César Vidal's Blog, page 117
May 27, 2015
Zumalacárregui, el rayo carlista
Cuando Fernando VII mantuvo ese rumbo para que su hija Isabel pudiera ser reina, su hermano Carlos manifestó su intención de ir a una guerra civil antes que perder la corona que podía recaer sobre su testa. El enfrentamiento – que estalló nada más morir Fernando – no fue, sin embargo, un mero conflicto dinástico sino el choque de dos visiones: la modernizadora encarnada en unos liberales valedores de Isabel y la absolutista convencida de que la Historia podía no sólo detenerse sino regresar a una Arcadia medieval que nunca había existido. El mejor valedor en el campo de batalla con que contó el carlismo fue Tomás de Zumalacárregui. Los carlistas han insistido en convertirlon en un genio militar comparable a Napoleón. La realidad es que fue un guerrillero notable aunque no muy eficaz en acciones militares más organizadas. Córdova, por ejemplo, lo derrotó en 1834 en Mendaza y Arquijas y en 1835, en Artaza. Convencido de su causa – que identificaba con el bien de España - fue despiadado y partidario de emplear el terror. No dudó en quemar las iglesias en las que se habían refugiado los defensores de Cenicero en la Rioja y de Villafranca en Navarra, y de manera habitual fusilaba a los prisioneros. Así, por ejemplo, ordenó pasar por las armas a 118 Celadores de Álava que se habían rendido bajo promesa de que se respetarían sus vidas. Necesitado de tomar una capital – el carlismo era fundamentalmente rural y tenía sus focos en Vascongadas, Navarra, Castellón y algunas zonas de Cataluña – el pretendiente Carlos le ordenó sitiar Bilbao, una villa marcadamente liberal. De tomarla, quizá alguna potencia lo reconocería como rey. Sin embargo, un tiro perdido hirió en una pierna a don Tomás y la infección posterior causó su muerte. Especulé sobre este episodio en mi Bilbao no se rinde, novela por la que sigo sintiendo un afecto especial. Años después, los nacionalistas vascos convertirían a Zumalacárregui después en un independentista. En realidad, sólo había sido un español absolutista que podía matar, pero no vencer.
Próxima semana: Isabel II
¡Oh mentes privilegiadas!
Aquellas cabezas pensantes llegaron a la conclusión de que el Estado islámico sería lo suficientemente brutal como para poner en jaque a una organización terrorista teledirigida por Irán y por eso lo parieron, lo entrenaron, lo financiaron y lo armaron. En un momento determinado, fascinados por su retoño decidieron utilizarlo en Siria para derribar a Assad, el único dictador del área que mantiene buenas relaciones con Rusia. Tan contentos estaban con el invento que el propio John McCain viajó a aquellos parajes en 2014 y regresó alabando a aquellos musulmanes “moderados”. Los “moderados” optaron por hacer la guerra por su cuenta – como los taliban, como Al Qaida… - y ahora tienen contra las cuerdas al ejército iraquí y pueden acabar imponiéndose en Siria. En otras palabras, el plan clarividente de los que pensaban arreglar Oriente Medio ha creado una inestabilidad cuyas últimas y pavorosas consecuencias apenas nos atrevemos a imaginar. No es, por otro lado, la primera vez que sucede. Recordemos cuando los “guardianes” de Israel decidieron respaldar a Hamás en la creencia de que se trataba de una especie de Caritas coránica que contrapesaría a la OLP de Arafat. Es de suponer que los responsables habrán acudido al muro de las lamentaciones a pedir el perdón por semejante pecado de presunción. A todo ello añádase la invasión de Afganistán o la de Irak, episodio este último del que se distanció hace unos días Jeb Bush como antaño lo hiciera Hillary Clinton. Aznar creyó la información que le dieron igual que sucedió seguramente con Tony Blair. Sin embargo, a estas alturas sabemos de manera más que documentada que el presidente Bush, Condoleezza Rice, Donald Rumsfeld y Colin Powell mintieron al afirmar que Iraq tenía armas de destrucción masiva. De hecho, no sólo faltaron a la verdad sino que hicieron lo posible porque no se conociera. Se mire como se mire, no es para sentirse satisfechos por la política internacional seguida por Occidente en la última década y media. A decir verdad, si determinadas potencias siguen jugando con fuego el día menos pensado nos vamos a quemar los que vivimos en el seno de las democracias. Y es que con mentes tan privilegiadas para alcanzar el Apocalipsis no vamos a necesitar ni siquiera la asistencia maléfica del mismo Diablo.
May 25, 2015
El Terror que empezó con Lenin
No cabe duda de que Zinóviev tenía las ideas muy claras sobre lo que iba a suceder en Rusia: diez millones de personas serían exterminadas a causa de su condición social. Menos de un año antes, los bolcheviques habían llegado al poder no, como repetiría tantas veces la propaganda, gracias a una revolución popular que había tomado por asalto el Palacio de Invierno en San Petersburgo. La realidad es que el Palacio de invierno jamás fue capturado como narró Eisenstein en su película Octubre sino que se entregó sin resistencia y, por añadidura, los bolcheviques habían dado un golpe de estado contra la frágil democracia rusa implantada en febrero-marzo de 1917 y frente a ellos se encontraba todo el arco político desde la izquierda a la derecha con la excepción de los denominados eseristas (social-revolucionarios) de izquierdas. No sorprende, pues, que una de las primeras medidas de Lenin fuera la de crear el 7 de diciembre de 1917 la pavorosa Cheká, antecedente director del NKVD stalinista y del KGB, pero también de la Gestapo hitleriana. A su frente, Lenin colocó al polaco Félix Dzerzhinsky. La elección no podía ser más adecuada porque Dzerzhinsky, en agosto de 1917 ya había señalado que la correlación de fuerzas políticas, tan desfavorable para los bolcheviques, se podía variar “sometiendo o exterminando a determinadas clases sociales”. Como señalaría en su primer discurso pronunciado en calidad de jefe de la Checa, su función no era la de establecer “justicia revolucionaria” sino la de acabar con aquellos a los que se consideraba adversarios. El 8 de agosto de 1918, en una famosa orden, Lenin conectó la represión terror con el internamiento de los sospechosos en campos de concentración. En un telegrama dirigido al Soviet de Nizhni-Novgorod aquel mismo día, insistía en que incluso las prostitutas debían ser sometidas a ese “terror de masas”. Así nacía el primer estado totalitario de la Historia apoyado como no podía ser menos en las detenciones arbitrarias, la tortura, las deportaciones millonarias y las ejecuciones multitudinarias.
Su configuración no se debió, como han pretendido muchos apologistas de la izquierda, a circunstancias coyunturales. A decir verdad, en el curso de una conversación mantenida en Ginebra con su amigo Adoratsky, Lenin ya había comentado varios años antes del golpe de 1917 que el sistema para que la revolución se mantuviera sería sencillo y consistiría en fusilar a todos los que se manifestaran contrarios. Ha sido el propio Trotsky - que tendría un papel bien destacado en el uso del terror y que incluso escribió un libro sobre el tema titulado Terrorismo y comunismo - el que nos ha transmitido el testimonio de un enfrentamiento entre los eseristas de izquierda y Lenin con ocasión del anuncio bolchevique de que quien ayudase o alentase al enemigo sería fusilado en el acto. Mientras que los eseristas encontraban tal medida intolerable, Lenin les dio una respuesta preñada del peor pragmatismo y que indicaba hasta qué punto era realista en cuanto a su verdadero apoyo popular : “¿Creéis realmente que podemos salir victoriosos sin utilizar el terror más despiadado”. El 8 de enero de 1918, el Sovnarkom ya había ordenado la formación de batallones de hombres y mujeres de la burguesía cuya finalidad era la de abrir trincheras teniendo la Guardia Roja la orden expresa de disparar inmediatamente sobre todo aquel que se resistiera. Al mes siguiente, la Cheká anunció que todos los que huyeran a la región del Don serían fusilados en el acto por sus escuadras. Lo mismo sucedió con los que difundieran propaganda contra los bolcheviques e incluso con delitos que no eran políticos como violar el toque de queda. Obviamente, apenas a un trimestre de que los bolcheviques tomaran el poder, Rusia había pasado a transformarse en una dictadura de la peor especie.
A decir verdad, algunos miembros de las clases medias salvaron temporalmente la vida por necesidades del nuevo régimen como el esfuerzo bélico. Lenin sabía que sin la colaboración de técnicos no-bolcheviques la victoria militar resultaría imposible y su opinión fue secundada por Trotsky, a cuyo mando estaba el Ejército Rojo. Durante la guerra civil que siguió al golpe bolchevique de octubre de 1917, unos setenta y cinco mil oficiales zaristas combatieron en el Ejército Rojo incluyendo setecientos setenta y cinco generales y mil setecientos ventiseis oficiales del Alto Estado Mayor imperial. En otras palabras, y pese a lo que pudiera decir la propaganda comunista posterior, lo cierto es que el 85% de los mandos de frentes, el 82 por ciento de los mandos de ejércitos y el 70% de los mandos de divisiones fueron antiguos oficiales zaristas, en cuya labor no interfirieron, por órdenes expresas de Trotsky, los mandos políticos. El terror tuvo su parte en estos significativos datos. Así, Trostsky dio la orden de 28 de diciembre de 1918 en virtud de la cual debían formarse archivos con datos sobre las familias de los oficiales haciéndoles saber a éstos que cualquier paso sospechoso sería castigado con represalias contra sus parientes. De forma semejante, a finales de agosto de 1918 se cursaron órdenes de Trotsky con la aprobación expresa de Lenin para que se procediera a diezmar a determinadas unidades. Un año más tarde, Trotsky creó en el frente sur los zagradietelnye otriady , unas unidades cuya finalidad consistía en vigilar los caminos cercanos a la zona de combate para evitar las retiradas haciendo uso, por ejemplo, de ametralladoras que se disparaban sobre las tropas rojas que retrocedían. Nada extraño si se tiene en cuenta que Lenin amenazó con “hacer una matanza” con toda la población de Maikop y Groznyi si se producían sabotajes en los campos de petróleo. Entre 1918 y 1920 perecieron en combate 701.847 soldados del Ejército Rojo según los datos de sus propios archivos. Es imposible saber cuántos de ellas cayeron a causa de medidas represivas dictadas por los propios bolcheviques.
Desde luego, resultaría un grave error pensar que los bolcheviques sólo exterminaron a la nobleza, al clero o a la burguesía. Es cierto que el asesinato del zar, de la zarina y de sus hijos en Yekaterimburg por orden expresa de Lenin ha sido objeto de un considerable interés historiográfico y público. No es menos verdad que los bolcheviques llevaron a cabo una política consciente de exterminio que acabó con la vida del Gran Duque Miguel en Perm en junio de 1918, con la de otro grupo formado por primos de la familia imperial también asesinados en la misma localidad en fecha posterior y con la de cuatro de los grandes duques a los que se dio muerte en la Fortaleza de Pedro y Pablo en Petrogrado. Sin embargo, aunque se trate de un hecho encarnizadamente ocultado, la realidad es que el mayor número de víctimas de los bolcheviques estuvo entre el pueblo sencillo, en mucha mayor proporción que entre las clases altas o medias.
Lenin estaba convencido de la justicia de su causa que dio la primera orden de la Historia, adelantándose en décadas a Hitler, de utilizar el gas para asesinar en masa a poblaciones civiles indefensas. El 27 de abril de 1921, el Politburó presidido por Lenin nombró a Tujachevsky comandante en jefe de la región de Tambov con órdenes de acabar con la revuelta campesina en un mes y de informar semanalmente de los progresos conseguidos. Sin embargo, Tujashevsky no logró el éxito rápido que ansiaba Lenin a pesar de contar con más de cincuenta mil soldados a sus órdenes. Los enemigos no eran aristócratas, ni reaccionarios ni oligarcas. En realidad, se trataba de humildes campesinos que no deseaban verse sometidos a la dictadura bolchevique. Suficiente para su exterminio. El 12 de junio de 1921, Tujachevsky dictó órdenes en las que establecía el uso de gas para acabar con las poblaciones escondidas en el bosque. En la orden en cuestión se indicaba que “debe hacerse un cálculo cuidadoso para asegurar que la nube de gas asfixiante se extienda a través del bosque y extermine todo lo que se oculte allí”. A continuación se estipulaba que debía entregarse “el número necesario de bombas de gas y los especialistas necesarios en las localidades”.
Cuando la revolución triunfó, cerca de un cuarto de millón de campesinos había perdido la vida tan sólo en los distintos alzamientos contra Lenin y más de dos millones de personas habían perecido a consecuencia del hambre, el frío, la enfermedad o el suicidio. Para colmo y a pesar de que la guerra civil rusa fue la peor librada en suelo europeo durante todo el siglo XX, la inmensa mayoría de los muertos ocasionados fueron civiles en una proporción que algunos autores como Orlando Figes sitúan en las cercanías del 91 por ciento. No fue menor el tributo del exilio provocado por la victoria de Lenin. Ciertamente, hubo algunos aristócratas, incluidos miembros de la familia Romanov, que lograron ponerse a salvo en lugares tan diversos como Bulgaria – que tiene una deuda de gratitud cultural con Rusia no por poco conocida menos importante – Alemania – donde se refugió Vladimir Nabokov, el autor de la famosísima Lolita antes de partir para Estados Unidos – o Francia donde el exilio ruso daría figuras tan notables como Henri Troyat. Se trató de no menos de dos millones de personas - en buena medida pertenecientes a los estratos más educados de la población, la denominada intelliguentsia – que se vieron empujados al exilio de una tierra que amaban entrañablemente. Pero ahí no terminó todo. La mayor parte de los oficiales zaristas que se sumaron al Ejército Rojo perecieron antes de 1938 ante un pelotón de ejecución o en el GULAG; los intelectuales que apoyaron la revolución – Isaac Babel, Osip Mandelstam, Maxim Gorky, Vladimir Mayakovsky… - acabaron muertos en multitud de ocasiones por acción de las balas, el veneno o incluso el suicidio y una suerte semejante sufrirían numerosísimos talentos científicos, literarios o artísticos. Al igual que los millones de campesinos exterminados por los bolcheviques eran todos ellos piezas destinadas al exterminio para un sistema que contaba con millones y millones de víctimas mortales en su haber antes de que Hitler hubiera aparecido en escena.
May 24, 2015
Se los dije
Muchas de las expresiones peculiares de México se me han olvidado, pero mantengo en la memoria aquella que se enunciaba como “se los dije” y que era un equivalente a nuestro “ya os lo dije”. Saco esto a colación porque el resultado de las elecciones municipales y autonómicas se parece enormemente al análisis que desde el año pasado vengo haciendo en medios como La Razón y La Voz. Si acaso he de decir que mis pronósticos sobre los resultados del PP eran menos malos de lo que parece que han sido los resultados.
Por más que Génova y medios afines se empeñen en decir que han ganado en 11 de las CCAA y que han conseguido más votos que el PSOE, la realidad es que sólo son la fuerza más votada que es algo muy diferente de ganar y suerte va a tener el PP si no pierde todos los gobiernos regionales - salvo Ceuta, Melilla, La Rioja y Murcia - y la mayor parte de los municipales de cierta relevancia. A decir verdad y mientras escribo estas líneas, en algunos lugares ni con el concurso de Ciudadanos – suponiendo que Ciudadanos deseara entregarlo que es bastante discutible – podría gobernar el PP. A fin de cuentas, el PP ha sacado poco más de un punto al PSOE y Podemos - gran inteligencia la de los que cantaron su final - ha tenido resultados más que notables.
Las razones para este descalabro histórico del PP – mayor que el experimentado por el PSOE hace cuatro años y en algunos de sus feudos más significativos como el ayuntamiento de Madrid o en la CCAA de Valencia – las he venido anunciando desde hace años con creciente pesar. En primer lugar, está la bochornosa traición a sus electores que el PP practicó casi desde el primer día que Rajoy llegó a la Moncloa. Había prometido el PP que rebajaría los impuestos y controlaría a los nacionalistas. Ha hecho exactamente lo contrario. Dio más dinero a la manirrota Cataluña que nunca, no ha movido un dedo para sacar a las franquicias de ETA de las instituciones y, para colmo, para mantener a castas parasitarias que van de los partidos a los sindicatos pasando por los nacionalistas o la iglesia católica, ha subido los impuestos más de treinta veces hundiendo literalmente centenares de miles de empresas y arrojando a millones de ciudadanos al paro. Pocas veces unas clases medias habrán sido más traicionadas en menos tiempo. Se puede luego decir que la economía va como un tiro, pero los españoles de a pie saben de sobra que no es así y, precisamente por ello, un sujeto chulesco y vergonzante como Montoro le ha costado al PP no menos de un millón de votos.
Al final, esas clases medias que pensaban encontrar en el PP un alivio de lo que fue el aciago gobierno de ZP se han quedado en casa en no escasa medida mientras que los entusiastas de Podemos se lanzaban a las urnas con un entusiasmo que no provocaría Rajoy ni aunque nos invitara a todos a gambas a la plancha con albariño. No sólo eso. Una parte no pequeña de los votantes que el PP ha conservado lo han sido no por convicción sino por pánico real a lo que podría ser la alternativa.
La segunda razón ha estado muy unida a la anterior y consiste en esos pre-potentes oídos sordos que la gente del PP ha mostrado a los que les advertían de la que se avecinaba. Yo mismo hice saber a varios dirigentes del PP hace años que la Agencia tributaria – y no sólo la Agencia tributaria - la tenían más minada que un campo de Flandes durante la Gran guerra. Por supuesto, no me hicieron ni caso dado que además me permitía ser crítico frente a su sabiduría ilimitada y su genialidad sin fronteras. También es casualidad que la Agencia Tributaria les organizara el sarao mediático de Rato o que se filtrara la declaración de la renta de Esperanza Aguirre a unas horas de las votaciones. Pero será eso… pura casualidad. Aún más claro fui a la hora de señalar que su política económica era un disparate que iban a pagar millones de inocentes y que tendría pésimas consecuencias porque la gente puede ser inculta, pero no es idiota. Pero, claro, ellos lo sabían todo…, tanto como para no hacer el menor caso a nadie que no doblara el espinazo en signo de sumisa adulación. Ahí están las consecuencias.
Finalmente, el PP ha despreciado a sus votantes. Lo ha hecho porque los ha tomado, en no escasa medida, por tontos de baba. Mientras endeudaba al país de una manera como no la sufría España desde el reinado de aquel fanático siniestro que se llamó Felipe II; mientras las cifras del paro seguían siendo escandalosas; mientras se negaban a recortar gastos inútiles porque ahí tenían colocada a la gente - ¿dónde se va a colocar ahora la querida de una conocida alcaldesa para la que se creó un espacio ad hoc en el ayuntamiento? - mientras saltaban más y más escándalos que salpicaban a las figuras más empingorotadas del PP, el gobierno y el aparato del partido se negaban a realizar el más mínimo gesto de arrepentimiento y, sobre todo, de rectificación. Todo esto además sucedía mientras los nacionalistas se volvían en más agresivos que nunca y surgía una fuerza de extrema izquierda como Podemos. En el colmo de la insensatez alguno llegó a pensar que no pasaría nada porque siempre podrían pactar con ese partido de centro-izquierda conocido como Ciudadanos.
El resultado está ahora, con los matices que vayan surgiendo en las próximas horas, a la vista de todos. Centenares de miles de votantes del PP han preferido quedarse en su casa antes que volver a conceder su sufragio a las mesnadas de Rajoy que, por primera vez, no alcanzan el 30 por ciento de los votos emitidos. Seguramente, el resultado ha sido en algunos casos injustos porque candidatos como Cristina Cifuentes – una de las pocas, poquísimas candidaturas del PP que ha superado la barrera del 30 por ciento - no se lo merecían y, desde luego, las alternativas son mucho peores. En otros han resultado sorprendentes porque figuras históricas como Esperanza Aguirre o Rita Barberá corren el riesgo de no llegar a alcaldesas. Con todo, resulta más que comprensible que aquellos votantes se hayan resistido a otorgar su voto a un partido que no ha cumplido sus promesas y que además no lo está haciendo ni lejanamente bien. Añádase a esto el fanatismo estúpido de ciertos grupos situados a la derecha como los que decidieron hacer campaña contra Cristina Cifuentes – majaderos, ¿pensáis que Gabilondo va a ser más anti-abortista? – y se comprenderá el conjunto del pastel que ha quedado servido.
Hace ya un año advertí que de las elecciones generales sólo podría salir o un gobierno de gran coalición PP-PSOE o un Frente popular PSOE-Podemos. Pienso ahora que quizá fui optimista porque el PSOE puede llegar a acuerdos con Podemos e incluso con Ciudadanos que dejarían al PP fuera del poder para muchos, muchos años. Es decir, el panorama podría ser hasta peor del que yo pensaba. Me apena, pero no me causa ninguna sorpresa. Se lo han trabajado a pulso y como dirían en una película mexicana: Se los dije.
La Reforma indispensable (LVI): En que acertó Lutero (IX): Sola Scriptura (I)
También resultará más que obvio porque la iglesia católica sólo podía responder usando la hoguera y la espada. Regresar a la Biblia como pretendía la Reforma implicaba el final de todo un entramado desarrollado a lo largo de la Edad Media, entramado que no sólo despojaba a Cristo de manera usurpadora de su gloria sino que además pisoteaba las enseñanzas de las Escrituras y creaba como fuerza de coacción máxima no sólo todo un sistema de represión violenta sino también un organigrama de salvación totalmente distinto del expuesto en la Biblia.
Al final, la clave estaba en si se escuchaba lo que decía la Biblia o si a ella se anteponían otras consideraciones y lo cierto es que la iglesia de Roma desde hacía siglos sólo estaba dispuesta a aceptar aquellos versículos que podía retorcer para defender unas pretensiones profunda e íntimamente anti-cristianas. En la última entrega, cité el caso de Döllinger, el mejor historiador del cristianismo con el que ha contado jamás la iglesia de Roma, que reconocía honradamente que durante siglos la interpretación católico-romana que relacionaba la piedra de Mateo 16 con Pedro como referencia al papado no la había sostenido absolutamente nadie en los primeros siglos y que, por añadidura, en sus controversias con los herejes, los Padres, también durante siglos, jamás incluyeron como herejía o pecado el no estar sometidos al obispo de Roma. La Historia es, ciertamente, una enemiga encarnizada de la iglesia católica, pero la Biblia lo es más y cuando la Reforma asumió como uno de sus principios fundamentales el Sola Scriptura, muchos contemplaron a la iglesia católica en la situación recogida en 2 Tesalonicenses 2: 7-12:
“Porque ya está en acción el misterio de la iniquidad; sólo que hay quien al presente lo detiene, hasta que él a su vez sea quitado de en medio. Y entonces se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida; inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia”.
El texto paulino presenta un enorme interés porque habla de un principio espiritual maligno que ya estaba en acción en su época, pero que todavía estaba controlado. Llegaría un día en que ese obstáculo sería removido y entonces surgiría un sistema absolutamente diabólico que utilizaría incluso el prodigio mentiroso para someter espiritualmente a la gente. Y ciertamente los que no quisieran creer en la verdad sino que se complacieran en aquel poder permanecerían en sus manos. Sin embargo, Cristo lo iría matando con el espíritu de su boca – un símbolo usado en la Biblia para referirse a las Escrituras – hasta que, en su Segunda Venida, lo aniquilara del todo. Se interprete como se interprete este pasaje, lo cierto es que la Historia nos muestra que la iglesia católica ha retrocedido espectacularmente siempre que se ha podido predicar con libertad el Evangelio y el caso de Hispanoamérica en las últimas décadas es un ejemplo más que evidente.
La iglesia de Roma pretende mantener sus pretensiones espirituales refiriéndose a que las fuentes de la revelación son la Biblia y la Tradición. La realidad es que, como bien reconoció Dollinger, la enseñanza de la iglesia católica en temas tan importantes como el papado no aparece ni por aproximación en los primeros siglos. Esa mención a una Tradición que es contradictoria muchas veces y que, al final, establece Roma en contradicción consigo misma no pasa de ser un sofisma – por no denominarlo estafa - espiritual.
De entrada, la Biblia establece que para salvarse hay que escuchar no a ninguna tradición sino a la Biblia. Jesús no sólo apeló continuamente a las Escrituras para legitimarse como mesías – está escrito, como dicen las Escrituras, como anunció el profeta son algunas expresiones repetidas una y otra vez en los Evangelios – sino que señaló que en ellas era donde había que buscar.
Jesús reprendió a sus contemporáneos no por no seguir a Pedro - ¡qué disparate! - sino por no aceptar el testimonio de las Escrituras:
“Entonces Jesús les dijo: ¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!” (Lucas 24: 25)
Jesús utilizó las Escrituras - y no ninguna tradición – para mostrar que era el mesías: “Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les explicó lo referente a El en todas las Escrituras” (Lucas 24: 27) .
Al comportarse así, Jesús era coherente con los mandatos de la Torah que establecían basar la vida no en la tradición sino en las Escrituras:
“Grabad, pues, estas mis palabras en vuestro corazón y en vuestra alma; atadlas como una señal a vuestra mano, y serán por insignias entre vuestros ojos” (Deuteronomio 11: 18-20).
Lo era también con el mandato de Dios a Josué que no apuntaba a tradiciones sino a la Escritura:
“Este libro de la ley no se apartará de tu boca, sino que meditarás en él día y noche, para que cuides de hacer todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino y tendrás éxito” (Josué 1: 8)
Lo era igualmente con los profetas que negaban la legitimidad a los que no se apoyaban en lo contenido en las Escrituras:
“¡A la ley y al testimonio! Si no hablan conforme a esta palabra, es porque no hay para ellos amanecer” (Isaías 8: 20).
No puede sorprender que esa fuera la enseñanza de los primeros cristianos sin duda alguna. Como Pablo escribió a Timoteo en su testamento espiritual:
“Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3: 14-7).
Las palabras de Pablo no podían ser más claras.
¿Qué te puede hacer sabio para salvarte? Las Escrituras.
¿Cómo es esa salvación enseñada por las Escrituras? Por la fe en Jesús el mesías.
¿Qué es lo inspirado por Dios? Las Escrituras.
No sólo eso. La nobleza espiritual no radica jamás en el Nuevo Testamento en la sumisión a una jerarquía religiosa, en la creencia, ciertamente blasfema, en que un hombre es cabeza de la iglesia de Cristo o en la aceptación de una tradición cambiante. Lo que denota la nobleza espiritual de alguien es si contrasta con las Escrituras el mensaje que se recibe y, según sea de acuerdo con ellas o no, lo acepta o rechaza. Al respecto, el episodio de los habitantes de Berea es claro como el agua más cristalina:
“Estos eran más nobles que los de Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando diariamente las Escrituras, para ver si estas cosas eran así”. (Hechos 17: 11)
Por supuesto, los principios enseñados por Jesús, por Pablo y por los primeros cristianos resultan inaceptables para la iglesia de Roma y lo son porque implicaría su final. De ahí el gran peligro que implica el regreso a la Biblia para la iglesia católica y también el juicio de Erasmo de Rotterdam que, preguntado por Carlos V, si Lutero tenía razón, respondió que por supuesto que sí, pero que había cometido dos errores: atacar la tiara de los prelados y la panza de los frailes. Erasmo, aunque un tanto cínicamente, pronunciaba un juicio acertadísimo: Lutero tenía la razón teológicamente, pero al dejar de manifiesto que ni el poder papal ni la acumulación de bienes del clero tenían legitimidad alguna había puesto en peligro su propia vida. Permítasenos comenzar por la tiara de los prelados para dejar de manifiesto cómo el regreso a la Biblia socavaba el sistema católico-romano de raíz.
La Biblia no sólo no hace referencia a un papa, a una cabeza de la iglesia que no sea Cristo, a una Roca distinta de Jesús o a la sumisión al obispo de Roma sino que tampoco contiene mención alguna de que ese papa tenga que ser el jefe de un estado. En realidad, todos estos aspectos contrarios frontalmente a la Biblia arrancan de la Edad Media y la existencia del Vaticano como un estado deriva de un fraude escandaloso conocido como la Donatio Constantini.
El siglo VIII tuvo una especial relevancia por el desarrollo de una política de falsificación documental que pretendía favorecer los designios del obispo de Roma y que, muy pronto, se extendió a respaldar los intereses de la iglesia católica en todo Occidente. Esa falsificación documental iría unida no pocas veces a la creación de emociones y a manifestaciones artísticas que ayudaban a su difusión popular. Conocidos convencionalmente como “fraudes píos”, estos episodios han dejado su huella en la Historia hasta la actualidad y, de manera bien reveladora, suelen ser ocultados de los relatos historiográficos debidos a autores católicos.
Sin duda, el “fraude pío” más relevante fue un documento de carácter jurídico conocido como Donatio Constantini , es decir, la Donación de Constantino. El escrito tenía la pretensión de ser la constancia formal de una donación de diversos territorios que el emperador romano Constantino habría realizado en favor del obispo de Roma. El nacimiento de esta obra resulta en realidad incomprensible sin una referencia a su contexto jurídico. Éste vino marcado por dos aspectos fundamentales. El primero fue la tendencia a coleccionar los documentos canónicos existentes. Ya en el s. VI había surgido de un impulso similar la colección Dionisiaca y en el s. VII la denominada Hispana, experimentando ambas en el curso de ese siglo algunas alteraciones notables. En el año 744 la tendencia coleccionista recibió un nuevo impulso al enviar el papa Alejandro I a Carlomagno un ejemplar de la Colección Dionisiaca. Éste presentaba algunas peculiaridades ya que el prefacio original había desaparecido y además al texto se le habían añadido las decretales de los obispos romanos desde Zósimo (417-8) a Gregorio II (715-31). Hacia el año 800, esa colección se vio refundida con materiales procedentes de la Hispana dando lugar a la denominada colección Dacheriana. La segunda circunstancia que influyó en el nacimiento de la Donatio fue un fenómeno auténticamente singular en la historia del Derecho aunque no tan excepcional en la de las religiones. Nos referimos a la falsificación de textos con la finalidad de servir a objetivos concretos de la sede papal en materia de gobierno, jurisdicción, disciplina o meramente política. Esta labor se realizó de manera sistemática en una oficina del reino franco entre los años 847 y 852.
La primera fase de esta tarea consistió en alterar el texto de la Colección Hispana añadiéndole materiales hasta alcanzar el contenido que conocemos por el manuscrito de Autun. Otro ejemplo de esta labor fue la creación de los Capitula Angilramni - unos textos legales que se atribuían al papa Adriano aunque, en realidad, eran una amalgama de documentos canónicos, normas del código teodosiano y leyes visigóticas - o de los Capitularia Benedicti Levitae que pretendían legitimar la reforma eclesiástica con normas supuestamente emanadas de distintos emperadores romanos y de los reyes merovingios y carolingios. Para comprender el alcance de esta labor baste decir que de los Capitularia mencionados - mil trescientos diecinueve - alrededor de la cuarta parte eran falsos. No era poco uso de la mentira para lograr el avance de unos intereses que pueden definirse de cualquier forma salvo espirituales.
De esta confluencia del afán recopilador y de la falsificación de documentos con fines concretos surgieron las denominadas Decretales Pseudoisidorianas. Éstas, debidas a los esfuerzos de Isidoro Mercator, estaban destinadas a convertirse en la colección más extensa e importante de la Edad Media. En ella se daban cita junto a las decretales romanas desde Silvestre (314-335) a Gregorio II (715-731) - de las que unas eran falsas y otras auténticas, pero con alteraciones - una serie de documentos conciliares y textos diversos entre los que se hallaba la Donatio Constantini. Resulta pues obvio que ésta no constituía, por lo tanto, una excepción en el seno de la Historia del derecho canónico sino una parte de un considerable esfuerzo compilador - y falsificador - llevado a cabo en beneficio de la Santa Sede.
Las razones de este proceso de falsificación sistemática de documentos resultan fácilmente comprensibles cuando se examina el contexto histórico. El declive del poder bizantino en Italia había tenido como clara contrapartida un auge del reino de los lombardos. Éstos fueron utilizando una estrategia de asentamientos ducales y regios que, poco a poco, les permitieron apoderarse de diferentes territorios italianos y - lo que resultaba más importante - amenazar a Roma, la ciudad gobernada por el papa. Como contrapeso a la amenaza lombarda, el papa no podía recurrir al emperador bizantino, pero llegó a la conclusión de que sí contaba con una posibilidad de defensa en Pipino, el rey de los francos. Para lograr influir en éste conduciéndolo a una alianza, resultaba más que conveniente que pudiera recurrir a algún precedente legal de sus pretensiones. El instrumento utilizado para tal fin no fue sino la falsificación conocida como Donación de Constantino.
En el invierno del año 755, el papa Esteban se dirigió a la corte de los francos con la pretensión de obtener la ayuda de Pipino. Convenientemente preparado por las aseveraciones de la Donación, el monarca lo recibió en calidad de “defraudado heredero de Constantino”. En las negociaciones que siguieron a la calurosa bienvenida franca, el papa Esteban no sólo solicitó de Pipino que le concediera ayuda militar sino también que le hiciera entrega de un conjunto de territorios que, según la Donación, ya habían sido donados anteriormente por Constantino a los antecesores del papa. Pipino - cuyos orígenes dinásticos eran punto menos que dudosos - aceptó las pretensiones papales sin ningún género de discusión y además desencadenó la guerra contra los lombardos.
El conflicto se desarrolló favorablemente para los francos. Los lombardos fueron derrotados y esa circunstancia los obligó a aceptar cuantiosas pérdidas territoriales. Por su parte, Pipino entregó al papa Esteban la llave de una veintena de ciudades entre las que se encontraban Rávena, Ancona, Bolonia, Ferrara, Iesi y Gubbio. De esta manera, el papa entraba en posesión de una franja de terreno en la costa del Adriático, a partir de la cual nacerían los futuros Estados Pontificios. A partir de entonces, el papa sería un monarca temporal con reconocimiento internacional cuya situación – con pérdidas y ganancias – se mantendría igual hasta la reunificación italiana de finales del s. XIX. Sin embargo, el fraude documental se descubrió mucho antes. Ciertamente, el texto falsificado cumplió con su finalidad de manera más que satisfactoria para el papa. Sin embargo, a pesar de su éxito, el fraude dejaba mucho que desear en lo que a configuración se refiere ya que el documento estaba cargado de errores de carácter histórico y jurídico.
La redacción concreta de la Donatio se ha atribuido generalmente a Cristóforo, un funcionario papal. Este extremo dista de ser seguro, pero en cualquier caso lo que sí parece que puede establecerse con bastante certeza es el hecho de que el autor de la obra utilizó como base la leyenda de san Silvestre, obispo de Roma en tiempos del emperador Constantino. Según la misma, Constantino había perseguido a los cristianos inicialmente. En esa época, habría contraído la lepra, pero, a pesar de acudir a todo tipo de médicos y hechiceros, no había logrado verse libre de la terrible dolencia. En esas circunstancias, la leyenda narraba que san Pedro y san Pablo se habían aparecido al emperador para comunicarle que sólo el papa Silvestre podría devolverle la salud. Constantino habría dado orden inmediatamente de que condujeran al obispo de Roma al palacio Laterano revelándole éste que para ser curado de la lepra tendría que bautizarse. El emperador se habría sometido al consejo de Silvestre y, como consecuencia de ello, habría sanado. En muestra de agradecimiento por semejante gracia, Constantino habría ordenado que Cristo fuera adorado en todo el imperio e instituido diezmos destinados a la construcción de iglesias. Asimismo, habría cedido el palacio Laterano a Silvestre y a sus sucesores a perpetuidad y extraído en persona del suelo y acarreado los primeros doce cestos de tierra de la colina Vaticana destinados a dar inicio a las obras de construcción de la basílica de san Pedro.
La leyenda del papa Silvestre recogía algunos elementos anclados en la realidad histórica como la donación imperial del palacio Laterano, la ayuda para la construcción de basílicas o el inicio de la tolerancia hacia el cristianismo. Sin embargo, el autor de la Donatiomezcló estos aspectos históricos con una serie de invenciones que expusieron el fraude a sospechas inmediatas. Así, por citar algunos ejemplos, Constantino se presentaba como conquistador de los hunos medio siglo antes de que éstos aparecieran en Europa; el obispo de Roma era denominado “papa” casi dos siglos antes de que se le reservara ese título que, inicialmente, había compartido con otros obispos; los funcionarios imperiales recibían el calificativo de sátrapas del imperio o se narraba que el emperador había ofrecido la corona imperial a Silvestre que la habría declinado. Por añadidura se distorsionaban algunos hechos históricos para proporcionarles un contenido distinto. Por ejemplo, era cierto que Constantino había trasladado la capital del Imperio romano a Oriente, pero no lo era el que hubiera dado tal paso movido por la consideración de que no era decoroso que un emperador compartiera la ciudad que era sede del sucesor de Pedro tal y como señalaba el texto de la Donación :
“Por lo cual y para que la corona pontifical pueda mantenerse con dignidad, Nos renunciamos a nuestros palacios, a la Ciudad de Roma, y a todas las provincias, plazas y ciudades de Italia y de las regiones del Occidente y las entregamos al muy bendito pontífice y Papa universal, Silvestre”
Con todo, y pese a las inconsistencias históricas patentes, el relato fue considerado veraz incluso por personas que gozaban de cierta ilustración.
Junto a las tergiversaciones e invenciones históricas, la Donatio incluía otras de tipo jurídico que, en buena medida, constituían su razón de ser. La primera era la supresión de un dato que sí era recogido en la leyenda de san Silvestre y que consistía en reconocer que el emperador había mantenido en sus manos el aparato del gobierno civil. Mediante tal supresión, el contexto parecía indicar que jueces y obispos por igual habían estado sometidos a la autoridad del obispo de Roma, algo que sucedería en los Estados pontificios posteriores al s. VIII, pero que no tuvo lugar con anterioridad. En segundo lugar, se afirmaba que Constantino había hecho entrega a Silvestre de los atributos imperiales : la diadema, el manto púrpura, la túnica escarlata, el cetro imperial y los estandartes, banderas y ornamentos. Semejante extremo resultaba tan absurdo y se hallaba tan desmentido por la tradición posterior que la Donatio hacía un especial hincapié en el hecho de que el papa había rechazado tal ofrecimiento. Sin embargo, con ello dejaba sentado un error jurídico de dimensiones considerables, el de afirmar que si la corona imperial ceñía las sienes del emperador se debía sólo a la condescendencia papal. Finalmente - y esto contribuye a abonar la tesis de que el autor fue Cristóforo - aparecía una serie de privilegios eclesiales que iban desde la concesión de diezmos hasta la equiparación de la curia con el Senado. En palabras de la Donatio, la curia podía :
“cabalgar en caballos blancos adornados con guadralpas del blanco más puro, calzando zapatos blancos como los senadores”
Sin estas falsificaciones jurídicas, perpetradas sin el menor escrúpulo, la Donatio no hubiera pasado de ser un relato hagiográfico más que en poco habría variado la leyenda de san Silvestre. Con ellas se convirtió en un instrumento de considerable valor político.
Los pasos dados por Pipino gracias a la influencia de la Donatio no constituyeron el final de un camino sino el inicio de una fecunda senda que permitiría al papado ir forjando un poder desconocido por él hasta entonces. En el siglo siguiente, el rey franco Carlomagno fue coronado emperador por el papa lo que no sólo significó la consagración de su política territorial sino asimismo la eliminación de cualquier pretensión bizantina de reconstruir el imperio romano en Occidente y el reconocimiento de que la coronación imperial sólo podía ser legítima si se veía sancionada por el papado.
A lo largo de los siglos siguientes la pugna entre el poder papal y el político llegaría en no pocos casos a la guerra abierta y las raíces de esos conflictos sucesivos se hallan en numerosas ocasiones en la insistencia papal por mantener - y ampliar - los privilegios recogidos en la Donatio y la reticencia - en ocasiones, abierta resistencia - de reyes y emperadores a someterse a esa cosmovisión. Partiendo de esa perspectiva no resulta extraño que el reconocimiento de los poderes territoriales y políticos que la Donatio adjudicaba al papa acabara siendo cuestionado, situación aún más comprensible si tenemos en cuenta que el instrumento en que se apoyaban era claramente defectuoso. La primera crítica contundente que se opuso a la Donatio partió de Otón I en torno al año 1001. El emperador alemán - nada tentado por la idea de depender del papado - señaló que el documento era un fruto de la imaginación lleno de falsedades. Con todo, los ataques imperiales no contaban con la suficiente solidez académica y además podían ser acusados de proceder de una parte en conflicto con el papado por el control político de Italia. Estas dos circunstancias los invalidaron salvo para aquellos que el desgarro político de la Edad Media optaron por el emperador en contra del papa como fue el caso por ejemplo del genial Dante que no tuvo reparo alguno en situar en el infierno a algún pontífice.
La situación cambiaría radicalmente en el s. XV. En 1440 Lorenzo Valla llevó a cabo la primera refutación sólida de la Donatio. Valla no era imparcial en su análisis, pero no por ello dejó de poner de manifiesto con contundencia el carácter fraudulento de la obra. A partir de ese momento los ataques se multiplicaron. Todavía en el mismo siglo, Nicolás de Cusa y Juan de Torquemada volvieron a insistir en las características de superchería que tenía la Donatio y de esta circunstancia derivaron un poderoso argumento en pro de las tesis conciliaristas, es decir, de aquella postura teológica que afirmaba que el concilio se hallaba por encima del papa.
En 1628, D. Blondel publicó en Ginebra su Pseudo-Isidorus et Turrianus vapulantes, una obra que, fundamentalmente, constituía un libro de literatura antipapal aunque, a la vez, estaba impregnada de una nada despreciable erudición. Con todo, Blondel se detuvo más en la controversia que en el análisis crítico lo que le impidió profundizar cabalmente en la falsedad de las decretales Pseudo-Isidorianas. De hecho, ya en el s. XVIII los hermanos Ballerini demostraron la falsedad de algunos de los documentos que Blondel había dado por auténticos.
Con los estudios de Reginald Pecock y Baronio quedó aún más de manifiesto el carácter fraudulento de la Donatio aunque a esas alturas la crítica difícilmente podía ser invalidada con el poco socorrido argumento papal de que derivaba sólo de los enemigos de la iglesia. En 1789, el propio papa Pío VI, enmendando la plana a una larga lista de antecesores, reconoció la falsedad del documento con lo que la cuestión - siquiera en términos académicos y teológicos - quedaba definitivamente zanjada. Eso sí, en un ejercicio de cinismo político, como un usurpador que ocupara unas tierras ajenas valiéndose de un documento falsificado y, descubierta la estafa la reconociera, pero siguiera apoderándose de lo que no era suyo, la Santa Sede pudo reconocer la falsedad, pero continuó aprovechándose de ella.
Cuestión muy distinta era la de las consecuencias políticas y territoriales. La Santa Sede siguió manteniendo la legitimidad de los Estados pontificios y de su poder temporal durante las siguientes décadas e incluso logró que ambos aspectos fueran legitimados por la Santa Alianza que trazó de manera liberticida el nuevo orden europeo tras la derrota de Napoleón en 1815. Ni siquiera el proceso de unidad italiana a finales del s. XIX acabaría definitivamente con los Estados pontificios, antecedente directo del actual estado del Vaticano y, ya entrado el siglo XX, el papado no dudaría en llegar a un acuerdo con el dictador fascista Mussolini para mantener sus privilegios. La Donatio Constantini – y otros documentos falsos – lejos de constituir una excepción fue sólo una muestra más del uso sistemático de la mentira para obtener beneficios económicos y políticos, por un lado, y para manipular ideológicamente a la sociedad, por otro.
La Biblia no permite justificar ni el menor atisbo de lo que es el estado Vaticano. A decir verdad, si habla de un poder espiritual, vestido del color escarlata de los cardenales y asentado en la ciudad de las siete colinas, no es para legitimarlo sino para decir que es la Gran Ramera, Babilonia la grande, famosa por prostituirse con los gobernantes del mundo (Apocalipsis 17 y 18). El principio de Sola Scriptura, ciertamente, basta y sobra para comprender hasta qué punto la existencia del estado Vaticano – dotado de un banco turbio como pocos – no sólo colisiona con las enseñanzas sencillas de Jesús sino que constituye su negación más absoluta.
Así, a inicios del siglo XVI, el papado afirmaba que tenía toda la legitimidad para ser un estado con ejército propio e intereses innegables. La Reforma respondía: Sola Scriptura.
El papado seguía valiéndose de documentos falsos para sustentar dogmas y prácticas. La Reforma respondía: Sola Scriptura.
El papado apelaba a tradiciones inexistantes o contradictorias para sustentar dogmas antibíblicos. La Reforma respondía: Sola Scriptura. Al comportarse así, la Reforma se limitaba a seguir el ejemplo de Moisés y de Josué, de los profetas y de Jesús, de Pablo y de Timoteo. Algunos ejemplos de lo que ese principio de Sola Scriptura significaba en la práctica, lo veremos en una siguiente entrega.
CONTINUARÁ
La Reforma indispensable (LVII): En que acertó Lutero (X): Sola Scriptura (II)
May 23, 2015
Algunas sugerencias electorales
http://protestantedigital.com/blogs/36268/Diez_sugerencias_cara_a_las_elecciones
When the Roll is Called Up Yonder
James M. Black fue un activo predicador laico conocido por su labor como compositor de himnos. Cuando era maestro de escuela dominical y presidente de una sociedad juvenil, conoció a una muchacha de 14 años, malvestida e hija de un alcohólico. Black la invitó a asistir a las clases de la escuela dominical y a unirse a la sociedad juvenil. La joven comenzó a asistir y una tarde, Black invitó a los presentes a la conversión. Mientras que uno tras otro los jóvenes afirmaron su propósito de recibir a Jesús como su Señor y Salvador, aquella muchacha no lo hizo. Black comentó entonces lo triste que sería que cuando se mencionara a los que están escritos en el Libro de la vida del Cordero, uno no estuviera en esa lista. Cuando regresó a su casa, la esposa de Black lo encontró apesadumbrado. Lo estaba a decir verdad, pero, justo en ese momento, le vinieron a la cabeza los versos de la primera estrofa del himno. Luego en un cuarto de hora siguieron otros dos versos y entonces se sentó al piano y tocó la melodía de corrido. Había nacido When the Roll is Called Up Yonder (Cuando allá se pase lista).
La joven murió de pneumonía poco después tras una enfermedad de tan sólo diez días. Ignoro si llegó a recibir a Jesús antes y si estará en la lista de los salvos. Sí puedo decir que desde 1894, el himno ha servido de inspiración a millones de cristianos y que muchos, al cantarlo, sentimos la alegría de que, tarde o temprano, ese día llegará, pero nos sorprenderá al lado de Jesús cuyo sacrificio expiatorio recibimos a través de la fe. Para muchos que basan su salvación en lo que les dice una religión, en la realización de ritos o en sus obras, sin duda, esta afirmación resultará chocante e incluso podrán interpretarla como pretenciosa. Nada más lejos de la realidad. Para todo el que conoce el Nuevo Testamento y sabe que la salvación depende de la obra de Cristo en la cruz y no de las nuestras no cabe sino tener esa alegría y esa seguridad. Precisamente porque la salvación depende de Jesús, tenemos esa certeza, justo la que no tendríamos si dependiera de nosotros.
Cuando allá se pase lista es uno de mis himnos preferidos y por eso les incluyo cuatro videos. Dos son en inglés – los Gaither y Alan Jackson – y dos en español debidos a Marino y a Javier Molina. Con todas sus diferencias, son todas versiones muy hermosas porque el mensaje es gloriosamente bello, un mensaje en el que creo de todo corazón y desde los pies a la cabeza. Como dice la canción: “Cuando allá pasé la lista, cierto estoy que por su gracia yo estaré”. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
Aquí están los Gaithers
Y aquí Alan Jackson
Una versión en español de Marino
Y ésta distinta, pero también en español, de Javier Molina
May 22, 2015
Votar a personas
Unas de las circunstancias que más me agradan – y no son pocas – de la política en Estados Unidos es el planteamiento de ciudadanos y partidos que se desarrolla en el curso de las elecciones locales. Todos, absolutamente todos, tienen más que asumido que los alcaldes y los concejales no deben ser lo que denominan “partidistas” sino, fundamentalmente, gestores. Del gobierno del municipio se espera no que se entregue a las soflamas ideológicas sino que mantenga las calles limpias, que realice las reformas urbanísticas pertinentes, que se lleve correctamente – aunque no les de un dólar de subvención – con las instancias religiosas y sociales del municipio, que mantenga el orden público y que no sobrecargue con impuestos a los ciudadanos. En ese sentido, el votante republicano en las elecciones presidenciales puede votar a un alcalde demócrata y viceversa con la mayor naturalidad del mundo y sin la menor sensación de culpa o de represalia. Traigo este tema a colación porque creo sinceramente que esa es la actitud que hay que mantener en unas elecciones locales, la de identificar a la persona que sea, desde el criterio de cada cual, la más adecuada y votarla sin otro tipo de consideraciones. No votar a un buen regidor del PP porque se aborrece la política impositiva de Montoro; o a un digno alcalde socialista porque aún se recuerda a ZP o a ediles competentes de CiU porque se experimenta una repugnancia comprensible hacia el proyecto independentista de Artur Mas podrá parecer a muchos razonable, pero equivale a pegarse un tiro en el pie por no hablar de otro lugar situado más al norte de nuestra anatomía. Insisto: Montoro es una verdadera plaga bíblica, pero ¿sería razonable dejar de votar a Pepe Gómez, notabilísimo alcalde de Villateempujo de arriba sólo porque son compañeros de partido? ZP fue la inutilidad elevada al cubo con consecuencias que padecemos a día de hoy, pero si María García, alcaldesa dignísima de Villateempujo de abajo lo ha hecho de maravilla tendría que ser castigada? Artur Mas es de lo peor que puede sucederle a Cataluña después de la famiglia Pujol, pero ¿por qué represaliar a Jordi Roig, alcalde magnífico del Pi de la Ramoneta que tiene carnet de Convergencia? ¿Es lógico privarse de un buen gestor local tan sólo porque estemos hartos de gente de su partido? Personalmente, deseo que las vías de la ciudad en que vivo estén pulcras, que el tráfico no sea un caos, que no asfixien con una mayor presión fiscal a las empresas que dan trabajo a mis conciudadanos, que no se despilfarre el tesoro municipal en disparates faraónicos o corrupciones… Eso es lo que, como si fuera ciudadano de la Unión, me interesa en las elecciones municipales. Sé que para muchos españoles – a fin de cuentas, culturalmente educados en el dogmatismo más rígido – esta posición parecerá intolerable. A mi, sin embargo, me resulta la única razonable en una escala local. Para apoyar o castigar a un partido concreto me reservo el voto de las elecciones generales del que surgirá el próximo gobierno. En los comicios de este mes, para mi es cuestión de votar a personas. A las ya conocidas, a las eficaces, a las mejores.
May 21, 2015
Entrevista a Cristina Cifuentes
Merece la pena leer el resumen que aparece al inicio de la página, pero, más aún resulta interesante la grabación de la entrevista que aparece más abajo. Escúchenla. Merece la pena. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
Fernando VII o la Historia detenida
No exageraba el monarca de triste destino. A pesar de que lo denominaran el Deseado, lo cierto es que Fernando VII ha pasado más a la Historia como “el rey felón”. En realidad, Fernando sólo quiso detener la rueda del tiempo y mantener el Antiguo Régimen en funcionamiento cuando ya todo indicaba que sus días estaban contados. Su aborrecimiento de Godoy y el intento de golpe de estado para derribar a su padre Carlos IV muy posiblemente estuvieron relacionados con el temor de que algunas medidas ilustradas como la desamortización de bienes eclesiásticos pudieran resquebrajar un edificio que ya amenazaba ruina. Lejos de fiarse de Napoleón, como ingenuamente hicieron sus padres, contemporizó con él en la convicción de que no podría sobrevivir a la acometida de todo el absolutismo europeo. La derrota de Bonaparte y el regreso a España – donde las gentes lo recibieron al grito de “¡Vivan las caenas!” – lo convencieron de la certeza de su visión. Derogó la constitución de 1812, encarceló a los liberales que no tuvieron la sensatez de exiliarse y gobernó como monarca absoluto hasta que, en 1820, el pronunciamiento de Riego le obligó a decir aquello de “marchemos todos y yo el primero por la senda de la constitución”. Pero no creía en la libertad. En 1823, la venida de los Cien mil hijos de san Luis le permitió recuperar sus prerrogativas y acabar con los liberales. Para asegurarse, permitió que la reinstaurada Inquisición diera muerte a su último ajusticiado – el protestante Cayetano Ripoll – y procedió a cerrar la universidad y encomiar la tauromaquia. Le falló la falta de descendencia. Cuando, finalmente, tras varios matrimonios, tuvo una hija comprendió que la sucesión sólo sería posible con el respaldo de los liberales frente a los carlistas. Murió así reconociendo lo inevitable: la Historia puede ser paralizada, pero no por mucho tiempo.
Próxima semana: Zumalacárregui
César Vidal's Blog
- César Vidal's profile
- 109 followers
