César Vidal's Blog, page 69
September 1, 2016
II Campus Literario (III): La mirada de Indias (II): El inca Garcilaso
El Inca Garcilaso nació en el Cuzco el 12 de abril de 1539 y recibió el nombre de Gómez Suárez de Figueroa. Como él mismo diría, sucedió “ocho años después que los españoles ganaron mi tierra”. Garcilaso suele ocultar en sus libros cosas que consideró dolorosas o hirientes. Que era mestizo no podía esconderlo del conocimiento público porque saltaba a la vista. Otra cosa distinta es que además uniera a esa circunstancia racial la condición de bastardo. Su padre el capitán Sebastián Garcilaso de la Vega pertenecía a la nobleza castellana y extremeña mientras que su madre, la Nusta Isabel Chimpu Ocllo era una joven princesa inca, sobrina de Huayna Cápac, emperador del Tahuansintuyo.
El mestizo nacido de esas relaciones fue bautizado y durante sus primeros años, tuvo ocasión de ver cómo su padre invitaba a casa a muchos nobles incas con la intención de convertirlos al catolicismo, al parecer, sin importarle que la relación con la Nusta Isabel fuera de todo menos canónica. Bien es cierto que, como relataría Ricardo Palma, no eran pocos los sacerdotes que enseñaban que la fornicación con indias – y más si era consentida – no era fornicación.
Garcilaso recordaría que aquellas conversaciones acababan siempre en lágrimas y llanto recordando lo que había sido el imperio inca. Seguramente por ello, Garcilaso comprendió muy pronto cómo la conquista española se había visto facilitada por la guerra civil entre los incas y por el error de considerar a los españoles como viracochas o dioses.
El niño creció como una primera generación de mestizos que se consideraban superiores por ambos lados y que, en realidad, eran despreciados por españoles y por indios. A esa circunstancia se sumó el hecho de que, con diez años, sufrió un terrible golpe cuando su padre abandonó a su madre para casarse con Luisa Martel de los Ríos, una mujer cuatro años mayor que el Inca, pero española. Quizá con sentimiento de culpa – aunque no tanto como para contraer matrimonio con ella - el padre asignó una dote a la madre y la casó con Juan del Pedroche, un humilde soldado español. El episodio nos horroriza ahora, pero, a la sazón, el español debió considerar que se ocupaba de garantizar el futuro de la madre de un Garcilaso que no dice nada al respecto en sus escritos.
También en su infancia, el Inca presenció la terrible guerra desencadenada entre los españoles en que su padre estuvo a punto de morir – se salvó escondido en un convento dominico – y donde la propia vida del niño corrió peligro al ser ambos perseguidos por Gonzalo Pizarro.
En 1559, murió su padre cediéndole antes tierras en la región de Paucartambo y asignándole cuatro mil pesos en oro y plata para que estudiara en España. Unos meses después, el 20 de enero de 1560, el Inca salió del Cuzco. Su intención era ir a Madrid para solicitar, ante el Consejo de Indias, las restituciones y mercedes que, supuestamente, le correspondían por su padre y por su madre. Fue entonces cuando el Inca descubrió algo que cambiaría su vida. Captó que los españoles no tenían problema en creerse cualquier cosa que estuviera escrita aunque fuera falsa. Sin duda, hoy pensaría lo mismo de la radio y de la televisión, pero, por aquel entonces, se limitó a adoptar la decisión de poner por escrito la verdad de los hechos.
Desengañado de lo que había encontrado en España, en 1563, decidió regresar al Perú, pero, en lugar de hacerlo, finalmente, se enroló en la guerra de las Alpujarras con el nombre de Garcilaso de la Vega. Llegó a capitán, pero entre 1570 y 1571, perdió a su madre y a su tío Alonso de Vargas que le dejó dinero para vivir. A esas alturas, el Inca parece haber estado más que desengañado de la política española – como Colón, como Las Casas, como tantos otros – y se dedicaba al estudio, a la meditación espiritual y a la escritura.
En 1590, publicó su traducción de los Diálogos de amor de Yehudah Abarbanel conocido como León Hebreo. Comenzaba su carrera literaria y lo hizo utilizando el apelativo de El Inca. Aunque era medio español, aunque llevaba el nombre de su padre, se consideraba indígena, un indígena que usaba el español y que tenía sangre española en las venas, pero que insistía en identificarse más con los antepasados indios. Motivos no le faltaban, desde luego. Sin ir más lejos, en 1593, la Inquisición recogió la obra, aunque ya le había dado un cierto prestigio cultural.
Vendrían luego textos magníficos como La Florida o los Comentarios reales sobre los que me extendí ampliamente en mi exposición del campus. Sin ocultar sus defectos, el Inca no escondió su admiración por el imperio inca al que vio como civilizador de indígenas idólatras y pecadores. El suyo no era un juicio totalmente imparcial – se empeñó en que los incas creían en buena manera igual que los cristianos – pero no falseó la Historia a favor de una leyenda indigenista o blanca. Aquel mundo glorioso del imperio había pasado y lo que ahora existía no dejaba de tener aspectos nada recomendables como la credulidad de los españoles, el racismo innegable o la mala gestión. Nunca regresó a su Perú natal. El 23 de abril de 1616, falleció en Córdoba, España, acompañado de su amante Beatriz de Vega y de su hijo natural Diego de Vargas. Era obvio que los españoles no solían casarse con gente de otra raza y eso lo había vivido desde la infancia Garcilaso.
Su mundo no era ni el ansiado por Colón ni el que hubiera deseado Las Casas. Tampoco iba a ser otro diferente al que le había causado heridas. El racismo, la visión instrumental de las mujeres, la burocracia inútil, el gasto público desbordado, la ausencia de una ética del trabajo, la obsesión por la limpieza de sangre lo caracterizaban. De todo ello, daría testimonio incomparable otro personaje al que me referí el tercer día, pero del que hablaré en la próxima entrega: Guamán Poma de Ayala.
CONTINUARÁ
August 31, 2016
El pacto
Partiendo de esa innegable realidad, el acuerdo del PP con Cs, independientemente de cuál sea el final, tiene la apariencia de un paso que debe ser contemplado positivamente. Intenta evitar una convocatoria electoral tercera y navideña y camina, quizá decisivamente, en esa dirección. Cuestión aparte es luego el contenido del pacto.
En términos económicos, es un llueve sobre mojado de la política de gasto público que nos ha llevado a padecer una deuda que supera el cien por cien del Producto Interior Bruto y que ha impedido que cumplamos con el objetivo del déficit de manera reiterada. Sí, ya sé que es más fácil que entre un camello por el ojo de una aguja que a Montoro le cuadren alguna vez las cuentas, pero no por eso la realidad resulta mejor. Si se añaden algunos gastos sociales que vienen de la mochila de Cs – el salario social apenas aparece oculto entre las 150 medidas acordadas - nos encontramos ante una situación en la que no hay manera de vislumbrar cómo va a salir España del endeudamiento en que anda sumida hasta las cejas.
A esto hay que añadir toda esa retahíla propia de los programas electorales donde lo mismo se habla de la necesidad de utilizar más los medios electrónicos que del cambio climático. A lo mejor tenemos suerte, pero milagro será que toda esa palabrería no se traduzca en nuevos impuestos y más comisiones para los bancos. Añádanse las majaderías – y peligrosas – de la izquierda como la legalización de la eutanasia que el PP ha incluido en lo pactado porque sus dirigentes no temen que sus padres puedan desaparecer por el capricho de un médico o una enfermera iluminados. Me da mucho pesar, pero no hay una sola indignidad zapateril desde la ampliación del aborto a la ideología de género pasando por la eutanasia que el PP de Rajoy no haya asumido como propia. Si éste es el mal menor…
Finalmente, están, al lado de la eutanasia, las supuestas medidas de regeneración democrática. Soy de sobra consciente de que hay mucha demagogia en el asunto, pero lo cierto es que lo predicado por Cs durante años se ha quedado reducido a casi nada. Los políticos siguen blindados por no decir impunes; lo pactado que podría resultar de utilidad es de dudosa traslación normativa y, para remate, aparece como gran logro que los beneficiados de la amnistía fiscal vayan a pagar lo que ya en su día fue una concesión para privilegiados, pero que aun así tampoco abonaron. Ya adelanto que tampoco pagarán en el futuro. Buena parte de las acciones contra aquel selecto grupo han prescrito y, caso de no prescribir, está por ver la constitucionalidad de una norma punitiva con efectos retroactivos. En otras palabras, Cs ha cedido su apoyo a Rajoy a cambio de nada salvo – no es poco – más gasto público y puestos para los suyos. Como en Cs con seguridad hay gente decente que se ha creído determinadas promesas, me explico de sobra la cara de Girauta tras la firma. Ni que decir tiene que también comprendo que Sánchez no arroje la toalla.
August 30, 2016
II Campus Literario (II): La mirada de Indias (I): Colón y Bartolomé de las Casas
A la heroicidad – ésa con la bravura no la niega nadie – se habrían sumado el desinterés, la ausencia de codicia, el progreso, la piedad espiritual y un deseo de hermanamiento entre razas. Nunca insistiré bastante en lo escandalosamente embustera que es esa versión de la Historia y en el daño que causa a una España y a unos españoles a los que se ve como incurablemente soberbios al negarse a ver las realidades históricas. En España, por supuesto, cuando se cuestiona semejante cadena de mentiras inmediatamente se esgrime la carta de la leyenda negra que, supuestamente, colgaron sobre nosotros nuestros enemigos. La realidad es que el primero que escribió describiendo la realidad – pavorosa realidad - fue un español llamado Bartolomé de las Casas, personaje al que, por un lado, se esgrime para decir que se defendió a los indios y, por otro, se deslegitima afirmándose que era, como mínimo, un exagerado.
Mi intención en el campus era no repetir ni la leyenda blanca – moralmente criminal y culturalmente dañina – ni caer en el indigenismo. Se trataba sólo de mostrar la manera en que vieron las Indias los protagonistas y la manera en que lo contaron. No hablaría la propaganda sino la documentación histórica y, de manera muy especial, los testigos. En la comida de despedida, algunos miembros del campus me dijeron que en tan sólo cinco días, habían aprendido mucha más Historia que la que les habían enseñado por años en la escuela y en la universidad. Se trata, sin duda, de un juicio muy generoso aunque debe reconocerse que lo que escucharon fue la voz de los protagonistas y no las mentiras interesadas de unos y de otros.
El primer día nos detuvimos en ese personaje extraordinario conocido como Cristóbal Colón. Descendiente de judíos, apoyado por judíos conversos y quizá criptojudíos, Colón utilizó la información que le proporcionó alguien que había estado ya en las Indias, un español de Huelva llamado Alonso, para llegar a lo que creyó que era Japón y eran las Bahamas y las Antillas. Colón ocultó su pasado – lo más seguro es que no fuera genovés y sí español – y dejó constancia indiscutible de lo que buscaba: oro y especias. Es verdad que redactó un libro de profecías para convencer a los Reyes Católicos de que podían conquistar Jerusalén si contaban con los fondos de aquellas tierras, pero Colón no marchó a las Indias por razones espirituales ni tampoco la inmensa mayoría de los españoles que, por ejemplo, se quejaban de que se pretendiera de ellos que trabajaran porque para trabajar no habían salido de España. Léanse los escritos salidos de la pluma de Colón – del que fueron exhumandos en 2006 los documentos referentes a su proceso – y se comprenderá de sobra la empresa de Indias, sus motivaciones y por qué Hispanoamérica – y España – son cómo son hasta el día de hoy. En ellos se encuentran los valores de la España católica reafirmados por la Contrarreforma y de los que, para fortuna suya, se vieron libres aquellas naciones que abrazaron los principios bíblicos recuperados por la Reforma.
Contrapunto a Colón fue – lo vimos en el segundo día -Bartolomé de las Casas. Antiguo encomendero, se percató a la perfección de que la encomienda era un régimen explotador que causaba, literalmente, la muerte de indios por millares. Precisamente por ello, abandonó la suya e intentó durante años reformar la administración española en las Indias que se estaba traduciendo en el exterminio masivo de los indígenas. Al norte, los desplazarían, los privarían de sus tierras y los recluirían en reservas. En la América hispana, se exterminó a etnias enteras desde los primeros días y se redujo a los indios a una explotación económica que no excluyó ni siquiera a los niños.
Horrorizado por lo que definió adecuadamente como exterminio, Las Casas llegó a proponer que se trajeran esclavos negros de África para evitar que los indios perecieran sometidos a la servidumbre. Una injusticia no acabó con otra no menor. Los indios siguieron siendo explotados y, por añadidura, los primeros esclavos africanos llegaron a América. Tras un fracaso tras otro, Bartolomé de las Casas logró que el emperador dictara las Leyes nuevas donde se prometía que la encomienda sería temporal y no perpetua como era convirtiéndose así en un verdadero instrumento de espantosa esclavitud. Sin embargo, a los pocos meses, las protestas de los encomenderos llevaron a Carlos V a volverse atrás de todo en Malinas: la encomienda sería perpetua. Las Leyes nuevas – con las que tantos se llenan la boca – no pasaron de ser papel mojado por la codicia de los españoles trasplantados a las Indias.
Por supuesto, los encomenderos y, especialmente, los clérigos odiaban a Las Casas. El padre Motolinia lo criticó acerbamente por no aceptar las bondades – supuestas – de la encomienda donde el indio era explotado y, de paso, se le enseñaba el catolicismo. Sepúlveda se enfrentó con él en Valladolid apelando a Aristóteles y a santo Tomás para señalar que los indios eran una raza inferior que debía someterse a la superior que era la española. Mientras que Las Casas vio cómo sus escritos eran prohibidos o no se publicaban – alguno tuvo que esperar al siglo XX para ver la luz - elDemocrater de Sepúlveda continuó siendo un éxito editorial hasta poco antes de la pérdida de los últimos vestigios del imperio americano en 1898. A los españoles, por lo visto, les encantaba escuchar lo de que eran un pueblo nacido para mandar sobre naciones destinadas a ser esclavas. Como Hitler estaba en el futuro, el mensaje no era políticamente incorrecto y, por supuesto, no sólo España abrazó esa legitimación del expolio masivo.
Las Casas a esas alturas ya profetizaba que los españoles serían castigados por Dios por la manera en que se comportaban en las Indias. Lo hacía precisamente cuando la España contrarreformista de Felipe II pasaba al puesto primero de la Historia en lo que a bancarrotas se refiere. El lugar lo sigue ocupando y todo indica que puede batir el record el día menos pensado.
Sus últimos años los ocupó Las Casas en reflexionar sobre el Perú. Por aquel entonces, no pocos conquistadores españoles habían saqueado, asesinado y violado tanto que tenían problemas de conciencia. Además al seguir existiendo Tupac Amaru en la selva de Machu Picchu se temía que pudiera restaurar la soberanía de los incas. Tras su absolutamente indispensable Brevísima relación de la destrución de Indias, en 1561, con ochenta y cinco años, compuso su libro De los tesoros del Perú (De Thesauris) donde proponía respetar la autoridad inca y que ésta, a su vez, aceptara la soberanía del rey de España y que fuera la única que pudiera conceder la explotación de las minas. Insistía en que en ningún lugar del Nuevo Mundo, el sometimiento de los indios había derivado de una decisión libre de los mismos.
El 18 de julio de 1566, Las Casas murió en Madrid en el convento dominico de Atocha. Debería ser algo presente en la mente de millones de españoles, pero sé por experiencia que los mismos feligreses de la parroquia ignoran el hecho en su mayoría.
Muerto Las Casas, prohibidas sus obras, silenciados sus escritos, incluso hubo quien pensó en acabar con sus esfuerzos. En 1571, el Memorial de Yucay fue presentado al virrey de Perú Francisco de Toledo. He tenido ocasión de ver a algún defensor de la leyenda blanca apelando a ese documento como una muestra de la compasión con que la iglesia católica trató a los indios americanos. Para decir eso hay que ser un miserable embustero o un ignorante supino porque pocos documentos más asquerosamente racistas han salido de mano humana. Escrito muy posiblemente por el jesuita Jerónimo Ruiz del Portillo, el Memorial de Yucay afirma que Las Casas ha sido engañado por el Demonio ya que los españoles emplean los metales preciosos para combatir a herejes y turcos. En otras palabras, la opresión de los indígenas está justificada por dos razones fundamentales. La primera que sus bienes son usados contra el protestantismo y el imperio otomano – el Memorial infame presenta a Las Casas como un aliado de los herejes luteranos – y la segunda porque de las dos razas, la blanca y la roja, es obvio que la primera es hermosa y superior mientras que los indios son una raza “muy fea, con legañas, tonta y bestial”. Se trata, sin duda, de un ejemplo maravilloso de la verdadera Historia no sólo de la iglesia católica sino también de la dominación española y de Hispanoamérica. En estos dos primeros días, los asistentes al campus tuvieron ocasión de escuchar a Colón, a Las Casas, a los encomenderos, al autor del Memorial de Yucay y hacerse su composición de lugar. Al tercer día, hablaron los propios indígenas.
CONTINUARÁ
August 29, 2016
II Campus Literario (I): Los prolegómenos a La mirada de Indias
Se ha dicho ocasionalmente que hay dos maneras de hacer las cosas. Bien y mal. Puede pasar como resumen, pero sería injusto con este campus si me limitara a señalar que todo se hizo de la primera forma. Permítanme poner una comparación aunque me consta que es odiosa. Hay gente que piensa en celebrar un campus y su única meta está en embolsarse el mayor dinero posible. Al final, para alcanzar tan poco espiritual meta no tiene el menor escrúpulo en robar incluso la cantidad que había que abonar a aquel que impartió el campus. El robo – es sabido – permite quedarse con lo que es del prójimo. Si además de expoliar al que trabaja del fruto de su labor, la organización es pésima nos encontramos con un ejemplo de cómo hacer las cosas rematadamente mal aunque el beneficio económico resulte innegable. Chapuceros y ladrones sería la definición perfecta de los organizadores de un evento así. He tenido ocasión de conocer a gente semejante y espero no sólo no volver a cruzármela a lo largo de mi existencia sino también que cause el menor daño posible.
Lo que encontré en Lima fue exactamente lo contrario. Todo, absolutamente todo, se articuló para rendir un servicio al prójimo. La matrícula del campus fue muy modesta, pero además se concedieron becas para los que no podían costeársela. Por añadidura, todo estuvo magníficamente organizado, no menos bien de como lo haría una universidad. Por supuesto, la persona que impartió el campus recibió una cantidad más que razonable además de que se cubrieron sus gastos de viaje, manutención y alojamiento. Pero, por encima de todo, la gente – una gente tan extraordinaria como la del primer campus - como era de esperar, quedó encantada. ¿Cómo no estarlo si todo salió a la perfección?
¿Cuál es la diferencia fundamental entre ambos episodios? El material humano. El que se ocupó de la primera experiencia era un desecho moral; el de la segunda se caracterizó por el deseo de servir a los demás incluso aunque significara no sólo no ganar sino incluso perder dinero. Entre ambas conductas media - ¿lo puede dudar alguien? – un verdadero abismo ético, el mismo que hay entre el estafador que se queda con lo ajeno y el que da generosamente de lo que tiene porque desea ayudar al prójimo.
Antes de dar inicio al campus, fui invitado a dar un par de conferencias en una reunión de pastores celebrada el sábado. En ellas abordé el tema del legado de la Reforma del que se ocupa mi próximo libro que, Dios mediante, aparecerá en octubre.
El domingo, prediqué dos veces en la iglesia que pastorea, en Lima, Alicia Estremadoyro. Me consta que no son pocos los que rechazan el pastorado ejercido por una mujer. Yo puedo decir que el argumento práctico más sólido en favor de esa posición se encuentra para mi en el ministerio de Alicia. He recorrido cuatro continentes, pero nunca me he encontrado con una iglesia con más orden que la suya. No sólo eso. Todo en ella rezuma el espíritu del cristianismo del Nuevo Testamento. Esa iglesia limeña cuenta con ocho puntos de predicación del Evangelio en otros lugares, pero, por añadidura, dispone también de un instituto de enseñanza bíblica que tiene - ¿por qué será? – más estudiantes que, por ejemplo, el seminario católico de la diócesis de Madrid. No se queda ahí todo. En esa iglesia, lo mismo hay campañas para la gente que desee donar sangre para niños con leucemia que se dan cursos para ayudar a los estudiantes a acceder a la universidad o se asesora a homeschoolers. En cuanto a su gente… he tenido ocasión de hablar con no pocos de ellos en varios viajes. No muchas veces me he encontrado con personas que tuvieran una idea tan bíblica del ministerio cristiano, que supieran distinguir de forma tan nítida la enseñanza de Jesús de las falacias que muchos presentan como cristianismo y que presenten más deseos de seguir superándose espiritualmente día a día. Lejos de ser como aquellos que contemplan el ministerio como una profesión, una manera de medrar o una fuente de dinero, en sus corazones alienta un ansia de servir a los demás y no de servirse de ellos, una de las claves indispensables del cristianismo verdadero. Sobre esa base, no puede sorprender que todo marchara sobre ruedas.
El campus presentó, por añadidura, algunas características muy especiales aparte de las señaladas. De entrada, el taller de escritura lo impartí yo en esta ocasión. La experiencia resultó extraordinaria para mi porque esa circunstancia me permitió estar todavía más cerca de los asistentes. Enseñarles a escribir, pulir su estilo, comentar trucos de autor veterano… todo ello y mucho más no tuvo precio. La mayoría de ellos procedía de Perú, pero no faltaba gente de destinos tan alejados como la Amazonía o Colombia. Que se viniera desde otra nación o que se hubiera navegado más de veinte horas en barca – además de otros medios – para llegar al campus son conductas que no pueden ser agradecidas con palabras. Al final, como había sucedido en el primer campus, volvió a quedar de manifiesto que lo mejor son los asistentes. A ellos les estaré agradecido para siempre igual que tengo en mi corazón a todos los que vinieron al campus literario del año pasado.
Debo hablarles ya de lo que abordamos en esos días, pero, como primera entrega, baste ésta. Ya les contaré cómo contemplanos las distintas – e indispensables - miradas de Indias.
CONTINUARÁ
August 28, 2016
Corría el Año… Ceaucescu
Sin embargo, de ahí no puede deducirse que los dirigentes comunistas hayan sido perpetuos en su cargo. Hubo casos, claro está, como los de Stalin o Mao que duraron hasta la muerte. Sin embargo, el destino de muchos resultó verdaderamente trágico. Lenin, casi con toda seguridad, fue envenenado; Trotsky cayó a golpes de piolet; la plana mayor del leninismo – no sólo Zinóviev y Kámieñev – desapareció en las purgas; en los países del este de Europa, las purgas no fueron menos menos drásticas y así podríamose seguir añadiendo un cruento suma y sigue. Algunos acabaron ante un pelotón. Fue el caso de Ceaucescu, cuyo destino desearían millones de cubanos para Fidel.
Dentro de las naciones del pacto de Varsovia, Rumania fue peculiar como lo fue Ceaucescu, gran amigo, por cierto, de Santiago Carrillo. De él, hablamos en este programa. Espero que lo disfruten. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
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August 27, 2016
Fuentes patrísticas (II): Eusebio de Cesarea
LAS FUENTES ESCRITAS (XII):
FUENTES CRISTIANAS (X): Fuentes patrísticas (II): Eusebio de Cesarea
Eusebio de Pánfilo[1], obispo de Cesarea, en Palestina, ha sido denominado con justicia como «padre de la historia eclesiástica».[1]Si exceptuamos al autor del libro de los Hechos, puede decirse que, para lo bueno y para lo malo, el apelativo es cierto. Al parecer Cesarea no fue sólo el lugar de su formación intelectual y su actividad literaria y episcopal, sino también el de su nacimiento hacia el 263 d. J.C. La ciudad había adquirido una relevancia notable desde que Orígenes fundó allí su escuela, cuya biblioteca amplió el presbítero Pánfilo.[1] A este Pánfilo debía Eusebio su formación científica, así como la admiración por Orígenes. Como muestra de gratitud hacia su mentor se hizo llamar Eusebio de Pánfilo y escribió una biografía del mismo, tras su muerte como mártir el 6 de febrero del 310.
Al parecer Eusebio fue elevado a la sede episcopal de Cesarea en el 313, y se vio envuelto casi de inmediato en la controversia amana. Escribió varias epístolas en favor de Arrio e influyó enormemente en el sínodo de Cesarea que declaró ortodoxa la profesión de fe de Arrio. En el 325, un sínodo antioqueno le excomulgó por rechazar una fórmula que iba dirigida contra el arrianismo. En el concilio de Nicea[1] Eusebio mantuvo una postura conciliadora tendente a reconocer la divinidad de Cristo en términos bíblicos y rechazó la tesis atanasiana del «homoousios» por creer que derivaría hacia el sabelianismo. Finalmente firmó el símbolo conciliar sin convicción interna y, muy posiblemente, por no contrariar al emperador Constantino. Poco duró aquella sumisión nicena porque se alió en breve con Eusebio de Nicomedia y desempeñó un papel muy relevante en el sínodo de Antioquía del 330,[1] que depuso al obispo Eustacio, y en el de Tiro del 335, que excomulgó a Atanasio. Contra Marcelo de Ancira redactó dos tratados, lo que provocó, al menos en parte, que un año después perdiera su sede episcopal.
Sus relaciones con Constantino resultaron considerablemente estrechas. Al cumplirse los aniversarios vigésimo y trigésimo de su ascenso al poder, Eusebio fue el encargado[1] de pronunciar los panegíricos. La eulogia funeraria del emperador fue también obra de este obispo. No puede decirse que todo fuera positivo en aquella amistad. Por un lado, Eusebio pudo muy bien influir en las medidas tomadas por el emperador contra los obispos ortodoxos; por otro, realizó un retrato del mismo que pesó enormemente en los historiadores posteriores, pero que, seguramente, no dejó de ser tendencioso e interesado; finalmente, abrió camino a concepciones acerca de la relación entre el poder civil y la Iglesia cuyas consecuencias difícilmente pueden juzgarse como positivas.
Con la excepción de Orígenes, posiblemente sea Eusebio el Padre griego más sobresaliente en lo que a erudición se refiere. Trabajador incansable, siguió escribiendo hasta edad muy avanzada. En sus obras se recogen con profusión referencias a obras cristianas y paganas cuyos únicos restos se han conservado gracias a él. Posiblemente sean estas circunstancias las que explican que sus escritos hayan llegado a nosotros pese a ser un simpatizante del arrianismo.
De entre ellos, sólo nos interesa para el presente estudio su labor histórica. Sabemos al menos de la existencia de tres obras de este tipo, la Crónica, la Historia eclesiástica y los Mártires de Palestina (ésta perdida), pero para nuestra área de interés sólo resulta de utilidad la segunda. En su forma actual, la Historia eclesiástica comprende diez libros que van desde la fundación de la Iglesia hasta la derrota de Licinio (324). Propiamente, la obra, pese a lo que pueda indicar el título, no es una historia de la Iglesia. Como el mismo autor indica en la introducción, en primer lugar busca consignar «las sucesiones de los santos» y luego señalar aspectos relevantes como pueden ser los maestros cristianos, la aparición de las herejías, el destino de los judíos, las persecuciones imperiales y los mártires. Resulta, pues, clara la intención apologética del autor y, sobre todo, su visión de la Iglesia que si bien en buena medida se va a imponer[1] (de hecho, tiene claros antecedentes) es dudoso que pueda engarzarse con el cristianismo primitivo.
Parece indudable que Eusebio reformó en varias ocasiones la obra pasando por diferentes ediciones. E. Schwartz[1] señaló hasta cuatro (312, 315, 317 y 325). H. J. Lawlor[1] apuntó una fecha anterior para la aparición de la obra y, efectivamente, puede ser posible que los primeros siete libros fueran publicados antes de la persecución de Diocleciano en el 303. El texto gozó de un enorme predicamento y además disponemos de tres traducciones. La más temprana es la siríaca del siglo IV, mucho mejor que la latina de Rufino[1] (403 d. J.C.). Esta última, que también ha sido atribuida a Gelasio,[1]interpreta equivocadamente el original en varias ocasiones a la vez que en otras parafrasea en lugar de traducir. No obstante, tiene la ventaja de continuar la Historia hasta la muerte de Teodosio el Grande (395), lo que prolonga la obra otros setenta años. En Occidente, la Historia eclesiástica se conocería precisamente a través de esta traducción.
Sin caer en el maximalismo de W. Bauer,[1] no cabe duda de que la Historia eclesiástica es una obra que debe ser leída con un especial cuidado. Ciertamente Eusebio dispuso de una riqueza de fuentes que nosotros no tenemos, pero la lectura (y aún más la selección) de las mismas iba orientada hacia unos fines concretos que, presumiblemente, desvirtuaron en buena medida los datos que nos ofrece. A título de ejemplo digamos que Eusebio da por correcto el arquitrabado eclesial de su época y que, muy posiblemente, lo proyecta hacia el pasado, con lo que cuestiones importantes relativas al judeo-cristianismo en el Israel del siglo I quedan oscurecidas. Más aprovechable nos parece la información que proporciona sobre sucesos relacionados con el judeo-cristianismo, sobre todo en la medida que cita la fuente (Hegesipo, Epifanio, etc.). En varios casos, Eusebio es la única vía de acceso que tenemos.
Para el lector que crea que, por ejemplo, la iglesia católica es igual desde hace veinte siglos, la lectura de Eusebio puede resultar frustrante. Eusebio creía en un sistema episcopal, pero no papal o romano. Roma, si acaso, era una de las sedes. Aún más llamativo es que Eusebio se refiriera a los sobrinos de Jesús y de datos sobre ellos. El cristianismo ya había cambiado no poco a inicios del siglo IV y aún cambiaría más a partir de entonces, pero no cabe duda de que estaba más cerca del siglo I que de los desarrollos de la Edad Media. Precisamente por eso, su área de interés nos permite acceder a datos muy aislados aunque no desprovistos de valor. Teniendo presentes estos condicionantes, su Historia eclesiástica puede ser utilizada como una fuente de valor.
CONTINUARÁ
August 26, 2016
Rock of Ages
Esa Roca fue herida para que aquellos que nunca podrían obtener la justificación por mucho que lloraran o muchas obras que hicieran la recibieran mediante la fe en su sacrificio. Esa Roca sigue siendo el fundamento firme de una vida vivida en la presencia de Dios. La idea de Dios como Roca o piedra con seguridad resultará novedosa para muchos más acostumbrados a escuchar que un simple ser humano es la piedra sobre la que se basa la iglesia de Dios. Sin embargo, la Biblia es muy clara al señalar que la única roca sobre la que se pueden asentar los creyentes es Dios. Salmos como el 18 o el 32 señalan claramente que el propio YHVH es la roca sobre la que se apoya el creyente mientras que en el Nuevo Testamento, Jesús el mesías es identificado con esa misma roca. Lo mismo señala el apóstol Pedro al escribir no que él fuera la piedra sino que ésta era Jesús: 4 Acercándoos a él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa, 5 vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo.6 Por lo cual también contiene la Escritura: He aquí, pongo en Sion la principal piedra del ángulo, escogida, preciosa; y el que creyere en él, no será avergonzado. 7 Para vosotros, pues, los que creéis, él es precioso; pero para los que no creen, La piedra que los edificadores desecharon, Ha venido a ser la cabeza del ángulo; 8 y: Piedra de tropiezo, y roca que hace caer, m porque tropiezan en la palabra, siendo desobedientes; a lo cual fueron también destinados” (I Pedro 2: 4-8). En realidad, la alternativa es obvia: podemos sustentar nuestras vidas en la única Roca o pretender apoyarlas en meros seres humanos que acaban dejando de manifiesto que no son sino arena no pocas veces movediza. Como suelo decir a menudo: usted tiene todo el derecho a hacer lo que quiera, pero yo me quedo con la Roca verdadera que es el propio Dios.
Les incluyo varias versiones de este hermoso himno. La primera es de Alan Ladd, un extraordinario cantante country; la segunda es del Antrim Mennonite Choir y la tercera – esta vez sí – es en español aunque no me extrañaría que la amiga Elvira, siempre tan diligente, dé con una mejor.
Aquí va Alan Ladd
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Ésta es la versión del Antrim Mennonite Choir, de su album ‘Amazing Grace.’
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Y ésta es una versión en español
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August 25, 2016
El Caso (II)
Sinceramente, entre Edgar Allan Poe o Guy de Maupassant y los crímenes del periódico yo me quedaba con los primeros. Aquella tarde, sin embargo, por razones que no recuerdo, no saqué ningún libro de casa y, acompañando a mi abuela Remedios, acabé dando en la casa de su prima Encarna. Era, en realidad, la recuerdo como a una ancianita siempre muy limpia, siempre muy atildada y siempre muy atenta. Tenía una piel sonrosada como una inglesa y un pelo inmaculadamente blanco. Pensaba yo con mi inocencia infantil que debía ser una persona acaudalada porque cuando venía por casa siempre me traía lenguas de gato o alguna otra golosina.
Aquella tarde, acompañando a mi abuela, descubrí que vivía en un piso alquilado y diminuto situado en una de las calles recoletas del viejo Madrid. Me quedó pasmado porque mi domicilio era bastante humilde y estaba situado en el Puente de Vallecas, pero, a pesar de su modestia, parecía casi un palacio si se comparaba con la morada de Encarna, un cuchitril con retrete comunitario, suelos que se hundían como si fueran un tobogán y luz escasa.
Aquel número de El Caso llevaba como tema de portada un titular que decía Madre a los once años. Desde luego, tiene delito que no me acuerde de lo que tengo que hacer mañana y, sin embargo, vea ante mi la cara de la embarazada infantil, la entrevista en la que decía que el padre la había seducido y las fotos de la niña y de la familia que a mi me recordaban los rostros no muy avispados de los lugareños de un pueblo de la sierra de Madrid al que íbamos en verano. Como mi abuela Remedios y su prima departían a su sabor, a mi me dio tiempo a leerme El Caso de cabo a rabo e incluso la historia principal la revisé un par de veces.
De aquella ocasión no salí convertido en un lector de El Caso. Me parecía aburrido y además las historias me resultaban pobretonas. Me enteraría años después de que la censura no les dejaba publicar más de un homicidio por número, regla que no debía ser tan difícil de acatar porque otra cosa no tendría la España de Franco, pero la baja criminalidad – a pesar de la vara que nos daban con estar a las diez en casa - era innegable. A mi no se me olvidará nunca, por ejemplo, cómo a un compañero de clase – debió ser el año 74 o 75 – le robaron un día el reloj en la calle y el prefecto lo fue paseando por todas las aulas para advertirnos de que anduviéramos con cuidado por la calle. Si ahora fuera pasado por el lugar de trabajo, la casa o el colegio cualquiera al que le hubieran robado, la gente se pasaría la vida contando pesares.
Quizá porque El Caso no me entretuvo mucho o quizá porque siempre me han llamado la atención las circunstancias que forman el entorno, en aquella visita me percaté de que la prima Encarna tenía los dedos deformados no sólo por la edad – mucha - o el frío – que debía ser del que pelaba en aquel sitio - sino por las décadas de coser sin cesar para mantenerse. Los ojos, a pesar de las gafas, habían comenzado a fallarle y, con inquietud, le contó a mi abuela que temía no poder seguir trabajando y entonces, se preguntaba, ¿qué sería de ella? Estoy convencido de que no muchos de los abusos que hemos vivido durante los últimos cuarenta años han tenido siquiera cierta relación con haber sido testigos de situaciones como aquella que, se mirara como se mirara, clamaban al cielo. Había mucha mala conciencia por tanta injusticia y tanto desamparo y, como suele pasar con los españoles, se han ido al otro extremo hasta que el sistema no es mejor, aunque sí mucho más caro.
Examinado todo con el paso del tiempo, tengo la sensación de que aquella tarde – en la que la prima Encarna me agasajó como siempre lo hacía - pesó más en la formación de mi carácter que muchos libros de pensamiento político que pudiera leer después. Yo comencé a amar la idea de la democracia desde niño porque sentía una profunda admiración hacia naciones como Gran Bretaña o Estados Unidos, pero, esa identificación se fortaleció, a pesar del ambiente nacional, fundamentalmente, por dos razones. La primera que ansiaba respirar la libertad como, lamentablemente, rara vez lo ha deseado históricamente el pueblo español y la segunda, que pensaba que era intolerable que alguien llegara a la ancianidad en la situación de desamparo y precariedad como aquella en la que se encontraba la prima Encarna. Al cabo de años, no acierto a ver solución realista a cuestiones como esa masturbación mental llamada nacionalismo catalán, la insaciable codicia tributaria o las consignas vacías de contacto con la realidad de tantos políticos, cosa nada rara si se tiene en cuenta el origen de ellos que no ha sido generalmente ni crear riqueza ni sacar adelante una empresa. Sé que, con el paso del tiempo, he descubierto que sigo pensando como entonces que la democracia no vale una higa si en ella no existe libertad real y si hay españoles que tienen que vivir el final de sus vidas igual o peor que la querida prima Encarna. Pero de esto, al menos lo que llevo visto hasta ahora, no cuenta nada la serie de El Caso. Con el paso del tiempo, El Caso feneció. Existió una publicidad que lo sustituyó en seguimiento popular y que llegó a superar el millón de tirada aunque ahora lleve años de existencia semiplana. ¿Adivinan cuál fue esa publicación? Pues fue Interviu. Piensen en ambas y saquen sus conclusiones.
August 24, 2016
La estela de Garaudy
Hijo de un matrimonio judío-católico, Garaudy se convirtió a los catorce años al protestantismo. Le duró poco porque, al cabo de un lustro, había entrado en el partido comunista francés y, tras escribir un libro afirmando que Dios había muerto, abrazó el catolicismo. Lo que aquello significó en los años sesenta y setenta hay que haberlo vivido. Garaudy era el puente entre el comunismo y la iglesia católica; la esperanza de los que deseaban la revolución socialista y, a la vez, ir a misa; el modelo de la mano tendida. Incluso los que lo expulsaron del partido comunista acabaron por reivindicarlo especialmente cuando el mismo papa lo recibió más que interesado en lo que se denominaba entonces “diálogo cristiano-marxista”. Tanto si uno andaba por una parroquia con inquietudes como si militaba en la izquierda, Garaudy era un referente. Pero la Historia es inexorable y no se detiene. Los partidos comunistas fueron perdiendo relevancia, los católicos de izquierdas acabaron en la socialdemocracia o incluso en el liberalismo y Garaudy envejeció lo indecible. Perdió interés como sucede con muchos programas de televisión. Entonces sucedió lo inesperado. Garaudy, tantas veces converso, volvió a reconvertirse, esta vez, al islam. Nunca fue Platón, todo hay que decirlo, pero sus escritos musulmanes adquirieron ya un tono casi pedestre. Eso sí, el reconocimiento que recibió de dictaduras que iban de Libia a Arabia Saudí pasando por Irán resultó espectacular. Me contaron por aquel entonces que la causa de su conversión había sido su matrimonio con una árabe bellísima, pero, sinceramente, no lo creo. A lo sumo, como diría a Eugenio, aquella boda sería “a mes, a mes…”. Garaudy simplemente olfateó los signos de los tiempos y defendió lo mejor que pudo un invento de los ayatollahs denominado Diálogo de las civilizaciones, disparate mayúsculo que los iluminados asesores de ZP convirtieron luego en alianza. Durante un tiempo, Garaudy vivió en la bellísima Córdoba donde estableció su fundación ayudado por sus correligionarios. Murió casi centenario. Me pregunto si, algún día, nuestra izquierda abrazará el islam convencida de que es señal de avanzar con la Historia. Los progres se estarían limitando a seguir la estela tortuosa de Roger Garaudy.
August 23, 2016
El Caso (I)
Hace unos días, me enteré de la existencia de una serie de televisión basada en el semanario El caso y, por supuesto, intenté verla. Vaya por delante que los episodios que he contemplado hasta ahora – cuatro o cinco – se dejan ver. Las tramas son entretenidas y los personajes, en general, acaban cayendo simpáticos. Para pasar un rato, no está mal y, seguramente, está mucho mejor que otras opciones.
El gran problema que le veo a El caso, como serie, es el anacronismo. Yo imagino que gente joven que no vivió nada del franquismo – yo viví algo más de década y media que, desde luego, fue la mejor época del régimen – no puede evitar hablar como la gente de la segunda década del siglo XXI, aunque la acción sea en los años sesenta del año pasado; tiene problemas para darse cuenta de hasta qué punto las relaciones humanas, para lo bueno y para lo malo, eran muy diferente de las actuales y, sobre todo, determinadas situaciones vivenciales eran implanteables por la sencilla razón de que estaban fuera de la legalidad. La gente que yo conocí en mi infancia y mi adolescencia ni lejanamente hablaba como los protagonistas de los episodios de El Caso. Decían tacos parecidos, pero hablaban de una manera muy diferente y ahí sólo Guillén Cuervo parece encajar en algo cercano a la realidad, quizá porque recuerda una época en que sus padres – Gemma Cuervo y Fernando Guillén – eran la pareja interpretativa de moda.
Existen además ausencias llamativas. En lo que llevo visto, nadie habla de fútbol o de toros, lo que, dicho sea de paso, era metafísicamente imposible a la sazón. La única razón que se me ocurre es que los guionistas son del Barça y no quieren recordar una de las edades doradas del Real Madrid. Claro que también podían haber convertido en hincha del Atletic de Madrid a alguno de los protagonistas.
Quizá el patinazo mayor que he tenido ocasión de ver está relacionado con la situación conyugal del director del periódico. La esposa no sólo manda un montón sino que amenaza con llevarse el dinero que ha invertido en la publicación causando el pesar ansioso de su marido. El dislate es colosal si se tiene en cuenta que hasta bien avanzados los setenta, la esposa no podía alquilar, contratar e incluso abrir una cuenta corriente sin permiso firmado del marido o del padre, caso de ser soltera. De hecho, si la legislación cambió se debió al impulso directo del Opus Dei no porque la obra fuera abanderada de los derechos de la mujer sino porque ansiaba tener un resquicio legal por el que sus adeptas se marcharan, con patrimonio incluido, a los pisos de la que luego sería prelatura personal.
No menos errónea es la referencia al delito de adulterio por el que la esposa pretende acusar al marido. El adulterio bajo el régimen de Franco era un delito, pero con resultados bastante distintos en el caso de que el que lo cometiera fuera hombre o mujer. Si era mujer, la comisión de un solo acto la convertía en culpable de un ilícito penal y podía acabar en prisión. No sólo eso. Si el esposo la mataba, la ley lo absolvía porque tanto el conyugicidio por adulterio como el filicidio por fornicación eran eximentes totales. Pero volviendo al adulterior hay que señalar que para que el hombre pudiera ser inculpado no sólo la relación tenía que ser continuada sino que además debía darse en el mismo barrio donde vivía el matrimonio. Así, según repetida jurisprudencia del Tribunal supremo, si, por ejemplo, el adúltero A, que vivía en Atocha, tenía una amante fija con la que yacía en el barrio de Tetuán no era imputable y tampoco lo habría sido si, adúltero múltiple, se tratara de mujeres distintas. O sea que toda esa parte de la trama resulta entretenida, pero irreal.
No mucho más real es la historia homosexual que toca de refilón a la protagonista principal. Pensar que iba a existir una serie que aconteciera en la época de Franco y que no aparecería un homosexual es pedirle peras al olmo. Pero, de nuevo, el tratamiento es anacrónico. No digo yo que no hubiera homosexuales en la guardia civil – aunque la verdad es que me cuesta mucho creerlo – pero que además no guardaran la mínima discreción resulta muy difícil de creer. La homosexualidad en la época de Franco no era considerada como un plus ni te daban programas de radio o de televisión por incurrir en esa peculiar conducta sexual, pero cómo le iba al homosexual dependía mucho del lugar y de la posición social. En un pueblo pequeño, un homosexual notorio lo mismo podía pasar las de Caín que acabar siendo aceptado como una rareza dedicada a tareas como la sastrería. En una ciudad grande, sus lugares de encuentro eran conocidos y mientras se mantuvieran en sus círculos no eran especialmente inquietados. Conocí homosexuales en aquella época – familiares o parientes de amigos – y nunca tuvieron problemas para vivir de acuerdo con sus inclinaciones. Sólo en un caso, a uno le aplicaron la ley de vagos y maleantes porque se propasó con un soldado y pasó algunas semanas en prisión. Punto final porque siguió teniendo asuntos homosexuales prácticamente hasta que se murió. Es cierto también que tenían una presencia no pequeña en el cine o el teatro, pero, desde luego, no habían llegado a la situación actual. También había ya entonces – Pepe Sancho me lo confirmó en cierta ocasión corroborando lo que yo había visto siendo niño – que algunos personajes del mundo del espectáculo concedían papeles por vía anal y que, salvo que a algún policía se le cruzaran los cables o los vecinos fueran muy hijos de Satanás, llevaban la vida que les apetecía sin más alharacas. Luego, supuestamente, todos estuvieron combatiendo encarnizadamente contra Franco, pero ya se sabe que eso pasaba con el 99 por ciento de la población española, población un tanto torpe porque, a pesar de ser tantos los que se oponían activamente al régimen, Franco murió en la cama. No tranquilamente, pero sí en la cama. El lector, por supuesto, captará mi ironía. También creo que captara las deficiencias que le estoy encontrando a la serie de El caso.
CONTINUARÁ
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