César Vidal's Blog, page 121
April 19, 2015
Presentación de “La herencia del cristianismo”
Espero que este domingo me disculpen por interrumpir la serie sobre la Reforma y sustituirla por esta serie de videos donde aparece la magnífica presentación de Guillermo Lousteau, la mucho menos valiosa pronunciada por mi y el coloquio que tuvo lugar a continuación y que personalmente estimo de enorme valor. De hecho, basta escuchar las preguntas para percatarse del nivel de los asistentes mucho más cargados - gracias a Dios - de cultura e inteligencia que de prejuicios. Espero que disfruten de todo. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!


Adquiera aquí el libro “La herencia del cristianismo”.
April 17, 2015
Christ the Lord is Risen Today
Con todo, lo verdaderamente magnífico es cómo consiguió fundir en una sola composición la enseñanza directa de la Biblia, el sentimiento más noble y la belleza más sublime. Ya algún otro sábado, he recordado alguno de sus himnos y hoy me permito hacer lo mismo con su Cristo el Señor ha resucitado hoy.
Sé que, desgraciadamente, hay personas que se creen cristianas y que andan a la busca de supuestas apariciones de los seres más diversos. En esa conducta no hay nada que ni de lejos se acerque al mensaje original del Evangelio. La única aparición que da sentido a la vida del cristiano es la de Jesús tras su crucifixión. El que Jesús se mostrara vivo, entre otros, a María Magdalena, a Pedro, a los discípulos de Emmaus, a Santiago, a todos los discípulos e incluso a más de quinientas personas de las que la mayoría estaba viva unos veinte años después (I Corintios 15: 1 – 9) es algo que cambia la Historia, pero, sobre todo, cambia la vida de aquellos que sacan las consecuencias adecuadas. Es también lo que nos impulsa a lanzar un grito de júbilo porque sabemos que nada concluye con la muerte, que tenemos una esperanza que va más allá de la tumba y que esa esperanza no es ni ilusoria ni vana porque Jesús – el único - regresó de la muerte. Pero no todo es cuestión de un futuro ultraterreno. También es un mensaje para este mismo momento: es más que posible vivir una vida nueva precisamente porque Jesús el mesías venció la muerte.
He escogido dos versiones de este magnífico himno. La primera, clásica, está interpretada por la Joslin Grove Choral Society; la segunda es una versión más moderna de la NCC Worship. Espero que disfruten ambas y, sobre todo, que aprecien el mensaje. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
Ésta es la Joslin Grove Choral Society
Y aquí va la NCC Worship
Los libros sapienciales (III): Job (IV)
En el último ciclo de discursos, alguno de ellos hizo más breve su ataque y no faltó el que tiró la toalla convencido de que no había nada que hacer. Sin embargo, el problema subsistía. Es verdad que los amigos habían conseguido amargar todavía más la ya terrible existencia de Job, pero hasta ahí habían llegado. Y, por supuesto, seguían en pie y sin respuesta todas las preguntas lanzadas al viento por Job en un intento completamente vano de que Dios le respondiera ya que sus amigos – que pretendían representarlo – no se la daban.
Justo en ese momento, aparece en escena un nuevo personaje. Se trata de un joven llamado Elíu que, previsiblemente, había contemplado en todo o en parte el enfrentamiento dialéctico entre Job y sus tres amigos. Cuando se va leyendo lo que tiene que decir Elíu – que parece más que ofendido de la ineficacia de los tres amigos que lo han precedido – se capta que no pasa de repetir los mismos gastados – y erróneos – argumentos. Elíu, en apariencia, no aporta nada. Pero, en realidad, sí que trae algo nuevo y así queda de manifiesto desde el capítulo 32. Elíu trae su juventud y, precisamente por ello, su aparición en escena encierra una gran lección.
A lo largo de la Historia, casi de manera cíclica, aparecen nuevas generaciones que están llamadas a repetir los errores de los que las han precedido. No cuentan con argumentos más sólidos ni tampoco con mejor preparación o corazón más noble. Únicamente tienen indignación, sangre nueva y la convicción – bastante absurda por otra parte – de que harán bien lo que sus predecesores en el escenario de la vida hicieron mal (32: 15-22). Pero para dar respuesta efectiva a los problemas no basta con el recambio generacional sino que también es necesaria una forma distinta de ver el mundo. Si lo único que hay es una renovación generacional, tan sólo se repetirán – quizá con más ilusión y vigor – los errores de siempre.
Elíu (c. 33) golpea a Job como los que tienen más edad que él y como los que tienen más edad que él se dedica a hablar en nombre de Dios (c. 34 y 36), pero, al fin y a la postre, no ha dicho nada nuevo y, sobre todo, útil. Lógicamente, no soluciona nada y, a lo sumo, arroja más vinagre sobre las heridas numerosas de Job.
El personaje de Elíu debería llevarnos a reflexionar sobre la idea de que la juventud, a decir verdad, significa tener unos años menos, pero poco más. No implica más sabiduría, no implica más acierto, no implica la solución de los problemas. Aún más: si los viejos experimentados se equivocan a causa de sus prejuicios y sus dogmatismos, ¿por qué habrían de hacerlo mejor los que carecen de experiencia y además comparten los mismos prejuicios y dogmatismos?
Ni la tradición religiosa, ni el espiritualismo místico ni el dogma han logrado responder al dolor de Job tanto en versión experimentada como juvenil. Job está más solo si cabe que nunca, pero el escenario ha quedado dispuesto para que aparezca el mismo Dios y le explique la razón de lo que le sucede.
Lecturas recomendadas: c. 32 y 33.
Los libros sapienciales (IV): Job (V)
El Evangelio de Marcos: la tempestad calmada (4: 35-41)
Viajar por Galilea predicando en pueblos y sinagogas implicaba cruzar su mar – en realidad, un lago – entre cuyas características se encontraba la de sufrir inesperadas tempestades. Que no las esperaban los discípulos de Jesús se desprende de que zarparon sin ningún tipo de prevención. Marcos – haciéndose eco de un testigo ocular – señala incluso que Jesús se colocó en un cabezal echándose a dormir (v. 38). Sin embargo, nada sucedió como se esperaba. Repentinamente, se levantó una gran tempestad y las olas, empujadas por el viento, comenzaron a caer sobre la embarcación amenazando con hundirla (v. 37). Aterrados, los discípulos acudieron a Jesús.
Resultaría absurdo reducir el relato a la manera en que Jesús calmó la tempestad y los discípulos quedaron pasmados ante un personaje que, por calmar el viento y el mar, se escapaba de su comprensión. Que así fue no admite duda y es comprensible el estupor de los que vivieron el episodio y luego lo contaron. Sin embargo, la historia iba mucho más lejos y sus lecciones eran mucho más importantes.
- En medio del pesar, incluso cuando este pesar es incontrolable, los seguidores de Jesús sabemos que podemos acudir a él.
- En medio de problemas que sobrepasan la capacidad humana y que amenazan, literal o figuradamente, con hundirnos, Jesús es el que puede ayudarnos y
- En medio de tempestades en que la ansiedad se apodera de nosotros hasta tal punto que somos incapaces de reaccionar, Jesús es el que calmará la tormenta y nos traerá paz.
La vida tiene no poco de sorpresas inesperadas y desagradables, de tormentas ante las que no es posible reaccionar salvo con el miedo y la inquietud, de angustia que nos atenaza sin permitirnos ver salida caso de que la haya. En esas situaciones, nos sentimos inmersos en un torbellino que nos arrastra sin permitirnos vernos libres. Pero cuando sucede eso, el mensaje del Evangelio es más que claro: Jesús es el que puede acudir en nuestro socorro no sólo deteniendo el viento y la tempestad sino también dándonos una paz que sobrepasa todo entendimiento.
El Evangelio de Marcos: el endemoniado de Gadara (5: 1-20)
April 16, 2015
Daoíz y Velarde, los héroes del 2 de mayo
Frente a tan vergonzosa capitulación, el honor nacional quedó salvado gracias a la gallardía del pueblo de Madrid alzado contra los franceses y a la resolución de dos capitanes de artillería llamados Luis Daoíz y Pedro Velarde. El primero era sevillano aunque de origen navarro y había combatido en el norte de África, en la guerra de la Convención contra Francia y frente a los ingleses en el asedio de Cádiz; el segundo, cántabro, había luchado en Portugal y era un especialista en artillería. Velarde ya había ideado un plan de sublevación contra los invasores que fue rechazado. La mañana del 2 de mayo, Daoíz se encontraba al mando del Parque de Artillería de Monteleón, con diecisiete hombres como única guarnición frente a ochenta soldados franceses enviados por Murat para controlar el recinto. Velarde acudió al parque con treinta y cinco hombres y logró la rendición de los franceses. A continuación, abrieron el parque a los paisanos que ya se habían alzado en el centro de Madrid y les entregaron armas. Mientras Velarde organizaba la defensa con unos ciento veinte paisanos y soldados, Daoíz se situó a la puerta del parque con una batería de cuatro cañones. Durante tres horas, rechazaron en varias ocasiones a fuerzas diez veces superiores que intentaban tomar el lugar acercándose por las calles de Fuencarral y San Bernardo. Sólo la falta de municiones y la intervención directa de los superiores militares los obligaron a capitular en unas circunstancias que costaron la vida al general francés Lagrange – que había insultado a Daoíz y que recibió la muerte de él – y a los dos héroes. En el curso de las horas siguientes, los patriotas del 2 de mayo fueron vilipendiados por las figuras del Antiguo Régimen. Mientras la Inquisición condenaba el alzamiento y los obispos amenazaban con la excomunión a los que se rebelaran contra los franceses, la Junta suprema de gobierno ofreció su presidencia al francés Murat insistiendo en que el ejército español era leal a Napoleón. No pasó mucho tiempo, sin embargo, antes de que España siguiera el ejemplo no de los que mandaban sino de los rebeldes Daoíz y Velarde.
Próxima semana: El Empecinado
April 15, 2015
El racismo en Estados Unidos
April 14, 2015
Lincoln, un político vigente
Con todo, cuando se rodó El nacimiento de una nación, una película en la que se ensalzaba al Ku Klux Klan y se presentaba a los negros como verdaderas bestias, Griffith, su director, rindió tributo a Lincoln como verdadero padre de la nación. A día de hoy, muy pocos norteamericanos discutirían que si Washington logró la emancipación de la metrópoli británica, fue Lincoln el que permitió que tanto la nación como la democracia sobrevivieran. De hecho, el prestigio de Lincoln llegaría a ser tan considerable que cuando la Komintern logró reclutar a un batallón de americanos para combatir en la guerra civil española le dio también el nombre del presidente. Hace un par de años, incluso hubo quien se atrevió a escribir una novela de terror en la que aparecía como avezado caza-vampiros. Las causas de que la figura de Lincoln – interpretaciones aparte – no haya dejado de crecer en la consideración global son diversas y relevantes. La primera es, sin duda alguna, su defensa de la democracia como una forma de gobierno que constituía la “última mejor esperanza del género humano”. La única manera de oponerse a la tiranía, al despotismo, a la injusticia se hallaba a su juicio en la preservación del sistema democrático, un sistema que en su época sólo existía en Estados Unidos y que podía verse aniquilado a consecuencia de una institución como la esclavitud y de un fenómeno como el nacionalismo sureño. Si la especie humana iba a tener una esperanza, ésta se hallaba en la constitución de regímenes donde los hombres pudieran gozar del derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad. Cualquier sistema que limitara el recoger los frutos del esfuerzo personal, las libertades ciudadanas o la vida caminaba, aunque no lo supiera, hacia un despotismo peligroso y letal. La segunda razón fue la práctica personal de la democracia en Lincoln. Guste o no reconocerlo, la democracia contra lo que muchos pudieran pensar no puede sobrevivir cuando una minoría – como la encarnada en los nacionalistas sureños – subvierte los mecanismos legales para favorecer sus intereses o cuando se pretende que no existen principios morales superiores que resultan inalienables y que no pueden verse violados por una decisión política. No era lícito que el pueblo decidiera convertirse en esclavo, como tampoco puede serlo que decidiera someter a la esclavitud o a la muerte a una parte de los ciudadanos. Lejos de constituir meramente un mecanismo de sustitución de los ocupantes del poder político, para Lincoln la democracia estaba ligada indisolublemente a la defensa de determinados valores morales. Se apartaba así de la demagogia y del despotismo. Frente a la primera no pretendía que todos los hombres son iguales, pero sí que todos nacen con unos derechos iguales; frente al segundo, insistía en la posesión de derechos irrenunciables. La tercera de las razones por las que Lincoln continua conservando su actualidad es su convicción de que la democracia no había nacido en el vacío sino que hundía sus raíces en la cosmovisión contenida en la Biblia. Lincoln procedía de una familia de disidentes que había marchado a América en busca de libertad religiosa. Repudiaba así la idea de un estado confesional (como los Padres fundadores) y no hubiera identificado nunca la Verdad con el credo de una confesión concreta. Sin embargo, al mismo tiempo, era consciente de que la Verdad existía y que esa Verdad contenida en las Escrituras era la base y el apoyo más sólido de la democracia. Era, por ejemplo, el libro del Génesis con su afirmación de que todos los hombres habían sido creados a imagen y semejanza del Todopoderoso Dios el que legitimaba la Declaración de independencia que insistía en que todos los hombres fueron creados iguales y detentadores de algunos derechos inalienables. Precisamente por ello, Lincoln podía apelar a principios morales superiores que apuntaban a la esclavitud como una institución perversa de deseable desaparición (por más que la mayoría de los sureños pensara lo contrario) y, a la vez, podía mostrarse magnánimo con aquellos que habían puesto en peligro la existencia de la nación. Convencido de que, tal y como enseñó Jesús, es una práctica conveniente la de no juzgar para no ser juzgados, Lincoln abogó por una política de mano tendida hacia los derrotados. La causa del Sur había sido equivocada e incluso inicua, pero muchos la habían defendido no sólo con valor sino también con nobleza y, sobre todo, con la convicción de que era justa. Por otro lado, junto a su culpa mayor, nadie podía negar la menor de aquellos que en el norte habían consentido en la esclavitud. Según Lincoln, Dios era el único juez de la Historia y, siquiera en parte por esa razón, la democracia debía buscar más cerrar heridas y reintegrar a los rebeldes que ejecutarlos. Como señalaría en su segundo discurso de jura presidencial, rechazaba una visión del conflicto en blanco y negro y, a la vez, deseaba actuar “con malicia hacia nadie y con caridad hacia todos”.
Esta convicción en la base bíblica de su cosmovisión confirió a las posiciones de Lincoln una fortaleza y una dignidad especiales a la vez que dotó a su vida de una sobresaliente capacidad de resistencia frente a luchas y amarguras. Su vida familiar – su esposa padecía una enfermedad mental y perdió a causa de la enfermedad a hijos más que amados – no estuvo exenta de pesares y dolor. Lo mismo puede decirse de su trayectoria antes y después de llegar a la Casa Blanca. A pesar de todo, como en el momento álgido de la batalla de Antietam Creek, siempre contó con el recurso de acudir a Dios no tanto para pedir Su ayuda para sus propósitos personales sino para solicitar Su luz a fin de sumarse a Sus fines. En esta terrible brega que duró años y que llegó a su consumación durante los tiempos difíciles de la guerra civil, Lincoln no se vio libre de tensiones. Sufría con las bajas de sus tropas y con la sangre derramada de las ajenas, con la perspectiva de la devastación y con el temor a una paz para los vencedores únicamente. Lamentaba de manera especial que el bien tuviera que ser conseguido por las bayonetas y los cañones. Al igual que los cuáqueros, a los que tanto apreciaba, era víctima de un dilema moral que le obligaba a escoger entre la guerra hasta el final para garantizar la supervivencia de la democracia y el triunfo de la libertad o la paz sumada a una derrota que significarían el final del primer experimento democrático de la Edadcontemporánea. Lo que estaba en juego era, como señaló en la alocución de Gettysburg, si “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” sería arrancado de la faz de la Tierra. Sin embargo, confiaba que en esa lucha que era la del Dios que había creado a todos los hombres iguales contaría también con Su ayuda. Así, finalmente, quedaría de manifiesto que, como indicó en otro de sus discursos, era una obligación moral de todo el género humano ponerse en pie para defender resueltamente aquellos derechos inalienables conferidos por el Creador.
En un Occidente que se ha convertido en un archipiélago de libertades rodeado por un océano de totalitarismos, pero que también ha olvidado que la Historia siempre cobra onerosas facturas a los que deciden actuar en contra de unos principios morales superiores, ese mensaje y esa trayectoria vital no sólo sigue conservando vigencia sino que presenta una urgencia ineludible.
April 13, 2015
Extrapolables, no pero…
En este caso concreto, tanto el PP como Podemos se han apresurado a señalar que los resultados de Andalucía no se pueden extrapolar al resto de España. La afirmación – lo digo sin la menor ironía – se corresponde con la verdad. En otras partes de España, por ejemplo, no existe un régimen socialista que se haya mantenido durante tres décadas y que resulta incombustible; en otras partes de España, el desgaste del PSOE ha sido mayor y, en otras partes de España, PSOE y PP no son las fuerzas políticas más importantes. A partir de las elecciones andaluzas deducir quién se hará con la alcaldía de Lugo, el gobierno de La Rioja o la Moncloa exige un atrevimiento ciertamente temerario. Con todo, existen aspectos que no pueden pasarse por alto. El primero es el castigo asestado al PP por sus votantes. Por muchas vueltas que se le dé, el candidato no se merecía los peores resultados en décadas – a decir verdad, tengo la sensación de que ganó los debates – y, desde luego, ha recibido en sus nalgas la patada que muchos quisieran darle a Rajoy y a Montoro. Y digo Montoro porque para millones de votantes del PP – autónomos, pequeños y medianos empresarios, profesionales, clases medias a fin de cuentas – constituye el símbolo paradigmático de cómo las cosas no han sido como se esperaban ya que en lugar de bajar unos impuestos asfixiantes procedentes de la época de ZP se han incrementado más de medio centenar de veces con pavorosas consecuencias. Seguramente, el PP no va a pagar – en contra de lo que ha expresado el ministro Margallo – recortes en sanidad o educación derivados de las distintas CCAA, pero sí se enfrenta con el desaliento y el pesar de unas empobrecidas clases medias que le otorgaron la mayoría absoluta. En cuanto a Podemos no va a sustituir al PSOE, pero se consolida como la fuerza decisiva para devolver a la izquierda al poder. Los datos de Andalucía no son, ciertamente, extrapolables, pero o mucho cambian las cosas o a finales de año el gobierno surgido de las urnas adoptará la forma de una coalición o bien de PP-PSOE para intentar que la recuperación sea realidad o bien de PSOE-Podemos camino a la Venezuela que, de manera nada casual, Felipe González ha decidido cuestionar abiertamente en el plano internacional.
April 12, 2015
La Reforma indispensable (LI): En que acertó Lutero (IV): Sola gratia (III)
No lo fue menos la manera en que esa comprensión de la Sola Gratia revolucionó el concepto de vida cristiana. Durante siglos, los fieles habían sido orientados hacia unas “buenas obras” que, en algunos casos, recogían ecos lejanos de la enseñanza del Nuevo Testamento, pero que, las más de las veces, no eran sino ritos cargados de superstición – sigue siendo así a día de hoy – cuyo trasfondo pagano resultaba fácil de reconocer. El anuncio de la Sola gratia implicaba también el final de esa forma de vida para encauzar todo en el orden ético descrito en la Biblia. De manera nada sorprendente, la carta a los Romanos, a cuya primera parte dediqué la entrega anterior, desempeñó un papel esencial en ese anuncio. Sigamos, pues, con ella.
La primera conclusión ética de Pablo tras exponer su visión de la salvación – visión, insistamos en ello, que no es original sino que corresponde a la de otros predicadores cristianos del s. I y puede enlazarse con el Antiguo Testamento – no es, por lo tanto, la de un antinomianismo que excluye la moralidad, sino todo lo contrario. Así lo plantea de manera inmediata:
El mensaje del Evangelio (III): la nueva vida
1 ¿Qué vamos a decir entonces? ¿Vamos a continuar en el pecado para que crezca la gracia? 2 De ninguna manera, porque los que hemos muertos al pecado, ¿cómo vamos a seguir viviendo en él? 3 ¿O no sabéis que todos los que somos bautizados en el mesías Jesús, somos bautizados en su muerte? 4 Porque somos sepultados juntamente con él en la muerte a través del bautismo; para que como el mesías resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos de una manera nueva de vida… 6 Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado junto con él, para que el cuerpo del pecado sea deshecho, a fin de que ya no sigamos sirviendo al pecado.
(Romanos 6, 1-4, 6)
Naturalmente, Pablo no era tan ingenuo como para pensar que la suma de la gratitud por la salvación recibida por la gracia y de la mera voluntad humana pudieran operar un cambio de naturaleza. Sabía más bien que la insistencia en negar la propia naturaleza humana y en afirmar la impecabilidad podía provocar las disfunciones espirituales que aquejaban a no pocos fariseos. Gustara o no gustara, reconocía la realidad de que la naturaleza humana está inclinada claramente hacia el mal incluso en aquellos que han sido justificados por la fe. De hecho, el pasaje que vamos a ver a continuación – cuya fuerza ha intentado ser descartada por algunos aduciendo que describe al Pablo anterior a la conversión – nos muestra a un hombre que, de manera humilde y sincera, reconoce su propia condición:
15 Porque lo que hago, no lo entiendo; y tampoco hago lo que quiero. Por el contrario, hago precisamente lo que aborrezco. 16 Y si hago lo que no quiero, apruebo que la ley es buena. 17 De manera que no soy yo el que actua, sino el pecado que mora en mí. 18 Y yo sé que en mí (es decir, en mi carne) no reside el bien: porque el querer lo tengo, pero el hacer el bien no lo consigo. 19 Porque no hago el bien que quiero; sino que hago el mal que no quiero. 20 Y si hago lo que no quiero, ya no lo realizo yo, sino el pecado que mora en mí. 21 Así que, al querer hacer el bien, me encuentro con esta ley: Que el mal está en mí. 22 Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios. 23 Sin embargo, veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi espíritu, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.
(Romanos 7, 15-23)
Conmueve el ver la forma en que Pablo concluye esta exposición señalando sus carencias humanas y, a la vez, su confianza en que Dios le ayudará a vencerlas:
24 ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? 25 Gracias doy a Dios, por Jesús el mesías, Señor nuestro. Así que, yo mismo con la razón sirvo a la ley de Dios, pero con la carne a la ley del pecado.
(Romanos 7, 24-25)
Es cierto que Pablo no puede negar la inclinación al mal propia de la naturaleza humana y también es obvio que no puede ocultar que su razón deseaba hacer el bien por encima de su capacidad para ejecutarlo. Y, sin embargo, Pablo tampoco cae en el desánimo. Es consciente de que, a pesar de sus limitaciones, resulta posible – y obligado – vivir de una manera nueva. La clave reside en someterse a la acción del Espíritu Santo. Al respecto, puede afirmarse que Pablo es un confiado optimista, no porque crea en una naturaleza humana que conoce de sobra, sino porque es consciente del poder del Espíritu:
1 Por lo tanto, no existe ninguna condenación para los que están en Jesús el mesías, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al espíritu. 2 Porque la ley del Espíritu de vida en el mesías Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. 3 Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios lo ha llevado a cabo enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado, y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; 4 para que la justicia de la ley se cumpliera en nosotros, los que no andamos conforme a la carne, sino conforme al espíritu. 5 Porque los que viven conforme a la carne, se ocupan de las cosas que son de la carne; pero los que viven de acuerdo al espíritu, se ocupan de las cosas del espíritu. 6 Porque la intención de la carne es muerte; pero la intención del espíritu, vida y paz: 7 porque la inclinación de la carne es enemistad con Dios; porque no se somete a la ley de Dios, ni tampoco puede. 8 De manera que, los que están en la carne no pueden agradar a Dios, 9 pero vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu del mesías, es que no es de él. 10 Sin embargo, si el mesías está en vosotros, el cuerpo a la verdad está muerto a causa del pecado; pero el espíritu vive a causa de la justicia. 11 Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó al mesías Jesús de los muertos, también dará vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros… 14 Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios.
(Romanos 8, 1-11, 14)
La vivencia del Espíritu tiene una importancia extraordinaria para Pablo, aunque, una vez más, su punto de vista al respecto no es original sino que se puede retrotraer a la predicación judeo-cristiana, al mismo Jesús e incluso al Antiguo Testamento que había prometido su efusión en los tiempos mesiánicos (Joel 2). Ese Espíritu que mora en el interior de los que han sido justificados por la fe es el que da testimonio de que son hijos de Dios (v. 16) y como hijos, herederos de Dios y coherederos del mesías (v. 17). En ese sentido – y en contra de un tópico erróneo muy extendido – la fe cristiana no predicaba ni que todos los hombres son hijos de Dios ni tampoco una fraternidad universal. Sólo son hijos de Dios aquellos a los que Dios ha adoptado porque han aceptado por fe a Jesús el mesías. Precisamente, la manifestación final de esos hijos de Dios – los que tienen en su interior el Espíritu Santo – tendrá unas consecuencias que pueden calificarse como cósmicas (v. 19 ss). Hasta entonces, el Espíritu va a socorrer a la debilidad de los hijos de Dios ayudándoles incluso a pedir lo que más les conviene aunque no sean capaces de colegirlo por si mismos (v. 26 ss). Precisamente, al llegar a este punto de su exposición Pablo la concluye con uno de los himnos más hermosos que se han escrito nunca dedicados al amor de Dios y a la confianza que éste puede infundir en los creyentes. Nada puede separarlos del amor de Dios ni de su salvación, pero es que además aunque no puedan no entender todo lo que les sucede a diario, deben tener en cuenta que Dios actúa para que todo discurra siempre para su bien:
28 Y sabemos que todas las cosas ayudan a bien a los que aman a Dios, a los que han sido llamados conforme a su propósito. 29 Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito de entre muchos hermanos; 30 Y a los que predestinó, a éstos también los llamó; y a los que llamó, a éstos también los justificó; y a los que justificó, a éstos también los glorificó. 31 ¿Pues qué diremos a esto? Si Dios está a favor de nosotros, ¿quién puede estar contra nosotros? 32 El que no escatimó a su propio Hijo, sino que más bien lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no va a darnos también con él todas las cosas? 33 ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. 34 ¿Quién es el que condenará? El mesías es el que murió; más aún, el que también resucitó, quien además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. 35 ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿la tribulación? ¿o la angustia? ¿o la persecución? ¿o el hambre? ¿o la desnudez? ¿o el peligro? ¿o la espada? 36 Como está escrito: Por causa de ti vamos a la muerte todo el tiempo. Somos contados como ovejas de matadero. 37 Sin embargo, en todas estas cosas, somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. 38 Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, 39 ni lo alto, ni lo bajo, ni ninguna criatura nos podrá apartar del amor de Dios, que es en el mesías Jesús Señor nuestro.
(Romanos 8, 28-39)
No cabe duda de que el anuncio del Evangelio recogido aquí por el apóstol Pablo resulta de una extraordinaria belleza. El ser humano puede comenzar una nueva vida en Cristo tras su justificación, pero esa nueva vida no es el discurrir por senderos humanos en los que se cree que se está ganando poco a poco el cielo. Por el contrario, es la respuesta agradecida del que sabe que YA ha sido justificado, YA ha sido salvado y YA ha sido reconciliado con Dios. Como diría Santiago con posterioridad, precisamente al vivir de acuerdo a esa nueva vida que produce unas obras – que en poco o nada se parecen al concepto católico de buenas obras – se puede ver que la justificación ha sucedido y se puede ver no sólo por la fe sino también por las obras (Santiago 2: 24). No dice Santiago que la justificación es por la fe más las obras – algo que contradeciría la enseñanza de Jesús y de Pablo – sino que podemos verlo por la fe y por las obras también. La diferencia con el sistema católico-romano es inmensa ya que las obras no son algo que se hace para salvarse sino PORQUE YA SE HA SIDO JUSTIFICADO. Obedecen, por lo tanto, no a la torpe versión mercantil de la salvación implantada y desarrollada por la iglesia católico-romana durante la Edad Media sino a la gratitud del corazón que sabe que la salvación no se debe a sus méritos sino a la gracia totalmente inmerecida de Dios. Así lo descubrí yo como millones de otras personas leyendo el Nuevo Testamento en su lengua griega original allá por los años setenta del siglo pasado. Lo descubrí no porque hubiera leído a Lutero – al que no había leído jamás – o porque escuchar a algún evangélico – nunca lo había oído – sino porque la carta a los Romanos lo expresaba con una claridad resplandeciente siempre que uno no la opacara con los prejuicios previos, prejuicios que yo no tenía porque no buscaba defender a ninguna iglesia sino, simplemente, descubrir la Verdad. Pero de esa enseñanza sobre la Sola gratia tema hablaremos más la próxima semana.
La Reforma indispensable (LII): En que acertó Lutero (V): Sola gratia (IV)
April 11, 2015
Goin’ Up Yonder
A lo largo de nuestra existencia, en realidad, si seguimos a Jesús vamos subiendo de la misma manera que iríamos venciendo los obstáculos para alcanzar la cumbre de una montaña. Ignoro en qué lugar de mi subida me hallo, pero sí sé que esté donde esté, cuando llegue el final de mi existencia, Jesús me estará esperando en la cima porque no confié en mis méritos sino que acepté su invitación para entrar en el Reino de Dios sólo sobre la base de su gracia y de su amor.
Este hermoso himno góspel – Yendo hacia más arriba – recoge como pocos la inmensa alegría de saber que, a pesar de las propias debilidades, aquellos que nos confíamos a Su gracia y no a nuestros supuestos méritos, no dejamos de ascender hacia Dios, que Él no permitirá que caigamos al vacío y que nos acabaremos encontrando con Su amor en la cima. Les dejo una versión del Coro Gospel de Madrid. Sin comentarios. Saquen ustedes sus conclusiones y, como siempre, God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
April 10, 2015
Los libros sapienciales (I): Job (II): capítulos 3-31
Los amigos de Job – no precisamente los que uno desearía en una situación semejante – no van a intentar en ningún momento comprender a Job. Por el contrario, se acercan a su inmenso dolor desde el prejuicio. Para Elifaz, el prejuicio es de corte espiritualista o místico (4: 12-16); para Bildad, es la tradición religiosa (8: 8-10) y para Zofar es el dogma. Nadie escucha realmente a Job; nadie se interesa por ahondar en el sufrimiento que se extiende ante sus ojos; nadie muestra compasión. En realidad, todo queda reducido a un “Job, eres culpable – tienes que serlo porque así lo muestra la tradición, e dogma o mi experiencia mística – reconoce tu pecado y podrás salir de esta situación”. Para colmo, tras el primer ciclo de discursos, no se puede evitar tener el regusto amargo de que todos y cada uno de los amigos ha pretendido hablar en nombre de Dios (c. 3-14). Todo ello, por supuesto, sin ayudar lo más mínimo a Job y sin intentar siquiera comprenderlo.
El segundo ciclo de discursos es todavía más duro (c. 15-21) porque los tres amigos ahora no sólo intentan encajar a Job en sus prejuicios sino que incluso se atreven a decir que se merece lo que le sucede. Sólo en un momento de lucidez Job se confía a Dios pensando que es el único que puede ayudarlo (19: 23-29), pero incluso esa proclamación de Job es breve y efímera.
El tercer y último ciclo de discursos resulta aún más frustrante (c. 22-29). Los amigos de Job - Zofar ni siquiera se molesta en intentar ya refutarlo – carecen de razones para discutir y, bajo su palabrería, sólo hay violencia y falta de fuerza espirituales. El mismo Job discute menos que antes y clama más que nunca porque su dolor se le hace insoportable, porque está terriblemente solo y porque ha padecido los ataques de los que se supone que tendrían que respaldarlo. Job sabe que hay gente malvada a la que le va bien (c. 23-24) mientras que a él, a pesar de su integridad, la desgracia no ha dejado de golpearlo. El capítulo 29 es un canto amargo a los viejos tiempos más prósperos que contrastan con el terrible presente (c. 30). En el capítulo 31, Job incluso realiza un canto extraordinario a la integridad y a la sabiduría, pero, a la vez, todas las cuestiones que le atañen quedan en el aire. La religión – sea en forma tradicional, mística o dogmática – no ha dado respuesta a Job que sigue sumido en un dolor inmenso.
Textos recomendados: Capítulos 19 y capítulos 29, 30 y 31.
CONTINUARÁ
Los libros sapienciales (II): Job (III)
El Evangelio de Marcos: las Parábolas del Reino
Uno de los aspectos más personales de la enseñanza de Jesús es la manera en que transmitía su mensaje a través de parábolas. La parábola es un género judío denominado mashal (plural meshalim), pero ni antes ni después de Jesús llegó a alcanzar ese nivel de profundidad y sencillez. Las parábolas de Jesús estuvieron relacionadas con el Reino de Dios de manera mayoritaria, algo que tiene lógica por varias razones. Primero, porque la parábola atraía a la gente que suele ser aficionada a escuchar historia, pero, a la vez, obligaba a prestar atención. De hecho, sigue siendo un género ideal para despertar el espíritu crítico… si uno desea saber y conocer. En segundo lugar, las parábolas permitían utilizar un lenguaje simbólico que dejaba fuera no sólo a los que no deseaban escuchar de corazón sino también a los que buscaban razón para dañar a Jesús. Finalmente, las parábolas permitían una transmisión fácil de enseñanzas ya que el relato es también más fácil de recordar que el discurso.
La parábola del sembrador es, al respecto, absolutamente paradigmática. Su finalidad es cuestionar la visión que del Reino podían tener los contemporáneos de Jesús. Para ellos, el reino sería fundamentalmente el triunfo de la agenda nacionalista judía – sionista diríamos hoy – consistente en que Israel se impondría sobre sus adversarios, expulsaría, por supuesto, a los no-judíos de su territorio y disfrutaría de una nueva era en la que la vida del resto de naciones giraría alrededor de Israel. Semejante agenda siempre ha tenido un eco notable en la Historia del judaísmo y si Jesús la hubiera predicado hubiera encontrado no pocos seguidores… el problema es que su visión del Reino, como hemos visto, no era esa. No era esa y además había que comunicarla a la gente que, con seguridad, daría respuestas no siempre gratas. ¿Qué podían esperarse los seguidores de Jesús cuando comunicaran el Evangelio del Reino? En primer lugar, una parte de los que escuchara el Evangelio no seguiría la causa del Reino por la sencilla razón de que Satanás arrancaría ese mensaje de los corazones (4: 15). Luego habría otros que recibirían el mensaje del Reino con interés e incluso alegría, pero la falta de motivaciones más profundas que el entusiasmo los llevarán a arrojar todo por la borda una vez que surjan las dificultades (4: 16-17). En tercer lugar, habría personas que también escucharían, pero que no llegarían nunca a dar fruto precisamente porque su corazón estaría en la codicia (4: 18-19).
Todos esos escenarios comprensiblemente desanimarían a cualquiera. No puede dejar de sentirse profundamente desanimado aquel que anuncia el mensaje maravilloso del Reino y que contempla como la obra del Diablo en forma de prejuicios, de tradiciones, de religión o de violencia impide que prenda o que llega a observar el entusiasmo de algunos oyentes que se traduce en fuga cuando hay dificultades o que percibe cómo el mensaje es ahogado por la codicia. Sin duda, no son los escenarios que un difusor del mensaje del Reino querría ver. Sin embargo, Jesús – que es lo suficientemente realista para mostrar lo anterior – también señala otra realidad. Junto a esos personajes, el que siembra la Palabra de Dios también encontrará gente que dará un fruto mayor o menor e incluso extraordinario (v. 20).
A fin de cuentas, Jesús señala que no se conoce el Reino para esconderlo de la misma manera que no se enciende una luz para taparla sino para que ilumine (4: 21). Hagamos lo que hagamos, llegará un momento en que todo saldrá a la luz (4: 22) y entonces la manera en que hayamos actuado quedará a la luz con consecuencias (4: 24-5).
El deseo de Jesús de impedir el desaliento de sus seguidores vuelve a repetirse en las parábolas del crecimiento de la semilla – sólo transmitida por Marcos – y la de la semilla de mostaza. Los seguidores de Jesús no deben preocuparse por los resultados sino por sembrar. A fin de cuentas, aquel que siembra sabe que la planta crece independientemente de que él la esté mirando a todas horas. Si él siembra, verá crecer y dar fruto (4: 26-29), pero no puede provocar ni una cosa ni la otra. No sólo eso. En ocasiones, el crecimiento desafía lo que pudiera esperarse de la pequeñez de la semilla como pasa con la mostaza, diminuta, pero capaz de convertirse en árbol frondoso (4: 30-32).
Estas parábolas del Reino encierran realidades de no escasa relevancia. Para algunos, el Reino es un ámbito de poder humano aunque intente legitimarse con referencias a Dios. Para los que lo ven así, ha sido aceptable el uso de la inquisición y la predicación de las cruzadas, la coacción espiritual y los bautismos forzosos y, más modernamente, la avocación de privilegios que permitan mantener un reino muy humano y más que dudosamente divino. Pero ese no es el Reino de Dios.
En un mundo donde el poder económico y militar marcan las reglas, en que la codicia y la ambición corrompen hasta lo más sagrado, en que incluso los dirigentes religiosos rigen bancos o pronuncian declaraciones más relacionadas con intereses materiales que con principios morales, es fácil que el sembrador del mensaje del Reino se vea sobrepasado. Así sucede porque, por ejemplo, él tan sólo utiliza la Palabra de Dios y no se vale de los atajos aparentes que proporcionan el poder, el dinero o la influencia social. Pues debe estar avisado. Precisamente porque ese mensajero de la Buena noticia enciende la luz para iluminar y no para deslumbrar y dominar, verá que muchos de los que lo escuchan preferirán seguir impulsos diabólicos. Tampoco faltarán los que exuden entusiasmo para marcharse ante la primera dificultad. Incluso aparecerán los que dejen que su codicia los arruine espiritualmente. Pero nada de eso debería desanimar a los que anuncian la Buena noticia del Reino. Siempre, siempre, siempre habrá gente que responda y de fruto, pero además el crecimiento no es tarea de ellos sino de Dios y en no pocas ocasiones ese avance se revelará espectacular. El Reino – nunca me cansaré de expresarlo – siempre es muy diferente de la religión. Lo son también sus resultados. Lo es también su vida.
CONTINUARÁ
El Evangelio de Marcos: la tempestad calmada
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