César Vidal's Blog, page 64
October 20, 2016
Los libros proféticos (XXIX): Daniel (VIII): conclusión (Daniel 12)
La opción está entre aprender de lo que Dios ha hecho o dedicarnos a interpretar las noticias no siempre fiables de los medios pensando que el arrebatamiento está a la vuelta de la esquina. Lo mismo sucede con el capítulo final de Daniel. Por ejemplo, el versículo 4 hace referencia a un aumento de la ciencia y a que la gente se moverá. Pues más de un ignorante insiste en que es una referencia a los descubrimientos científicos y a las migraciones, es decir, estamos a unos días del arrebatamiento. Esta exégesis lamentable me causa una profunda pena porque denota la ignorancia de muchos de los que tienen el atrevimiento de enseñar y predicar cuando estarían mejor dedicados a otras actividades y, por añadidura, la manera en que se distrae a las gentes del significado de las Escrituras.
El capítulo 12 continua – la división en capítulos es muy posterior – justo las profecías sobre el rey del norte y el rey del sur que hemos visto en los anteriores. Precisamente, al final de la época en que Antíoco IV profanara el templo y sometiera a los judíos – época marcada por una duración concreta – Dios no abandonaría a Israel. Por el contrario, el pueblo de Daniel sería liberado por una acción que no sería la militar de los Macabeos – mal que les pese a los sionistas – sino la realizada en el mundo del espíritu por Miguel, el arcángel (12: 1). Semejante acción será un anticipo de cómo un día tendrá lugar la resurrección que para unos significará la vida eterna y para otros, la vergüenza y la confusión perpetua (12: 2).
Lo importante en medio de esa crisis no sería ni la victoria militar ni el triunfo nacionalista – el ángel insiste en ello – sino aquellos que mantendrían al pueblo en la senda de Dios mediante la luz que arrojarían (12: 3). No se trata de una afirmación baladí porque apunta a la manera en que Dios realmente ve las cosas. Su pueblo no va a destacar por la fuerza de sus ejércitos, por su capacidad para alterar la política internacional, por la dureza de sus respuestas a la agresión sino por la luz que pueda lanzar y cuando no se da esa circunstancia es porque habrá fracasado estrepitosamente. El libro de Daniel quedaría sellado hasta que se cumpliera el tiempo o finalizara el plazo de la profecía. Es cierto que habría una enorme agitación que llevaría a la gente a moverse, pero aún así el conocimiento – traducción más exacta que la de ciencia que resulta equívoca – serviría para enfrentarse con la dificultad de la situación al arrojar luz.
Al contemplar Daniel a otros dos ángeles, recibió una confirmación de lo que duraría la desgracia de los judíos bajo Antíoco IV (12: 5-6). Sería tres años y medio (12: 7) que es justo lo que duró la persecución desencadenada por Antíoco IV y descrita en 11: 31-36. En los versículos 8-11 vuelve a repetirse esa duración esta vez dada en días y que se refiere, en el caso de la profanación del templo, desde el 168 a. de C. al 165 a. de C. Los que llegaran a ver el final de ese cataclismo serían bienaventurados (12: 12). En cuanto a Daniel, su vida proseguiría un tiempo, fallecería recibiendo el descanso, pero un día resucitaría (12: 13). Así concluye el libro al que se añade en las versiones católicas de la Biblia unos episodios que no forman parte del texto inspirado, que nunca han sido reconocidas por los judíos como canónicas y que además pertenecen a un período muy posterior y no fueron escritas, como el resto del libro, en hebreo.
El libro de Daniel está rezumante de lecciones. Entre ellas se encuentran la fidelidad a Dios por encima de la sumisión a los poderes incluso los más despóticos; la integridad más allá de los ofrecimientos de riqueza y de buena posición; los juicios de Dios siempre justos y que no hacen excepción en nadie; la base absurda del nacionalismo porque Dios no ahorma Su justicia a banderas o naciones; el control que el Señor tiene sobre la Historia; los plazos exactos determinados por Su voluntad o la luz que procede de las Escrituras para comprender lo que sucede a nuestro alrededor. Ciertamente, algunos prefieren considerar que hay naciones que tienen patente de corso para hacer lo que desean por su especial relación con Dios, gustan más de ver los noticieros y conectarlos con uno u otro versículo que nada tiene que ver con ellos y pierden lecciones que son esenciales para nuestra vida cotidiana. Allá ellos, pero algunos preferimos quedarnos con nuestra preciosa Biblia.
CONTINUARÁ
Entrevista con Camilo
Es lógico porque Camilo es un periodista de primera clase y además conoce muy bien España donde vivió algún tiempo. Tuvimos ocasión de charlar al respecto antes de entrar al estudio de televisión, pero eso es “off the record”. Espero que disfruten de la entrevista. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
October 19, 2016
Por qué España se quedo sin el Plan Marshall
En 1946, resultaba obvio que el régimen de Franco iba a sobrevivir. De hecho, el gobierno de Estados Unidos manifestó su voluntad de incluirlo en el famoso Plan Marshall. Sin embargo, al fin y a la postre, no fue así y España retrasó más de una década su reconstrucción.
El Plan Marshall fue un plan de reconstrucción de Europa con la ayuda de los Estados Unidos que se denomina así por el general norteamericano del mismo nombre. Como es lógico, Franco tenía interés en que España entrara en el Plan Marshall y su gobierno invitó al senador norteamericano Alvin O´Konsky a “conocer la realidad de España”. O´Konsky quedó favorablemente impresionado y el 30 de marzo de 1948 logró que la Cámara de representantes de Estados Unidos propusiera la inclusión de España en el Plan Marshall.
Truman era favorable a la entrada de España y sólo puso una condición, la de se permitiera la libertad religiosa en España. No se trataba de que España dejara de ser un estado confesional católico ni tampoco que se reformara el Fuero de los españoles. Lo único que pedía el presidente Truman era que el artículo 6 del Fuero se interpretara de una manera más generosa.
Franco dirigió un despacho a monseñor Tardini, secretario de Estado del Vaticano, para que el Vaticano se pronunciara al respecto. Tardini tardó en responder al despacho de Franco cuatro años - ¡cuatro! – y entonces lo hizo en el sentido de que el artículo 6 debía aplicarse en un sentido estricto ya que “constituye una grave obligación de conciencia con todas sus consecuencias”.
En el invierno de 1948, el Plan Marshall no llegó a España y tan aciaga circunstancia se producía sobre el trasfondo de la Declaración universal de Derechos Humanos proclamada el 10 de diciembre y cuyo artículo proclamaba la “libertad de cambiar de religión o creencia”.
En octubre de 1949, Truman decidió dar una nueva oportunidad al régimen de Franco y envió a un grupo de legisladores a España en viaje no oficial. Los norteamericanos visitaron varios lugares de culto protestante en España y llegaron a la conclusión de que no podía concederse a España el Plan Marshall aunque, a instancias de los protestantes españoles, recomendaron la apertura de relaciones diplomáticas.
El 14 de mayo de 1951, llegó a España un nuevo embajador, Stanton Griffith, que, al presentar credenciales, insistió en que no era admisible “la intolerancia religiosa en España”. La oferta seguía en pie: Plan Marshall a cambio de libertad religiosa y el 15 de octubre, Griffith presentó un memorandum volviendo a exigir la libertad religiosa. Fue inútil.
En 1952, España tuvo posibilidad de entrar en la NATO, pero la condición siguió siendo la libertad religiosa. Ante la negativa del gobierno español, el 7 de febrero Truman pronunció un famoso discurso en el que atacó al régimen de Franco y anunció que vetaba el ingreso de España en la NATO. Dos días después dimitió el embajador Griffith. Su cometido fundamental, según sus propias palabras, había sido lograr la libertad religiosa y, al fracasar, renunciaba a su cargo. Griffith señaló que si España no estaba en la NATO ni en el Plan Marshall se debía a “las interminables demoras del Gobierno español en conceder la libertad religiosa”. Era lógico que así fuera porque, según Griffith, “toda la política exterior de Truman hacia España gira exclusivamente en torno al problema protestante”.
España se vio privada del Plan Marshall y tardó más de una década en despegar. Se habían perdido casi quince años y la causa no era otra que la había causado tantos males a lo largo de la Historia de España: la intolerancia religiosa.
La intolerancia religiosa – que incluyó declaraciones directas de los obispos – provocó que España no pudiera acceder al Plan Marshall ni tampoco entrar en la NATO. La consecuencia inmediata fue una prolongación del aislamiento internacional unida a un retraso en la recuperación.
October 17, 2016
Corría el Año… Imperio Rojo: los enemigos del pueblo
El personaje en cuestión sigue trabajando en aquella casa y, por cierto, escribiendo unas majaderías notables, pero dejémoslo ahí.
De aquella serie sobre la URSS se ha conservado la mitad de los programas sólamente. Con todo y dado que cubrieron períodos históricos concretos los que se salvaron de la incompetencia rampante pueden ser vistos con aprovechamiento. Aquí les dejo el primero de ellos que además resulta auténticamente esencial para entender lo que fue y es el comunismo. Espero que les agrade. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
http://www.dailymotion.com/video/xpscey_corria-el-ano-imperio-rojo-los-enemigos-del-pueblo_fun
October 16, 2016
La siempre judía Jerusalén
Convertida en capital de sus tribus, podría desde ella gobernarlas porque, como Madrid en España, estaba en el centro de ellos. Aquel genio de la guerra, de la política y de la poesía se llamaba David y su hijo Salomón llegó a cumplir un sueño insatisfecho que abrigó durante años, el de construir en aquella colina un templo al único Dios verdadero. Desde entonces, el corazón de los hijos de Israel ha estado unido entrañablemente a Jerusalén y, de manera especial, al monte Sión y al templo. Cuando los babilonios quisieron borrar de la tierra el reino de Judá arrasaron el templo. Los profetas Ezequiel y Daniel anunciaron su reconstrucción que se cumplió al cabo de unas décadas bajo el aliento de personajes como Esdras y Nehemías. Jesús el judío lloró al percatarse de que Roma también acabaría destruyendo aquel templo como, efectivamente, sucedió en el año 70 d. de C.. De aquel santuario sólo quedó una explanada – donde después católicos y musulmanes levantarían lugares de culto propios – y unos cimientos que se denominan convencionalmente muro de las lamentaciones. Tan clara tenía el imperio la conexión entre el alma judía y Jerusalén que Adriano quiso borrar la ciudad y convertirla en una urbs romana llamada Elia Capitolina. Fracasó. Pero con el emperador no terminó la lista de los que quisieron separar Jerusalén de los judíos. Los cristianos ortodoxos alternaron las épocas de cierta tolerancia con las de intransigencia. Lo mismo sucedió con los árabes seguidores de Mahoma, unas veces tolerantes – siempre que se pagara el tributo – y otras duros como el pedernal. Peor aún fueron los cruzados católicos venidos de Europa. A los cristianos ortodoxos quisieron someterlos al yugo del Vaticano hasta el punto de que la cuarta cruzada se dedicó sólo a saquear Constantinopla. En cuanto a los judíos… fueron exterminados en masa al paso de los cruzados por Europa que alegaban que ya que iban a Tierra Santa a matar infieles podían ir degollando a los que se encontraban por el camino. Una vez en aquella parte del mundo, llegaron a pactar – Ricardo Corazón de León con Saladino – que todas las fes pudieran acceder a los Santos lugares salvo los judíos. Poco sorprende que los cruzados fueran al final derrotados y expulsados. Los judíos y los cristianos orientales encontraron a los musulmanes más tolerantes hacia sus respectivas creencias. El mismo Maimónides llegó a enseñara sus correligionarios que si debían abjurar del judaísmo para salvar la vida era mucho mejor convertirse en musulmán que en católico. Al menos, los musulmanes no rendían culto a las imágenes ni tampoco a otro ser salvo al único Dios. Desde el punto de vista del genial rabino, médico y filósofo, los seguidores de Mahoma estaban equivocados y creían también que Jesús era el mesías, pero no eran idólatras como los que rendían culto a otro seres y se inclinaban ante un trozo de piedra o de madera. Bajo los turcos, durante siglos, siempre ardió la llama del amor a Jerusalén y al monte del templo en los corazones judíos. Tampoco faltaron algunos judíos que vivieron generación tras generación en la ciudad de Jerusalén. No sólo eso. Cuando en el siglo XIX surgió un movimiento nacionalista que soñaba con la creación de un estado judío la nueva doctrina recibió el nombre - ¿podía ser de otra manera? – de sionismo.
Una resolución de la UNESCO acaba de señalar que ese monte de Sión y el lugar donde estuvo enclavado por dos veces el templo nada tienen que ver con Israel y el judaísmo. Puestos a proferir majaderías podría haber dicho también que Cervantes escribió el Quijote en catalán, que Segovia es una ciudad francesa o que Nueva York forma parte esencial de la cultura de la dinastía Ming. Podrían también haber señalado que la Gran muralla nada tiene que ver con China o que las pirámides son ajenas a la Historia de Egipto. Sin embargo, por mucho que se repita una mentira, por mucho que se gaste en ella el dinero y por mucho que se difunda no dejará de ser una falsedad. A pesar de su división en barrios durante siglos, de albergar los lugares de culto de otras religiones, de su carácter incluso universal, Jerusalén es una ciudad vinculada esencialmente a los judíos mientras que, por ejemplo, para católicos y musulmanes es un lugar de importancia secundaria en relación con el Vaticano o La Meca. Negar algo tan evidente es simplemente una felonía motivada por las razones más siniestras y que la UNESCO lo respalde constituye un escándalo de dimensiones indescriptibles.
October 15, 2016
Conclusión de Los Primeros Cristianos (III): Influencia histórica final
En términos sociológicos, el judeo-cristianismo realizó dos aportaciones decisivas para poder comprender la expansión ulterior de la fe en Jesús. La primera fue su apertura a los gentiles. Ya hemos señalado antes cómo la misma encauzó el movimiento de seguidores de Jesús por la senda que lo convertiría en una creencia universal y no étnica ni limitada. Sin el respaldo del judeo-cristianismo a tal visión, sin el apoyo explícito de personajes de la talla de Pedro o Santiago, el hermano del Señor, el cristianismo no hubiera contado con el respaldo indispensable para predicar la nueva fe a los gentiles o se hubiera visto abocado a una división interna que hubiera podido resultar fatal para su extensión posterior.
La segunda aportación del judeo-cristianismo afincado en Israel fue su carácter interclasista. Consciente de que el problema de la humanidad residía en el corazón humano y de que la única forma de redención posible estaba en la fe en Jesús, el judeo-cristianismo eludió tanto el convertirse en una «religión de los pobres» como el buscar la alianza con las clases pudientes, puesto que los componentes de ambos sectores de la sociedad necesitaban igualmente de la conversión para salvarse. Con ello, el judeo-cristianismo se vio libre del peligro de ser exterminado —como el zelotismo social o el saduceísmo alto-sacerdotal— durante la guerra contra Roma. Más importante aún: sentó los cimientos para alcanzar, poco a poco, a todas las capas sociales del Imperio. En términos ideológicos, pues, las aportaciones del judeo-cristianismo resultaron también de primer orden, aunque no puede negarse que algunas resultaron truncadas por el desarrollo posterior del cristianismo, especialmente a partir del siglo IV.[1]
La cristología judeo-cristiana constituyó, eso resulta innegable a partir del examen de las fuentes, el cañamazo de la cristología posterior. El judeo-cristianismo no sólo identificó a Jesús con el Mesías, Siervo e Hijo del hombre, sino que vio en él, entre otros, al Señor, al Cordero sacrificado por los pecados de la humanidad, y al Dios ya manifestado hipostáticamente en el Antiguo Testamento y en los escritos intertestamentarios como Sabiduría, Ángel de YHVH o Palabra-Memrá, que debía ser adorado. Su punto de arranque era medularmente judío y se basaba en escritos judíos. Poco puede dudarse además de que influyó poderosamente en la visión de Jesús que tuvieron los cristianos inmediatamente posteriores. Un caso especialmente revelador de esta influencia lo podemos hallar en el Diálogo con el judío Trifón, de Justino, una obra datable a finales del siglo I o inicios del siglo II. Su autor era un samaritano convertido al cristianismo que, en este escrito, aparece discutiendo con un grupo de judíos encabezado por Trifón (muy posiblemente, el Tarfón de la Mishnáh) acerca de la veracidad del cristianismo. Cuando Justino se refiere a Jesús se limita a usar el Antiguo Testamento —aunque demuestra asimismo un conocimiento notable de los Evangelios— y sobre la base del mismo lo llama, aparte de «Mesías» o «Cristo», «Señor» (56, 4); «Potencia» (105, 1; 128, 3); «Gloria» (61, 1); «Jacob» (36, 2; 100, 1); «Piedra» (70, 1; 86, 3; 90, 5; 113, 6); «Hijo del hombre» (76, 1); «Hijo» (61, 1); «Mensajero» (56, 4; 59, 1 y ss.); «Cordero» (111, 3); «Sabiduría» (61, 1); «Palabra» (61, 1; 105, 1); «Israel» (125, 1); «Estrella» (106, 4) y, por supuesto, «Dios» (36, 2; 38, 4; 48, 1; 56, 4; 61, 1; 63, 5; 68, 9; 75, 1; 128, 1). Además, Justino insiste en que el Mesías había de padecer (algo que el judío Trifón admite en 89, 2) de acuerdo con las profecías de Is. 53 (90, 1-2); que nacería de una virgen (43, 7; 67, 1 y ss.; 100, 5) y que debía ser adorado (38, 1; 68, 9). No sólo eso. Al igual que los judeo-cristianos de que nos habla el Talmud, Justino se apoya en los textos del Antiguo Testamento donde Dios habla en plural para poner de manifiesto que existe como varias personas (62, 2; 129, 1 y ss.), entre ellas la del Hijo, encamada en Jesús. Todo en la obra de Justino rezuma cristología judeo-cristiana y como tal era presentada a los judíos cuya conversión se buscaba. Las líneas esenciales serían conservadas en el cristianismo posterior, sin duda, pero no puede negarse un cambio de enfoque que, de nuevo, a partir del siglo IV irá abandonando cada vez más una cristología basada en categorías judías para centrarse en otra de base evangélica, pero leída desde una perspectiva helenística y dirigida contra herejes y judíos. De manera relativamente rápida, se iría tendiendo además a sustituir las categorías y títulos veterotestamentarios por construcciones claramente helenísticas acuñadas por teólogos de formación clásica y consagradas por concilios episcopales y el resultado en no pocas ocasiones sería el de graves distorsiones de aquello que creyeron los primeros cristianos.
Una mutación mayor fue la experimentada por la escatología del judeo-cristianismo. Ya hemos visto cómo la misma estaba vinculada poderosamente a la creencia en la segunda venida de Cristo, así como en la resurrección. En ella estaban presentes elementos como la fe en la supervivencia consciente de las almas tras la muerte (al lado de Dios si habían creído en Jesús), la resurrección de los muertos y la creencia en el infierno o Gehenna, donde serían castigados eternamente los condenados. Tal visión, aunque cada vez más moderada, se mantuvo en el seno del cristianismo hasta el siglo IV. Es precisamente en esta época, sin embargo, cuando la creencia en un imperio cristiano debilitó, casi irreversiblemente, la perspectiva escatológica . De hecho, la escatología vio potenciados sus aspectos particulares (cielo-infierno) en detrimento de los generales. Por supuesto, nunca se negó la creencia en el juicio final o la resurrección de los muertos, pero desapareció su nota de inmediatez. En cuanto a la fe en un milenio literal, se esfumó especialmente tras la espiritualización que de Apocalipsis 20 realizó Agustín de Hipona; se vio combatida contundentemente por teólogos de la talla de Jerónimo y sólo volvería a emerger en el futuro en la ideología de algunos grupos radicales o sectarios.
Como tuvimos ocasión de ver, la escatología del judeo-cristianismo estaba estrechamente ligada a una visión que podríamos denominar de radicalismo ético. La negativa a utilizar la violencia y combatir por considerarlo incompatible con el mandato del amor formulado por Jesús; el distanciamiento prácticamente total de la vida política, que estaba controlada —según la visión cristiana prístina— por Satanás y sus demonios o la solución de los problemas eclesiales gracias a medidas exclusivamente comunitarias son sólo algunos de los aspectos de esta visión que quebrarían de manera prácticamente irremisible a partir del siglo IV. En esa época, esta perspectiva escatológica fue sustituida por otra que buscaba cristianizar un sistema político y social preexistente sin proceder, prácticamente, a ninguna alteración sustancial de sus estructuras.
Algo similar puede decirse que aconteció con la pneumatología específica del judeo-cristianismo. En la obra citada de Justino, todavía era considerado relevante el papel de los carismas del Espíritu (39, 2; 82, 1; 88) y del enfrentamiento contra los demonios invocando el nombre de Jesús (30, 2; 49, 7; 76, 6; 85, 2), aunque hubiera perdido algo de la fuerza inicial presente en el judeo-cristianismo del siglo I. Ésta se conservó en buen número de los Padres prenicenos, aunque podemos apreciar ya en el siglo II una tendencia a sustituir el carisma por la institución jerárquica y a encuadrarlo en la misma. De nuevo, el gran vuelco —preparado, no obstante, mucho antes— se produciría a inicios del siglo IV. La teología eusebiana de la sucesión episcopal, la fijación creciente y casi exclusiva de la acción del Espíritu Santo en los sacramentos, todavía no en número de siete, y la limitación del ejercicio de los carismas al clero sustituyeron la visión específica propia del judeo-cristianismo en el Israel del siglo I.
La angelología y la demonología del judeo-cristianismo no parecen haber experimentado un cambio sustancial en los primeros tiempos. Justino, en la obra ya citada, conoce todavía el concepto de ángeles que dominan las naciones (131, 1) e identifica a los dioses paganos con demonios (30, 3; 54, 2; 91, 3; 133, 1), que mueven a los falsos profetas (7, 2; 69, 1) y se hallan detrás de los gobiernos y de los pueblos (39, 6; 78, 9; 79; 83, 4). Naturalmente, cree que los mismos son vencidos invocando el nombre de Jesús (30, 2; 49, 7; 76, 6; 85, 2), que ya los derrotó en la cruz (131, 5). Visiones similares están presentes también en Padres posteriores. Con todo, el siglo IV marcó nuevamente un punto de inflexión. Los seres demoníacos anejos por definición al poder civil siguieron existiendo, pero desvinculados del mismo en la medida en que éste aceptara una cosmovisión considerada cristiana. Como sucedió con la escatología, también el campo de acción de los demonios se vio reducido progresivamente al terreno de lo íntimo perdiéndose de vista la idea de una conexión con la vida pública. En cuanto a los ángeles, sabido es que, durante el medioevo, si no antes, comenzaron a ser objeto de culto, algo que hubiera resultado abominable para un judeo-cristiano (Ap. 22, 8) seguidor del mandato del Decálogo que establece que sólo Dios puede ser objeto de culto (Éx. 20, 1 ss.).
Especialmente cualitativo fue el cambio que se operó en el cristianismo en relación con la visión de Israel que tenía previamente el judeo-cristianismo. Como ya hemos señalado, es posible que Pablo confiara aún más que los judeo-cristianos en una restauración de todo Israel al final de los tiempos (Rom. 9-11), pero, en cualquier caso, Israel seguía contando con una relevancia especial en la visión teológica de aquellos. Ninguno de los tratos realizados por Dios en el pasado con Israel había quedado anulado por la venida de Jesús y, aunque los judíos necesitaban conversión y fe en Jesús para salvarse y ciertas instituciones como el Templo tenían los días contados, no por ello podía decirse ni que el pueblo de Israel hubiera sido desechado ni mucho menos que hubiera sido sustituido por los gentiles. Éstos, si acaso, veían de manera excepcional abiertas las puertas para integrarse espiritualmente en el pueblo de Israel. Precisamente por todo esto, quizá habría que hablar en el judeo-cristianismo más de «israelología» que de eclesiología.
Posiblemente, éste fue uno de los primeros aspectos de la ideología judeo-cristiana abandonados por el cristianismo gentil. Por un lado, el judeo-cristianismo perdió sus figuras más relevantes durante las décadas de los sesenta y setenta del siglo I d. J.C. (Pedro, Santiago…); por otro, tras Jamnia, sus posibilidades de crecimiento numérico se vieron severamente mermadas, salvo en algunos períodos muy concretos.
Sin personajes de peso (salvo quizá Juan, que, no obstante, ya no estaba en la tierra de Israel), ni importancia cuantitativa, la visión netamente judía del judeo-cristianismo se fue eclipsando por otra en que los gentiles como Iglesia sustituían a Israel en lugar de ser integrados en la Iglesia – congregación - que era Israel. Una vez más Justino, pese a su impregnación del judeo-cristianismo, nos permite asistir a esta evolución.
En un período situado tras Jamnia y la birkat ha-minim,[1] elDiálogo con el judío Trifón nos habla de cómo Israel ya ha sido sustituido por la Iglesia (11, 5; 119, 3 y ss.) e incluso da a tal afirmación un contenido racial —lo que no deja de ser curioso en un samaritano— al afirmar que tal situación no es sino un cumplimiento de la profecía que hablaba del dominio de Jafet sobre Sem (139, 4). Los judeo-cristianos —que guardan elshabat, se circuncidan y obedecen la Torah— todavía son hermanos en la fe (47), pero el lector se pregunta cuánto tiempo podría mantenerse aquella situación. Ya sabemos que no fue por mucho. Como hemos tenido ocasión de ver, el siglo IV fue testigo de que los judeo-cristianos no estuvieron en los grandes concilios ecuménicos, de cómo se les despojó de los santos lugares y cómo se formuló contra ellos la excomunión a los que guardaban la Pascua según el cómputo antiguo y la compartían con los judíos. Se producía así una especie de «Jamnia» cristiano. El judaismo posterior a la destrucción del Templo implicaba tal número de mutaciones que no podía mantener en su seno un cuerpo extraño como el judeo-cristianismo. De manera similar, el cristianismo posterior a los inicios del siglo IV estaba experimentando tal variación que el judeo-cristianismo, como tal, no tenía cabida en su interior. O era asimilado o expulsado. La descripción, sin embargo, de este fenómeno supera con mucho los límites de nuestro estudio, pero debe señalarse que la Iglesia gentil de la época había perdido cuando menos la perspectiva histórica en relación con un asunto de primera importancia: la cuestión organizativa esencial del cristianismo anterior al 70 d. J.C., había sido no si un judío podía ser cristiano, sino si se podía ser cristiano sin ser judío.
CONTINUARÁ
October 14, 2016
Long Black Train
Durante el año que vino después de la intervención quirúrgica, no pudo pronunciar una sola palabra. Un cuaderno le servía para comunicarse con otros y también para ir trazando la pauta de canciones que nunca podría interpretar. Pero Dios escuchó sus oraciones y, un día, descubrió que no sólo podía articular una frase tras otra sino que también estaba a su alcance cantar.
Fue así cómo llegó un día al Gran Ole Opry de Nashville para entonar una composición que había escrito durante su obligada mudez. El público quedó electrizado al oírlo y le pidió que la repitiera. El compositor estaba tan emocionado que se equivocó en una de las estrofas, pero nadie lo advirtió. A fin de cuentas, ¿cómo reparar en esa menudencia cuando estaba cantando un llamamiento a confiar en la victoria que sólo puede dar Dios e invitando a no subir jamás en el largo y negro tren cuyo conductor era el Diablo? Sí, porque el cantante se llamaba Josh Turner y la canción era Long Black Train. Juzguen ustedes por si mismos, pero yo también puedo dar testimonio de que hay victoria en Jesús incluso en las situaciones más difíciles y de que subirse al tren del Diablo sólo concluye en el apeadero del desastre. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
Y éste es Josh Turner
Los libros proféticos (XXVIII): Daniel (VII): el rey del norte y el rey del sur (II)
El v. 20 del capítulo 11 señala lo que sucedería tras la derrota de Antíoco III a manos de Roma. Su sucesor, Seleuco IV Filopator, enviaría a Heliodoro a Jerusalén para apoderarse del tesoro del templo. La razón era intentar tapar el agujero que le había provocado la victoria de Roma. Sin embargo, aquel hombre que buscaba quedarse con el dinero de otros – una circunstancia que provoca un juicio no precisamente positivo del ángel que habla con Daniel – no conseguiría su objetivo. De hecho, Seleuco IV fue vencido no en batalla sino envenenado.
Llegaría entonces al poder un hombre despreciable (v. 21) que no sería otro que Antíoco IV al que ya se había referido previamente Daniel. Antíoco IV era hermano de Seleuco IV y había sido enviado a Roma como rehén. Sin embargo, Seleuco IV lo acabó sustituyendo en esa función por su propio hijo Demetrio. Al morir inesperadamente Seleuco IV, tal y como había sido profetizado en el libro de Daniel, Antíoco IV se hizo con el trono. Al poco tiempo de convertirse en rey, invadió Judá y destituyó al príncipe del pacto (v. 22), el sumo sacerdote Onías III. Éste se exiliaría, pero resultaría asesinado en Dafne. Frente a Antíoco IV se alzaron las tropas de Heliodoro como un torrente, pero se hundieron ante él (v. 22). Antíoco IV llevó a cabo además un plan de helenización de los judíos que hubiera significado el final de ellos como pueblo ya que implicaba la eliminación de las Escrituras y su sustitución por, al menos, un sincretismo pagano. Inicialmente, los judíos convencidos por Antíoco IV fueron pocos (v. 23), pero fueron aumentando gracias a las dádivas que les fue otorgando (v. 24).
El siguiente objetivo de Antíoco IV (v. 25-26) fue el rey del Sur, Ptolomeo VI Filometor, al que derrotó en Pelusio reduciéndolo a cautividad. La causa estuvo en los malos consejeros del rey del sur – los que comen su pan – y aunque se intentó llegar a una paz lo cierto es que en la misma conferencia para conseguirla ambos monarcas pensaban en eliminarse mutuamente (v. 27). Al final, los planes de Antíoco IV fracasaron y no pudo someter Egipto aunque sí regresó cargado de riquezas (v. 28) a su reino. En el viaje de retorno mostró su hostilidad al pacto saqueando el templo de Jerusalén (v. 28). No deja de ser significativo que, a pesar de los expolios, Antíoco IV no tuviera bastante dada la manera en que gastaba esos fondos en satisfacer a la gente que le era cercana.
Antíoco IV volvería a atacar Egipto un año después (v. 29), pero Roma envió a Popilio Lenas exigiéndole que evacuara el territorio egipcio. El rey del norte quiso ganar tiempo, pero entonces el romano trazó un círculo alrededor de él y le dijo que no podría salir hasta que no anunciara su última resolución. Se trataba de una humillación terrible, pero Antíoco IV no tuvo más remedio que retirarse de Egipto. En el camino de retirada, volvió a atacar a los judíos. No a todos porque no era propiamente un antisemita sino el partidario de una helenización forzosa, hoy diríamos que de una globalización de la cultura. A los judíos dispuestos a ella los trató con generosidad. Sobre los que deseaban ser fieles a las Escrituras, al pacto con Dios, descargó su cólera (v. 30). De hecho, logró que cesara en el templo de Jerusalén el sacricio perpetuo y lo profanó colocando una imagen de Júpiter Olímpico, la “abominación de la desolación” (v. 31). El trauma que estos hechos causaría en los judíos sería tan grande que la expresión se convirtió en proverbial y fue empleada en relación con distintas profanaciones de especial gravedad. Jesús, por ejemplo, trazaría un paralelo entre ese hecho terrible y la nueva profanación del templo que tendría lugar en el año 70 d. de C. (Mateo 24: 15). Dicho sea de paso, que se pasen por alto la enorme relevancia que tiene en la Biblia las acciones de Antíoco IV y – todavía más – la destrucción del Templo de Jerusalén en el 70 d. de C., para debatir sobre una reconstrucción futura de ese Templo no deja de ser un ejercicio lamentable de abandono de la Biblia y entrega a la especulación provista de fundamento.
Lo que sucedió entonces fue un empeoramiento de lo sucedido poco antes y cuenta con paralelos que obligan a la reflexión a lo largo de la Historia. Hubo judíos que aceptaron el plan de Antíoco IV. La cercanía con el poder, los beneficios económicos, la sensación de ir siguiendo el soplo de la Historia los arrastraron aunque, en realidad, significara negarse a si mismos. Para ser sinceros, judíos y cristianos han repetido conductas semejantes en multitud de ocasiones. Pero también – como en otros momentos de la Historia – se produjo la resistencia de aquellos que demostraron la firmeza de sus convicciones porque conocían a Dios (v. 32). Históricamente, sabemos que los hijos del sacerdote Matatías, conocidos como los Macabeos, se alzaron contra Antíoco IV. Sin embargo – y es bien significativo – la profecía de Daniel no cree que esa resistencia armada llegara ser lo más importante de aquella época dramática. Por el contrario, lo esencial sería que habría gente que, siendo sabia, enseñaría a las masas. Es cierto que serían víctimas de una persecución feroz en la que muchos perderían la vida, la libertad y los bienes (v. 33). No es menos cierto que contarían con poca ayuda externa y que incluso algunos de sus seguidores en realidad serían infiltrados (v. 34). Sin embargo, aquella persecución terrible purificaría a los sabios hasta que llegara el fin porque, sin duda, Dios tendría marcado el momento en que concluiría aquella terrible tragedia (v. 35). La Biblia – piense lo que piense el ser humano – cree que la pluma es más poderosa que la espada y este pasaje es una buena prueba de ello. Ante Dios, aquellos que seguían enseñando las Escrituras al pueblo eran mucho más importantes que los guerreros Macabeos.
En esa época pavorosa, Antíoco IV haría lo que le complaciera y en su inmensa soberbia se vería como un dios e incluso se permitiría blasfemar contra el Dios único. Seguiría triunfante en sus propósitos, pero sólo hasta el momento que Dios habría decretado porque Dios es soberano y controla la Historia. Al fin y a la postre, los decretos de Dios se cumplen siempre de manera inexorable (v. 36).
Antíoco IV, en su endiosamiento, se colocaría por encima del dios de sus padres – una referencia a Apolo al que habían tenido como dios predilecto los Seleucidas – al que llegó a sustituir en sus monedas por un Zeus Olímpico con el que se identificaba (v. 37). Tampoco respetaría a Adonis-Tammuz, la delicia de las mujeres, y, a decir verdad, seguiría esa conducta frente a buena parte del panteón helénico. Su dios sería el dios de las fortalezas (v. 38), el Zeus olímpico con el que, como ya hemos señalado, se sentía identificado. A este dios – cuyo culto pudo adoptar como Júpiter cuando era rehén en Roma - le dedicó un templo en Antioquía y distintas fortalezas y plazas fuertes (v. 39) en Dura-Europos, Beisán y Gerasa. Como hemos visto, pretendió hacer lo mismo en el templo de Jerusalén y benefició enormemente a los que aceptaron la situación (v. 39). Sin embargo, esos tiempos tendrían un fin. No se perpetuarían indefinidamente ni tampoco concluirían con el triunfo del mal (v. 40).
El que había sido un azote constante del pueblo de Dios se vio derrotado de manera terrible. Señales de que todo acabaría mal para él las habría. Por ejemplo, en medio del despliegue de su fuerza y de la invasión de la tierra de Judá no sería capaz de someter a Edom, Moab o Amón (v. 40-41). Mientras saqueara y acumulara victorias, tampoco podría evitar el temor ante las malas noticias procedentes de Roma (v. 44). Si uno se detiene en las afirmaciones, ¿acaso no recuerda esa descripción las trayectorias de Felipe II, de Napoleón o de Hitler? Todos ellos asaltaron los cielos y pareció en algún momento que los alcanzarían, pero para el observador agudo era obvio que, tarde o temprano, acabarían fracasando. El final concreto de Antíoco IV tendría lugar en un sitio ubicado entre el mar y el monte Sión y nadie podría ayudarlo para escapar de él (v. 45). Efectivamente así fue. Armenios y partos se sublevaron y Antíoco IV se dirigió hacia oriente con la intención de sofocar la revuelta. Decidió saquear el templo de Elimaida, pero no sólo le resultó imposible por la oposición popular sino que además, allí supo que Judas Macabeo, el jefe de la resistencia armada judía, había derrotado a sus tropas. Encolerizado, Antíoco IV decidió dirigirse a Judea y aplastar a los rebeldes. No lo consiguió. Cayó enfermo en Tabae, Susa, un lugar situado entre el mar y la tierra santa, y nadie pudo evitar su muerte. No era un dios sino un simple mortal y como tal concluyó su inicua existencia.
Cuando se reflexiona sobre estos capítulos no son pocas las lecciones espirituales que se desprenden de ellos. En primer lugar, Dios advierte siempre por adelantado a Su pueblo a través de los profetas. Naturalmente, el falso profeta es aquel que anuncia que Dios le ha comunicado que sucederá algo que no sucede. Da lo mismo como lo vocee o lo proclame. Esa regla enunciada en Deuteronomio 18: 22 permitiría dejar de escuchar a multitud de personajes con predicamento espiritual, pero sin el menor respaldo de Dios. Dios advierte y el profeta lo comunica a pesar de que el mensaje muchas veces no es complaciente y le cause profundo dolor. De hecho, Daniel tuvo que contemplar cómo el templo cuya primera destrucción había marcado su primera vida, volvería a ser profanado de una manera más cruel si cabía, pero no ocultó lo que había recibido sino que lo comunicó.
En segundo lugar, Dios siempre controla el tiempo. Es verdad que, generalmente, esa circunstancia es pasada por alto y, sobre todo, resulta difícil de asimilar, pero El actúa siempre de acuerdo con un plan y ese plan no se retrasará ni siquiera un segundo. Aunque todo parezca indicar lo contrario, el juicio de Dios se impondrá.
En tercer lugar, las situaciones de crisis y de persecución suelen poner de manifiesto quién forma parte verdaderamente del Reino de Dios. A los predicadores del Evangelio de la prosperidad – deberían decir de la codicia -les complace anunciar que los creyentes no tendrán problema alguno si tienen fe. No se puede decir apenas algo más contrario a la enseñanza de la Biblia. Como señala Pablo en 2 Timoteo 3: 12, TODOS – y todos es todos – los que deseen vivir piadosamente en Cristo padecerán persecución. En determinadas situaciones, los que aparentan ser el pueblo de Dios siempre se han dividido. A un lado, han quedado siempre los que deseaban disfrutar de la cercanía del poder y al otro, los que ansiaban servir a Dios fueran cuáles fueran las consecuencias. Controlando medios, recompensas, órganos de poder, los primeros pueden presentarse como los verdaderos cristianos de la misma manera que en la época de Antíoco IV se presentaban como los verdaderos judíos o, mientras arrojaban a las hogueras de la Inquisición a los que amaban la Biblia, también se presentaban como los verdaderos cristianos. Sin embargo, Dios purifica a los sabios perseguidos a través de la persecución, los utiliza para arrojar luz sobre las gentes y, llegado el momento, permitirá a muchos de ellos ver la derrota del mal. Lo importante no es ni de lejos recibir el aplauso de las gentes o el calor del poder. Lo auténticamente relevante es ser fieles a Dios y a Su palabra.
Finalmente, que nadie lo dude: el mal será derrotado de manera absoluta y Dios cumplirá Sus propósitos hasta el menor detalle. Siempre ha sido así a lo largo de la Historia y cuando ésta llegue a su final quedará de manifiesto de una manera que nadie, absolutamente nadie, podrá negar.
Es posible que algunos piensen que especular con un futuro que sólo Dios conoce es más interesante que descubrir las verdades que hay en Su Palabra y modelar la vida de acuerdo con ellas. Espero que los estudios previos sobre Daniel hayan dejado de manifiesto hasta qué punto esa conducta es errónea y Dios desea algo mucho mejor para nosotros.
CONTINUARÁ
October 13, 2016
El paraíso está en California (II)
Lara me lleva a la zona de San Diego conocida como Balboa, apellido que, aunque le pese a Sylvester Stallone, no es italiano sino español y, en este caso concreto, viene referido al dscubridor del Pacífico, Vasco Núñez de Balboa. Se trata de un lugar donde aún se conservan algunos edificios construidos por los españoles en el siglo XVII y donde además se han recreado otros contemporáneos imitando las fachadas barrocas que dejaron los conquistadores. Es cierto que era aquella zona de frontera y que, para mantener los fuertes, se explotó de manera terrible a la población indígena no pocas veces con la ayuda verdaderamente espantosa y carente de sentimientos de las órdenes religiosas. No es menos cierto que, tras la independencia, esa población indígena combatió, como había hecho con los españoles, a los estados de México y de Estados Unidos que se habían formado con unas décadas de diferencia. Pero, a siglos de distancia, lo que resta es bello, hermoso, sereno. En cuanto a los indígenas, los que quedaron en territorio de Estados Unidos han tenido mejor suerte que los que experimentaron el dominio español o el mexicano. Pero regresemos a la cultura.
No deja de llamarme la atención el papel inmenso que han tenido los coleccionistas en crear una red de museos extraordinaria en Estados Unidos. Esta soleada mañana de sábado puedo verlo sin discusión alguna. El Museo de arte Timken, por ejemplo, se debe al esfuerzo de una familia que emigró a los Estados Unidos procedente de Europa. Tras de si dejó una colección de arte – Murillo, Zurbarán o el Greco son algunos de los pintores representados en sus salas – verdaderamente extraordinaria. No es muy habitual esa conducta en la tradición hispana. También es posible que las administraciones no anden mucho por la labor. Hace años intenté donar mi biblioteca – en realidad, varias bibliotecas – a distintas administraciones españolas y me respondieron que sería una molestia recogerla y catalogarla. Es comprensible. Yo entiendo que cuando los alcaldes están recibiendo instrucciones por power point sobre cómo violar la ley electoral y recibir dinero ilegal no pueden andar pensando en la cultura. Pero volvamos al paraíso californiano. Este museo privado es extraordinario, pero palidece ante el Museo de arte de San Diego. Pocas, muy pocas veces en mi vida, he tenido ocasión de contemplar colecciones tan extraordinarias de arte oriental. Alguna en Dallas, Texas; otras en India. Nunca en España, pero si a eso vamos tampoco en Florida. Sin embargo, lo que alberga este museo es excepcional. En sus salas, se recoge, como las perfumadas esencias en una rédoma, la exposición artística del budismo, del taoísmo y del shintoismo, pero también unas colecciones de pintura que van desde la Edad Media a la Contemporánea, que rinden homenaje, entre otros, a los pintores españoles y que provocan un disfrute extraordinario.
Paisaje, clima, urbanidad, amor por la cultura, belleza, suave sol, amable luz, cielo claro… ¿puede alguien dudar de que si existe algo parecido al paraíso se encuentra en California?
CONTINUARÁ
October 12, 2016
El paraíso está en California (I)
Describir California no es fácil. Podría decir, por ejemplo, que si fuera un estado independiente sería entre la quinta y la séptima economía mundial o que la capital del cine mundial – aunque a brazo partido contra India – se encuentra en su territorio o que se halla a la cabeza del avance tecnológico del globo. Sin embargo, deseo detenerme en otros aspectos. Por ejemplo, su condición paradisíaca.
Antes de la llegada de los exiliados cubanos a Miami, ésta era una ciudad de invierno. La gente que escapaba de los fríos del norte – en un porcentaje elevado judíos adinerados – bajaba a Florida para encontrar sol y calor. Pero – insisto en ello - era sólo una ciudad de invierno. De hecho, cuando llegaba el verano, los hoteles cerraban y sus empleados marchaban a trabajar a otros estados. Esa situación la cambiaron unos cubanos deseosos de salir adelante en su país de recepción. Fue así como surgió una Florida atractiva para todas las épocas del año. California, sin embargo, para aquel entonces ya llevaba muchísimo tiempo siendo refugio paradisíaco. Por ejemplo, a inicios del siglo XX, el entonces presidente de los Testigos de Jehová – que todavía no se llamaban así – J. F. Rutherford decidió comprarse en el estado una casa donde, supuestamente, vivirían los patriarcas que resucitarían en los años veinte. Como todo el mundo sabe, los patriarcas no resucitaron y Rutherford aprovechó la vivienda en California para pasar el invierno. Miami estaba más cerca de Nueva York, pero todavía no había llegado la influencia redentora de los cubanos. Yo sí he llegado donde quiero llegar y es a afirmar que California es lo más parecido al paraíso en la tierra.
El paisaje y el clima de California resultan especialmente atractivos, pero para los españoles son además increíblemente familiares. Mientras uno se desplaza por los caminos de San Diego, el paisaje trae recuerdos de otros similares situados en la sierra de Madrid, en Murcia o en Alicante. Y, sin embargo, estamos en la costa del Pacífico. Ese suave soplo del viento, ese airecillo nocturno dulce y refrescante, ese paisaje ondulado con árboles y palmeras familiares que tanto resuenan a imágenes de España son característicos de California. Todo lo que tiene la Naturaleza americana de temible, de inmenso, de incomensurable y que podemos ver lo mismo en Florida que en Michigan, en Texas que en Ohio, pero que resulta extraño para los españoles, está ausente de California. En cuanto a las casas… Ramón J. Sender – que, exiliado de España, acabó siendo profesor en la universidad californiana de La Jolla – escribió un libro genial titulado La tesis de Nancy en que relataba como una estudiante americana viajaba a España para preparar su tesis doctoral. La novela – que provoca una carcajada tras otra – relata, por ejemplo, la sorpresa de Nancy al descubrir que Andalucía está llena de casas de estilo californiano. La realidad – bien se lo imaginará el lector – es que California está repleta de casas de estilo californiano, sí, pero que se trata de un estilo más que inspirado en Andalucía y Castilla.
Junto a esto, California tiene todo lo que de bueno presenta Estados Unidos en contraste con España o con Hispanoamérica. La pluralidad de razas y culturas en California convierte al sur de la Florida o a Nueva York en sociedades casi en blanco y negro. Amarillos y negros, blancos y cobrizos pasan por las calles californianas con una naturalidad que no se percibe precisamente porque es eso, natural. Pero, como es habitual en Estados Unidos, especialmente en los ambientes anglos, la gente es llamativamente educada. No grita para pedir las cosas, no se cuela en las filas de espera, no se muestra grosera ni carente de urbanidad. Por el contrario, demuestra un civismo constante. En los parques, los niños son educados y no chillan ni corren chocando con los adultos y menos todavía se ve a una madre histérica que grita desde el fondo de la garganta: ¡¡¡¡¡Joséeeeeeeeeeeeee Luuuiiiiiiiiiiiiiiiiiis!!! O Paquito o Manolín. Tampoco la gente vocea en los restaurantes ni se aglomera en las playas en medio de un remolino de toallas y bolsas y sillas.
La mañana del sábado, fui a desayunar con mi hija a un hermoso restaurante en primera línea de playa. Recorriendo una ruta de colinas arboladas que me recordó mucho al camino hacia Pinos Reales una vez que se sale de San Martín de Valdeiglesias, llegamos al lugar. Una vez más, el civismo americano brillaba resplandeciente. La gente esperaba su turno en la cola charlando con educación. Las camareras eran atentas. En la playa, los jóvenes se lanzaban a las olas sobre sus tablas de surf. Todo con un silencio, un sosiego, una calma, una serenidad casi místicas. Y así, bajo un sol suave como el de la España templada, con un cielo azul como podría serlo el de Valencia, disfrutando de una excelente comida, confirmándome en la idea de que se puede ser feliz sin emborracharse, sin gritar a voces, sin asestar codazos a todo el que está cerca, sin que los niños se comporten como pequeños bárbaros hijos de ineducados padres, me dije que si existe un paraíso en la tierra quizá se encuentra en California.
CONTINUARÁ
César Vidal's Blog
- César Vidal's profile
- 109 followers
