César Vidal's Blog, page 38
July 15, 2017
Pablo, el judio de Tarso (XXXI):El segundo viaje misionero (VII): Corinto (I): Pablo llega a Corinto
Estaba convencido de que Dios le había impulsado a proclamar el Evangelio en Macedonia, pero, por el momento, los resultados habían sido escasos. Ciertamente, habían quedado establecidos pequeñas comunidades en Filipos, Tesalónica y Berea, pero no era menos real que sobre ellas pesaban amenazas considerables y que él mismo había tenido que huir de una ciudad a otra para salvar la vida. Por si fuera poco, su entrada en Acaya no se podía decir que se hubiera traducido en una mejora. Los atenienses habían sido correctos más allá de algunas burlas prepotentes, pero el fruto una vez más había resultado muy magro. No sorprende, en absoluto, que, años después, Pablo afirmara que había llegado a Corinto “con debilidad y mucho temor y temblor” (I Corintios 2, 3).
Desde luego, no era para menos si se tiene en cuenta la reputación de la ciudad. Corinto era conocida muy específicamente por su inmoralidad sexual. Al respecto, los refranes griegos que se referían a ella no son escasos. El proverbio “no está al alcance de cualquiera la navegación a Corinto” constituía una referencia a lo caras que eran las numerosas prostitutas de la ciudad; el dicho “vas a ganarte el sueldo a Corinto” era sinónimo de prostituirse y la expresión “corintia, vas a vender cerdos” servía para señalar a una mujer que ejercía de ramera. Es muy posible que el hecho de que la ciudad dispensara culto a Afrodita, la diosa helénica del amor, contribuyera a esos comportamientos. No en vano en el templo de la diosa se prostituían un millar de esclavas que atraía un floreciente turismo sexual . Como tendremos ocasión de ver, Pablo comprobaría en su actividad misionera lo fundado de estas expresiones populares.
Resultaría, sin embargo, injusto el pretender asociar a la ciudad de Corinto única y exclusivamente con la inmoralidad sexual. De hecho, ya existía antes de la llegada de los dorios a Grecia en el primer milenio antes de Cristo y aparece mencionada por Homero en la Ilíada (II, 70 y XIII, 664) . Situada en el istmo de Corinto controlaba las rutas terrestres que unían la Grecia central con el Peloponeso, pero gracias a sus puertos de Leceo en el lado occidental del istmo y de Cencreas en el oriental, se convirtió en un verdadero emporio marítimo. Se hallaba situada en el lado norte del Acrocorinto, una elevación situada a una altura de casi seiscientos metros que dominaba la llanura y que también servía de ciudadela para eventualidades militares. La mencionada ciudadela contaba con un suministro continuo de agua procedente de la fuente superior de Peirene, mientras que la fuente inferior del mismo nombre suministraba a la ciudad.
A lo largo de su dilatada historia, Corinto logró salir airosa de las crisis más difíciles. Sin embargo, en el año 146 a. de C., asumió el mando de la liga acaya que se enfrentaba con Roma. La respuesta de los romanos no se hizo esperar y cuando Lucio Mummio tomó la ciudad, la arrasó, vendió a sus habitantes como esclavos y se apropió del territorio en nombre de Roma. Durante un siglo, pudo pensarse que Corinto nunca sería reconstruida. Fue precisamente Julio César el que la sacó de esa situación convirtiéndola en el año 44 a. de C. – el mismo de su asesinato – en una colonia romana que recibió el nombre de Laus Iulia Corinthiensis. Esta circunstancia explica que buen número de los habitantes de Corinto fueron romanos – en no escasa proporción libertos procedentes de Italia – aunque también había muchos griegos y gente procedente del Mediterráneo, incluida una colonia judía. A partir del año 27 a. de C., Corinto pasó además a convertirse en la sede del gobierno de la provincia romana de Acaya.
Años después Pablo mencionaría que existe gente que tiene muchos dioses y muchos señores a diferencia del monoteísmo cristiano (I Corintios 8, 5). La afirmación resultaba especialmente apropiada en Corinto donde además del culto a Afrodita que ya hemos mencionado se rendía especialmente culto a Melicertes, una divinidad tiria que protegía a los navegantes; y a Poseidón, el dios del mar, en cuyo honor se celebraban cada dos años los juegos ítsmicos, presididos por Corinto, pero con la participación de todas las ciudades griegas.
La mezcla del culto – o la obsesión – al sexo, del paganismo y de la codicia impregnaban de manera muy especial a la ciudad de Corinto y Pablo tendría que enfrentarse durante los años siguientes con esas realidades tan distantes del mensaje que predicaba.
CONTINUARÁ
July 14, 2017
El pequeño tamborilero
El resultado era excepcional y muy variado, tan variado, a decir verdad, que rara vez repetí canciones en los distintos programas. Sólo me permitía dos o tres excepciones. La primera era Navidades blancas y la segunda, otro tema conocido inicialmente como la Canción del tambor y luego como El pequeño tamborilero. Su autora, Katherine Kennicott Davis, era una piadosa evangélica sureña que confesaba que la inspiración para el tema le había venido en el curso de una siesta. Se había echado un rato a descansar cuando la melodía le surgió en la cabeza y, al parecer, cuando se levantó apenas tuvo que dedicar unos minutos a terminar de escribirla. Doy la historia por cierta no sólo porque me fío del testimonio de su protagonista sino también porque, en ocasiones, he experimentado fenómenos semejantes.
La canción no está relacionada con ningún pasaje bíblico – lejanamente con la adoración de los pastores – pero sí presenta, bajo su historia, una enseñanza netamente cristiana, aquella que afirma que Dios se complace al ver que lo adoramos y que no tiene en cuenta la modestia de aquello que podamos ofrecerle. Para los que se han pasado siglos levantando templos escandalosos semejante afirmación puede resultar hasta ridícula, pero es una gran realidad. No estamos en tiempos de Navidad, pero sí cerca del período vacacional que, seguramente, algunos ya habrán iniciado. No pensemos en lo que podemos gastar, ostentar o mostrar. Más bien compartamos y demos humildemente lo que tengamos, sea poco o mucho, en la seguridad de que el Dios que sólo busca un corazón contrito y humilde no lo rechazará (Salmo 51: 17). No es otra la lección de esta hermosa tonada.
Les incluyo tres versiones de esta canción extraordinaria. La primera – una de mis preferidas – es la entonada por John Denver, la malograda figura de la música country; la segunda es – sorpréndase ustedes – la cantada por Frank Sinatra y la tercera – que no podía faltar – es la archipopular del español Raphael. Apartados como estábamos de la música espiritual de otros lugares, millones de españoles creyeron hace ya medio siglo que la canción era tan de Raphael como Yo soy aquel o Digan lo que digan. Se equivocaban de medio a medio, pero aún así esa versión estará para siempre en nuestros corazones. Disfrútenlas. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
Aquí esta John Denver
www.youtube.com/watch?v=pzEbY2IJSHE
Nada menos que Frank Sinatra cuyo centenario ha sido esta semana
www.youtube.com/watch?v=o-QtjaHeyrM
Y - ¿cómo no? – la versión de Raphael
July 13, 2017
Mateo, el evangelio judío (VIII)
Aunque iremos viendo en las próximas semanas la enseñanza contenida en el Sermón del monte, voy a dedicar esta entrega y la siguiente a indicar algunas de las características de la enseñanza de discipulado que prodigaba Jesús.
1. El Sermón del monte es una enseñanza para discípulos.
En contra de aquellos que han insistido a lo largo de los siglos en que las enseñanzas del Sermón del monte están limitadas a unos pocos decididos a caminar por el sendero de la perfección, lo cierto es que sus enseñanzas son para todos los discípulos sin excepción alguna. Basta leer el primer versículo del capítulo 5 de Mateo para percatarse de que fue dirigido a los discípulos y no a una pequeña élite. Lo que Jesús espera que sea una realidad en nuestra vida está contenido en el Sermón del monte y aquellos que desean seguirlo y que pretenden tenerlo como salvador y maestro deberían escuchar con atención.
2. El Sermón del monte es una enseñanza para convertidos.
Durante la Edad Media, se hizo común denominar conversión a la entrada en un monasterio. Se trataba de un disparate teológico, pero encerraba un poso de verdad. En toda vida hay que establecer un antes y un después marcado por el hecho de haber experimentado una conversión. Tras caminar, consciente o inconscientemente, de espaldas a Dios, en un momento determinado decidimos volvernos hacia El. El mismo mensaje de Jesús consistía esencialmente en un llamamiento a la conversión (Marcos 1: 15). Lo que venía después de ella no era la entrada en un convento – algo totalmente ajeno al mensaje de la Biblia – sino una nueva vida expresada en las enseñanzas del Sermón del monte.
3. El Sermón del monte es una enseñanza para un grupo de creyentes.
Aunque no cabe la menor duda de que la decisión de la conversión es personal, no es menos cierto que Jesús espera que nuestra vida espiritual esté vinculada a un grupo de creyentes. Esa circunstancia explica, por ejemplo, que oremos “Padre nuestro” y no “Padre mío” (Mateo 6: 9 ss) o que la oración tenga una dimensión comunitaria (Mateo 7: 7 ss) o que la gran misión de ser sal y luz esté formulada en un sentido plural (Mateo 5: 13-16). Todos y cada uno de nosotros debemos ser sal y luz, pero lo que Jesús espera de nosotros es que lo seamos de manera colectiva.
4. El Sermón del monte es una enseñanza unida al testimonio.
Los factores anteriores dejan de manifiesto que la enseñanza de Jesús va encaminada hacia el testimonio. La nueva vida permite mostrar al mundo cómo es el Padre celestial. Es siendo, por ejemplo, pacificadores (Mateo 5: 9) cómo puede quedar de manifiesto que somos hijos de Dios o es mediante nuestras acciones cómo muchos pueden saber quién es Dios y responder ante El (Mateo 5: 16). Finalmente, en la vida de los discípulos de Jesús lo más importante no es la eficacia, el éxito o los resultados sino dejar de manifiesto que se intenta reflejar el carácter de Dios.
CONTINUARÁ
July 12, 2017
De nuevo Venezuela
Espero que lo disfrute. Gob bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
Aquí está el video.
http://www.americateve.com/programas/el-espejo-94/emision/el-espejo-070517-218042
July 11, 2017
Farenheit 451
A pesar de todo, continuó salvando la serie de Antoine Doinel de la que hablé hace unos meses y Farenheit 451 siquiera porque Oskar Werner, como siempre, estaba genial y Julie Christie, también como siempre, aparecía bellísima y estuve fugazmente enamorado de ella tras ver Doctor Zhivago. Fuera como fuese, la película me llevó a la novela. Nunca he sido muy aficionado a la ciencia-ficción quizá porque la lectura de Julio Verne me había demostrado que los aciertos de aquellas novelas se producían como mucho a bulto, pero, por el contrario, siempre me han entusiasmado las anti-utopías. En buena medida, Farenheit 451 pertenece más a ese género en clara cercanía con Zamiatin, Orwell o Huxley que a los devaneos de Asimov o Arthur C. Clark. En un mundo futuro y feliz, los bomberos se ocupan no tanto de extinguir incendios como de quemar libros – que arden a la temperatura de 451 grados Farenheit – por el bien de la sociedad. Como muy bien señala el jefe de Montag, el protagonista, la Historia sólo cuenta cosas pasadas y la novela, otras que no han tenido lugar por lo que ambas son prescindibles. Sin embargo, Montag comenzará, poco a poco, a sentirse seducido por aquellos volúmenes que acaban en las llamas y a descubrir que, por mucho que lo desee el totalitarismo, no puede someterse a aquella catástrofe más que cultural humana. No voy a revelar el final de Farenheit 451siquiera porque muchos pueden aún descubrirlo acudiendo a sus páginas. Sin embargo, sí debo decir que se trata de un relato especialmente hermoso en el que se dan cita algunos de los aspectos que me son más queridos como el amor entre un hombre y una mujer, el amor a los libros o el amor a la libertad en el orden en que buenamente ustedes decidan ordenarlos. No son los únicos amores y seguramente falta el más importante, pero, en cualquiera de los casos, se bastan para conferir una especial nobleza – una nobleza que nunca llegaría a superar el autor - a la novela de Bradbury.
Glazunov
En poco, la televisión rusa lanzó una información tras otra de la muerte y, sobre todo, la vida de Ilya Glazunov. Cuál no sería mi sorpresa al comprobar que uno de los excelentes documentales comenzaba con mi voz presentando a Glazunov. La entrevista se realizó en ruso, pero la presentación la pronuncié en español porque era para una cadena de nuestro país. Comenzaba yo diciendo que muertos los grandes de la pintura del siglo XX, quedaba Glazunov. No exageraba. Glazunov era el último gran pintor vivo. Y generoso. Comentó cómo le gustaba ver mis obras en las librerías y que, leyéndolas, las encontraba muy interesantes. Sus retratos – uno de ellos del rey Juan Carlos – constituyen cimas señeras del lienzo. Al plasmar pictóricamente a la Rusia eterna fue donde descolló como nadie desde Repin. Extraordinariamente crítico con el “realismo socialista”, Glazunov aspiró a pintar el alma de Rusia y lo consiguió cabalmente. Cualquiera que vea su Gran experimento sobre la Historia rusa o sus ilustraciones para Los hermanos Karamazovy de Dostoyevsky se percata de que los pinceles de Glazunov habían plasmado realidades metafísicas, esas realidades innegables que tantos que hablan sobre Rusia ignoran totalmente. Glazunov amaba a España y su cultura. Era un devoto de Velázquez y de Zurbarán – aunque no le gustaban ni Picasso ni Miró – y se confesaba enamorado de Cervantes y Calderón aunque desdeñaba a Lorca. Seguramente, su vivencia de la URSS lo convertía en un fino discriminador de lo verdadero y lo propagandístico. Sobrecoge ver el más que justificado reconocimiento de los rusos hacia el maestro. En los reportajes se advierte cómo la gente a la que se paraba por la calle en Rusia hablaba de Glazunov como alguien conocido y admirado, respetado y querido. De manera semejante, mi entrevista – que la cadena de televisión perdió deplorablemente - fue editada en Rusia y difundida masivamente por internet. A lo largo de mi vida profesional he realizado centenares de entrevistas. Siempre he procurado que fueran de interés, pero, lógicamente, en unas ocasiones, el invitado ha sido de más relevancia que en otras. Fue el caso de esta entrevista. Para los rusos, Glazunov era su pintor, su artista, su genio y eso merecía más que sobradamente difundirla. Seamos sinceros y reconozcamos que no sucedería lo mismo en España. Hace tiempo que dejamos de contar con talentos semejantes al de Glazunov o porque fallecieron o porque abandonaron su tierra natal en busca de suelos más amables. Ilya Sergueyevich, sea la tierra leve sobre tu sepultura. Descansa en paz.
Y aquí está la entrevista
July 9, 2017
Querida Patricia Conde:
La práctica en cuestión es una coz contra la ley de protección de datos aunque ya imaginará usted que bastante le importa a Montoro que se ha ciscado en la constitución con su amnistía fiscal. Ese listado infama a gente, como usted, que ha pagado – hemos pagado – hasta el último céntimo de impuestos durante toda la vida. Al contar usted la verdad sin demagogia, estimada Patricia, ha puesto el dedo en la llaga. Aparte de aquellos quebrados que nunca podrán pagar lo que les exige Hacienda; aparte de aquellos cuya deuda ha prescrito, se encuentran los que, como usted, pagaron y son víctimas de un atropello que, hasta donde yo sé, sólo acontece en España. Después de verse desangrados año tras año por el asfixiante sistema impositivo vigente, un día aparece el funcionario de turno e inicia una inspección en la que interpreta la ley como le sale de la punta del cargo. En cualquier nación civilizada – en términos fiscales, España dejó de serlo hace mucho – esa discrepancia da inicio a una serie de procedimientos legales que, una vez concluidos, permiten ver quién tiene razón y quién no. Usted sabe que en España, la Agencia tributaria levanta acta, exige el pago sin que el procedimiento judicial haya concluido y, acto seguido, embarga todo lo embargable aunque carezca de la menor razón. La víctima no podrá cobrar salario, honorarios, nada, mientras que, si pasa de cierta cantidad, además su nombre aparecerá en un listado para público escarnio de los que no saben o no quieren distinguir a un defraudador de uno que se defiende del abuso de Hacienda. Es muy posible que gane – la Agencia tributaria pierde más del 51 por ciento de las causas en los tribunales – pero, al fin y a la postre, han arruinado su patrimonio, su libertad y su buena fama. Montoro no publicará la lista de treinta mil presuntos defraudadores a los que benefició con su amnistía fiscal o la de los que, a la vez, eran clientes de su despacho. Por eso, ha realizado usted un servicio social al contar su caso que es el de millares de víctimas. Gracias por su testimonio valiente. Quedo a sus pies.
July 8, 2017
Pablo, el judio de Tarso (XXX): El segundo viaje misionero (VI): Pablo en Atenas
Durante el medio siglo siguiente, se convirtió en la primera potencia política, económica y cultural de la época. Bajo un sistema democrático – que aparecía por primera vez en la Historia y que no se hallaba exento de características imperialistas - Atenas acabó viéndose enfrentada a Esparta, una ciudad regida por un sistema totalitario. En el curso de las guerras del Peloponeso (421-404 a. de C.), Esparta acabó imponiéndose a Atenas. Sin embargo, la cuna de la democracia volvió a recuperar su papel preponderante durante el siglo siguiente e incluso se convirtió en la cabeza de la resistencia contra el expansionismo macedonio de Filipo II, el padre de Alejandro Magno. Atenas fue derrotada en el año 338 a. de C. en el curso de la batalla de Queronea, pero Filipo decidió tratarla con generosidad y consentir que conservara buena parte de su antigua libertad. Por lo que se refiere a su influencia cultura continuó siendo sobresaliente. De hecho, la base de la koiné, el griego que se hablaba en el Mediterráneo y en el que se escribiría el Nuevo Testamento, fue el dialecto ático, es decir, el griego específico de Atenas.
En esa situación se hallaba Atenas cuando en el 146 a. de C., los romanos conquistaron Grecia. El conquistador deseaba incorporar Atenas a sus territorios, pero, a la vez, profesaba una rendida admiración por su legado cultural, un legado en el que se podía mencionar haber sido la ciudad natal de Sócrates y Platón, la adoptiva de Aristóteles, Epicuro y Zenón, y el escenario de las obras de Sófocles, Solón, Eurípides o Aristófanes entre otros. Sin embargo, a pesar de lo extraordinario de su legado, no todo era positivo en Atenas. Su democracia había estado limitada a unos pocos y había terminado degenerando en una demagogia que la acabó destruyendo; sus filósofos acabaron derivando en no pocas ocasiones hacia doctrinas políticas de carácter totalitario y tampoco estaban ausente otras carencias morales propias del mundo clásico. De hecho, ése fue un aspecto que llamó enormemente la atención de Pablo.
Cuando los acompañantes de Pablo lo dejaron en la ciudad, el apóstol insistió en que se reunieran con él Timoteo y Silas (Hechos 17, 14-15). Posiblemente, lo impulsaba a esa insistencia la preocupación sobre su futuro en un medio que podía manifestarse muy hostil. De momento, lo único que le quedaba era esperarlos en Atenas y mientras lo hacía no pudo dejar de sentirse irritado por el paganismo que impregnaba la ciudad. Pablo era – y nunca quiso renunciar a serlo – un judío convencido. Precisamente por ello, profesaba un estricto monoteísmo y aborrecía la idea de que la divinidad pudiera ser representada a través de imágenes y que éstas pudieran ser objeto de culto. A decir verdad, ésa era la misma esencia de la Torah entregada por Dios a Moisés y cuyos primeros mandamientos afirmaban;
Yo soy YHVH tu Dios que te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de servidumbre. No tendrás otros dioses aparte de mi. No te harás imagen ni semejanza de nada de lo que hay arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas de debajo de la tierra. No te inclinarás ante ellas ni les rendirás culto, porque yo soy YHVH tu Dios… (Éxodo 20, 2-5).
Con seguridad Pablo asistió en Atenas a la violación más escandalosa de aquellos dos mandamientos de la ley de Dios que hubiera podido contemplar hasta la fecha. Los atenienses eran paganos como otros gentiles, sin duda, pero de una manera mucho más profusa. Sus templos, sus festivales, sus ritos, sus actividades más intrascendentes se hallaban impregnados de aquel paganismo omnipresente. Desde una perspectiva relativista como la que caracteriza a buena parte del Occidente actual aquellos hechos quizá no revestirían mayor importancia. A lo sumo, se podría pensar que eran reflejo de una cosmovisión errónea. Sin embargo, para Pablo – y para el cristianismo anterior y posterior a él – en aquellas manifestaciones había ocultas realidades espirituales de enorme gravedad. Una era que los hombres se habían entregado a adorar a las criaturas en lugar de al Creador cambiando la Verdad por una sarta de mentiras (Romanos 1, 23 ss) y la otra era que detrás de aquellas ceremonias y ritos se agazapaban seres demoníacos (I Corintios 10, 20) que ejercían su nefasta influencia sobre sus adoradores.
A pesar de todo, Pablo no cayó en el desánimo. Por el contrario, visitó – como era su costumbre – la sinagoga para predicar a judíos y temerosos de Dios, y comenzó a acudir al ágora ateniense para dirigirse a los paganos (Hechos 17, 16-7). Fue precisamente esta última actividad la que llamó la atención de algunos seguidores de las escuelas filosóficas epicúrea y estoica. Que no le entendían bien parece desprenderse del hecho de que algunos pensaban que predicaba a dioses nuevos de los que uno se llamaba Jesús y otro Anástasis, es decir, resurrección. No sería la última vez que los paganos entendían de manera errónea a un misionero cristiano, pero hay que decir en crédito de los atenienses que en esta ocasión decidieron conducirlo al Areópago para darle oportunidad de exponer su mensaje. La fuente lucana ha dejado un relato de enorme interés sobre este episodio:
18 Y algunos filósofos de los epicúreos y de los estoicos, disputaban con él; y unos decían: ¿Qué pretende este charlatán? Y otros: Parece que es un predicador de nuevos dioses: porque les predicaba a Jesús y la resurrección. 19 Y agarrándole, le trajeron al Areópago, diciendo: ¿Sería posible que supiéramos en que consiste esta nueva doctrina de la que hablas? 20 Ya que nos cuentas cosas nuevas, queremos saber su significado. 21 (Entonces todos los atenienses y los residentes extranjeros no se ocupaban de otra cosa más que de decir o escuchar la última novedad.) 22 Pablo, de pie en medio del Areópago, dijo: varones atenienses, en todo os veo muy religiosos; 23 porque mientras paseaba y miraba vuestros santuarios, he dado también con un altar en el que aparecía la inscripción: AL DIOS DESCONOCIDO. A aquél pues, que vosotros honráis sin conocerle, es al que yo os anuncio yo. 24 El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, éste, al ser Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos de hombres, 25 ni recibe culto de manos de hombres, como si necesitara algo; ya él es quien otorga a todos vida, y respiración, y todas las cosas; 26 Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habitase sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su morada; 27 para que buscasen a Dios, a ver si de alguna manera, a tientas, lo encontraban; y eso que es verdad que no se encuentra lejos de cada uno de nosotros 28 porque en él vivimos, y nos movemos, y existimos; como también han dicho algunos de vuestros poetas: Porque somos también linaje suyo. 29 Siendo, pues, linaje de Dios, no hemos de considerar que la Divinidad sea algo semejante al oro, o a la plata, o a la piedra, a una imagen fruto del arte o de la imaginación de los hombres. 30 Sin embargo, Dios, tras haber pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora ordena a todos los hombres en todos los lugares que se arrepientan: 31 Ya que ha establecido un día, en el que ha de juzgar al mundo con justicia, por medio de aquel varón al que escogió; ofreciendo a todos una prueba fidedigna de ello al levantarlo de entre los muertos.
(Hechos 17, 18-31)
Ocasionalmente, se ha señalado que el relato de Lucas es ficticio. Sin embargo, todo indica su autenticidad ya que, como en su día señaló H. J. Cadbury, “los especialistas en el mundo clásico se encuentran entre los más inclinados a defender la historicidad de la escena de Pablo en Atenas” . De hecho, Eduard Meyer llegó a afirmar que no lograba entender “cómo alguien había considerado posible explicar esta escena como una invención” . De manera peculiar y significativa ha sido el prejuicio teológico el que ha negado el paulinismo del texto, algo que, como veremos, resulta insostenible. De entrada, el discurso de Pablo en el Areópago guarda una notable similitud con lo que ya conocemos de su predicación ante un auditorio fundamentalmente pagano. En buena medida, constituye un desarrollo más elaborado de su predicación en Listra (Hechos 13, 14 ss) con referencias además específicas a la situación concreta de Atenas. El apóstol era consciente de que no tenía ningún sentido apelar a las Escrituras en medio de un ambiente que no las conocía y que incluso las desdeñaba como correspondientes a una religión extraña. Por el contrario, apuntaba a algunos aspectos esenciales a partir de los cuales pudiera apuntar hacia Jesús. Pablo no negaba – y la manera en que lo exponía podía servir para allanar el camino hacia el corazón de sus oyentes – que los atenienses eran muy religiosos (Hechos 17, 22). Lo eran tanto que incluso se habían permitido levantar un altar al dios desconocido por temor a que si dejaban de rendir culto a alguna divinidad, ésta pudiera vengarse de ellos. De este Dios que no era conocido por ellos tenía Pablo precisamente la intención de hablarles. Ese Dios había creado todo y, precisamente por ello, no parecía verosímil que necesitara habitar en templos o recibir culto humano (Hechos 17, 23 ss). Lo afirmado por Pablo constituía una notable – y a la vez sólida - pirueta intelectual. De hecho, hasta ese punto podía ser seguido con interés e incluso con cierto asentimiento por estoicos y epicúreos. Tampoco debió resultar inverosímil para éstos el que afirmara a continuación que todos los seres humanos pertenecían al mismo linaje, a una especie de familia universal (Hechos 17, 26). Precisamente en ese momento, Pablo introdujo en su predicación un elemento nuevo pero esencial. En el pasado, había esperado que los hombres lo buscaran – aunque fuera a tientas – y, de hecho, era obvio que algunos poetas griegos habían intuido ciertas verdades espirituales (Hechos 17, 27-28). Pablo cita expresamente a Epimenides el cretense - que había rechazado que en la isla pudiera encontrarse la tumba de Zeus ya que “en Ti vivimos, y nos movemos y existimos” – y a Arato, un autor estoico, de origen cilicio como Pablo, que había defendido que “todos somos linaje suyo” en referencia a Zeus. Por supuesto, el apóstol no estaba identificando al Zeus de los estoicos con el Dios único, pero sí subrayaba que, ocasionalmente, el paganismo, a tientas, había dado con realidades espirituales esenciales. Cuestión aparte es que hubiera sacado las consecuencias lógicas. Por ejemplo, de todo lo anterior había que deducir que Dios no podía ser representado a través de imágenes, aunque, obviamente, los atenienses – y los paganos en general – hacían todo lo contrario (Hechos 17, 29). Llegado a ese punto, Pablo introdujo un aspecto esencial en su discurso. Dios no sólo era el creador de todo. También ejercía su autoridad sobre esa creación. A diferencia del dios de los teístas del s. XVIII que había creado todo para luego abandonarlo a su arbitrio y no intervenir en la Historia, el Dios predicado de Pablo ni abandonaba a su creación ni estaba dispuesto a no intervenir en ella. Ese Dios único – que había soportado con paciencia la ceguera de los hombres – ahora los invitaba a cambiar de vida, a arrepentirse (Hechos 18, 30). Se trataba de una oportunidad que les ofrecía antes de que llegara el día del juicio, un juicio que realizaría a través de un hombre al que había levantado de entre los muertos (Hechos 18, 31). Si hasta ese momento la predicación de Pablo podía referirse a paralelos paganos y, a la vez, absorber de raíces procedentes de las Escrituras que se referían al Dios único, creador de todo el género humano y que no puede ni debe ser representado, ahora vino a introducir el elemento esencialmente cristiano. Por supuesto, las Escrituras judías también se referían a un Dios que juzgaría a todos los pueblos (Salmo 98, 9) a través del mesías (Daniel 7, 13 ss), pero el apóstol subrayaba que ya había llegado el cumplimiento del tiempo. Dios juzgaría al mundo y lo haría a través de un hombre al que había reivindicado trayéndolo del otro lado de la muerte.
Este aspecto provocó una inmediata reacción entre los oyentes. Según la fuente lucana, “cuando oyeron hablar de la resurrección de los muertos, unos se burlaron, y otros dijeron: Ya te oiremos hablar de eso en otra ocasión” (Hechos 17, 18-32). Como hombres educados en la filosofía griega, el auditorio de Pablo podía llegar hasta un punto, pero éste no incluía la creencia en que el cuerpo pudiera volver a vivir. No se trataba únicamente de incredulidad. Existía también un elemento de repugnancia ante esa idea. Se suele repetir de manera insistente que el paganismo rendía culto al cuerpo, mientras que el cristianismo lo aborrecía y acabó introduciendo un claro ascetismo en el pensamiento de Occidente. Ambas afirmaciones son erróneas. El paganismo pudo dispensar un culto al cuerpo en la admiración por los atletas o en un erotismo más o menos sofisticado. Sin embargo, veía algo innatamente malo en lo material y sostenía la máxima “soma sema”, es decir que el cuerpo (soma) es una tumba (sema) para el alma. ¿Cómo hubiera podido aceptar que el alma libre de lo material regresara para encerrarse nuevamente en aquella prisión? Por el contrario, el cristianismo – y en ello seguía al judaísmo – consideraba que la materia había sido creada por Dios y afirmaba que el ser humano no se vería reducido a un alma sino que recibiría un cuerpo en la resurrección. Excede el tema de nuestro estudio el analizar cómo el cristianismo se fue apartando de ese punto de vista primigenio para desplazarse en la dirección opuesta. Baste señalar que se debió en no escasa medida a la influencia de la filosofía griega que rechazó a Pablo aquel día en el Areópago ateniense.
No todos reaccionaron con incredulidad al mensaje del apóstol. La fuente lucana se refiere a la conversión de un miembro del Areópago llamado Dionisio, a la de una mujer llamada Damaris y a la de algunos otros (Hechos 17, 34). Sin embargo, no tenemos noticia de que en Atenas – a diferencia de lo sucedido en otros lugares – quedara establecida una comunidad de creyentes. De hecho, cuando tiempo después Pablo se refiera a la primera iglesia establecida por él en Acaya no mencionara a Atenas, sino a una familia de Corinto (I Corintios 16, 15), precisamente la ciudad a la que se dirigió el apóstol a continuación.
CONTINUARÁ
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BC, I, 5, p. 406.
E. Meyer, Ursprung und Anfänge des Christentums, III, Stuttgart-Berlín, 1923, p. 105.
Las fuentes clásicas se refieren a esos altares Agnosto Zeo (Al dios desconocido) que podían encontrarse en Atenas. El dato aparece mencionado en Pausanias, Descripción de Grecia, I, 1, 4 y en Filóstrato, Vida de Apolonio, VI, 3, 5.
July 7, 2017
If You Wanna Go To Heaven
Compré dos sin saber muy bien lo que estaba adquiriendo. Uno era de una cantante de extraordinaria sonrisa y no menor sobrepeso y el otro estaba relacionado con una bella intérprete rubia. No conocía a ninguna de las dos, pero ambas resultaron un hallazgo. La rubia en cuestión entonaba una hermosa canción inicial que hablaba de que para ir al cielo había que girar a la derecha y luego seguir recto y para llegar hasta Dios había que creer en el Hijo. Lo decía con mucho ritmo, pero, en realidad, repetía lo mismo que había dicho Jesús en Juan 14: 6. El es el EL Camino, LA Verdad y La Vida – no uno de los caminos, de las verdades o de las vidas – y nadie puede ir al Padre salvo a través de El.
La afirmación es contundente y, desde luego, marca la diferencia entre el cristianismo y cualquier otra forma de creencia. El cristiano cree por definición que el camino para llegar a Dios es Jesús y que él mismo es también la Verdad y la Vida. Cuando se aceptan otros caminos, otras verdades, otras vidas y se dicen melonadas como, por ejemplo, que el islam es una religión de paz o que todas las religiones son, en el fondo, iguales, se puede ser muchas cosas, pero, desde luego, no se es cristiano tal y como aparece en la Biblia. Si además se pretende que se es el camino, la verdad y la vida o el método único y exclusivo para alcanzarlos… ah, entonces nos encontramos ante un usurpador, ante un verdadero anti-Cristo.
Al respecto, el testimonio de los primeros cristianos no puede ser más claro. Cuando a Pablo le preguntaron qué había que hacer para salvarse, respondió que creer en Jesús (Hechos 16: 31-2); cuando a Pedro le interrogaron respondió que el único nombre bajo el cielo dado a los hombres por el que podemos salvarnos es el de Jesús que además es la piedra sobre la que se levanta el edificio espiritual de Dios (Hechos 4: 11-12) – sí, ha leído usted bien. Pedro dijo que la piedra era Jesús y no él - y cuando Juan relató cómo salvarse subrayó que el que creía en el Hijo único de Dios sería salvo (Juan 3: 16).
Todavía hoy podemos acercarnos a Dios como Padre, pero sólo será a través del Hijo. Si nunca lo hizo antes… no pierda más el tiempo y hágalo hoy mismo. Aquí les dejo con una grabación de la canción de Barbara Fairchild. Disfruten la grabación. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
Y ésta es Barbara Fairchild
www.youtube.com/watch?v=HMl3qhsN36s&index=100&list=PLNgwDx2QR8puaa4bTj1pM3bWnS5Xx8tLc
July 6, 2017
Mateo, el evangelio judío (VII): El primer gran discurso. El Sermón del Monte (I)
Los discursos de Jesús son fáciles de identificar ya que concluyen con la expresión “y cuando Jesús terminó estas palabras” (7: 28; 11: 1: 13: 53; 19: 1; 26: 1). El primero de esos discursos es el Sermón del monte. Resulta enormemente lógico que así sea porque en él se recoge todo un panorama de la conducta de los ciudadanos del Reino de los cielos.
La enseñanza de Jesús era tan relevante que este material fue repetido en varias ocasiones con más o menos amplitud. De hecho, el Sermón de la llanura de Lucas no es sino una versión comprimida del Sermón del Monte.
Las exigencias del Sermón del Monte son tan claras y, a la vez, tan difíciles de negar que se han ido acumulando a lo largo de los siglos las interpretaciones que buscan no obedecerlo orillando su carácter imperativo. Así, para algunos, el Sermón del monte contiene consejos de perfección, pero no es de aplicación obligatoria. Ésa es la interpretación católica de siglos y no sorprende. La entrada masiva de paganos a partir del siglo IV – paganos que paganizaron más la iglesia de lo que se cristianizaron ellos – casaba mal con una forma de vida que no les parecía atractiva. Una cosa era bautizarse porque ser cristiano se había puesto de moda y otra, vivir de acuerdo a las enseñanzas de Jesús. Esta situación fue empeorando con el paso del tiempo y no puede sorprender si se tiene en cuenta que esa iglesia santificaba fenómenos como las Cruzadas o la Inquisición. Por muchas vueltas que se le de, no hay manera de armonizar esas conductas bendecidas por el papa con el Sermón del monte aunque se puede intentar alegando que estas enseñanzas son para los que buscan ser perfectos, pero no aplican a los creyentes del montón. El problema es que Jesús no habla jamás de que existieran dos niveles de obediencia.
El dispensacionalismo – un disparate escatológico lamentablemente muy extendido en ciertos círculos – decidió directamente sacar el Sermón del monte de la vida cristiana. El discurso habría sido dirigido por Jesús a los judíos como se desprende del énfasis en la Ley, pero como los judíos rechazaron mayoritariamente a Jesús, este bloque de enseñanzas no está vigente. La Biblia anotada de Scofield así lo afirma señalando que “el Sermón del Monte no presenta en su aplicación primaria ni el privilegio ni el deber de la Iglesia”. No hay que ser especialmente avispado para darse cuenta de la majadería que entraña esta visión propia del dispensacionalismo. Las enseñanzas del Sermón del monte son, en realidad, esenciales en la enseñanza de Jesús y, de una u otra manera, se repiten en otros discursos suyos.
También ha habido autores, como el teólogo modernista Albert Schweitzer, que intentaron privar de su mordiente al Sermón del monte señalando que aunque, obviamente, Jesús pretendió que todos sus seguidores lo obedecieran – en ese aspecto, Schweitzer era más honrado exegéticamente que los teólogos católicos o Scofield – en realidad, se comportó así porque creía que el fin del mundo estaba a la vuelta de la esquina. Esa cercanía del final le permitía realizar una predicación de ese tipo. Obviamente, dado que el final no llegó no deberíamos ser demasiado exigentes con el cumplimiento de las enseñanzas de Jesús en el Sermón del Monte.
A todos estos intentos por desvirtuar el Sermón del Monte se suma una que podríamos considerar bucólico-pastoril. Es cierto que Jesús pretendió que sus discípulos siguieran esas normas, pero porque eran posibles en una sociedad primitiva, agrícola y aislada. Los valdenses medievales, los primeros franciscanos, los anabautistas del siglo XVI, los amish de hoy podían empeñarse en cumplirlo porque vivían precisamente en ese universo. Naturalmente, en nuestra sociedad avanzada del siglo XXI, esas enseñanzas son absurdas.
La realidad, sin embargo, es que Jesús tuvo la intención de que sus discípulos – a los que dirigió la predicación – obedecieran esas enseñanzas. De hecho, en Mateo 5: 1, Mateo deja de manifiesto que había muchas multitudes, pero que Jesús dirigió esta enseñanza tan sólo a sus discípulos. Para él, no había seguidores de primera y de segunda – un concepto que popularizó con pésimas consecuencias la iglesia católica y también la ortodoxa – sino discípulos a secas, discípulos que debían seguir las enseñanzas del Sermón del monte.
De manera semejante, Jesús no pensaba que la obediencia estuviera acentuada por la cercanía del final. A decir verdad, como queda de manifiesto en otros discursos de Mateo, Jesús estaba convencido de que entre su predicación y su regreso en gloria se extendería un período de tiempo no pequeño.
Finalmente, cargar el Sermón del monte sobre el pueblo judío y desvincularlo de los discípulos de Jesús no pasa de ser uno de tantos disparates nacidos del dispensacionalismo, una escuela de interpretación escatológica establecida por los jesuítas en un intento por frenar el avance de la Reforma.
El Sermón del monte es una pieza realmente importante para aquellos que desean seguir a Jesús, que lo reconocen como su Maestro, su Señor y su Salvador, que desean vivir la vida del Reino. A él dedicaremos los próximos capítulos.
CONTINUARÁ
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