César Vidal's Blog, page 138
November 5, 2014
Fernando III y el salto al Guadalquivir
Con todo, su mayor aporte histórico, desde su acceso al trono en 1217, fue un avance extraordinario de la Reconquista. Si Alfonso VIII había sufrido la posibilidad de que el islam regresara al Tajo, Fernando III lo fijó en la frontera del Guadalquivir. Ante el empuje de las armas castellanas fueron cayendo los reinos islámicos de Jaén, Córdoba, Sevilla – una extraordinaria expedición anfibia en la que tuvo un notable papel la marina vasca como siempre al servicio de Castilla - y Extremadura. Cuando el entonces infante Alfonso – el futuro Alfonso X el Sabio - tomó Murcia, sólo quedaron en manos de los musulmanes los reinos de Niebla, Tejada y Granada. Incluso este último logró sobrevivir a condición de verse reducido a la condición de reino feudatario de Castilla. Al término de su reinado Fernando III había logrado casi duplicar la superficie del reino de Castilla que había recibido en su juventud. Sumada a la de León, reinaba sobre un territorio casi triple al que regía al ceñirse la corona. A pesar de su carácter innegablemente guerrero, Fernando supo aceptar con insólita tolerancia – se negó, por ejemplo, a obedecer las normas antisemitas decretadas por el papa – la presencia de judíos y musulmanes en su reino hasta tal punto que fueron comunes las inscripciones en castellano, hebreo y árabe. Lamentablemente, no fue tan comprensivo con los disidentes cristianos como los valdenses a los que condenó a muertes horribles sin parpadear. Se ha discutido hasta qué punto su canonización – proclamada por el papa Clemente X en 1671 – estuvo justificada por algo más que el deseo de complacer a una España desangrada y arruinada por haber asumido el papel de espada de la Contrarreforma. De ser así, fue un pago ridículo comparado con el coste que había significado esa acción para la pobre España. Ciertamente, la idea de un santo guerrero puede resultar chocante para la sensibilidad actual, pero en el corazón de Fernando III también se dio cita una sensibilidad espiritual que quedó especialmente de manifiesto en el momento de su muerte. De manera, ahora anacrónica, siempre distante de la enseñanza de Jesús, había unido la cruz y la espada.
Próxima semana: Jaime I el Conquistador
November 4, 2014
La coalición
Tal y como se ha ido desarrollando todo durante tan breve período de tiempo, el panorama político no parece que pueda ir más allá de tres opciones. La primera es que se cumplan los pronósticos de Montoro anunciados durante el debate de los presupuestos y que la economía crezca y salgamos realmente de la crisis. En ese caso, el PP podría revalidar su mayoría electoral y seguir gobernando. Sin embargo, tras examinar las cuentas del ministro de Hacienda, no le doy a esa opción ni siquiera un uno por ciento. Me encantaría equivocarme, pero creo que nuestra economía va a estancarse e incluso retroceder y no sólo porque la deuda superará el cien por ciento del PIB sino también porque la presión fiscal seguirá estrangulando las empresas y el consumo. El gobierno de Rajoy ha tenido en sus manos enderezar no pocos entuertos y, por el contrario, ha empeorado bastantes de las situaciones. Si no yerro, aún sin contar Gürtel, Punica o lo que salga, el PP no obtendrá una mayoría suficiente para gobernar y es hasta dudoso a día de hoy que pueda ser el partido más votado. Se abrirían entonces paso dos opciones. La primera sería un gobierno del Frente popular formado por un PSOE que, comprensiblemente, no acierta a despegar y que se vería obligado a entrar en coalición con un crecido Podemos. Ese gobierno podría provocar una euforia mediante ciertas medidas de carácter subvencionado durante un breve tiempo, pero, a medio plazo, sus acciones se traducirían en la bancarrota, la salida del euro y la renegociación de la deuda aunque no necesariamente por ese orden. La segunda alternativa ante una imposibilidad del PP para gobernar en solitario – tercera si se contempla el conjunto – sería un gobierno de gran coalición de los dos partidos mayoritarios. Con todo, esta sólo funcionaría si estuviera dispuesta a realizar un drástico recorte del gasto público, una bajada muy acentuada de los impuestos, un borrón y cuenta nueva y una reestructuración del estado que incluyera tascar el freno de una vez y por todas al nacionalismo catalán y avanzar hacia la supresión de los conciertos vasco y navarro como se nos viene exigiendo discreta, pero firmemente desde hace demasiados años. Un programa semejante permitiría reactivar la economía y, si fuera llevado por gente nueva, hasta crear la sensación de regeneración indispensable para que se pueda salir de una lamentable situación que dura demasiado. Pero si la gran coalición no sale adelante en esos términos, mucho me temo que sólo quedará esperar la llegada del Frente popular.
November 3, 2014
Entrevista a César Vidal: ¿Son fiables los Evangelios?
La imposible supervivencia del Comunismo: del muro de Berlín al socialismo del siglo XXI
Ciertamente, los bolcheviques habían conquistado Rusia, pero, en el resto de Europa central y oriental, sin los tanques soviéticos no habrían llegado al gobierno. Así quedó de manifiesto en 1918 y tras 1945. Incluso en Extremo Oriente, el triunfo no había tenido lugar sin el respaldo de “partidos hermanos” y, sin duda, Castro no habría logrado mantenerse en los sesenta sin un amigo soviético al que le costó más de ocho veces lo que le supuso el Plan Marshall a los Estados Unidos. Por eso, la caída del Muro de Berlín constituyó un auténtico tsunami. No fue el final de la Historia, pero que el Ejército Rojo no lo pudiera mantener en pie en 1989 fue todo un síntoma de que el comunismo tenía los días contados. En unos meses tan sólo la Unión Soviética se desplomó a pesar de que algún catedrático español había asegurado por esas fechas que era una realidad con la que habría que tratar el próximo milenio. Como los famosos Diez negritos de Agatha Christie, los partidos comunistas fueron desapareciendo sin excluir al más importante de Occidente, el italiano. Sólo sobrevivieron algunos de los más pequeños y fanáticos – como el PCE – o cuando se transformaron a pasos agigantados en gestores del paso al capitalismo como fue el caso de China. Salvo ejemplos más que aislados como Corea del Norte o Cuba, el comunismo o se transformó en un capitalismo dirigido por el partido o mutó en algo que tenía una deuda tan grande con el fascismo mussoliniano como con el bolchevismo leninista. Fue así como nació lo que algunos han dado en llamar el “socialismo del siglo XXI”. Para comprender esa visión resulta esencial conocer el Foro de Sao Paulo. Fundado en 1990, su primera reunión la tuvo en México (1991), pero no tardó en reunirse en Managua (1992) y La Habana (1993). A esas alturas, en América sólo había un gobierno totalitario de izquierdas, el de Castro. Sin embargo, en 1998, Hugo Chávez llegó al poder en Venezuela inaugurando una nueva época dado que su partido era el primero del Foro de Sao Paulo en llegar al poder. A diferencia de la táctica revolucionaria propugnada por el comunismo durante décadas, el Foro de Sao Paulo planteaba una toma del poder pacífica basada en unos principios escasos, pero efectivos. En primer lugar, habría que aprovechar la enorme erosión de los distintos sistemas a causa de la corrupción y la ineficacia. Frente a una sucesión de fracasos trufados de desaliento y cansancio ciudadanos, los nuevos partidos enarbolarían la bandera de los orillados por cada régimen. Si en Venezuela, la referencia era a los pobres, en Bolivia, sería a los indígenas. Para ser ecuánimes, hay que reconocer que no pocos de los problemas – corrupción, empobrecimiento, bloqueo de ciertos sectores de la población para prosperar… - eran reales. En segundo lugar, los nuevos impulsos de izquierdas sabrían combinar – como también había hecho Mussolini - el elemento socialista con el nacionalista. Daba lo mismo que se tratara de Bolívar o de unas supuestas culturas amerindias, la realidad es que la apelación a las masas se produciría de manera doble. En tercer lugar, en lugar de practicar una política de rechazo de ciertos sectores, los partidos del Foro de Sao Paulo insistirían en no crearse problemas innecesarios con el mundo empresarial o las iglesias y, en especial, la católica. En la medida de lo posible, habría que proceder a crear una nueva clase empresarial adicta al régimen y abrir los brazos a las confesiones religiosas que fueran sensibles a un mensaje de acercamiento al pueblo incluyendo el islam. Finalmente – de nuevo la impronta de Mussolini es innegable – había que realizar la conquista del poder a través de las urnas para luego, desde dentro, desventrar el estado creando un nuevo régimen en el que el resultado electoral estaría más que decidido siquiera porque los medios de comunicación estarían controlados y la oposición no contaría con una base suficiente como para que fuera posible el cambio de gobierno. Es difícil negar que el éxito del “socialismo del siglo XXI” ha sido más que notable por más que la muerte de Hugo Chávez y las consecuencias económicas de la gestión en la mayoría de los países donde se encuentra establecido permitan pensar en su final a medio plazo. La misma elección de Bergoglio como papa estuvo relacionaa con el deseo de tener un pontífice que pudiera tener buenas relaciones con el socialismo del siglo XXI. De hecho, Bergoglio había escrito unas páginas sobre la visita de Juan Pablo II a Cuba en las que asumía la versión castrista de la política internacional afirmando que el socialismo estaba cerca del catolicismo o que la culpa de lo que sucedía en Cuba la tenía “el bloqueo” americano. Como en tantas ocasiones, la Santa Sede daba pasos de Realpolitik.
En España, la izquierda comenzó también a sufrir una crisis ideológica tras la caída del Muro. El PCE no ha pasado de ser un fenómeno semi-marginal y envejecido. Olvidando que la carta indispensable de la socialdemocracia para tener éxito es la buena gestión, el PSOE tampoco ha remontado su atonía desde la caída del Muro y aunque regresó al poder con ZP sus nuevas propuestas sólo fueron un refrito de lo ofrecido por lobbies como el feminista y el gay. A decir verdad, sólo Podemos ha logrado captar el inmenso potencial de los partidos del Foro de Sao Paulo. Con notable agudeza, pretende enfrentar no a blancos con indígenas o a ricos con pobres sino a jóvenes con viejos – una propuesta que incluso ha verbalizado – y actúa como caja de resonancia de la amargura de no pocos ciudadanos. Sin embargo, en otros aspectos no ha conseguido dar con la clave exacta. Por ejemplo, no ha encontrado la conexión con el sentimiento nacional que sí vieron Chávez, Correa, Morales e incluso Castro. Su insistencia en el marxismo y su vinculación sentimental con la izquierda española incluso los ha llevado a hacer unos costosos guiños a las franquicias de ETA o al nacionalismo catalán son algunos de sus talones de Aquiles. Sin embargo, esas carencias no constituyen una barrera inexpugnable para alcanzar el poder. Todo dependerá de si los partidos del sistema consiguen superar su crisis propia y la de la sociedad. De que lo consigan en breve dependerá que los restos del naufragio del comunismo, tamizados de táctica fascista, consigan o no gobernar en España.
November 2, 2014
Asaltar los cielos
Hace unos días, la referencia a “asaltar los cielos” – una cita de Hölderlin que utilizó la izquierda romántica – me ha confirmado que Podemos es un océano de caspa – caspa bolchevique, pero caspa – decidido a esparcir su visión rancia y derrotada de la Historia a lo largo y a lo ancho del territorio nacional. Su misma discusión sobre la forma de dirección arroja un olor a revenido como si la Historia, por citar a Marx, tras ser vivida como tragedia, regresara ahora como farsa. Pablo Iglesias y sus disidentes están viviendo el mismo debate sobre el poder que, en su día, tocó al Partido social-demócrata ruso, facción bolchevique. Lenin – personalidad genial, pero también despiadada, cruel y patológica – sostenía la misma posición que Iglesias. Como ironizó en cierta ocasión, el proletariado debía someterse a su vanguardia, los bolcheviques, y éstos a su vez a Lenin. Cuando un camarada le preguntó qué sucedería si algunos no lo veían así, se limitó a responder que se les fusilaría. Frente a esa visión personalista de Lenin como dictador de un partido que aspiraba a la dictadura, se planteaba la de gentes como Trotsky, Zinóviev, Kámeñev o Stalin que creían en una dirección colegiada. Ni que decir tiene que, en vida de Lenin, el personalismo fue absoluto. Luego Stalin supo aliarse en la visión colegiada con Zinóviev y Kámeñev para, primero, arojar a Trotsky al exilio y luego enviar a un español a que lo matara con un piolet. Zinóviev y Kámeñev, tras confesar que eran espías al servicio del imperialismo internacional, desaparecieron a su vez en una de tantas purgas stalinistas. A eso en el fondo se reduce la palabrería trasnochada de los barandas de Podemos. Para Pablo Iglesias, el sueño es ser Lenin y mandar de manera total y absoluta a la vez que se alza la bandera del sóviet, esa institución específicamente rusa que, en teoría, era la representación del pueblo y, en la práctica, no pasó de ser una correa del transmisión. Para los disidentes, se trata de crear un triunvirato que impida el mando único de Iglesias y abra la puerta a su sustitución por uno de ellos. Ambos, en el fondo, sólo ansían convertirse en Nomenklatura, es decir, no asaltar los cielos sino las poltronas.
La Reforma indispensable (XX): El proceso Lutero (I): Lutero convocado por Cayetano
Descartó, por lo tanto, la primera citación señalando que Lutero había empeorado la situación y el 23 de agosto, envió una carta a Cayetano en la que le ordenaba que, a la espera de nuevas instrucciones, procediera al arresto del monje valiéndose del brazo secular. Si Lutero acudía por propia voluntad y se retractaba, Cayetano podría recibirlo nuevamente en el seno de la iglesia, pero, si el agustino se mantenía en sus posiciones, tanto él como los que lo apoyaban debían ser cortados.
El mismo 23 de agosto, el papa escribió al Elector. En la misiva calificaba a Lutero de “hijo de la iniquidad” e indicaba que si seguía comportándose así se debía a la protección que recibía del príncipe. Precisamente por ello, ordenaba a Federico que entregara a Lutero a Roma para ser juzgado.
Finalmente, el pontífice envió una tercera misiva al provincial de los agustinos en Alemania. En ella se ordenaba a Gerhard Hicker, el vicario general, que arrestara a Lutero, lo encadenara de manos y pies, y lo redujera a custodia so pena de excomunión e interdicto para todos aquellos que desobedecieran.
Sin duda, lo que causa una mayor impresión de la respuesta papal es la afirmación del propio poder sustentada en la nula disposición a escuchar al acusado y el deseo único de imponerle silencio. Todo ello además llevado a cabo sobre la base de acusaciones formuladas por terceras personas de manera maliciosa y recurriendo incluso a documentos falseados.
Lutero había insistido en que no deseaba comprometer a su príncipe pidiendo su apoyo – una actitud que contrasta con la de los dominicos entregando documentación dudosa al emperador Maximiliano – y mantuvo su postura. Sin embargo, sí solicitó de él que lo protegiera de un arresto y de una condena que podían entrar en la categoría de lo ilegal. Lo que suplicaba el agustino, y de nuevo la diferencia con sus enemigos dominicos resultaba obvia, era simplemente que se reconociera su derecho a un proceso legal y con garantías.
La respuesta del Elector Federico fue positiva porque, efectivamente, le preocupaba el respeto por la legalidad y la contención de cualquier abuso. Federico conocía de sobra el deseo del emperador Maximiliano de que fuera coronado como sucesor suyo su nieto Carlos y también que el papa no veía con buenos ojos tal eventualidad temeroso de que un rey español con territorios en Italia pudiera competir con él. Dado que Federico era uno de los electores, el apoyo que pudiera otorgar al papa podía resultar decisivo para que éste alcanzara sus propósitos. De manera bien significativa, la acción relativa a cuestiones espirituales quedaba una vez más condicionada por los intereses políticos.
El 11 de septiembre, el papa escribió a Cayetano apoderándolo, a través del Elector, para examinar a Lutero y pronunciar un veredicto, bien entendido que, en ningún caso, debería dejarse arrastrar a una discusión con el monje. No obstante, si el agustino abjuraba de sus errores, Cayetano podía rehabilitarlo. El breve de 23 de agosto seguía en vigor, pero, de momento, quedaba en suspenso para permitir que el cardenal escuchara a Lutero y, de esa manera, otorgara satisfacción al elector cuyo voto resultaba tan esencial para el papa.
El 26 de septiembre, Lutero, acompañado de Leonard Beier, emprendió el camino a pie hacia Augsburgo. Spalatino le había señalado tiempo atrás que podría esperar una audiencia ante un tribunal imparcial y alemán. Sin embargo, lo que le esperaba era una comparecencia ante un cardenal extranjero que, por más señas, era de la orden de los dominicos. Se mirara como se mirara, lo cierto es que la indefensión del agustino era absoluta y no puede sorprender que aquellos días se encontraran entre los peores de su vida. El prior de Weimar también le advirtió de que estaba entrando en una trampa y que acabaría en la hoguera en Augsburgo. Igualmente, no pocos le instaron a que regresara al territorio del Elector donde se encontraría a salvo.
El peligro era real y no debe sorprender que ni Link ni los consejeros de Federico dejaran que Lutero desapareciera de su vista antes de contar con un salvoconducto imperial que le fue entregado el 11 de octubre. Igualmente, le habían advertido de que no se dejara engañar por el cardenal. Era de esperar que se comportara con cortesía, pero, en realidad, su inclinación era hostil. En este contexto, es fácil imaginar el ánimo que sintió Lutero al saber que el senado y los ciudadanos de Augsburgo lo apoyaban.
Al conocer la llegada de Lutero, Cayetano envió a encontrarse con él a Serralonga, un diplomático italiano, para informarle. Del monje se esperaba que se retractara y, por supuesto, no se le concedería oportunidad de entablar ninguna discusión con el cardenal. La perspectiva era, desde luego, poco prometedora, pero Serralonga insistió en la buena disposición del cardenal y en el hecho de que con seis letras solo – revoco (me retracto) – podría verse a salvo. Lutero señaló al italiano que no tendría el menor inconveniente en pronunciarlas siempre que se le convenciera de su error. Sin embargo, la idea de que pudiera entablarse una discusión entre el agustino y el cardenal era verdaderamente impensable. Serralonga optó, por lo tanto, por indicar a Lutero que no debía esperar que el Elector Federico tomara las armas para defenderlo y, acto seguido, le preguntó: “¿Dónde estarías entonces?”. Se trataba de una pregunta retórica encaminada a doblegar el ánimo de Lutero, pero el agustino no estaba dispuesto a rendirse. Su respuesta fue: “Donde estoy ahora, en el cielo”. No exageraba.
De hecho, por esa época, Lutero envió a Melanchthon una carta en la que le indicaba que por él y por los estudiantes de Wittenberg estaba dispuesto a resistir. Para él, toda la cuestión se encuadraba en el marco de lo espiritual y esperaba, por lo tanto, que intervinieran factores sobrenaturales, a la vez que relativizaba los meramente humanos que había señalado Serralonga. Esa acentuada diferencia de criterio entre el agustino y sus opositores explica más que sobradamente lo que iba a suceder durante los años siguientes.
CONTINUARÁ
La Reforma indispensable (XXI): El proceso Lutero (II): Lutero ante Cayetano (II)
October 31, 2014
Castillo fuerte es nuestro Dios
Les incluyo el texto escrito de mi editorial de ayer y también uno de los muchos himnos escritos por Martín Lutero. Lo compuso en una época en que tanto el papa como el emperador – los dos hombres más poderosos de la época – lo perseguían para arrojarlo a la hoguera. A ello estaba dispuesto el teólogo si era el precio que tenía que pagar por ser fiel a la Biblia, pero también confiaba en que si Dios decidía preservar su vida ni el papa ni el emperador podrían impedirlo. Fue por eso por lo que, inspirándose en el salmo 46, escribió este Castillo fuerte es nuestro Dios, una declaración decidida de fe en el poder del Altísimo para proteger a los que confían en Él. Hasta donde yo sé no hay otro himno religioso que haya sido más utilizado en composiciones clásicas. Lo reprodujeron personajes como Bach, Mendelssohn, Wagner o Meyerbeer en algunas de sus piezas más extraordinarias. Pero independientemente de la calidad de la música, sin duda, su mensaje resulta más que apropiado en estos tiempos de ansiedad e inquietud que atravesamos. Les dejo con tres versiones: una en inglés de la Roger Wagner Chorale, otra en inglés subtitulada en español en versión de Tommy Walker y otra en español cantada por Adolfo Seleme. Que las disfruten. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
Muy buenos días, muy buenas tardes, muy buenas noches y muy bienvenidos a esta nueva singladura de La Voz. Soy César Vidal, hoy es viernes 31 de octubre de 2014, y me dirijo a los hispano-parlantes de ambos hemisferios, a los situados a uno y otro lado del Atlántico. Como siempre, desde el exilio.
Corría el año 1513, cuando el príncipe Alberto de Brandeburgo, de tan sólo veintitrés años de edad, se convirtió en arzobispo de Magdeburgo y administrador de la diócesis de Halberstadt. Al año siguiente, obtuvo el arzobispado de Maguncia y el primado de Alemania. Es más que dudoso que Alberto contara con la capacidad suficiente como para atender de la manera debida a esas obligaciones pastorales y, por si fuera poco, la acumulación de obispados era de dudosa legalidad. Sin embargo, en aquella época, los cargos episcopales además de las lógicas obligaciones pastorales, llevaban anejos unos beneficios políticos y económicos extraordinarios hasta tal punto que buen número de ellos eran cubiertos por miembros de la nobleza que contaban así con bienes y poder más que suficientes para competir con otros títulos. El arzobispado de Maguncia era uno de los puestos más ambicionados no sólo por las rentas inherentes al mismo sino también porque permitía participar en la elección del emperador de Alemania, un privilegio limitado a un número muy reducido de personas, y susceptible de convertir a su detentador en receptor de abundantes sobornos. Al acceder a esta sede, Alberto de Brandeburgo ya acumulaba, sin embargo, una extraordinaria cantidad de beneficios y por ello se le hacía necesaria una dispensa papal, dispensa que el papa estaba dispuesto a conceder a cambio del abono de una cantidad de dinero proporcional al favor concedido. En este caso exigió de Alberto la suma de 24.000 ducados, una cifra fabulosa imposible de entregar al contado. Como una manera de ayudarle a cubrirla, el papa ofreció a Alberto la concesión del permiso para la predicación de las indulgencias en sus territorios. De esta acción todavía iban a lucrarse más personas. Por un lado, por supuesto, Alberto lograría pagar al papa la dispensa para ocupar su codiciado arzobispado, pero además la banca de los Függer recibiría dinero a cambio de adelantar parte de los futuros ingresos de la venta de las indulgencias, el emperador Maximiliano obtendría parte de los derechos y, sobre todo, el papa se embolsaría el cincuenta por cien de la recaudación que pensaba destinar a concluir la construcción de la basílica de san Pedro en Roma. El negocio era notable e indiscutible y la solución arbitrada satisfacía, sin duda, a todas las partes. Sin embargo, esta vez el inmenso sistema de corrupción eclesial que comerciaba con la creencia de las gentes en el sentido de que podían pagar para sacar a sus familiares del purgatorio y para acortar sus días futuros en ese lugar al que no se refiere en ningún momento la Biblia iba a chocar contra un serio obstáculo. El 31 de octubre de 1537, un monje y teólogo llamado Martín Lutero clavó 95 tesis sobre las indulgencias en la puerta de la iglesia de Wittenberg. Ni él ni nadie lo esperaba, pero aquel acto implicó que otros movimientos de reforma de la iglesia occidental que se habían iniciado hacía más de un siglo recibieran un enorme impulso hasta cristalizar en uno de los acontecimientos más relevantes y decisivos de la Historia universal: la Reforma.
Hoy es el día mundial de la Reforma. Sin ánimo de ser exhaustivos, los hechos son los siguientes:
1. A diferencia de lo sucedido con otros reformadores anteriores como Jan Huss, el papa no consiguió que Lutero fuera arrojado a las llamas sino que el reformador logró salvar la vida de tal manera que en muy breve tiempo la idea de la Reforma prendió no sólo en Alemania sino también en otras partes de Europa como España, Italia, Francia, Suiza, Países Bajos, Dinamarca, Suecia, Noruega, Finlandia, Polonia, Hungría o Chequia.
2. De algunos de estos lugares, como fue el caso de España o Italia, la Reforma fue desarraigada a sangre y fuego procediéndose al exterminio total de los reformados, pero en aquellas naciones donde, paso a paso, fue arraigando implicó diferencias radicales en relación con las naciones que siguieron sometidas a Roma.
3. La Reforma implicó el regreso a la cultura bíblica del trabajo proporcionando a naciones pequeñas y pobres la posibilidad de pasar por delante de potencias como España que todavía a finales del siglo XVIII consideraba legalmente infame el trabajo manual.
4. La Reforma implicó el descubrimiento de una cultura financiera que estaba en la Biblia y que frente a una iglesia católica que había prohibido el préstamo con interés descargando esa responsabilidad en los judíos, pudo crear la verdadera banca moderna más allá de los balbuceos que había conocido en algunas ciudades italianas y flamencas.
5. La Reforma implicó el establecimiento de una fe del libro que obligaba a saber leer y escribir y que dio lugar ya a inicios del siglo XVI a las primeras leyes de educación gratuita y obligatoria, leyes que en la Europa católica no se darían hasta el siglo XIX, por impulso de los liberales y con la oposición frontal de la iglesia católica.
6. La Reforma implicó el regreso a la visión bíblica de la observación de la Naturaleza hasta el punto de que provocó la revolución científica, como han señalado especialistas, como Thomas Kuhn o Whitehead. Todavía en el siglo XVIII, naciones como España no habían adoptado el método científico en sus centros docentes.
7. La Reforma implicó el regreso a la visión bíblica de la supremacía de la ley sobre las instituciones lo que era lógico porque había apuntado a que ni siquiera el papa podía colocarse por encima de lo establecido por la Biblia. Esa visión daría lugar a un parlamentarismo ahogado en otras naciones y, finalmente, al surgimiento de la democracia moderna, un fenómeno al que las naciones católicas se sumarían muy tardíamente y con enormes presiones en contra de la Santa Sede que duraron hasta el siglo XX.
8. La Reforma implicó el establecimiento de separación de poderes ya que, lejos de ser optimista antropológicamente, creía que el ser humano tiende al mal y, por lo tanto, hay que evitar que todo el poder se concentrara en unas manos.
9. La Reforma implicó, en fin, el abandono de la idea que tan pésimas consecuencias ha tenido en las naciones católicas de que la mentira y el hurto son meros pecados veniales.
10. Pero, por encima de todo, la Reforma fue un movimiento espiritual que liberó a los que buscaban la verdad de la servidumbre corrupta y codiciosa a la que se habían visto sometidos durante siglos por las jerarquías eclesiales. El ser humano recuperó el sencillo mensaje de las Escrituras que anuncia que Dios ama a la Humanidad y que puede y quiere comunicarse con ella sin necesidad de intermediarios que dicen hablar en Su nombre, pero que, por encima de todo, se preocupan de llenar sus arcas y mantener su poder a cualquier precio.
Se cuenta que cuando el emperador Carlos V preguntó a Erasmo de Rotterdam lo que pensaba de las afirmaciones de Lutero, Erasmo respondió: “majestad, Lutero tiene razón, pero ha cometido dos graves errores: ha arremetido contra la tiara de los obispos y contra la panza de los frailes”. Las palabras de Erasmo constituían toda una declaración de principios. Aquellos que tenían el poder, un poder que se colocaba por encima de los propios estados, y aquellos que se aprovechaban económicamente de él se opondrían de manera feroz a la Reforma. De entre las muchas lecciones de la Reforma, quizá sean estas dos las más actuales para una sociedad como la hispana situada a ambos lados del Atlántico.
La primera es que los que se benefician de la corrupción, del saqueo, de la explotación de la mayoría de los ciudadanos se opondrán frontalmente a cualquier intento de cambio de una situación que no puede serles más favorable. Las castas privilegiadas procedentes de los partidos, de los sindicatos, del mundo financiero y de la iglesia católica no sólo no moverán un dedo para cambiar la sociedad sino que harán todo lo posible por aumentar sus privilegios injustos.
La segunda es que una sociedad que vive de espaldas a principios universales contenidos en la Biblia no podrá avanzar de manera sólida jamás. Durante un tiempo, podrá vivir en la ilusión de que progresa e incluso ver como el edificio se va levantado poco a poco, pero, al carecer de cimientos sólidos, el menor soplido derribará la casa como, por desgracia, ha sucedido tantas veces en las sociedades hispanas situadas a ambos lados del Atlántico.
Como hace casi medio milenio, la esperanza de futuro se encuentra en abandonar a aquellas instancias - papa y emperador, ayer, castas privilegiadas, hoy - que insisten en tener todas las soluciones, pero que sólo son parte del problema y en volverse de manera directa, clara y confiada al Dios del que hablan las Escrituras, el Dios que se hizo siervo para morir por seres perdidos a los que, sin embargo, amaba.
Muy buenos días, muy buenas tardes, muy buenas noches. Les ha hablado César Vidal desde el exilio. ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
Y aquí está Castillo fuerte… por la Roger Wagner Chorale
Aquí en versión subtitulada con Tommy Walker
Y aquí en español cantado por Adolfo Seleme
Estudio Bíblico (IV). La Torah (I): Génesis o Bereshit
De la protohistoria de Israel a la Torah Hace poco menos de cuatro mil años se produjo un acontecimiento de extraordinaria importancia para la historia de la Humanidad. A diferencia de otros episodios de resonancia similar o menor, éste no vino acompañado por acentuadas expectativas ni tampoco seguido de reacciones multitudinarias. En realidad, si hacemos caso de lo que nos informan las fuentes - y todo parece indicar que su contenido es meticulosamente exacto - el hecho debió de pasar prácticamente desapercibido. No fue otro que la salida de un emigrante de Mesopotamia, más concretamente de Ur, en dirección a los territorios que ahora denominamos Palestina. Aquella fue una época de grandes migraciones de modo que el reducido clan del personaje en cuestión - que además carecía de hijos - no tenía nada de excepcional al menos en lo que a las apariencias externas se refiere. Sin embargo, aparte de las cabezas de ganado y de los familiares más cercanos, el emigrante llevaba consigo una convicción que revolucionaría como ninguna otra la historia futura. La idea que impulsaba al emigrante – que se llamaba Abraham - giraba en torno a creer que la existencia de las diversas divinidades era radicalmente falsa ya que sólo existía un único Dios, que además no vivía aislado sino que entraba en contacto directo con el ser humano. Este Dios por añadidura no podía ser representado por imágenes ni éstas podían ser objeto de culto. No deja de ser significativo que las historias extra-bíblicas de Abraham enfaticen que su padre era un imaginero y que Abraham descubrió a Dios cuando se percató de que el culto a las imágenes no era sino un fraude espiritual. Se mire como se mire, Abraham no reconocería entre sus hijos a nadie que se inclinara ante una imagen o le rindiera culto. A aquel hombre que había comenzado su viaje de emigración apelan todavía hoy los fieles de tres religiones el judaísmo, el cristianismo y el islam, siendo estas dos últimas las más numerosas del globo. Aunque el monoteísmo no fue una creación de Abraham y existen numerosas pruebas que lo hallan incluso milenios antes de su nacimiento, no cabe la menor duda de que su expansión fundamental prácticamente hasta el s. I de nuestra Era estuvo relacionada precisamente con los judíos, sus descendientes. Su supervivencia - un argumento definitivo en favor de la existencia de Dios según un interlocutor de Federico II de Prusia - pero también el origen de otros fenómenos no menos relevantes que trascienden el marco histórico del judaísmo se halla en un texto conocido como la Torah.
Aunque convencionalmente se traduce como “Ley”, lo cierto es que la palabra Torah tiene en hebreo un contenido más rico que abarca conceptos como los de enseñanza o incluso forma de vida. A la vez, sirve fundamentalmente para designar un conjunto de cinco libros, que otros prefieren denominar Pentateuco y que están situados al inicio de la Biblia. Estos cinco libros son conocidos con los nombres de Génesis o Bereshit, Éxodo o Shemot, Levítico o Va-ikrá, Números o Ba-midvar y Deuteronomio o Devarim, según que quienes los citen empleen el nombre convencional derivado de la Septuaginta, una traducción del Antiguo Testamento al griego, o el original hebreo que consiste en utilizar las primeras palabras que aparecen en el texto. Su autor tanto en la tradición judía como en la cristiana y en la musulmana es identificado con Moisés.
El contenido de la Torah
La extensión de la Torah es aproximadamente similar a la de la mitad del Nuevo Testamento o del Corán aunque pertenece a un conjunto mayor de libros - el Tanaj o Antiguo Testamento - que duplica en número de páginas a estos textos sagrados. Como hemos indicado antes, su contenido se halla dividido a lo largo de cinco obras de las cuales la primera (Génesis) está situada cronológicamente antes del nacimiento de Moisés y las otras cuatro (Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio) son coetáneas del profeta de Israel.
Los que se adentren en la lectura de la Torah en los próximos meses irán comprobando que sus prácticas no encajan en muchas ocasiones con la práctica del judaísmo de los últimos siglos. Las razones para esa distancia son numerosas y yo prefiero dejar hablar a un experto judío – profesor de la Universidad hebrea de Jerusalén - sobre el tema ya que me parece que lo explica de una manera sencilla y exacta. Habla en hebreo, pero hay subtítulos en español con lo que no existen problemas mayores. Sí sugiero a los que vean el vídeo que se concentren en las doctas palabras del entrevistado y en las inteligentes preguntas del entrevistador y que se olviden de los comentarios – verdaderamente lamentables - de los que colgaron la notable entrevista en Youtube.
Y ahora sigamos con la Torah. Aunque la Torah es la obra sagrada del judaísmo no deja de ser enormemente significativo que los primeros capítulos de su primer libro tengan un alcance universal hasta entonces totalmente desconocido en la literatura de cualquier pueblo. En el capítulo 1, el relato de la creación del hombre es sensiblemente distinto al que hallamos en otras culturas incluso muy posteriores. La finalidad de este acto no es satisfacer a unos dioses que desean encontrar esclavos que trabajen para ellos (Mesopotamia) ni tampoco es consecuencia de la caída de un mundo espiritual superior (helenismo, gnosis, etc) y, a la vez, rechaza la tesis de la superioridad de una raza sobre la otra como suele ser común en las cosmogonías de las distintas culturas en las que cada pueblo aparece como el único constituido por seres humanos. Por el contrario, en el Génesis la creación aparece descrita como un acto derivado del amor de Dios que creó al hombre como varón y hembra y a su imagen y semejanza :
“Entonces dijo Dios : hagamos al hombre a nuestra imagen y según nuestra semejanza… y creó Dios al hombre, lo creó a imagen de Dios, lo creó como hombre y mujer. Y los bendijo Dios y les dijo : Creced y multiplicaos ; henchid la tierra, y dominadla…” (Génesis 1, 26-28)
De la misma manera, y a diferencia de otras culturas incluso posteriores que han apelado por añadidura al texto bíblico, Génesis considera que tanto el mundo material como el trabajo humano de transformación del mismo es algo bueno y de orígenes divinos. Sin embargo, a diferencia de otras cosmovisiones, el Génesis no afirma que este mundo sea hoy bueno sino que lo fue en otro tiempo. Actualmente es obvio que dista mucho de ser un lugar ideal, pero tal circunstancia obedece no a que sea malo de por si. Más bien deriva del hecho de que se ha producido una fractura entre la criatura humana y el Creador. Esa separación - que convencionalmente se conoce como Caída y que poco o nada tiene que ver con los relatos tradicionales en torno a una manzana indebidamente mordida - ha introducido un elemento innegable de alienación en la historia humana. Ese elemento, nacido del apartamiento de Dios, se traduce en una alienación de la naturaleza, del trabajo, de los otros seres humanos - incluidos los más cercanos como el cónyuge - y de uno mismo. En adelante, la historia humana no puede ser sino la espera y el anhelo de que esa situación cambie y de que pueda revertirse la tremenda desgracia original causada por la desobediencia a la voluntad de Dios.
Como sucede con la descripción del ser humano, en Génesis Dios no es descrito como en otras cosmogonías que conocemos. No sólo es que no forma parte de un panteón más amplio ya que es el único Dios que existe sino que además dista mucho de ser una divinidad que pueda calificarse de nacional. Por el contrario, es el Sumo Hacedor que imparte su justicia en el ámbito de cualquier cultura o contexto histórico y que dota a la historia de un sentido que, no pocas veces, es más subyacente que obvio, más real que aparente, más profundo que conocido.
Precisamente en una perspectiva de ese tipo inserta el libro de Génesis el relato de la historia de Abraham. En apariencia, se trata de un emigrante más carente de importancia en el área de la Historia. En realidad, es seguramente el personaje que más relevancia tiene en todo aquel período. Mientras la humanidad pugna por construir torres “cuya cima alcance el cielo” (Génesis 11, 4) y por hacerse “un nombre” (Ge 11, 4), el Génesis se detiene en narrar la peripecia de alguien que no aspira a conseguir para si ese nombre pero que, sin embargo, está dispuesto a renunciar a todo para marchar a la tierra que le ha indicado el único Dios al que acaba de conocer (Génesis 12). Esa consciencia de que el servicio a la causa es superior a cualquier otra consideración lleva, por ejemplo, a Abraham cuando se separa de su sobrino Lot, a cederle los terrenos que éste desee sin ningun género de objeción (Gen 13) o a negarse a recibir recompensa por haber liberado a unos cautivos capturados en una incursión regia (Gen 14).
No son los grandes logros los que convierten a Abraham en un ser distinto sino su fe confiada en su misión. Precisamente por ello, cuando Dios confirme a Abraham que le dará una descendencia que poseerá la tierra de Canaán y éste le crea el texto afirmará claramente que ha sido justificado :
“Y (Dios) lo llevó fuera y le dijo : contempla ahora los cielos y cuenta las estrellas, si puedes hacerlo. Y le dijo : así será tu descendencia. Y creyó (Abraham) a YHVH y le fue contado por justicia” (Gen 15, 5-6)
El carácter universalista del texto queda aún más de manifiesto cuando se tiene en cuenta que en esos momentos Abraham no sólo no puede someterse a la ley de Moisés (que fue entregada más de cuatro siglos después) sino que además ni siquiera se ha circuncidado todavía. En contra de lo que parece normal en otros textos religiosos anteriores y posteriores, el de Génesis afirma que Dios ha considerado justo a Abraham no por pertenecer a una etnia determinada o realizar ritos concretos sino por creer en Él.
La única mancha en la trayectoria de Abraham se produce precisamente cuando pretende ayudar a Dios a realizar Sus propósitos y en lugar de esperar que hará honor a Su promesa de darle un hijo a través de Sara, su esposa, acepta la posibilidad de engendrarlo, conforme a las leyes de la época, en una esclava de Sara llamada Agar. Tal intento concluirá en fracaso y, de hecho, sentará las lejanas bases para un enfrentamiento entre los descendientes de los dos hijos de Abraham : judíos en el caso de Isaac y árabes en el de Ismael.
Finalmente, sólo el nacimiento de Isaac, un hijo de Sara, (Gen 21) constituye el cumplimiento de la promesa. Es en este contexto como hay que entender la orden que Dios da a Abraham para sacrificar a su hijo Isaac (Gen 22). Cuando la vida parece cada vez más cercana a su fin, pero, a la vez, se tiene la sensación de que las ilusiones cuya consecución se siguió durante años pueden convertirse en realidad, Abraham recibe una orden de Dios ordenándole liquidar de una cuchillada la esperanza encarnada en su hijo. Semejante acto no significa sólo la pérdida del ser más querido sino fundamentalmente la eliminación de todo aquello que dio sentido a una vida desde la juventud a la vejez. Lo realmente sobrecogedor de la historia del sacrificio de Isaac es como un hombre puede aceptar, con el corazón destrozado y sin levantar la vista durante días (Gen 22, 4), obedecer la orden de un amigo de años que le pide que renuncie a todo lo que deseó y amó. El relato no es, por ello, sólo un canto a la obediencia sino también a la confianza, a la fe y a la amistad que, en esta ocasión, tienen como foco a Dios. Finalmente, Éste, satisfecho por la acción de Abraham, evitará que lleve hasta el final su misión y que sacrifique a su hijo. Cuando finalmente muera el patriarca, después de dar sepultura a Sara, estará convencido de que un día todos sus sueños serán tangibles realidades.
La figura del heredero Isaac resulta un tanto gris en medio de la de su padre Abraham y de la de su hijo Jacob. Éste, sin embargo, constituye un personaje de extraordinario interés. Tras lograr que su hermano gemelo Esaú le venda la primogenitura por un plato de lentejas (Gen 25) y que su padre Isaac le bendiga como heredero (Gen 27) recurriendo al engaño, también Jacob tiene que emigrar. Ya en camino recibe la confirmación de que Dios está dispuesto a acompañarle (Gen 28) pero su vida será dura. Sometido a la explotación por parte de un pariente que le engaña para obligarle a contraer matrimonio no con la mujer que ama (Raquel) sino con otra de sus hijas difícil de casar (Lía), Jacob logra imponerse a la adversidad de las situaciones. Al precio de catorce años de servidumbre, consigue, al final, que Raquel sea su esposa, labrarse un cierto caudal e incluso recuperar la libertad (Gen 29-31). Al final, incluso se reconciliará con Esaú, el hermano al que privó de la primogenitura (Gen 32-33). Para ese entonces, Jacob se ha convertido ya en el patriarca Israel aunque el logro de esa nueva condición le haya costado una cojera que arrastrara hasta su muerte (Gen 32, 22-32).
Como en el caso de Abraham, Jacob experimenta sus peores pruebas en los últimos años de su vida. Sufre la violación de su hija Dina (Gen 34), las actitudes violentas y vengativas de algunos de sus hijos (Gen 34), la muerte de su amada Raquel (Gen 35) y la pérdida de José, su hijo predilecto, al que cree despedazado por las fieras (Gen 37).
Sin embargo, José no ha muerto. Ha sido vendido por sus hermanos envidiosos y llevado por sus compradores a Egipto (Gen 37). A su primera desgracia pronto se suman otras. La mujer de su amo intenta seducirle y, al negarse, José se ve acusado de intento de violación y recluido en una mazmorra (Gen 39). Si, finalmente, logra salir de allí al cabo de los años se debe a que uno de sus antiguos compañeros de prisión, al que interpretó un sueño (Gen 40), se acuerda de él precisamente cuando el faraón se ve atormentado por una pesadilla cuyo mensaje no consigue descifrar. Cuando es llamado a la presencia del soberano de Egipto, José ha dejado de ser el muchacho que provocaba las iras de sus hermanos y es un hombre modesto que niega tener capacidad para descifrar sueños porque ese poder sólo lo posee Dios (Gen 41, 16). Sin embargo, su vida - y con ella la de su familia - está a punto de experimentar un cambio radical. Tras escuchar el relato del faraón que le ha hablado de cómo en sus sueños se veían siete vacas gordas que eran devoradas por siete vacas flacas y de cómo siete espigas marchitas devoraban a siete espigas hermosas, José le señala que ahí se encuentra el anuncio de un futuro inmediato. Pronto comenzarán siete años de abundancia que serán luego seguidos por siete años de escasez. Si el faraón sabe hacer frente a semejante reto en virtud de una buena administración nada malo sucederá, pero en caso contrario la consecuencia será el hambre. La respuesta del faraón es inmediata : el administrador idóneo no puede ser otro que José.
Al cabo de siete años de abundancia efectivamente comienza la escasez. Mientras Egipto sobrevive a la hambruna e incluso José aprovecha para aumentar el poder del faraón (Gen 41), los pobladores de los países cercanos intentan no perecer de hambre acudiendo al país del Nilo en busca de comida. Entre la tropa de desdichados impulsados por la necesidad se encuentran los propios hermanos de José (Gen 42). Éste los reconoce pero no les comunica quién es ni recurre a la venganza. Por el contrario, les suplica que la próxima vez traigan con ellos a Benjamín, el hermano más pequeño. Cuando sus hijos regresan y le relatan lo sucedido, Jacob, que tiene muy fresco el recuerdo del José perdido, muestra su reticencia a permitir que Benjamín les acompañe en un viaje futuro. Sin embargo, la necesidad acaba imponiéndose y el hambre les empuja nuevamente a regresar a Egipto. José finge entonces que Benjamín le ha robado una copa e insiste en que no pude abandonar el país ya que ha de recibir su justo castigo. Judá intercede entonces para evitar la cautividad de Benjamín. Alega que su padre Jacob morirá si se le priva del más joven de los hermanos después que en el pasado perdió a José. Éste, profundamente conmovido por la historia, obliga entonces a salir a todos de su presencia y rompe a llorar. Finalmente, convoca de nuevo a sus hermanos y les revela toda la verdad. En medio de las desgracias de aquellos años (Gen 45), Dios ha estado actuando no sólo para salvar a José sino a Jacob y al resto de sus hijos. Finalmente, Jacob y su familia (46-50) desciende a Egipto y con el beneplácito del faraón se establecen en la tierra de Goshén. Así concluye el libro de Génesis.
Sería más que deseable leer todo el Génesis, pero, si alguien sólo desea emplear unos pocos minutos al día y se acerca por primera vez al texto, sería de interés leer los siguientes pasajes como un primer acercamiento:
La creación del género humano: Génesis 1: 27-31; 2: 15-25.
La Caída: Génesis 3
La promesa a Abraham: Génesis 15
El sacrificio de Isaac: Génesis 22
Jacob logra la bendición de Isaac: Génesis 27
José vendido por sus hermanos: Génesis 37
José interpreta los sueños de Faraón: Génesis 41
Jacob anuncia el futuro de sus descendientes: Génesis 49El Evangelio de Marcos (III): el mesías-siervo es identificado y tentado (Marcos 1: 9 – 13).
Marcos – que, en ocasiones, da la sensación de tener mucha prisa en llegar a donde desea en su narración – manifiesta una urgencia enorme por señalar cuál era el mensaje de Jesús. Lo veremos, Dios mediante, la semana que viene, pero antes tenemos que detenernos en unos versículos previos en los que el autor del Evangelio comprime enormemente la aparición del mesías, un mesías que no era el dirigente militar y político que muchos esperaban sino el siervo profetizado por Isaías.
Si alguien tiene la curiosidad de ver en Lucas 4: 1 ss, las tentaciones a las que se vio sometido Jesús, podrá comprobar que todas fueron intentos de que se adaptara a las masas para que éstas lo siguieran. Se trata, en cualquiera de sus formas, en una tentación difícil de vencer. No faltan los que dicen aquello de “le seguiría más gente si no dijera eso” o “tendría mucho más apoyo si se callara esto otro”. Y – hay que reconocerlo – la mayoría cede a esa tentación. ¿Por qué decir la verdad y ganarse enemigos? ¿Por qué poner el dedo en la llaga y perder aficionados? ¿Por qué no ser más “flexibles” y allegar voluntades? Jesús pasó por esa misma situación en distintas ocasiones y, ciertamente, no hubiera encajado en una campaña electoral. También es verdad que la cosmovisión de Dios no se amolda a esa visión.
Jesús se solidarizó con los pecadores (v. 9): Jesús descendió desde Nazaret y fue bautizado por Juan. Su lugar no estaba con las autoridades del Templo, con los romanos, con los que se consideraban justos por sus propios méritos. El mesías-siervo venía a los que se reconocían pecadores que eran los que acudían a ser bautizados por Juan como símbolo de conversión. Por supuesto, pecadores lo eran todos entonces igual que ahora, pero Jesús sólo estaría cerca de aquellos que estuvieran dispuestos a reconocerlo. ¿Piensa alguien que pertenece a una entidad religiosa, que sigue unos ritos, que continua una tradición que lo conecta con Dios? Si es así, va a ser difícil que se cruce con el mesías-siervo porque éste buscaba a los que eran conscientes de que sus méritos no los acercarían a Dios, pero sus pecados sí los separaban de El.
Jesús fue reconocido por Dios como mesías-siervo (v. 10-11): la manera de ese reconocimiento no deja de ser bien llamativa. El Espíritu Santo no se manifestó como un león poderoso o un terremoto. Tampoco apareció en medio de una muchedumbre vestida con atavíos de lujo ni en un vehículo especial. Su símbolo fue una paloma - el animal manso, sencillo y pacífico por definición – y las palabras constituyeron una referencia expresa a Isaías 42: 1, uno de los cantos del mesías-siervo. En Jesús, había puesto Su complacencia Dios porque era como era y no como otros habrían deseado. La razón era su obediencia total a los designios de Dios y, de manera especial, a su metodología, una metodología de siervo. Eso era lo que justificaba esa afirmación.
El mesías- siervo fue llevado al desierto (v. 12): sin duda, muchos habrían esperado que el mesías, reconocido como tal por el mismo Dios, se hubiera apresurado a caer sobre los romanos y acabar con su yugo. No hubiera sido el primero en la Historia de Israel que se hubiera comportado de esa manera. Sin embargo, no fue lo que sucedió con Jesús. Fue enviado al desierto. Marcos no da detalles, pero sí señala algo importante. Para cumplir con el propósito que Dios tiene lo menos conveniente es el baño de masas. La multitud – no siempre con mala intención – distrae. Lejos de permitir que escuchemos a Dios, no pocas veces sustituye Su voz por la propia. Es en la soledad y el silencio como deben contrastar los seguidores del mesías-siervo su relación con Dios.
El mesías-siervo fue tentado por el Diablo (v. 13)Ciertamente, la integridad – una integridad como la del mesías-siervo - se aprecia no poco en esta conducta. Es íntegro el que se ciñe a lo que ve como la verdad sin importarle el costo. No lo es el que busca un rebaño en medio del cual refugiarse antes de decir nada a sabiendas de que puede enfadar a unos, pero disfrutará del respaldo de otros. Jesús no era de unos ni de otros, pero sí tenía un mensaje que apuntaba directamente al corazón del ser humano como tendremos ocasión de ver.
Con estas líneas sencillas, con tan pocas frases, Marcos ha resumido lo que lleva capítulos enteros a otros evangelistas. Sin embargo, su conducta es lógica porque su interés es, por encima de todo, llegar a señalar el contenido de la predicación de Jesús, pero eso, Dios mediante, lo veremos la semana que viene.
El mesías – siervo estuvo entre fieras y ángeles (v. 13). No deja de ser significativa la manera en que Marcos, muy brevemente, indica la experiencia del mesías. Aparte de la tentación, la experiencia de Jesús fue la cercanía de las fieras y, a la vez, de los ángeles. No puede esperarse otra cosa de alguien que era el Siervo de Dios. Seguir el camino de Dios – el que simboliza el Espíritu Santo con una paloma – significa que las fieras no dejarán de merodear en nuestra vida, sobre todo, en ciertas situaciones en las que no podemos detenernos ahora. Pero, al mismo tiempo, los seguidores del mesías-siervo, igual que éste, deben confiar en que Dios los ayudará en esas situaciones. El coste puede ser alto. No se trata sólo de las mentiras, de los infundios, de los ataques, de las presiones. Puede implicar sacrificar cosas muchos más queridas e importantes. Sin embargo, como señala Marcos, en las peores situaciones, a los que siguen al mesías-siervo no les faltará una ayuda que podríamos calificar de angelical.CONTINUARÁ
October 29, 2014
Alfonso VIII, el de las Navas
Hasta 1170, en que fue proclamado rey, Alfonso VIII padeció las luchas nobiliarias y las ambiciones de Navarra y León, reinos cristianos que se lanzaron sobre Castilla con mucha más furia que con los musulmanes. No sorprende que el primer objetivo de Alfonso VIII fuera recuperar los territorios arrebatados a su reino lo que logró en alianza con Aragón. En 1177, Alfonso VIII reconquistó Cuenca y durante los años siguientes fue desarrollando una política diplomática cuyo máximo exponente fue el tratado de Cazola de 1179 - Aragón y Castilla se repartieron el territorio por reconquistar cediéndose Murcia a Castilla a cambio de que el rey aragonés dejara de ser vasallo del castellano – el de Tordehumos, que abría el camino a la unificación de Castilla y León o la tregua de 1190 con los almohades. La situación cambió radicalmente cuando en 1195, los almohades procedentes del norte de África le asestaron una grave derrota en Alarcos. Imbuidos de un celo religioso y de una convicción absoluta, habían creado en apenas unos años un nuevo imperio islámico que se extendía a uno y otro lado del Estrecho. Dos años después de su victoria sobre Castilla, los invasores se hallaban en las cercanías de Toledo, Guadalajara y Madrid y nada indicaba que fueran a detenerse en su avance. Los propios musulmanes de Al Andalus – lo he relatado en mi novela El guerrero y el sufí – no estaban entusiasmados con los recién llegados, pero no tenían alternativa ante el empuje castellano. Alfonso VIII era consciente de que la Reconquista podía retroceder dos siglos, pero, a la vez, sabía que si combatía a los almohades, León y Navarra lo atacarían por la espalda. Para evitarlo, Alfonso VIII solicitó una bula papal de cruzada que impidiera la traición de los otros reinos cristianos. Del otro lado de los Pirineos llegaron incluso caballeros dispuestos a participar en la cruzada peninsular. Como había sucedido con otras cruzadas en Europa, la comenzaron asaltando las juderías ya que, puestos a matar infieles, siempre es más fácil atacar a los más indefensos. Los canallas siempre se cobran las vidas de mujeres, niños y ancianos aunque acaben, generalmente, por encontrar argumentos para intentar justificar lo injustificable. En eso, el ser humano no ha cambiado mucho con el paso de los siglos. He narrado el episodio en mi novela La batalla de los cuatro reyes. Baste aquí señalar que los caballeros castellanos defendieron a unos judíos a los que consideraban tan castellanos como ellos y que los guerreros venidos de Francia y Alemania respondieron marchándose a su tierra sin llegar a combatir a los almohades. Porque batalla hubo. En 1212, las fuerzas de Castilla a las que se sumaron contingentes de Aragón y Navarra derrotaron a los almohades en las Navas de Tolosa, una de las batallas más decisivas de la Historia de Occidente. Navarra, por cierto, colocaría las cadenas en su escudo en recuerdo de haber roto las que servían para fijar a los más feroces combatientes en torno a la tienda de En-Nasir. La verdad es que los primeros en quebrar las cadenas no fueron caballeros navarros sino soldados de municipios de Castilla que, por cierto, también colocaron en sus escudos el recuerdo de aquella gesta. Los invasores norteafricanos quedaron detenidos en aquel combate que pudo haber significado una derrota terrible para Alfonso VIII y Castilla consolidó el control sobre la Mancha apuntando a la Andalucía islámica. De hecho, de no haber sido por una epidemia que siguió a la victoria la Reconquista podría haber terminado más de un siglo antes. Pero Alfonso VIII no se limitó a la guerra. Fue también el fundador del Studium generale de Palencia, núcleo de la universidad y foco de cultura al que acudieron trovadores atraídos por la esposa del rey, que era hermana de Ricardo Corazón de León. Como tantos personajes decisivos – ya hablamos de Abd-ar-Rajmán III - no fue feliz. A las zozobras de los reinos limítrofes, de los almohades y de la enfermedad – incluso de fases depresivas que, posiblemente, venían de su infancia - se sumó su historia trágica con Raquel, su amante judía. Posiblemente fue la mujer a la que más amó y que también lo quiso, pero la sociedad que podía tolerar devaneos del rey con damas y villanas vio mal que se tratara de una hebrea y que, por añadidura, no sólo deseara estar con ella para disfrutar sexualmente. Fue el amor de su vida y como su vida estuvo cargado de acíbar. El papel de Alfonso VIII en la Historia de España fue decisivo, su destino personal resultó dramático.
Próxima semana: Fernando III el santo
Tienen ochenta años…
Casi con lo puesto, cruzó el Atlántico y comenzó de cero como si tuviera treinta años menos. Responde a mis preguntas con silencios y movimientos bruscos de cabeza. Acaba sincerándose. “¿Tu sabes que tengo a mis padres en España, verdad?”, suena su voz entrecortada. Asiento. “Ya sabes que no me sobra el dinero, pero les he dicho varias veces que se vinieran a vivir aquí…”, prosigue, “No han querido porque son muy mayores… y yo lo comprendo…”. Nueva pausa. “Hace unos días, les compré unos regalitos de cumpleaños - con más valor sentimental que otra cosa, no creas – y se los mandé por correo”. Respira hondo. “De verdad que no valían mucho. Más que nada era el detalle de que tuvieran algo mío…”. Las lágrimas le rebasan los párpados mientras los labios se le contraen en un rictus. “El caso es que me llama ayer mi padre para decirme que habían parado el paquete de correos en aduanas…”, continua con voz entrecortada. “¿En aduanas?”, pregunto sorprendido. “Sí”, reanuda el relato, “y le dicen a mi padre que tiene que pagar el IVA de los regalos, llevar una factura del contenido y además declarar su valor en la próxima declaración de la renta para tributar por ellos”. “¿¿¿Cómo???”, preguntó provocando las miradas de diez mesas a la redonda. “Tu sabes mi situación… voy tirando. Justo lo que no podía hacer en España. Les mandaba un colgante y unos gemelos y sobre esa miseria quieren que mi padre pague impuestos… pero ¿adónde está llegando España? Que tienen ochenta años… ¿Ni los regalos de su hija les pueden llegar sin que Hacienda les quite más dinero?”. Guardo silencio. Lo guardo mientras siento una rabia indescriptible que me corroe por dentro. Lo guardo porque si le cuento a mi amiga lo que va a pasar con los planes de pensiones, con los que tengan una vivienda desde hace más de veinte años o con el incremento ridículo de las cantidades percibidas por los jubilados, le puede dar un ataque de ansiedad. Lo guardo porque no le puedo decir que hay días en que pienso que uno de los propósitos de Montoro es que los jubilados, como cierto tipo de mamíferos, lleguen hasta los acantilados y se lancen desde ellos al mar en masa para que le salgan unas cuentas que no le pueden cuadrar porque está haciendo todo lo contrario de lo que debe y causando a España un daño que puede ser irreparable. Tengo que hacer un esfuerzo no pequeño para no romper a llorar yo también pensando que unos octogenarios hayan podido trabajar toda su vida para que, en el tramo final, reciban un mísero estipendio y se vean obligados a tributar incluso por un modestísimo regalo que les envía una hija que tuvo que irse a vivir al extranjero simplemente para poder mantenerse con su trabajo.
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