César Vidal's Blog, page 118

May 20, 2015

Las lecciones olvidadas de Vietnam

​En el año 1995, a las dos décadas del final de la guerra de Vietnam, Robert S. McNamara, el que fuera secretario de defensa durante el período más decisivo del conflicto, publicó un libro en el que analizaba las lecciones que debían extraerse del mismo.

El gobierno norteamericano, según McNamara, había exagerado el peligro real para Estados Unidos y había sido incapaz de leer las intenciones de sus adversarios. Además había infravalorado el papel que el nacionalismo jugaría convirtiendo a los norteamericanos no en libertadores sino en meros invasores a los ojos de millones de vietnamitas. Había creído que la superioridad tecnológica garantizaría el triunfo sin comprender que resultaba indispensable vencer en “la tarea de ganar los corazones y las mentes de gente de una cultura totalmente diferente”. Por añadidura, había hecho gala de una profunda ignorancia cultural a la hora de tratar tanto a enemigos como a aliados. Había pasado por alto que no tenía “el derecho dado por Dios de modelar a toda nación a nuestra imagen y como escojamos”. Igualmente, tampoco había sabido comprender que existen problemas internacionales que no tienen “soluciones inmediatas” y que actuar como si existieran sólo podía abocar al fracaso. McNamara confiaba en que aquella suma de equivocaciones que se habían traducido en la primera derrota militar de la Historia de Estados Unidos fueran aprendidas en un mundo donde había ya desaparecido la Unión Soviética y las realidades resultaban aceleradamente cambiantes. Poco podía imaginar que Rumsfeld, Cheney o George W. Bush nunca las tendrían en cuenta e incurrirían, uno tras otros, en los mismos errores que causaron la derrota de Vietnam. Quizá, como escribió el filosófo norteamericano Santayana, sea cierto que los pueblos que desconocen su Historia están condenados a repetirla.

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Published on May 20, 2015 00:00

May 18, 2015

No es esto, no es esto…

Siempre me ha gustado conservar a los amigos. Reconozco que esa conducta a veces no ha encontrado una respuesta recíproca, pero me he mantenido fiel a ella sin importarme que fueran socialistas de los de ZP, fanáticos religiosos o funcionarios de Hacienda.

La amistad se encuentra, desde mi punto de vista, por encima de esas circunstancias a fin de cuentas mutables y accesorias. Además me permite mantener un contacto de primera magnitud con barrios por los que no suelo pasear. Precisamente hace unos días hablaba con uno de estos viejos conocidos integrado en Podemos desde su fundación. Decir que estaba que bufaba es decir poco. “No es esto”, me decía indignado, “Cuando empezamos con la ocupación de la Puerta del sol buscábamos un cambio real de la sociedad…”. “Pero en eso estáis, ¿no?”, exclamé sorprendido. “Pues no, no”, me respondió gesticulando, “aquí ya hay gente que ha decidido que quiere pisar moqueta y se le han pasado las buenas intenciones para entrar en las mariconadas…”. “Hombre…”, me atrevo a musitar porque la palabra aparte de ser una grosería resulta políticamente incorrecta. “A ver, ¿tu cómo le llamarías a querer acabar con la monarquía y hacerte una foto con el rey?”, me dice con las venas hinchándosele en el cuello. “Tampoco me parece a mi…”, intento argumentar, pero no me deja. “Y eso es lo de menos”, prosigue airado, “¿tu te crees que se puede justificar el baboseo con el PSOE?”. Guardo silencio mientras mentalmente ruego al Altísimo que no siga con su escalada verbal. “Podemos tiene un sentido si se cambian las cosas de verdad”, prosigue ahora con un gesto que rezuma pesadumbre de la misma manera que una esponja empapada rezuma agua, “Si se acaba con la monarquía, si se desaloja a la casta de sus poltronas, si se cambia la constitución, si se amarra en corto a los bancos, si no hay un desahucio más, pero si, al final, todo se reduce a trapichear con el PSOE para que sigan mandando los de siempre, los que han traicionado a las masas, los que se lo han llevado crudo, pues mira, para eso, para ser como todos, Monedero se podía haber quedado en Venezuela. No es esto, no es esto…”. Lo contemplo con pesar, casi me atrevería a decir que con un punto de compasión mientras recuerdo que cuando Ortega y Gasset comenzó a decir “No es esto, no es esto” iba levantando el acta de defunción de un proyecto político.



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Published on May 18, 2015 23:00

Hacia la segunda temporada de La Voz o el descubrimiento del Crowdfunding

​A la vuelta de muy pocos meses, concluirá la primera temporada de La Voz. La verdad es que volviendo la vista atrás hay que reconocer que ha sido prodigioso llegar hasta aquí. No se trata sólo de que el programa pudiera encontrar una radio que lo emitiera sino de que además haya podido pagar a sus colaboradores puntualmente hasta el día de hoy.

Dado que el programa La Voz no está enfeudado con ningún partido político, sindicato, confesión religiosa o empresa ni tampoco recibe publicidad privada o institucional, su coste del programa ha recaído en exclusiva sobre las espaldas de su director que, por añadidura, realiza su trabajo de manera gratuita. Al comenzar este año, resultaba más que obvio que esa situación no se podía prolongar de manera indefinida por lo que decidí descuartizar mi biblioteca y proceder a su venta. El proceso se sigue realizando, pero, seguramente, no comenzará a dar frutos hasta bien entrado el año que viene y es lógico que así sea porque inventariar y catalogar más de diez mil volúmenes no es tarea fácil. Llegados a ese punto, la cuestión es si podría producirse La Voz la próxima temporada o se vería acallada por falta de fondos.



Justo en esa tesitura entró en la cuestión Luis Ortiz que me ha propuesto reunir los fondos necesarios para la próxima temporada recurriendo a un sistema que han utilizado otros – por ejemplo, Iñaki Arteta para producir algunas de sus últimas películas – y que recibe el nombre de crowdfunding. Este sistema consiste en reunir una cantidad determinada en un período concreto de tiempo que nosotros hemos decidido que sea de tres meses. Si en ese espacio, se consigue reunir la cantidad destinada a cubrir la próxima temporada, La Voz se seguirá escuchando a partir de septiembre. Si no se reúne la cifra concreta se devolverán las cantidades comprometidas por los diversos donantes y, al menos la próxima temporada, no podrá oírse.



Para poder poner proyectos en la plataforma de crowdfunding

LANZANOS es necesario conseguir 100 votos en la primera fase (LA CAJA). Para otorgar esos votos hay que registrarse en www.lanzanos.com lo que es sencillo,

rápido y, sobre todo, gratuito. Luego, cada vez que pongamos un proyecto, en esta

primera oportunidad “PRODUCE LIBERTAD, PLURALIDAD E INDEPENDENCIA: LA VOZ, CON CESAR VIDAL”, hay que votarlo.

Me permito, pues, pedir a los paseantes del muro que se registren y a lo

largo de esta semana estará en LA CAJA de LANZANOS el proyecto para que

lo voten. Es – insisto en ello – el primer paso, fácil y gratuito, para iniciar un proyecto de crowdfunding que permita que La Voz se siga escuchando la próxima temporada en toda su libertad e independencia, justo las que derivan de no depender de instancias políticas, económicas, sindicales, eclesiásticas o financieras sino sólo del compromiso de defender la Verdad con libertad. Ustedes deciden. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!

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Published on May 18, 2015 05:30

May 17, 2015

Diplomacia vaticana

​La semana pasada fue especialmente fecunda para la Santa Sede. No es para menos cuando se empieza con un dictador caribeño y se acaba con el presidente de la Autoridad Nacional Palestina.

Incluyo una entrevista con Pedro Tarquis sobre el tema y un artículo largo que publiqué para el Interamerican Institute for Democracy a cuyo consejo consultivo me honro en pertenecer. Espero que disfruten de ambas.



Aquí está la entrevista







Y aquí el artículo



EL PAPA, EL DICTADOR Y EL PRESIDENTE PALESTINO



Esta semana pasada ha estado rezumante de noticias de interés que, de manera bien destacada, pasaban por los últimos pasos dados por la diplomacia vaticana. Si la semana comenzó con el encuentro del papa Francisco con el dictador cubano Raúl Castro concluyó con el anuncio del reconocimiento del estado palestino. No hay que ser un avezado analista para captar el desconcierto, incluso malestar, que semejantes acciones han provocado en amplios sectores de la población mundial. Ese desconcierto ha sido mayor si cabe entre los católicos. En el curso de las líneas siguientes, desearía señalar que, en contra de lo que se pueda pensar, ambas acciones son notablemente coherentes, no guardan una relación especial con el presente pontífice y, lejos de causar confusión, deberían llevarnos a afinar nuestra percepción de la realidad mundial.





Aunque para muchos, la iglesia católica es simplemente una religión - la única verdadera para centenares de millones de habitantes de este planeta - la realidad es diferente y más compleja. En realidad, la iglesia católica es imposible de desvincular de la existencia de un estado concreto reconocido como tal por el derecho internacional, el así llamado Estado Vaticano. A decir verdad, la cabeza de la iglesia católica - el papa - es, a la vez y comprensiblemente, jefe del Estado Vaticano. Este estado presenta características muy específicas. Por ejemplo, es, junto a la república islámica de Irán, una de las pocas teocracias que siguen existiendo en el globo. Por añadidura, su forma política es la de una monarquía electiva, como antaño lo fue la visigótica en España o la polaca, donde sólo la aristocracia participa en la elección del nuevo monarca. La legitimación de tan peculiar - y arcaica - forma de estado es espiritual, pero semejante forma de legitimación estuvo muy extendida hasta bien entrado el siglo XIX. De manera que sólo puede calificarse como natural, ese estado Vaticano, como todos los estados por otra parte, tiene intereses muy concretos y, a pesar de las declaraciones de principios, esos intereses no son espirituales sino, fundamentalmente, políticos, sociales y económicos. Quien comprenda esta sencilla circunstancia captará sin problemas los caminos de la diplomacia vaticana mientras que quien se aferre a la idea de que la Santa Sede no se mueve más que por principios de carácter espiritual estará condenado a la perplejidad perpetua. Enunciado este punto de partida permítaseme entrar en los dos episodios concretos a los que me refería al inicio de este artículo. Comencemos por el cubano.



Corría el año 1998 cuando se publicó un libro titulado Diálogos entre Juan Pablo II y Fidel Castro. La obra consistía en realidad en una recopilación de las homilías pronunciadas por el papa durante su visita a Cuba y de los discursos que, en respuesta, había pronunciado el dictador caribeño. Partiendo de esa base, el libro no presentaba mayor interés en la medida en que se limitaba a recoger textos de circunstancias. Sin embargo, sí resultaba más que llamativo su prólogo. A lo largo de casi medio centenar de páginas, aquel preámbulo presentaba una visión de Cuba ciertamente notable.





Achacaba sus males no a la dictadura comunista sino a lo que denominaba el bloqueo de Estados Unidos; cargaba después contra el sistema capitalista basándose incluso en algunos de los textos pontificios de Juan Pablo II y, finalmente, afirmaba que el sistema político y social más cercano a la doctrina social de la iglesia católica era un socialismo como el cubano siempre que se le añadiera la idea de Dios. Al concluir la lectura del prólogo, poca duda podía haber de que su autor simpatizaba con la dictadura cubana y no sentía un especial afecto por la democracia liberal. El autor de aquel prólogo, por añadidura, no era Leonardo Boff, Gustavo Gutiérrez, Jon Sobrino o algún otro de los teólogos de la Liberación. Se llamaba, en realidad, Jorge Mario Bergoglio y era arzobispo de Buenos Aires. Hoy todo el mundo lo conoce como el papa Francisco.



Más de un católico bienintencionado se preguntará cómo ha sido posible que un prelado con semejantes antecedentes haya sido elegido papa y cederá al impulso de alguna teoría conspirativa. A decir verdad, hay que responderle que Bergoglio fue elegido por sus pares como cabeza de la iglesia católica por la sencilla razón de que fue contemplado como el personaje más adecuado para hacer avanzar sus intereses internacionales.



La elección del papa Francisco estuvo vinculada a dos objetivos bien definidos. El primero es contener el avance extraordinario de las iglesias evangélicas en Hispanoamérica, un avance que ha resultado imparable en los últimos cuarenta años y que amenaza con convertir a la iglesia católica en la segunda confesión del continente en tan sólo un par de generaciones socavando así las bases de un poder que sigue siendo extraordinario en ámbitos como el social, político y económico. Ese retroceso resultaría especialmente perjudicial en la medida en que el subcontinente hispanoamericano es el único lugar del mundo en que la iglesia católica no es testimonial, como en África o Asia, o se ve sometida a un abandono masivo de la sociedad sobre la base de la secularización, como en Europa.



El segundo objetivo - muy relacionado con el anterior - es mantener buenas relaciones con las dictaduras del denominado socialismo del siglo XXI acerca de las cuales el Vaticano considera que durarán décadas. Finalmente, a esos dos objetivos se suma el deseo de mantener unas relaciones lo más cordiales posibles con el mundo islámico en la medida en que se aprecia su pujanza agresiva y en que su presencia en Europa es creciente. El papa que sucediera a Benedicto XVI tenía que ser una persona idónea para enfrentarse con esos desafíos y no, por ejemplo, como cabría esperar, con legislaciones cada vez más laxas en materia de aborto o eutanasia o con la extensión de la influencia del lobby gay.



Pasar por alto la existencia de esa agenda vaticana, ha dado lugar a anécdotas no exentas de comicidad. Por ejemplo, apenas unas horas antes de la elección de Bergoglio como pontífice, el bloguero católico español más relevante, Francisco José de la Cigoña, se permitió escribir un artículo abiertamente injurioso contra el entonces cardenal acusándole de numerosas vilezas e incluso calificando su mirada como torva. De la Cigoña - que, ocasionalmente, se presenta crítico con la labor de algún prelado - no podía entender que el Espíritu Santo bendijera a semejante sujeto con la elección papal. Quizá no fue el Espíritu Santo a fin de cuentas, pero Bergoglio fue elegido y De la Cigoña volvió a publicar al día siguiente su injurioso artículo aunque añadiendo una coletilla afirmando que el Espíritu Santo había hablado y lanzando vivas al mismo personaje al que había vilipendiado apenas unas horas antes.



El autor de las líneas que leen ustedes ahora partió para analizar la futura elección papal de un punto de partida totalmente distinto del expresado por De la Cigoña o la mayoría de los católicos. Fue el de los intereses reales del estado Vaticano. Así, en un artículo publicado, antes de la elección del actual papa, publicó un retrato robot del futuro pontífice que sólo permitía dos opciones o un papa de transición que permitiera encajar la salida de Benedicto XVI o un cardenal que encajara a la perfección con esos intereses ya señalados. El perfil que dio entonces encajaba como un guante en el actual papa Francisco: un papa hispano - pero no étnico sino de aspecto europeo - que pudiera neutralizar el avance de las iglesias evangélicas y llevarse bien con las denominadas dictaduras del socialismo del siglo XXI. No deseo jactarme lo más mínimo, pero creo que los hechos han demostrado que no me equivoqué un ápice en mi análisis. A decir verdad, desde su llegada al trono pontificio, el papa Francisco ha intentado neutralizar el avance evangélico recurriendo a la adulación de determinados personajes de relevancia y, en paralelo, es el gran valedor secreto y eficaz de las dictaduras de izquierdas en Hispanoamérica. De hecho, uno de los resultados más relevantes de la ayuda brindada a los dictadores que oprimen a millones de hispanoamericanos ha sido la aceptación por parte de la Casa Blanca de las conversaciones con la dictadura cubana. A su vez, el resultado más decepcionante para la Santa Sede ha sido que la Casa Blanca no haya sido igual de receptiva a los consejos del papa Francisco de que se siente a dialogar con Maduro. Sin embargo, la agenda papa es obvia hasta el punto de que, como le dijo a Raúl Castro, sus encíclicas provocan la satisfacción de los dictadores siempre, eso sí, que sean de izquierdas. No resulta, pues, casual que en Cuba, la nación con normativa más represiva en términos de libertad de expresión, los medios únicos que no pertenecen al Partido Comunista sean de la dictadura chavista y de la iglesia católica. La horrenda dictadura caribeña sabe a la perfección quiénes son sus amigos y valedores. De hecho, en el futuro, la Santa Sede no dejará de dar pasos en favor de esas dictaduras en la convicción de que obedece a los intereses no de sus fieles, pero si del estado Vaticano.



Pasemos ahora al reconocimiento del estado palestino. Como en el caso del prólogo, poco conocido, pero iluminador, de Bergoglio, la referencia histórica vuelve a ser obligada. En este caso el año que corría era el 1904. En esa fecha, el papa Pío X concedió una audiencia al judío Theodor Herzl, fundador del sionismo moderno. La intención de Herzl era conseguir el respaldo de la Santa Sede para la creación de un estado judío. Sin embargo, el papa Pío X, tras escuchar a Herzl, le dijo, de manera tajante, que la iglesia católica no podía reconocer al pueblo judío ni sus pretensiones de establecer un estado en Palestina puesto que, literalmente, los “judíos no han reconocido a nuestro Señor”. La actitud del Vaticano en contra del establecimiento, primero, y del reconocimiento después del estado de Israel se mantuvo firme en el curso de las décadas siguientes. En 1917, la Santa Sede se manifestó contraria a la Declaración Balfour que reconocía el derecho de los judíos a un hogar nacional en el mandato de Palestina alegando que era inaceptable que los “Santos lugares” pudieran encontrarse bajo gobierno judío. Voy a pasar por alto la actitud más que discutible de Pío XII ante el nazismo y el trágico periodo del Holocausto, pero sí debo hacer hincapié en que, al decidir la ONU la división del mandato británico de Palestina en 1947 en dos estados, uno judío y otro árabe, el Vaticano insistió en que Jerusalén no estuviera situado en ninguno de los dos sino que fuera una zona libre. Israel estaba ciertamente interesado en el reconocimiento por parte del Vaticano, pero todavía en 1964, cuando el papa Pablo VI visitó Tierra Santa no pronunció ni una sola vez la palabra Israel en sus discursos subrayando la negativa de la Santa Sede al reconocimiento del estado judío. La razón fundamental de esta conducta que chocaba con el derecho y la realidad internacionales era el deseo del Vaticano de mantener buenas relaciones con los países árabes. Ni siquiera la aprobación durante el concilio Vaticano II de la Declaración Nostra Aetate en la que, por primera vez en la Historia, la iglesia católica afirmaba que no se podía culpar a todos los judíos del pasado ni tampoco a los de hoy de la crucifixión de Jesús cambió esa situación diplomática. A decir verdad, la Santa Sede no comenzó a modificar su posición hasta que, después de la primera guerra del Golfo en 1991, la OLP reconoció al estado de Israel al igual que lo hicieron potencias como China o India. Semejantes cambios en el tablero internacional amenazaban con dejar aislada en tan delicada situación a la Santa Sede y Juan Pablo II dio órdenes para iniciar negociaciones que permitieran el reconocimiento del estado de Israel. En 1994, efectivamente, el Vaticano reconoció al estado de Israel, pero también a la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) como representante de los palestinos y, de hecho, estableció relaciones diplomáticas con las dos instancias a pesar de su disparidad jurídica. De manera bien significativa, la Santa Sede había dado semejante paso después de naciones como España que se negaron durante décadas a no reconocer al estado de Israel por influjo vaticano, después de China e India e incluso después de naciones árabes. Por añadidura, lo había hecho a la vez que reconocía a la OLP.



Partiendo de ese contexto histórico no puede sorprender que, apenas unas horas después del encuentro entre el papa Francisco y Raúl Castro, el Vaticano anunciara su intención de reconocer el estado palestino. De hecho, la Santa Sede ha anunciado la próxima firma de un tratado bilateral que define a Palestina como Estado. La noticia no puede considerarse una sorpresa ya que durante su visita a Tierra Santa, el papa Francisco siempre se refirió al “Estado palestino”, aun a sabiendas de que la expresión implicaba un desaire diplomático para Israel. El anuncio del acuerdo, que se firmará en un “futuro próximo”, coincide además con la confirmación de que el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abás, sería recibido por el papa Francisco el sábado coincidiendo con la canonización de dos monjas nacidas en territorio palestino.



No cabe, sin embargo, engañarse. El tratado implica un intercambio de beneficios ya que, si bien implica el reconocimiento del estado palestino, también regulará “aspectos esenciales de la vida y la actividad de la Iglesia católica en Palestina”. Por añadidura, tampoco es consecuencia de un papa Francisco supuestamente trastornado sino directamente de un acuerdo suscrito ya en febrero de 2000 entre la Santa Sede y la OLP.



El que la diplomacia vaticana se rija no de acuerdo a unos principios morales impuestos sobre sus fieles sino por intereses muy concretos además humanos explica que la Santa Sede rechazara durante décadas el reconocimiento del estado de Israel por considerar intolerable que algunos santos lugares estuvieran bajo administración judía y, sin embargo, en estos momentos, no tenga ningún inconveniente en que eso suceda si la administración es palestina y, presumiblemente, musulmana. No se trata, por otro lado, de una postura nueva ya que la Santa Sede reconoció, de manera muy discutible jurídicamente hablando, representación diplomática a la OLP al mismo tiempo que al estado de Israel.



La solución de los dos estados es la única que respetaría la Resolución 181 de las Naciones Unidas que establecía la fundación del estado de Israel y también la de un estado árabe. Sin embargo y no cabe engañarse al respecto, no da la sensación de que la Santa Sede se abrace ahora a esa posibilidad movida por principios morales. De hecho, durante décadas, el Vaticano distó mucho de mantener una posición imparcial ya que se mostró absolutamente contrario al reconocimiento del estado de Israel a la vez que asumía posiciones favorables a los estados árabes. Sólo el temor a quedar aislado en el plano internacional lo arrastró al reconocimiento del estado de Israel unido, eso sí, al de la OLP que ya había dado ese mismo paso.



Ahora, tras la última maniobra de la diplomacia vaticana, se encuentra más bien un intento de sintonía con algunas naciones europeas y, por encima de todo, un guiño claro al islam que ha sido definido por el papa Francis de manera no poco discutible como “una religión de paz”. Al final, como siempre, este nuevo paso diplomático de la Santa Sede es fácil, muy fácil de comprender si se tiene en cuenta un sencillo planteamiento: la iglesia católica pregona determinados principios, pero actúa siempre de acuerdo a sus intereses como estado.



A nadie que conozca la Historia debería sorprenderle esta situación. A fin de cuentas, en 1929, el Vaticano firmó con el dictador fascista Mussolini los pactos de Letrán que le concedían unos privilegios de los que sigue disfrutando a día de hoy; en 1933, la Santa Sede suscribió un concordato con el dictador nacional-socialista Hitler que proporcionó a éste una notable legitimidad en el plano internacional y en 1945, esa misma Santa Sede puso en funcionamiento la denominada popularmente Ruta de las ratas que permitió escapar a numeroso criminales de guerra nazis hacia Hispanoamérica. En todos y cada uno de los casos, el Vaticano no dudó en tener como interlocutor a dictadores terribles e incluso en ayudarlos de manera más que dudosa moralmente en la medida en que, aunque no defendía principio moral alguno, sí avanzaba sus intereses económicos y políticos. El papa Francisco no es, pues, un innovador sino un continuador de una asentada tradición de siglos. La única diferencia es que ahora los dictadores no se llaman Mussolini y Hitler sino Castro y Maduro. Pero no debería extrañarnos.

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Published on May 17, 2015 23:38

La Reforma indispensable (LV): En que acertó Lutero (VIII): Solo Christo (III)

​Señalaba yo en mi última entrega como el sistema romano había ido usurpando a Cristo una tras otra de sus atribuciones y cómo una de las características de la Reforma fue la de, tras regresar a la Biblia, devolver a Cristo lo que era suyo y colocarlo de nuevo en el centro de la vida de los cristianos.

La iglesia de Roma podía pretender que Pedro (petros en el texto del Nuevo Testamento) era la piedra (petra) – en realidad, roca - sobre la que se asentaba la iglesia, pero la Reforma recordaba pasajes como I Corintios 10: 4 donde se afirmaba que “todos bebieron la misma bebida espiritual, porque bebían de una roca espiritual que los seguía; y la roca (petra, en griego) era Cristo”. A fin de cuentas, el Vaticano podía decir lo que quisiera y afirmar que el fundamento de la iglesia era Pedro – y, sus presuntos sucesores, los obispos de Roma - pero la Biblia afirmaba que “nadie puede poner otro fundamento que el que ya está puesto, el cual es Jesucristo” (I Corintios 3: 11) y el mismo Pedro afirmaba en su I carta capítulo 2 y versículos del 4 al 8 que la Piedra sobre la que estaba levantada la iglesia no era él sino Cristo.



La verdad es que cualquiera que conozca mínimamente el griego sabe que la pretensión de que Pedro es la piedra sobre la que se basa la iglesia no sólo es errónea sino incluso ridícula. La piedra es “petra”, es decir, una roca, calificativo que siempre se aplica al mesías. Pedro, por el contrario, es “petros”, es decir, una piedra pequeña.



No sorprende que no existiera jamás un consenso en los primeros siglos ni sobre la aplicación del pasaje de la Roca a Pedro – como pretende la iglesia de Roma - ni mucho menos sobre la idea de que hubiera que someterse al obispo de Roma como sucesor de Pedro y superior a los otros obispos. Los ejemplos que podrían aducirse al respecto darían para un tratado más que voluminoso, pero bastará con citar algunos de ellos.



Tertuliano, por ejemplo, señaló tajantemente que Pedro no es la piedra sobre la que se basa la iglesia (The Ante-Nicene Fathers (Grand Rapids: Eerdmans, 1951), Volume IV, Tertullian, On Modesty 21, p. 99). De la misma manera, Orígenes indicó que Pedro no era más esa piedra que Juan o que los creyentes (Allan Menzies, Ante–Nicene Fathers (Grand Rapids: Eerdmans, 1951), Origen, Commentary on Matthew, Chapters 10-11). Eusebio, al que debemos la primera Historia del cristianismo, afirmó taxativamente que la Roca era Cristo: “La roca además era Cristo. Porque, como el apóstol indica con estas palabras: “No se puede poner otro fundamento que el que está puesto que es Cristo Jesús” (Commentary on the Psalms, M.P.G., Vol. 23, Col. 173, 176). El mismo Agustín insistió en que la Roca es Cristo señalando: “Por que le fue dicho “Tu eres Pedro” y no “tu eres la Roca”. Pero la roca era Cristo”. (The Fathers of the Church (Washington D.C., Catholic University, 1968), Saint Augustine, The Retractations Chapter 20.1). En ello coincidía con Ambrosio que afirmó igualmente que la Roca es Cristo: “Cristo es la roca, porque “bebieron de la misma roca espiritual que los seguía y la roca era Cristo” (I Corintios 10: 4). El mismo Cipriano – al que algunos apologistas católicos con más celo que conocimiento han querido convertir en base de una defensa del Pedro-Roca - no sostuvo nunca que Pedro fuera el fundamento de la iglesia y así lo han reconocido incluso autores católicos. Así, por ejemplo, el católico Michael Winter señala: “Cipriano usó el texto petrino de Mateo para defender la autoridad episcopal, pero muchos teólogos posteriores influidos por las conexiones papales del texto, han interpretado a Cipriano en un sentido pro-papal que era ajeno a su pensamiento. Cipriano utilizó Mateo 16 para defender la autoridad de cualquier obispo, pero puesto que se dio la circunstancia de que lo empleó a a causa del obispo de Roma, creó la impresión de que lo entendía como refiriéndose a la autoridad papal… tanto católicos como protestantes coinciden ahora de manera general en que Cipriano no atribuyó una autoridad superior a Pedro (Michael Winter, St. Peter and the Popes (Baltimore: Helikon, 1960), pp. 47-48). Por supuesto, Winter se refería a los católicos que sabían Historia y no a los fanáticos o ignorantes o beneficiados por el sistema romano.



Con todo, el testimonio católico más importante en el sentido de que aquellos católicos que saben Historia saben también que no se puede identificar a Pedro con la piedra-Roca sobre la que sustenta la iglesia y que además esa opinión no fue sostenida nunca durante los primeros siglos es el de Dollinger. Sobre este tema, Dollinger escribió así:



“En los tres primeros siglos, san Ireneo es el único escritor que conecta la superioridad de la iglesia romana con la doctrina, pero coloca esta superioridad, correctamente entendida, sólo en su antigüedad, su doble origen apostólico y en la circunstancia de la pura tradición guardada y mantenida allí a través del concurso constante de los fieles de todos los países. Tertuliano, Cipriano, Lactancio no saben nada de una prerrogativa especial del papa o de cualquier derecho superior o supremo a decidir en materia de doctrina. En los escritos de los doctores griegos, Eusebio, san Atanasio, san Basilio el grande, los dos Gregorios y san Epifanio, no existe una palabra acerca de ninguna prerrogativa del obispo romano. El más copioso de los padres griegos, san Juan Crisóstomo, está totalmente callado sobre el tema e igualmente lo están los dos Cirilos. Igualmente callados están los latinos, Hilario, Paciano, Zenón, Lucifer, Sulpicio y san Ambrosio. San Agustín ha escrito más de la iglesia, su unidad y autoridad, que todos los otros Padres puestos juntos. Sin embargo, de todas sus numerosas obras, que llenan diez folios, sólo una frase, en una carta, puede ser citada, donde dice que el principado de la cátedra apostólica ha estado siempre en Roma – lo que, por supuesto, podría ser dicho entonces con igual verdad de Antioquía, Jerusalén y Alejandría. Cualquier lector de su carta pastoral a los donatistas separados sobre la unidad de la iglesia debe encontrar inexplicable que en esos setenta y cinco capítulos no exista una sola palabra sobre la necesidad de la comunión con Roma como el centro de unidad. Utiliza toda clase de argumentos para mostrar que los donatistas están obligados a regresar a la Iglesia, pero de la sede papal, como uno de ellos, no dice una sola palabra. Tenemos una copiosa literatura sobre las sectas y herejías cristianas de los seis primeros siglos. Ireneo, Hipólito, Epifanio, Filastrio, san Agustín, y más tarde, Leoncio y Timoteo nos han dejado relatos sobre ellas hasta el número de ochenta, pero ni a una sola se le reprocha el rechazar la autoridad del papa en asuntos de fe. Todo esto resulta suficientemente inteligible si observamos la interpretación patrística de las palabras de Cristo a san Pedro. De todos los Padres que interpretan estos pasajes en los Evangelios (Mateo 16: 18; Juan 21: 17) ni uno solo las aplica a los obispos de Roma como sucesores de Pedro. ¡Cuántos Padres se han ocupado con estos textos, pero ni uno de ellos cuyos comentarios poseemos – Orígenes, Crisóstomo, Hilario, Agustín, Cirilo, Teodoreto y aquellos cuyas interpretaciones están recogidas en catenas – han dejado el más mínimo indicio de que la primacía de Roma es la consecuencia de la comisión y promesa a Pedro! Ni uno de ellos ha explicado la roca o fundamento sobre el cual Cristo edificaría Su Iglesia en relación como que el oficio dado a Pedro fuera transmitido a sus sucesores, sino que lo comprendieron o en relación con Cristo mismo o con la confesión de fe de Pedro en Cristo; a menudo de ambos juntos. O además pensaron que Pedro era el fundamento igual que todos los otros apóstoles, siendo los doce juntos las piedras de fundamento de la Iglesia (Apocalipsis 21: 14). Los Padres no pudieron reconocer menos en el poder de las llaves y el poder de atar y desatar, una prerrogativa especial o señorío de los obispos romanos, de la misma manera que – lo que es obvio para cualquiera a primera vista – no consideraron un poder dado primero a Pedro y después conferido en precisamente las mismas palabras sobre todos los Apóstoles, como algo peculiar a él, o hereditario en la línea de los obispos romanos, y sostuvieron que el símbolo de las llaves significaba exactamente lo mismo que la expresión figurativa de atar y desatar” (Janus (Johann Joseph Ignaz von Dollinger), The Pope and the Council (Boston: Roberts, 1869), pp. 70-74).



La cita de Dollinger es larga, pero muy importante en el mejor especialista católico en Historia del cristianismo. No sorprende que abandonara la iglesia de Roma cuando ésta decidió convertir en infalible al papa apenas dos años después. No sorprende porque, a fin de cuentas, sabía Historia y, aparte de la Biblia, no hay mayor enemigo de la iglesia de Roma que la Historia.



Tanto el testimonio de la Biblia que es contundente, como el de la Historia son frontalmente opuestos a la teología católica que se fue desarrollando con el paso del tiempo y que resulta – seamos plenamente sinceros - aberrante porque va despojando a Cristo de su gloria para vestir con ella a un monarca de una monarquía rezumante de sangre y corrupción a lo largo de los siglos.



No menos grave que las maniobras que han usurpado a Cristo su papel como cabeza de la iglesia, como único sumo sacerdote sobre la iglesia y como roca sobre la que se sustenta la iglesia son aquellas que atacan su ministerio como pastor y como único salvador.



Es muy común que los católicos se refieran a la obligación imperativa que supuestamente tendrían los cristianos de someterse a Roma apelando al texto de Juan 10: 16 que dice: “También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor”. Supuestamente, Jesús estaría afirmando que un día todos los que creyeran en él estarían bajo la autoridad del papa. El disparate exegético que significa esa afirmación es realmente colosal, pero, por añadidura, una vez más el sistema romano se permite apartar a Cristo de su oficio para otorgárselo a su cabeza, el papa. Basta leer los versículos anteriores para ver que ese pastor no es otro que Jesús: “Volvió, pues, Jesús a decirles: De cierto, de cierto os digo: Yo soy la puerta de las ovejas.Todos los que antes de mí vinieron, ladrones son y salteadores; pero no los oyeron las ovejas. Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos. El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia. Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas. Mas el asalariado, y que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata las ovejas y las dispersa. Así que el asalariado huye, porque es asalariado, y no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas” (Juan 10: 7-15). Ese pastor traería un día a otras ovejas que no eran de ese redil original – el pueblo de Israel – porque eran gentiles y juntas formarían un solo rebaño cuyo pastor no sería un teócrata asentado en Roma sino el mesías. Una vez más, el papado se permitía – y se permite – la blasfema osadía de usurpar a Cristo lo que sólo a él le pertenece.



El último ejemplo al respecto que vamos a mencionar tiene que ver con la salvación. La Biblia deja claramente establecido que la salvación está vinculada a una decisión de fe en Cristo. Pedro – que, afortunadamente para él, no fue el predecesor del sistema vaticano – lo señaló de manera contundente al decir: “Puesto que hoy se nos interroga acerca del beneficio hecho a un hombre enfermo, de qué manera éste haya sido sanado, sea notorio a todos vosotros, y a todo el pueblo de Israel, que en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de los muertos, por él este hombre está en vuestra presencia sano. Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4: 9-12).



Las palabras de Pedro no podían ser más claras. La piedra era Cristo y no él, pero además no existía salvación en ningún otro.



La misma posición encontramos en Pablo como, por ejemplo, se relata en el episodio de la conversión del carcelero de Filipos:



“Entonces sobrevino de repente un gran terremoto, de tal manera que los cimientos de la cárcel se sacudían; y al instante se abrieron todas las puertas, y las cadenas de todos se soltaron. Despertando el carcelero, y viendo abiertas las puertas de la cárcel, sacó la espada y se iba a matar, pensando que los presos habían huido. Mas Pablo clamó a gran voz, diciendo: No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí. El entonces, pidiendo luz, se precipitó adentro, y temblando, se postró a los pies de Pablo y de Silas; y sacándolos, les dijo: Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo? Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa. Y le hablaron la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa” (Hechos 16: 26-32).



Que Pedro y Pablo pudieran proclamar ese mensaje era lógico porque era exactamente lo que había anunciado Jesús:



“De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Juan 5: 24).



La predicación de Jesús y de sus primeros discípulos difícilmente pudo ser más clara. A la pregunta de qué debo hacer para salvarme, la respuesta fue: “cree en el Señor Jesús el mesías y será salvo. Ahora ya puedes pasar de muerte a vida. Ahora ya puedes tener vida eterna”. También frente a esa bendita proclamación el sistema romano actuó como un usurpador. Por ejemplo, en 1302, el papa Bonifacio VIII promulgó la encíclica Unam Sanctam en la que afirmaba: “Por lo tanto, declaramos, proclamamos, definimos que es absolutamente necesario para la salvación que toda criatura humana esté sujeta al romano pontífice”. Se puede alegar que la iglesia católica no cree ya en esa afirmación y posiblemente sea cierto, pero eso sólo corrobora la tesis de que el papa no es infalible y que sus sucesores se permiten contradecirlo cuando lo consideran oportuno para sus intereses. En cualquiera de los casos, la afirmación del papa Bonifacio VIII no pudo ser más clara y contundente: para salvarse hay que estar sometido al papa.



La Reforma, al regresar a la obediencia a la Biblia, implicó una liberación espiritual sin paralelo en la Historia de la Humanidad. Roma afirmaba que el papa era la piedra sobre la que se sustentaba la iglesia; la Reforma respondía: sólo Cristo. Roma afirmaba que el papa era la cabeza de la iglesia; la Reforma respondía: solo Cristo. Roma afirmaba que el papa era el sumo pontífice; la Reforma respondía: solo Cristo; Roma afirmaba que el papa era el sumo pastor que pastoreaba al pueblo de Dios; la Reforma respondía: solo Cristo; Roma afirmaba que existían multitud de mediadores entre Dios y los hombres; la Reforma respondía: solo Cristo; Roma afirmaba que no era posible la salvación sin estar sometido al papa, la Reforma respondía: solo Cristo. Aquel grito de “solo Cristo” implicaba romper las cadenas de un sistema usurpador y poder regresar en libertad al Evangelio puro predicado por Jesús y sus apóstoles.



Ciertamente, Roma no tenía para apoyar sus pretensiones ni el respaldo de la Biblia ni tampoco el de los autores cristianos de los primeros siglos, como muy bien supo ver Dollinger. La Reforma, por otra parte, no necesitaba apelar a la Historia aunque ésta le daba sobradamente la razón. Se aferraba, sin embargo, a un principio sobre el que volveremos en la próxima entrega: Sola Scriptura.



CONTINUARÁ:



La Reforma indispensable (LVI): En que acertó Lutero (IX): Solo Christo (IV)

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Published on May 17, 2015 01:36

May 16, 2015

I´ve Got Peace like a River

​En ocasiones, las realidades espirituales más profundas se pueden expresar de la manera más sencilla posible.

Es más, me atrevería a decir que, por definición, resulta prudente desconfiar de aquellos que, al explicar un fenómeno espiritual, se enredan con términos que no entiende nadie, en sofismas filosóficos y en apelaciones a supuestas autoridades religiosas. Si además los teólogos más importantes de la citada confesión son abstrusos e incomprensibles… lo más seguro es que nos encontremos ante un abismo de tinieblas en lugar de ante un faro de luz.



La canción con la que deseo obsequiarles hoy es una buena muestra de la veracidad de mi tesis. Su contenido es hermoso, sencillo y, a la vez, muy trascendental. De hecho, en algunas iglesias evangélicas, es común que se cante en la escuela dominical de los niños – lo que no está mal – olvidando que es una canción también para adultos. Lo que afirma es simplísimo y, a la vez, esencial. Quien tiene a Jesús tiene paz, tiene alegría y tiene amor.



Es posible que para muchos semejante afirmación resulte pretenciosa. Acostumbrados a una práctica religiosa que no da ni paz, ni comunica alegría ni permite sentir el amor de Dios hasta es posible que consideren a los que eso afirman no sólo herejes sino además trastornados. Sin embargo, los que hemos pasado por esa experiencia y seguimos atravesándola de manera continua, resulta una realidad innegable y casi, casi tangible. La relación personal con Dios a través de Jesús proporciona una paz, un gozo y un amor que se escapan a los que sólo conocen la religión, pero que resulta innegable para los que lo han vivido y lo viven. Es así porque fue el propio Jesús el que lo prometió. Esa vivencia, sencilla e indescriptible a la vez, es la que yo deseo de todo corazón para los que visitan este muro.



Les dejo con dos versiones. La primera de los Heritage Singers está en inglés; la segunda, es una de las no pocas versiones en español. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!





Aquí están los Heritage Singers





Y ésta es una versión en español.

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Published on May 16, 2015 00:02

May 15, 2015

Lírica bíblica (II):  Salmos (II).  Salmos sapienciales

​En la última entrega hice referencia a aquellos salmos que apuntaban al mesías. No se trata, obviamente, del único grupo.

A ellos podemos añadir los denominados salmos sapienciales, es decir, aquellos que pretenden comunicar la sabiduría divina y que lo hacen de manera muy similar a la que encontramos en libros sapienciales como son Proverbios o Eclesiastés. Para el pueblo de Israel, la sabiduría constituía un auténtico punto de referencia. Más allá del rito o de prácticas que se consideran fundamentales en la mayoría de las religiones, Israel estaba preocupado por vivir de manera sabia. Ansiaba comprender lo que le rodeaba no de acuerdo a fórmulas sino conforme a la sabiduría. Deseaba caminar a diario con sabiduría. Captaba que esa sabiduría era esencial no sólo en este mundo sino también para el otro.



Esas razones explican que los ejemplos de salmos sapienciales abunden. Por ejemplo, el Salmo 133 utiliza símiles en forma de proverbios. El salmo 128, por su parte, recoge afirmaciones que apuntan a lo que puede esperar aquel que orienta su vida de acuerdo a la voluntad de Dios. Los salmos 1, 19 y 119 insisten en la necesidad de aferrarse a la Palabra de Dios revelada en la Biblia ya que es la guía que permitirá vivir sabiamente.



Otros salmos sapienciales entran incluso en problemas muy concretos. Por ejemplo, el 37 va referido al destino de justos e injustos. El salmo 49 discute de manera crítica la necedad que significa confiar en las riquezas como algo seguro. Con todo es el salmo 111 en su versículo 10 el que describe algo tan esencial como que el principio de la sabiduría es el temor del Señor. La sabiduría no resulta, pues, un fruto de la especulación humana sino de hacer lo que Dios dice aunque eso implique enfrentarse a los hombres, instituciones religiosas incluidas.



Naturalmente, una vida vivida en el temor de Dios tiene consecuencias muy concretas como lo deja de manifiesto el salmo 112. Y, sin embargo, nadie debería caer en el estúpido error de creer que puede, por sus propios medios, lograr que las cosas vaya bien. Como señala el salmo 127 no es el esfuerzo humano sino la acción de Dios la clave del éxito. Ciertamente, como expresa con claridad el salmo 139 es el hecho de que Dios está presente en todas partes – hasta los más insólitos – lo que garantiza el cuidado providencial al que podemos acogernos. No queda ahí todo. Otro salmo sapiencial, el 78, permite ver la Historia no de acuerdo sólo a categorías políticas, sociales y económicas sino también espirituales. En ese sentido, el texto constituye una especie de puente entre la literatura sapiencial y la profética, pero recurriendo para su expresión a una forma lírica.



Estos salmos no son sólo sapienciales por la manera en que abordan temas propios de la literatura relacionada con la sabiduría sino también por la riquísima gama de expresiones y recursos literarios utilizados. En unas ocasiones, el salmista cuenta su trágica experiencia personal con un patetismo profundamente sentido y conmovedor (73); en otras, como en los salmos 49 y 78, el maestro realiza un llamamiento igual que en la literatura sapiencial. Incluso los recursos literarios son semejantes, por ejemplo, al señalar qué tipo de personas son las realmente dichosas en este mundo (Salmo 1; salmo 32; salmo 41, etc) o al recurrir al acróstico (Salmo 9).



Como ya vimos, en el libro de los salmos encontramos piezas que pueden referirnos a la manera en que iba a venir el mesías. Abundan también aquellas que nos dicen cómo debemos vivir; que nos orientan ante situaciones moralmente desconcertantes; que nos calman en medio de un mundo no pocas veces injusto y convulso y que nos señalan a un lugar situado muy por encima de nuestras angustias y preocupaciones y vinculado estrechamente con Aquel cuyo temor es el principio de la sabiduría. Sin duda que no es poco y sería poco sabio desperdiciarlo.



Lecturas recomendadas: Salmo 1; 37; 73; 78.



CONTINUARÁ:



Lírica bíblica (III): Salmos (III). Salmos del Hal.lel







Marcos 5: 21-43: La hija de Jairo y la mujer con flujo de sangre (II)



En la última entrega, nos quedamos en el momento en que la mujer que sufría flujo de sangre fue curada por Jesús no por obras, ritos o méritos sino porque estuvo dispuesta a reconocer su total impotencia y recibir lo que Jesús le ofrecía a través de la fe. Como tantas veces antes o después, la mujer pudo recibir el toque salvador de Jesús por pura gracia, por bondad inmerecida, por misericordia de Dios apropiadas a través de la fe. Pero la historia no terminó ahí. La hija del principal de la sinagoga continuaba agonizando y, lógicamente, su padre estaba más que nunca interesado en que Jesús se ocupara de ella como había hecho con aquella mujer. Sin embargo, justo en ese momento, aquel hombre recibió un golpe de consideración. Unas personas procedentes de su casa le informaron de que no tenía sentido seguir molestando a aquel maestro porque la niña había muerto (v. 35). Es fácil de entender que aquellas palabras ponían fin a todo el episodio.



En las horas anteriores, aquel hombre había arriesgado su reputación de principal de la sinagoga acudiendo a pedir ayuda a un sujeto que recorría las poblaciones contando parábolas y, supuestamente curando gente. Por unos instantes, al ver la curación de la mujer, pudo sentirse extraordinariamente dichoso, incluso eufórico, pero ahora, de la manera más cruel, todo llegaba a su final. Si aquel padre no rompió a llorar en ese momento debió ser por muy poco.



Si Jesús hubiera sido un hombre religioso al uso, probablemente, habría expresado sus condolencias a aquel padre, le habría encaminado hacia las ceremonias religiosas al uso y se habría despedido de él. Pero Jesús no era un sacerdote ni tampoco un simple rabino. Era el mesías-siervo y le dijo al hombre cuál debía ser su comportamiento: “no temas, cree solamente” (v. 36). Como en el caso de la mujer, Jesús no esperaba de aquel hombre que realizara ceremonias, diera dinero en el templo o se entregara a cualquier tipo de obras religiosas. No. Lo que esperaba de él era que no tuviera miedo y que creyera. A continuación, se dirigió a la casa.



Si la teología católica sobre el papado tuviera el menor atisbo de base bíblica, Jesús hubiera pedido sólo a Pedro que lo acompañara. Pero esa teología carece del menor fundamento y Jesús se hizo acompañar de Pedro y de los dos hijos de Zebedeo, Santiago (o Jacobo) y Juan. De manera bien significativa, un par de décadas después, Pablo contaría como en Jerusalén se había encontrado con Pedro, Juan y otro Santiago, el hermano de Jesús, y cómo los tres eran considerados columnas de la iglesia sin que ninguno sobresaliera sobre el otro (Gálatas 2: 9). Ciertamente, eso es lo que cuenta la Historia que - ¿puede sorprender? – no es lo mismo que lo que pretende el dogma católico. Pero continuemos con el hilo del relato.



Cuando Jesús llegó a la casa se encontró con la ceremonia religiosa al uso. El ritual de los funerales – que no vamos a describir aquí – iba desde el desgarro de las vestiduras al número de días de luto o a la forma en que debía guardarse el ayuno. A decir verdad, la práctica judía enfatizaba sobre todo el concepto del dolor originado por la separación. Fuera cuál fuera el efecto que causara en los familiares, era innegable que no traía de regreso de la muerte a nadie. La religión tiene, obviamente, sus limitaciones. Que en medio de ese ambiente Jesús se atreviera a decir que la niña no había muerto (v. 39) - ¿y entonces qué estaba haciendo toda aquella gente? – y que pretendiera echar a todos a la calle quedándose solo con los padres y el cadáver desafiaba cualquier convención. Pero, por encima de todo, ponía a prueba una vez más la fe del principal de la sinagoga.



Mientras la gente se reía de aquel peculiar sujeto que se hacía llamar Jesús (v. 40), es posible que el padre se preguntara si todo no había ido demasiado lejos. Es verdad que la mujer aquella había dicho unos minutos antes que había sido curada, pero una cosa era una enfermedad y otra, la muerte. ¿Y si Jesús no conseguía nada? ¿Y si aquellas carcajadas que lanzaban los presentes, se dirigían luego contra él? ¿Y si acababa por perder la consideración de que disfrutaba como principal de la sinagoga? ¿Y si en vez de respeto ya sólo escuchaba burlas? Jesús no había exagerado un ápice al decirle que no temiera porque todas aquellas posibilidades eran ciertas y cada una de ellas bastaba para provocar temor. De hecho, aquel miedo multiforme sólo podía ser vencido si creía… pero ¿podía creer? Sí. Cuando Jesús expulsó a la gente de la habitación, no se lo impidió. Por el contrario, le dejó actuar. Creyó en él (v. 40).



El versículo 41 tiene todo el sabor de un testigo ocular. De alguien que no sólo recordaba cómo Jesús había tomado la mano de la niña sino que además se había dirigido a ella en arameo, la lengua vulgar de la época, llamándola “niña” (taliza) y ordenándole que se levantara (qumi).



La niña efectivamente se levantó y comenzó a caminar, pero Marcos nos proporciona en ese momento un dato sobrecogedor: tenía doce años. Ésa era la edad en que la niña se convertía en mujer en la sociedad judía. Por supuesto, la pérdida de una hija – o de un hijo – siempre es dolorosa, pero aquella lo era de manera especial. Justo cuando la niña iba a dar ese paso de convertirse en mujer, un paso que llenaba de orgullo a los padres, justo en ese momento, había enfermado mortalmente. La flor de la vida había quedado cortada justo cuando iba a abrirse.



De manera bien significativa, la mujer que padecía flujo de sangre había estado atormentada por esa dolencia también doce años (v. 25). Aquella mujer, la mayor, había dejado de ser una mujer en el sentido pleno doce años atrás; la otra, la niña a punto de convertirse en mujer, había estado a punto de no alcanzar nunca ese estado. Si una y otra se habían convertido en mujeres completas, a pesar de las diferencias entre ambas, se había debido no a sus obras, a sus méritos o a las ceremonias. Había sido gracias a la acción del rey-mesías. De hecho, no hay mujer – ni hombre, dicho sea de paso – que pueda considerarse completa sin Jesús. Por cierto, ese Jesús había utilizado la fe de la mujer y la del padre de la niña como canal para otorgar una inmerecida bendición. No sorprende que los que habían visto todo se quedaran espantados (v. 42). Aquello no se parecía a nada.



Claro que tampoco se parecía a nada de lo que habían conocido lo que hizo Jesús a continuación. La Historia de las religiones está repleta de milagros – en la aplastante mayoría de casos falsos hasta la médula – que son utilizados para el avance de una religión concreta. La propaganda tiene como finalidad ayudar a ganar terreno a cualquier movimiento y si esa propaganda pretende que además se producen curaciones inexplicables el efecto es mayor. Jesús – lo hemos visto antes – rechazaba frontalmente ese tipo de propaganda. Habría que haber contemplado su rostro si hubiera tenido ocasión de ver cómo templos supuestamente relacionados con él están llenos de miembros realizados en cera o madera para difundir la supuesta curación realizada por un santo o una virgen. Ciertamente, pocas cosas más lejos del comportamiento de Jesús.



Pero igual que a Jesús le repugnaba la utilización de las acciones de Dios – y ésas eran verdaderas no como las relacionadas con ciertos santuarios – sí le preocupaban las personas. El v. 43 concluye con una nota rezumante de significado: “dijo que le dieran de comer”. Jesús no tenía su corazón ni en exhibirse, ni en recibir la alabanza de los poderosos, ni en acumular poder ni en tantas cosas que caracterizan a los dirigentes religiosos a lo largo de la Historia. Pero amaba lo suficiente al género humano como para atender al hambre de una niña que había regresado de entre los muertos para convertirse en mujer.



CONTINUARÁ: Marcos 6: 1-6. La maldición de la falta de fe

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Published on May 15, 2015 00:40

May 10, 2015

Lo que Occidente olvidó el sábado

​El sábado pasado, 9 de mayo, se celebró en Moscú y otras veinticinco ciudades rusas el Día de la Victoria sobre la Alemania nazi. Occidente decidió no participar en un acto de deplorable amnesia.

Guste o no guste reconocerlo, si Hitler fue derrotado se debió fundamentalmente al sacrificio de Rusia. No me refiero sólo a sus más de veinte millones de muertos en la lucha contra el III Reich sino a sus triunfos militares. Es cierto que los británicos vencieron en El-Alamein, pero aquella victoria fue apenas una escaramuza comparada con la gran batalla, la mayor de todos los tiempos, que libraban en paralelo los rusos en Stalingrado y que significó para Hitler la pérdida de un millón de soldados. También los anglo-americanos desembarcaron en Italia, pero no sólo su avance fue escandalosamente lento y el número de divisiones retenidas pequeño sino que los rusos, en esos días, fueron los que quebraron la columna vertebral de la Wehrmacht en Kursk. Nadie duda que, en junio de 1944, los aliados occidentales llegaron a Normandía, pero la operación hubiera sido un desastre de no haber lanzado Rusia una ofensiva que paralizó en el Este a un número de divisiones mayor que el estacionado en Francia, ofensiva de la que, comprensiblemente, Hollywood no nos ha hablado jamás. El mismo Churchill reconocería que cuando tuvo lugar la apertura de aquel segundo frente, los rusos ya habían despanzurrado – cito literalmente – al ejército alemán. Fueron también tropas rusas las que liberaron Auchswitz cuyas líneas férreas Roosevelt se había negado a bombardear. Documentos publicados hace apenas unos años por investigadores americanos han dejado incluso de manifiesto que si Japón se rindió no fue a causa de las bombas atómicas cuya verdadera naturaleza no comprendió sino por el temor a una invasión rusa que luego no devolvería un milímetro del terreno arrancado al imperialismo nipón. El sábado, sólo China, entre las grandes potencias, recordaba todo aquello, quizá porque es una nación que también sufrió en carne y terreno propios la segunda guerra mundial y que sabe que la retirada japonesa se debió a sus guerrillas y a Rusia. Se me objetará que Stalin era un dictador horrible. Sin duda, lo fue y nadie puede discutirlo. Sin embargo, Fernando VII fue un rey felón y eso no quita un ápice del heroísmo del pueblo español ni de su valor a la hora de combatir a un Napoleón que, por cierto, también fue batido por los rusos. Occidente ha decidido, al parecer, que es mejor alentar a unos nacionalistas ucranianos - que honran a la División ucraniana de las SS y que corren un tupido velo en el papel de ese nacionalismo ucraniano en las matanzas del Holocausto - y pasar por alto, por ejemplo, que el mejor aliado contra el terrorismo islámico siempre será Rusia y no las dictaduras árabes o los grupos como Al Qaida o ISIS, ayer aliados y hoy enemigos encarnizados. ¡Qué olvido más injusto y más suicida el del sábado pasado!

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Published on May 10, 2015 23:46

La Reforma indispensable (LIV): En que acertó Lutero (VII): Solo Christo (II)

​En la última entregué señalé cómo el regreso a la Biblia que se produjo de la mano de la Reforma tuvo, entre otras consecuencias, la de la devolución de Jesús al centro de la teología.

Por paradójico que pueda parecer, el cristianismo que se había ido descristianizando a lo largo de la Edad Media, volvía a ser cristiano porque ya no se centraba en otros seres sino en Cristo. También indiqué cómo una de las grandes conquistas de la Reforma fue devolver a Jesús su papel de único mediador que le había hurtado la iglesia de Roma y, de manera semejante, señalé cómo las prácticas que la Biblia considera idolátricas como el culto a las imágenes desaparecieron igualmente con la Reforma. Sin embargo, la Reforma todavía fue más allá puesto que, al regresar a las Escrituras, dejó de manifiesto cómo la iglesia católica, en especial su cúspide, había suplantado a Cristo usurpando algunos de sus títulos más importantes.



Permítaseme poner algunos ejemplos. Si alguno preguntara a un católico de a pie quién es la piedra sobre la que se sustenta su iglesia respondería sin parpadear que esa piedra es el papa. Que así diga tiene lógica porque lo ha escuchado una y otra vez, pero la realidad es que semejante afirmación además de ser anti-bíblica constituye una muestra de sumisión a una usurpación espiritual de enorme trascendencia. En la Biblia, se indica claramente que la piedra de ángulo que sería rechazada por buena parte del pueblo judío sería no el papa – concepto totalmente desconocido en las Escrituras - sino el mesías tal y como afirmaba el salmista:



La piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser la piedra principal del ángulo. Obra de YHVH es esto; admirable a nuestros ojos.… (Salmo 118: 22-23 ).



El mismo Jesús se aplicó a si mismo el cumplimiento de la profecía y señaló las consecuencias de rechazarlo a él como esa piedra sobre la que se sustentaría el edificio de Dios:



Oíd otra parábola: Hubo un hombre, padre de familia, el cual plantó una viña, la cercó de vallado, cavó en ella un lagar, edificó una torre, y la arrendó a unos labradores, y se fue lejos. Y cuando se acercó el tiempo de los frutos, envió sus siervos a los labradores, para que recibiesen sus frutos. Mas los labradores, tomando a los siervos, a uno golpearon, a otro mataron, y a otro apedrearon. Envió de nuevo otros siervos, más que los primeros; e hicieron con ellos de la misma manera. Finalmente les envió a su hijo, diciendo: Tendrán respeto a mi hijo. Pero los labradores, cuando vieron al hijo, dijeron entre sí: Este es el heredero; venid, matémoslo, y apoderémonos de su heredad. Y tomándole, lo echaron fuera de la viña, y lo mataron. Cuando venga, pues, el señor de la viña, ¿qué hará a aquellos labradores? Le dijeron: A los malos destruirá sin misericordia, y arrendará su viña a otros labradores, que le paguen el fruto a su tiempo. Jesús les dijo: ¿Nunca leísteis en las Escrituras:

La piedra que desecharon los edificadores,

Ha venido a ser cabeza del ángulo.

El Señor ha hecho esto,

Y es cosa maravillosa a nuestros ojos?



Por tanto os digo, que el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él.



(Mateo 21: 33-43).



Jesús no pudo ser más claro. Apelando a la autoridad espiritual que sólo puede venir de la Biblia, señaló que la única piedra era el mesías y el que intentara sustituirla por otra no tendría lugar en el Reino de Dios.



¿Y Pedro? Pedro, al igual que la inmensa mayoría de los Padres, no se consideró la piedra sobre la que se sustentaría la iglesia. Por el contrario, señaló claramente que la piedra era Cristo y no él:



“Acercándoos a él (el Señor), piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, pero para Dios escogida y preciosa, vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo. Por lo cual también contiene la Escritura:



He aquí, pongo en Sion la principal piedra del ángulo, escogida, preciosa; y el que creyere en él, no será avergonzado. Para vosotros, pues, los que creéis, él es precioso; pero para los que no creen,



La piedra que los edificadores desecharon,

Ha venido a ser la cabeza del ángulo;



y:

Piedra de tropiezo, y roca que hace caer, porque tropiezan en la Palabra, siendo desobedientes; a lo cual fueron también destinados.



(I Pedro 2: 4-7).



El mismo Pedro señalaba tajantemente que la Piedra era Cristo y el resto de los creyentes, sin excluirle a él, eran sólo otras piedras colocadas sobre el mesías. Negar esa realidad y sustituirla por otra, desobedecer a lo que decía claramente la Palabra, implicaba enfrentarse con Dios y tropezar desobedeciéndolo.



La Reforma recuperó precisamente ese mensaje de la Biblia y con toda autoridad pudo señalar que sólo Cristo era la Piedra y que si alguien pretendía serlo no pasaba de ser un usurpador.



Lo mismo sucede con la definición de quién es la cabeza de la iglesia. De nuevo si preguntáramos a un católico de a pie quién es la cabeza de su iglesia nos respondería sin dudarlo un instante que es el papa. Sin embargo, la Biblia establece claramente que la cabeza de la iglesia es Cristo y solo Cristo. Pablo, quizá el autor de la imagen, lo repite vez tras vez:



“Y todo sometió bajo sus pies, y a El lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia” (Efesios 1: 22).



“Cristo es cabeza de la iglesia, siendo El mismo el Salvador del cuerpo” (Efesios 5: 23).



“Y Él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el Principio, el Primogénito de entre los muertos para que en todo tengo la preeminencia; por cuanto agradó al Padre que en Él habitase toda plenitud” (Colosenses 1:18-19)





Por supuesto ni a Pablo ni a ninguno de los apóstoles se les hubiera pasado jamás por la cabeza que había otra cabeza de la iglesia. Regresando, pues, a la Biblia, la Reforma podía afirmar que la cabeza de la iglesia es sólo Cristo. Así es porque ni la iglesia es un monstruo bicéfalo, es decir, de dos cabezas, ni puede haber otra cabeza que no sea el Salvador. A decir verdad, si alguien pretende ser la cabeza de la iglesia y no es Cristo sólo puede tratarse de un usurpador.



Pasemos a un tercer ejemplo. Si, una vez más, preguntáramos a un católico de a pie quién es el sumo pontífice, una vez más también, sin dudarlo, nos respondería que es el papa. Por supuesto, el católico de a pie ignora, primero, que el título de “sumo pontífice” fue tomado por la iglesia de Roma de la antigua religión romana – Julio César fue sumo pontífice y como él distintos emperadores – y, segundo, que el título de sumo sacerdote – que sería su equivalente más cercano – sólo es aplicado en la Biblia a Cristo o a los sumos sacerdotes del antiguo Israel, pero jamás a un seguidor de Jesús:



“Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4: 14-16).



Sólo hay un sumo sacerdote, dice el autor a los hebreos, y ése es Cristo. A decir verdad, si alguien pretende que es el sumo pontífice cuando sólo lo es Cristo únicamente está actuando como un usurpador.



Veamos un cuarto ejemplo. Si una vez más preguntáramos al católico de la calle si asiste a algún sacrificio religioso nos respondería que al sacrificio de la misa. Sin embargo, la Biblia enseña de manera terminante que Cristo ofreció una vez por todas el sacrificio mediante el que somos salvados:



“Porque la ley, teniendo la sombra de los bienes venideros, no la imagen misma de las cosas, nunca puede, por los mismos sacrificios que se ofrecen continuamente cada año, hacer perfectos a los que se acercan. De otra manera cesarían de ofrecerse, pues los que tributan este culto, limpios una vez, no tendrían ya más conciencia de pecado.Pero en estos sacrificios cada año se hace memoria de los pecados; porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados.



Por lo cual, entrando en el mundo dice:

Sacrificio y ofrenda no quisiste;

Mas me preparaste cuerpo.



Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron.



Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para

hacer tu voluntad,

Como en el rollo del libro está escrito de mí.



Diciendo primero: Sacrificio y ofrenda y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron (las cuales cosas se ofrecen según la ley), y diciendo luego:



He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último.



En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre.



Y ciertamente todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies; porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados.



Y nos atestigua lo mismo el Espíritu Santo; porque después de haber dicho:



Este es el pacto que haré con ellos

Después de aquellos días, dice el Señor:

Pondré mis leyes en sus corazones,

Y en sus mentes las escribiré,



añade:

Y nunca más me acordaré de sus pecados y transgresiones.



Pues donde hay remisión de éstos,. no hay más ofrenda por el pecado”.



(Hebreos 10: 1-18)





Las afirmaciones del autor de la carta a los Hebreos no pueden ser más tajantes. Ese sacrificio ofrecido por Cristo una vez por todas no puede repetirse ni renovarse. De hecho, afirmarlo es una blasfemia por la sencilla razón de que la sangre de Cristo no caduca en sus efectos ni tampoco es limitada y si alguien pretendiera ofrecer ese sacrificio de nuevo estaría colocando la sangre de Jesús a la altura de la de los becerros y ovejas que se ofrecían en el Antiguo Pacto. De nuevo, Cristo aparecía sin parangón.



Permítame ahora el lector plantear un ejemplo. Imaginemos que un personaje se presentará diciendo que es el rey de España; que, como tal, puede presidir el consejo de ministros a petición del jefe del gobierno y que, por supuesto, en su calidad de jefe del estado puede representar a la nación en el exterior. El personaje en cuestión no se llamaría Felipe VI y ni siquiera tendría relación de parentesco con la dinastía reinante sino que, por ejemplo, se llamaría Luis Pérez. ¿Qué pensaríamos del sujeto? Definitivamente o que no estaba en sus cabales o que era un usurpador que pretendía ocupar un puesto que no le pertenecía. Ahora bien. Tenemos una institución cuya cúspide pretende que es lo que sólo es Cristo: la piedra sobre la que se funda la iglesia, la cabeza de la iglesia y el sumo sacerdote. ¿Qué deberíamos pensar de semejante sujeto? Respóndase el lector.



En todos y cada uno de estos aspectos – podrían señalarse no pocos más – la iglesia de Roma había privado de su papel único a Cristo para dárselo a un mero ser humano que, no pocas veces, había llegado al trono papal mediante la intriga, el engaño, el soborno o incluso el derramamiento de sangre.



Frente a esa suma de usurpación y ocultación de la enseñanza de la Biblia, de ilegitimidad y de esclavitud espiritual, la Reforma enarboló la bandera de las Escrituras y la fidelidad a las mismas, del seguimiento fiel de la enseñanza de Jesús y de la libertad. La iglesia de Roma podía ser marianista, santista… incluso, como en la Italia actual, píista, pero frente a ella la Reforma proclamaba con resolución y valentía: ¡Sólo Cristo!. Así, al devolver a Cristo su papel central en la Historia de la salvación, la Reforma llevaba al cristianismo a ser nuevamente cristiano, precisamente como lo había sido en los primeros siglos. Allá la iglesia de Roma si en los siglos siguientes decidía ir de mal en peor.



CONTINUARÁ:



La Reforma indispensable (LV): En que acertó Lutero (VIII): Solo Christo (III)

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Published on May 10, 2015 01:32

May 9, 2015

Amazing Grace

​Hoy es mi cumpleaños y he resuelto regalarles a ustedes y regalarme a mi el que es mi himno preferido.

Podría decir que la razón de mi preferencia se debe a su hermosa historia. Fue escrito por John Newton, un negrero inglés que se convirtió escuchando a un predicador evangélico y no sólo abandonó su ocupación sino que dedicó el resto de su vida a acabar con esa lacra en Inglaterra. Gracias a gente como él, la trata, primero, y la esclavitud después desaparecieron de Inglaterra un siglo antes que en territorios españoles como Cuba. Lógico era porque incluso fray Bartolomé de las Casas, gran defensor de los indios, había recomendado que se llevara a América esclavos negros que soportarían la dureza del trabajo aprovechado por los conquistadores españoles. La historia sería un buen motivo, pero, a decir verdad, no es la causa de mi predilección.



Podría alegar también que mi gusto especial está relacionado con la música. Ciertamente, es extraordinaria, pero no es tampoco la causa de mi querencia. A decir verdad, si Amazing Grace es mi himno preferido es por la sencilla razón de que me identifico totalmente con la letra. No tengo la menor duda de que, antes de conocer realmente el Evangelio, yo era un infeliz que estaba perdido y ciego. Durante años, había pensado que conocía a Dios en el seno de la iglesia católica, primero, y en los Testigos de Jehová después. La realidad es que en ninguno de los dos lugares – increíblemente parecidos en su estructura espiritual y psicológica a pesar de las diferencias doctrinales – se predica el Evangelio que encontramos en la Biblia. Eso yo lo encontré – elemental, querido paseante – leyendo la Biblia y, de manera muy especial, la carta a los Romanos. Fue así como comprendí que estaba perdido como todos los que hemos pecado porque no hay justo ni aún uno (Romanos 3: 9-10) y que la ley de Dios no sólo no podía salvarme sino que me indicaba hasta qué punto era culpable (Romanos 3: 19). Sin embargo, también vi con claridad que, dada la imposibilidad de salvarme por mis medios, Dios había enviado a Su Hijo a morir en mi lugar y que ese sacrificio podía recibirlo a través de la fe ya que “todos están han pecado y no alcanzan a la gloria de Dios siendo justificados, sin merecimiento, por su gracia mediante la fe en Jesús el mesías, a quien Dios ha colocado como sacrificio expiatorio, por medio de la fe en su sangre, para manifestación de su justicia, habiendo pasado por alto, en su paciencia, los pecados cometidos anteriormente, y para manifestación de su justicia en el tiempo actual; para que El sea justo y el que justifica a aquel que tiene fe en Jesús. ¿Dónde queda, por lo tanto, la jactancia? Queda excluida. ¿Por qué ley? ¿La de las obras? No, sino por la de la fe. Por lo tanto, llegamos a la conclusión de que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley” (Romanos 3: 23-28).



Yo pude ver en la Biblia, como millones antes que yo, que no era yo el que había salido de la oscuridad o de la perdición. Tampoco era yo digno de ello. Todo era gracia, todo era inmerecido, todo era un regalo que procedía de Dios y cuyo coste era la muerte del mesías en la cruz como sacrificio expiatorio por los pecados. A diferencia del paganismo, yo no pactaba con Dios. Era Dios el que había descendido hasta mi existencia y la había cambiado. Había estado ciego y perdido durante años, pero ahora había visto y había sido salvado al recibir por la fe el sacrificio de Cristo. Se trataba de una gracia tan indescriptible que sólo puede ser calificada como sublime. ¡Cuál no sería mi sorpresa cuando, meses después, al entrar por primera vez en una iglesia evangélica descubrí que se predicaba exactamente lo mismo que yo había encontrado en mi lectura de la Biblia!



Para mi, ninguna canción expresa como ésta lo que Dios ha hecho en mi vida. Es lo que también desearía que experimentaran todos los que se acercan a este muro, que también ellos se vieran libres de la ceguera y de la perdición que desprende la propaganda de los poderosos, la demagogia de la política o las tinieblas de la religión – la religión no salva – y que conocieran a Jesús y aceptaran mediante fe la salvación que Dios otorga al que se acerca a El reconociendo su pecado y su incapacidad para salvarse por sus méritos. No hay decisión más importante – ni más liberadora – en esta vida.



Como la canción me entusiasma, les he recogido cuatro en vez de las dos versiones habituales. La primera es de una joven cantante evangélica de siete años; la segunda es de Meghan Linsey, una de las mejores intérpretes del himno en los últimos años; la tercera es de Elvis Presley y la cuarta es en español y la canta Cindy Barrera. He añadido también – un día es un día – el enlace a la versión en español de la película Amazing Grace donde aparece la historia de John Newton y de la liberación de los esclavos en Inglaterra gracias a la acción de cristianos evangélicos. Deseo de corazón que las disfruten. Es mi regalo de cumpleaños para ustedes. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!



Esta es la hermosa versión de una cantante evangélica de siete años





Aquí va Meghan Linsey





También, gran intérprete de Gospel, Elvis Presley también cantó una versión de Amazing Grace





Hay también versiones en español como esta de Cindy Barrera





Y ésta es la película



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Published on May 09, 2015 02:14

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César Vidal
César Vidal isn't a Goodreads Author (yet), but they do have a blog, so here are some recent posts imported from their feed.
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