César Vidal's Blog, page 70
August 22, 2016
Es difícil ser cristiano
Pero si se era católico uno estaba inserto en un engranaje social y folklórico que casi sólo tenía beneficios. También hay que decir que salirse de la noria, era, como mínimo, complicado. Separarse, que los niños no se bautizaran o hicieran la primera comunión, no casarse por la iglesia, tenía unas repercusiones tan onerosas que había que estar muy convencido – incluso tener espíritu de mártir – como para asumir el riesgo. Los bancos podían tener contablidad B, pero echaban a un empleado que se separara o que llevara el pelo largo. Funcionarios sólo podían ser los católicos o los dispuestos a fingirlo. Si hoy en día, se volviera a esa disposición, estoy convencido de que asistiríamos a una recatolización de España verdaderamente espectacular.
Eso se acabó. Es cierto que todavía siendo un ceporro puede que te den un puesto de trabajo porque perteneces a tal o cuál movimiento apostólico, pero también hay gente que puede pasar las de Caín como se sepa que cree en algo, sea lo que sea.
Por supuesto, en otros países es mucho peor. Como me contó Germán Yanke en cierta ocasión,en alguna nación musulmana, un fraile le había relatado que, afortunadamente, no se habían dado conversiones al catolicismo porque, en tal caso, lo mismo los hubieran degollado a todos. Ahí está la clave de las declaraciones de algún personaje anunciando que el islam es una religión de paz. Como durante el Holocausto, la Santa Sede opta por el silencio convencida de que es un mal menor en comparación con la que podrían caerle a su clero en ciertos lugares. No comparto ese punto de vista, pero no me cuesta comprenderlo.
De nuevo, y salvando distancias, sólo los dispuestos a enfrentarse a todo dan tesatimonio en la mayoría de los países islámicos. En ocasiones, como Argelia, las conversiones son numerosas y espectaculares – es el caso de las iglesias evangélicas – pero no faltan las torturas, las ejecuciones y las proscripciones. Ser cristiano – aunque algunos no consigan adaptarse – es difícil.
He escogido hoy para ilustrarlo un caso con menos dramatismo que en las naciones musulmanas, pero apenas conocido. Me refiero al de los judíos mesiánicos en Israel, es decir, aquellos judíos convencidos de que Jesús es el mesías. Su situación no es fácil, pero con todas sus limitaciones, unas cuantas decenas de miles se han mantenido fieles desde la fundación del estado de Israel. Y es que las verdades oficiales en las democracias pueden resultar dolorosamente intolerantes. Al final, que nadie se engañe: el que quiera seguir a Jesús debe estar dispuesto a sufrir la vergüenza e incluso la muerte, como sucedía con los condenados a la cruz. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
Aquí esta el reportaje breve
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August 21, 2016
Corría el Año… Albania
Colocado en la radio de la República popular china, durante un tiempo, estuvo encantado con sus correligionarios chinos, pero un día, por no recuerdo qué razón, lo enviaron al campo. Allí descubrió que los guardias rojos se acercaban a los enfermos y, para curarlos, les colocaban encima un ejemplar del Libro rojo de Mao a la vez que recitaban algunas de sus máximas. Un cura de misa y olla con escapulario y jaculatorias no lo habría hecho mejor en el terreno de la superstición. Horrorizado por la distancia que existía entre esa conducta y el materialismo dialéctico, el compungido español decidió emigrar a Albania. La razón es que parecía que los comunistas albaneses sí eran serios. Allí, el comunista español se colocó también en la radio y sí, no se sintió decepcionado. El problema es que, al final, el comunismo también cayó en Albania. Sobre la Historia de esta nación balcánica y ese comunismo puro, versó este programa de Corría el año… Espero que lo disfruten. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
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August 20, 2016
Fuentes patrísticas (I): la Didajé
LAS FUENTES ESCRITAS (XI):
FUENTES CRISTIANAS (IX): Fuentes patrísticas (I): la Didajé[1]
La Didajé es el documento más importante de la época postapostólica, así como la más antigua fuente de normativa eclesiástica, quizá con la única excepción de las epístolas paulinas denominadas «Pastorales». Hasta 1883 era totalmente desconocida, siendo publicada en esa fecha por el metropolita griego de Nicomedia, Filoteo Bryennios, a partir de un códice griego en pergamino (1057) del patriarcado de Jerusalén. Aunque su título (Enseñanza) haría esperar un compendio de la predicación de Jesús, lo cierto es que se trata de una recopilación de normas éticas y de instrucciones relativas a la vida comunitaria y a la liturgia. La obra está dividida en 16 capítulos que giran en torno a dos divisiones ideales: del capítulo 1 al 10 aparecen las normas relacionadas con las celebraciones y del 11 al 15, las disciplinares. El último capítulo trata sobre la Parusía y la actitud cristiana que debe mantenerse ante la misma.
La primera sección parece ser una instrucción para el catecumenado en la que su presentación de las reglas de moral parte de la imagen de los dos caminos. Por primera vez se hace una referencia al bautismo por infusión (7: 1-3), y aparece un precepto explícito sobre el ayuno previo a recibirlo. También en esta obra se conservan las primeras oraciones eucarísticas de que tenemos noticia (c. 9 y 10), así como una descripción de la celebración eucarística dominical (c. 14).
La eclesiología de la Didajé es notablemente arcaica. Los episkopoi y diakonoi parecen ser semejantes a los del Nuevo Testamento y el concepto del episcopado monárquico es desconocido. El presbítero no es mencionado, por lo que lo más probable es que no sea contemplado como una figura distinta a la del obispo también como vemos en el Nuevo Testamento.[1] Asimismo siguen teniendo un papel especial en la comunidad los maestros y profetas, otro signo más de arcaísmo (15, 1-2), pudiendo estos últimos celebrar la eucaristía (10, 7). El concepto de Iglesia, igual que en el Nuevo Testamento, tiene un tinte claramente universal (9, 4; 10, 5).
En cuanto a la escatología de la Didajé, ésta tiene enormes parecidos con la recogida en algunos de los escritos del Nuevo Testamento, pero no es fácil establecer con exactitud su grado de dependencia por cuanto presenta elementos también comunes a la apocalíptica judía.
La discusión sobre la fecha de composición de la Didajé (un escrito que, por otra parte, parece más una compilación que una obra de nuevo cuño) ha sido ininterrumpida desde finales del siglo XIX. Creemos, sin embargo, que los trabajos de Audet,[1] Glover y Adam han contribuido a despejar en buena medida la cuestión. Audet distingue entre D1 (1-11, 2), D2 (11, 3 al final) y J (l,3b-2,l; 6, 2 y ss.; 7, 2-4; 13, 3, 5-7). En su opinión, D1 representaría la Didajé original, D2 una continuación y J diversas interpolaciones. 1, 4a y 13, 4 serían además glosas más tardías aunque correspondientes a los primeros siglos. Su origen podría estar en una fuente judía (la Doctrina XII Apostolorum), de la que también dependería la epístola de Bernabé.[1] Por lo demás, la Didajé no citaría todavía de los Sinópticos, una tesis que también sostiene Glover. Finalmente, Audet considera que la obra fue compuesta entre los años cincuenta y setenta en Siria o Palestina, frente a la tesis de Adam que sostiene que la Didajé fue compuesta entre los años setenta y noventa en Siria oriental, quizá en Pella.
Desde nuestro punto de vista, se puede admitir la posibilidad de que, efectivamente, la Didajé provenga de un trasfondo semítico (Audet ha señalado incluso los paralelos con la «Regla de las sectas» de Qumrán), judeo-cristiano por más señas, y que su fecha de redacción deba situarse a mediados del siglo I sobre todo teniendo en cuenta el desconocimiento de los Sinópticos, el carácter claramente arcaico de la organización eclesial, la ausencia de referencias a la caída de Jerusalén en el año 70 y, sobre todo, el papel preponderante de los profetas, que ya empezó a ser cuestionado por Pablo en los años cincuenta (cf.: 1 Cor. 14, 29 y ss.) aunque lo prefiriera al extatismo litúrgico (1 Cor. 14, 1-25). En este sentido, una fecha entre el 50 y el 60 nos parece posible.
En cuanto al lugar de redacción pudiera ser o bien la tierra de Israel o bien (preferiblemente) las comunidades judeo-cristianas fundadas en Antioquía[1]o Siria, pero con enorme vinculación con Jerusalén, De ser cierto este último extremo la obra podría haber servido de «manual» (en un sentido amplio) de catecumenado y liturgia. La extrañeza —manifestada por algún autor que, no obstante, acepta la idea de situar la redacción de la obra en el primer siglo—[1]ante la falta de uso de la obra por Pablo o Ignacio de Antioquía no está, a nuestro juicio, justificada. En el primer caso, resulta obvio que Pablo, que pasó una cierta etapa en Antioquía, acabó siendo un tanto crítico en relación con el papel de los profetas en el seno de la comunidad cristiana, como hemos señalado arriba. En cuanto a Ignacio, la Didajé poca importancia podía tener en la medida que contradecía frontalmente su visión de la organización eclesial.
Aun así, la obra gozó de una notable influencia, a nuestro juicio fácil de explicar, hasta el punto de que fue considerada por algunos como parte del canon neotestamentario. La evolución del modelo eclesial, sin embargo, fue muy diferente a la descrita en esta obra y la ausencia de un cuño apostólico que la legitimara facilitó su exclusión del canon. Con todo, todavía Eusebio (HE. III, 25, 4), Atanasio (Ep. fest. XXXIX) y Rufino (Comm. in symb. XXXVIII) tuvieron que insistir en este hecho e incluso el segundo nos ha transmitido la noticia de su uso continuado como material para la instrucción de los catecúmenos.
A nuestro juicio, el valor de esta obra es muy considerable. Posiblemente, es el primer catecismo cristiano que poseemos y, sin duda, su origen es judeo-cristiano. Permite por ello acceder a lo que el judeo-cristianismo situado en Israel (que la redactó o del que, más seguramente, depende en forma ideológica) consideraba indispensable para la instrucción del catecúmeno: una vivencia espiritual sencilla, centrada en Jesús y en celebraciones comunitarias,[1] con un fuerte peso de los ministerios carismáticos en el seno de la comunidad, animada por una esperanza de la Parusía y centrada en la ayuda fraterna y la práctica de la beneficencia hacia los demás.[1]
CONTINUARÁ
August 19, 2016
Take my hand, precious Lord
Eso si es que no cae en la desesperación. Sin embargo, algunos hemos experimentado a lo largo de nuestra existencia una alternativa diferente. Independientemente de lo que puedan hacer los demás, sabemos que podemos volvernos hacia Dios y decirle: Señor, toma mi mano. Toma mi mano no para que yo te arrastre a mis deseos sino para que Tu me lleves hacia Tus propósitos. Toma mi mano porque sin Ti guiándome me perdería. Toma mi mano para que no la ponga donde no debo agarrándome a propósitos indeseados e indeseables.
Esa visión es la reflejada en este maravilloso himno evangélico, un himno de humildad, de entrega, de confianza en el que se afirma, como enseñó Jesús, un claro hágase Tu voluntad así en la tierra como en el cielo.
Les incluyo una versión extraordinaria de la canción debida a los invitados siempre notables de Bill y Gloria Gaither. Disfrútenla, pero piensen sobre todo en su contenido. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
Aquí están los Gaither.
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August 18, 2016
Gett, el divorcio de Viviane Amselem
La realidad es que Israel es una nación de Oriente Medio en todos los sentidos; que, a pesar de que buena parte de la población es, como mínimo, agnóstica, la religión tiene un peso enorme en la legislación y que por los modales, las conductas e incluso los patrones sociales está más cerca de Egipto o Jordania que de Suecia o incluso Estados Unidos. Gett es una magnífica película donde precisamente queda de manifiesto la veracidad de lo que estoy señalando.
Viviane, una mujer israelí de mediana edad, desea divorciarse de su marido, es decir, que éste le entregue el guet, ese documento que, en algunas traducciones, se malvierte como certificado de repudio. Sin embargo, a pesar de que no le faltan razones, el tribunal rabínico ante el que presenta su causa – un tribunal con potestad civil, incluida la sancionadora – tolera cómo el esposo se niega a entregarle un guet que, al ser el instrumento formal para el divorcio, le permita recuperar la libertad y con ella intentar reconstruir su vida.
A lo largo de casi dos horas, la acción, encerrada claustrofóbicamente en una pequeña sala de vistas, nos lleva a un mundo legal y moral que no concebiríamos en la Europa de hoy, pero que no fue ni mucho menos mejor en la España de hace treinta y cinco años. Las ideas religiosas – sin duda, respetables – de unos profesionales de la religión tienen como consecuencia directa la desgracia de seres inocentes a los que se somete a una interpretación discutible de los preceptos divinos. Por supuesto, no les voy a desvelar el final de la película. Sí que me resisto a pasar por alto la manera en que la película aborda un tema sobre el que Jesús se definió y que, por ignorancia de la cultura judía, ha sido interpretado pésimamente dando lugar, por ejemplo, al disparate de afirmar que enseñó la indisolubilidad del matrimonio.
Según la interpretación tardía medieval – hasta bien avanzada la Edad Media, el divorcio fue lícito y normal en el seno del cristianismo tanto en occidente como en oriente, donde sigue existiendo – que ha persistido en el catolicismo, el matrimonio es una unión indisoluble ya que Jesús habría afirmado que el que se divorcia y se casa de nuevo comete adulterio. Algunos señalarían que existen excepciones a esa regla como el adulterio (Mateo 5: 32: 19: 9), pero que la norma general es la indisolubilidad. La realidad es que Jesús enseñó, fundamentalmente, sobre el guet – el certificado de divorcio – y lo que significaba, como en la película mencionada, no otorgarlo por razones personales.
En contra de lo que interpretan algunos, Jesús no señaló que el divorcio fuera una concesión de Moisés a la dureza del corazón de los hombres sino que el guet – el certificado de divorcio – lo era. El antiguo Israel, como la mayoría de las culturas, admitió en su seno el divorcio porque así lo ordenó Dios a Moisés. Lo consideraba una muestra de un fracaso, pero no por ello consideraba que era mejor condenar a dos personas a vivir juntas porque estaban unidas por un vínculo indisoluble. Ahora bien, por la dureza del corazón del ser humano, que no es proclive a un divorcio generoso y civilizado, la Torah contenía la disposición del guet. El certificado de divorcio tenía varias ventajas. Si existía una dote, obligaba a devolver ésta a la esposa con lo que no quedaba desamparada económicamente. Además impedía que el antiguo esposo se desvinculara de las obligaciones hacia los hijos. Finalmente, abría la posibilidad de que los cónyuges comenzaran una nueva vida. En general, debe decirse que la institución protegía a los más débiles en aquella sociedad, es decir, a los hijos y a la esposa. En otras palabras, era una barrera frente a las consecuencias de la dureza de corazón.
Naturalmente, había gente que procuraba abundar en su dureza de corazón mediante el mecanismo de no entregar el guet. De esa manera, no devolvía la dote, rehuía sus obligaciones e incluso se podía permitir aventuras sexuales por eso de que algunos judíos señalaban que la poligamia era permisible y no existía el adulterio masculino. Dicho sea de paso, es la posición que siguen manteniendo los judíos sefardíes en la actualidad. Jesús desmontó semejante conducta de plano. Por supuesto, lo ideal era que lo que Dios había unido no se viera separado por el hombre, pero, si se llegaba a esa dolorosa circunstancia, nadie debía evitar entregar el guet. Comportarse así implicaría no sólo manifestar una dureza de corazón – precisamente la que pretendía impedir el guet – sino también exponer al adulterio a la esposa abandonada y a cualquiera que se casara con ella ya que, al no haber recibido el guet, seguía casada y el que tiene relaciones sexuales con una casada comete un pecado de adulterio.
La excepción a esta norma se daría en aquellos casos en que, realmente, no es necesario entregar un guet, es decir, cuando no existe matrimonio real. Fue el caso de José que, temeroso de que María, la madre de Jesús, estuviera embarazada por haber fornicado con otro hombre, decidió repudiarla. No divorciarse entregándole el guet – no había aún matrimonio – sino repudiarla.
Recogí esta interpretación – que me parece clarísima cuando se conoce la normativa judía sobre el matrimonio – en mi libro Jesús, el judío y recuerdo habérsela comentado en el curso de una comida a dos amigos judíos. Los dos coincidieron conmigo en que las palabras de Jesús debían interpretarse de esa manera y que hacerlo de otra implicaba desconocer a lo que se refería. Uno de ellos incluso me comentó que había millares de mujeres en Israel que, en la actualidad, andaban suspendidas entre el cielo y la tierra precisamente porque sus esposos se habían negado a entregarles el guet. Semejante problemática era fácil de entender para un judío, pero en un mundo pagano donde el cristianismo se vio cada vez más invadido por la filosofía griega y el derecho romano se incurrió en el disparate interpretativo.
Jesús sólo puede ser entendido en su contexto judío y, al salir de él, la equivocación teológica acaba siendo colosal. La prueba está en que se puede interpretar una enseñanza sobre el guet como un precepto sobre la inexistente indisolubilidad del matrimonio – que se lo digan a los tribunales eclesiásticos que conceden nulidades como churros – o una referencia a una profecía de Ezequiel como una enseñanza sobre el bautismo. Pero, en fin, volvamos al inicio de todo esto. Procuren ver Gett. La película merece la pena.
August 17, 2016
Herencias malditas
En mi época de abogado vi a familias que llegaban, literalmente, a las manos por repartirse caudales ínfimos. En alguna ocasión, hasta sentí deseos de darles de mi bolsillo la cantidad miserable porque la que se insultaban como si estuvieran en una taberna de baja estofa. Tampoco es raro el caso de aquellos que se amargan al ver que se dilata la vida de la persona de la que esperan percibir y que repiten con harta convicción que las herencias “hay que darlas en vida”. En otras palabras, el viejo – o la vieja – haría bien en pasar ya el dinero que pueda dejar cuando abandone este mundo.
Con todo y a pesar de estas circunstancias de las que he sido testigo en algunas ocasiones, hasta hace escaso tiempo, por poco o por mucho, recibir una herencia era una alegría. Escribo “era” en pasado porque, desde que comenzó la crisis hasta el día de hoy en que seguimos sumido en ella, las renuncias a las herencias se han multiplicado por cuatro. En otras palabras, cada vez hay más personas que prefieren rechazar aquello con lo que quizá han soñado durante décadas. La razón no es otra - ¿podía serlo? – que los impuestos.
Aún sin entrar en cuestiones como la manera más que discutible en que se gastan los caudales que se arrancan a los contribuyentes, soy enormemente crítico con sistemas impositivos como el español que resultan confiscatorios y que tienen un efecto deprimente sobre la economía. Por añadidura, basta ver las condiciones para cobrar una pensión que disfrutan congresistas y senadores y las de los meros contribuyentes para percatarse de que su cacareado papel social resulta más difícil de aceptar que un euro de madera. Sólo un idiota, un ignorante o un descarado puede pretender que el sistema impositivo español tiene como primera finalidad trazar carreteras, levantar hospitales o ocuparse de los niños con cáncer. A decir verdad, si hay algo que no puedo negar es que los impuestos que pagan los españoles son profundamente anti-sociales. Voy a intentar explicarlo. Piénsese, por ejemplo, en el impuesto de sucesiones. Unos padres han trabajado toda su vida para dejar un patrimonio generalmente modesto a, pongamos, un par de hijos. Con dificultad, pasará de un piso, algún dinerillo en el banco y quizá unas acciones. Pues bien aún caliente el cadáver, la Agencia tributaria se lanza como un alano sobre los dolidos herederos y les impone, velis nolis, sus pretensiones. Si usted vive, por ejemplo, en Andalucía y sus padres le dejaron ochocientos mil euros en herencia, más de doscientos mil irán a dar a los cofres de Montoro. Eso sí no se despista a la hora de abonar tan canalla impuesto y le recrujen con recargos y sanciones.
¿Es esto una muestra de sensibilidad social? ¡Venga ya! El infeliz finado se mató a trabajar para dejar algo a sus hijos y éstos no podrán disfrutar de la herencia porque Montoro emplea el dinero fruto de una vida de esfuerzo en que los independistas catalanes cuadren sus presupuestos. No los cuadrarán, por supuesto, pero el expolio ya está hecho. No sorprende, desde luego, que miles prefieran renunciar a la herencia porque carecen de dinero para entregárselo a Hacienda. En otras palabras, venden el piso que dejaron los padres para pagar a esa Agencia tributaria que envía inspectores a salvar a infantas en el banquillo. Si eso no es una maldición…
August 16, 2016
Washington, amado Washington (y III): Mount Vernon
Si alguien tuviera que escoger un solo destino en España desde el que desplazarse a otros lugares, ese sitio debería ser Madrid. Washington no está cerca de Nueva York, San Francisco, Dallas o Miami, pero bastante cerca se encuentra Richmond, la capital de la confederación; Gettysburg, el campo de batalla donde el Sur perdió la posibilidad de ser reconocido internacionalmente o Mount Vernon. En este lugar, vivió buena parte de su vida George Washington, el primer presidente de Estados Unidos.
En no escasa medida, hay lugares que constituyen un reflejo de los que habitan en ellos. Sin duda, fue el caso de El Escorial, de Versalles, de Monticello y de Mount Vernon. Washington fue un hacendado notablemente emprendedor. Ensayó nuevas formas de explotación ganadera; cultivó árboles de clima tropical y para protegerlos del frío invernal de Virginia levantó una casa especial; carecía de medios para construir con piedra y recurrió a la madera y a un tipo de cobertura que daba la apariencia de ser, efectivamente, piedra; avanzó considerablemente en la fabricación de bebidas espirituosas… Cuando se pasea por los bosques, los campos, los jardines, los edificios que Washington puso en funcionamiento a partir de un modesto principio no puede dejar de sentirse admiración por su tesón y su laboriosidad.
Sin embargo, de todos es sabido que Washington no fue ni sólo ni principalmente un empresario agropecuario. A decir verdad, dejó todo – arriesgó todo – para asumir el mando del ejército continental que se enfrentó a las tropas británicas. Washington no fue, a pesar de sus antecedentes en el ejército, un militar relevante y así lo hicieron constar una y otra vez sus enemigos que intentaron en repetidas ocasiones destituirlo. Sin embargo, Washington supo comprender a la perfección cuál podía ser el desarrollo victorioso del conflicto. Bastaría con aguantar los ataques británicos mientras las marinas francesa y española impedían que llegaran refuerzos. Al final, los casacas rojas, sin poder recibir ayuda de la metrópoli, no tendrían otra salida que la rendición. Antes de que estallara la guerra, Tom Paine había afirmado lo mismo en un libro llamado Sentido común. Ambos acertaron. Yorktown y Saratoga fueron victorias americanas, pero gracias a la ayuda indispensable de los marinos franceses y españoles.
Tras la victoria militar, Washington hubiera podido proclamarse rey o dictador. Sin embargo, prefirió retornar a su plantación de Mount Vernon. Lo único que pidió fue que se pagara a los combatientes los salarios atrasados y que se concediera pensiones a los veteranos. Si regresó a la política fue porque comprendió, como Hamilton y otros, que, tras conseguir la independencia, Estados Unidos podría disgregarse a causa de los movimientos centrífugos derivados de los distintos estados. La única salida frente a ese drama era la creación de un poder ejecutivo fuerte que uniera a la nación en un destino común. El resultado de este esfuerzo político fue ese monumento jurídico conocido como la Constitución de los Estados Unidos de América.
Sobre ella he escrito en otras ocasiones y me he referido especialmente a la enorme influencia que el pensamiento protestante – en especial,el de los puritanos – tuvo en su redacción. De hecho, sin la Reforma ni los Estados Unidos ni su constitución habrían sido y son lo que son. La creencia en conceptos bíblicos como la naturaleza caída del hombre o la supremacía de la ley quedaron plasmados de una manera que se convertiría en una verdadera bendición nacional.
Miembro de la iglesia episcopaliana, pero muy influido por la teología de los puritanos, Washington fue persona profundamente creyente y, a la vez, firme partidario de la libertad religiosa. Precisamente porque confiaba en la solidez de lo que creía jamás hubiera implantado una inquisición ni hubiera perseguido a otros por tener creencias distintas. En realidad, esa conducta persecutoria es la propia de los que, en el fondo de su corazón, conocen la debilidad de sus creencias y recurren a la tortura, a la sangre y a la hoguera para defender algo que no posee tanta consistencia como desearían.
Mientras esperábamos para entrar en la mansión de Washington – donde se encuentra la llave de la Bastilla que los revolucionarios franceses le enviaron como homenaje – me topo con un hombre vestido de época. Me acerco y le pregunto quién se supone que es. Me responde con especial comedimiento que no se supone sino que es el secretario privado de Washington. A continuación, cuando me pregunta por mi país de origen, le respondo que, como sabrá, España está ayudando a su revolución. Asiente.
Unos metros más adelante, nos encontramos con el jefe de esclavos de Washington. Alaba el hecho de que lleve chaqueta porque indica que sé cómo presentarme en sociedad en Virginia. Después la toma con un joven que está a mi lado para afearle que lleve un pantalón que deja al descubierto sus pantorrillas. Por supuesto, se trata de un atavío inapropiado.
Tras pasar por la mansión de Washington, paseamos por el lugar. Las cocheras, los sembrados, los establos llaman la atención por su armonía e incluso belleza. Caminando, llegamos hasta el museo dedicado a Washington en Mount Vernon. No exagero si digo que resulta excepcional. Las salas están dispuestas con un cuidado y una profesionalidad exquisitas; los videos – uno de ellos dedicados a las creencias espirituales de Washington - son excelentes; los lugares reservados para niños resultan envidiables. ¿Se podría hacer algo parecido en España? Sin duda, pero la sociedad no parece que de para tanto. Basta decir que el museo y el lugar se mantiene sobre la base de contribuciones privadas y no de ayudas públicas. En España, las únicas donaciones de particulares que yo conozco son para que un cardenal inaugure una capilla en su empresa – ¡y luego el cardenal no va y manda a un auxiliar! – o para conseguir contratas a cargo del presupuesto. Puede que las haya, pero me pasa como con el barco del holandés errante, que debe existir, pero yo no he tenido la fortuna de echarle el ojo jamás.
Tras salir del museo, nos encaminamos al cementerio de los esclavos. Washington emancipó a los suyos al morir – el único presidente que lo hizo – dilatando la fecha de la manumisión hasta la muerte de su esposa. Actualmente, en el antiguo cementerio hay un monumento rindiendo homenaje a aquella gente que tuvo un peso no pequeño en las realizaciones de Washington. Antes de que se apresure nadie a lanzar piedras sobre los Estados Unidos, no estaría mal que recuerde que los españoles – a pesar de ser los que llevaron los esclavos negros a América siguiendo el consejo de fray Bartolomé de las Casas – nunca han levantado – y menos por suscripción popular – un monumento de desagravio semejante. Pero, claro, ya se sabe, los españoles todo lo hicieron bien y el que no quiera verlo es porque está engañado por la leyenda negra…
Visitar Mount Vernon es entrar en contacto con algunos de los aspectos más positivos, incluso admirables, de la cultura norteamericana. La fe en los principios recogidos en la Biblia, el amor por la libertad, el sentido práctico, el respeto hacia el diferente, el amor a la patria que no cierra los ojos ante lo que hay que mejorar, la iniciativa privada para expandir el conocimiento, el interés por la educación de los niños… todo y más está aquí recogido y sólo por esa circunstancia merecía la pena llegar hasta aquí. Dios quiera que no pase mucho antes de regresar a Washington.
August 15, 2016
Hillary vs. Trump
Hoy les dejo con un debate sobre estas elecciones norteamericanas que están resultando tan atípicas. Espero que lo disfruten. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
http://www.americateve.com/programas/el-espejo-94/emision/el-espejo-072816-157420
August 14, 2016
Corría el año… la carrera espacial
Pero hubo una época en que no fue así. Algunos éramos niños y nos enteramos de que había algo – o alguien – denominado astronauta o cosmonauta y también que, por imponerse en aquel empeño, rivalizaban americanos y soviéticos. Los recuerdos que me vienen de aquella época infantil me parecen hasta irreales.
Por ejemplo, el padre Santos llegó a decir en clase que no era cierto lo de la llegada del hombre a la luna y que, sin duda, había muchas exageraciones en lo que salía por televisión. Ya fuera de clase me siguió insistiendo en el tema porque “se lo había dicho un militar”. Yo creo que, en realidad, al padre Santos le chinchaba mucho que aquellas proezas las realizaran una nación comunista y otra protestante. Todavía si hubiera sido Italia o Portugal y no digamos España… Por cierto, hablando de Portugal, recuerdo que, al curso siguiente, el padre Blas me dijo que no veía ningún sentido en aprender lenguas modernas. “Como mucho el portugués…”, sentenció. Así estaba el patio en centros educativos privados – espero que no en todos – y, con ese contexto, ya puede uno imaginarse lo que fue la carrera espacial.
Claro que ese fenómeno fue algo muy diferente de lo que se contaba en España donde, por ejemplo, circulaba el bulo de que los soviéticos ya habían llegado a la luna, pero el astronauta “se había desintegrado” y donde la televisión española apenas unas horas antes de la llegada del Apolo XI a la superficie del satélite todavía advertía que podían llegar antes los astronautas de la URSS y agüarles la fiesta a los americanos… En fin, aquello fue importante aunque ahora con los drones, los satélites y otras sofisticadas formas de exterminar al prójimo de manera masiva no lo parezca tanto. Yo me sigo preguntando por qué no me dejaron quedarme levantado la noche en que Armstrong pisó la luna -cosa de cumplir las reglas, imagino – proporcionándome así un tema de que hablar durante años. Seguramente, el mundo no se hubiera colapsado y un niño se hubiera sentido feliz aunque se quedara dormido en la espera… Insisto: eran otros tiempos. Pero todo esto forma parte de lo sentimental. Lo histórico lo contemplarán en este programa de Corría el año… Espero que lo disfruten. God bless ya!!! ¡¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
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August 13, 2016
Obras apócrifas perdidas (I)
LAS FUENTES ESCRITAS (X):
FUENTES CRISTIANAS (VIII): Obras apócrifas perdidas (I)[1]
I. El Evangelio de los hebreos
Esta obra,[1] hoy perdida, era utilizada por los nazarenos y los ebionitas. Jerónimo obtuvo un ejemplar de manos de los mismos para elaborar sus traducciones griega y latina. Parece igualmente que su texto original se hallaba en la biblioteca de Cesarea, en Palestina. Nuestros datos sobre él son muy limitados y no dejan tampoco de resultar controvertidos. A juzgar por el fragmento que aparece en el De viris illustribus hacia el siglo II, parece ser que otorgaba una preponderancia especial a Santiago, el hermano de Jesús. Algunos autores antiguos[1] lo consideraron como el original hebreo de Mateo mencionado por Papías. Es cierto que parece haber tenido más conexiones con Mateo que con ninguno de los Evangelios canónicos, pero los fragmentos que nos han llegado, como el anteriormente citado, parecen apuntar más a una expansión de Mateo que a una reproducción fiel. No obstante, la cuestión dista mucho de ser aceptada de manera incontrovertida. Así, A. F. Klijn ha señalado recientemente la posibilidad de que no tuviera ninguna relación con los Evangelios canónicos. Desde luego, en él se incluían palabras de Jesús que no nos han llegado por otra vía, como ya señaló Eusebio (Teofanía XXII).
La fecha de composición de la obra podría situarse entre finales del siglo I y mediados del siglo II. De hecho, Clemente de Alejandría ya lo utilizó en los Stromata II, 9, 45, de finales de este último siglo.
Realmente, poco podemos deducir de una obra que nos ha llegado a través de testimonios indirectos. No obstante, sí pueden desprenderse algunos datos de cierto interés. En primer lugar, está el hecho de un fraccionamiento del judeo-cristianismo, fraccionamiento que, no obstante, sigue otorgando un papel muy relevante a la persona de Santiago, el hermano de Jesús. En segundo lugar, nos encontramos con la existencia de una serie de tradiciones —aunque no podemos determinar con exactitud cuál era su valor ni si se trataba de invenciones para sostener herejías posteriores o si eran restos de una información temprana sobre la vida y la enseñanza de Jesús— que no nos han sido transmitidas por los evangelios.[1] Finalmente, podemos ver que, al menos en la tierra de Israel, el judeo-cristianismo gozaba de un cierto vigor incluso después del concilio rabínico de Jamnia. Su valor, sin embargo, dadas sus coordenadas temporales es muy limitado para el objeto de nuestro estudio.
Ascensión de Santiago
Sólo conocemos esta obra por el testimonio de Epifanio (Adv. Haer. XXX, 16). Contamos por lo tanto con un terminus ad quem en la primera mitad del siglo III. Precisamente esta circunstancia hace que el valor que podemos concederle sea muy relativo. La Ascensión de Santiago recogía predicaciones del hermano de Jesús contra el Templo, los sacrificios y el altar (algo que cuenta con paralelos en la descripción que del judeo-cristianismo nos da el Nuevo Testamento), y puede que esta parte de la obra estuviera conectada con alguna tradición antigua.
Problema mayor nos ofrece la sección que contenía alegatos contra Pablo, al que se calificaba de griego e hijo de padre y madre griegos, acusándolo de haberse hecho prosélito para poder contraer matrimonio con la hija del sumo sacerdote y de, al fracasar en su propósito, haber atacado el sábado, la circuncisión y la Ley. Quizá nos hallemos aquí ante ecos de una controversia antipaulina de origen judío aprovechada por judeo-cristianos, aunque también puede tratarse de una reacción judeo-cristiana tardía contra el desplazamiento del centro de gravedad del cristianismo hacia el mundo gentil. En cualquier caso, es imposible decirlo con un mínimo de certeza por cuanto no poseemos la obra original y tampoco podemos saber la fecha de su redacción, aunque tendemos a encuadrarla en una época posterior cercana a la de la apócrifa carta de Pedro a Santiago (c. 200).[1] Aun así, hay alguna posibilidad de que la tradición sobre Santiago pueda resultar muy antigua.
Posiblemente se trató de una traducción libre (targúmica) del Mateo canónico al arameo o al siríaco. De hecho, el punto de vista de Jerónimo de que se trataba del original semítico de Mateo es muy difícil de aceptar.[1] Sobrevivía en el siglo IV, pero no parece que sea anterior al siglo II. Su interés para nosotros resulta muy limitado dado su encuadre cronológico, si bien nos permite comprobar la existencia de un judeo-cristianismo cristológicamente ortodoxo posterior a Jamnia y aún existente en el siglo IV.
El Evangelio de los Ebionitas
Probablemente deba ser identificado con el Evangelio de los Doce Apóstoles citado por Orígenes (Hom. in Luc. 1). Jerónimo lo identificó con el Evangelio según los Hebreos, pero en ello, casi con toda seguridad, se equivocó. Sólo nos han llegado fragmentos del mismo a través de siete citas de Epifanio (Adv. Haer. 30, 13-16, 22). Su base, al parecer, era el texto de Mateo, pero intentándolo armonizar con Lucas y Marcos. No parece anterior al siglo II —algunos autores lo datan a inicios del siglo III—[1] y en él queda de manifiesto una cristología distinta de la nazarena al negarse, por ejemplo, la concepción virginal de Jesús y contener resabios adopcionistas. Su teología incluye asimismo una clara enemistad con el Templo así como una prohibición de comer carne. Aunque sale fuera del ámbito cronológico de nuestro estudio, la obra resulta de interés en la medida en que permite contemplar cómo se había operado ya una escisión de tipo cristológico en el judeo-cristianismo en el Israel posterior a Jamnia.
CONTINUARÁ
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