César Vidal's Blog, page 142
September 27, 2014
Un monje llamado Lutero (IX): el sacramento de la penitencia
En esa evolución, se enseñó que la culpa y el castigo eterno en el infierno eran evitados por la absolución, pero que el castigo temporal derivado del pecado tenía que ser pagado por el pecador antes de entrar en el cielo. Ese castigo temporal podía ser en esta vida o después de la muerte. La penitencia impuesta por el sacerdote se convirtió en el equivalente del castigo temporal, pero si el cumplimiento no era exacto, las penas tendrían que ser completadas en el purgatorio. Llegados a ese punto, la conexión con el sistema de las indulgencias caía de su peso ya que permitía evitar la pena temporal del Purgatorio.
El tercer desarrollo fue la distinción entre atrición y contrición. Hasta el siglo XIII, la creencia común era que Dios exigía para el perdón de los pecados la contrición, es decir, el dolor que nace del amor. Sin embargo, en esa época los teólogos comenzaron a señalar que el dolor causado por la atrición, es decir, el miedo al castigo podía sustituir a la contrición siempre que estuviera vinculada a la disciplina eclesiástica y al sacramento. El dolor, por lo tanto, que producía el pavor al infierno podía ser suficiente para obtener el perdón. Semejante tesis no fue enseñada de manera generalizada, pero la propugnaban los escotistas y los vendedores de indulgencias y gozó – y es lógico que así fuera – de un notable predicamento.
Por otro lado, y no se trataba ciertamente de un problema menor, como sucedía con otro tipo de ventas, la de indulgencias también utilizaba recursos propagandísticos extraordinarios. Sus vendedores afirmaban, por ejemplo, que apenas sonaban en el platillo las monedas con las que se habían comprado las indulgencias, el alma prisionera en el purgatorio volaba libre hasta el cielo. Además dado que semejante beneficio podía adquirirse no sólo para uno mismo sino también para otros, no pocas familias dedicaban una parte de sus recursos a beneficiar a sus seres queridos ya difuntos que, supuestamente, padecían en el purgatorio.
Se piense lo que se piense del curso posterior de los acontecimientos, lo cierto es que aquel episodio constituía un verdadero escándalo moral y no resulta extraño que llamara la atención de Lutero, tanto más si se tiene en cuenta su experiencia pastoral y, de manera muy especial, el desarrollo de una teología en la que Dios entrega todo gratuitamente al pecador en la cruz de Cristo esperando de éste que se vuelva para recibirlo. Entre esa concepción de honda raigambre paulina y la compraventa de beneficios espirituales mediaba obviamente un abismo.
Dar tal paso implicaba no escaso riesgo para Lutero. Ciertamente, se había expresado en público alguna vez sobre el tema de las indulgencias, pero no podía pasarse por alto el hecho de que Federico el sabio, el príncipe del que dependía, contaba con una extraordinaria colección de reliquias que no había dejado de crecer en los años anteriores. Si en 1509, la colección del elector se encontraba en cinco mil reliquias; en 1518, había aumentado a 17.443 reliquias, incluyendo 204 pedazos y un cuerpo entero de los Santos inocentes. A estas reliquias se hallaba vinculada una indulgencia de 127.799 años y 116 días.
CONTINUARÁ: La Reforma indispensable (XVI): Un monje llamado Lutero (X): la disputa sobre las indulgencias
September 26, 2014
Love Lifted Me
El cristianismo es, por encima de todo, el Amor de Dios en acción. Todos y cada uno de los seres humanos que han existido, existen y existirán somos pecadores que no podemos pensar en salvarnos por nuestros medios, pero que, por encima de todo, no pasamos de ser mortales aquejados por las peripecias de esta vida. Si podemos remontar esa situación – que puede ser terrible – es por el Amor de Dios, un amor que se mostró de manera incomparable en la cruz del Calvario y que nos da perdón inmerecido, apoyo increíble, poder inmenso para discurrir por este mundo y esperanza que no se marchita hasta que lleguemos allí.
Esta canción me entusiasma precisamente porque señala esa indescriptible realidad. Es el Amor de Dios – cuando nada más puede ayudarnos – el que puede levantarnos de donde estamos. Es mi experiencia. Es la de muchos otros y cuando uno ha vivido esa situación no hay palabras para describirla de manera cabal. Si cualquiera de los que lee este post no lo ha vivido, deseo invitarlo hoy a hacerlo. Olvídese de sus prejuicios, de lo que hayan podido enseñarle hombres que sólo han querido someterlo a su dominio, de tradiciones pesadas, de tantas cosas que sólo llevan a la esclavitud espiritual y vuélvase a Dios para que Su amor lo levante de cualquier situación en que pueda estar hundido. No se arrepentirá. Los dejo con dos versiones de esta melodía que dice eso mismo. La primera versión está interpretada por ese público maravilloso que va a los programas de Bill y Gloria Gaither; la segunda por Kenny Rogers en la que creo que fue su primera – y peculiar - incursión en el terreno del Gospel. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
Aquí están Bill and Gloria Gaither
Y éste es Kenny Rogers
Regreso a la radio
El 6 de octubre, regreso a la radio con un programa diario, de lunes a viernes y en directo: LA VOZ
La Voz porque se compromete a ser la voz de los que no tienen voz.
La Voz, porque será un programa independiente en medio de un universo mediático en que la independencia ha desaparecido en favor del servicio a intereses generalmente ocultos
La Voz, porque se tratará de un espacio de libertad, que nace de la libertad y que sirve a la libertad sin compromisos con nada ni con nadie salvo los que están dispuestos a escuchar
La Voz porque podrá escucharse a uno y otro lado del Atlántico, en media docena de naciones arrojando luz
LA VOZ
• Opinión crítica y veraz
• Acceso a la cultura
• Conocimiento de las noticias que suelen ser ocultadas por los medios
• Análisis económico separado de los intereses que lo oscurecen en instancias privadas y públicas
• Acercamiento a las profundidades de la psique humana
• Y, por encima de todo, una visión totalmente distinta de la realidad social, política, económica y espiritual
La Voz será un programa independiente y para garantizar esa independencia he asumido no percibir ningún pago por mi labor y además pagar a los colaboradores del programa con mis propios medios. En el sentido más literal, se trata de un paso de fe en la confianza alegre de que el esfuerzo y el coste merecerán sobradamente la pena. Los momentos en que vivimos son críticos y, precisamente por ello, exigen comportamientos como el mencionado. Aquellos que deseen colaborar en esta empresa de libertad podrán hacerlo mediante contribuciones de un modo que se indicará en breve.
Los podcasts de La Voz aparecerán a diario en mi página web y en las de Facebook y serán gratuitos. Se suprimirá así el podcast de los viernes, pero, a cambio, se incluirá una serie destinada a un estudio sencillo y práctico de la Biblia. Creo que con ella, queridos amigos, saldrán ganando.
La Voz será producida en Estados Unidos desde donde me dirigiré a diario a los hispanos de ambos hemisferios. Esa circunstancia asegurará su independencia en una época lamentable para la libertad de expresión como la que está viviendo España. Así, La Voz será así escuchada a uno y otro lado del Atlántico, en Europa, pero también en diferentes países del continente americano.
En breve, les daré más noticias. Hasta entonces… ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
En España, La Voz se emitirá a través de la cadena de emisoras de Radio Solidaria
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September 24, 2014
Don Pelayo
Si no fue así se debió al interés del propio califa y a la ausencia de una autoridad política que pudiera enfrentarse con ellos. De esa manera, con mayor o menor dificultad, llegaron hasta Asturias. Allí gobernaba un noble godo llamado Pelayo que se había mantenido al margen de los enfrentamientos en la corte. Aunque su padre había sido represaliado por Witiza, no había realizado ningún acercamiento a don Rodrigo y ahora, enfrentado con los invasores, decidió resistirlos. Se ha discutido mucho si, efectivamente, tuvo lugar una batalla de Covadonga y si además concluyó con una derrota musulmana. Lo cierto es que tanto las fuentes árabes como las españolas señalan que el enfrentamiento tuvo lugar en 722 y que derivó en una retirada de las fuerzas invasoras, según unos, porque no merecía la pena perseguir por las breñas a aquellos desharrapados y, según otros, porque las bajas hicieron más prudente el repliegue. Lo cierto es, desde luego, que los musulmanes no llegaron a ocupar Asturias y que allí, bajo don Pelayo, se estableció el primer reino peninsular, un reino que se consideraba heredero de España y que pretendía recuperar el territorio ahora en manos del invasor. La meta de la recuperación de la España perdida se repetiría en lo sucesivo vez tras vez e incluso cuando Alfonso III, uno de los sucesores de don Pelayo, lograra derrotar a los musulmanes en una extraordinaria cabalgada se atribuiría con cierta prepotencia el título de “rex totius Hispaniae”, es decir, “rey de toda España”. Pasarían siglos antes de que semejante sueño se convirtiera en realidad, pero no puede dudarse de que los pasos iniciales se dieron cuando un noble godo llamado Pelagius – nuestro Pelayo – logró por primera vez en la Historia asestar una derrota a las armas del Islam.
Próxima semana: Abderramán III
September 22, 2014
Los siete pilares de la sabiduría
Eran caros y dejaron mi presupuesto tiritando, pero aquel verano de museos y monumentos para mi y algún streap-tease y películas como Enmanuelle para buena parte de mis compañeros, me adentré en las aventuras del oficial británico en el desierto y en los vericuetos de la primera guerra mundial. He regresado después a Los siete pilares… tanto en español como en inglés haciéndome incluso con una primera edición. Sigue siendo uno de mis libros de cabecera. Quizá es así porque a lo largo de sus páginas aparece descrito un gran sueño vivido hasta el límite, tanto que pudo significar el fin de la vida de Lawrence y, en no escasa medida, le acabó costando la razón. En la obra, dedicada a una egipcia a la que Lawrence había amado tiempo atrás, se cumple la máxima que el propio autor trazó, aquella que decía que hay dos clases de soñadores, los que sueñan mientras duermen y los que lo hacen despiertos. Éstos últimos son los verdaderamente peligrosos. Leyendo la prensa de estos días, no he podido evitar preguntarme si el prodigioso texto no encierra también una gran lección, la de que siempre que los imperios occidentales han pretendido modelar aquella parte del mundo no sólo han fracasado sino que también han sembrado las semillas de futuras guerras. A fin de cuentas, lo que no pudieron estabilizar Lloyd George y Clemenceau, ¿por qué tendría mejor fin bajo alguien mucho más lejano llamado Barack Obama?
Cataluña-Escocia: independistas y distintas
1. Escocia fue reino; Cataluña, nunca. Escocia existió como reino desde la Antigüedad dado que el imperio romano nunca llegó a controlarla. De esa manera, quedó separada de una Inglaterra más o menos romanizada. Incluso el cristianismo entró de manera tardía y por influjo de misioneros irlandeses. Escocia mantuvo su independencia como reino hasta finales del siglo XVII. Cataluña, por el contrario, no tuvo nunca existencia como reino. Primero, su territorio fue parte de la Hispania romana – Tarraco sería un puntal, primero, de la presencia romana y luego del cristianismo - y de la visigoda. Con posterioridad, al producirse la invasión islámica, el territorio de la actual Cataluña formó parte del imperio carolingio que la consideraba su colchón en Hispania frente a un posible avance musulmán. Finalmente, agrupada en distintos condados - del que el más importante era Barcelona - se integró en la Corona de Aragón en el siglo XII en virtud del matrimonio entre Petronila de Aragón y Ramón Berenguer IV.
2. Inglaterra y Escocia se adhirieron a confesiones diferentes; Cataluña tuvo la misma que el resto de España. Cuando Enrique VIII decidió separarse de la iglesia católica, Escocia no se mantuvo en el seno del catolicismo, pero se sumó al bando de la Reforma y no al anglicanismo. De esta manera, los escoceses mantuvieron siempre una posición más radicalmente reformada que la inglesa, un aspecto que influyó enormemente en episodios como la guerra civil inglesa que derribó a Carlos I. Los reformados escoceses simpatizaban on los puritanos ingleses de Cromwell y no dudaron en negar asilo al monarca inglés que terminó decapitado.
3. Escocia no se unió a Inglaterra hasta el siglo XVII, Cataluña nunca estuvo separada de España. Escocia se mantuvo separada de Inglaterra hasta bien avanzada la modernidad e incluso entonces la unión fue vista por no pocos como una mera unión dinástica o incluso como una necesidad impuesta por las circunstancias económicas. Es curioso como un escocés de pro como Walter Scott afirmaba que Escocia, agraria y modesta, sólo podía vincularse a una Inglaterra más próspera e industrial. Cataluña formó, primero, parte de la Corona de Aragón y posteriormente de España gracias a la reunificación operada bajo los Reyes Católicos. A decir verdad, Cataluña sólo se separó brevemente de España con ocasión del famoso Corpus de sangre a mediados del siglo XVII. No lo hizo para ser independiente sino para someterse a Luis XIII de Francia. La experiencia duró poco y, en un espacio, muy breve, Cataluña suplicó regresar a España.
4. Escocia no enfatizó su lengua propia; Cataluña, sí. Mientras que en Cataluña, la lengua se ha utilizado desde el siglo XIX como un factor muy acentuado de identidad distinta, en Escocia, el uso del inglés se convirtió en prácticamente único desde el siglo XVIII. De hecho, salvo textos antiguos, la gran literatura escocesa está escrita en inglés y en la actualidad, la enseñanza del gaélico es muy limitada en el sistema educativo. En Cataluña, por el contrario, la enseñanza en español es casi testimonial por imposición nacionalista.
5. Escocia fue siempre una parte modesta del Reino Unido; Cataluña, una región favorecida de España. Mientras que Escocia se vio preterida en no pocas ocasiones en el conjunto del Reino Unido, Cataluña, a pesar del discurso victimista del nacionalismo catalán, históricamente ha gozado siempre de un trato privilegiado en términos económicos y fiscales. Esa situación no cambió siquiera con la articulación del estado moderno. Así, medidas como el denominado arancel Cambó, las ayudas recibidas durante el franquismo o el último estatuto han pretendido – y conseguido – mantener esa situación de privilegio. A fin de cuentas, Escocia fue siempre una prima lejana y humilde de Inglaterra; Cataluña, una hermana privilegiada y rica de las otras regiones españolas.
September 21, 2014
Yo estaba allí
En el rostro de mi interlocutor se dibuja una mueca de fastidio, como cuando regresa uno de esos dolorcillos ligados a la cercanía de la lluvia. “En la CIA”, comienza a decir con tono cansino, “queríamos salvarle la vida. Lo queríamos porque había que interrogarlo… sabía de Fidel, pero los bolivianos…”. “¿Fueron los bolivianos los que decidieron fusilarlo? ¿Se impusieron a ustedes?”. Mi interlocutor tuerce el gesto. “Sí”, reconoce, “los bolivianos hicieron lo que quisieron. Se puede entender. En aquel entonces el país sufría una manifestación tras otra porque habían detenido a Regis Debray, un francés y a un argentino que también estaba vinculado a la izquierda. Los estudiantes, sobre todo, estaban muy activos… y temían que las calles se incendiaran si también encarcelaban al Che. La manera rápida y directa de evitar esos tumultos era matarlo”. Me digo que se podía haber puesto cada opción en un platillo de la balanza, pero no pasa de ser una discusión sin finalidad práctica. “¿Cómo reaccionó el Che cuando supo que no saldría vivo?”, indagué. “Se puso blanco como el papel. Se dio cuenta de que no era una burla. De verdad que lo iban a matar. Pero se rehízo. Luego me dijo: Dile a Fidel que un día habrá una revolución de verdad en Latinoamérica”. “¿Nada más?”, pregunto. “También me pidió que, si tenía la oportunidad, le dijera a su mujer que volviera a casarse”, responde. “El gran error”, añade, “es que se pusieran a hacerle fotos… Si parece alguien al que se va a adorar”. Me digo que hubo errores peores tras la captura del Che que la toma de fotos. Por ejemplo, el que no lo procesaran por entrar en Bolivia a sangre y fuego. Pero, es obvio, yo no estaba allí.
September 20, 2014
Un monje llamado Lutero (VIII): la práctica de las indulgencias
En 1513, el príncipe Alberto de Brandeburgo, de tan sólo veintitrés años de edad, se convirtió en arzobispo de Magdeburgo y administrador de la diócesis de Halberstadt. Al año siguiente, obtuvo el arzobispado de Maguncia y el primado de Alemania. Es más que dudoso que Alberto contara con la capacidad suficiente como para atender de la manera debida a esas obligaciones pastorales y, por si fuera poco, la acumulación de obispados era de dudosa legalidad. Sin embargo, en aquella época, los cargos episcopales no sólo implicaban las lógicas obligaciones pastorales sino que llevaban anejos unos beneficios políticos y económicos extraordinarios hasta tal punto que buen número de ellos eran cubiertos por miembros de la nobleza que contaban así con bienes y poder más que suficientes para competir con otros títulos. El arzobispado de Maguncia era uno de los puestos más ambicionados no sólo por las rentas inherentes al mismo sino también porque permitía participar en la elección del emperador de Alemania, un privilegio limitado a un número muy reducido de personas, y susceptible de convertir a su detentador en receptor de abundantes sobornos. Al acceder a esta sede, Alberto de Brandeburgo ya acumulaba, sin embargo, una extraordinaria cantidad de beneficios y por ello se le hacía necesaria una dispensa papal, dispensa que el papa estaba dispuesto a conceder a cambio del abono de una cantidad proporcional al favor concedido. En este caso exigió de Alberto la suma de 24.000 ducados, una cifra fabulosa imposible de entregar al contado. Como una manera de ayudarle a cubrirla, el papa ofreció a Alberto la concesión del permiso para la predicación de las indulgencias en sus territorios. De esta acción todavía iban a lucrarse más personas. Por un lado, por supuesto, Alberto lograría pagar al papa la dispensa para ocupar su codiciado arzobispado, pero además la banca de los Fugger recibiría dinero a cambio de adelantar parte de los futuros ingresos de la venta de las indulgencias, el emperador Maximiliano obtendría parte de los derechos y, sobre todo, el papa se embolsaría el cincuenta por cien de la recaudación que pensaba destinar a concluir la construcción de la basílica de san Pedro en Roma. El negocio era notable e indiscutible y la solución arbitrada satisfacía, sin duda, a todas las partes. Cuestión bien diferente era la mentalidad que se hallaba por debajo de aquella práctica.
Para comprender lo que implicaba la venta de indulgencias hay que situarse en la mentalidad de la Europa del Bajo Medievo. De entrada, el significado de las indulgencias no era el mismo que para los cristianos de los siglos anteriores a Lutero. En la iglesia primitiva, la caída en pecado se traducía en la separación de la comunidad. Ya Jesús había señalado que ésa era una práctica comunitaria que era antecedida por una serie de amonestaciones y de oportunidades para abandonar el pecado (Mateo 18, 15-22). Esa práctica de disciplina comunitaria la encontramos también en los escritos paulinos donde es el conjunto de la congregación el que procede a separar al pecador que se niega a arrepentirse (I Corintios 5, 1-13) y también, operado el arrepentimiento, quien vuelve a reintegrarlo (II Corintios 2, 5-11). Tanto en los pasajes de los Evangelios como en los de las epístolas resulta obvio que la finalidad de la disciplina ejercida por la comunidad de los fieles no es tanto castigar o sancionar al pecador como llevarlo al cambio de vida y al abandono de su pecado.
Esta práctica fue modificándose y ya en el s. II, la reintegración en el seno de la iglesia obligaba a una confesión pública del pecado – una práctica que fue cayendo en desuso para evitar el escándalo de los fieles – y, sobre todo, un auténtico arrepentimiento. En el s. III, ya encontramos referencias al hecho de que esa confesión pública y ese arrepentimiento debía ir acompañado de ciertas “satisfacciones”. La forma variaba y fue incluyendo con el paso del tiempo las limosnas, los ayunos y – bien significativo – la manumisión de esclavos. Esas acciones las seguía imponiendo la comunidad y, sobre todo, mantenían la pretensión de lograr el bien espiritual del pecador. Precisamente, en el deseo de alcanzar el mayor bien para el penitente, fue extendiéndose la idea de dulcificar la satisfacción atendiendo a su arrepentimiento y a sus circunstancias personales. Esa mitigación fue el inicio de lo que sería conocido como indulgencias.
El sistema iba a ir experimentando notables variaciones con el paso del tiempo. La confesión pública – que, como ya hemos dicho, podía resultar de contenido delicado – fue siendo sustituida por una privada ya no ante la comunidad sino ante el sacerdote. Sobre éste recayó, de manera lógica, la satisfacción que debía imponerse a cada pecador, y, en un intento de unificar de manera justa la doctrina aplicable, comenzaron a publicarse catálogos de pecados con referencias a las circunstancias personales del pecador.
A partir del s. VII, se fue extendiendo un sistema de penitencias conmutativas en virtud del cual una peregrinación o un donativo podía sustituir a la satisfacción. El modo no experimentó la misma aceptación en todo Occidente, pero, por ejemplo, en Alemania sí gozó de mucho predicamento ya que el derecho germánico estaba habituado a la idea de conmutar penas por el pago de una cantidad. También resultaba común que un sustituto – que podía ser un sirviente o un subordinado - recibiera sobre si la pena que debía satisfacer el penitente.
En el año 1030, algunos obispos franceses lanzaron la idea de prometer una remisión parcial de la pena en recompensa por alguna obra que tuviera un carácter especialmente piadoso. Al cabo de unas décadas, semejante concepción se había extendido hasta el punto de que fue acogida por la Santa Sede que, ya en 1063, proclamó la remisión total de los pecados a cambio de la buena obra que era luchar contra el islam. En 1187, el papa Gregorio VII permitió incluso que la indulgencia plenaria fuera recibida por aquel que no iba a la guerra, pero podía costear un soldado que lo sustituyera. De manera bien significativa – e inquietante – la indulgencia comenzaba ya a relacionarse con el dinero.
Cuando concluyeron las cruzadas, distintos pontífices pensaron en la posibilidad de encontrar un sustituto que pudiera, a la vez, atraer al pueblo y resultar interesante desde una perspectiva económica. Así, el papa Bonifacio VIII estableció la indulgencia del jubileo que prometía una remisión completa de la pena a todos los que visitasen las tumbas de los Apóstoles en Roma una vez al día, durante quince días, durante el año jubilar de 1300. Inicialmente, el año jubilar debía ser cada cien años, pero los papas no tardaron en reducir el intervalo entre un año y el siguiente. En 1343, Clemente VI lo disminuyó a cincuenta años y en 1389, Urbano VI lo pasó a treinta y tres.
Durante el s. XV, se fueron introduciendo nuevos cambios. Si Pablo II redujo el plazo para el año jubilar a tan sólo veinticinco años, los papas fueron asumiendo un poder general para garantizar absoluciones plenarias en cualquier momento y con cualquier finalidad. Así, en menos de un milenio, el derecho a conmutar una satisfacción – que contaba con elementos razonables – había pasado de la congregación a los sacerdotes y de éstos a los obispos y, finalmente, al papa. En esa evolución además lo que, originalmente, era tan sólo una conducta espiritual se había transformado en un negocio santo – sacrum negotium – sin que semejante denominación provocara ninguna reticencia. A pesar de todo, el ciclo no estaba cerrado.
Las indulgencias a las que nos hemos referido tenían una desventaja y es que estaban asociadas a épocas concretas. En 1294, comenzó la publicación de bulas confesionales que capacitaban al poseedor para obtener la absolución plena de cualquier sacerdote a elección del penitente, una vez en la vida e “in articulo mortis” todas las veces que se encontrara en peligro. La garantía de salvación era completa y ahora la evolución culminó cuando, por semejante merced, se estableció un precio, aunque también podían otorgarse como un favor especial.
La idea de las indulgencias no tardó en hacerse popular y muy pronto quedó entrelazada con la creencia en el Purgatorio. A pesar de que se trataba de un dogma reciente, para el hombre de finales de la Edad Media, la realidad del Purgatorio era indiscutible y además cercana. A decir verdad, no existía mucho temor hacia el infierno – reservado supuestamente para gente especialmente mala – pero sí hacia el purgatorio. Creía que si era absuelto por el sacerdote tenía garantizada la entrada en el cielo. No obstante, ese mismo hombre tenía que cargar con todas las consecuencias y castigos por sus pecados – conocidos o desconocidos – antes de entrar en el cielo donde sólo se permitía el paso a los ya purificados. No sorprende que ante ese panorama, muchos fieles desearan que las indulgencias se aplicaran a familiares ya difuntos que estaban supuestamente sufriendo las penas temporales del Purgatorio.
La actitud inicial de los papas – a fin de cuentas, no pocas veces expertos en derecho – fue la de negarse a aplicar las indulgencias a los muertos. Sin embargo, en 1476, Sixto IV acabó estableciendo una indulgencia para los difuntos. El éxito de la medida fue espectacular – como los beneficios económicos derivados de ella – y en breve se fueron añadiendo nuevos atractivos. Así, el comprador de la bula de indulgencia tenía garantizada una bula de confesión, otra de “mantequilla” – que le permitía comer mantequilla, huevos, queso y leche en días de ayuno - , el derecho a sustituir las buenas obras por promesas, el derecho a aumentar su capital espiritual por transferencia de una parte del crédito del tesoro de los méritos y, finalmente, el permiso para utilizar los bienes adquiridos fuera de la ley si su dueño legítimo no era encontrado.
Toda esta visión a su vez estaba relacionada con desarrollos dogmáticos que habían tenido lugar durante la Edad Media, pero que fueron desconocidos a los cristianos de, al menos, los primeros mil años de Historia del cristianismo. El primero era el concepto del tesoro de méritos. En el s. XIII, Alejandro de Hales y Hugo de St.Cher apuntaron a la existencia de un capital celestial procedente de los méritos excedentes que procedían de Cristo y de las buenas obras de los santos que no los habían necesitado para salvarse. Semejante tesoro de méritos implicaba un capital espiritual que era accesible a los fieles mediante entrega específica del papa. Así, una indulgencia plenaria transfería los méritos suficientes para librar de todas las penas en la tierra y en el purgatorio. Una indulgencia parcial, por su parte, podía librar del purgatorio por espacios de tiempo que iban de unos días a un milenio. Semejante indulgencia – que confería un poder extraordinario al papa – tenía en no pocos casos una contraprestación económica que sobrepasaba la información sobre las cualificaciones teológicas que pudieran existir. No iba a ser el único desarrollo relacionado con el perdón de los pecados.
CONTINUARÁ:
La Reforma indispensable (XV): Un monje llamado Lutero (IX): la penitencia como sacramento
September 19, 2014
I Love To Tell The Story
Mi experiencia es muy diferente. Siempre he sabido – desde muy joven – que es un privilegio poder hablar de Jesús el mesías a otras personas. Así. A pecho descubierto. Con todas las consecuencias y sin que te importe un bledo lo que puedan pensar otros. No es fácil porque hay quien a Jesús anteponen sus prejuicios, sus tradiciones o su institución, pero la dificultad no ha sido algo que, habitualmente, me causara desánimo. En realidad, a mi me gusta - ¡¡¡y mucho!!! - contar la historia de Jesús y de su amor.
Yo sé más que sobradamente que ningún ser humano – y yo el último – puede pretender obtener la salvación por sus méritos. Sé que, como el publicano, sólo puedo pedirle a Dios que sea propicio a mi, pobre pecador (Lucas 18: 13). Sé que ningún hombre, ninguna organización, ninguna jerarquía puede cambiar esa situación, pero, al mismo tiempo, sé que Dios ofrece el perdón al que se acerca directamente a El siguiendo la invitación de Jesús. Lo sé y ha dado tanta felicidad a mi vida que me gusta compartirlo y en ello está una de mis mayores alegrías.
Quizá por eso siempre me ha gustado esta canción que, de la manera más sencilla, dice lo mismo: “Me gusta contar la historia de cosas superiores y no vista, de Jesús y de Su gloria, de Jesús y de su amor. Me gusta contar la historia porque sé que es verdad. Satisface mis anhelos como nada más lo hace. Me gusta contar la historia. Sería mi canción en la gloria, contar la historia vieja, vieja de Jesús y su amor”. Sí, mis queridos amigos, me gusta contar esa historia vieja y, a la vez, tan nueva y, a la vez, invitar a cualquiera de ustedes que no haya aún aceptado a Jesús en su corazón a que lo haga porque no hay nada que se parezca a vivir una conversión a Dios y a su mesías.
Y los dejo con Alan Jackson que canta la canción envidiablemente. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
Aquí está Alan Jackson
September 17, 2014
Don Rodrigo
Las fuentes árabes insisten en que su llegada a España vino motivada por la enemistad que el gobernador español de Ceuta – sí, los españoles ya estaban en Ceuta hace más de mil trescientos años – abrigaba contra el monarca y otros documentos señalan que, aparte de venganzas personales, la petición formulada a los musulmanes estuvo unida a un plan para derrocar a don Rodrigo. Por supuesto, el rey intentó frenar a los invasores y el choque entre ambos ejércitos tuvo lugar en 711 en las cercanías del río Guadalete. Los musulmanes eran unos diez mil frente a los doce mil españoles y quizá hubieran podido ser vencidos con relativa facilidad por la caballería goda. Sin embargo, en el momento decisivo, el obispo don Opas se pasó al bando de los traidores provocando la derrota clamorosa de Don Rodrigo. Lo que sucedió después no estaba previsto. El reino visigodo demostró una fragilidad extraordinaria frente al invasor. Acá y allá. resistió durante años en contra de lo que suele pensarse, pero fue incapaz de dar una respuesta unida y ésa fue la clave de su extinción. Por supuesto, los musulmanes – cuyo regreso al norte de África se esperaba – decidieron quedarse en España iniciando una ocupación que, con diferentes avatares, duró casi ocho siglos. Fue un drama nacional relatado en las fuentes redactadas apenas unos años después de la derrota. España, según textos como la Crónica mozárabede 754, se había perdido y se había perdido por la sencilla razón de que su carga de pecados y sus luchas intestinas la habían convertido en presa fácil para los infieles. Sobre Don Rodrigo se tejerían leyendas denigratorias, pero lo más grave no fue – como se pretendería – su entrega a los pecados de la carne sino la manera en que no supo defender a España de sus enemigos.
Próxima semana: Don Pelayo
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