César Vidal's Blog, page 131
January 13, 2015
Ida
Precisamente por ello, resulta especialmente llamativo cuando una película decide romper con tabúes y exponer temas que se han mantenido ocultos porque nadie deseaba pensar en ellos. Es el caso, sin duda, de Ida, una película polaca dirigida por Pawel Pawlikowski.
La Historia de Polonia durante la Segunda guerra mundial tiene, al menos desde 1944, una versión oficial que nadie se ha atrevido a cuestionar porque, en no escasa medida, interesaba a todos. Católicos y comunistas, exiliados y judíos, estaban de acuerdo en presentar a Polonia como una víctima de la ambición hitleriana – algunos añadirían que de la stalinista – que se habría defendido heroicamente frente al invasor y que habría sido fundamentalmente mártir y noble. La versión - ¿hay que decirlo? - es radicalmente falsa. No se trata sólo de que Polonia se vio favorecida injustamente tras la I Guerra mundial con un pedazo de Alemania sino que además desarrolló una política altivamente estúpida frente a Hitler que se sustentaba en el supuesto apoyo que recibiría de Estados Unidos y de Gran Bretaña y Francia y que tuvo terribles consecuencias. Ni siquiera la resistencia o la vida en el ghetto de Varsovia estuvieron libres de miserias y bajezas escalofriantes recogidas por sus propios protagonistas. No sorprende que haya dos tipos de episodios que se han ocultado durante décadas porque dejaban en pésimo lugar a los polacos de distintas religiones. Nos referimos tanto al antisemitismo de corte católico de los polacos – más feroz si cabe que el de los alemanes según no pocos judíos- y a los denominados Zydokomuna o judíos que tuvieron un papel más que relevante en el partido comunista polaco, en general, y en su aparato represivo, en particular.
Ambas situaciones innombrables hasta ahora aparecen recogidas en Idaporque Ida no es sino una joven que, a punto de profesar como monja, es informada de que procede de una familia judía desaparecida durante el Holocausto y de que tiene un familiar vivo, una tía. Antes de convertirse, pues, en monja se le ofrece la posibilidad de visitar a su pariente.
De la manera más inesperada, Ida – que ha vivido toda su existencia en un convento – descubrirá que los católicos polacos no tuvieron el menor problema en asesinar a sus compatriotas judíos – dicho sea de paso y también en quedarse ocasionalmente con los niños que luego no aparecieron y que acabaron siendo el tema de algunos de los peores encuentros entre la Santa Sede y distintos rabinos después de 1945 – pero también descubrirá que los judíos insertos en el aparato del partido comunista practicaron una represión sanguinaria y despiadada no sólo con los prisioneros de guerra alemanes sino con sus compatriotas. No es poco despertar para una joven que ha vivido sin sobresaltos toda su vida y que aspiraba en sólo unos días en dar el paso decisivo para no abandonar ya el convento.
No voy a destriparles la película porque va en contra de mis principios, pero sí debo recomendarles esta cinta sencilla, en blanco y negro, sin grandes pretensiones y, a la vez, muy valiente porque se atreve a señalar dos heridas mal cerradas de las que los polacos prefieren no hablar.
Ignoro que será de este director de cine. Me consta que hace unos años, un historiador polaco descubrió que en un pueblo donde la mitad de la población que era judía había sido exterminada no por los nazis sino por los católicos polacos se vio obligado a exiliarse y que su libro se ha convertido en una obra maldita y muy difícil de encontrar en Polonia. Espero que no le suceda lo mismo a Pawlikowski, pero ya se sabe que contar la verdad no suele salir barato y uno de los pagos más habituales es el exilio incluso en los sistemas democráticos.
Sobre ‘Mahoma, el guía’
January 11, 2015
Hoy volvemos a la radio
Como es sabido de ustedes, mi trabajo en ese programa es totalmente gratuito y pro bono y, por añadidura, asumo los gastos de los colaboradores. Aunque no se trata de pequeño sacrificio, mientras pueda, lo seguiré haciendo, fundamentalmente, por responsabilidad moral. Este es un año electoral decisivo y – mucho me temo – los medios se inclinarán ante los poderes políticos y fácticos a la espera de recibir alguna recompensa que les permitan mantenerse abiertos. Desde La Voz – por eso de que no recibimos dinero de las instituciones ni de los partidos ni de los sindicatos ni de confesiones religiosas ni de ningún otro poder fáctico - intentaremos seguir lanzando luz mientras podamos pagar a los colaboradores. Si un día no fuera ya posible, echaremos el cierre y daremos gracias a Dios por el tiempo que duró. Hasta que llegue ese momento, seguiremos contando lo que nadie cuenta. Pocas veces habrá sido más necesario.
Hace apenas unas horas, volví a percatarme de lo necesario de este empeño, dure lo que dure. El responsable fue el nunca suficientemente bien considerado Miquel Rosselló. El viernes, me envió una entrevista radiofónica de Javier Rubio emitida en Periodista digital. La he escuchado con enorme interés. Pueden matizarse una o dos cosas, pero Javier realiza una disección del mundo de los medios en España que resulta absolutamente irrefutable. Siento en lo personal que, cuando ambos estábamos en LD, no me contara cosas que yo ignoraba y que relata en esta entrevista. Por ejemplo, yo me marché a Es.Radio convencido de que LD era independiente y Javier señala rotundamente que siempre hubo, por el contrario, una excesiva dependencia del poder político. Seguramente es cierto, pero yo no me enteré y él no me lo dijo, quizá porque pensaba que Federico me tendría al corriente. Si así fue no pudo equivocarse más porque Federico contaba lo que le parecía bien y lo que le parecía bien sobre algunas cuestiones era mantenerlas totalmente en secreto. En cualquier caso, no le reprocho nada a Javier porque nada hay que reprocharle. Se supone que la gente se entera de la realidad de un panorama antes de entrar en él. No ha sido mi caso en varias ocasiones porque más de una vez he confiado en gente que no se lo merecía y que luego ha terminado lo mismo en la más negra caverna religiosa que en el trapicheo impresentable con el poder o en la imposición radical del silencio para no molestar a los anunciantes. En todos y cada uno de tan lamentables casos, creí que la independencia era un criterio fundamental para luego descubrir que lo relevante era sacar tajada, mayor o menor, en el reparto. Ahora me explico la animosidad de ciertos sujetos hacia mi y muchas otras cuestiones indudablemente de mayor relevancia. Personalmente, no tengo interés alguno en volver a caminar por ninguno de esos vericuetos en lo que me queda de vida. Lo hice cuando creí en algunas personas y entidades mucho más de lo que se merecían. A estas alturas de mi vida, por lo menos esas ya no me engañan y mi compromiso, como siempre, sigue vinculado a la Verdad y la libertad.
Si desean escuchar información y opinión totalmente libre, veraz e independiente, los espero hoy, lunes 12 de enero de 2015, en las emisoras, a uno y otro lado del Atlántico, de Radio Solidaria y, por supuesto, en internet. Abajo les dejo el enlace con la entrevista, verdaderamente iluminadora, aunque no apta para ilusos, de Javier Rubio. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
La Reforma indispensable (XXXI): El proceso Lutero (X): La Dieta de Worms (II): Lutero ante la Dieta
El plazo fijado para la retractación había expirado y Lutero era declarado hereje obstinado y excomulgado. Todos los lugares por los que pasara se verían sometidos a las penas de entredicho y suspensión. Además, los que se manifestaran como partidarios suyos quedarían condenados a las mismas sanciones. La bula debía ser publicada por todos los obispos y las órdenes religiosas debían colaborar en su publicación y cumplimiento. Quince días después, un breve del papa invitó al emperador a publicar la sentencia y proceder a su ejecución.
El padre Glapión, confesor del emperador, intentó mediar una vez más tratando de entrevistarse con el Elector, pero Federico no consideró que mereciera la pena recibir al clérigo y lo desvió hacia Brück, su canciller. Como ha señalado, el dominico Olivier, Glapión fue muy claro en su exposición. Había leído con entusiasmo los primeros escritos de Lutero y, personalmente, estaba convencido de que tenía razón, pero su libro La cautividad babilónica de la iglesia había cegado la vía para su causa. Si se retractaba de ese libro, había posibilidad todavía de remontar la situación. La respuesta de Brück no fue menos terminante. Glapión podía no encontrar objeciones a las opiniones primeras de Lutero, pero lo cierto era que la bula de excomunión había sido firmada antes de que Lutero escribiera La cautividad… y condenaba precisamente esas tesis. No existía, pues, razón para pensar que con una simple retractación de esa obra fuera a cambiar nada. Así, se lo comunicaría Glapión a Carlos.
Por su parte, el emperador, una vez más, había decidido dejar todo en manos de Aleandro – que tenía la bula desde el 10 de febrero y que, precisamente, había sido el personaje que había sugerido al papa que dictara los últimos documentos de condena – y le pidió el martes de carnaval que, al día siguiente, se dirigiera a la Dieta.
El discurso de Aleandro, pronunciado el 13 de febrero con el respaldo del emperador, duró tres horas. En el mismo, el nuncio no ahorró calificativos hasta el punto de que llegó a comparar a Lutero con Mahoma. Pero toda la disertación fue en latín y, posiblemente, esa circunstancia fue sufrida por no pocos de los presentes como una penitencia. Por si fuera poco, a pesar de la longitud de la exposición de Aleandro, el discurso no discutía ninguna de las afirmaciones de Lutero ni tampoco respondía a ninguna de sus críticas. A decir verdad, se limitaba a señalar que el único problema espiritual existente era la enseñanza del agustino que debía ser extirpada con la mayor energía. Lo cierto es que no sorprende que no fuera acogido ni lejanamente con entusiasmo.
Cuatro días después, estaba preparado un edicto que allanaba el imperio a los deseos del papa. Aleandro pretendía con este texto no sólo que se obedeciera a la Santa Sede sino que Lutero cayera en la provocación e, irritado por las concesiones de Carlos, lo atacara. Sin embargo, no se salió con la suya. Por un lado, Lutero no dio respuesta al texto y, por otro, la oposición que provocó aquella medida resultó extraordinaria. Para la mayoría resultaba obvio que el monje podía tener o no razón, pero no era de recibo que se le condenara sin haber disfrutado del derecho a defenderse de las acusaciones que se habían formulado contra él. La forma en que, finalmente, se conciliaron el deseo de respetar la legalidad germánica y el del emperador de complacer al papa resultó verdaderamente salomónica.
El 22 de febrero, la Dieta había decidido convocar a Lutero y el 2 de marzo, tras un encuentro entre los príncipes y el emperador, éste accedió a escuchar al agustino. Así, la invitación formal con valor de salvoconducto firmada por el emperador se cursó el 6 de marzo. Sin embargo, en paralelo, el 8 de marzo estaba listo un edicto para secuestrar y quemar los escritos de Lutero que se publicó el 26 de marzo. Ese mismo día, de manera bien significativa, un heraldo imperial, expresamente enviado a Wittenberg, entregó a Lutero en persona la invitación de Carlos.
En apariencia se había contentado a ambas partes. Sin embargo, la realidad resultaba muy diferente. A pesar de la victoria que implicaba el que Carlos ordenara la destrucción de los escritos de Lutero, el hecho de que éste tuviera el camino abierto para llegar a la Dieta significó una gran derrota para el nuncio Aleandro. Sin embargo, no puede decirse que le cogiera de sorpresa. A decir verdad, sus cartas de la época constituyen una fuente extraordinaria de información sobre lo que había sido su calvario de los meses anteriores. Primero, había contemplado la hostilidad con que se había recibido la bula en las ciudades alemanas. En algunos casos, tanto él como Eck – que, de manera vergonzosa, había llegado a añadir el nombre de sus enemigos al texto de bula para poder así ejecutar venganzas personales - habían logrado que la bula se anunciara, pero, generalmente, para descubrir que al día siguiente los carteles habían sido sustituidos por escritos antipapales. Aleandro había recurrido entonces a la panoplia habitual de la diplomacia vaticana que iba desde la persuasión a la utilización de argumentos espirituales pasando por la mentira y el soborno - había corrido nuevamente el rumor de que se le había ofrecido a Lutero un capelo cardenalicio todo ello sin éxito. En sus misivas, el nuncio deploraba que ninguno de esos recursos servía de nada, como tampoco el que continuamente lanzara injurias sobre Lutero llamándolo “este Mahoma”, “este Arrio” o este “hijo de Satanás”. Al final, como señalaría a sus superiores: “Toda Alemania está completamente sublevada. Nueve décimas partes levanta el grito de guerra de “¡Lutero!”, mientras que la consigna de la otra décima parte que es indiferente a Lutero es “Muerte a la curia romana””.
El papa León X no parecía, a pesar de las medidas que había firmado, especialmente inquieto. En clara contradicción con su conducta de los años anteriores, había enviado, eso sí, una carta a Carlos afirmando que daba gracias a Dios por haber concedido a la iglesia un emperador como él. Sin embargo, mientras Aleandro se había enfrentado con la amarga realidad, el pontífice se distraía asistiendo al carnaval de Roma. Bajo su ventana del castillo de Sant´Angelo, se había levantado un escenario para una representación que se iniciaba con la oración de una mujer dirigida a la diosa Venus. Acto seguido, venía la historia de unos ermitaños que acababan despojándose de sus hábitos para combatir entre si para conseguir que Amor les entregara a una fémina. Se puede pensar lo que se quiera de lo oportuno y decoroso del espectáculo bajo las ventanas papales, pero poco puede dudarse de que León X no perdía el sueño por lo que estaba sucediendo en Alemania.
A decir verdad, es muy posible que en aquellos momentos fuera Aleandro el único que se diera cuenta de que estaba comenzando una nueva época y de que la Santa Sede no se percataba ni lejanamente de la gravedad de la situación. Sin embargo, incluso su propia preocupación distaba mucho de ser espiritual. Como ha señalado, el estudioso católico Lortz, Aleandro estaba enfocando el problema desde una perspectiva política y diplomática, pero no espiritual. Al respecto, resulta reveladoramente llamativa su nula entrega a la oración. Sin duda, se trataba de una conducta como mínimo chocante en un hombre que, supuestamente, estaba llevando a cabo una tarea de corte trascendente y no puede negarse que contrastaba de manera poderosa con la seguida por la del monje al que pretendía aniquilar.
El comportamiento de Lutero en esa época se encuentra extraordinariamente bien documentado. En primer lugar, sabemos que estaba totalmente decidido a mantener la controversia en el ámbito de lo espiritual por más que sus enemigos recurrieran al poder político o que personajes como Hutten o Von Sickingen le ofrecieran el respaldo de sus espadas. Bajo ningún concepto, y en eso su posición era diametralmente opuesta a la de Aleandro, iba a consentir el agustino que se mezclaran una causa espiritual con otras humanas. El 4 de noviembre de 1520, cuando los acontecimientos difícilmente podían resultarle más adversos escribió:
“Si el Evangelio fuera de tal naturaleza que pudiera ser propagado o preservado por los poderes de este mundo, Dios no se lo habría confiado a pescadores”
Unas semanas después, el 16 de enero de 1521, añadía:
“Lo que Hutten busca, ya lo ves. Me niego a combatir por el Evangelio con la fuerza y la matanza. Con la Palabra, el mundo es ganado, y por ella la Iglesia es preservada, y por ella la Iglesia será restaurada”
En segundo lugar, la conducta de Lutero se caracterizaba por una fe extraordinaria. Semejante circunstancia le impulsaba a actuar con una notable intrepidez en un mundo donde personajes de la talla de Erasmo no dudaban, por mero temor, en dar marcha atrás a toda una trayectoria de décadas. Por supuesto, el reformador era consciente de que no contaba con un respaldo político que le permitiera salir indemne de Worms. Sin embargo, aquellos problemas de extrema gravedad los consideró secundarios en comparación con el cumplimiento de su deber, con la obediencia que debía al Evangelio y con la sumisión que mantenía para con Cristo. El 19 de marzo de 1521, señalaba de manera meridianamente clara:
“Si (el emperador) me llama a Worms para matarme, o a causa de mi respuesta, para declararme enemigo del imperio, me ofreceré para acudir. Porque no voy a huir, si Cristo me ayuda, ni abandonaré la Palabra en este contexto”
Semejante valentía resulta aún más destacada cuando se tiene en cuenta que no era compartida por la gente que lo rodeaba, incluidos sus simpatizantes. El Elector, por ejemplo, tenía dudas – y no le faltaban razones – acerca de si sería sensato que Lutero compareciera ante la Dieta. Incluso Von Sickingen y Hutten acabaron aceptando la tesis de Glapión de que era mejor que el agustino no hiciera acto de presencia en Worms. Era cierto que el emperador había otorgado un salvoconducto, pero también Huss había disfrutado de un documento similar para concurrir al concilio de Constanza y esa circunstancia no había evitado que ardiera en la hoguera. ¿Qué razón había para pensar que Lutero iba a tener mejor suerte? En teoría, ninguna, pero Lutero estaba dotado de una fe que sólo puede inspirar un profundo amor hacia Cristo y había decidido acudir aunque en ello le fuera la vida. Así, escribió a Melanchton el 7 de abril, “entraré en Worms bajo mi capitán, Cristo, a pesar de las puertas del infierno”. Justo una semana después, dejaba de manifiesto la misma actitud en una carta dirigida a Spalatino, “Voy, mi Spalatino, y entraremos en Worms, a pesar de las puertas del Infierno y de los poderes del aire”.
Constituiría un grave error el pensar que Lutero era un irresponsable o ignoraba el peligro que estaba corriendo. Por el contrario, sabemos que la presión psicológica que experimentó durante esos días resultó enorme dado que era más que consciente de la conclusión que podía tener todo. Por añadidura, la gente cercana a él no dejaba de indicárselo. Sin embargo, tampoco esa circunstancia lo apartó de su camino. Como reconocería años después, cuando el 26 de marzo llegó a Wittenberg el legado imperial Sturm y le preguntó si no prefería volverse atrás dado que se había iniciado la quema de sus libros, Lutero tembló, pero decidió que debía seguir adelante. La fe prevaleció sobre el temor natural hasta el punto de que, según confesión propia, “cuando fui a Worms, si hubiera sabido que había tantos demonios dispuestos a abalanzarse sobre mi como tejas en los tejados, alegremente me hubiera movido en medio de ellos” Después de años, el Caso Lutero iba a ser escuchado.
CONTINUARÁ: La Reforma indispensable (XXXII): El proceso Lutero (XII): La Dieta de Worms (III): el juicio
January 10, 2015
Go Tell It on the Mountains
En aquella época, bajo el influjo del Vaticano II, en las misas decidieron mejorar un poco el aspecto musical y como la música católica buena brillaba por su ausencia – a lo más que llegaban era a algunas canciones de Ricardo Cantalapiedra y de Kiko Argüello - con bastante sensatez, se dedicaron a echar mano de los himnarios protestantes y, especialmente, de los negro spirituals. Al igual que había sucedido con otros negro spirituals, la adaptación no era ninguna maravilla, pero la canción era muy buena.
Años después ya tuve posibilidad de oírla en versión original. Comprobé entonces que se trataba de una composición sencilla y profunda a la vez. Era una invitación alegre y gozosa para decir en todas partes que Jesús había nacido. Yo he escogido para que la escuchen una versión casi acariciadora de Dolly Parton.
Para ser sincero, no se me ocurre anuncio más oportuno, necesario y bello. Porque no se trata sólo de una canción alegre sino de una manifestación serena de esperanza. El mundo puede yacer en una situación deplorable. Las perspectivas pueden dibujarse desalentadoras. El panorama puede resultar deprimente. Pero aquel que conoce a Jesús no debe dejarse anegar por esa situación. Por el contrario, tiene que sentir que más que nunca su deber es subirse a la montaña más alta y gritar que todavía queda esperanza y futuro por que el mesías ya vino. Así es para todo el que decida aceptarlo semejante regalo con fe. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
Aquí está Dolly Parton
January 9, 2015
Estudio bíblico XII. Los libros históricos (I): Josué
El primero de estos libros es Josué. En él se recoge no sólo la vida de Josué, el sucesor de Moisés, sino, fundamentalmente, la toma de la conquista prometida tal y como Dios había prometido a los patriarcas. Puede comprenderse que cuando un texto describe el establecimiento de un pueblo en una tierra y el desplazamiento de otros resulta muy fácil extraer del mismo una lectura nacionalista que incluso sirva para legitimar cualquier acción en el presente. Resulta fácil, pero no es ni honrado, ni justo ni armónico con la voluntad de Dios. Al respecto, el libro de Josué es muy claro.
1. De entrada, la conquista de la tierra no se produjo porque los israelitas tuvieran un derecho a poseerla indiscutible e incondicional. A decir verdad, como señala el libro de Génesis 15: 16, los israelitas sólo entrarían en la tierra no cuando ellos quisieran sino cuando “hubiera llegado a su límite la maldad de los amorreos”. En otras palabras, eran un instrumento del juicio de Dios y se beneficiaban de él, pero la Historia no se escribía en beneficio de Israel.
2. No deja de ser significativo que cuando Josué preguntó al jefe de los ejércitos de Dios si estaba con Israel o con sus enemigos, aquel se limitara a decir que “no” (Josué 5: 13-15). Mala respuesta para un nacionalista, pero lógica desde la perspectiva de Dios porque Este dista mucho de alinearse con un ejército frente a otro.
3. Incluso aceptando que Israel era el instrumento de Dios en ese momento histórico y que en este pueblo Dios estaba cumpliendo Sus promesas a los patriarcas, semejantes circunstancias no eximían a Israel de vivir de acuerdo con las normas dadas por Dios. El caso de Acán descrito en el capítulo 7 no puede ser más evidente. Cuando el pueblo de Israel no vive de acuerdo con las enseñanzas recibidas, cuando se deja guiar por la codicia, cuando incurre en el pecado – aunque sea oculto – no puede esperar bendición alguna sino el amargo sabor del fracaso.
Si algo muestra el libro de Josué es que Dios cumple Sus promesas y lo hace en aquellos que en Sus Escrituras meditan día y noche siendo valientes para obedecer (Josué 1: 7-9), pero que no concede preferencia a nadie por mucho carnet espiritual que ostente. Quizá ahí se encuentra la clave de por qué Israel no conquistó toda la tierra (Josué 13), el que no pensara que eran sus méritos los que le habían merecido las victorias. Como le había dicho Dios a Moisés, Israel debía recordar que su padre había sido sólo un “arameo a punto de perecer que había descendido a Egipto” (Deuteronomio 26: 5 ss). Como tendremos ocasión de ver, cuando Israel recordó que nada merecía y que todo lo debía a la generosidad inmerecida de Dios su trayectoria fue dichosa porque era la adecuada. Cuando, por el contrario, se consideró con derecho a quebrantar las leyes morales porque era Israel su destino siempre fue, más tarde o más temprano, el desastre.
Lecturas recomendadas: Josué 1: 5-9; Josué 5; Josué 6; Josué 7; Josué 23.
El significado del Reino (IV): Compasión (capítulo 1: 29- 31)
Los que hayan seguido las entregas previas ya se habrán percatado de que el Reino predicado por Jesús no tiene precisamente muchos puntos de contacto con los reinos de este mundo. La compasión es uno de los puntos de marcada diferencia. No me voy a detener en el hecho de que quizá a alguno le llame la atención que Pedro tuviera suegra, pero no debería sorprenderle que estuviera casado como, de hecho, lo estuvieron los obispos durante el siglo I (I Timoteo 3: 1-5). Cuestión aparte es que los que se dicen sucesores de Pedro luego hayan hecho todo lo contrario que él, pero el pescador estaba casado y su suegra estaba enferma. Sigamos con el relato de Marcos.
La reacción de Jesús al saber que la suegra de Pedro estaba enferma fue la de atenderla. Reprendió la fiebre que la aquejaba y curarla. Puede parecer natural, pero lo cierto es que Jesús podía haberse dedicado a hablar del futuro de Israel con Pedro o a desarrollar la exégesis de un pasaje bíblico o a contar una parábola, pero el Rey-mesías prefirió atender a una enferma.
No puedo decir que esta sea la lista de prioridades no sólo de muchos de los que se ganan la vida en un reino u otro sino incluso de quienes afirmar ser cristianos. A decir verdad, parece que cuanto más lejos estén algunas personas de sus semejantes – sobre todo, si padecen - más importantes resultan. Si se acercan es sólo para recibir la adoración de unas gentes con las que jamás intercambiarían unas frases o a las que escucharían con atención porque sufren. Jesús fue todo lo contrario y eso indica lo que es verdaderamente el Reino. No es un monarca que es llevado en silla gestatoria o en automóvil oficial. Es el rey que, antes de cualquier otra cosa, ejerce la compasión hacia el que la necesita.
CONTINUARÁ
January 7, 2015
España frente al islam
No es el caso de esta obra mía titulada España frente al islam: de Mahoma a Bin Laden, pero merece la pena recuperarla ahora que la amenaza terrorista se ha cebado otra vez en contra de la libertad de expresión en un país vecino. Escribí el libro porque estaba convencido – sigo estándolo – de que cuando una nación no conoce su Historia acaba dando vueltas y vueltas como el burro en la noria. Es el caso de España, sin duda, alguna y como me dolía entonces, me duele ahora. En aquel libro, bastante extenso, por cierto, desmontaba yo la solemne majadería de la convivencia idílica entre las tres religiones y dejaba de manifiesto hasta qué punto España lleva siglos siendo nación de frontera frente al islam. En sus últimas páginas, incluso me permitía señalar peligros reales para la España actual y cómo debían conjurarse. El libro tuvo un éxito extraordinario y las ediciones se sucedieron una tras otra y a muy buen ritmo durante más de un año. Aznar se hizo eco de él en una conferencia en Estados Unidos – lo que provocó la cólera de Tussell en El País cuando ya estaba moribundo y a punto de sumirse en el olvido más absoluto - y, como era de esperar, hizo aullar a más de un profesor universitario que temió – vaya usted a saber por qué – que si se publicaban libros así podían restringirse las subvenciones que cobraban los difusores del embuste de la tolerante España medieval. Incluso hubo uno de estos - ¿los llamamos docentes? – que escribió un largo artículo intentando sembrar la alarma a causa de mi libro. En su conjunto, el texto de aquel sujeto era deplorable – calificarlo de rebuzno ofendería a los mismos asnos – pero, sobre todo, dejaba de manifiesto el miedo a la verdad. Como argumento fundamental en mi contra señalaba que el EGM atribuía a mi programa de radio tres cuartos de millón de oyentes diarios y resultaba intolerable que alguien con semejante proyección social no difundiera los embustes políticamente correctos sobre el islam. Le parecía mal a él que aspiraba algún día a vivir plenamente de mis impuestos. Ahí, lamentablemente, estaba la clave de todo.
El atentado de Francia es relevante no sólo por que es una acción terrorista o porque venga inspirado por el islam. Es fundamentalmente importante porque Occidente se ha rendido a los lobbies y, por esa cobardía miserable e interesada, es responsable de la sangre derramada por los liberticidas. Desde hace décadas, la libertad está más que amenazada en las sociedades democráticas y lo está porque en las aulas, en los medios de comunicación y en las instituciones personas sin principios más allá que el de su beneficio han aceptado someterse a todo tipo de presiones a cambio de contraprestaciones. Los centenares de miles de vascos y catalanes que han abandonado su región de origen porque los nacionalistas respectivos los han obligado de manera más o menos sutil; los medios de comunicación que callan o falsean porque hay que conservar la publicidad institucional o privada; los complejos editoriales que no desean colisionar con el poder sino amigarse lo más posible con él y, por lo tanto, falsean los premios literarios y arrojan a determinados autores a las listas negras; las genuflexiones ante los más diversos lobbies porque nadie desea ver dañada su carrera política o su imagen mediática son sólo algunos ejemplos de cómo la censura o el exilio son realidades que, no por negadas, han dejado de existir en nuestra sociedad.
Hace unos años, los islamistas lograron que todo el mundo se arrodillara ante ellos por unas caricaturas que consideraron ofensivas y que habían aparecido en un medio escandinavo. En lugar de reaccionar como los editores que publicaron al unísono Los versos satánicos de Salman Rushdie, los occidentales se comportaron como cobardes en la mayoría de los casos. Yo mismo no logré que el embajador de la nación escandinava víctima del ataque islamista dijera una sola frase para mi programa. Lo mismo había sucedido en otros medios porque su nación, ejemplar por tantas cosas, tenía miedo. Ahora queda de manifiesto que están tan crecidos que ya ni siquiera les importa recurrir a la violencia. Saben que hay necios integrales que encontrarán alguna justificación al horror; saben también que hay gente en los medios, en la universidad y en las instituciones que señalarán con el dedo a los defensores de la libertad para infamarlos y eliminarlos y saben que la sociedad, en términos generales, es asustadiza y no ama la libertad.
Han pasado años. España frente al islam es un libro descatalogado – lo que me hace pensar que debe aparecer en formato electrónico cuanto antes – aquel docente puede que sea titular de universidad siquiera por su servilismo frente a lo políticamente correcto y yo, como tantos otros españoles, me he visto obligado a vivir en el exilio. Sin duda, son tres circunstancias menores cuando se piensa en lo que ha retrocedido la causa de la libertad. Sinceramente no creo que deje de retroceder mientras todos ustedes, más allá de las discusiones de café y de las protestas contra la pésima situación del país, no contribuyan a ella de manera realmente activa. Como en el caso de España frente al islam, dicho queda. Como en el caso de España frente al islam, me temo que el tiempo me dará la razón.
Acerca de Mahoma
January 6, 2015
Volviendo a Juan de Valdés
De todos es sabido que la Expulsión de los judíos tuvo pésimas consecuencias en el desarrollo ulterior de la Historia de España. La intolerancia religiosa, la identificación de la nacionalidad con una religión concreta y el desprecio hacia el trabajo, el comercio y la empresa iban a marcar negramente los siglos siguientes. Sin embargo, en buena medida, todas estas circunstancias negativas hubieran podido verse revertidas de no haber tenido lugar el gran drama español de la Edad Moderna: la extirpación de la Reforma protestante. En una nación en que la unidad religiosa fue enseñada como un valor esencial – quizá incluso como el valor esencial – la historiografía se guardó muy mucho de hacer referencias al protestantismo hispano. Menéndez Pelayo lo abordaría en el s. XIX simplemente para considerarlo un fenómeno patológico y extraño al alma española. Por otro lado, incluso los autores no incursos en esa especie de ortodoxia histórica católica no prestaron atención a un segmento social cuyo eje de acción y pensamiento había sido fundamentalmente religioso. Sin embargo, la Reforma existió en España, dio frutos sazonados y de repercusión internacional y su extirpación final tuvo – y tiene - consecuencias profundamente nefastas para la nación. No es éste el lugar para hacer una Historia, por muy resumida que sea, de la Reforma en España. Sí resulta, sin embargo, obligado dejar constancia de uno de los primeros exponentes de la Reforma española que fue el conquense Juan de Valdés. Aunque se ha discutido mucho sobre su origen familiar hoy ha quedado establecido fuera de toda duda que era judío tanto por la rama paterna como por la materna. Incluso un tío materno, Fernando de la Barreda, fue quemado por la Inquisición por ser un judío relapso. Es muy posible que precisamente esa circunstancia que lo ubicaba en una posición de segunda dentro de la sociedad fuera una de las razones que le llevaron desde muy joven no a intentar profundizar en la fe judía de sus antepasados sino en la línea de reforma popular que había surgido al abrigo de las medidas adoptadas por Cisneros. Por desgracia para la iglesia católica, la reforma cisneriana – como previamente la llevada a cabo por Isabel la católica – había fracasado estrepitosamente en la medida en que sólo había afectado, y de manera muy superficial, a un número limitado de clérigos.
En los autos del proceso inquisitorial de Pedro Ruíz de Alcaraz, por ejemplo, se hace referencia a que Juan de Valdés era uno de los que asistían a las reuniones que se celebraban en domicilios particulares con la finalidad de leer y estudiar la Biblia. Contaba en aquel entonces con unos trece o catorce años lo que explica, por ejemplo, que no se le citara posteriormente para testificar en el proceso mencionado. La edad resulta, por otro lado, muy indicativa. Juan de Valdés era un joven que sentía inquietud - o al menos interés - por el terreno espiritual cuando apenas había salido de la infancia. Ese interés había encontrado además pronto cauce no en las manifestaciones mayoritarias de tipo religioso que se vivían entonces en el seno del catolicismo sino en un estudio directo, sencillo, casi diríamos que familiar, de las Escrituras. Se trataba de una conducta que resultaría definitiva en la configuración de la Reforma protestante.
En noviembre de 1526, Juan - cuyo hermano Alfonso era un convencido erasmista que había hallado su lugar en la Corte del Emperador Carlos V- se encontraba en Alcalá de Henares. No era casual su paradero y, posteriormente, Valdés dejaría de manifiesto un conocimiento nada superficial tanto del griego como del hebreo, las dos lenguas de la Biblia. Además en la universidad seguía existiendo un foco de erasmismo de enorme relevancia. Tal circunstancia no debería extrañarnos si tenemos en cuenta que Erasmo, con posterioridad, había sostenido un programa de reforma muy similar al de Cisneros: educación, reforma de las costumbres especialmente en el seno del clero, enseñanza de las Escrituras en lengua vernácula y regreso a la Biblia como fuente de doctrina y conducta. El holandés no era, por lo tanto, un innovador sino alguien que a posteriori confirmaba lo acertado de las tesis del cardenal.
En esta época Valdés leyó una de las obras más emblemáticas de Erasmo, el Enchiridion Militis Christiani. La obra se publicó por primera vez en España en 1526, dejó de imprimirse a partir de la edición sevillana de 1550 aparecida en pleno ardor de las guerras de religión y - resulta significativo - no volvió a ser reeditada, esta vez por Dámaso Alonso, hasta 1971. La edición por parte de una editorial católica no se produciría, sin embargo, en España ¡hasta 1995!
La lectura de Erasmo, el estudio de la Biblia, la experiencia con los grupos relacionados con Alcaraz y, según sabemos ahora, el conocimiento de algunos opúsculos de Lutero cristalizaron en el caso de Valdés en una obra que se publicó el 14 de enero de 1529 en la imprenta de Miguel de Eguía en Alcalá. Nos referimos a su Diálogo de doctrina cristiana. La sencillez de la obra aún sigue causando sorpresa en los que acceden a ella. Presentada como un diálogo entre tres personajes: Eusebio, un hombre que desea aprender la verdadera fe cristiana ; Antronio, un cura ignorante que expresa buen número de juicios de católicos de a pie tan poco versados como él y un Arzobispo que va aclarando las diversas cuestiones. El Diálogo pasa revista a cuestiones como el Credo, los mandamientos, los pecados, las virtudes, los dones del Espíritu Santo, el Padrenuestro y la Escritura concluyendo con una traducción del Sermón del Monte, los capítulos quinto, sexto y séptimo del Evangelio de Mateo. De la iglesia, por ejemplo, se afirma no que debe identificarse con una jerarquía o un conjunto de dogmas sino más bien que “es un ayuntamiento de fieles, los cuales creen en un Dios padre y ponen toda su confianza en su hijo y son regidos y gobernados por el Espíritu Santo que procede de entambros”(1). La definición es totalmente neotestamentaria y, precisamente por ello, encaja con la teología protestante.
Por si fuera poco, en el capítulo de las lecturas recomendables, Erasmo no es objeto de crítica - ni siquiera moderada - e incluso se dice de él: “vos leed y estudiad en las obras de Erasmo y veréis cuan gran fruto sacáis” y además la Biblia no es presentada como una de las fuentes de revelación –que fue la doctrina católica posteriormente consagrada en el concilio de Trento- sino que se la señala como única regla de revelación y de conducta : “Leed en la Sagrada Escritura, adonde declara Dios en esto su voluntad en muchas partes, y haced conforme a lo que leyereis”.
Finalmente, y esto resulta casi subversivo en una España basada en la pureza de sangre y en el concepto de la honra, se contrapone ese aspecto medular de la ideología de la primera España a otro de más honda raigambre cristiana: “la honra del cristiano más debe consistir en no hacer cosa que delante de Dios ni de los hombres parezca fea, que no en cosa ninguna mundana ; porque esa honra que vos decís que sostenéis, es camino del infierno”. Al fin y a la postre, lo que Valdés sostenía era una reforma en virtud de la cual la iglesia no fuera contemplada como una jerarquía sino como el conjunto de los fieles definidos no tanto por su adhesión a unos dogmas o a unas prácticas rituales cuanto por su sumisión a Dios; la fe cotidiana se sustentara no tanto en los mandatos eclesiásticos cuanto en la Biblia, y la honra no fuera un concepto basado en la sangre o en la posición social sino en una conducta ejemplar cuyo paradigma fuera la enseñanza evangélica.
De manera bien significativa, y al igual que Lutero, Valdés recuperaba la doctrina neo-testamentaria de la justificación por la fe que chocaba con la idea de una salvación por los propios méritos sustentada por la visión católica. A fin de cuentas, el joven autor, en realidad, venía a reproducir el mismo esquema que Pablo de Tarso había trazado en su carta a los Efesios: “Porque sois salvos por la gracia, por medio de la fe ; y esto no es algo que venga de vosotros, sino que es un don de Dios ; no por obras, para que nadie tenga jactancia. Porque somos hechura suya, creado en Jesús el mesías para buenas obras, que Dios preparó de antemano para que camináramos en ellas”(2:8-10)
El Diálogo - y es comprensible - fue leído profusamente por toda España. No deja de ser significativo que Sancho Carranza de Miranda, inquisidor de Navarra, encontrara que la obra estaba adornada de tantas cualidades que compró varios ejemplares para regalar a sus amigos. La suya no fue una postura excepcional. Desde personas del más elevado rango eclesial a gente del pueblo llano, la obra de Valdés llamó la atención de todos aquellos - no pocas veces predicadores - que creían en una reforma de la iglesia que no implicara necesariamente el recurrir a las armas ni tampoco el embarcarse en guerras allende los Pirineos, en una renovación que no significara negar el pasado pero tampoco seguir novedades de dudosa solidez, y en una iglesia en la que desaparecieran las barreras derivadas de prejuicios de sangre o de status social, una desgracia que España arrastraba como una verdadera maldición desde los Reyes Católicos.
En 1529, Valdés se convirtió en objeto de un proceso inquisitorial del que salió bien parado gracias a la intervención decidida de los erasmistas alcalaínos dispuestos a defenderse frente a una ola creciente de intolerancia contrarreformista. El mismo Erasmo le felicitó en una carta escrita desde Basilea el 21 de marzo de 1529 por haber logrado escapar de los peligros derivados de la publicación del Diálogo. Sin embargo, sólo había sido un respiro en medio de una batalla cada vez más encarnizada. A inicios de 1531, Juan de Valdés supo que se estaba instruyendo un segundo proceso inquisitorial contra él. La respuesta de Valdés fue rápida y, desde luego, acertada: huyó de España.
En agosto de 1531, Juan de Valdés ya se encontraba en Roma. Se trata de un dato que conocemos por una carta que el día 26 de ese mes Juan Ginés de Sepúlveda dirigió a su hermano Alfonso de Valdés y en la que se comentaba el hecho. Muy posiblemente, su llegada a la capital italiana se había producido varias semanas antes. Durante unos meses no se sabrá nada de un Juan de Valdés al que la Inquisición española seguía buscando con ahínco.
Finalmente, el 3 de octubre de 1532, el papa Clemente VII – no precisamente un simpatizante de España - extendió a Juan un salvoconducto para que viajara sin ningún tipo de dificultades al encuentro de su hermano Alfonso. Juan de Valdés aprovechó el salvoconducto e intentó reunirse con su hermano Alfonso. No lo consiguió. Tan sólo tres días después de que el papa le otorgara el mencionado documento, Alfonso moría en Viena víctima de la peste.
Juan se encontró con la corte imperial en Bolonia, pero no permaneció en ella. Decidió, por el contrario, regresar a Roma y quedarse cerca del papa que, al parecer, constituía una vecindad menos arriesgada que la de los servidores de la iglesia católica en España. Sin duda, se trata de un dato bien significativo.
No permaneció mucho tiempo empero en la corte pontificia. La ciudad de Nápoles le brindó un cargo de archivero y lo aceptó. Pero tampoco este nuevo lugar lo retendría. Por razones que desconocemos, la ciudad le invitó a abandonar el puesto que le había ofrecido aunque le entregó la cantidad de mil ducados. Valdés optó entonces por dirigirse una vez más a la corte papal.
Esta nueva permanencia de Juan de Valdés en Roma duró hasta la muerte del papa Clemente VII. Le sucedió en el trono pontificio Pablo III, un papa claramente favorable al emperador Carlos V, y Juan decidió abandonar la ciudad.
En 1535, Valdés se estableció en Nápoles, la ciudad donde permanecería hasta su muerte. En los años futuros iban a conjugarse en Juan de Valdés todas las facetas especialmente atractivas de su personalidad y de su obra. El Valdés humanista e interesado en la cultura daría lugar al Diálogo de la lengua, una de las obras cumbres del Renacimiento español en que se abordan distintos aspectos relacionados con la lengua castellana utilizando la forma del diálogo.
El Valdés interesado por los asuntos políticos se convertiría desde 1537 en veedor de los castillos de Nápoles escribiendo a la vez un conjunto de misivas en las que expresaría su visión preocupada por las acciones llevadas a cabo por el gobierno imperial. Finalmente, el Valdés interesado en la reforma de la iglesia católica y, mediante ella, de la sociedad, escribirá en la ciudad italiana sus obras teológicas más importantes desde las Ciento diez consideraciones divinas a los comentarios sobre el Evangelio de Mateo o los Salmos. Esta última circunstancia resulta especialmente comprensible si tenemos en cuenta que en Nápoles precisamente Juan de Valdés conocería a Julia Gonzaga, la sobrina del cardenal Gonzaga. La dama, bella e inteligente, le pondría en contacto con personas de cierta talla intelectual que se reunían periódicamente a leer y estudiar la Biblia en sus domicilios.
A esas alturas, Valdés, Gonzaga y buena parte de sus compañeros eran protestantes encubiertos. El propio Valdés creía cada vez menos en la posibilidad de una Reforma que surgiera del interior del aparato católico. Así, en su correspondencia podemos ver referencias a su falta de fe en que el concilio futuro -el que luego se celebraría en Trento- cerrara el abismo abierto entre católicos y protestantes. El 19 de abril de 1536 escribió, por ejemplo, a Julia Gonzaga indicándole que el emperador era un “pobre príncipe (que) no advierte que es tiranizado por dos bestias” y punto seguido añadía :
“Lo que ahora se necesita es paciencia hasta que Dios disponga, pues sólo Dios sabe como marcha todo”
Su pérdida de confianza en la acción imperial sólo había precedido en unos meses a su desengaño ante las acciones del papa. El 1 de enero de 1536, por ejemplo, escribió al cardenal Gonzaga quejándose de la manipulación llevada a cabo por Paulo III y de la papanatesca buena fe del pueblo en sus palabras :
“Aquí, creen lo que el Papa dice sobre el concilio como si fuera uno de los evangelistas”.
Lamentablemente, no se equivocaba Juan de Valdés en su pesimismo. El papa no tenía voluntad de dialogar, escuchar o tolerar a los disidentes religiosos sino únicamente de vencerlos recurriendo sin ningún reparo moral a la violencia. Por otro lado, su único posible contrapeso, el emperador, carecía de la altura suficiente para comprender la trascendencia de la situación y actuar en consecuencia.
En julio de 1541, Juan de Valdés exhaló su último aliento en Nápoles. Si triste es la muerte hay que reconocer que, sin embargo, la suya no pudo ser más oportuna. El 8 de enero de 1542 una Bula renovó y reforzó la Inquisición romana.El documento papal pretendía aplastar a los que consideraba heterodoxos y, en buena medida, lo consiguió. De los amigos de Valdés, algunos - como Pierpaolo Vergerio, obispo de Capodistria, que se sumó al luteranismo o Pedro Mártir Vermigli que se identificó con el calvinismo - huyeron y terminaron por pasarse al campo protestante convencidos de que nunca habría una reforma realmente evangélica en el seno de la iglesia católica. Otros - como Pietro Carnesecchi - se convirtieron en víctimas inmediatas de la Inquisición. La propia Julia Gonzaga, como ha mostrado en sus estudios el erudito italiano Antonio Forcellino, formó parte de un conventículo protestante que se reunía de manera clandestina y del que formó parte el artista Miguel Ángel al que algunos, muy erróneamente, insisten en presentar como un paradigma del arte católico. Sólo su muerte libró a Julia de ser juzgada por la Inquisición y sufrir la suerte de Carnesecchi. Por lo que se refiere a Miguel Ángel, acabó retratándose como Nicodemo, el judío timorato que ocultaba su condición de discípulo de Jesús.
En España, por su parte, Miguel de Eguía, el impresor del Diálogo de Doctrina cristiana, se vería obligado a comparecer ante la Inquisición por sus vinculaciones con los erasmistas de Alcalá.
Juan de Valdés quedaría oculto– como tantos otros – a los españoles hasta que lo recuperaron teólogos cuáqueros y comenzó a ser conocido y admirado en todo el mundo salvo en su nación de origen. Triste, pero no sorprendente.
January 5, 2015
Bush vs. Clinton: ¿Volver a empezar?
El trasfondo elegido por Jeb Bush para comunicar el importante paso no pudo ser más meditado. No lo hizo bajo un árbol navideño, ni en medio de un culto con villancicos ni tampoco abrazando a Santa Claus. En medio de una de las fiestas cristianas por antonomasia, Jeb Bush optó por postularse mientras encendía las luces de Januká, la fiesta judía paralela a la Navidad. Se mire como se mire, el retoño del poderoso árbol Bush estaba buscando de manera más que confesa el respaldo del voto judío. El hecho desvela su enorme significado cuando se recuerda que en 1988 su padre se convirtió en presidente con tan sólo el cinco por ciento del voto judío, algo no tan sorprendente si se tiene en cuenta que los judíos, como afirma un conocido dicho americano, “ganan dinero como los episcopalianos, pero votan como puertorriqueños”, es decir, mayoritariamente respaldan a los candidatos demócratas. George Bush quedó tan convencido tras aquel triunfo electoral de que podía prescindir del respaldo judío que, tras la victoria en la guerra del Golfo, se atrevió a retener un préstamo solicitado por Israel y a convocar una conferencia en Madrid que sentó por primera vez a negociar frente a frente a israelíes y palestinos dejando de manifiesto que estos últimos se hallaban más cerca de aceptar las posiciones diplomáticas de Estados Unidos. Por si fuera poco, Bush convocó a ambas partes a negociar en Washington el 14 de diciembre de 1991, un paso que llevó a los israelíes a llegar con varios días de retraso en señal de protesta. Bush padre pagó bien caro aquel atrevimiento y perdió una reelección - que todos daban por segura tras la victoria contra Saddam Hussein - frente a un político de tercera fila llamado Bill Clinton. A diferencia de Bush, Clinton desarrolló una política que el historiador israelí Avi Shlaim ha calificado como “indulgente” en relación con el uso de la violencia por parte de Israel, por ejemplo, cuando bombardeó Líbano en julio de 1993. Clinton ganó la reelección a pesar de un acoso nada baladí por parte del partido republicano, pero, de manera bien significativa, su vicepresidente Al Gore tuvo que enfrentarse en la carrera presidencial con George W. Bush, el hijo más controvertido de la familia. George W. Bush no sólo insistió con notable habilidad en afirmar que Cristo era el personaje más importante de la Historia universal porque lo había arrancado del alcoholismo y lo había convertido en un hombre de provecho sino que no incurrió en la actitud del padre y desarrolló una política muy cercana a la de Israel. A día de hoy, por ejemplo, no pocos analistas consideran que la invasión de Irak no tenía nada que ver con los intereses de Estados Unidos y que, fundamentalmente, buscaba colocar fuera de combate a Saddam Hussein, cuyas instalaciones de Osirak habían sido bombardeadas por la aviación israelí para impedir que pudiera llegar a tener armamento nuclear. Fuera como fuese, lo cierto es que George W. Bush logró la reelección, pero a su salida de la Casa Blanca Estados Unidos se encontraba en una penosísima situación. A una crisis económica de gravísimas repercusiones internacionales se sumaban dos guerras inacabadas a día de hoy. La siguiente confrontación electoral contempló a Hillary, la esposa de Bill Clinton, compitiendo para ser nominada como candidata demócrata a la presidencia. Sabido es que se vio relegada por la aparición de un fenómeno sin precedentes llamado Obama. Ahora, con una elección cercana, pudiera ser que Clinton y Bush volvieran a enfrentarse aunque los personajes sean distintos a los protagonistas homónimos de los años noventa. Jeb Bush – que tuvo una trayectoria notable como gobernador de la Florida - pretende aparecer como un protector de las quintaesencias del partido republicano en torno a cuestiones como la reducción de impuestos, el aumento del gasto armamentístico y el respaldo incondicional a las tesis del Likud israelí que sigue en el poder y que tendrá en marzo que enfrentarse al veredicto de las urnas. Sin embargo, no son pocos los republicanos que ven con escepticismo su candidatura siquiera porque consideran que tres Bush en la Casa Blanca desprenden un tufillo dinástico poco compatible con las instituciones republicanas y que además el balance de sus presidencias es, como mínimo, discutible. Hillary no podrá ser ya la primera en cortejar el voto judío, pero es más que dudoso que deje de atraerlo y, sobre todo, que no haga todo lo posible para capitalizar la recuperación económica vivida bajo Obama y, muy especialmente, las magníficas cifras de desempleo y crecimiento económico conseguidas por su marido. Mientras tanto, la opinión pública se encuentra enormemente dividida. Millones de ciudadanos consideran que Bush y Clinton son los mejores candidatos para sus respectivos partidos. Sin embargo, probablemente no son menos los norteamericanos de a pie que se preguntan si los partidos se encuentran tan exhaustos como para no encontrar alternativas a estas dos dinastías políticas. Porque lo cierto es que, digan lo que digan sus seguidores, ninguno de los dos candidatos tiene, a día de hoy, la victoria asegurada.
César Vidal's Blog
- César Vidal's profile
- 109 followers
