César Vidal's Blog, page 60
November 27, 2016
Pablo, el judío de Tarso (V): El grupo de Jesús el Mesías (I): Jesús
Desde el Cristo rey del Bajo Imperio romano a los Cristos de la Nueva Era pasando por los Cristos masónico, guerrillero o de la Teología de la liberación, las falsificaciones históricas del personaje han resultado prácticamente continuas. A pesar de todo – y en contra de lo que se afirma ocasionalmente – puede reconstruirse con notable solidez los jalones fundamentales de su vida y el contenido de su enseñanza. Aparte de los Evangelios y otras fuentes evangélicas, neotestamentarias y paleo-cristianas, contamos con referencias a Jesús en Flavio Josefo, en historiadores clásicos como Tácito, Suetonio o Plinio, y, de manera muy especial y pasada frecuentemente por alto, en los escritos rabínicos que a pesar de serle generalmente contrarios confirman no pocos de los datos contenidos en los Evangelios. A partir de esa pluralidad de fuentes – pluralidad por la abundancia de datos y por los diversos orígenes – se puede realizar una reconstrucción histórica del personaje notablemente segura y sólida.
El nacimiento de Jesús hay que situarlo algo antes de la muerte de Herodes el grande (4 a. de C.) (Mateo 2, 1 ss). El mismo se produjo en Belén (aunque algunos autores prefieren pensar en Nazaret como su ciudad natal) y los datos que proporcionan los evangelios en relación con su ascendencia davídica deben tomarse como ciertos[1], aunque la misma fuera, posiblemente, a través de una rama secundaria. En ese sentido, formaba parte de aquel reducido número de los hijos de Israel de entre los cuales tendría que surgir el mesías. Buena prueba de ello es que cuando el emperador romano Domiciano decidió acabar con los descendientes del rey David para evitar la aparición de un mesías que trastornara el poder de Roma en Judea hizo detener también a algunos familiares de Jesús.
Exiliada su familia a Egipto (un dato que se menciona también en el Talmud y en otras fuentes judías aparte del Evangelio de Mateo), regresó a la muerte de Herodes pero, por temor a Arquelao, fijó su residencia en Nazaret donde se mantendría durante los años siguientes (Mateo 2, 22-3). Salvo una breve referencia que aparece en Lucas 2, 21 ss, no volvemos a saber datos sobre Jesús hasta que el mismo sobrepasó los treinta años. Por esa época, fue bautizado por un profeta judío conocido como Juan el Bautista que predicaba el arrepentimiento previo a la llegada del mesías esperado (Mateo 3 y paralelos). Según Lucas, Juan el Bautista era pariente lejano de Jesús ya que era hijo de una prima – Elisabet o Isabel – de María, su madre (Lucas 1, 39 ss). Durante su bautismo, Jesús tuvo una experiencia que confirmó su autoconciencia de filiación divina así como de mesianidad [1]. De hecho, en el estado actual de las investigaciones, la tendencia mayoritaria de los autores es la de aceptar que, efectivamente, Jesús se vio a si mismo como Hijo de Dios - en un sentido especial y distinto del de cualquier otro ser - y Mesías. La tesis, sostenida por algunos neo-bultmanianos y otros autores, de que Jesús no utilizó títulos para referirse a si mismo resulta, en términos meramente históricos, absolutamente indefendible y carente de base como han puesto de manifiesto los
estudios más recientes de R. Leivestadt, J. H. Charlesworth, M. Hengel, D. Guthrie, F. F. Bruce, I. H. Marshall, J. Jeremias o C. Vidal. En cuanto a su visión de la mesianidad, al menos desde los estudios de T. W. Manson, parece haber poco terreno para dudar de que ésta fue comprendida, vivida y expresada bajo la estructura del siervo de YHVH (Mateo 3, 16 y par.) y del Hijo del hombre, es decir, como un mesías que moriría expiatoriamente por los pecados de los demás antes de concluir triunfante su misión. Muy posiblemente además es que esta auto-conciencia resultara anterior al bautismo.
Los sinópticos - aunque asimismo se sobreentiende en Juan - hacen referencia a un periodo de tentación diabólica experimentado por Jesús con posterioridad al bautismo (Mateo 4, 1 ss y par.) y en el que se habría perfilado totalmente su modelo mesiánico rechazando los patrones políticos (los reinos de la tierra), meramente sociales (las piedras convertidas en pan) o espectaculares (el vuelo desde lo alto del Templo) del mismo. Este período de tentación corresponde, sin duda, a una experiencia histórica - quizá referido por Jesús a sus discípulos - que, por otro lado, se repetiría ocasionalmente después del inicio de su ministerio.
Tras este episodio de las tentaciones, se inició una primera etapa de su ministerio que transcurrió fundamentalmente en Galilea, aunque se produjeran breves incursiones en territorio gentil y en Samaria. Aunque la predicación se centró en el llamado a “las ovejas perdidas de la casa de Israel”, no es menos cierto que Jesús mantuvo contactos con gentiles y que incluso llegó a afirmar que la fe de uno de ellos era mayor que la que había encontrado en Israel y que llegaría el día en que muchos como él se sentarían en el Reino con los Patriarcas (Mateo 8, 5-13; Lucas 7, 1-10). Durante esta etapa Jesús realizó una serie de milagros (especialmente curaciones y expulsiones de demonios), que aparecen confirmados por las fuentes hostiles del Talmud si bien, como sucedía con los fariseos coetáneos de Jesús, se atribuyen a poderes malignos relacionados con la brujería. Una vez más, la tendencia generalizada entre los historiadores hoy en día es la de considerar que, al menos, algunos de los hechos prodigiosos relatados en los Evangelios acontecieron realmente [1] y, desde luego, el tipo de relatos que los describen apuntan a su veracidad. En esa misma época, Jesús comenzó a predicar un mensaje radical - muchas veces expresado en parábolas - que chocaba con las interpretaciones de algunos sectores del judaísmo (Mateo 5-7) y al que nos referiremos más adelante. Este período concluyó, en términos generales, con un fracaso (Mateo 11, 20 ss). Los hermanos de Jesús no habían creído en él (Juan 7, 1-5) y junto con su madre habían intentado apartarle de su misión (Marcos 3, 31 ss y par.). Aún peor reaccionaron sus paisanos (Mateo 13, 55 ss) a causa de que su predicación se centraba en la necesidad de la conversión o cambio de vida en razón del Reino, de que pronunciaba terribles advertencias relacionadas con las graves consecuencias que se derivarían de rechazar este mensaje divino y de que se negó terminantemente a convertirse en un mesías político (Mateo 11, 20 ss; Juan 6, 15).
El ministerio en Galilea - en el que hay que insertar varias subidas a Jerusalén, con motivo de las fiestas judías, narradas sobre todo en el evangelio de Juan - fue seguido por un ministerio de paso por Perea (narrado casi exclusivamente por Lucas) y la bajada última a Jerusalén (seguramente el 30 d. de C.), donde se produjo su entrada en medio del entusiasmo de buen número de peregrinos que habían bajado a celebrar la Pascua y que conectaron el episodio con la profecía mesiánica de Zacarías 9, 9 ss. Poco antes había experimentado un episodio, que, convencionalmente, se denomina la Transfiguración y que le confirmó en su idea de bajar a Jerusalén. Aunque en los años 30 del presente siglo, R. Bultmann pretendió explicar este suceso como una proyección retroactiva de una experiencia post-pascual, lo cierto es que tal tesis resulta inadmisible - pocos la mantendrían hoy - y que lo más lógico es aceptar la historicidad del hecho [1] etc.) como un momento relevante en la determinación de la auto-conciencia de Jesús. En este, como en otros aspectos, las tesis de R. Bultmann parecen confirmar las palabras de R. H. Charlesworth que lo considera una rémora en la investigación sobre el Jesús histórico.
Contra lo que se afirma en alguna ocasión, es imposible cuestionar el hecho de que Jesús contaba con morir violentamente. De hecho, la práctica totalidad de los historiadores dan hoy por seguro que esperaba que así sucediera y que así se lo comunicó a sus discípulos más cercanos. Su conciencia de ser el Siervo de Yahveh del que se habla en Isaías 53 (Marcos 10, 43-45) o la mención a su próxima sepultura (Mateo 26, 12) son sólo algunos de los datos que obligan a llegar a esa conclusión.
Cuando Jesús entró en Jerusalén durante la última semana de su vida ya tenía frente a él la oposición de un amplio sector de las autoridades religiosas judías que consideraban su muerte como una salida aceptable e incluso deseable (Juan 11, 47 ss) y que no vieron con agrado la popularidad de Jesús entre los asistentes a la fiesta. Durante algunos días, Jesús fue tanteado por diversas personas en un intento de atraparlo en falta o quizá sólo de asegurar su trágico destino final (Mateo 22, 15 ss y par.). En esa época, aunque posiblemente también lo había hecho con anterioridad, Jesús pronunció profecías relativas a la destrucción del Templo de Jerusalén que se verían cumplidas en el año 70 d. de C. Durante la primera mitad de este siglo, se tendió a considerar que Jesús nunca había anunciado la destrucción del Templo y que las mencionadas profecías no eran sino un “vaticinium ex eventu”. Hoy en día, por el contrario, existe un considerable número de investigadores que tiende a admitir que las mencionadas profecías sí fueron pronunciadas por Jesús [1]y que el relato de las mismas contenido en los Sinópticos - como ya señaló en su día C. H. Dodd - no presupone en absoluto que el Templo ya hubiera sido destruido. Por otro lado, la profecía de la destrucción del Templo contenida en lo que algunos consideran fuente Q, sin duda anterior al año 70 d. de C., obliga a pensar que los anuncios fueron originalmente pronunciados por Jesús. De hecho, el que éste hubiera limpiado el templo a su entrada en Jerusalén apuntaba ya simbólicamente la destrucción futura del recinto, como señalaría a sus discípulos en privado (Mateo 24 y 25, Marcos 13 y Lucas 21).
La noche de su prendimiento, Jesús declaró, en el curso de la cena de Pascua, inaugurado el Nuevo Pacto (Jeremías 31, 27 ss) que se basaba en su muerte sacrificial y expiatoria en la cruz. Tras concluir la celebración, consciente de lo cerca que se hallaba de su detención, Jesús se dirigió a orar a Getsemaní junto con algunos de sus discípulos más cercanos del grupo de los doce apóstoles. Aprovechando la noche y valiéndose de la traición de uno de los apóstoles, las autoridades del templo se apoderaron de Jesús. Resulta difícil negar que el interrogatorio ante el Sanedrín buscaba imponer la tesis de la existencia de causas para condenarlo a muerte (Mateo 26, 57 ss y par.) y por ello no sorprende que la cuestión se decidiera afirmativamente sobre la base de testigos que aseguraban que Jesús había anunciado la destrucción del templo (algo que tenía una clara base real, aunque con un enfoque distinto) y sobre el propio testimonio del acusado que se identificó como el mesías-Hijo del hombre de Daniel 7, 13. A pesar de todo, la condena pronunciada por el Sanedrín judío no podía ejecutarse. El problema fundamental para llevar a cabo la ejecución de Jesús arrancaba de la imposibilidad por parte de las autoridades judías de aplicar la pena de muerte. Se imponía, por lo tanto, conducirlo ante el gobernador romano para que procediera a su ejecución.
Cuando el preso fue llevado ante el gobernador Poncio Pilato (Mateo 27, 11 ss y par.), éste comprendió que se trataba de una cuestión meramente religiosa que a él no le afectaba y eludió inicialmente comprometerse en el asunto. Ante ese obstáculo, los acusadores del Sanedrín recurrieron a una acusación de carácter político que pudiera desembocar en la condena a muerte que buscaban. Así, indicaron a Pilato que Jesús era un sedicioso (Lucas 23, 1 ss). Sin embargo, el romano, al averiguar que Jesús era galileo, y valiéndose de un tecnicismo legal, remitió la causa a Herodes, el rey de Galilea que había acudido a Jerusalén a celebrar la pascua (Lucas 23, 6ss), librándose momentáneamente de dictar sentencia.
El episodio del interrogatorio de Jesús ante Herodes resulta, sin lugar a dudas, histórico [1] y arranca de una fuente muy primitiva. Al parecer, Herodes no encontró políticamente peligroso a Jesús y, posiblemente, no deseando hacer un favor a las autoridades del Templo apoyando su punto de vista en contra del mantenido hasta entonces por Pilato prefirió devolvérselo a éste. Esa decisión tendría sus consecuencias. Herodes y Pilato habían estado enemistados, pero el encontrarse con un enemigo común – el Sanedrín – los unió. A partir de ese momento, se comportarían como amigos.
A pesar de todo, persistía el problema de lo que debía hacerse con Jesús. Poncio Pilato le aplicó una pena de flagelación (Lucas 23, 13 ss) posiblemente con la idea de que sería suficiente escarmiento [1], pero la mencionada decisión no quebrantó lo más mínimo el deseo de las autoridades judías de que Jesús fuera ejecutado. Cuando les propuso soltarlo acogiéndose a una costumbre - de la que también nos habla el Talmud - en virtud de la cual se podía liberar a un preso por Pascua, una multitud, presumiblemente reunida por los las autoridades del Sanhedrín, pidió que se pusiera en libertad a un delincuente llamado Barrabás en lugar de a Jesús (Lucas 23, 13 ss y par.). Ante la amenaza de que aquel asunto llegaría a oídos del emperador y el temor de acarrearse problemas con éste, Pilato optó finalmente por condenar a Jesús a la muerte en la cruz, el horrible sistema de ejecución que Roma jamás aplicaba a sus propios ciudadanos.
A esas alturas, Jesús se hallaba tan extenuado que tuvo que ser ayudado a llevar el instrumento de suplicio (Lucas 23, 26 ss y par) por un extranjero llamado Simón, cuyos hijos serían cristianos posteriormente en Roma (Marcos 15, 21; Romanos 16, 13). Crucificado junto con dos delincuentes comunes, Jesús murió al cabo de unas horas. Para entonces la mayoría de sus discípulos habían huido a esconderse siendo la excepción sería el Discípulo amado de Juan 19, 25-26, y algunas mujeres entre las que se encontraba su madre. Aquellos no habían sido los peores. Además del traidor Judas, indispensable para la detención de Jesús, uno de sus discípulos más cercanos, Pedro, le había negado en público varias veces. En apariencia, la amenaza que significaba Jesús había concluido.
November 26, 2016
Fidel ha muerto
joven Fidel Castro hubiera tenido dificultades para concebirlo como
futuro dictador comunista.
De entrada, no pertenecía a una clase
oprimida. Su padre, un inmigrante español, había hecho fortuna en Cuba
hasta convertirse en terrateniente y dedicarse a hábitos tan burgueses
como dejar embarazadas a las criadas. Fidel, de hecho, era uno de los
hijos bastardos del laborioso español. Por añadidura, desdeñaba al
partido comunista, al que nunca quiso acercarse y veneraba los escritos
de otro joven carismático y dedicado a la política: José Antonio Primo de Rivera, el fundador de Falange.
No resulta, por tanto, tan sorprendente que asumiera una posición
política que no era ni liberal ni pro-americana, pero que tampoco era
todavía marxista. Esa falta de definición unida a su entusiasmo provocó que fuera visto con simpatía en el exterior desde el fallido asalto al Cuartel de Moncada en 1953
–disparate que le costó un año de prisión– al ulterior desembarco en
Cuba en 1956 al mando de un grupo de revolucionarios, entre los que se
encontraba el argentino Ernesto Che Guevara. Algún día se aclarará si el
dictador Batista fue más vencido por el abandono de los Estados Unidos,
tan dados a dejar a los dictadores a su suerte cuando no les ven futuro,
o por un grupo de revolucionarios, entre los que también se hallaban el
español Gutiérrez Menoyo (pronto encarcelado) y el idolatrado Camilo
Cienfuegos (pronto muerto). También determinará en qué momento lo que había sido un movimiento de
distintas fuerzas decidió caminar, siguiendo un modelo ensayado en
España en 1937 y en el Este de Europa a partir de 1945, hacia una
dictadura comunista. Quizá Castro se hubiera limitado a ser un dictador de tantos como ha habido en la Historia del Caribe de haber actuado Estados Unidos con menos acritud ante una reforma agraria que perjudicaba a sus negocios azucareros. De hecho, es más que posible que Fidel Castro diera el paso más por ambición personal que por convicción ideológica en la constancia
de que sólo conseguiría neutralizar las acciones de Estados Unidos si contaba con el paraguas soviético. Lo buscó –y lo obtuvo–
enseguida porque Nikita Jrushov no podía desperdiciar la posibilidad de
colocar una daga en la garganta de Estados Unidos tras la división del
mundo acordada en Yalta y Postdam. A esas alturas, cuando recibía ayuda
para montar su cadena de radio nacional de un casi desconocido senador
chileno llamado Salvador Allende, Castro ya estaba concibiendo un plan
revolucionario que sacudiría el continente.
Como le comentaría un día a uno de los técnicos chilenos, igual que
desde aquel punto de Cuba partía una cordillera subterránea que llegaba
hasta la Tierra del Fuego, pensaba él extender la revolución
anti-imperialista desde La Habana hasta todos los confines de
Hispanoamérica.
La respuesta norteamericana fue inmediata y enérgica. El presidente Eisenhower dio
orden a la CIA de derrocar a Castro y le dejó el problema a JFK que lo sucedió en la Casa Blanca. Sin embargo, a diferencia de Sandino en Nicaragua o de Arbenz en Guatemala, Castro estaba en una isla.
y pronto disfrutaría de la protección de una superpotencia. En 1961, Kennedy no se dejó arrastrar a una intervención directa en Cuba – como pretendían la CIA y el Pentágono – y, al negarse a enviar la aviación de Estados Unidos, la invasión de Bahía de Cochinos se convirtió en un fracaso estruendoso. Dado que además los servicios norteamericanos habían intentado asesinarlo en varias ocasiones, Castro reforzó las
relaciones con la URSS y declaró la naturaleza socialista de la
revolución cubana. Al año siguiente, los soviéticos habían comenzado a
desplegar misiles en territorio cubano en respuesta a los que Estados Unidos había desplegado en la frontera de la URSS con Turquía. Seguramente pasarán años antes de que conozcamos todos los detalles de la crisis de los misiles. Sí podemos dar por seguro que de ella salió la retirada de las armas nucleares de Cuba y Turquía y la promesa de que Estados Unidos no invadiría la isla. Fue una conclusión frustrante para Castro que no se recató en Nueva York de acusar al soviético de
ser «un viejo incapaz de sujetarse los pantalones». El impacto de
aquellos dos acontecimientos emblemáticos proporcionaron a Castro una
proyección apropiada para el ego de un personaje que gustaba de ser
conocido como «el caballo». Era él quien había derribado la dictadura
de Batista, quien había derrotado a los «yanquis» en las playas de Bahía
Girón y quien iba a exportar la revolución en todas direcciones.
En 1965, se convirtió en primer secretario de un Partido Comunista de
nueva factura que nada tenía que ver con el que había existido por
décadas en Cuba. Lo que vino a continuación fue una verdadera orgía de
intervenciones militares en el exterior, mientras en el interior sólo
había represión y miseria. A la vez que enviaba grupos de cooperantes a
los lugares más lejanos del globo, Castro desplazó unidades del Ejército
cubano a la guerras de Yom Kippur, Angola y Ogadén. Mandela – y no fue el único dirigente africano – lo proclamó públicamente como un paladín de la lucha contra el apartheid y un ejemplo a seguir. Por supuesto, viajó
también al Chile de Allende y a la Nicaragua sandinista en interminables
periplos donde, en su calidad de autoinvestido dispensador de patentes
revolucionarias, dio su visto bueno a la «vía chilena hacia el
socialismo» y a la «revolución sandinista».
Aunque se las arregló para desempeñar un papel de cierta relevancia en
el seno del movimiento de países no alineados, Castro no era mucho más que un hábil peón
en la política de la Unión Soviética. Los años 70 fueron
su período dorado con su conversión en 1976 en presidente del Consejo de
Estado y del Consejo de ministros –pantallas legales que no servían para
ocultar que era un dictador absoluto que aplastaba despiadadamente
cualquier disidencia– y, sobre todo, con su ayuda a un conjunto de
guerras en el «patio trasero» de los Estados Unidos, signo, según él, de
que el triunfo del socialismo estaba cerca. Tan madura debió de ver la
ocasión que incluso permitió que Frei Beto, uno de los teólogos de la liberación, redactara un libro de
entrevistas con él donde pontificaba sobre una interpretación adecuada
de los Evangelios.
Por supuesto, no pocos europeos, incluido Felipe González, pero también
Fraga, lo contemplaban con benevolencia, como el David caribeño opuesto
al Goliat del norte. Al final, los hechos, como insistía el compañero
Lenin, son testarudos y acabaron imponiéndose. Con la caída de la Unión
Soviética en 1991, la dictadura castrista perdió su valedor –un valedor
que había gastado en ella cantidades que multiplicaban por ocho el
conjunto del Plan Marshall– y se encontró en una difícil situación. No
sólo es que «el caballo» había perdido su atractivo, no sólo es que cada
vez le resultaba más difícil a la progresía defender sus violaciones de
derechos humanos –Saramago descubrió, por ejemplo, que en Cuba había
pena de muerte aunque fuera con décadas de retraso– sino que el modelo se había venido abajo como un castillo de naipes. Fidel salió adelante a su manera, es decir,
desafiando a la comunidad internacional desde su impunidad insular.
Afirmó que no pagaría la deuda gigantesca que tenía con la URSS y esperó
a que amainara. Amainó, efectivamente, cuando, aparte de recibir el reconocimiento agradecido de Mandela, una nueva hornada de
revolucionarios comenzó a surgir de las ruinas de algunos sistemas
políticos hispanoamericanos y, carentes de trayectoria heroica,
aceptaron encantados las credenciales revolucionarias que Fidel les
brindaba. En el año 2006, Fidel Castro entraba con pompa y circunstancia
en la Alianza Bolivariana para las Américas al lado de personajes como
Hugo Chávez o Evo Morales. Pero la biología no estaba dispuesta a darle
cuartel. A pesar de que existen fotos en las que Castro aparece
iniciándose en la santería, quizá en busca de la inmortalidad, aquel
mismo año de 2006 se vio obligado a transferir sus responsabilidades al
vicepresidente que no era otro que su hermano Raúl. En el 2008, se apartó, al
menos formalmente, de la política. Con todo, aprovechando la tecnología,
seguía lanzando sus homilías en YouTube como el sumo pontífice que
siempre había sido. Durante la visita que le dispensó el papa Francisco transmitió una imagen de personaje indomable, pero ya casi vencido por las leyes biológicas. Así lo manifestó él mismo hace unos meses al señalar que quizá era la última vez que lo veían en público. Lo cierto es que antes de morir iba a ver el final del embargo de Estados Unidos, un momento histórico en el que tendrían un papel decisivo el papa y el presidente Obama y que, curiosamente, volcó el voto cubano este año en favor de Trump. Finalmente, ha exhalado el último aliento provocando que millones griten de júbilo. En el futuro se discutirá sobre la adscripción
exacta de su régimen. La mejor definición se halla en una frase que
coreaban sus fieles y que decía «Pa’lo que sea, Fidel, pa’lo que sea».
Lo suyo ha sido una dictadura aún más personal y servil que las de
Stalin o Mao. El enigma, como siempre, es lo que pueda venir después.
Amazing Grace
Fue escrito por John Newton, un negrero inglés que se convirtió escuchando a un predicador evangélico y no sólo abandonó su ocupación sino que dedicó el resto de su vida a acabar con esa lacra en Inglaterra. Gracias a gente como él, la trata, primero, y la esclavitud después desaparecieron de Inglaterra un siglo antes que en territorios españoles como Cuba. Lógico era porque incluso fray Bartolomé de las Casas, gran defensor de los indios, había recomendado que se llevara a América esclavos negros que soportarían la dureza del trabajo aprovechado por los conquistadores españoles. La historia sería un buen motivo, pero, a decir verdad, no es la causa de mi predilección.
Podría alegar también que mi gusto especial está relacionado con la música. Ciertamente, es extraordinaria, pero no es tampoco la causa de mi querencia. A decir verdad, si Amazing Grace es mi himno preferido es por la sencilla razón de que me identifico totalmente con la letra. No tengo la menor duda de que, antes de conocer realmente el Evangelio, yo era un infeliz que estaba perdido y ciego. Durante años, había pensado que conocía a Dios en el seno de la iglesia católica, primero, y en los Testigos de Jehová después. La realidad es que en ninguno de los dos lugares – increíblemente parecidos en su estructura espiritual y psicológica a pesar de las diferencias doctrinales – se predica el Evangelio que encontramos en la Biblia. Eso yo lo encontré – elemental, querido paseante – leyendo la Biblia y, de manera muy especial, la carta a los Romanos. Fue así como comprendí que estaba perdido como todos los que hemos pecado porque no hay justo ni aún uno (Romanos 3: 9-10) y que la ley de Dios no sólo no podía salvarme sino que me indicaba hasta qué punto era culpable (Romanos 3: 19). Sin embargo, también vi con claridad que, dada la imposibilidad de salvarme por mis medios, Dios había enviado a Su Hijo a morir en mi lugar y que ese sacrificio podía recibirlo a través de la fe ya que “todos están han pecado y no alcanzan a la gloria de Dios siendo justificados, sin merecimiento, por su gracia mediante la fe en Jesús el mesías, a quien Dios ha colocado como sacrificio expiatorio, por medio de la fe en su sangre, para manifestación de su justicia, habiendo pasado por alto, en su paciencia, los pecados cometidos anteriormente, y para manifestación de su justicia en el tiempo actual; para que El sea justo y el que justifica a aquel que tiene fe en Jesús. ¿Dónde queda, por lo tanto, la jactancia? Queda excluida. ¿Por qué ley? ¿La de las obras? No, sino por la de la fe. Por lo tanto, llegamos a la conclusión de que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley” (Romanos 3: 23-28).
Yo pude ver en la Biblia, como millones antes que yo, que no era yo el que había salido de la oscuridad o de la perdición. Tampoco era yo digno de ello. Todo era gracia, todo era inmerecido, todo era un regalo que procedía de Dios y cuyo coste era la muerte del mesías en la cruz como sacrificio expiatorio por los pecados. A diferencia del paganismo, yo no pactaba con Dios. Era Dios el que había descendido hasta mi existencia y la había cambiado. Había estado ciego y perdido durante años, pero ahora había visto y había sido salvado al recibir por la fe el sacrificio de Cristo. Se trataba de una gracia tan indescriptible que sólo puede ser calificada como sublime. ¡Cuál no sería mi sorpresa cuando, meses después, al entrar por primera vez en una iglesia evangélica descubrí que se predicaba exactamente lo mismo que yo había encontrado en mi lectura de la Biblia!
Para mi, ninguna canción expresa como ésta lo que Dios ha hecho en mi vida. Es lo que también desearía que experimentaran todos los que se acercan a este muro, que también ellos se vieran libres de la ceguera y de la perdición que desprende la propaganda de los poderosos, la demagogia de la política o las tinieblas de la religión – la religión no salva – y que conocieran a Jesús y aceptaran mediante fe la salvación que Dios otorga al que se acerca a El reconociendo su pecado y su incapacidad para salvarse por sus méritos. No hay decisión más importante – ni más liberadora – en esta vida.
Como la canción me entusiasma, les he recogido cuatro en vez de las dos versiones habituales. La primera es de una joven cantante evangélica de siete años; la segunda es de Meghan Linsey, una de las mejores intérpretes del himno en los últimos años; la tercera es de Elvis Presley y la cuarta es en español y la canta Cindy Barrera. He añadido también – un día es un día – el enlace a la versión en español de la película Amazing Grace donde aparece la historia de John Newton y de la liberación de los esclavos en Inglaterra gracias a la acción de cristianos evangélicos. Deseo de corazón que las disfruten. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
Esta es la hermosa versión de una cantante evangélica de siete años
www.youtube.com/watch?v=DDDlxmsciqY
Aquí va Meghan Linsey
www.youtube.com/watch?v=iA0mXc9JFbc
También, gran intérprete de Gospel, Elvis Presley también cantó una versión de Amazing Grace
www.youtube.com/watch?v=lwnjWwRXGNE
Hay también versiones en español como esta de Cindy Barrera
www.youtube.com/watch?v=2bdDxBJLzL0
Y ésta es la película
November 25, 2016
Ayer fue Acción de Gracias
También me siento agradecido por la manera en que ha podido proseguir el programa La Voz gracias a la generosidad de los donantes anónimos y por las invitaciones que he recibido para enseñar en distintas partes del mundo y por los nuevos libros que han salido de la imprenta como los tres últimos – La escalera de Jacob, El águila y el quetzal y El legado de la Reforma – que han superado el boicot existente desde hace años.
Sí. Me sentía más que agradecido y feliz a pesar de que ya me preparaba para cocinar yo solo el pavo. Entonces me llamó mi amigo Guillermo Lousteau de paso por Miami y me invitó a cenar con él y con nuestro común amigo Roberto Macho y su familia. La primera pulsión fue la de darles las gracias y declinar el ofrecimiento. Sin embargo, al final, decidí que una conversación inteligente – Guillermo y Roberto lo son en grado sumo – no se puede disfrutar tan a menudo y acepté.
Fue la decisión correcta. La cena, preparada por la esposa de Roberto, resultó deliciosa y debo reconocer sin rubor que por tres veces ataqué el pavo; la conversación fue magnífica y, especialmente, encontré estimulante el que pudiéramos abordar no sólo temas diversos sino también espirituales. Creo que de no ser porque temía hacerme pesado aún estaría departiendo con aquellas tres personas. Por cierto, los hijos de Roberto demostraron una educación más que notable y ni dieron gritos, ni se enfrentaron entre ellos, ni contestaron a sus padres ni se comportaron desconsideradamente con los adultos ni dieron muestras de esas lamentables faltas de educación que tan fáciles son de contemplar al otro lado del Atlántico. Reconozco que, al salir de la casa, me invadía una dulce sensación de calmada felicidad, la que nace de estar con los amigos, de haber dado gracias a Dios, de confiar en el futuro.
Les ruego que me perdonen ustedes por no incluir el post de los profetas de este viernes y haberme detenido en este breve relato de la noche de acción de gracias. Yo es que creo en que Dios es esencial en nuestras vidas y que interviene en ellas. No tengo la menor duda de que debemos agradecerle Sus acciones en nuestras existencias. Me siento además feliz y agradecido de vivir en una nación que celebra esa festividad como la más relevante y la que más une a los norteamericanos de cualquier credo, raza y condición. Espero que me comprenderán. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
November 24, 2016
El legado de la reforma
Con él los dejo. Espero que lo disfruten. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
http://www.americateve.com/programas/el-espejo-94/emision/el-espejo-111716-177689
http://www.americateve.com/videos/elecciones-mostraran-las-diversas-cara-america-177692
November 23, 2016
En el nombre del padre
No han sido pocos los que han expresado su deseo de poder verlo y aunque nuestra querida Elvira colgó un enlace pasó desapercibido para muchos. Aquí les dejo el programa. No espero que lo disfruten, pero sí que les resulte revelador. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
www.youtube.com/watch?v=yjvOWEOV3Q0&list=PLGPu68BFjffypBlJbplhzVTSlG9kJ-OSO&index=16
November 21, 2016
La estupidez consciente
El citado personaje es un representante del nacionalismo catalán más delirante así como de ese imperialismo con barretina que pretende quedarse con todo lo que le pilla cerca. Pero quizá lo más pintoresco y esperpéntico de su evangelio lingüístico-nacionalista sea que insiste en que el catalán y el aragonés se hablaban en España cuando llegaron los romanos hace más de veintidós siglos o, por citarlo literalmente: “Desde entonces, desde hace más de dos mil años, dos mil doscientos y pico de años, se habla catalán y se habla aragonés en Aragón”. Cualquiera con un mínimo de conocimiento histórico es consciente de la magnitud de un disparate tal que sólo cabe en una cabeza nacionalista. El catalán es una lengua surgida como dialecto del provenzal – igual que el portugués nació del gallego - y no aparece reflejada por escrito de forma indubitable antes de finales del siglo XI, es decir más de un siglo después que el castellano. Dividida en distintos dialectos, su canonización gramatical se produjo ya en el siglo XX sobre la base del dialecto barceloní proporcionando aportes literarios notables en áreas como la poesía y, de manera menos conocida, el teatro y la novela. Pretender que el catalán fue alguna vez lengua de Aragón es un dislate, pero afirmar que existía ya en la época del imperio romano resiste cualquier calificativo. No mucho mejor es hablar de aragonés. La denominada fabla fue un invento de hace apenas décadas perpetrado por un maestro que no era de la región y basado en giros malentendidos de aldeas. Conocido vulgarmente como chapurreau no pasaba de dialecto del español. Sólo el intento de crear un nacionalismo propio e intereses todavía más turbios han llevado a intentar crear una lengua que no existía – los más optimistas dicen que la hablan 11.000 personas en Aragón – y además a aliarla con el catalán. Que personas como Quintana sean premiados con la Cruz de San Jorge en Cataluña o con galardones que dan Omnium Cultural y organismos semejantes lo entiendo. Que suceda en Aragón no puedo interpretarlo sino como esa terrible mal conocido como estupidez consciente.
Corría el Año… Julio César
Extraordinario militar, escritor elegante, orador brillante y político de gran visión, César fue el primero de los emperadores – así lo supo ver Suetonio en sus Doce césares – y logró pasar de un sistema republicano a un sistema imperial. Seguramente, muchos sólo recordarán de él la manera en que sedujo a Cleopatra o su terrible asesinato a puñaladas. Hay mucho más en su figura gigantesca. En este programa, nos referimos a él. Espero que lo disfruten. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
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November 20, 2016
Pablo, el judío de Tarso (IV): Ivrit y fariseo
Circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; por lo que se refiere a la ley, fariseo.
(Filipenses 3, 5)
Pablo era ciertamente judío, pero no en virtud de conversión. Procedía del linaje de Israel y, más concretamente, de la tribu israelita de Benjamín. Históricamente, el territorio de Benjamín había estado situado al norte del asignado a la tribu de Judá. En teoría, la ciudad de Jerusalén tendría que haber sido benjaminita, pero en la práctica, gracias al especial talento político del rey David, la capital se había convertido en una especie de enclave ubicado entre los territorios de las dos tribus citadas. De Benjamín había salido precisamente Saúl, el primer rey de Israel, y no deja de ser significativo que llevara el nombre de tan trágico héroe. De hecho, Saulo no es sino la forma castellanizada de Saúl. No conocemos mucho de la genealogía de Pablo pero, muy posiblemente, sus antepasados debieron de formar parte de los benjaminitas que existían en el s. V a. de C. y a los que se refiere Nehemías [1].
Pablo además se define como hebreo, un término más concreto que el de judío o israelita y que hace referencia al hecho de que no era un helenista - es decir, un judío impregnado por la cultura griega y con el griego como primera lengua – sino un judío que tenía como lengua vehicular el arameo – quizá el hebreo también - tanto en casa como en la sinagoga. Alguna fuente histórica ha señalado que su familia podía proceder de la localidad de Giscala, en Galilea, antes de establecerse en Tarso [1].
Por supuesto, Pablo conocía el griego y podía hablarlo y escribirlo con fluidez. Sin embargo, resulta obvio que hablaba con facilidad el arameo y el hebreo (Hechos 21, 40; 22, 2) y que – dato bien significativo – fue en esa lengua en la que escuchó la voz que se dirigió a él en el camino de Damasco (Hechos 26, 14). En sentido, la opinión – repetida hasta la saciedad – que sostiene que Pablo era un judío prácticamente desnaturalizado por su helenismo aparece como carente de la menor base histórica. Pablo conocía, como tendremos ocasión de ver, la cultura helénica, pero, de manera bien significativa, cuando tuvo que educarse su familia no eligió alguno de los centros de Tarso, sino que lo envió a Jerusalén a educarse con Gamaliel, uno de los maestros principales de la secta de los fariseos.
El peso de la educación recibida por Saulo en el seno de los fariseos fue verdaderamente extraordinario. Años después, se definiría como “fariseo, hijo de fariseos” (Hechos 23, 6) y como “fariseo” (Hechos 22, 3). Escribiendo a los gálatas (1, 14) indicaría además que su maestro había sido Gamaliel [1]. El conocimiento de los fariseos nos permite entender en no escasa medida la mentalidad y las creencias del Saulo joven y su evolución posterior.
Los datos de que disponemos acerca de los fariseos nos han llegado fundamentalmente a partir de tres tipos de fuentes: los escritos de Josefo, los contenidos en el Nuevo Testamento y los de origen rabínico. En el caso de Josefo, nos encontramos con un retrato de saduceos, esenios y fariseos que estaba dirigido, fundamentalmente, a un público no-judío y que, precisamente por ello, en su deseo por hacerse inteligible a los no conocedores del judaísmo opaca en ocasiones la exactitud de la noticia. Josefo utilizó para referirse a los tres colectivos el término “hairesis” que podría traducirse como “secta” pero sólo si se da a tal palabra un contenido similar al de “escuela” en el ámbito de la filosofía griega.
Josefo mismo estaba ligado a los fariseos e incluso tenía un especial interés en que los romanos los aceptaran como la columna vertebral del pueblo judío tras la destrucción del Templo de Jerusalén en el 70 d. de C. No resulta extraño, por lo tanto, que el retrato que nos transmite sea, lógicamente, muy favorable:
“Los fariseos, que son considerados como los intérpretes más cuidadosos de las leyes, y que mantienen la posición de secta dominante, atribuyen todo al Destino y a Dios. Sostienen que actuar o no correctamente es algo que depende, mayormente, de los hombres, pero que el Destino coopera en cada acción. Mantienen que el alma es inmortal, si bien el alma de los buenos pasa a otro cuerpo, mientras que las almas de los malos sufren un
castigo eterno.”
(Guerra 2, 8, 14).
“En cuanto a los fariseos, dicen que ciertos sucesos son obra del destino, si bien no todos. En cuanto a los demás sucesos, depende de nosotros el que sucedan o no.”
(Ant. 13, 5, 9).
“Los fariseos siguen la guía de aquella enseñanza que ha sido transmitida como buena, dando la mayor importancia a la observancia de aquellos mandamientos… Muestran respeto y deferencia por sus ancianos, y no se atreven a contradecir sus propuestas. Aunque sostienen que todo es realizado según el destino, no obstante no privan a la voluntad humana de perseguir lo que está al alcance del hombre, puesto que fue voluntad de Dios que existiera una conjunción y que la voluntad del hombre, con sus vicios y virtudes, fuera admitida a la cámara del destino. Creen que las almas sobreviven a la muerte y que hay recompensas y castigos bajo tierra para aquellos que han llevado vidas de virtud o de vicio. Existe una prisión eterna para las almas malas, mientras que las buenas reciben un paso fácil a una vida nueva. De hecho, a causa de estos puntos de vista, son extremadamente influyentes entre la gente de las ciudades; y todas las oraciones y ritos sagrados de la adoración divina son realizados según su forma de verlos. Este es el gran tributo que los habitantes de las ciudades, al practicar el más alto ideal tanto en su manera de vivir como en su discurso, rinden a la excelencia de los fariseos…”
(Ant. 18, 1, 3).
No se limitan a éstas las referencias a los fariseos contenidas en las obras de Josefo. Incluso puede decirse que resultan contradictorias entre si en algunos aspectos. Así, la descripción de las Antigüedades (escritas c. 94 d. de C.) contiene un matiz político y apologético que no aparece en la de la Guerra (c. 75 d. de C.). Ya hemos indicado que tal variación es lógica porque por esa fecha los fariseos eran la única fuerza religiosa de envergadura en Israel. De hecho, Josefo en Ant 18, 1, 2-3, los presenta como todopoderosos (algo muy tentador, seguramente, para el invasor romano que deseaba encontrar colaboradores para asentar la paz y el orden) aunque es más que dudoso que su popularidad entre la población – una población a la que despreciaban - fuera tan grande.
El mismo relato de la influencia de los fariseos sobre la reina Alejandra (Ant, 13, 5, 5) o cerca del rey Herodes (Ant 17, 2, 4) parece estar concebido para mostrar lo beneficioso que podía resultar para un gobernante que deseara controlar Judea el tener a los fariseos como aliados políticos. En esta misma obra, Josefo retrotrae la influencia de los fariseos al reinado de Juan Hircano (134-104 a. de C.).
La autobiografía de Josefo, titulada Vida, escrita en torno al 100 d. de C., vuelve a abundar en esta presentación de los fariseos. Uno de sus miembros, un tal Simeón, aparece como persona versada en la Ley y dotada de una moderación política y una capacidad persuasiva encomiables (Vida 38 y 39).
Aunque es innegable el tono laudatorio con que Josefo contempla a los fariseos, exagerando seguramente su popularidad y su influencia, lo cierto es que, pese a todo, nos proporciona algunas referencias sustanciales acerca de ellos mismos. Las mismas pueden quedar resumidas así:
1. Creían en la libertad humana. Ciertamente el Destino influía en los hombres, pero éstos no eran juguetes en sus manos. Ellos podían decidir lo que hacer con su vida.
2. Creían en la inmortalidad del alma. No todo acababa con la muerte sino que las almas seguían viviendo.
3. Creían en un castigo y una recompensa eternos. Las almas de los malos eran confinadas en el infierno para recibir un castigo eterno, mientras que las de los buenos eran premiadas.
4. Creían en la resurrección. Las almas de los buenos recibían un nuevo cuerpo como premio. No se trataba de una serie de cuerpos humanos mortales – como sucede en las diversas visiones de la reencarnación - sino de un cuerpo para toda la eternidad.
5. Creían en la obligación de obedecer su tradición interpretativa y ésta iba referida a obligaciones religiosas como las oraciones, los ritos de adoración, etc.
6. Estaban dispuestos (seguramente, no sólo eso) a obtener influencia política en la vida de Israel. Quizá contaron ya con cierto peso antes de Herodes, pero después de su reinado perdieron influencia. En opinión de Josefo, resultaría recomendable que la recuperaran.
Naturalmente, a estas notas distintivas habría que añadir la común creencia en el Dios único y en su Torah; la aceptación del sistema de sacrificios sagrados del Templo (que, no obstante, no era común a todas las sectas) y la creencia en la venida del Mesías (que tampoco era sustentada por todos).
El Nuevo Testamento ofrece un retrato de los fariseos
que, a diferencia del presentado por Josefo, no arranca de un deseo de propaganda favorable. El Evangelio de Mateo, en especial, muestra una notable animadversión hacia los mismos. Si efectivamente su autor fue el antiguo publicano llamado Leví o Mateo, podría explicarse tal oposición en el recuerdo del desprecio con que fue contemplado durante años por aquellos “que se consideraban a si mismos justos”.
Jesús parece haber reconocido (Mateo 23, 2-3) que enseñaban la Ley de Moisés y que mucho de lo que decían era adecuado. A la vez, sin embargo, parece haber repudiado profundamente mucho de su halajah o interpretación específica de la Ley de Moisés. Jesús se manifestó opuesto a las interpretaciones farisaicas en cuestiones como el cumplimiento del sábado (Mateo 12, 2; Marcos 2, 27), los lavatorios de manos antes de las comidas (Lucas 11, 37 ss), sus normas alimenticias (Marcos 7, 1 ss) y, en general, todas aquellas tradiciones interpretativas que tendían a centrarse en el ritual desviando con ello la atención de lo que él consideraba lo esencial de la ley divina (Mateo 23, 23-4). Por resumirlo, podría afirmarse que para Jesús, resultaba intolerable que hubieran “sustituido los mandamientos de Dios por enseñanzas de hombres” (Mateo 15, 9; Marcos 7, 7).
Por paradójico que pudiera resultar (y, sin lugar a ninguna duda, debió de ser muy ofensivo para los fariseos), Jesús contemplaba la especial religiosidad farisaica no como una ayuda para llegar a Dios sino como una barrera para conocerlo. La parábola del publicano y del fariseo pronunciada por Jesús recoge de manera extraordinariamente luminosa este punto de vista:
“A unos que confiaban en si mismos como justos, y menospreciaban a los otros, les dijo asimismo esta parábola: Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: `Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano’. Mas el publicano, estando apartado, no quería ni siquiera alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, mientras decía: `Dios, ten misericordia de mi, pecador.’ Os digo que éste descendió a su casa justificado, pero el otro no, porque el que se ensalza, será humillado; y el que se humilla será á ensalzado.”
(Lucas 18, 9-14)
Sin duda, el personaje del fariseo señalado en el relato obedecía a un prototipo muy extendido en la época de Jesús. No sólo su vida era moral en términos generales, sino que además iba mucho más allá de lo establecido como corriente en lo que al cumplimiento de obligaciones religiosas se refería. La afirmación de que no era igual que otros hombres no era ninguna mentira. Con todo, la enseñanza de Jesús era que las personas que se acercaban así a Dios no podían ser aceptadas por El, ya que este sólo busca los corazones humildes y rechaza los de aquellos convencidos de que son justos gracias a su esfuerzo personal. Los que eran religiosos al estilo de los fariseos - no digamos si además caían en la hipocresía - sólo podían esperar “una condenación más severa” (Marcos 12, 40).
Con todo, no debemos sacar de esto una visión meramente negativa. Para empezar, el retrato que los Evangelios ofrecen de los fariseos, se ve corroborado por testimonios de las fuentes rabínicas en buen número de casos y es coincidente en aspectos doctrinales con el que vemos en Josefo. Los datos, aunque emitidos desde perspectivas muy diversas, coinciden, pero es que además, probablemente fuera con los fariseos con quien más similitudes presentaban Jesús y sus discípulos. Al igual que ellos creían en la inmortalidad del alma (Mateo 10, 28; Lucas 16, 21b-24; en el castigo de los malos en un infierno (Mateo 18, 8; 25, 30; Marcos 9, 47-8; Lucas 16, 21b-24, etc) y en la resurrección (Lucas 20, 27-40).
Las tradiciones rabínicas acerca de los fariseos revisten una especial importancia por cuanto éstos fueron los predecesores de los rabinos. Se hallan recogidas en la Mishnah (concluida hacia el 200 d. de C. aunque sus materiales son muy anteriores), la Tosefta (escrita hacia el 250 d. de C.), y los dos Talmudim, el palestino (escrito sobre el 400©450 d. de C.) y el babilonio (escrito hacia el 500©600 d. de C.). Dada la distancia considerable de tiempo entre estos materiales y el periodo de tiempo abordado, los mismos han de ser examinados crá¡áticamente. J. Neusner [1] ha señalado la existencia de 371 tradiciones distintas, contenidas en 655 pasajes, relacionadas con los fariseos anteriores al año 70 d. de C. De las 371, unas 280 están relacionadas con un fariseo llamado Hillel. El mismo fue un rabino del s. I a. de C. que vino desde Babilonia hasta Judea y fundó una escuela de interpretación concreta. Opuesta a la escuela del rabino Shammai, se convertiría en la corriente dominante del fariseismo (y, con ello, del judaísmo) a finales del s. I d. de C.
Los datos que nos ofrecen las fuentes rabínicas en relación con los aspectos específicos de los fariseos coinciden sustancialmente con los contenidos en el Nuevo Testamento y en Josefo: tradiciones interpretativas propias, creencia en la inmortalidad del alma, el infierno y la resurrección, etc. No obstante, nos proporcionan más datos en cuanto a los personajes claves del movimiento.
La literatura rabínica incluso nos ha transmitido críticas dirigidas a los fariseos que resultan similares a las pronunciadas por Jesús. El Talmud (Sota 22b; TJ Berajot 14 b) habla, por ejemplo, de siete clases de fariseos de las cuales sólo dos eran buenas, mientras que las otras cinco estaban constituidas por hipócritas. Entre éstos, estaban los fariseos que “se ponen los mandamientos a las espaldas” (TJ Berajot 14 b), algo que recuerda la acusación de Jesús de que echaban cargas en las espaldas de la gente sin moverlas ellos con un dedo (Mateo 23, 4).
De la misma forma, los escritos de los sectarios de Qumran manifiestan una clara animosidad contra los fariseos. Los califican de “falsos maestros”, “que se encaminan ciegamente a la ruina” y “cuyas obras no son más que engaño” (Libro de los Himnos 4, 6-8), algo que recuerda mucho la acusación de Jesús de ser “ciegos y guías de ciegos” (Mateo 23, 24). En cuanto a la invectiva de Jesús acusándolos de no entrar ni dejar entrar en el conocimiento de Dios (Lucas 11, 52) son menos duras que el Pesher de Nahum 2, 7-10, donde se dice de ellos que “cierran la fuente del verdadero conocimiento a los que tienen sed y les dan vinagre para apagar su sed”.
De los 655 pasajes o perícopas estudiados por Neusner, la mayor parte están relacionados con diezmos, ofrendas y cuestiones parecidas y, después, con normas de pureza ritual. Los fariseos habían llegado a la conclusión de que la mesa donde se comía era un altar y que las normas de pureza sacerdotal que sólo eran obligatorias para los sacerdotes debían extenderse a toda la población. Para ellos, tal medida era una manera de extender la espiritualidad más refinada a toda la población de Israel, haciéndola vivir en santidad ante Dios; para Jesús, era colocar el acento en lo externo olvidando lo más importante: la humildad, el reconocimiento de los pecados y de la incapacidad propia para salvarse, el arrepentimiento, la aceptación de él como camino de salvación y la adopción de una forma de vida conforme a sus propias enseñanzas.
Cuando uno contempla lo dispar de ambas posturas - aunque existieran coincidencias en aspectos importantes - no puede sorprenderse de que la oposición entre las mismas sólo pudiera radicalizarse con el paso del tiempo. Tampoco extraña la visión que de Jesús y sus seguidores tuvo un joven fariseo llamado Pablo.
¿Cómo se sentía Pablo formando parte de la denominada “secta más estricta” del judaísmo, la de los fariseos? Sin duda alguna, al orgullo legítimo de formar parte del pueblo de Israel – el que Dios había escogido siglos atrás – se sumaba el de pertenecer al grupo que, teóricamente, no sólo se apegaba más a la Torah recibida por Moisés en el Sinaí, sino que además ofrecía su interpretación al resto del pueblo. Como en el caso de otros movimientos similares a lo largo de la Historia, los fariseos presentaban características ambivalentes. Por un lado, sin duda, su celo por la Torah, su deseo de guardarla y el anhelo de obedecer a Dios eran rasgos positivos. Por otro, la separación del resto de Israel y el sentimiento de superioridad en la interpretación de la Torah implicaban riesgos notables como podía ser el orgullo espiritual, el desprecio hacia los demás y la convicción de que el cumplimiento del ritual equivalía a la obediencia de la Torah. En un caldo de cultivo semejante, no resultaba fácil escapar del riesgo de caer en una soberbia ritualista – semejante a la relatada por Jesús en la parábola del fariseo y del publicano – o de sumergirse en un sentimiento interno de culpa fruto del descubrimiento de la propia incapacidad para cumplir escrupulosamente con todos los mandamientos. Acabar cayendo en una hipocresía que primara las apariencias sobre la profundidad espiritual o que fingiera hacia fuera – y hacia el interior del grupo – una santidad que no se correspondía del todo con la realidad no debió resultar excepcional tal y como señala el propio Talmud. Tampoco puede descartarse esa soberbia que cree que la propia conducta coloca a la persona en una situación de privilegio – sobre todo si se comparaba con los impíos - que debe ser reconocido por Dios. Los ejemplos de comportamientos semejantes abundan en los sistemas religiosos en los que se ha enfatizado el papel de los méritos propios más allá que el de la acción misericordiosa de la Divinidad.
Fuera cual fuera la situación que Pablo pudiera ocupar en medio de esas posibilidades resultaba difícil que pudiera sentirse cómodo con un grupo que afirmaba que determinadas interpretaciones de la Torah proporcionadas por los fariseos no sólo eran erróneas sino además perversas; que enfatizaba un relativismo peligroso de preceptos considerados importantes y que además pretendía legitimar semejante visión con la referencia a un blasfemo y transgresor de la Torah, condenado por el Sanedrín judío y ejecutado por el gobernador romano, del que afirmaban descaradamente que se había levantado de entre los muertos.
CONTINUARÁ
November 18, 2016
Turn your eyes upon Jesus
En esos momentos, es cuando más debemos dirigir nuestra mirada hacia Jesús. A decir verdad, no se puede mirar a sitio mejor. El que en medio de la tribulación contemple a Jesús de repente experimentará una visión totalmente distinta. Lo que parecía importante, de repente, surgirá ante nuestra mirada como innecesario, pasajero o desprovisto de importancia y aquello en lo que quizá no habíamos reparado absorberá nuestra atención. Para aquel que mantiene una relación real con Jesús – que es algo muy distinto de pertenecer a una confesión religiosa o practicar una religión – lo que digo le sonará familiar. Como brújula, Jesús no tiene parangón.
Eso es precisamente lo que cuenta este himno góspel clásico de una manera especialmente sencilla y conmovedora. Cuando se atraviesa por situaciones como las señaladas lo mejor que se puede hacer es dirigir la mirada hacia Jesús el mesías-siervo. Entonces la oscuridad se disipará gracias a su luz y se verá todo en su auténtica dimensión, el paso previo, ciertamente, para solucionar cualquier situación.
Les dejo con dos versiones del citado himno. Una es en inglés y la canta en su incomparable estilo Alan Jackson. La otra, en español, es de Hillsong United. Espero que las disfruten este día de sábado. God bless ya!!! ¡¡¡Dios los bendiga!!!
Ahí va Alan Jackson
www.youtube.com/watch?v=nO4uIyz_d90
Y aquí tienen el himno en una versión hispana
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