cautivó. No podré olvidar nunca aquella noche de reyes – tendría yo unos diez años – en que esperé con más ansia que nunca la llegada de la mañana porque sabía que me encontraría con la Ilíada y la Odisea – y con un volumen de historiadores latinos – y la perspectiva me aceleraba la respiración.

No era mi primer contacto con aquellos héroes porque ya había visto películas como Helena de Troya o Ulises, e incluso había leído fragmentos de ambas epopeyas, pero aquello iba a ser el inicio de un viaje que perdura hasta la actualidad.



Vuelvo a Homero continuamente y cada vez me cautiva más porque, a pesar de su aspereza bárbara en algunas conductas, existe toda una filosofía no exenta de nobleza en sus versos que me mueve a reflexionar una y otra vez. Aquiles y Héctor – mucho más que Agamenón u Odiseo – siguen teniendo una actualidad que, en ocasiones, me sobrecoge. Espero que disfruten este programa sobre Troya. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!



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Published on July 31, 2016 23:23

July 30, 2016

Las Epístolas universales (I): Santiago

LOS PRIMEROS CRISTIANOS

LAS FUENTES ESCRITAS (VIII):

FUENTES CRISTIANAS (VI):

Las Epístolas universales (I): Santiago[1]

La carta de Santiago es uno de los escritos del Nuevo Testamento que ha sido objeto de más controversia en cuanto a su datación, la determinación del autor y el juicio sobre su contenido. Ciertamente la afirmación de K. y S. Lake[1] en el sentido de que podía ser fechada en cualquier período desde el siglo II d. J.C. hasta el siglo XVII a. J.C. constituye una abierta exageración, pero permite aproximamos a la dificultad inherente a esta obra. T. Zahn y A. Harnack,[1] escribiendo en el mismo año, la dataron respectivamente en el 50 d. J.C. y entre el 120 y el 140 d. J.C. Por impresionante que pueda parecer la diferencia, estamos obligados a señalar que, en apariencia, el análisis interno del documento no es de gran ayuda para dilucidar las cuestiones señaladas. No hay referencias a personajes concretos (salvo el autor y otros bíblicos como Abraham, Isaac o Rahab) ni a lugares ni tampoco a eventos de cierta significación. Literariamente, la obra aparece inmersa en una tradición que va desde los Proverbios hasta el Pastor de Hermas o la Didajé pasando por la Sabiduría de Salomón o el Eclesiástico. El único punto de referencia es el hecho de que se confiesa como un escrito cristiano, pero las referencias a Jesús son escasas (1, 1; 2, 1) y algunos han especulado incluso con la idea de adscribir la obra al judaismo.[1] Con todo, hoy por hoy, parece claro que su carácter cristiano resulta indudable y más intenso de lo que se podría creer a primera vista.[1]



A nuestro juicio, sin embargo, la dificultad para determinar la adscripción a un ambiente cristiano o judío constituye uno de los primeros elementos que facilitan el encuadramiento de la carta en un entorno concreto. En la misma se percibe una ausencia prácticamente total de oposición (si se nos apura, de distinción incluso) entre el cristianismo y el judaismo. No se ataca al judaismo como tal, ni se le diferencia del entorno teológico o moral del autor. De hecho, la diatriba contra el opresor tiene claros paralelos con el profetismo veterotestamentario. A diferencia de otros escritos del Nuevo Testamento (la carta a los Hebreos) o externos al mismo (Didajé, Carta de Bernabé, etc.) está ausente la sensación de ruptura entre el cristianismo y su origen teológico en el judaismo.

Ciertas circunstancias adicionales nos revelan más datos en relación con la obra. Por un lado, y, como hemos visto, como algo esencial para la datación de nuestras fuentes, no hay la menor referencia a la destrucción del Templo en el año 70 d. J.C., algo inconcebible en un escrito cristiano posterior a esa fecha. Por otro, la descripción de las relaciones laborales en el campo (5, 1-6) parecen señalar a un encuadre cronológico que concluyó —en el sentido que aparece expresado en nuestra fuente— con la guerra del 66-73 d. J.C., y que encaja con la situación anterior al estallido de la guerra de los judíos. A lo anterior hay que añadir que las referencias climáticas (1, 11; 3, 11 y ss.; 5, 7, 17 y ss.) y en especial la relativa a las «lluvias primeras y las tardías» (5, 7), que tiene claras resonancias veterotestamentarias (Dt. 11, 4; Je. 5, 24; Jl 2, 23; Zac. 10, 1) apuntan a la situación concreta de la tierra de Israel y sur de Siria.[1]

En cuanto al contenido del mensaje de la carta da la absoluta impresión de provenir de un judeo-cristiano que se dirige a sus compatriotas hablándoles en su propio idioma. Así, por citar algunos aspectos concretos, la comunidad judeo-cristiana es una colectividad de judíos aún no escindida del judaismo y que acude a la sinagoga (2, 2; cf.: Hch. 6, 9); la base de los argumentos de la obra es la relación con el Dios único (2, 19), al que se invoca como Señor de los Ejércitos (5, 4), es decir, YHVH Tsebaot, un título de claras resonancias veterotestamentarias; Abraham es el padre común (2, 21); se apela a la Torah (2, 9-11; 4, 11 y ss.); las buenas obras son concebidas en los términos veterotestamentarios de dar limosnas y asistir a las viudas y a los huérfanos; el infierno es denominado con la expresión «Gehenna» (algo que en el Nuevo Testamento sólo aparece conectado con la persona de Jesús), etc.[1]

Los mismos adversarios de Santiago no resultan ser el judaismo organizado (como sucedió con Pablo en alguna ocasión), ni las autoridades civiles (como se percibe en 1 Pedro) ni la maquinaria imperial (el Apocalipsis). Los personajes a los que se refiere la carta en 2, 6 y ss. son judíos, pero se les ataca no por serlo (como, por ejemplo, podría pensarse en 1 Tes. 2, 14 - escrita tras las amargas experiencias de Pablo con sus paisanos en Tesalónica - sino por pertenecer a un estrato concreto de la población, el de los ricos exentos de arrepentimiento. De hecho, a nuestro juicio, resulta evidente que no hay nada en este escrito que trascienda del cuadro histórico que se describe en la primera parte del libro de los Hechos. Allí también es la clase alta judía la que se opone a la comunidad cristiana (Hch. 4-5; 13, 50), incluso en alguna ocasión con la mayor aspereza (Hch. 8, 1, 3; 9, 2; 11, 19). Por otro lado, la presencia gentil es totalmente inexistente. De más está decir que esto es susceptible de ser enlazado con la ausencia de señales de la evangelización a los gentiles así como de las tensiones producidas por la misma (leyes rituales, alimentos sacrificados a los ídolos, matrimonios consanguíneos, circuncisión, etc.). Como ha señalado acertadamente R. J. Knowling, Santiago se enfrenta con problemas judíos, los mismos que resaltó Jesús en su predicación.[1] Por otro lado, factores como el hecho de que ni siquiera haya referencias a la apostasía o a la pérdida del primer amor (algo relativamente común en los escritos neotestamentarios de los años sesenta y finales de los años cincuenta) parece abundar en el encuadramiento de la obra en los primeros tiempos del judeo-cristianismo en Israel.

Teológicamente, la carta también parece tener asimismo un contenido muy primitivo. No hay señales de herejía o cisma (como puede verse en las cartas de Pablo y de Juan) y también están ausentes los signos de un gnosticismo incipiente como se producirá en otros círculos judeo-cristianos según se pone de manifiesto en los documentos de la última parte del Nuevo Testamento. Por otro lado, la cristología es muy sencilla y tampoco presenta rasgos de controversia, hasta el punto de que se ha podido comentar que Santiago da la impresión de escribir antes de la crucifixión de Jesús.[1] El mismo pasaje de 5, 7-11 no puede estar más desprovisto de colorido escatológico y es bastante dudoso incluso que se refiera a la Parusía en sentido estricto. Finalmente, la idea de la ortodoxia no parece preocupar al autor (2, 19) y no existe el menor rastro de una defensa apologética de la fe.[1]

Desde el punto de vista eclesiológico, aparte de la ya mencionada vivencia en el seno del judaismo, no deja de ser curioso que las referencias cúlticas de Santiago (5, 12-20) sean específicamente judeo-cristianas sin paralelos en el judaismo helenista. Por añadidura, se hallan ausentes las referencias a un ministerio eclesial salvo la mención de los ancianos (5, 14) que procedían del judaismo (Hch. 4, 5, 8, 23; 6, 12) y de los maestros que tienen el mismo origen (3, 1). No existe, pues, ninguna jerarquía ministerial (comp. 1 Cor. 12, 28; Ef. 4, 11; Did. 13, 2; 15, 1 y ss.; Hermas 3.5.1) y la advertencia de Santiago contra querer ser maestros parece estar en la línea de diversos dichos de Jesús (Mt. 23, 6-11). Todos estos factores nos inclinan a datar esta fuente en fecha muy temprana, tema sobre el que volveremos una vez que analicemos las posibilidades de identificación de su autor.

La única referencia al mismo se halla en 1, 1 y aparece ligada a la mención de «Santiago siervo de Dios y del Señor Jesucristo». Parece claro que, sea o no genuina la referencia[1] - y no hay razones de peso para negarlo - se refiere a Santiago, el hermano del Señor.[1] De hecho, ese Santiago es el único de los cinco personajes neotestamentarios con ese nombre que es presentado de forma tan escueta. Dada la importancia del personaje, el argumento relativo a la pseudonimia queda precisamente debilitado por la ausencia de referencias continuas a episodios de la vida de Jesús o a la grandeza del supuesto autor.[1] Por otro lado, existen paralelos notables en el estilo de la carta y el utilizado por el Santiago descrito en Hch. 15.[1]

Las objeciones contra la identificación de Santiago con el autor no resultan, en nuestra opinión, nada convincentes. Por un lado, la actitud de la carta hacia la Torah (que no debería identificarse con la de algunos judaizantes cercanos; v. g.: Gál. 2, 12) se corresponde con la que conocemos de Santiago por los Hechos (15, 13-21, 24), en el sentido de que el énfasis se sitúa más en el aspecto moral que en el ritual. Armoniza además con el testimonio del mismo Pablo que distingue entre Santiago (con el que no se encuentra en situación de enfrentamiento) y algunos de sus seguidores (Gál. 2, 9-12).

La lengua griega en que está escrita la carta tampoco nos parece un argumento fundamentado sólido como para negar la autoría de Santiago. T. Zahn ha señalado las deficiencias lingüísticas del escrito[1] y J. N. Sevenster, quizá en el estudio más extenso hasta la fecha sobre la utilización del griego por los judeo-cristianos , dejó demostrada hace tiempo la absoluta posibilidad de que la obra pudiera haber salido de la pluma de un judío afincado en Israel.[1] A decir verdad, el hecho de que éstos podían emplear el griego koiné de manera habitual es hoy aceptado de forma prácticamente universal.[1] Como ha señalado A. W. Argyle, «sugerir que un muchacho judío crecido en Galilea no sabría griego es peor que sugerir que un muchacho galés criado en Cardiff no sabría inglés».[1] Por el contrario, es más que posible que el primer período del judeo-cristianismo viniera caracterizado por un buen número de miembros helenoparlantes.[1]

Sobre la base de todo lo anterior creemos que las circunstancias que confluyen en la carta apuntan a un encuadre que muy difícilmente podría encajar con otra persona que no fuera Santiago, el hermano de Jesús, y esto en época muy temprana del judeo-cristianismo. Recordemos que en esta fuente se reúnen la situación de ausencia de polémica con los gentiles, de inexistencia de la misión entre los paganos, de indiferenciación entre judaismo y cristianismo, de tolerancia por parte de las autoridades judías, de falta de controversia con Pablo —un tema sobre el que volveremos en la segunda parte—, de desconocimiento de la destrucción del Templo en el 70 d. J.C. o de incluso la revuelta judía anterior. Dado que el conflicto entre los gentiles se produjo a finales de los años cuarenta del siglo I y que Santiago parece haber ocupado un lugar de importancia en Jerusalén, si no desde hacia el año 35 (Gál. 1, 19) si al menos desde el 42-44 (cf.: las órdenes de Pedro en Hch. 12, 17), la carta no pudo ser escrita antes de esa fecha. Aun suponiendo que la obra reflejara en parte una controversia antipaulina sobre la fe y las obras (cosa más que improbable), tal hecho debería conectarse con la predicación del «Evangelio paulino» proclamado durante el primer viaje misionero de finales de los años cuarenta y acerca del cual el apóstol de los gentiles consultó con Santiago y otros (Gál. 2, 2), lo que nos proporcionaría un terminus ad quem por esas fechas para la redacción del libro y en cualquier caso, el mismo tendría que ser anterior a la decisión del concilio de Jerusalén.

Este conjunto de circunstancias —creemos que con base muy sólida— sitúan a nuestro juicio la redacción de la carta entre el 47-48 y finales de los cincuenta, y permite dar una explicación coherente a los paralelos indudables que existen entre la expresión lingüística de Santiago en la carta y la que se le atribuye en relación con el concilio de Jerusalén, tal y como se recoge en el libro de los Hechos. Posiblemente esta coherencia es lo que la ha llevado, con muy ligeros matices, a abrirse paso de manera muy notable en la consideración de algunos estudiosos como una obra no pseudonímica.[1]

Partiendo de estas bases de autenticidad e inmediatez geográfica y cronológica, el valor como fuente de la carta de Santiago es considerable en cuanto a información relativa al judeo-cristianismo en Israel anterior al 62 d. J.C., quizá incluso previo al año 50 d. J.C. Las relaciones con el judaismo (del que no se consideraba desprendida la comunidad jerosilimitana), las prácticas que podríamos denominar presacramentales, la teología y la visión social muestran, por otro lado, unos indicios de arcaísmo y de resonancias de la enseñanza de Jesús de enorme relevancia.



CONTINUARÁ

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Published on July 30, 2016 23:22

July 29, 2016

Swing Low Sweet Chariot

La enseñanza bíblica sobre la Segunda Venida de Cristo apenas tiene lugar en el seno de ciertas confesiones. Por un lado, están tan ocupadas en construirse un reino terrenal lo más rico y poderoso posible que la simple idea de que Jesús pueda regresar y acabar con semejante tinglado tiene que resultar escalofriante para sus dirigentes; por otro, implicaría ya ahora un cambio drástico de sus prioridades y actuaciones. Es lógico que así sea.

No en vano la Biblia enseña que el Hombre de pecado se coloca en lugar de Dios y que será la Palabra de Dios la que irá recortando su reino hasta que tenga lugar la segunda venida de Cristo.



Sin embargo, para los cristianos verdaderos la Segunda Venida es una espera gozosa y alegre. Ya entre los primeros era común saludarse con la expresión Maranatha que lo mismo podía significar el Señor viene que Ven, Señor. Sabían que los grandes problemas de la Humanidad sólo serán reparados de manera total y definitiva cuando Jesús regrese.

Esa expectativa se ha repetido a lo largo de los siglos dando lugar a hermosas canciones. La que incluyo hoy nació entre los esclavos como un negro spiritual. Su anhelo era que Jesús regresara ya y se los llevará con él tal y como había anunciado, por ejemplo, él mismo y los apóstoles. Quizá por eso el himno es, a la vez, tan sencillo y tan conmovedor señalando ese deseo de que el carro del Señor se deslice volando bajo y recoja a Sus hijos para llevarlos al verdadero hogar.

Esta canción siempre me ha gustado mucho y ésa es la razón para que hace décadas escribiera una versión en español que, por cierto, llegó a ser cantada en alguna iglesia. Pero eso es muy secundario y anecdótico. Lo importante realmente es que recuerden ustedes que la única esperanza definitiva del género humano está en Jesús el mesías y que él regresará. Si aún vivimos, algunos sabemos que no faltará a su promesa de llevarnos con él. Si hemos muerto antes, ya estaremos a su lado.

He escogido dos versiones de la canción. La primera – totalmente a capella - es de The Plantation Singers y creo que reproduce magníficamente la manera en que esta pieza musical debió ser cantada en sus primeros tiempos. La segunda es del grande, grandísimo Johnny Cash. Disfrútenlas. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!



Aquí están The Plantation Singers



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Y aquí viene Johnny Cash



https://www.youtube.com/watch?v=z9Y_GLT4_9I





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Published on July 29, 2016 23:27

July 28, 2016

Los libros proféticos (XXVI): Daniel (V): la profecía de las setenta semanas (Daniel 9)

Como hemos tenido ocasión de ver en semanas anteriores, Daniel es un libro que ha sufrido una suerte aciaga desde inicios del siglo XIX. En lugar de proceder a la lectura de lo que aparece en sus capítulos, se han ido tejiendo imaginativas interpretaciones futuras sin punto de contacto con la realidad.

Ya hemos visto lo insostenibles que resultan en relación con profecías como las de los cuernos pequeños – que son personajes distintos – o la estatuta de Nabucodonosor. Sin embargo, donde la escatología ficción llega a su cumbre es en la interpretación dispensacionalista de las setenta semanas. De acuerdo con la misma, se cumplirían, primero, las sesenta y nueve primeras semanas y luego tendría lugar la detención del reloj escatológico dejando la semana setenta para el futuro. En esa semana setenta se irían acumulando un arrebatamiento pre-tribulacional de la iglesia, la aparición del Anticristo -entendido como un dictador político – un pacto con Israel quebrantado, la conversión de los judíos, la gran tribulación, etc, etc, etc. Para adobar la disparatada teoría se entrecruzarían textos que no tienen nada que ver con las setenta semanas construyendo una visión del futuro en apariencia coherente, pero, en realidad, sólo novelesca. Y, ciertamente, ha sido la novela la que más se ha beneficiado de esa interpretación como demuestra la serie de Dejados atrás (Left Behind), un conjunto de relatos de ficción más o menos entretenidos, pero que, bíblicamente, hablando, resulta deplorable, por no decir abiertamente ridículo. Todo esto oculta además todas las lecciones espirituales que aparecen en el libro de Daniel.



El capítulo 9 comienza con un Daniel que se percata (9: 1-2) de que los setenta años de desolación profetizados por Jeremías (Jeremías 25: 11; 29: 10) están a punto de concluir. No se trata de un tema baladí porque la destrucción de Judá y del templo de Jerusalén fue el mayor desastre de la Historia de Israel. La cuestión que ahora se planteaba era doble. En primer lugar, ¿había aprendido el pueblo judío la lección?. En segundo lugar, ¿se trataría de un episodio irrepetible o cabía la posibilidad de que se repitiera un episodio semejante en el futuro?

Daniel, desde luego, adoptó un punto de vista que era todo menos victimista. En su oración a Dios, no aparecen reflexiones sobre la crueldad de los babilonios o llamamientos a un “nunca más” o referencias a un nacionalismo que ve todo el mal en los otros y sólo el bien en los propios. Tampoco se le ocurrió alegar que Israel se merecía un trato privilegiado de benevolencia hacia sus iniquidades al ser el pueblo de Dios. Daniel presenta una visión radicalmente distinta. Si los habitantes de Judá llevaban décadas sufriendo un amargo destierro era porque “todo Israel traspasó Tu ley apartándose para no obedecer Tu voz; por lo que ha recaído sobre nosotros la maldición y el juramento que aparece escrito en la ley de Moisés, siervo de Dios, porque contra El pecamos” (9: 11). El texto difícilmente podría ser más claro. Todo lo que había sucedido se debía no a circunstancias políticas, geo-estratégicas, militares. A decir verdad, esos aspectos, aunque reales, eran, en el fondo, secundarios. La cuestión de fondo era que Judá había violado el pacto que tenía con Dios y, tal y como contemplaba la Torah, Dios había actuado en consecuencia. No había culpas que arrojar sobre otros sino pecados propios que reconocer, responsabilidades nacionales e individuales que asumir, desobediencas que aceptar. Dios, en realidad, había cumplido con Su palabra (9: 12). Era Israel el que no lo había hecho y los pecados de varias generaciones habían tenido el resultado que era de esperar para cualquiera que no se cegara por el orgullo espiritual o nacional (9: 16). Partiendo de esa base, Daniel suplicaba a Dios que revirtiera la situación que Israel padecía desde hacía setenta años e incluso asumía su parte de responsabilidad colectiva (9: 19).

En medio de su oración, en la que confesaba su pecado, pero también, solidariamente el de su pueblo (9: 20), Daniel recibió la visita de Gabriel (9: 20-21). Gabriel pronuncia entonces una profecía que tendría que ver con finalidades muy concretas (9: 24) que se verían realizadas en un lapsus de tiempo de, literalmente, siete setenas.

Durante las primeras sesenta y nueve semanas, se producirían acontecimientos muy importantes como la orden para salir y reconstruir el Templo y la ciudad de Jerusalén; la realización de esa construcción en medio de la dificultad y la aparición del mesías. Esta parte de la profecía es muy fácil de identificar. El punto de partida es el denominado edicto de Esdras del 457 a. de C., el séptimo año de Artajerjes (Esdras 7: 1-28), que permitió la reconstrucción de Jerusalén y del templo sobre una base legal. Esdras y los judíos que lo acompañaban llegaron a Jerusalén el quinto mes del séptimo año (457 a. de C.) y comenzaron, en medio de circunstancias bien difíciles, una reconstrucción que, como señaló Gabriel a Daniel, concluyó con éxito. Desde ese punto de partida hay que contar 69 semanas a razón de día por año lo que nos da un total de 483 años. Si los contamos desde el 457 a. de C. llegamos al año 26 d. de C. ¿Qué sucedió en el 26 d. de C.? Algo enormemente relevante. Era el año 15 del emperador romano Tiberio – Tiberio había reinado dos años con Augusto más trece en solitario – y comenzó su predicación un profeta judío conocido como Juan el Bautista (Lucas 3: 1-3). Ese mismo año, el mesías apareció y así quedó de manifiesto al ser bautizado por Juan que lo reconoció como tal (Lucas 3: 21-22; Juan 1: 32-34). El pasaje tiene una enorme relevancia porque el mesías, de acuerdo a la profecía de las setenta semanas, debía manifestarse en el año 26 d. de C., y no en un futuro lejano de esta fecha. O el mesías apareció entonces o, sinceramente, no deberíamos esperar que apareciera.

Con la terminación de la semana sesenta y nueve en el año 26 d. de C. no se produjo una detención del reloj escatológico, como pretenden algunos con más imaginación que conocimiento de la Historia y de las Escrituras. Tampoco la semana setenta se ve proyectada a más de dos mil años de distancia. En realidad – y es lógico – a la semana sesenta y nueve le sigue inmediatamente la setenta. Justo entonces, ya en la setenta, el mesías sería asesinado (9: 26). En algún tiempo después del asesinato del mesías vendría un príncipe que destruiría Jerusalén y el santuario. El versículo 27 es una repetición de este mismo leit-motiv. El pacto con muchos sería confirmado – una referencia expresa al sacrificio de Jesús que inauguraría el Nuevo pacto con muchos (Mateo 26: 25-29) – pero la ciudad de Jerusalén sería desolada (9: 27).

También resulta fácil contemplar el cumplimiento de la profecía global. La muerte del mesías fue tres años y medio más tarde de su manifestación, a mediados de la semana setenta. Más en concreto el viernes 7 de abril del año 30, justo a la hora en que se sacrificaban los corderos lo que, espiritualmente, significaba el final del sistema sacrificial de la Torah y su sustitución por una ofrenda no de animales sino perfecta. Sin embargo, la muerte del mesías no significaría el final de los pesares. Por el contrario, después de ella un príncipe arrasaría la ciudad de Jerusalén y su templo. Es sabido que así sucedió cuando, en el año 70 d. de C., las legiones romanas de Tito entraron en la ciudad y arrasaron el santuario. De manera bien significativa, esta parte de la profecía la identificaría Jesús con su anuncio de la destrucción del templo y lo señalado por Daniel en esta profecía de las setenta semanas (Mateo 24: 15; Marcos 13: 14).

De hecho, si se reflexiona con cuidado y no se entra en el delirio, la muerte expiatoria del mesías cumpliría el contenido de la profecía expresado en 9: 24: “para terminar la prevaricación, y poner fin al pecado, y expiar la iniquidad, para traer la justicia perdurable, y sellar la visión y la profecía, y ungir al Santo de los santos”. El sacrificio del Siervo sufriente significó la expiación una vez y por todas de la iniquidad (Hebreos 9: 21-28); la satisfacción de la justicia de Dios que no es por nuestras obras sino por la propiciación realizada por el mesías (Romanos 3: 22-28); la posibilidad de perdón de todos los pecados (Isaías 53: 4-7); la entrada en el Lugar santísimo no sólo de él sino también de los que creyeran en él como mesías (Hebreos 10: 19) y el sello de la visión y de la profecía porque Dios, que en el pasado habló de muchas maneras, en ese final de los tiempos hablaría “en Hijo” (Hebreos 1: 1-2). Sí, cierto, el templo de Jerusalén y la ciudad volverían a ser destruidos de manera aún más dramática que en la época de Nabucodonosor; sí, sería un juicio como el sufrido en la época de Nabucodonosor; pero esa terrible realidad no debería abrumar a Daniel como si el destino de Israel fuera el de una noria. No debería ser así porque, junto al juicio de Dios – reconocido incluso en el Talmud en relación con la destrucción del templo en el 70 d. de C. – se habría producido con anterioridad, justo a la mitad de la semana setenta, algo que cambiaría la Historia de manera radical: la muerte del mesías.

En el siglo VI a. de C., la destrucción de Jerusalén y del templo había sido un drama con resonancias de pavoroso vacío. En el siglo I d. de C., la tragedia habría sido precedida, a la mitad de la semana setenta, por la acción más importante de Dios en la Historia, una acción que cumplía las expectativas de milenios, que convertía ya en inútiles los sacrificios de animales que desaparecerían, que sellaba el nuevo pacto, que expiaba los pecados de muchos, que abría el camino para recibir la justicia a través de la fe. Desaparecía un viejo sistema para ser sustituido por otro perfecto. Como bien supo ver antes del 70 d. de C., el autor de la carta a los Hebreos (8: 13), el sacrificio del mesías anunciaba que pronto desaparecería el sistema sacrificial del templo de Jerusalén.

Naturalmente, la realidad de la profecía – que señalaba con nitidez hasta la fecha de la manifestación del mesías y de su asesinato – puede opacarse pensando en una futura invasión de Israel por Rusia o en la reconstrucción del templo por un anticristo que en nada se parece a lo que afirma la Biblia o en cualquier otro fruto de imaginaciones calenturientas. Sin embargo, la Palabra de Dios es muy clara y así podemos verlo al contemplar profecías ya cumplidas. Esa gloriosa realidad habría ya quedado de manifiesto cuando el templo desapareciera por segunda vez por razones nada diferentes a las que habían causado su primera destrucción. Se mire como se mire, el contenido de la Biblia siempre supera los dislates humanos aunque se conviertan en novelas y sean llevados a la gran pantalla.

CONTINUARÁ al regreso en septiembre

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Published on July 28, 2016 23:21

July 27, 2016

Retorno a Washington (IV): de marines a espías

El hecho de que continuamente haya temas que abordar tiene un efecto dilatorio sobre algunos de los posts. Por ejemplo, hubiera querido terminar esta serie sobre Washington hace ya semanas, pero no ha sido posible y lo más llamativo es que regreso en unos días a la capital de Estados Unidos y, por poco, no se me van a juntar el relato de una visita con el de la otra. El ya comenzado lo voy a concluir con dos museos que me parecen notables aunque uno más que otro. Me refiero al museo de los marines y al del espía.

El dedicado a la infantería de marina es pequeño, pero muy cuidado. Resulta interesante ver la evolución histórica de un cuerpo que ya existía en el siglo XVIII aunque lo asociemos habitualmente con la guerra del Pacífico o con la de Vietnam. He conocido a varios marines. A uno de ellos le pregunté, en cierta ocasión, si lo que aparecía en La chaqueta metálica o La chupa de chapa era cierto. Me dijo que lo referente al entrenamiento físico era real aunque lo dosificaban de tal manera que no resultaba tan duro como podría pensarse. Para él, lo más arduo había sido el entrenamiento psicológico, el desmontamiento paulatino de la personalidad para que fuera reestructurada de nuevo de acuerdo con la cosmovisión de los marines. Con todo, me señaló que lo más duro había sido la distancia de la familia. Destinado en el Pacífico, con un internet y unos teléfonos móviles inexistentes y unas tarifas telefónicas carísimas, sólo podía hablar con su novia de vez en cuando. Ignoro si su experiencia es la de muchos marines, pero, ciertamente, da para pensar.



Especialmente conmovedor en este museo es el elenco de personajes que recibieron la distinción de “solos en el mar”, es decir, la que honra a aquellas personas que, en acto de combate, quedaron perdidos en alta mar a la espera de poder ser rescatados. Fue el caso del difunto presidente Kennedy, pero también el de John Kerry y el de no pocos políticos norteamericanos. Se puede pensar lo que se quiera, pero el mundo no puede verlo igual alguien que no ha dejado de pisar moqueta desde su juventud y alguien que ha defendido a su nación y pudo perecer abandonado en alta mar en el intento.

Junto a esa gente, en Estados Unidos están los que han demostrado su valía en el mundo de la empresa privada. En España, no hay héroes entre nuestros políticos, pero además entran en la empresa privada cuando dejan la política, generalmente, en recompensa a sus servicios no en pro de la comunidad sino de ciertos entes. No haré más comentarios.

El museo del espía es bien diferente. Se trata de una entidad privada, ocupa varias plantas y resulta apasionante. No se trata sólo de que los que lo visitan pueden asumir una identidad falsa – como si fueran espías – y, en un momento determinado, se les interrogará sobre ella. No se trata tampoco sólo de que cuenta con exposiciones notables. En concreto, la de ahora era sobre James Bond. En realidad, lo mejor son sus distintas secciones. Desde la fabricación de códigos – cuenta con una copia de la máquina Enigma verdaderamente impresionante – hasta el espionaje en la Historia de Estados Unidos; desde la gente de Hollywood que sirvió como espías – de Sterling Hayden a Josephine Baker pasando por John Ford – al KGB; desde los aparatos más impresionantes para grabar y fotografiar a algunos de los grandes espías, el museo es un espacio en el que se podrían pasar horas y horas de solaz. Al menos, es mi caso que, desde la infancia, experimenté una enorme fascinación por el mundo de los espías y que me sentí cautivado por Mi guerra silenciosa, las memorias del extraordinario Kim Philby que llegó a ser el número dos del servicio secreto británico… al servicio de la Unión soviética.

Recorrer el museo constituye una experiencia apasionante que se ve realzada por el visionado de videos en los que distintos agentes cuentan sus experiencias en servicio o por una tienda que contiene una colección de libros para la venta – y de tazas o camisetas – muy superior en cantidad y calidad a lo que suele encontrarse en la mayoría de los museos.

Sólo hay un aspecto que el museo no refiere y que es esencial y es el papel de los servicios no en la lucha por la causa o en defensa de su nación sino en el control de las poblaciones. Por supuesto, hay referencias al GULAG y a otros infiernos relacionados con el servicio secreto, pero las cloacas del poder están llamativamente ausentes. Quizá es lógico, precisamente, por el papel que semejantes cometidos representan en la vida de algunos servicios.

Lo que me esperaba a la salida del museo es la visita a un restaurante español más que notable descubierto por mi hija, pero no me detendré en ese episodio. Daré por concluida aquí la narración de estos días en Washington, ciudad que, Dios mediante, espero volver visitar en pocas semanas.

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Published on July 27, 2016 23:18

El mensaje positivo de Hillary

13 AM del sábado. La Arena de FIU, la universidad más importante del sur de la Florida, espera pacientemente a una Hillary Clinton que llega al menos con media hora de retraso.

La cita es obligada porque en unas horas comenzará la convención demócrata y Florida es uno de los denominados swing states, es decir, aquellos en los que el resultado no está cantado y pueden decidir las elecciones. Ya todos han escuchado a un grupo de niños que recitaba el texto de lealtad a la bandera, a una cantante que entonaba el himno nacional y a una sucesión de miembros del partido demócrata que lo mismo han recordado, como una jovencita negra, que su madre murió por la falta de atención médica que ahora ha hecho posible Obama o que, como una treinteañera rubia, han subrayado lo importante que es el que, tras un presidente negro, llegue a la Casa Blanca una mujer. Pero la gente – unas cinco mil personas apiñadas, no pocos en pie – espera con paciencia, casi se diría que con disciplina. Predominancia de hispanos, algunos negros, incluso un par de banderas del movimiento gay y, por supuesto, blancos entre los que se encuentran miembros de la comunidad judía. Hillary irrumpe ataviada con un traje sastre color verde manzana. Pequeña, incluso algo rechoncha, electriza a unos presentes a los que prodiga aplausos, sonrisas y saludos. A su lado, aparece Tim Kaine, su compañero de ticket. Hillary se sitúa tras el atril y pronuncia un breve discurso que es interrumpido cada pocos segundos por aplausos enfervorizados. Es un discurso cargado de una visión hiperpositiva. La gente que está allí, según dice, simboliza América y lo que la hace grande. Gente como ellos es Kaine y la descripción que de él hace Hillary no puede ser más elocuente. Criado, como ella, en la tradición del trabajo bien hecho, Kaine es un hombre que va a la iglesia todos los domingos, pero que, a la vez, cree en la justicia social. Por eso, estuvo ayudando a unos misioneros en Honduras (el Arena parece que se va a desplomar por efecto de los aplausos); por eso, fue abogado especializado en derechos civiles; por eso uno de sus primeros casos consistió en conseguir que alquilaran un apartamento a una negra a la que se lo negaban; por eso será un gran vicepresidente. Porque además es un buen esposo y cuenta con una mujer extraordinaria. Y es que ésa es la América en la que cree Hillary, aquella en la que los niños tendrán la educación asegurada; los ancianos, una pensión digna; los enfermos, un sistema sanitario adecuado. Y esa América saldrá adelante no por la acción de un hombre solo – una clara referencia a Trump – sino porque los ciudadanos se unirán para hacerla todavía mejor y más fuerte. Hillary no ha dicho cómo piensa alcanzar sus objetivos que no son, desde luego, baladíes. Sin embargo, la seguridad, el aplomo, la certeza con que habla han remachado la convicción de los que la oyen. Cuando Kaine toma la palabra, saluda en español a sus “compañeros del alma” y remata con un “bienvenidos a nuestro país”. Poco importa ya lo que pueda decir porque los asistentes están más que convencidos. En realidad, lo que ambos han transmitido con no escasa habilidad es un mensaje no de ira o de defensa de intereses impopulares. Han sabido canalizar hacia sus oyentes la idea de que América es grande, de que no hay meta que no se pueda alcanzar y de que, juntos, conseguirán convertirla en una nación todavía más fuerte.

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Published on July 27, 2016 00:16

July 25, 2016

Entrevista en Radio Sefarad

Hace unos días me llamaron de Radio Sefarad para una entrevista. El tema en este caso era mi última novela La escalera de Jacob.

Hablamos de ella, pero también de otros temas relacionados con el Holocausto y las investigaciones historiográficas sobre ese inmensa tragedia. Espero que la encuentren interesante. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!



http://www.radiosefarad.com/la-escalera-de-jacob-con-su-autor-cesar-vidal/

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Published on July 25, 2016 23:20

July 24, 2016

Han vuelto ustedes a hacer historia

Llega la hora del crepúsculo en Miami. La temperatura ha descendido hasta alcanzar un grado de suavidad templada que resulta especialmente agradable para dar un paseo o, simplemente, para salir del interior de la casa y tomar el fresco. Mientras el sol desciende casi amodorrado, unas nubecillas blancas se deshilachan en busca del sueño y la luz cae plateada sobre los automóviles. No es la belleza de los amaneceres rojos tan propios de esta tierra, pero cuenta con un grado de hermosura nada desdeñable.

Se me ocurre que es difícil dar con un escenario más adecuado para alcanzar la meta del crowdfunding. Esta vez era casi el doble de dinero en un tercio menos del tiempo. Lo han conseguido ustedes y lo han conseguido sin la ayuda falsa de ONGs a cuyo frente se encuentran estafadores adictos a la simonía, sin respaldo mediático, sin más motor que su deseo de hacer el bien y apoyar una causa – la de la Verdad y la libertad – que consideran justa.



Han sido ustedes esta vez casi el doble y, en multitud de casos, además han renunciado a la recompensa e incluso han ocultado no pocas veces su identidad con un pseudónimo o limitándola al nombre de pila. Las donaciones han ido de dos dólares a varios millares. En todos y cada uno de los casos, ha sido una aportación generosa que apreciamos y agradecemos porque su valor supera con mucho el nominal numérico.



En España ya ha comenzado el día siguiente, pero, en cualquiera de los casos, faltan cuatro días para que se cierre el plazo del crowdfunding de La Voz y ya hemos rebasado la meta en un dos por ciento. Y, sea la hora que sea, ustedes han vuelto a hacer Historia de la radio en España y quizá en el mundo.



Han vuelto ustedes a dejar de manifiesto que se puede realizar un programa independiente que no se financie con la publicidad institucional o privada sino mediante el respaldo directo de sus oyentes.



Han vuelto ustedes a dejar de manifiesto que no son, como, desgraciadamente sucede con millones de españoles, una parte más de ese género de personas dispuesto a protestar, a amargarse, a atacar al prójimo, incluso a agredirlo, pero a no a asumir responsabilidad alguna de carácter propio. Hay otra clase de españoles – mejor, sin duda - y ustedes lo han demostrado más que sobradamente. Puede que sean una minoría, pero si es así, esa minoría es de élite.



Por lo que se refiere a los hispanoamericanos que se han sumado a esta aventura han dejado de manifiesto que me he referido con justicia durante esta temporada a los hispanoparlantes de ambos hemisferios.



Los norteamericanos han vuelto a dar una muestra más de su generosidad y honradez, razón por la que, esta vez, escogimos una empresa de Estados Unidos para el crowdfunding, visto el comportamiento nada ejemplar de experiencias anteriores.



A todos los anteriores añadan húngaros, rusos, alemanes… nos oyen en medio mundo y, por el origen de las contribuciones, se puede decir que también de medio mundo han venido.



Pudimos no conseguirlo – hubo momentos en que daba esa impresión - y habernos visto obligados a cerrar La Voz. No ha sido así. Ustedes lo han logrado y a ustedes solos – y no a ningún partido, sindicato, confesión religiosa, grandes almacenes, caja, banco, etc… - hay que darles las gracias. Han dejado de manifiesto, una vez más, que se pueden lograr grandes cosas con medios modestos si existe voluntad suficiente y que, por lo tanto, los que viven del sudor del prójimo no son sino usurpadores de su prosperidad aunque apelen al bienestar público, la caridad y otras historias.



Pero no se trata sólo de ustedes, queridos oyentes. Alcanzar la meta no hubiera sido posible sin aquellas personas como Elvira y Gabriela, como Ana y Romina, como Conchita y Juan, como José Manuel y Milagros, como Pilar y Ángel, como Christine y Natalia, como las Mercedes y Sharon, como Pedro y David y todo el resto del grupo de God bless ya!!! que estuvieron animando y esforzándose sin cesar. No hubiera sido posible sin Isaac Jiménez y Miquel Roselló, agitadores perpetuos de las redes en compañía de otros también voluntarios no remunerados en la tarea de sacar adelante el proyecto. No hubiera sido posible sin gente que decidió llamarse sólo Alicia o Arturo o Carlos o Pablo o Sergio o Ariadna, pero realizar donaciones. No hubiera sido posible sin los que incluso se convirtieron en twonoo6 o JR o P, pero apoyaron el esfuerzo común. No hubiera sido posible sin March, Krupyanikov, Monsó y un cuarto anónimo que han sido nuestros cuatro mayores donantes. No hubiera sido posible sin un equipo como el formado por Isaac Jiménez, María Jesús Alfaya, Sagrario Fernández-Prieto, Roberto Centeno y Pilar Muñoz que ha convertido el programa en un bien digno de ser apoyado. No hubiera sido posible sin el resto de los más de quinientos a los que no puedo mencionar uno a uno, pero que han resultado decisivos. No hubiera sido posible sin creer, como ustedes lo han hecho, que incluso los esfuerzos pequeños pueden llegar muy lejos si van unidos porque juntos hemos demostrado que somos más fuertes.



Por todos y cada uno de ustedes, damos gracias a Dios que, por añadidura, nos sostuvo en todo momento, nos dio ánimos y fuerzas y, finalmente, nos condujo hasta donde deseábamos llegar.



Regresaremos, Dios mediante, el 19 de septiembre, y lo haremos, también Dios mediante, con alguna sorpresa importante. Desde ahora los esperamos a todos para el primer programa de esta tercera temporada de La Voz que es más suya que de nadie porque sin ustedes no podría emitirse. Siéntanse legítimamente orgullosos. A diferencia de otros a los que toda la fuerza se les va por la boca o maldiciendo lo que no hacen nada por arreglar, o defendiendo recetas rancias, o pidiendo subvenciones o publicidad al gobierno de turno, o esperando que la vida se la solucione la Santa Madre Iglesia o el Santo Padre Estado, a diferencia de ellos - insisto - ustedes han asumido las riendas de lo que había que hacer, han respondido de manera activa a un desafío real y han llegado a una meta que parecía inalcanzable y que no pocos ansiaban que no llegáramos a alcanzar jamás.





La noche de un día verdaderamente memorable en el que ustedes han hecho Historia está cayendo, dulce y cálidamente, sobre Miami. Hoy sólo se pueden tener bellos sueños . Una vez más y más que nunca, muchísimas gracias y God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!

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Published on July 24, 2016 23:47

César Vidal's Blog

César Vidal
César Vidal isn't a Goodreads Author (yet), but they do have a blog, so here are some recent posts imported from their feed.
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