César Vidal's Blog, page 135

December 5, 2014

Oh, Happy Day!!!

​ Los que creen que el cristianismo es la pertenencia a una confesión religiosa concreta, el cumplimiento con una serie de ritos y ceremonias y la asunción de una serie de dogmas son numerosos, pero esa circunstancia no evita que estén profundamente equivocados. El cristianismo es esencialmente una relación personal con Dios, una relación que se establece a través de Jesús el mesías.

En el inicio de esa relación – que es totalmente consciente y que no comienza cuando uno es un bebé y le arrojan unas gotas de agua encima – se da un acontecimiento esencial y es que, mediante la fe, se acepta que la sangre del mesías nos lave de todo pecado. Es algo repetido en la Biblia hasta la saciedad porque ya Isaías había predicho que el siervo de YHVH ofrecería su vida como expiación por el pecado (Isaías 53), porque Jesús señaló que era ese siervo que pagaría con su muerte el rescate de muchos (Marcos 10: 45) y porque los primeros discípulos lo enseñaron una y otra vez destacando que ese sacrificio, lejos de repetirse como pretende alguna teología, se realizó una vez y para siempre (Hebreos 10: 11-13). Para los que hemos experimentado la inmensa e indescriptible alegría de recibir por la fe ese lavado de nuestros pecados ese día queda marcado como un día feliz, tan feliz que es imposible de detallar.



Eso precisamente lo que canta esta canción al afirmar que fue un día feliz aquel en que Jesús lavó mis pecados. He escogido dos videos uno en que canta Mahalia Jackson, y otro que es una versión en español cantada por Crystal Lewis. Pero lo importante no son las versiones sino si usted que me lee ha vivido alguna vez ese día feliz. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!





Y esta es Mahalia Jackson





Y aquí Crystal Lewis en español

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Published on December 05, 2014 22:55

December 4, 2014

Estudio Bíblico IX: Las ideas claves en la Torah

Una obra que, en realidad, es un conjunto de cinco libros redactados en períodos distintos de tiempo, cuya extensión es más que media y, sobre todo, que contiene material de una antigüedad muy considerable debería resultarnos casi por definición considerablemente lejana.

Ciertamente, ésa es la sensación que nos invade cuando leemos las fuentes mesopotámicas o egipcias e incluso cuando repasamos las obras de la mayor parte de los clásicos griegos o latinos muy posteriores a la Torah. En esos casos, ni siquiera la sensación de percibir algo sublime opaca el sentimiento de distancia que nos embarga. De hecho, hasta cuando los puntos de contacto parecen mayores, resulta obvio que aquellos hombres y aquellas mujeres se planteaban problemas y soluciones que, en la inmensa mayoría de los casos, para nosotros ni resultan interesantes ni nos parecen válidas.



Lo que uno descubre a medida que va avanzando en la lectura de la Torah es realmente muy distinto. Es cierto que sus normas relativas a los sacrificios o a las disposiciones alimenticias nos resultan distantes y en buena medida así eso mismo les sucede incluso a los judíos practicantes. Sin embargo, pese a esas matizaciones indispensables, lo cierto es que las líneas maestras de la Torah tienen una vigencia que nos golpea con la contundencia de un trallazo. En primer lugar, llama extraordinariamente la atención el alto concepto que la Torah tiene del ser humano. Mientras que en el s. XXi sigue siendo objeto de controversia si existen o no razas superiores o si determinadas legislaciones respetuosas de los Derechos Humanos pueden y deben aplicarse a todas las culturas; mientras que no pocas acciones políticas o sociales se fundamentan en la afirmación, a veces apenas encubierta, de la inferioridad de ciertos grupos humanos, la Torah afirma que el ser humano fue creado a imagen y semejanza de Dios y que, precisamente por ello, está llamado a ejercer su destino transformando la creación que le rodea. Lejos de ser un número o una estadística, cada hombre, cada mujer, prescindiendo de su cultura, de su raza o de su época, lleva impresa en si la imagen y la semejanza del Ser Supremo. Cuando alguien engloba a todos los componentes de un colectivo – por muy detestable que pueda ser el colectivo - en una masa informe a la que condena, desprecia o ridiculiza está escupiendo sobre el mismo rostro de Dios.



En segundo lugar, la Torah es poderosa y provocadoramente desmitologizadora en sus relatos. Para cualquiera que conozca mínimamente el carácter de los textos cosmogónicos y mitológicos de la Antigüedad (uno se atrevería incluso a decir que también de la época actual) no deja de ser refrescante la lectura de libros como Génesis o Éxodo. En el primero, las fuerzas de la Naturaleza, los astros o los animales no son dioses como en Mesopotamia y Egipto, como en Grecia y Roma, como en China o la India. Se reducen simplemente a ser elementos naturales creados por el único Dios y con los que el ser humano ha de enfrentarse quizá día a día, pero nunca en régimen de veneración. Los filósofos griegos condenados por afirmar que el sol no era sino una bola de fuego y no un dios, jamás hubieran sufrido ese destino en Israel.



En el segundo de los libros de la Torah, el Éxodo, esa desacralización alcanza también al poder político. El faraón podía ser considerado un dios por sus contemporáneos - de hecho, así era efectivamente - pero, en realidad, no pasaba de ser un mortal reconcomido en ocasiones por los peores defectos humanos y dispuesto para mantener su poder a hacer uso de la opresión y del genocidio. En su poder no había, por lo tanto, nada de sagrado sino más bien de diabólico. A partir de ese punto de partida, todo culto estatal - sea cual sea el carácter de éste - no puede ser calificado sino de perversidad e idolatría. Cuando además esa acción de gobierno pretende legitimarse para su opresión en lecturas de textos sagrados o supuestas promesas divinas, lejos de afirmar su derecho deja aún más de manifiesto su carácter verdaderamente satánico porque Dios no puede jamás legitimar ni respaldar el mal por mucho que se vista con ropajes religiosos.



No resulta en absoluto exagerado afirmar que la Torah está impregnada de un impulso tan colosal de desmitologización que llega a extremos de contraculturalidad y no sólo por lo que se refiere a las culturas donde transcurren sus relatos sino también en relación con las de cualquier época. El texto donde se narra la historia de Abraham nada más haber hecho referencia a la de la torre de Babel es, en si mismo, uno de los más vigorosos alegatos contra los afanes provocados por la soberbia del hombre y sus desastrosos resultados. Mientras los babelitas sueñan con llegar hasta el cielo y así hacerse un nombre, Abraham desprecia esa visión. Por el contrario, pone su vida en las manos de Dios y confía en que Éste actuará. Si en el primer caso asistimos a la brega que nunca puede satisfacer de los que se esfuerzan por dejar su huella en la Historia ; en el segundo, nos encontramos con aquel que ha decidido dejar la historia en manos de Su autor y esperar de Él el cumplimiento de las promesas. En un caso, el hombre se ve deshecho por su propia impotencia para alcanzar sus ambiciones ; en el otro, es consumido por un ideal que le llena de esperanza, que impulsa su existir y que da sentido a su vida.



En tercer lugar, la Torah, a diferencia de distintas corriente ideológicas y religiosas, presenta una visión buena del mundo material. Es consciente y así lo indica en Gen 3-4 de que el pecado del ser humano ha provocado una alienación de éste en relación con Dios, sus semejantes y el cosmos pero, a la vez, considera que, incluso dañado, este mundo conserva buenas cosas que ofrecer al hombre. No deja de ser significativo al respecto que el trabajo no sea considerado en el relato del Génesis como una consecuencia de la Caída - como algunos desconocedores del texto se empeñan en afirmar - sino como una actividad que el hombre llevaba a cabo incluso en su estado de felicidad prístina. Al fin y a la postre, el ser humano no ha sido llamado a la inactividad sino, por el contrario, a la realización de un trabajo en esta vida.



En cuarto lugar, la Torah lleva implícita una visión de la Historia y de la existencia particular de cada ser humano que dota a ambas de sentido. En ningún momento oculta sus aspectos negativos y, de hecho, en sus relatos nos encontramos con episodios que van desde el fratricidio a la violación pasando por el engaño, la opresión o la idolatría. Sin embargo, persiste la idea de que incluso en sus momentos más aparentemente absurdos, la existencia humana posee un significado que le proporciona su sentido. Abraham que abandona a su familia y su pais; Jacob que tiene que exiliarse; José que es vendido por sus hermanos y convertido en un esclavo constituyen todos ellos tipos de personajes aparentemente fracasados, pero a través de los cuales existe un hilo conductor que no es el del fracaso sino precisamente el de la consumación de un propósito que trasciende a los seres humanos.



Finalmente, la Torah es inmensamente importante por dos repercusiones religiosas - aparte del monoteísmo - realmente radicales. La primera de ella es que su legislación religiosa introduce unos elementos éticos que no solamente son sustanciales sino que además rebasan el área de las relaciones interpersonales para entrar en el terreno más complejo de lo social. Como en otros códigos religiosos, la Torah prohibe el adulterio y el hurto, el falso testimonio y el homicidio, la práctica de la homosexualidad y las lesiones. En eso quizá poco tiene de original. Sin embargo, junto con la insistencia en vedar la fabricación y el uso de imágenes para el culto, se caracteriza por un profundo sentido social que prácticamente resulta desconocido en las legislaciones hasta el s. XX. Llegaría a ser demasiado prolijo detenerse en esa cuestión, pero no deja de resultar impresionante como en los preceptos de la Torah, por ejemplo, se atiende de manera especial a los más desfavorecidos (huérfanos, viudad y emigrantes), se limita cronológicamente la duración de la esclavitud, se establecen leyes de cuidado del campo y de las bestias, se defiende la prohibición del préstamo usurario, se niega el carácter de propiedad privada de la tierra e incluso en un deseo de evitar el enriquecimiento escandaloso de unos a expensas del depauperamiento de otros se ordena el perdón total de las deudas y la devolución de la tierra inicialmente poseída a sus primitivos propietarios.



La segunda repercusión, tremendamente fecunda en términos de la Historia de las religiones, consiste en el hecho de que la Torah afirma que los pecados sólo pueden ser expiados mediante el sacrificio de un ser perfecto y sin mancha que encuentra la muerte en favor del pecador. Como señala el libro de Levítico : “la sangre hará la expiación” (Lev 17, 11). Realmente ningún ser humano puede pretender alcanzar la salvación por sus propios medios ya que todo depende de la benevolencia de Dios.





El Evangelio de Marcos



El significado del Reino (I): Vidas nuevas (Marcos 1: 16-20)



Tras señalar el contenido de la predicación inicial de Jesús, Marcos nos conduce inmediatamente al significado del Reino en lo que resta del capítulo 1. Por encima de todo, el Reino significa nuevas vidas porque se produce, por así decirlo, un cambio de lealtades que implica reconocer a Dios como soberano rey y seguir a su mesías-siervo.



No deja de ser significativo que Marcos coloque este primer episodio en un contexto que Pedro y los primeros discípulos conocieron muy bien, el de los pescadores. En aquella época, en el mar o lago de Galilea faenaban unos trescientos cincuenta barcos de tamaño más o menos semejante. Era lógico porque la dieta de los galileos de la zona era, fundamentalmente, pescado. La carne era prohibitiva salvo para algunas fiestas y otros exquisiteces ni siquiera podían plantearse.



La presencia del pescado en la vida cotidiana era tan grande que incluso se reflejaba en los topónimos de la zona. Betsaida significa, por ejemplo, casa del pescado y Tariquea no es otra cosa que el lugar del pescado seco.



La gente se ganaba la vida valiéndose de dos clases de redes, la conocida como saguene que era una especie de red que se lanzaba y arrastraba y el amfibléston que era una red más pequeña, como un paraguas, que se lanzaba al agua y se recogía. Ambas formas de pesca pueden observarse todavía en el mar de Galilea.



Las personas a las que se acercó Jesús eran gente común y corriente. No suele ser habitual esa conducta. Las autoridades religiosas gustan de alternar con políticos y reyes; existen movimientos religiosos que desde sus inicios se han dedicado a la captación de gente de relevancia y es más que sabido cómo la caza de fortunas o simplemente de herencias ha sido siempre un objetivo privilegiado de los dirigentes religiosos. No hay nada de eso en Jesús y queda claro en este primer relato. A decir verdad, da la sensación de que nadie ha querido tanto a la gente común y corriente, aunque fueran enfermos o pecadores, como Jesús.



Como era de esperar, Jesús se encontró a aquellas gentes trabajando - no es lo que uno espera de las castas privilegiadas, pero parece lo más razonable en los que han de mantenerse a si y a sus familias – y les ofreció una nueva vida diferente a la que habían tenido hasta entonces. Esa nueva vida giraría en torno a dos circunstancias:



1. Una relación personal: Jesús no invitó a la gente a formar parte de un club religioso, a afiliarse a una confesión religiosa o a constituir una asociación espiritual. Jesús invitó a la gente a mantener una relación personal con él, a seguirlo. No se trataba de entrar en un colectivo donde alguien que pretendiera representarlo marcara las pautas. Se trataba más bien de vivir en una relación íntima con él, la que sólo se puede tener cuando se le sigue. Donde no existe esa relación personal puede haber ritos, ceremonias y dogmas, pero no hay cristianismo.



2. Una tarea: la segunda circunstancia es que esa nueva vida iniciada mediante una relación personal con Jesús contaría con una tarea, la de pescar hombres para el Reino. Hasta entonces, aquellos pescadores habían llevado una vida normal: levantarse, trabajar, ganar algo de dinero, llevarlo a casa, comer… Muchas cosas no iban a cambiar, de hecho, seguirían siendo pescadores, pero el énfasis de su existencia sería otro porque su meta sería otra.



La vida del Reino no era un llamamiento a una existencia cómoda – no tardarían en comprobarlo – sino a invertir toda la vida en el Reino siguiendo al mesías-siervo y, como él, pescando a otras personas para ese Reino. Si alguien ha pasado por esa experiencia, como aquellos pescadores, seguramente será consciente de que ha dado los primeros pasos en el Reino, pero si no ha sido así… si no ha sido así, todavía está a tiempo de reorientar su existencia basándola en una relación personal con Jesús porque el tiempo se ha cumplido, el Reino se ha acercado, la conversión es posible y el ofrecimiento de creer en las Buenas Nuevas sigue vigente.



CONTINUARÁ

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Published on December 04, 2014 22:55

December 3, 2014

Isabel y Fernando, los Reyes Católicos

Como sucede con todos los grandes fenómenos históricos, el reinado de Isabel y Fernando ha sido objeto de valoraciones y juicios no sólo diversos sino incluso encarnizadamente contrapuestos. Para algunos, constituyó un paradigma de las bondades regias; para otros, un período especialmente siniestro… y sin embargo…

Sin embargo, todo está tan bien documentado como para que se puedan aceptar al mismo tiempo las luces y las sombras y, por supuesto, evaluar a los dos personajes. De Isabel sabemos que era inteligente, tenaz, valiente, piadosa e incluso con alguna inclinación al humanismo; de Fernando, que era taimado, carente de escrúpulos, tacaño y astuto. Sus luces también son innegables. Con ellos, España volvió a reunificarse tras casi ocho siglos de invasión islámica y división; la Reconquista quedó concluida con la toma de Granada; se reforzaron algunas de las bases del estado moderno que ya había colocado Alfonso X el sabio; se ejecutó una política matrimonial de alianzas internacionales; se afianzó la defensa del Estrecho frente a la amenaza islámica; se descubrió – sin imaginarlo – un nuevo continente donde se sigue hablando mayoritariamente el español y se realizó una estrategia de expansión en el Mediterráneo que consolidó el dominio hispano en el sur de Italia durante dos siglos. El balance es, desde luego, extraordinario. Las sombras también resultan difíciles de negar. Los Reyes Católicos establecieron la Inquisición en España; expulsaron a los judíos y tejieron la reunificación nacional no sobre el sentimiento nacional sino sobre la unidad religiosa; no dudaron tampoco en quebrantar su palabra cuando les pareció conveniente dándoles lo mismo que la víctima fueran los moros o Cristóbal Colón. De esa manera, sin poderlo saber, sembraron las semillas de problemas irresueltos a día de hoy. Con ser tantos sus logros, aún pudieron llegar a más como habría sido la inclusión de Portugal en España. No fue así, fundamentalmente, porque los hijos de los Reyes Católicos no tuvieron siempre la salud ni la potencia necesarias. No fueron pocos los que interpretaron esa desgracia dinástica – que culminó con la locura de su hija Juana – como un castigo divino por haber expulsado de España a los judíos. Pero ése es un juicio teológico que excede del análisis del historiador. La realidad constatable es que, como señalaría uno de sus sucesores Austrias, a ellos se lo debieron todo.



Próxima semana: El Gran Capitán

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Published on December 03, 2014 22:55

Racismo USA: de la esclavitud a la “acción afirmativa”

​ No son pocos los historiadores que han considerado que la esclavitud fue el pecado original de los Estados Unidos. Los puritanos carecieron de esclavos y los cuáqueros se opusieron encarnizadamente a la institución excomulgando incluso a aquellos de sus miembros que tuvieran esclavos.

Con todo, tan encomiable actitud no fue seguida de manera uniforme. Los Padres fundadores eran contrarios a ella e incluso Franklin formó parte relevante de una sociedad abolicionista, pero, finalmente, no se atrevieron a desarraigarla de la joven nación. Quizá, de manera paulatina, hubiera podido desaparecer, pero el invento de la desmotadora de algodón la convirtió en especialmente reantable. Así, durante décadas fue ocasionando un conflicto tras otro hasta desembocar en la terrible guerra de Secesión (1861-5). Sabido es que en el curso de la misma, el presidente Lincoln decretó el Acta de emancipación, sin embargo, a pesar de la abolición de la esclavitud, de las enmiendas constitucionales impulsadas por el partido republicano y de la indescriptible dureza de la Reconstrucción (1865-1877), el fruto del racismo no quedó desarraigado. Las cifras de un reciente estudio publicado a inicios de este año señalan que el 49 por ciento de los varones negros son arrestados antes de cumplir los 23 años frente al 22 por ciento de blancos y el 26 por ciento de hispanos. Así, sus posibilidades para encontrar trabajo, recibir una educación y participar en la vida de sus comunidades se ven seriamente dañadas. No sorprende que en términos de ingresos, los negros se encuentren detrás de recién llegados como los hispanos y los asiáticos. Que semejante circunstancia obedece, siquiera en parte, a prejuicios hacia la población negra y a las condiciones de vida es algo difícil de negar. De hecho, las mismas actitudes hacia el presidente Obama se deben tanto al deseo de unos de conjurar los demonios del racismo para siempre como a la aversión que provoca en otros – por mucho que lo nieguen – que un negro haya llegado a la Casa Blanca. Que en las conversaciones en la calle se hable del jefe de estado como “presidente Obama” o como “el negrito” o “el mulato” es bien revelador. Con todo, los avances han sido continuos desde los años treinta. F. D. Roosevelt mediante su Orden ejecutiva 8802 prohibió la discriminación racial en la industria de defensa. Truman impulsó la Orden ejecutiva 9808 que tenía como misión acabar con la discriminación racial mediante la legislación federal de manera que, en 1947, la segregación racial había concluido en las fuerzas armadas. Al año siguiente, el funcionariado federal quedó también abierto a los negros en pie de igualdad. El republicano Eisenhower era partidario de que la lucha contra la discriminación quedara en manos de los estados – algo que significaba mantenerla en el sur – y hubo que esperar a otro presidente demócrata, JFK, para continuar la lucha contra el racismo. Kennedy estableció en 1961, en virtud de la orden ejecutiva 10925, la discriminación positiva que recibió el nombre de “acción afirmativa” aunque sin sistema de cuotas. Pero eso era lo que ya pedían algunas organizaciones negras que veían bien la ausencia de discriminación, pero deseaban empleos. Pronto Lockheed, Boeing y General Electric anunciaron que darían puestos elevados a negros para hacerse con contratos estatales. La ley de Derechos civiles impulsada por el demócrata L.B. Johnson en 1964 impuso el final de la segregación racial en todos los negocios de cara al público al igual que en servicios como escuelas, hospitales, bibliotecas o parques. La situación era imparable y en 1969, el republicano Nixon impulsó la famosa Philadelphia Order que no implantaba cuotas, pero sí exigía de los contratistas una “acción afirmativa”. El sistema de cuotas en algunas partes de Estados Unidos casi vendría por si solo lo que unido a una clara jurisprudencia significó el final del racismo institucional. A pesar de todo, la acción afirmativa no parece haber solucionado los problemas sino agudizarlos. Clarence Thomas, un miembro negro del tribunal supremo, se ha opuesto frontalmente a la “acción afirmativa” al considerar que crea una “cultura de la victimización” y que implica que los negros “requieren un tratamiento especial para tener éxito”. No faltan tampoco los que señalan que esa acción positiva ha creado clientelas que viven de los impuestos de todos y ha relajado el deseo de no pocos negros por avanzar. Supuestamente, esas circunstancias habrían mantenido a buena parte de las poblaciones negras en una situación inferior no por racismo sino por apoltronamiento de los beneficiarios. La realidad es que todas estas visiones, sesgadas y parciales, sirven para alimentar los propios prejuicios. Mientras los racistas culpan a los negros de los males propios y ajenos, incluidas las subidas de impuestos – una tesis muy difícil de sostener - no pocos negros consideran que el racismo sigue presente incluso en los tribunales y que buena parte de la sociedad los discrimina. Quizá lo único que sea innegable es que medidas como la discriminación positiva suelen tener efectos contraproducentes y que el racismo, como cualquier prejuicio, no se erradica a golpe de legislación.

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Published on December 03, 2014 03:18

December 1, 2014

El incombustible Ángel Gutiérrez

Hace aproximadamente dos años, desde el diario La Razón lanzaba yo un grito en petición de ayuda para el Teatro de cámara Chéjov de Madrid. Su director, Ángel Gutiérrez, me había contado cómo la crisis y la subida de impuestos estaban estrangulando su sala amenazando con el cierre.

Para los que no lo sepan, Ángel Gutiérrez es una de las figuras más extraordinarias del teatro español de los últimos cincuenta años. Niño de la guerra, educado, reconocido y premiado en la URSS donde colaboró, entre otros, con Tarkovsky, decidió en los años setenta regresar a la patria de la que se había marchado, literalmente, bajo las bombas. Para los que soñaban con el triunfo de utopías de izquierdas, Gutiérrez era incómodo ya que venía de la principal y no dudaron en hacerle la vida imposible. De aquel acoso, logró zafarse creando una sala excepcional, el Teatro de cámara Chejov, ubicado cerca de la calle Atocha. Los que asistimos a sus funciones somos testigos de que sumaban originalidad, meticulosidad y creatividad. Pero la crisis económica provocada por ZP y la presión fiscal de Montoro eran dos monstruos excesivos. Durante un tiempo, Gutiérrez confió en que la Comunidad de Madrid – que lo había condecorado – podría ayudarlo, pero no tardó en darse cuenta de lo vana que era la esperanza. Dicho sea de paso, a esas alturas yo estaba más que convencido de la vaciedad de la esperanza, pero no quise darle a Ángel un disgusto adelantándoselo. Luego antiguos colaboradores suyos lo echaron de la sala. Finalmente, una universidad privada se interesó por su obra. Me cuenta Ángel que la entidad educativa – de corte piadoso para más agravante - se aprovechó para quitarle el teatro abusando de su ingenuidad. Los artistas pocas veces son buenos gestores y no resulta muy complicado engañarlos. En su vileza, incluso le despojaron del logotipo, una gaviota chejoviana que para él en especial había diseñado un artista ruso. Cualquiera se habría hundido por el peso de los reveses, de la enfermedad y de los años. Gracias a Dios, no ha sido el caso de Ángel Gutiérrez. Secundado por actores fieles como los inefables Germán y Checa a los que he contemplado siempre con enorme agrado, me entero de que ha logrado recuperar al menos la gaviota y que, ahora como Teatro Chéjov a secas, vuelve a representar Las noches blancas de Dostoyevsky y El oso chejoviano en el Centro ruso de Madrid de la calle Atocha n. 84. Demuestra por enésima vez que es incombustible y esa circunstancia me llena de alegría. Sin embargo, no puedo impedir que los ojos se me empañen. El caso de Ángel Gutiérrez confirma por enésima vez que España puede ser pavorosamente ingrata con los mejores, esos mejores que tienen razones sobradas para lamentar haber vuelto o para no regresar jamás.

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Published on December 01, 2014 22:51

November 30, 2014

La caída de Hagel

Algunos lo señalan como la primera víctima de la victoria republicana en las últimas elecciones legislativas. En realidad, el hecho de que Chuck Hagel haya dejado de ser el secretario de defensa de Estados Unidos implica repercusiones mucho mayores.

​ Hagel ha sido siempre, desde muchos puntos de vista, un republicano clásico, es decir, de los anteriores a la era de Bush hijo. Pudo no ir a Vietnam dado que era estudiante universitario, pero se presentó voluntario y de la guerra – donde alcanzó el grado de sargento – se trajo dos corazones púrpura entre otras condecoraciones. Demostró un especial talento para el mundo de la empresa y de ahí dio el salto a la política con un programa clásicamente republicano: impuestos bajos, fe en el libre mercado, defensa de los valores familiares y prudencia en política internacional. El lobby gay le tenía declarada la guerra, pero también el denominado lobby pro-Israel que es diferente de los lobbies judíos. Hagel no tuvo empacho en decir que no era “senador de Israel sino senador de los Estados Unidos”, pero, con todo y con abogar por la existencia de un estado palestino, mantuvo el respeto de los lobbies judíos entre los que tuvo grandes defensores y también del estado de Israel al ser considerado un hombre ecuánime y un amigo sincero. Hagel apoyó la Patriot Act, pero sólo por un tiempo determinado de tal manera que no erosionara el cuadro de libertades. No menos contundente fue al pronunciarse en contra de la guerra de Irak a la que definió en un libro publicado hace pocos años como uno de los cinco mayores fracasos de la Historia de Estados Unidos. Siempre estuvo convencido de que Afganistán e Irak podían convertirse en algo mucho peor que Vietnam y que la presencia militar en esa área del globo iba directamente en contra de los intereses nacionales de Estados Unidos. También insistía con firmeza – se supone que los republicanos odian el gasto público injustificado – en que había que reducir el presupuesto militar y amoldarlo a las verdaderas necesidades. Obama lo nombró secretario de defensa porque deseaba dar una imagen de colaboración con el partido republicano y necesitaba salir de Afganistán. Finalmente, el presidente – que ha bombardeado siete naciones en cinco años – no ha podido soportar la visión independiente y notablemente certera de un Hagel partidario de salir del avispero de Oriente Medio y de centrarse en los problemas nacionales. Con seguridad, no es una pérdida sólo para Estados Unidos sino para el mundo.

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Published on November 30, 2014 23:00

La Reforma indispensable (XXIV): El proceso Lutero (V): de la fuga a Eck:  la Disputa de Leipzig (I)

De la llegada de Miltiz al inicio de la Disputa.

La política de acercamiento del pontífice al elector Federico se puso claramente de manifiesto en la misión que llevó a cabo el agente papal Carlos von Miltitz. Dotado de una notable ambición diplomática y de un elevado concepto de si mismo, von Miltitz era un alemán italianizado que, en apariencia, estaba especialmente bien dotado para su comisión. Miltitz llegó a la corte del Elector cargado de regalos papales. De entrada, varios hijos bastardos de Federico iban a ser legitimados en virtud de sendas dispensas papales. Además, el pontífice le otorgaba la Rosa de oro, una distinción verdaderamente extraordinaria. Por si fuera poco, von Miltitz aseguró al elector que tanto el papa como el cardenal Accolti habían emitido algunas opiniones bastante negativas acerca de Tetzel y de Prierias, enemigos ambos de Lutero. A cambio de aquel despliegue de halagos papales, se esperaba que el elector respaldara la política del papa en relación con el sucesor del emperador Maximiliano. En otras palabras, los asuntos espirituales podían esperar frente a la situación política del papado. Lutero se entrevistó varias veces con Miltitz en Altenburg, pero no se dejó engañar por el estilo de su interlocutor. Sin embargo, aceptó la idea de mantenerse apartado de cualquier controversia siempre que sus oponentes actuaran de la misma manera. Miltitz prometió entonces lograr la intervención de un mediador más imparcial como el arzobispo de Salzburgo o el obispo de Tréveris. En un intento de facilitar la correcta comprensión de sus opiniones, Lutero redactó una breve declaración donde salía al paso de las acusaciones de que la enseñanza de la justificación por la fe era un llamamiento a olvidar las buenas obras. El texto incluía un párrafo bien revelador: “No he pasado por alto las buenas obras. Sólo he afirmado que, al igual que el árbol ha de ser bueno antes de poder dar buen fruto, de la misma manera el hombre ha de ser hecho bueno por la gracia de Dios, antes de hacer lo bueno”.



Y entonces, intervino un teólogo llamado Juan Eck.



Cuando todavía corría el año 1517, Juan Eck, un antiguo amigo de Lutero, vano, violento y amigo de la bebida, hizo circular un virulento ataque contra las Noventa y cinco tesis. El agustino se sintió profundamente herido por el episodio, pero no respondió. En realidad, quién salió en su defensa fue Carlstadt, uno de los seguidores de Lutero. En respuesta, Eck lo desafió a una disputa pública, aunque lo cierto es que deseaba enfrentarse con Lutero. Así, durante los meses siguientes, en que se preparaba el encuentro que sería conocido como la disputa de Leipzig, se desencadenó un enfrentamiento por escrito de enormes consecuencias.



Hasta aquel entonces, la línea de argumentación de Lutero se había sustentado de manera esencial en las Escrituras y se había centrado en las doctrinas de la gracia y en determinados problemas pastorales. Sin embargo, a esos aspectos se iban a sumar otros. De una manera casi casual, en sus Resoluciones, Lutero había sugerido que en la época de Gregorio I, la iglesia romana no estaba por encima de las otras iglesias (non erat super alias ecclesias). Eck aprovechó esta declaración ciertamente de pasada para formular la duodécima de una serie de tesis que publicó contra Lutero y Carldstadt y que afirmaba: “Negamos que la iglesia romana no fuera superior a las otras iglesias en la época de Silvestre, sino que reconocemos que aquel que tiene la sede y la fe del bienaventurado Pedro siempre ha sido el sucesor de Pedro y el Vicario de Cristo”.



Aquella afirmación provocó que Lutero se lanzara a un estudio intensivo de la Historiade la Iglesia y del derecho canónico cuyos resultados no se hicieron esperar. No mucho después afirmaba:





“Que la iglesia romana es superior a todas las iglesias está ciertamente demostrado por los decretos promulgados por los pontífices romanos durante los últimos cuatrocientos años. Pero este dogma eclesiástico es contrario a las Historias comprobadas de 1100 años, a la enseñanza sencilla de la Divina escritura y al decreto del concilio de Nicea, el más sagrado de los concilios”.





Según Lutero, ciertamente, el desarrollo del poder papal había sido excepcional en los últimos cuatro siglos, pero la Biblia no hacía referencia alguna a la iglesia de Roma más allá de la carta enviada por Pablo y el decreto del concilio de Nicea dejaba de manifiesto que el papel del papa había sido mínimo en el mismo a diferencia de lo sucedido con los obispos orientales. Sin embargo, aquello era sólo el comienzo.



Durante la Edad Media, había sido habitual fundamentar el poder papal en una serie de documentos falsos a los que se denomina convencionalmente como “fraudes píos”. Esos textos incluían desde las pseudos-decretales a la Donación de Constantino, un texto en el que, supuestamente, el emperador entregaba al obispo de Roma los territorios pontificios, pero, que, en realidad, era un falsificación. El inicio del estudio histórico-crítico durante el Renacimiento había puesto de manifiesto la falta de autenticidad de estos textos canónicos lo que se había traducido, entre otras circunstancias, en un cuestionamiento del poder papal. Lutero había sido ajeno hasta ese entonces a estos aspectos históricos, pero ahora descubrió, por ejemplo, la obra del humanista Lorenzo Valla que, en 1440, había demostrado definitivamente que la Donatio Constatini era una falsificación. En la actualidad, esa circunstancia no reviste especial relevancia, primero, porque casi nadie sabe qué es la Donatio; segundo, porque el papa ha abandonado los planes mantenidos durante siglos de ampliar territorialmente los Estados pontificios y, tercero, porque el católico medio tiene una capacidad de metabolizar la Historia de su iglesia verdaderamente prodigiosa. Sin embargo, a finales del s. XV e inicios del s. XVI, el descubrimiento del fraude tuvo consecuencias fáciles de entender en la medida en que indicaba que la Santa Sede no había tenido escrúpulo alguno en perpetuar un engaño con la única finalidad de legitimar su poder político. El descubrimiento afectó también a Lutero. El 13 de marzo, cuando se hallaba inmerso en el estudio de las decretales, llegó a escribir:





“Y, dicho sea entre nosotros, no sé si el papa es el Anticristo mismo o tan sólo su apóstol, por la manera tan terrible en que Cristo, i. e., la Verdad es maltratado y crucificado por él en las decretales”.



Por lo tanto, meses antes de que tuviera lugar la disputa de Leipzig, las posiciones estaban claramente definidas. Eck era un indudable defensor del poder papal, mientras que, en el caso de Lutero, las dudas sobre la institución habían avanzado extraordinariamente hasta hallarse cerca de considerarla una entidad verdaderamente perversa.



CONTINUARÁ:



La Reforma indispensable (XXV): El proceso Lutero (VI): de la fuga a Eck: la Disputa de Leipzig (II): la Disputa y sus consecuencias

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Published on November 30, 2014 00:30

November 28, 2014

Joshua Fit the Battle of Jericho

Sé con casi absoluta seguridad que fue la primera canción góspel que escuché y que me dejó fascinado. No debería yo tener más de cinco o seis años, pero aquel sonido incomprensible para mi que concluía con un “Jericho, Jericho” me subyugó.

​Por cierto, era la versión con la que les dejo hoy. Cuando volví a oírlo algunos años después ya sabía yo lo que había sucedido en Jericó porque lo había leído en la Biblia. No sólo eso. Había empezado a captar el significado espiritual del episodio. Es sencillo. En nuestra vida, Dios nos ofrece en no pocas ocasiones una bendición. Esa bendición, sin embargo, a menudo está colocada tras poderosos muros. Son los muros del prejuicio, los muros del orgullo, los muros de la tradición, los muros del pecado, a fin de cuentas. Ante esa situación son muchos los que se desaniman, son presa del desaliento y se vuelven atrás sin recibir lo que hubiera podido ser relevante para su existencia. La canción – y la historia bíblica – es un canto de aliento y ánimo frente a esas situaciones. Los muros con los que chocamos son imposibles de expugnar en apariencia, pero más elevadas fueron las murallas de Jericó. Si Josué logró salvar semejante obstáculo, sí lo hizo fue porque confió en Dios. Eso mismo desearía dejar este sábado en el corazón de los que lean este post. Tu muro, tu muralla, tu pared pueden parecer imposibles de superar, de remontar, de vencer. Bien. Quiero decirte que no es así. Confía en Dios para salvar ese – o esos – obstáculo. Lo conseguirás. No serás el primero. Josué lo dejó de manifiesto ante los muros de Jericó, los que se desplomaron cuando tuvo fe en Dios.





Y aquí está el Golden Gate Quartet

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Published on November 28, 2014 23:00

Estudio Bíblico VIII: La Torah (V): Deuteronomio; y El Evangelio de Marcos (VI)

El último libro de la Torah, Deuteronomio, constituye una repetición de las leyes mosaicas al pueblo de Israel que, una generación después de su salida de Egipto, se encuentra a punto de entrar en la Tierra prometida.

​Los capítulos 1-4 constituyen una recapitulación de la historia de Israel en los años de peregrinación por el desierto. Los capítulos 5-6 repiten los Diez Mandamientos y contienen una clara exhortación en favor de cumplir las leyes y los estatutos divinos. En esta sección se incluye la famosa Shemá, que no es sino la primera palabra en hebreo de la fórmula que afirma “Escucha, Israel: YHVH nuestro Dios, YHVH es uno” y que constituye un auténtico epítome de la fe de Israel.



Los capítulos 7 al 26 recogen a continuación un código de leyes que incluye desde leyes dietéticas (Deu 14) a normas sociales (Deu 15) o disposiciones sobre las fiestas (Deu 16) o la castidad (Deu 22). Resulta interesante ver cómo esas normas difieren bastante de interpretaciones posteriores. Por ejemplo, el diezmo (Deuteronomio 14: 22 ss) no era sobre dinero sino sólo sobre productos de la tierra y se distribuía en ciclos de tres años. El primer año, el diezmo se convertía en dinero y era gastado en el disfrute familiar ante Dios (14: 22-26); sólo el tercero, el diezmo se entregaba para mantenimiento de los levitas y para atención a los menesterosos (14: 28-29). Los capítulos 27 y 28 están redactados siguiendo el modelo de los pactos existentes en la época de Moisés - lo que constituye un argumento en favor de la historicidad del libro - en los que se anuncia la recompensa del que guarde lealtad al Pacto y el castigo del que lo desobedezca. La última sección de Deuteronomio (capítulos 29-34) está formada por los últimos discursos de Moisés, la designación de Josué como su sucesor, el Cántico de Moisés, la bendición pronunciada por éste sobre Israel y el relato sobre su muerte y sepultura.



Para leer:


Deuteronomio 6. El gran mandamiento de la Torah
Deuteronomio 10: 12-22. Las exigencias de Dios para con Israel
Deuteronomio 14: 22-29. El diezmo
Deuteronomio 28. Las consecuencias de la obediencia y de la desobediencia


El Evangelio de Marcos (VI): la predicación del mesías-siervo (Marcos 1: 14) (IV): ¡¡¡¡Creed en la Buena noticia!!!!



El último elemento de la predicación original de Jesús fue la exhortación a creer en el Evangelio o Buena noticia. ¿Qué implicaba exactamente esa Buena noticia?



En primer lugar, que era precisamente eso: un anuncio de buenas noticias que es lo que significa exactamente la palabra “Evangelio”. Ciertamente, el hecho de que el tiempo hubiera llegado, de que el reino de Dios se acercara y de que se podía cambiar de vida constituían elementos esenciales de ese anuncio alegre y gozoso.



En segundo lugar, que con el Reino llegaba también la salvación. Es notable la cantidad de veces que Jesús utiliza en el Evangelio la expresión “tu fe te ha salvado” – tendremos ocasión de verlo en las próximas entregas – y, ciertamente, esa posibilidad de salvación era una excelente noticia.



En tercer lugar, esa salvación no deriva de nuestros méritos ni de nuestras obras. A lo largo de la Historia siempre han existido jerarquías sacerdotales – su presencia es innegable en el paganismo antiguo y en el moderno – que pretenden tener la llave de la salvación exclusiva. Por supuesto, aparte de someterse a sus órdenes y costear sus gastos, se supone que los adeptos han de realizar una serie de obras y ceremoniales que les permiten obtener esa salvación. Nada más lejos de la enseñanza de Jesús. La moneda perdida o la oveja extraviada se salvan porque la mujer o el pastor van a por ellas (Lucas 15). Por si mismas, jamás habrían podido regresar al bolsillo de su dueña o al aprisco del que habían salido. De manera semejante, el que bajó justificado del templo no fue el fariseo entusiasmado con sus obras y méritos sino el publicano que reconocía que sólo Dios, un Dios misericordioso, podría salvarlo (Lucas 18: 9 – 14). A decir verdad, cualquiera que sostenga que la salvación deriva de las obras y los méritos propios se coloca frontalmente en contra de la predicación de Jesús y demuestra no haberla entendido.



En cuarto lugar, esa salvación no es un regalo barato de Dios. Por el contrario, el Nuevo Testamento enfatiza que implicaba la muerte expiatoria del mesías-siervo. Así lo había señalado Isaías en el capítulo 53 del libro profético que lleva su nombre y así lo indicó Jesús en el versículo central del Evangelio de Marcos (10: 45) donde subraya que el mesías había venido para servir y dar su vida en rescate de muchos. Lo que era gratis para el ser humano, había costado muy caro a Dios, concretamente la vida del mesías-siervo.



En quinto lugar, ese don de Dios sólo puede ser recibido a través de la fe, pero no comprado ni adquirido mediante ceremonias u obras de otro tipo. Así se desprende de la historia del centurión (Lucas 7: 9), de la de la mujer enferma (Marcos 5: 34), de la de la siro-fenicia (Mateo 15. 28) o de la del ciego Bartimeo (Mateo 10: 52), que, entre otras, dejan de manifiesto esa realidad. Naturalmente, para aquellos que identifican – porque así se lo han malenseñado durante siglos – que la fe es asumir mentalmente ciertos dogmas esto es incomprensible, pero es que ignoran lo que es la fe en la Biblia, una confianza que extiende la mano para recibir lo que el Señor da. Y eso también es buenas nuevas: extiende la mano para recibir lo que Dios quiere darte gratuitamente.



En sexto lugar, lo que Jesús espera de las gentes no es que realicen ritos o que se dediquen a las obras que les ordena el clero de turno. Lo que espera es que, si han decidido convertirse, si por fe han recibido la salvación, si han reconocido que no tienen méritos propios, lo sigan. Se trata de algo que no sólo es Buena noticia sino un inmenso privilegio y



En séptimo lugar, una predicación distinta de ese Evangelio de gracia que sólo puede recibirse a través de la fe, pero nunca ganar por nuestras obras o méritos es “otro” Evangelio que debe rechazarse. Pablo llegó a escribir a los gálatas que si alguien predicaba ese evangelio diferente – aunque, ciertamente, no lo era – era anatema, es decir, debía ser rechazado (Gálatas 1: 6-10). El mismo había resumido ese evangelio con afirmaciones como “Concluimos pues que el hombre es justificado por la fe sin las obras de la ley” (Romanos 3: 28) o “el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe en Jesús el mesías, nosotros también hemos creído en Jesús el mesías, para ser justificado por la fe en el mesías y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado” (Gálatas 2: 16).



Ésta y no otra es la predicación de Jesús, una predicación que bien merece el nombre de Evangelio o Buena Nueva



- porque llega a lo más profundo de las necesidades del hombre y no pretende someterlo a una jerarquía eclesiástica sino liberarlo de ella



- porque indica que todo es fruto del amor de Dios que ofrece una salvación gratuita al que desee recibirla a través de la fe y



- porque invita a entrar ya y ahora en el Reino de Dios llevando una nueva vida.



Viendo la predicación de Jesús y contrastándola con otras puede darse cualquiera cuenta de hasta qué punto recibe un mensaje cristiano o tan sólo un sucedáneo, es decir, lo que Pablo llamó “otro” evangelio.





CONTINUARÁ



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Published on November 28, 2014 00:49

November 26, 2014

Fernando de Rojas, el autor de la Celestina

La Historia oficial suele verse desmentida no pocas veces por la literatura de calidad. Ésta, quizá no la niega, pero la complementa con otra realidad diferente.

​ Uno de los ejemplos más extraordinarios de ese fenómeno lo constituye La Celestina, una obra concebida para su representación teatral y convertida en la novela de varias generaciones dentro y fuera de España. De ella dijo Cervantes que era un libro divino aunque hubiera resultado deseable que ocultara más lo humano. Había razones. Su autor, Fernando de Rojas, pertenecía a una de las familias que, procedentes del judaísmo, se habían visto obligadas a abrazar el catolicismo en el siglo terrible que fue desde los pogromos de 1391 – un tercio de la población judía asesinada y otro tercio forzado al bautismo – a la expulsión de 1492. Su padre fue quemado por el Santo Oficio y su suegro, procesado. Él mismo se vio sumido en un proceso para evitar que la Inquisición se quedara con buena parte de sus bienes. Para españoles como él, las grandes empresas patrias tenían poca relevancia en la medida en que se imponía la supervivencia. Su mayor interés era no despertar la envidia de sus vecinos – las instrucciones de Rojas a su familia son bien reveladoras – y pasar casi desapercibidos en un mundo hostil. En La Celestina, Rojas contó no la España oficial sino la del desengaño y la búsqueda de un presente menos insoportable. Sus protagonistas no creían ya - ¿se puede creer tras ser coaccionado para ello? – e intentaban únicamente encontrar válvulas de escape a la necesidad y la angustia. De manera reveladoramente actual, éstas eran el dinero y el sexo y los símbolos para expresar esa zozobra fueron una vieja prostituta convertida en medianera – y símbolo apenas oculto de la iglesia católica, la institución más importante de la época - dos amantes enloquecidos, algunas prostitutas y truhanes diversos. No puede sorprender que su obra fuera universal. En todos los tiempos y lugares, hay quien ansía que lo dejen vivir en paz en medio de la asfixiante ortodoxia oficial. Cuestión aparte es que lo consiga.



Próxima semana: Isabel y Fernando, los Reyes Católicos

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Published on November 26, 2014 23:03

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César Vidal
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