César Vidal's Blog, page 68
September 12, 2016
Corría el año… Los hombres de Hitler (II)
Hoy les traigo la segunda parte. Espero que la disfruten al menos lo mismo. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
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September 11, 2016
Las grutas
LAS FUENTES ARQUEOLÓGICAS (II): Lugares de devoción (I): las grutas
Entre las grutas relacionadas con los judeo-cristianos tiene una especial relevancia la denominada «gruta mística» de Belén. De ella sabemos que fue objeto de especial estima por parte de los judeo- cristianos seguramente desde el período apostólico.[1] Literatura apócrifa diversa —el Pseudo-Mateo, el De Partu Virginis y el proto-Evangelio de Santiago— describirá posteriormente cómo el enclave fue invadido por una enorme luminosidad en el momento en que nació Jesús. El relato, muy posiblemente, es una trasposición de ritos religiosos relacionados con el simbolismo de la luz, presente, entre otras fuentes judeo-cristianas, en el Evangelio de Juan. Esta correlación aparenta aún ser más evidente cuando observamos que las sectas judeo-cristianas que negaban la divinidad de Jesús no incluían entre sus lugares sagrados la mencionada gruta.
La segunda de las «grutas místicas» era la del Calvario, en torno a la cual se fue desarrollando paulatinamente toda una teología de tipo popular. Partiendo de la tradición que relacionaba este enclave con la sepultura de Adán —en la roca existe efectivamente una hendidura visible todavía en el día de hoy— algunos judeo-cristianos identificaron el lugar con el sitio donde se habría producido el descenso de Jesús a los infiernos.[1] La Patrística —Orígenes,[1] el Pseudo-Atanasio[1]— contiene asimismo testimonios que identifican esta tradición teológica con un origen judeo-cristiano[1] que no tuvo dificultad en conectar la hendidura en la roca con los datos recogidos en Mateo 27, 51. Con todo, lo más probable es que el objeto de veneración en que se convirtió el lugar concreto procediera más bien de su cercanía al lugar de la ejecución de Jesús. La lectura posterior —en clave intensamente teológica— del evento pudo haber llevado a los judeo-cristianos, desde fecha relativamente temprana, a otorgar una especial querencia al lugar.
La tercera gruta mística de los judeo-cristianos se hallaba encuadrada en el monte de los Olivos. Completando el ciclo iniciado por el descensus ad inferos, en este lugar se conmemoraba el nuevo ascensus para instruir, tras la resurrección, a sus apóstoles durante un período que el Nuevo Testamento fija en cuarenta días (Hch. 1), pero que otras fuentes judeo-cristianas alargan, de manera más que discutible, hasta doce años. En cualquiera de los casos, resulta evidente la relación primitiva del enclave con el judeo- cristianismo si tenemos en cuenta las noticias suministradas por diversos apócrifos —ya posteriores al siglo I— como la Historia de José el carpintero, la Historia de la Dormición de la santa Madre de Dios, la Epístola de los Apóstoles, el Evangelio de Bartolomé, la Ascensión de Isaías y la Pistis Sophia. En cualquiera de los casos, parece ser que los ritos originales fueron degenerando en ceremonias de carácter misterioso si aceptamos el testimonio de Orígenes (Contra Celso VI, 26) que no pudo negar esta acusación formulada por el pagano Celso.
La tradición sería retomada, precisamente a partir del testimonio judeo-cristiano, por parte de los cristianos gentiles que construirían un santuario en el monte de los Olivos para conmemorar el discurso escatológico de Jesús (Mt. 24-25; Mc. 13, Lc. 11).
Aunque desconocemos el momento exacto en que las tres mencionadas grutas comenzaron a utilizarse, parece más que posible que fuera ya en el siglo I. Como hemos mostrado en trabajos anteriores,[1] en el año 130 d. J.C., el uso con fines religiosos que daban los judeo-cristianos a estos enclaves era tan evidente que motivó la acción profanadora de Adriano contra las grutas de Belén y del Calvario. De hecho, el emperador romano optó por articular cultos sustitutorios —y lejanamente parecidos a algunos aspectos presentes en los judeo-cristianos— para borrar con mayor seguridad la presencia de aquéllos. La acción imperial tuvo, empero, consecuencias diametralmente opuestas, dado que ayudó a mantener la tradición sobre la localización de las grutas que ahora eran lugar de ubicación de cultos paganos.
Orígenes señala cómo en su época (c. 248) la gruta de Belén estaba claramente identificada incluso para los paganos (Contra Celso I, 51), y encontramos noticias similares en Cirilo de Jerusalén (Cat. XII, 20) y Jerónimo (Epist. LVIII). Datos semejantes nos proporciona Rufino de Aquileya (HE I, VII) en relación con la gruta del Calvario.
No hay vestigios seguros de una profanación de la gruta del monte de los Olivos, aunque algunos indicios en Eusebio (Vida de Constantino III, 43) han llevado a pensar en la posibilidad de que también fuera objeto de una utilización pagana para la celebración de cultos dionisíacos.[1] Con todo, y a diferencia de lo sucedido con las otras dos grutas, tal posibilidad no está plenamente documentada y tampoco nos permite saber con exactitud el momento desde el que comenzó a ser usada por los judeo-cristianos.
En 1953, la Custodia de Tierra Santa acometió la tarea de demoler la iglesia de la Anunciación en Nazaret y de iniciar la construcción de un nuevo templo cuya finalidad sería proporcionar una mejor cobertura para las necesidades parroquiales y las de los peregrinos que visitaban la ciudad. Tras derribarse el edificio antiguo, la Custodia encomendó a B. Bagatti la dirección de las excavaciones arqueológicas, que comenzó en 1955.
Inicialmente cabía esperar poco de aquellas excavaciones. Tanto G. Le Hardy,[1] como U. Chevalier,[1] C. Kopp[1] o R. Leconte[1] se habían ya manifestado hacía tiempo en contra de la posibilidad de hallar restos cristianos en Nazaret anteriores a la época de Constantino. El hecho de que Eusebio afirmara lo contrario e incluso conservara la genealogía de la familia de Jesús (HE I, VII, 13-14) en Nazaret era un elemento generalmente despreciado.
Al poco de iniciarse los trabajos quedó de manifiesto que las tesis de Kopp resultaban insostenibles por cuanto no sólo no aparecieron restos de ningún cementerio que pudieran confirmarlas sino que además se encontraron los restos de una iglesia bizantina cuyos pasillos subterráneos llevaban a silos y bodegas. Los exámenes inmediatos de diversos arqueólogos confirmaron inmediatamente las conclusiones parciales emitidas por el director de las excavaciones. Así P. Benoit[1] reconoció que los hallazgos de cerámica romana y bizantina en los silos y cisternas eran datables desde el siglo I a. J.C., que no había restos de tumbas como se había supuesto y que existían razones de peso para identificar el lugar con la Nazaret evangélica.
El mismo Kopp, en una publicación posterior[1] a las excavaciones, cambió su punto de vista primitivo, y de manera similar se manifestó R. Leconte,[1]que consideraba que las excavaciones realizadas por Bagatti[1] ponían punto final a la controversia anterior.
La retirada de los mosaicos de la iglesia bizantina subyacente reveló asimismo la existencia de un sustrato anterior que había estado claramente relacionado con el judeo-cristianismo. Hemos analizado en otros lugares este enclave[1] de especial importancia para el estudio del judeo-cristianismo y de los orígenes de la mariología.[1] A ellos remitimos al lector para un análisis más en profundidad. Con todo, cabe señalar que la sinagoga judeo-cristiana anterior al Templo bizantino difícilmente puede ser previa al siglo II aunque sí es muy posible que la asociación del lugar con alguna forma de culto judeo-cristiano correspondiera ya al siglo I. De ser así, nos hallaríamos, como en el caso de los demás enclaves analizados en este apartado, ante una tradición conectada con un lugar relacionado con momentos históricamente clave para los judeo- cristianos.
De un valor sólo ligeramente inferior al de la denominada casa de María en Nazaret son los hallazgos realizados en el lugar de la iglesia de San José, situada en la misma localidad. Los estudios realizados en torno a la misma en 1908 (publicados en 1910),[1] que ya hacían referencia a la existencia de un enclave habitado en el período evangélico, se vieron claramente confirmados mediante las excavaciones llevadas a cabo en 1970 por B. Bagatti.[1]
J. Briand ha relacionado —y la posibilidad no es desdeñable— algunas obras realizadas en los silos subterráneos con la adecuación del lugar para la realización de cultos judeo-cristianos.[1] Con todo, lo más importante del mencionado lugar es, sin duda, la existencia de una cisterna bautismal con decoración de mosaicos. El mencionado bautisterio confirma los datos que poseemos por otras fuentes en relación con la forma de administración del bautismo e incluso permite especular con cierto grado de verosimilitud sobre el origen de algunas ceremonias bautismales propias de las iglesias orientales.
La escalerilla de la piscina bautismal, que desciende a lo largo de la pared sur, tiene siete gradas cubiertas de mosaicos. El número siete goza de una amplia simbología en la Biblia[1] y, en este caso concreto, cabe la posibilidad de que se refiriera al descenso del Verbo a través de los siete cielos o quizá a la bajada de Jesús hasta los infiernos para anunciar la redención. Por el contrario, es bien dudoso que el significado tuviera algo que ver con los dones del Espíritu Santo o con el número de los sacramentos, por cuanto la fijación de éstos en número de siete es una elaboración medieval muy posterior.
Al final de los siete escalones, nos encontramos con un arroyo que no desemboca en ningún lugar y que, presumiblemente, tenía un valor meramente simbólico, aunque no es fácil determinar con facilidad cuál pueda ser éste (el paso del Jordán, la entrada en la Tierra Prometida de la salvación, etc.).
En el ángulo noreste de la cisterna hay una pequeña hondonada que presenta similitudes con la descubierta en la piscina bautismal del santuario de la Anunciación. Cerca de esta hondonada hay una piedra de basalto encastrada en el suelo de la cisterna y resulta muy posible que se evitara que el mosaico la cubriera, aunque desconocemos cuál pudo ser el motivo de ello así como su significado. Se ha pensado en conectar esta piedra con el simbolismo de Jesús-la roca que figura en I Cor. 10, 4,[1] pero no deja de ser una conjetura.
Tanto la piedra como el resto de la parte baja se hallan rodeados por un mosaico dividido en seis rectángulos de dimensiones desiguales. Se ha asociado este aspecto con el simbolismo de los seis ángeles (Miguel, Gabriel, Uriel, Absasax, Rafael, Renel y Azrael) protoctistos (primeros creados). Tal tesis contaría a su favor con la mención similar en el Pastor de Hermas II, 4, 1-2, de los seis ángeles, pero no resulta definitiva a nuestro juicio.
Tradicionalmente, se ha tendido a identificar estos restos arqueológicos con la casa de José en Nazaret. A nuestro juicio, tal posibilidad, sin que pueda ser descartada a priori, dista, sin embargo, bastante de hallarse del todo respaldada. No obstante, sí puede señalarse que el lugar en cuestión fue objeto de utilización por judeo-cristianos, que en él se practicaron ritos bautismales y que gozaba de una especial estima. Si ésta se relacionaba con José es algo que no podemos, en el estado actual de la investigación, colegir de manera total, aunque ateniendo a la veneración que el judeo-cristianismo prodigó a lugares asociados con Jesús (y, secundariamente, con María y Pedro) la probabilidad de que así fuera o, al menos, así lo creyeran los judeo-cristianos, no puede ser rechazada.
Tampoco resulta fácil la datación de los hallazgos. Ciertamente los estratos iniciales pertenecen incluso al siglo I a. J.C. y fueron utilizados durante el siglo I d. J.C., pero que en este último período recibieran un uso religioso que fuera más allá de la mera veneración asociada con algún episodio de la vida de Jesús es algo sólo probable y, a nuestro juicio, resulta más fácil situar tal circunstancia ya durante el siglo II.
Con ocasión del XIX centenario de la muerte de Pedro, la Custodia de Tierra Santa decidió adecentar los santuarios relacionados con el apóstol y situados cerca del mar de Galilea, en et-Tabgha y en Cafarnaum. De hecho, en este último lugar y pese a que los evangelistas mencionan a diversos personajes que vivieron allí (Mateo, Jairo, el centurión y Pedro), sólo la supuesta casa de Pedro ha sido identificada mediante la tradición a lo largo de los siglos. La española Egeria[1] (hacia el 400) menciona la conservación del lugar así como su transformación en lugar de culto, y un siglo y medio más tarde el Anónimo de Plasencia señala que en el lugar se había alzado una basílica. Son testimonios importantes, pero también muy tardíos.
En 1968, bajo la dirección de V. Corbo, se iniciaron las excavaciones relacionadas con la supuesta situación de la casa de Pedro. Podemos señalar que, efectivamente, los hallazgos confirmaron los datos suministrados por Egeria y el Anónimo de Plasencia, pero, y esto es lo más importante para el objeto de nuestro estudio, pusieron también de manifiesto que los mencionados enclaves se hallaban situados sobre una casa utilizada como lugar de culto. Los resultados de las excavaciones han sido publicados de manera concienzuda y extraordinariamente documentada y puede decirse que no han hallado oposición expresa en sus conclusiones por parte de la crítica internacional aunque existe un escepticismo muy extendido en Israel al respecto.[1]En lo que se refiere al objeto de nuestro estudio podemos resumirlas como sigue.
La construcción de la vivienda data del siglo I a. J.C., pero las reuniones religiosas en su interior pueden documentarse a partir de la segunda mitad del siglo I d. J.C. En cuanto a los participantes, parece indubitado que eran judeo-cristianos. Por un lado, el carácter hebreo de las inscripciones delata el origen de los asistentes a estas reuniones, pero, por otro, no es menos evidente el carácter cristiano de los mismos. Así en las inscripciones hebreas aparece repetidamente el nombre de Jesús —al que se asocia con los títulos de Mesías, Señor, Altísimo y Dios—, el monograma cristiano, varias cruces de formas diferentes y dos grafitti con el nombre de Pedro.
Presumiblemente, el lugar estuvo en posesión de judeo-cristianos —muy numerosos en Cafarnaum según sabemos por otras fuentes de la época— hasta Constantino el Grande. A partir del reinado de este emperador, los cristianos gentiles pudieron visitar la casa, haciéndose con la posesión de la misma a mitad del siglo V y construyendo con posterioridad en el lugar de la misma una iglesia de planta octogonal.
CONTINUARÁ
September 10, 2016
Steal Away to Jesus
Alexander Reid, un pastor que trabajaba en la junta de una escuela choctaw escuchó a Willis entonar la canción y la transcribió en una partitura. Poco después, envió la música a los Jubilee Singers de la Fisk University de Nashville, en el estado sureño de Tennessee. Eran sureños y había una guerra, pero la canción resultaba tan conmovedora que los Jubilee Singers la incluyeron en su repertorio y la popularizaron en una jira por Estados Unidos y Europa. Muy pronto, aquel negro spiritual no sólo pasaría a multitud de himnarios protestantes sino que se extendería por todo el mundo. Yo he escogido dos versiones. Una clásica de Mahalia Jackson y Nat “King” Cole y otra de ahora misma debida al joven Elijah Caldwell.
Sin ningún género de dudas, el negro spiritual es una de las formas musicales más profundamente sentida que existe. A finales del siglo XX, surgió la leyenda urbana que afirmaba que sirvieron en ocasiones para transmitir mensajes a los esclavos que eran liberados a través del denominado “ferrocarril subterráneo”. Este era una sociedad clandestina formada por protestantes – en un porcentaje muy elevado, cuáqueros – que ayudaban a los negros a huir hacia el norte para librarse de sus cadenas. No existen, sin embargo, noticias sólidas en las fuentes que corroboren esta teoría. Con todo, de corresponderse con la realidad, no deja de ser llamativo que aquellos esclavos utilizaran canciones que hablaban de Jesús y de la esperanza, consuelo y alegría que representaba. Es el caso de esta canción que habría que traducir como “id, id, id hacia Jesús. Id, id a casa, ya he estado mucho tiempo aquí”.
En tiempos de desgracia, de zozobra, de dificultad, de ataque no se me ocurre mejor conducta que la señalada por este negro spiritual. Puede que incluso el tiempo de desdicha y dolor haya durado ya mucho. Razón de más para ir a Jesús porque en él encontraremos ayuda y consuelo. Que así sea para todos ustedes como lo es para mi. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
Aquí están Mahalia Jackson y Nat King Cole
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Aquí tienen a Elijah Caldwell
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September 8, 2016
Campus literario (VII): La mirada de Indias (VI): El jefe Suinyhue
Fuimos al teatro para ver una excelente representación de Cielo abierto de Hare que no tenía nada que envidiar a lo mejor que podríamos haber contemplado en Madrid. Paseamos por el Museo del oro sumergiéndonos en las culturas pre-incaicas. Pero, por encima de todo, tuvimos la oportunidad de charlar, de comer juntos, de compartir momentos inolvidables conociendo a gente extraordinaria que desea seguir en contacto de aquí en adelante.
Misael o Joshua – por no mencionar el papel esencial de Alicia – habían contribuido extraordinariamente a la celebración del campus, pero también contribuyeron al mejor desenvolvimiento de esos días Karen, Daniela, Patty, Romina, Tanya, Anthony, Joel, David y todos aquellos que se acercaron a aprender quizá sin pensar cuánto iban a aportar. Entre ellos estaban también un jefe indio shipibo – Suynihue – y su esposa Rebeca. Ella me regaló el primer día un libro que me ha complacido especialmente y que relata su labor como misionera entre los jíbaros, ya saben ustedes, esos indios que reducían las cabezas de sus enemigos vencidos para colgarlas en sus viviendas. Suynihue – Roger – nos contó cómo estuvo a punto de ser enterrado vivo por su madre cuando sólo era un bebé; como fue salvado por un shamán y cómo su padre, shamán, se convirtió al Evangelio gracias a la labor de misioneros protestantes. En la actualidad, es jefe de una comunidad indígena en la selva a la vez que predicador del Evangelio.
En nuestra fiesta de despedida, tras la última exposición y el último taller, Suynihue entonó canciones en las lenguas shipiba y española ataviado con sus galas de jefe y, en un momento determinado, me dio las gracias públicamente regalándome además un primoroso chaleco indio bordado a la vez que entregaba a mi hija un bolso semejante. Me puse la prenda emocionado y lo abracé en el escenario y entonces Suynihue me devolvió el gesto con una fuerza conmovedora. Después, en la comida, hubo quien dijo que aquella parecía la foto de la reconciliación entre españoles e indígenas después de más de cinco siglos. En paralelo, Suynihue insistía en que no había conocido nunca a un español como yo, lo cual puede interpretarse en beneficio de los otros españoles, dicho sea de paso.
Tanto mi hija Lara como yo estamos invitados a viajar a la Amazonía para visitar a la comunidad de Suynihue. Si Dios quiere, llegaremos hasta allí, pero, en cualquiera de los casos, debo decir que me resulta imposible imaginar una mejor conclusión para un campus dedicado a la mirada de Indias. Por un lado, las distintas miradas no se vieron opacadas por el prejuicio, el fanatismo religioso o el nacionalismo. Tampoco por la miserable leyenda blanca o por un indigenismo ciego. Sólo examinamos con imparcialidad las fuentes históricas, comprendimos el pasado, entendimos el presente y contemplamos cuáles son las soluciones para el futuro, unas soluciones en las que tanto indígenas como europeos, negros como mestizos, podemos fundirnos en un abrazo a la búsqueda de un mundo mejor del que conocieron nuestros antecesores. Quizá porque todo resultaba tan obvio antes de que concluyera el campus ya habíamos comenzado a fraguar los planes para el próximo que será, Dios mediante, en Lima en febrero de 2017. Pero de ese y de otros proyectos ya les hablaré en su momento.
September 7, 2016
Campus literario (VI): La mirada de Indias (V): Enrique Larreta
Como ejemplo obligado, escogí a Enrique Larreta y su extraordinaria novela La gloria de don Ramiro.
Larreta pertenecía a una familia importante de Argentina y desempeñó funciones de profesor universitario y de diplomático. Precisamente en el período 1915-6 residió en Biarritz, Francia y aporvechó para visitar España y, de manera muy especial, Ávila. Larreta no sólo trabó amistad con Unamuno al que admiraba sino que además se empapó de la España del siglo de Oro. Fruto de esa inmersión extraordinaria fue la mejor descripción literaria de la España de la Contrarreforma con que contamos a excepción de lo que sus autores nos dejaron y de algún ejemplo aislado como El hereje de Miguel Delibes. Me refiero, claro está, a La gloria de don Ramiro.
La novela disecciona con una trama crecientemente interesante y una capacidad descriptiva envidiable la historia de un español llamado Ramiro. Totalmente imbuido del principio de limpieza de sangre – un principio sobre el que pasaron de puntillas personanes como Colón, Las Casas o el Inca, pero que articuló la sociedad española y la de Indias hasta bien entrado el siglo XIX – Ramiro ignora que su madre quedó embarazada siendo soltera de un morisco y que sólo el hecho de que se casara apresuradamente con un cristiano viejo le permitió ocultar la terrible deshonra a la sociedad y al fruto de la misma, el propio Ramiro.
Esa España que domina las Indias y que es la primera potencia de la época es la España que aborrece el trabajo manual como algo infame, que desprecia el mundo de las finanzas, que no da valor a la enseñanza que además es monopolio del clero, que asume la suciedad repugnante como marca de santidad, que considera la mentira un pecado venial o que se complace en la acción de la Inquisición. De hecho, la escena del auto de fe de Larreta es una de las cumbres narrativas de una novela que destaca en ese aspecto.
Al final, esa España, a pesar de la explotación de Indias y de los caudales en metales preciosos, se ve envuelta en una espantosa espiral de impuestos y deuda crecientes - ¿les suena familiar? – expulsando a muchos de sus hijos a tierras donde aspiran a reiniciar su vida. Su destino sólo puede ser aciago. No sorprende por ello que no fueran pocos los que se atrevieran a cruzar el océano en busca de una nueva vida en las Indias ni tampoco que abundaran los que, al hacerlo, cayeran en las peores conductas buscando resarcirse de todo lo que les había negado su tierra natal.
No voy a relatar el desenlace de la novela aunque sí puedo decir que, como Palma o Guamán Poma de Ayala, Larreta se dio cuenta de que, espiritualmente hablando, no podía esperarse la redención de España y de Hispanoamérica en la iglesia católica. La salvación espiritual de España e Hispanoamérica no estaría ciertamente en las recetas traídas de la Europa de la Contrarreforma. Sin embargo, en ellas se encuentra la clave – ocultada ferozmente por la leyenda blanca – para comprender los destinos aciagos de naciones como España o las repúblicas hispanoamericanas. Pocas novelas lo explican mejor que La gloria de don Ramiro de Larreta.
CONTINUARÁ
September 6, 2016
Campus literario (V): La mirada de Indias (IV): Ricardo Palma
El Inca Garcilaso y Guamán Poma de Ayala eran, por el contrario, indígenas. Palma ya era hispanoamericano. Pensaba, escribía, hablaba y sentía en español, pero era consciente de que no era español sino un tertium genus que tampoco era indígena.
Manuel Ricardo Palma – nacido y muerto en Lima, 1833-1919 – fue hijo natural de Pedro Palma Castañeda y se le inscribió en el registro como vástago de Guillerma Carrillo. Parece, sin embargo, que Guillerma fue su abuela materna. Su madre fue Dominga Soriano que se casó cuatro años más tarde con Pedro Palma. A la sazón, tenia tan sólo veinte años. El matrimonio fracasó estrepitosamente y el niño se quedó con el padre.
Como muchos coetáneos ilustrados en Hispanoamérica y en España, el joven Palma no tardó en darse cuenta del daño inmenso que la iglesia católica había causado y causaba a su nación. Desconocedor de la Reforma, también como muchos coetáneos sólo vio una alternativa en aquella maldición espiritual en la masonería. Las logias creían en Dios y, a la vez, preconizaban una vida más libre y volcada al bien social. Con tan sólo 22 años, Palma se inició en la masonería. Entrar en la marina y comenzar a conspirar en favor de un gobierno liberal fueron pasos naturales como también sucedia al otro lado del Atlántico. También como otros contemporáneos se vio obligado a exiliarse. En 1860, se encontraba en Chile donde comenzó a recoger materiales para lo que luego serían sus Anales de la Inquisición de Lima. Una amnistía le permitió regresar al Perú en agosto de 1863. Nombrado cónsul en el Pará, Brasil, renunció al cargo prefiriendo viajar por Europa.
En 1865, regresó a Perú justo en plena guerra con España. El hecho de abandonar la torre La Merced del Callao unos minutos antes de que la bombardeara la marina española le salvó la vida. Siete años después abandonaría la política al ser asesinado el coronel José Balta y se entregó totalmente a la literatura. Semejante cambio no lo salvó, sin embargo, de sufrir sinsabores como el que, cuando el ejército de Chile invadió Perú, su casa resultara incendiada y se perdiera su biblioteca junto con manuscritos, como el de la novela Los Marañones y sus memorias del gobierno de Balta.
En los años siguientes, Ricardo Palma desempeñó de manera extraordinaria el papel de director de la Biblioteca Nacional realizando proezas como la de conseguir que Chile devolviera unos diez mil libros que se había llevado durante la guerra. Con todo, lo más relevante fue su labor literaria. Cultivó prácticamente todos los géneros, pero su aporte más especial fueron las Tradiciones peruanas. Se ha dicho que fue el segundo fundador de Lima y, siquiera literariamente, cuesta discutirlo tras releer tan colosal obra.
Mientras salvaba al Perú de la influencia de los jesuitas al refutar por escrito un falseamiento histórico con el que los hijos de Loyola pretendían perpeturar mentiras que sometieran a la nación – el congreso votó en contra del establecimiento de esta orden religiosa en el país y su expulsión – Palma fue sumando los relatos de las Tradiciones peruanas. Poco podía imaginar mientras reunía aquellos relatos que los jesuitas acabarían siendo los grandes valedores de la masonería, pero no nos distraigamos. En total, recogió 453 tradiciones de las que 6 se refieren al imperio incaico, 339 al virreinato, 43 a la emancipación, 49 a la república y 16 carecen de encuadramiento histórico preciso.
Esa distribución muestra hasta qué punto para Palma resultaba de especial relevancia el período colonial. Sin embargo, no era Colón, ni Las Casas ni El Inca o Guamán. No buscaba gloria y oro. Tampoco contemplaba un exterminio indígena que había que detener o se dolía por la situación de una etnia a la que perteneciera. Palma ya no era ni español ni mucho menos indio. Se trataba de un genuino hispanoamericano y, como tal, podía escribir y hablar español y, a la vez, incorporar el enriquecedor léxico americano. Igualmente podía señalar la bravura de los españoles que habían conquistado el imperio inca y, a la vez, afirmar que la ejecución de Atahualpa era una vileza sin justificación alguna. En Palma, se daba la síntesis, una síntesis además ilustrada. Porque Ricardo Palma era consciente de lo que había sido la Inquisición, del terror sembrado por sus horrendas torturas, de la cerrazón espiritual que arremetía contra protestantes y criptojudíos, pero también contra los que se hacían pasar por clérigos, eran bígamos o sacerdotes y frailes que aprovechaban el confesonario para abusar de docenas y docenas de mujeres.
Palma no ocultaba la verdad y tampoco podía sostener las horrendas mentiras de la leyenda blanca, pero sí que miraba al pasado de otra manera. En él se sintetiza lo hispano y lo indio, la independencia con la herencia española, el cultivo de la lengua incomparable de Castilla con los neologismos americanos. Las Indias son contempladas por él de otra manera, una manera que no niega testimonios anteriores sino que los confirma; que es consciente de la inmensa catástrofe que significó el poder de la iglesia católica sobre esa parte del mundo, que ama a su patria y, por eso, la desea ilustrada y libre, es decir, justo lo contrario de lo que había sido en la época del virreinato y ahora no resultaba fácil de conseguir.
Los asistentes al campus se rieron con las tradiciones de Palma que muestran el fanatismo católico, se horrorizaron ante sus descripciones asépticas, pero horripilantes de las torturas inquisitoriales y soñaron con esa sociedad mejor con la que soñó. A más de un siglo de su obra, continúa siendo esencial para comprender una nueva mirada de Indias: la del hispano-americano.
CONTINUARÁ
September 5, 2016
Campus literario (IV): La mirada de Indias (III): Guamán Poma de Ayala
Me refiero a Felipe Wamán Puma de Ayala o, si ustedes lo prefieren, Guamán Poma de Ayala. Andino por ambos lados, Guamán tuvo como padre a un miembro de la dinastía Yarovilca Allauca Huánuco y como madre, a una inca. Además, a diferencia del Inca Garcilaso, pasó toda su vida en Perú si bien su lengua de expresión preferente fue el español.
Parece que Guamán deseó ser sacerdote aunque no consiguió ser ordenado porque por sus venas corría la sangre india. El principio de limpieza de sangre era esencial en la sociedad española y las Indias no sólo no constituían excepción sino que en ellas la mancha no sólo procedía de la ascendencia judía o mora sino también de la india o negra. Digan lo que digan los defensores de la leyenda blanca, la realidad es que los españoles llevaron a las Indias un racismo estructural cuyas huellas se pueden apreciar, desgraciadamente, hasta el día de hoy.
Guamán fue asistente del visitador eclesiástico Cristóbal de Albornoz en las campañas de Lucanas en contra del movimiento de taki unguy y mantuvo un contacto intenso con las instituciones eclesiásticas, pero de esa cercanía con la iglesia católica sólo obtuvo amargura y desengaño.
Aunque se refirió a si mismo como cacique principal y tiniente de corregidor de indios lo cierto es que no sabemos de esa labor y lo mismo nos sucede con su destierro en Guaylla Pampa, Apcara, cuya razón ignoramos.
En su obra maestra - Nueva corónica y buen gobierno – dejó constancia no sólo escrita sino también gráfica de esa nueva sociedad en la que, ciertamente, algún clérigo mostraba compasión, pero la iglesia católica era la instancia legitimadora de la explotación, la tortura, la muerte y el abuso sexual de los indios e incluso muchas veces perpetraba las peores conductas sobre los indígenas por la sencilla razón de que se beneficiaba de ese sistema bárbaro impuesto por la conquista. Sabemos que en sus últimos días – cuando se quejaba de ser de edad de ochenta años, todo cano y flaco y desnudo y descalso – emprendió el camino con su libro bajo el brazo para intentar hallar justicia para los indios. Si llegó o no a destino lo ignoramos. A decir verdad, después de 1615 no sabemos ya de él. Incluso su obra desapareció.
La pérdida podría haber resultado lamentabilísima, pero, en 1908, la Nueva corónica y buen gobierno fue descubierta por Richard Pietschmann de la universidad de Gotinga en la antigua colección real de la Biblioteca real de Dinamarca. El hallazgo era sensacional porque quien hablaba era un indígena que ya estaba inserto, velis nolis, en la nueva sociedad creada por los españoles. Con todo, hasta 1936, no se publicó una edición facsímil.
Guamán fue muy claro en cuanto a la manera en que contemplaba las Indias. Desde luego, nada que ver con la leyenda blanca. Describió así el trauma de que los indígenas no hubieran entendido quiénes eran los españoles. Aquella gente hablaba con sus papeles, iba vestida como si fueran amortajados, parecía exenta de diferencias sociales por su indumentaria… Creyeron – como señaló el Inca Garcilaso – que eran los viracochas y esa equivocación les resultó fatal. Como Las Casas, Guamán negó que existiera guerra justa incluso aunque la causa fuera la supuesta evangelización. A semejanza del Inca quiso creer que el cristianismo era una realidad en las Indias antes de la llegada de aquellos que afirmaban ser cristianos, pero que, desde luego, no se comportaban como tales. Así llegó a afirmar que san Bartolomé había llegado a América y que a él se debía la Cruz de Carabuco. No creía que la conquista fuera un castigo de Dios, pero sí pensaba que debía servir para apartar a los indígenas de la fornicación, el adulterio y la sodomía
Sin embargo, Guamán no se detuvo en llorar amargamente las desgracias del pasado y las terribles injusticias del presente. Por el contrario, señaló una serie de pasos que debían darse para inspirar una mínima decencia en la sociedad colonial. Por ejemplo, insistió en que los indígenas tenían que aprender a leer y escribir, una meta propia de la Europa de la Reforma, pero no de la España de la Contrarreforma. Guamán se opuso también al mando directo de los extranjeros y abogó por la restitución de las tierras arrancadas a los indios. De manera muy significativa – igual que Las Casas – Guamán defendió también el regreso a la gobernación andina independiente aunque reconociendo la soberanía española.
Guamán creía en el cristianismo y también en las posibilidades de rendención unidas a él. Sin embargo, no podía aceptar que la iglesia católica difundiera la verdad del Evangelio. Había perdido la confianza en ella y no puede sorprender que así fuera. Podía apelar a la oración de Habacuc – el profeta que señaló que el justo vivirá por la fe – pero no a una institución que se había ocupado de oprimir y justificar a los que oprimían. ¿Qué hubiera sido de Guamán si hubiera sabido de la Reforma que ya se producía en Europa y que propugnaba regresar a las Escrituras aunque eso implicara un conflicto con el papado? Quizá no cueste tanto imaginarlo. Creía en el Dios de la Biblia, pero no en la iglesia católica y, yendo de camino, desapareció. Debemos dar gracias de que su obra, al cabo de los siglos, volviera a aparecer y nos transmitiera una mirada extraordinaria de las Indias.
CONTINUARÁ
September 4, 2016
Corría el Año… Los hombres de Hitler (I)
Napoleón no hubiera ido lejos sin militares a los que convirtió, por sus propios méritos, en mariscales. Lenin poco hubiera conseguido sin personajes como Trotsky o los chequistas. Hitler fue el centro del nacional-socialismo, pero Goebbels, Himmler o Goering resultaron esenciales para su triunfo. En este programa y el siguiente, nos detuvimos en aquellos hombres que rodearon a Hitler. Espero que disfruten de esta primera entrega. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
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Restos funerarios
LAS FUENTES ARQUEOLÓGICAS (I): Restos funerarios
A diferencia de las fuentes escritas que, prescindiendo de su calidad, resultan relativamente numerosas, las fuentes arqueológicas relacionadas con el judeo-cristianismo del siglo I en Israel resultan escasas, fragmentarias y, aparentemente, de muy limitada importancia. Por un lado, es clara la ausencia de referencias al judeo-cristianismo en muchas de las áreas correspondientes a las ciencias auxiliares del historiador. Así, por ejemplo, no poseemos testimonios numismáticos pertenecientes al judeo-cristianismo. Por otro lado, carecemos prácticamente de enclaves religiosos específicos relacionados con aquel movimiento y, de la misma manera, tampoco contamos con manifestaciones plásticas relacionadas con el culto judeo-cristiano, dado que obedeció la prohibición de rendir culto a las imágenes que hallamos en la Torah (Éx. 20, 4-5).
Con todo, el judeo-cristianismo del siglo I en Israel no es un período histórico totalmente huérfano de restos arqueológicos. Los mismos existen y, en la medida que lo permite tan magro testimonio, nos ayudarán a contrastar de manera definitiva lo consignado en las fuentes escritas.
Hechas estas salvedades, podemos pasar a examinar las fuentes arqueológicas de que disponemos. Para una mayor facilidad de análisis las hemos agrupado en restos funerarios (osarios, tumbas y necrópolis), lugares de devoción (grutas y casas), láminas y, finalmente, el discutido decreto de Nazaret.
El primer descubrimiento arqueológico que se produjo en relación con el judeo-cristianismo tuvo lugar en el año 1873 en Bât’n el- Haua (monte del Escándalo), en Jerusalén, cuando un árabe encontró varios osarios —una treintena— en una cámara funeraria judía excavada en la roca.
El orientalista Clermont-Ganneau, a quien el árabe mostró el lugar del descubrimiento, emprendió la tarea de copiar las inscripciones e igualmente de redactar una descripción del hallazgo. Originalmente éste fue expuesto en la Revue Archéologique[1] y, después, de una manera ampliada en el primer volumen de la traducción inglesa de sus obras[1]. En opinión de Clermont-Ganneau, los osarios contenían los esqueletos de varias generaciones de judíos en el curso de las cuales se podía percibir la adhesión al cristianismo de algunos de ellos.
La base para esta tesis la encontraba Clermont-Ganneau en el hecho de algunos nombres de los osarios (Jesús, Judas, Simeón, Marta, Salomé) y las señales (fundamentalmente una cruz, «muy claramente esculpida», bajo el nombre «Judas» y, probablemente también, una X que precedía al nombre «Jesús» escrito en griego).
El arqueólogo señalaba asimismo la posibilidad de distinguir a los judíos de los judeo-cristianos en la cámara mortuoria. En su opinión, algunos miembros de la familia —no todos— habían abrazado el cristianismo mientras otros habían seguido aferrados al judaismo.
Inicialmente la tesis de Clermont-Ganneau no obtuvo ningún eco en la comunidad científica, pero en 1896 el arqueólogo, británico y protestante, Claude R. Conder[1] reconocía la posibilidad de que, efectivamente, algunos de los osarios fueran judeo- cristianos y apuntó al hecho de que podrían pertenecer a ebionitas procedentes de Hauran que habrían deseado reposar en la Ciudad Santa. La presuposición de que no podía haber restos arqueológicos cristianos anteriores al siglo IV en el territorio de Israel hizo, sin embargo, que tampoco la tesis de Conder hallara seguidores. Tanto el p. Vincent[1] como el p. Frey[1] defendieron en su día que los osarios sólo eran judíos y omitieron la idea de una posible vinculación con el cristianismo. Con todo, el p. Vincent había sostenido inicialmente un punto de vista similar al de Clermont-Ganneau (y nunca fundamentó su cambio de opinión) y el p. Frey no llegó a dar una explicación del significado de los signos presuntamente cristianos de los osarios.
En septiembre de 1945, con ocasión de la construcción de un inmueble a lo largo de la carretera de Belén, cerca del barrio de Talpiot, en Jerusalén, se produjo el descubrimiento de una cámara funeraria que contenía un cierto número de osarios. El Departamento de Antigüedades del protectorado británico de Palestina encomendó las tareas de excavación a Eleazar L. Sukenik, profesor de Arqueología de la Universidad Hebrea de Jerusalén y especialista en cámaras funerarias. Sukenik[1] anunció poco después que se habían descubierto algunas inscripciones cuyo tema era las «lamentaciones de los discípulos por la muerte de Jesús». La base para llegar a esta conclusión la constituía el hecho de que había cruces en uno de los osarios al igual que las palabras iou y alot detrás del nombre «Jesús» escrito en dos de los osarios. Los términos mencionados eran, en opinión de Sukenik, onomatopeyas que indicaban gemidos y dolor.
El hecho de que se hubiera atribuido a Sukenik —algo que él desmintió calurosamente— el haberse ufanado de descubrir en 1931 la tumba de Jesús de Nazaret[1] motivó inicialmente un cierto escepticismo en relación con el nuevo hallazgo y, posteriormente, diversas refutaciones. Así R. W. Hamilton, director de Antigüedades,[1] y el p. Abel, profesor de la Escuela bíblica de Jerusalén,[1] admitieron que, efectivamente, aparecían cruces en diversos osarios, pero se negaron a identificarlas con signos cristianos. A su juicio, no se trataba más que de la letra hebrea tau y las palabras que supuestamente expresaban dolor no eran sino datos relativos a la filiación de dos fallecidos de nombre Jesús.
En el curso del Primer Congreso Italiano de Arqueología Cristiana, celebrado en Siracusa en septiembre de 1950, Sukenik volvió a defender su interpretación e incluso añadió nuevos argumentos en su favor, como el hecho de que apareciera en los osarios el nombre de Safira o el epíteto didaskalos (discípulo) utilizado por los seguidores de Jesús.[1] Posteriormente Sukenik volvería a expresar opiniones similares en un artículo delAmerican Journal of Archaeology.[1]
A partir de estas dos exposiciones, parece que el eco de su tesis se hizo mayor. Tanto B. S. J. Isserlin[1] como la Official Guide to Israel[1] (que databa los restos en el 41-42 d. J.C. por las monedas encontradas en ellos) apoyaron la interpretación de Sukenik, pero a una mayor aceptación contribuyó de manera indudable el examen a que sometieron los hallazgos los padres Saller y Bagatti. El primero, si bien reconocía que no se podían conectar los hallazgos con la crucifixión de Jesús, manifestó sin embargo su absoluta convicción de que al menos uno de los osarios era cristiano[1] y, apoyándose en fuentes como el comentario de Orígenes sobre Ezequiel 9, 4-6, mostró que la tau era igualmente un signo cristiano y, más específicamente, judeo-cristiano. El segundo[1] llegó a conclusiones similares partiendo sobre todo del análisis comparativo entre los hallazgos y restos indubitados de origen judeo- cristiano (la gruta de Jirbet el-‘Aïn, las cisternas de Beth Nattááf, etc.), así como datos sobre la ubicación de comunidades cristianas en esta zona registrados en las fuentes escritas, de los cuales no era el menor la constancia de obispos judeo-cristianos en Jerusalén hasta el año 135 d. J.C.
También en este apartado podríamos incluir los restos de Dominus Flevit o de Jirbet Kilkish, a los que nos referiremos más adelante.
En la parte septentrional de Jerusalén hay veintiuna cámaras funerarias excavadas en la roca a las que popularmente se ha asociado con los miembros del Sanhedrín, de donde proviene el nombre de Sanhédriya dado al barrio. En 1949-1950, las grutas fueron excavadas por el Departamento de Antigüedades de Israel, dirigido por Jules Jotham Rothschild.[1]
De las veintiuna tumbas, tres se hallaban marcadas con cruces (la X que tenía tres al lado izquierdo de la entrada; la V que tenía una encima de la entrada que lleva a la cámara central y la XIII también con una encima de la entrada). En opinión de J. Jotham Rothschild, la única explicación del hallazgo se encontraba en el hecho de que el complejo en general perteneciera a familias sacerdotales de las que algunos de los miembros habrían abrazado la creencia en Jesús como Mesías, siendo enterrados con sus parientes. El hecho, según el mismo autor, tenía una lógica total ya que era un «deshonor no ser enterrado en las tumbas familiares».
En el curso de las excavaciones realizadas en 1949-1953, en Betania, bajo la dirección de Silvester Saller, en una propiedad de la Custodia de Tierra Santa, se encontraron algunos materiales relacionados con Bethfagé.[1] Fruto de esta labor fue el hallazgo de algunas tumbas, cuya entrada estaba cerrada por una piedra redonda y en cuyo interior se encontraban inscripciones y símbolos grabados. El arco cronológico cubierto por las mismas iba desde el siglo II a. J.C. hasta el siglo VIII d. J.C.
El estudio realizado por E. Testa conectó buen número de los símbolos con el judeo-cristianismo palestino (X, cruces, etc.) especialmente la tumba 21, cuyos grafitti contienen toda una simbología de corte milenarista: la X (inicial de «jiliontaeterís») en la puerta; referencias a Jesús; la cruz y el árbol de la vida; y claves semánticas relacionadas con el paraíso ganado por Jesús. Sin duda, los restos revisten una enorme relevancia en la medida en que muestran la existencia de judeo-cristianos que ya poseían toda una rica simbología soteriológica y escatológica. Con todo, resulta dudoso que aquellos puedan encuadrarse en el marco cronológico del presente estudio.
En 1972 una inundación produjo considerables daños materiales en la iglesia de la Tumba de la Virgen, en Getsemaní, Jerusalén. Los trabajos emprendidos para reparar los deterioros sacaron a la luz partes de la tumba que habían permanecido cubiertas durante siglos. A la vez, dejaron de manifiesto el carácter primitivo del lugar.
El descubrimiento principal fue la roca de la cámara funeraria que los cristianos gentiles que construyeron la iglesia del siglo IV-V habían aislado para situarla en el centro de la iglesia. Además se tuvo la oportunidad de observar restos de kojim que se abrían en tomo a otra cámara funeraria.
La aparición de estos restos y su comparación con los de la necrópolis de Jacobo (o Santiago) —situada en el mismo lado oriental del valle del Cedrón— han permitido hacerse una idea bástante aproximada del trazado primitivo del lugar en el que, presuntamente, recibió sepultura María, la madre de Jesús. La disposición en forma de kojim, así como el tipo de banco funerario de la supuesta tumba de María son, desde luego, características de las necrópolis del siglo I.[1] Por otro lado, parece claro que el lugar estuvo relacionado con el culto judeo-cristiano desde una fecha anterior al 135 d. J.C., como ya he indicado en un estudio previo,[1] y que los judeo-cristianos lo asociaban con la madre de Jesús. Que este dato tradicional se corresponda con la realidad histórica de la sepultura de María no es seguro, pero sí muy probable, y lo que resulta innegable es su vinculación con el judeo-cristianismo ya desde el siglo I.[1]
En la pendiente occidental del monte de los Olivos, en el lugar denominado «Dominus Flevit» por haberse asociado tradicionalmente con el sitio desde el cual Jesús lloró sobre Jerusalén, la Custodia de Tierra Santa inició en abril de 1953 la construcción de un muro cuya finalidad era cerrar un terreno situado entre el camino central y el camino meridional de la montaña. La tarea de echar los cimientos del muro dejó al descubierto un cementerio completamente ignorado hasta la fecha que había sido utilizado en dos períodos, el primero hasta el 135 d. J.C, y el segundo desde el siglo III hasta una época de apogeo en el siglo IV.
El p. Bagatti, encargado por la Custodia de la dirección de las excavaciones, descubrió en el curso de las mismas diversas cámaras que contenían osarios similares a los de Bât’n el-Haua y a los de Talpiot. En ellos aparecía repetidamente la cruz, la X, nombres de eco neotestamentario como Jairo, Marta, María, Simón bar Jona, así como el nombre femenino Shalamzion (Paz de Sión) que ya fue percibido en Bât’n el-Haua por Clermont-Ganneau. Una de las transcripciones de este último nombre aparecía acompañada por una X, grabada con la misma mano que el nombre.
Las primeras conclusiones acerca de los hallazgos —favorables, tras un cierto escepticismo inicial, a la identificación de algunos de ellos como judeo-cristianos— fueron divulgadas en un informe preliminar que apareció en el Liber Annus.[1]
En el Quinto Congreso de Arqueología Cristiana (Aix-en-Provence, septiembre de 1954) el p. Benoit arrancó de los hallazgos de Dominus Flevit para revisar algunas de las opiniones arqueológicas existentes hasta la fecha en relación con la antigüedad de los signos cristianos;[1] y A. Parrot asimiló estos descubrimientos con los de Sanhédriya insistiendo también en su carácter judeo-cristiano.[1] En el mismo sentido se manifestaron Sukenik y C. Cechelli,[1] siendo escasas las opiniones contrarias.[1] De hecho, la referencia a estos osarios del siglo I —igual que a los de Talpiot— saltó al campo de la exégesis al conectarla H. G. May (siguiendo presumiblemente también fuentes patrísticas) con la tau ezequielina (Ez. 9, 4 y ss.) usada por los primeros cristianos.[1]
Concluidas las excavaciones, Bagatti, junto con el arqueólogo J. T. Milik, entregó a la comunidad científica los resultados en la obra titulada Gli Scavi del Dominus Flevit, I, La necropoli del período romano.[1] Desarrollando más las publicaciones anteriores y sobre todo añadiendo un capítulo entero relacionado con la condición de los difuntos en los primeros siglos, volvía a insistir en el hecho de que algunos de los restos pertenecían a judeo-cristianos y los situaba entre los años 33 y 135 d. J.C., respondiendo brillantemente a las dudas del p. Ferrúa.
En términos generales, la obra de Bagatti y Milik resultó convincente para la mayoría de los especialistas. Sus tesis fueron incorporadas por R. Motte,[1]R. North,[1] J. van der Ploeg,[1] P. Testini,[1] Ph. Seidensticker,[1] James B. Pritchard,[1] W. F. Albright (que remonta algunos hallazgos a los años setenta del siglo I d. J.C.),[1] Vicente Vilar Hueso,[1] P. Lebeau[1] y Jack Finegan,[1] entre otros. Por el contrario, Francesco Vattioni[1] y R. de Vaux,[1]aun admitiendo lo serio y documentado de la exposición, no terminaron de aceptar sus conclusiones.
En julio de 1960, un anticuario, de nombre Baidun, cuyo comercio se hallaba en la Vía Dolorosa de Jerusalén, entregó a los profesores del Studium Biblicum de esta ciudad un objeto pequeño en piedra blanda, adornado con una cruz, un pájaro y otros símbolos, así como con un grabado en forma de escalera. E. Testa identificó varios de los signos con otros pertenecientes a la iconografía paleocristiana y Auguste Spijkerman, director del museo de la Flagelación, adquirió el objeto.
A fin de establecer el carácter verdadero del objeto, B. Bagatti rogó al anticuario que le mostrara otros que estuvieran anejos al adquirido. Tras una serie de peripecias, se trasladaron el anticuario y el p. Spijkerman, el 12 de febrero de 1961, a los alrededores de Hebrón, a un campo, propiedad de Mohammed Dasan el-Rifâ’áá, cerca de Jirbet Kilkish. Las excavaciones preliminares en tres lugares distintos dejaron al descubierto varios amuletos similares al ya conocido, a una profundidad de 50 a 80 cm.
Al mismo tiempo, pero ya en penoso estado de conservación, quedaron al descubierto los restos de lo que había sido una necrópolis con osarios y de la que sólo quedaban algunas de las piedras —reutilizadas por el propietario del campo para construirse una casita— y fragmentos de huesos humanos casi pulverizados. Fue precisamente el estado lastimoso en que se hallaban reducidos aquellos restos una de las causas del escepticismo que acompañó a los descubrimientos.[1]
Con todo hay algunos aspectos que abogan en favor de una identificación judeo-cristiana para los hallazgos. El primero es el hecho de que su simbología tiene enormes similitudes con la de la comunidad de los arcónticos, de los que Epifanio (Adv. Haer. XL, PG, 41, 677-692) nos refiere que habitaban cerca de Hebrón. Fue precisamente esta semejanza la que permitió a B. Bagatti localizar con facilidad el enclave donde se hallaban los demás amuletos y forzar con ello la confesión del anticuario Baidun.
En segundo lugar, está el hecho de la enorme semejanza que existe entre los hallazgos de Jirbet Kilkish y otros encontrados en las excavaciones clandestinas de Tell Minnis (Siria) o en las dos campañas de excavaciones de Diana Kirkbride en J. Rizqeh, al este de ‘Aqaba. Tanto E. Testa como M. Nordio[1] han optado a partir de argumentos similares por adscribir un origen judeo-cristiano, empero de dudosa datación, a los hallazgos.
CONTINUARÁ
September 2, 2016
Come Thou Fount of Every Blessing
No resulta extraño porque se trata de una composición profundamente bella, tersamente sencilla y rezumante de buena teología bíblica. Aunque hay gente que se empeña en considerar que otro ser humano puede ser “dispensador de todas las gracias”, el mensaje de la Biblia constituye un rotundo mentís a semejante dislate. Es Dios mismo y no una criatura a quien debemos agradecer y de quien podemos esperar todo lo bueno. Como señala claramente la letra del himno – se escribió en el siglo XVIII y como tantos otros conserva todo su vigor original – fue Jesús y nadie más quien vino a buscarme cuando estaba perdido y para salvarme del peligro interpuso su sangre preciosa. No hay nada de lo que podamos jactarnos ante Dios ni obra o mérito que podamos exhibir para comprar o adquirir su salvación. Fue El quien vino a buscarnos y lo puso todo en la cruz del Calvario. Esa sangre preciosa no podemos comprarla. Sólo recibirla a través de la fe para que nos limpie de todo pecado. Y es así porque la salvación es por pura gracia y esa gracia total sólo viene de Dios.
Hoy les dejo con tres versiones del himno. La primera es de Chris Rice, la segunda de David Crowder en un tono celta que en nada disminuye su belleza y la tercera constituye para mi una sorpresa porque se debe al coro de la iglesia evangélica pentecostal de Viña del mar y, a mi juicio, resulta excelente. Que las disfruten. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
Aquí esta Chris Rice
https://www.youtube.com/watch?v=ax_NMWLEb6U
Aquí va David Crowder
https://www.youtube.com/watch?v=qDbllO1LrvM
Y ésta es la revelación que yo desconocía. Se trata del Coro de la iglesia evangélica pentecostal de Viña del Mar entonando Fuente de la vida eterna
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