César Vidal's Blog, page 112
July 12, 2015
Tras la curva del camino
Sin embargo, no puedo dejar de tener la sensación de que casi nadie se ha leído la sentencia. Con un voto decisivo, el del juez Kennedy, designado en su día por Reagan y convertido recientemente en campeón del lobby gay, lo que el Tribunal Supremo de los Estados Unidos ha dirimido ha sido, en realidad, la competencia para establecer las condiciones del matrimonio. Así, siguiendo una línea que viene al menos desde los años sesenta, ha resuelto que los estados no tienen ese derecho y, por lo tanto, no pueden impedir definirlo como la unión entre un hombre y una mujer bloqueando así el matrimonio homosexual, paso por cierto dado en docenas de estados. El camino es tortuoso porque la base ha sido un mero conflicto de competencias como los que podría tener, por ejemplo, Cataluña con el legislativo nacional. Semejante circunstancia deja de manifiesto por enésima vez que la agenda gay ha ido avanzando en distintas partes del mundo no de acuerdo a la legalidad sino adaptando esa legalidad, por decirlo de manera suave, a sus fines. Por ejemplo, en Irlanda, el legislativo jamás habría aprobado una ley de matrimonio homosexual, pero el lobby gay supo encauzar sus metas a través de un referéndum que ganó recientemente. Dicho sea de paso, la mayoría de la catolicísima Irlanda pasa más que olímpicamente de la enseñanza papal aunque sigue casándose en ceremonias eclesiásticas y acudiendo a lugares de presuntas apariciones. En Colombia, por el contrario, los adversarios del matrimonio gay y de la adopción de niños por parejas homosexuales defienden la celebración de un referéndum, pero, en este caso, el lobby gay se opone encarnizadamente consciente de que lo perdería de manera estrepitosa y prefiere descansar en una Corte suprema ambigua en sus resoluciones. En España, pudo valerse de un presidente entusiasta como ZP y de un Tribunal constitucional que dictó una espeluznante sentencia donde se sentaba un peligroso precedente, al afirmar que, con el paso del tiempo, la sociedad - ¿consultada por quién? – puede variar la interpretación de la constitución de manera caprichosa. Piénsese en lo que la “sociedad” podría llegar a pensar con un gobierno de Podemos y ya me dirán si no es para inquietarse. El camino no ha sido nunca uniforme sino adaptativo y, ciertamente, no se puede negar que, a pesar de no pocas derrotas, también ha ido obteniendo victorias. Por ello, no deja de ser curioso que nadie se pregunte lo que se agazapa tras la próxima curva del camino. Si la institución matrimonial – heterosexual y monógama – se ha roto por un lado, ¿qué tardará en hacerlo por el otro? ¿Veinte, treinta años? A fin de cuentas, hay muchos más musulmanes que homosexuales
La iglesia universal: De la coronación de Agripa al Concilio de Jerusalén (IV)
LA IGLESIA UNIVERSAL: DE LA CORONACIÓN DE AGRIPA AL CONCILIO DE JERUSALÉN (37-49 d. J.C.) (IV)
La disputa de Antioquía
En relación con esta visita de los judeo-cristianos partidarios de la circuncisión a Antioquía, descrita en Hch. 15, 1, es con lo que, muy posiblemente, debemos conectar el episodio que Pablo narra en Gál. 2, 11-14, referente a un enfrentamiento público con Pedro. Al parecer, este último había visitado Antioquía con anterioridad y había compartido con los miembros de la comunidad en esta ciudad su punto de vista favorable a no imponer el yugo de la Torah a los gentiles. La información proporcionada por Pablo encaja, de hecho, con los datos que la fuente lucana recoge en el episodio descrito en Hch. 10 y 11 relativo a Cornelio, así como con lo referido a Simón, el curtidor de Jope (Hch. 10, 28), y pone de manifiesto que, sustancialmente, Pablo y Pedro tenían el mismo punto de vista con respecto a dicho tema. Este último, en efecto, «no tenía ningún reparo en comer con los gentiles» (Gál. 2, 12).
La situación cambió cuando se produjo la llegada de algunos judeo-cristianos cercanos a Santiago (Gál. 2, 12). Atemorizado, Pedro optó por desviarse de su línea de conducta inicial, lo que provocó —bastante lógicamente dado su peso en el movimiento— una postura similar en los demás judeo-cristianos de Antioquía e incluso en alguien tan comprometido con la misión entre los gentiles como Bernabé (Gál. 2, 13). No sabemos cuál fue exactamente el mensaje que entregaron aquellos judeo-cristianos a Pedro, pero posiblemente vendría referido al escándalo que su conducta podría estar causando entre los judíos que no eran cristianos. Para un judío que se tomara la Torah en serio, no era posible sentarse a una mesa en que el alimento no fuera kosher y el judío que actuara así distaba mucho ante sus ojos de ser observante. Cabe también la posibilidad de que hicieran asimismo referencia a la revuelta situación política de Palestina y la manera en que esto creaba tensiones relacionadas con los gentiles. La familiaridad con ellos no contribuía, desde luego, en otorgar una imagen positiva del movimiento entre los judíos.
La reacción de Pablo fue inmediata por cuanto una conducta de ese tipo no sólo amenazaba con dividir drásticamente la comunidad antioqueña sino que además implicaba un retroceso en la postura de Pedro susceptible de influir en el resto del judeo-cristianismo y de limitar la misión entre los gentiles. Existía asimismo el riesgo de que una insistencia meticulosa relacionada con este tipo de normas con respecto a los gentiles llevara a los mismos a captar el cristianismo no como un camino en el que la salvación era obtenida mediante la fe en Jesús, sino a través de la práctica de una serie de obras y ritos, posición que tampoco sostenían los judeo-cristianos de Jerusalén.
Lugar aparte debieron de merecer también las posibles consecuencias comunitarias de la actitud de Pedro. Si un cristiano judío y otro gentil no podían sentarse juntos a comer, tampoco podrían hacerlo para celebrar el partimiento o fracción del pan y si ésa —que era la señal de unión de los creyentes en Jesús— desaparecía, ¿cuánto tiempo pasaría antes de que el movimiento acabara incluso cerrando sus puertas a los gentiles?
Para terminar de empeorar la situación, Pablo parece haber estado convencido —y seguramente no estaba equivocado— de que ni Pedro ni Bernabé creían en lo que ahora estaban haciendo, por lo que, a su juicio, la semilla de la hipocresía y de la conveniencia podía germinar con facilidad en el seno de la comunidad cristiana a menos que se atajara la situación de raíz. El enfrentamiento resultaba inevitable.
Pablo se enfrentó directamente con Pedro, ante toda la asamblea e insistiendo en el hecho de que si él mismo como judío no cumplía con las normas alimentarías del judaismo, no tenía ningún derecho a obligar a los gentiles a actuar de esa manera (Gál. 2, 14). No sabemos empero el resultado final de la controversia porque no es referido en Hechos y en la carta a los Gálatas, Pablo pasa a continuación a otro tema sin indicarnos el desenlace del contencioso. Tampoco sabemos el efecto último de la carta de Pablo sobre los gálatas a los que se dirigía, pero lo que sí resulta obvio es que la cuestión no quedó en absoluto zanjada.
De acuerdo con la fuente lucana, la ulterior insistencia del partido de la circuncisión en favor de su postura terminó por crear tal malestar en la comunidad antioquena, que ésta optó por enviar una delegación a Jerusalén —en la que Pablo y Bernabé parecen haber tenido un papel relevante— para solventar el conflicto. Lo que allí se decidiera resultaría esencial en el desarrollo posterior del judeo- cristianismo, en particular, y del cristianismo, en general. Pero antes de entrar en esa cuestión, debemos pasar a analizar la figura del que entonces era cabeza de la comunidad jerosilimitana.
Santiago, el hermano del Señor
Contamos con pocos datos relativos a la persona de Santiago con anterioridad a que desempeñara un papel dirigente en el seno de la comunidad judeo-cristiana de Jerusalén. Tanto Mateo como Marcos (Mt. 13, 55 y ss.; Mc. 6, 3 y ss.) lo presentan como uno de los hermanos de Jesús —los otros se llamarían José, Simón y Judas— y Juan, sin citarlo explícitamente, indica de ellos que no creyeron en Jesús en vida del mismo (Jn. 7, 5). Lo cierto, sin embargo, es que tanto la madre de Jesús como sus hermanos aparecen tempranamente integrados en la comunidad jerosilimitana, incluso con anterioridad a Pentecostés (Hch. 1, 14). La razón de esta conversión —que casi podríamos denominar súbita— es atribuida por las fuentes cristianas al hecho de que, siquiera Santiago, fue objeto de, al menos, una aparición del Jesús resucitado. Desde luego la tradición al respecto debe de ser muy temprana y cuenta con muchas posibilidades de resultar fidedigna porque Pablo (1 Cor. 15, 7), a mediados de los años cincuenta del siglo I, ya la señala como antigua y procedente de cristianos anteriores a él.
Es muy posible, asimismo, que la relación de parentesco entre Jesús y Santiago influyera, aunque fuera indirectamente, en el peso que el segundo disfrutó en el interior de la comunidad jerosilimitana. Sin embargo, establecer exactamente el tipo de parentesco entre ambos ha provocado polémicas cuya base y punto de partida son —reconozcámoslo— más teológicos y dogmáticos que propiamente históricos. Josefoparece haber entendido que eran hermanos carnales y en el mismo sentido ha sido comprendido el término adelfós con el que se califica a Santiago por los autores judíos posteriores. De esa misma opinión fueron también algunos de los Padres de la Iglesia, como Hegesipo (que nos ha llegado a través de Eusebio de Cesarea), Tertuliano (De carne Christi VII; Adv. Marc. IV, 19; De monog. VIII; De virg. vel. VI) o Juan Crisóstomo (Homilía 44 sobre Mateo 1; este último además no parece haber tenido en relación con algunos aspectos un concepto muy elevado de la madre de Jesús) que consideraban a Santiago como hermano de Jesús e hijo de María.
En general, los autores católicos —persiguiendo, sin duda, no colisionar con la doctrina de la virginidad perpetua de María— han señalado que la palabra «hermano» en hebreo y arameo tiene un sentido más amplio que en castellano y que precisamente con ese campo semántico habría que aplicarla a Santiago y a los demás personajes que en la Biblia reciben el apelativo de hermanos de Jesús. Ciertamente tal tesis es posible, pero resulta difícil creer que Pablo, el autor de los Hechos, Marcos y Juan, escribiendo en griego y para un público en buena medida helénico, utilizaran la palabra adelfós para referirse a Santiago y los demás hermanos de Jesús proporcionándole un significado distinto del que tiene en esa lengua y más cuando contaban con términos específicos para «primos» o «parientes».
Tan poco consistente puede resultar este argumento lingüístico que Jerónimo —y en eso sería seguido posteriormente por algunas iglesias orientales— aceptó que, efectivamente, los hermanos de Jesús —incluido Santiago— eran realmente hermanos de él, pero los adscribió a un matrimonio anterior de José salvando así la creencia en la virginidad perpetua de María. Hemos estudiado con anterioridad este aspectomostrando cómo la tesis de Jerónimo es muy tardía aunque cuenta en su favor con el hecho de arrancar de algún apócrifo judeo-cristiano en el que, no obstante, pesó sin duda más el elemento apologético —librar a Jesús de la acusación de ilegitimidad— que el deseo de conservar una tradición histórica fidedigna.
Para el historiador que no se halle preocupado por defender un dogma asumido previamente, la solución más natural es la de aceptar que Santiago fue hermano de Jesús e hijo de María, aunque no cabe duda de que las otras posibilidades —«hermano» = «pariente» o «hermano» = hijo anterior de José— no son del todo improbables. Con todo, deberíamos preguntarnos con P. Bonnard si «¿se habrían derrochado tales tesoros de erudición para probarlo si no lo hubiese exigido el dogma posterior?». Porque, para ser sinceros, el mismo texto de la Biblia contenía una profecía donde se afirmaba que los hijos de la madre del mesías – hijos de su madre, piénsese en ello – no creerían en él (Salmo 69: 8) y el evangelista Juan se ocupó de consignar esa circunstancia, la de que los hijos de su madre, es decir, sus hermanos, claro está, no creían en Jesús (Juan 7: 1-5) muy posiblemente para dejar sentado una vez más que era el mesías en el que se cumplían las profecías. Obviamente, las declaraciones dogmáticas varios siglos posteriores no tenían para Juan – ni para Jesús – la menor importancia.
Pocos años después de Pentecostés, Santiago ya parece haber contado con un papel de relevancia en Jerusalén. Pese a no haber pertenecido al grupo de los Doce, Pablo le asigna categoría apostólica en una época que se puede fechar unos tres años después de su conversión camino de Damasco (Gál. 1, 18-19). Otros catorce años más tarde de aquel momento, lo describe como una de las «columnas» de la comunidad jerosilimitana (Gál. 2, 1-10) siendo las otras dos Pedro y Juan.
La huida de Pedro, a la que hemos hecho referencia en el capítulo anterior, ligada a su recomendación —o reconocimiento— del papel director de Santiago y la desaparición de Juan contribuyeron a establecer un gobierno centrado en el hermano de Jesús. Esta asunción de funciones iba a producirse en un período especialmente turbulento en el terreno social, político y económico, lo que además vendría vinculado al problema que ahora representaba la admisión de los gentiles en el seno del colectivo así como la solicitud de la comunidad de Antioquía para que se procediera desde Jerusalén a solventarlo.
CONTINUARÁ
T. W. Manson —en Studies…, ob. cit., pp. 178 y ss.— ha sugerido que el origen del mensaje era el propio Santiago y que éste fue entregado a Pedro por medio de una persona. Sin embargo, tal tesis parece atribuir a las fuentes más de lo que hay en ellas, puesto que refiere a Santiago directamente lo que éstas hacen proceder sólo de alguno de sus partidarios.
Véase R. Jewett, «The Agitators and the Galatian Congregation», en NTS, 17, 1970-1971, pp. 198 y ss.
Recordemos que este rito estuvo unido en las primeras décadas de existencia del cristianismo a la celebración de una comida tanto en el ámbito judeo-cristiano (Hch. 2, 42-7) como en el gentil (Hch. 20, 7 y ss.; I Cor. 11, 17 y ss.).
Sin embargo, es posible que Pedro sólo intentara contemporizar y no causar escándalo, como Pablo mismo recomendaría en alguno de sus escritos posteriores (Rom. 14, 13-21). En favor de esta interpretación, véase F. F. Bruce, Paul, Apostle of the Heart Set Free, Grand Rapids, 1990, pp. 176 y ss.
Sobre la relación entre Gálatas y el relato de los Hechos, véase el apéndice dedicado al estudio histórico de esta última fuente.
Para una discusión completa sobre el tema, véase en la primera parte del presente estudio el apartado de las fuentes escritas relativo a Josefo.
Entre ellos, pueden citarse J. Klausner, Jesús…, ob. cit., p. 368; H. Schonfield, ob. cit., 1988, p. 134; D. Flusser, Jesús…, ob. cit., p. 136 y ss.
Referencias completas a todos estos autores en C. Vidal Manzanares, Diccionario de Patrística, ob. cit.
Una exposición brillante de la tesis católica en M. J. Lagrange, Évangile selon Marc, 1929, pp. 79-93. En el mismo sentido es interesante la aportación de G. M. de la Garenne, Le Prohlème des Frères du Seigneur, París, 1928, que fue respondida por M. Goguel ese mismo año en RHR, 98, 1928, pp. 120-125. Una interpretación más reciente— y mucho más desapasionada— por un autor católico en R. Brown, El nacimiento del Mesías, Madrid, 1982, pp. 527; 531 y ss.
Anepsios, en Colosenses 4, 10.
Synguenes o synguenys en Mc. 6, 4; Lc. 1, 58; 2, 44; 14, 12; 21, 16; Jn. 18, 26; Hch. 10, 24; Rom. 9, 3; 16, 7, 11 y 21.
C. Vidal Manzanares, «La figura de María…», art. cit., pp. 191-205.
P. Bonnard, El Evangelio según san Mateo, Madrid, 1983, p. 287.
Para aquellos que, como vimos en el capítulo anterior, creen que fue martirizado junto con su hermano Santiago durante el reinado de Herodes Agripa, la respuesta a este interrogante resulta evidente aunque, como ya indicamos, dista de estar claramente establecida. Otra posibilidad sería la de atribuirle una obra misionera (¿en Asia Menor?) similar a la de Pedro en la diáspora occidental. Ésa sería una posible explicación para la salida de escena de Juan en relación con la comunidad de Jerusalén.
July 10, 2015
Onward Christian Soldiers
Por ejemplo, contrapuso a los malos hombres que engañarán y se engañarán (3: 13) con aquellos que se aferrarían a las Sagradas Escrituras “las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Jesús el mesías” (3: 16) lo que constituye una hermosa afirmación de los tres pilares de la Reforma: sola Scriptura – y no Escritura más tradiciones – sola gracia a través de la fe – y no fe más obras y ceremonias – y solo Cristo y no otros aditamentos humanos. Pero además Pablo insta a Timoteo a “soportar las penalidades como un buen soldado de Jesús el mesías” (2: 3). El texto ha sido utilizado a partir del siglo IV – jamás antes – para justificar guerras y derramamientos de sangre en fenómenos tan vergonzosos moralmente y profundamente anticristianos como las Cruzadas de funestas consecuencias. Pero Pablo no habla de ese guerrear fundamentalmente porque había señalado que nuestra lucha no es contra carne y sangre sino contra poderes espirituales maléficos (Efesios 6: 12). Habla de una vida de seguimiento de Jesús que debe ser disciplinada y dispuesta a soportar los embates del mal de la misma manera que lo hacía, en un sentido literal, un legionario romano.
En 1865, un pastor de Yorkshire decidió escribir una canción para los niños de su iglesia que pudieran ir cantando mientras recorrían los caminos comunicando el Evangelio. No pensó nunca en publicarla ni mucho menos en que encontrara su lugar en los himnarios evangélicos de todo el mundo. Sin embargo, así fue. Es posible que muchos lectores la hayan escuchado alguna vez en una película. Yo la oí por primera vez en la congregación en que descendí a las aguas del bautismo ya hace muchos años después de experimentar una conversión leyendo la carta a los Romanos. Desde entonces la he entonado en docenas de ocasiones y siempre me ha emocionado su tono de triunfo basado no en la espada o la violencia como las órdenes militares surgidas en la Ead Media sino en la confianza en un Jesús al que deseamos seguir hasta las últimas consecuencias. Como dice su título, caminamos firmes y adelante, sin temor alguno porque Cristo nos ve.
Les he incluido dos versiones del himno. La primera es clásica y en su versión original en inglés. La segunda es en español. Espero que disfruten tan bello himno en un día como hoy. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
Aquí tienen la versión en inglés de Onward Christian Soldiers
Y aquí está la española titulada Firmes y adelante
Estudio bíblico: Los libros sapienciales (II): Eclesiastés (I): capítulo 1
Hace apenas unas semanas, un amigo sacerdote me escribía para comentarme que no podía entender que semejante texto formara parte del canon bíblico. Su comentario es comprensible, pero no quita en absoluto el extraordinario valor de este libro. Su título – una traducción griega del Qohelet original – hace referencia a alguien que se refería a la asamblea – sí, la palabra iglesia no tuvo otro significado originalmente que fuera más allá – o, si se prefiere, a la congregación. De ahí que algunas versiones lo viertan como el predicador, un término que no es del todo exacto. El protagonista del libro es alguien que se dirige a la congregación, pero no porque sea un predicador sino por que es un sabio que ha de comunicar su mensaje. ¿Y cuál es ese mensaje? Pues que debajo del sol, todo es vanidad (1: 1-2). Comprender este punto de inicio es esencial para entender el libro – de ahí las dificultades de mi amigo clérigo – porque Eclesiastés o Qohelet describe lo que es el mundo si se cree que sólo existe lo que hay debajo del sol o, como diría un castizo, tejas abajo. No debería por ello sorprender que François Mitterrand pasara sus últimos días releyéndolo o que el enfermo protagonista de la novela Anónimo veneciano regresara a él una y otra vez.
Lo primero que se capta en esa vaciedad – mejor que vanidad – a la que se refiere Qohelet es el paso imparable de las generaciones (1: 4). Con una tierra que permanece siempre como mudo testigo de nuestros hechos, los seres humanos no dejan de pasar (1: 4). Es algo tan cansino como el viento (1: 5) o el ciclo del agua (1: 6). No sólo es cansino. Además es igual (1: 9-10). Para el que conoce la Historia – y a pesar de los cambios – lo que resulta evidente es que la naturaleza humana se manifiesta siempre de maneras similares, tanto que no puede decirse que lo que observamos sea distinto de lo que ya ha sucedido muchas veces (1: 10). Auschwitz podrá ser como Hiroshima un epítome del horror, pero la maldad de corazón que hay detrás ha aparecido en la Historia en multitud de ocasiones aunque, por ejemplo, en vez de las cámaras de gas o el armamento nuclear recurriera al garrote o el empalamiento. El gran problema es que la gente no aprende de la Historia y tampoco recuerda incluso lo que vivió porque el olvido es algo consustancial con el ser humano (1: 11). Si alguien piensa que lo que afirma el Qohelet es exagerado, eche su memoria unos años atrás y rememore cuantas veces ha recordado a los que ya no están entre nosotros por mucho que pesaran en nuestra infancia y juventud. Piense luego en lo que recordarán a esas personas – si tal posibilidad existe siquiera – los que ahora son sus hijos. Por mucho que se hable – y se abuse – de la idea de memoria, la verdad es que todos nos vamos convirtiendo en figuras desvaídas que, al fin y a la postre, se desvanecen por completo en el correr sin pausa del tiempo.
No se trata únicamente de que semejante vaciedad resulte clara en seres insustanciales, obtusos, romos. Esa vanidad de la existencia afecta a todos y el propio Qohelet es un buen ejemplo de ello. Él mismo fue rey en Jerusalén (v. 12), una afirmación que puede apuntar a su identificación con Salomón, pero también a que, en otro tiempo, en la ciudad santa disfrutó de la importancia de un monarca, previsiblemente por su sabiduría. No era un personaje de segunda, ni un simple fanático repetidor de mantras religiosos o un sujeto común y corriente. Por el contrario, se entregó a indagar y a adquirir la sabiduría aún a sabiendas de que era una tarea ardua que exigía esfuerzo (v. 13).
A pesar de todo, las conclusiones a las que llegó “debajo del sol” fueron increíblemente desalentadoras. En primer lugar, que en todo hay vaciedad y sufrimiento para el espíritu (v. 14) y, en segundo, que no hay manera de enderezar lo que está torcido (v. 15). Es verdad que se dedicó a la sabiduría de todo corazón y con un ahínco sin rival y que incluso se acercó a lo absurdo y disparatado para así desentrañar sus secretos (v. 17). Sin embargo, sus conclusiones resultan sobrecogedoras. Guste o no guste aceptarlo, en la sabiduría hay sufrimiento – siquiera a causa de los necios que se van a negar sistemáticamente a escuchar y que incluso pueden resultar agresivos contra los que dicen lo que no les agrada – y además el conocimiento que aumenta trae consigo dolor (v. 18). Personalmente, no abrigo la menor duda sobre la veracidad de lo afirmado por Qohelet.
La sabiduría – cuando se limita a lo que se ve “debajo del sol” – no es un camino hacia la felicidad. Por el contrario, es un continuo enfrentarse con sinsabores y desaires que, en unas ocasiones, proceden de aquellos que se sienten irritados al escucharla y, en otras, del descubrimiento de realidades que resultan todo menos agradables. ¿Exageraba Qohelet? Que piense el lector en aquellas personas a las que ayudó para descubrir que eran unos ingratos miserables y traicioneros; en aquellos amigos que creyó tener, pero que actuaban fundamentalmente en beneficio propio; en aquellos individuos a los que comunicó verdades obtenidas tras arduos esfuerzos sólo para comprobar cómo se las arrojaban a la cara enfurecidos porque preferían los ídolos ante los que se inclinaban; en aquellos seres a los que trató con una generosidad que no merecían y que, sin embargo, no dudaron en afrentarlo en público. Que rememore también el que recorre estas líneas a todos los famosos que pudo conocer de una u otra manera en algún momento de su vida y que, a continuación, intente saber qué fue de ellos. Comprobará sin mucha dificultad que Qohelet no planteaba más que una realidad accesible para cualquiera que no se cegara. La pregunta que surge ahora es: ¿acaso no seríamos más felices sin en vez de buscar la sabiduría tan sólo intentáramos librarnos de preocupaciones y pasarlo de la mejor manera posible? Pero de la respuesta a esa posibilidad hablaremos en la siguiente entrega.
CONTINUARÁ
July 9, 2015
Canalejas o la última oportunidad
De hecho, las ambiciones mezquinas de los políticos impidieron consumar ese necesario objetivo. Así, Maura optó, a pesar de sus palabras, por lanzar un órdago que hubiera significado su dictadura personal y el final del parlamentarismo; el catalanista Cambó – cortejado una y otra vez – se limitó a traducir legalmente los intereses de las oligarquías catalanas causando un daño irreparable al resto de España, daño que perdura hasta hoy; Primo de Rivera, a pesar de sus buenas intenciones, condenó al régimen. A decir verdad, el único político que pudo haber salvado la monarquía parlamentaria fue el liberal José Canalejas. Convencido de la necesidad de democratizar el sistema, Canalejas impulsó la reforma electoral indispensable para que el sufragio resultara verdaderamente representativo y dejara de ser oligárquico y caciquil. Consciente de la importancia de la educación para el progreso de una nación, se esforzó por extender la pública aunque eso significara chocar con la iglesia católica ansiosa de mantener un monopolio de siglos. Liberal convencido, abrió las puertas a las clases más humildes legalizando la acción sindical, creando el Instituto de Trabajo y suprimiendo el impuesto de consumos. Buscó igualmente integrar al PSOE en el sistema como en Alemania había hecho Bismarck con el SDP – y como intentaría conseguir también Primo de Rivera – aunque la respuesta de Pablo iglesias sería aprovechar el sistema para intentar dinamitarlo. Se le acusó de anticlerical aunque era persona convencidamente religiosa y de fomentar la explotación cuando nadie escuchó a las fuerzas obreristas como él. Su programa reformista – sensato y, sobre todo, indispensable – habría podido salvar a la monarquía parlamentaria y conducir a España por el camino de una modernidad combatida ferozmente durante todo el siglo XIX. Sin embargo, Canalejas fracasó. Ninguna de las instancias privilegiadas estaba dispuesta a ceder un ápice de los beneficios que disfrutaba y, por otra parte, la izquierda continuó manteniendo una posición antisistema que se demostraría trágica. Así, en unos meses tan sólo entre 1910 y 1912, todo pudo salvarse y todo quedó sentenciado. El 12 de noviembre de 1912, mientras veía el escaparate de una librería en el centro de Madrid fue asesinado por el anarquista Manuel Pardiñas. La monarquía parlamentaria había perdido su última oportunidad aunque todavía resistiría tambaleante casi dos décadas.
Próxima semana: El general Primo de Rivera
July 8, 2015
El referendum griego
Campus literario
Sería demasiado prolijo explicar el contenido de este campus, pero yo lo dividiría en tres grandes bloques. El primero son los talleres literarios – que no sólo serán impartidos por mi – en que intentaremos que los asistentes determinen el área en que les gustaría iniciarse y también realicen algunos ensayos en diferentes géneros.
El segundo serán las conferencias. Estamos celebrando la aparición de la Segunda parte del Quijote y eso nos abre la puerta a un ciclo de conferencias de carácter literario. Dado que hace unos años el director de la Biblioteca de la universidad de Yale incluyó mi Diccionario del Quijote entre las cien obras en español de lectura obligatoria, seré yo el encargado de abordar algunos de los temas relacionados con el Quijote. Además contaremos con Sagrario Fernández-Prieto disertando sobre alguno de los autores clásicos españoles.
El tercero serán los especiales. La gente que venga al campus literario tendrá la entrada a una representación de La Celestina en el teatro Karpas de Madrid acompañada de una cena en un restaurante de la capital. Pero además disfrutará de una excursión cultural a Toledo; asistirá a sesiones de cine-forum y de conciertos y – si consumamos con éxito nuestra campaña de crowdfunding – contemplará, de lunes a viernes, en directo de nuestro programa radiofónico de La Voz con la presencia de Roberto Centeno, Pilar Muñoz y Sagrario Fernández-Prieto. Todo estará incluido en el precio total.
Y aquí me veo obligado a decir que el precio total es inferior al que costarían tan sólo las noches de hotel, pero incluye además el alojamiento de toda la semana, la pensión completa – salvo el almuerzo del día de la excursión a Toledo – y todas y cada una de las actividades. Todo ello por tan sólo seiscientos euros en habitación individual y quinientos, en habitación doble a compartir. Por añadidura, para aquella gente que no pueda asistir toda la semana existirán programas para acudir sólo alguno de los días. Somos conscientes de que se trata de una tarifa muy inferior al valor de mercado, pero no deseamos que haya gente que no pueda acudir por razones económicas.
Las reservas pueden realizarse ya escribiendo a:
o luisortiz@radiosolidaria.com
o telefoneando al 663 721 678.
Creo, sinceramente, que ese campus puede resultar una experiencia gratísima para todos aquellos interesados en la literatura, en el arte y en la buena conversación. Los espero. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
July 6, 2015
Desde Perú (V): El choque (II): Los resultados
Entre las consecuencias, se encontró una catástrofe demográfica espantosa. Y es que aunque el término “leyenda negra” fue inventado por españoles nacionalistas precisamente para NO reflexionar sobre las razones de la derrota en Cuba y Filipinas y para evitar pensar en las raíces de la innegable decadencia nacional, los datos que la nutrieron fueron proporcionados directamente por españoles que habían sido testigos oculares críticos - como Las Casas o Antonio Pérez – u oficialistas. En las próximas entregas, expondré cómo ese choque implicó no sólo una tragedia demográfica sin paralelo en el Perú sino también la imposición – en buena medida fracasada – del catolicismo y cómo se deja sentir en una mentalidad persistente que ha sido fuente de continuas desgracias a uno y otro lado del Atlántico.
La población del imperio inca era de entre nueve y once millones de habitantes. Se trataba de una entidad política de inmensa relevancia que superaba con diferencia la de todo el norte del continente. En lo que sería luego Canadá y los Estados Unidos, se calcula que, en números redondos, pudo haber algo más de un millón de indígenas. Juzgue el lector la diferencia demográfica por no hablar de la cultural ya que mientras los incas gobernaban uno de los imperios más extraordinarios de la Historia, en el norte las tribus eran muchas veces nómadas y semi-nómadas sin aportación cultural de relevancia. Por utilizar un símil, sería como comparar la cultura del Antiguo Egipto con los bosquimanos o la de Asiria y Babilonia con la de los beduinos. El sufrimiento de los individuos podría mostrar paralelos, la pérdida cultura, la explotación y el desplome poblacional, no. De los no menos de nueve millones de indígenas que poblaban el imperio inca en 1530; en 1620, sólo quedaban unos seiscientos mil y, en realidad, no comenzarían a recuperarse demográficamente hasta inicios del siglo XX, cuando el dominio colonial español estaba ya lejos.
Las razones de semejante catástrofe están relacionadas totalmente con la llegada de los conquistadores y los frailes. Por supuesto, hubo multitud de muertes derivadas d las enfermedades traídas por los europeos y hay que sumar a ello las cifras de indígenas muertos en las guerras con los conquistadores, guerras que se repitieron una y otra vez hasta el siglo XVIII porque los indios no terminaban de resignarse al yugo hispano-católico. Sin embargo, el mayor número de muertes estuvo relacionado muy posiblemente con la explotación terrible vinculada a la conquista y la colonia. Los españoles no buscaban desplazar a los indios de una parte de sus tierras y convertirlos del nomadismo a una cultura sedentaria como sucedió, por ejemplo, en Estados Unidos. Por el contrario, pretendían evitar que los indígenas pudieran moverse para así someterlos a la explotación económica y sexual. A decir verdad – y eso tendría enormes consecuencias – los españoles no colonizaron sino que conquistaron, repartieron y explotaron estableciendo un patrón de conducta que ha llegado hasta la actualidad.
La institución de la encomienda entregó al conquistador tierras e indios para que las cultivaran. En teoría, esta forma apenas encubierta de esclavitud quedaba legitimada porque, supuestamente, los indios serían educados en la fe católica. No resulta difícil imaginarse el entusiasmo de los indígenas a los que arrancaron violentamente su religión, sometieron a otra nueva y además ataron a la tierra para cultivarla en beneficio del invasor. De manera bien significativa y para evitar conflictos, los conquistadores establecieron alianzas con los curacas o caciques locales que integró a los curacas en el sistema de explotación y aumentaron la explotación de los indígenas. No cuesta comprender por qué los indios – a los que tampoco se educó en el catolicismo con especial celo, especialmente en lugares lejanos de incómodo acceso – comenzaron a morir a pasos agigantados.
Para colmo, el sistema inca de mita fue asumido también por los españoles, pero empeorándolo. Originalmente, la mita implicaba una entrega de trabajo al señor, pero a cambio de un reparto de bienes. Los conquistadores obligaron a los indios al trabajo, pero no les dieron nada a cambio. No sólo eso. Los españoles utilizaron el sistema de mita para enviar a los indios a trabajar a las minas del Potosí. Fray Domingo de santo Tomás calificó las minas del Potosí de “boca del infierno” que engullía a los indios. No era exagerado el juicio, pero no llevó a las órdenes religiosas a dejar de explotar y extorsionar a la población indígena, un tema al que me referiré en otra entrega.
A todo lo anterior hay que añadir que los españoles comenzaron a exigir unos impuestos que no dejaban de crecer - ¿le suena al lector? – y que obligaban a los indios a someterse a una economía monetaria que desconocía. En el imperio inca, no existían propiamente los tributos sino que los indígenas trabajaban unos días que eran, por otro lado, recompensados con bienes procedentes del inca. A partir de ahora, los indios no solo pagaban mucho más sino que además no recogían frutos y además tenían que abandonar el pedazo de tierra con que alimentaban a su familia para desempeñar empleos pagados monetariamente. El impacto que esta circunstancia tuvo en el descenso de la producción fue pavoroso. No sólo eso. Multitud de indios se convirtieron en vagabundos intentando huir de un destino imposible. Peor fue el caso de los suicidios una circunstancia que aparece reflejada en los escritos de los cronistas españoles lo que indica su extensión. Y no debería sorprendernos: ¿por qué seguir viviendo en un mundo así?
Con los indios muriendo a una velocidad vertiginosa, los conquistadores intentaron suplir sus bajas mediante la importación de esclavos africanos – una solución ya ofrecida por Las Casas - varios siglos antes de que aparecieran en alguna parte del norte del continente. Desde 1570, el aumento fue constante e incluso hubo conquistadores que pensaron que debían sustituir por completo a la población indígena. No fue así, afortunadamente para los indios porque habría significado su exterminio completo.
Como era de esperar, en medio de todo este panorama, la peor parte la llevaron las mujeres. De hecho, el eufemismo “nos mezclamos con ellos” que tanto gusta a algunos españoles apenas oculta dos circunstancias inquietantes. La primera es un sentimiento de soberbia que considera como mérito que alguien superior – los conquistadores – accediera a acostarse con alguien inferior; la segunda es que se presente como una virtud un abuso sexual sistemático.
Durante muchos años, las españolas no quisieron, comprensiblemente, viajar al Perú. Los españoles utilizaron para satisfacer sus deseos sexuales a las indígenas. En primer lugar, se apoderaron de las princesas a las que sometieron, primero, a violaciones colectivas y, después, a su transformación en concubinas – Pizarro tuvo dos – cuya voluntad no contaba absolutamente para nada. No fueron, a pesar de su miserable destino, las que peor lo pasaron. En las encomiendas, fue habitual que las indias se convirtieran en esclavas sexuales de los conquistadores y constituyó también una conducta común el secuestrar mujeres para aprovecharse de ellas. Guaman Poma de Ayala, uno de los grandes historiadores de Indias, dejaría testimonio de esa explotación al afirmar: “los dichos encomenderos en los pueblos de los yndios ellos o sus hijos ermanos mayordomos desuirgan a las doncellas y a las demás, las fuerzan a las casadas y aci se hazen grandes ##### las yndias” (f. 553, pero véase también 533, 563, 575, 580, 584, 598, 607, 854, 855, 861, 863, 870, etc). Poma de Ayala señalaría además que incluso resultaba difícil para los indios reproducirse por la sencilla razón de que los españoles se llevaban a las indias (f. 931). En el f. 858, Poma de Ayala se quejará de que los españoles habían enseñado a los indios la embriaguez, el juego, la mentira, la desobediencia y la prostitución. No sorprende que en el folio 919, negara toda legitimidad a la ocupación española.
No sorprende tampoco ni el desastre demográfico; ni la desesperación expresada por el suicidio y las revueltas populares; ni tampoco que contemplaran de la manera más negativa a la iglesia católica que legitimaba aquel terrible expolio. Pero de ese tema, hablaré en mi próxima entrega.
CONTINUARÁ
July 5, 2015
Donald Trump y el drama republicano
La circunstancia es relevante no porque Trump sea un multimillonario de trayectoria como mínimo discutible y peinado imperdonable sino, fundamentalmente, porque su éxito deriva de un mensaje totalmente contrario a la inmigración y a los hispanos – especialmente a los mexicanos – que apela al hartazgo de la población blanca. No hace falta que insista en que Estados Unidos tendría serios problemas para seguir funcionando en sectores como el agrícola y los servicios y en estados como Arizona, Nuevo México, California o Texas sin la afluencia masiva de inmigrantes, ilegales incluidos. Eso, guste o no, lo sabe cualquiera que se moleste en estudiar la situación del país de las barras y las estrellas. Sin embargo, la percepción que tiene buena parte de los ciudadanos norteamericanos es que los inmigrantes implican un aumento de la inseguridad y de los precios; provocan subidas de impuestos destinados a convertirlos en clientelas y suponen una amenaza para la identidad nacional. Las quejas pueden ser exageradas, pero encierran, sin duda, una parte de verdad no desdeñable como cuando en un pueblo de Texas se alza como bandera oficial la mexicana o se padece el crimen de algunas bandas callejeras. Con todo, lo realmente inquietante es la manera en que esa visión condiciona el voto republicano. En las primarias, la proporción del sufragio blanco no es inferior al noventa por ciento y obliga a los candidatos a extremar su discurso para conseguir la nominación. Unos meses después, sin embargo, ese mismo candidato tiene que desplazarse aceleradamente al centro para lograr una victoria nacional, pero no tanto que pierda el respaldo que le consiguió la nominación. Para lograr semejante cuadratura del círculo, puede optar – uno de los grandes errores de Romney en las pasadas elecciones – por prescindir directamente de los hispanos y de los negros. El resultado, obviamente, es la victoria de los demócratas que apelan también a las clases medias, pero además tienden la mano a afro-americanos y latinos. No lo va a tener fácil Jeb Bush – que cuenta con una notable aceptación hispana de entrada – si el segundo candidato más valorado para las primarias de New Hampshire es un Donald Trump que ha acusado públicamente a los mexicanos de “traficantes de drogas” y “violadores”. Ese es, a fin de cuentas, el drama del partido republicano.
La iglesia universal: De la coronación de Agripa al Concilio de Jerusalén (III)
LA IGLESIA UNIVERSAL: DE LA CORONACIÓN DE AGRIPA AL CONCILIO DE JERUSALÉN (37-49 d. J.C.) (III)
El inicio de la era de los procuradores
El período iniciado con la muerte de Herodes Agripa iba a caracterizarse por un progresivo deterioro. Cuspio Fado, el primer procurador romano que gobernaba Judea desde la muerte de Herodes Agripa, extendía su poder ahora sobre la totalidad del reino de éste y, por vez primera, desde los tiempos de Herodes el Grande, Galilea fue integrada en la provincia de Judea. La primera misión de Fado consistió en desencadenar la represión contra los habitantes de Cesarea y Sebaste que habían manifestado su alegría por la muerte de Agripa (Ant. XIX, 364). A este episodio siguieron una disputa fronteriza entre los habitantes de Filadelfia (Ammán), una de las ciudades gentiles de la Decápolis, y los judíos de Zia, un villorrio situado al oeste de aquélla, a unos 25 kilómetros de distancia, que concluyó con derramamiento de sangre; el enfrentamiento con un tal Ptolomeo, al que capturó y dio muerte (Ant. XX, 5); la lucha contra Teudas, al que Josefo califica de charlatán (Ant. XX, 97 y ss.) y al que no debe confundirse con el Teudas mencionado en Hch. 5, 361); y, sobre todo, la conversión del romano en custodio de las vestiduras del sumo sacerdote, una medida de una enorme peligrosidad potencial realmente explosiva que no llegó a estar en vigor sólo porque Claudio —quizá persuadido por el hijo de Agripa y su primo Aristóbulo— se opuso a ello (Ant. XX, 6-14).
En tomo al año 46, Fado fue sucedido como procurador por Tiberio Julio Alejandro —que no sólo era un apóstata, sino que además aprovechaba cualquier oportunidad para ponerlo de manifiesto— que tomó posesión de su cargo cuando Judea se hallaba bajo los efectos de una de las hambrunas que se produjeron bajo Claudio (Suetonio, Claudio XVIII, 2). Izates, rey de Adiabene y prosélito del judaismo, envió a Jerusalén ayuda para aliviar la miseria de los pobres y lo mismo se refiere de su madre Elena de Adiabene, también prosélita, que ordenó adquirir en Alejandría grano y en Chipre higos, haciéndolos luego llegar a Judea para que fueran repartidos entre los necesitados (Ant. III, 320 y ss.; XX, 51-3, 101; quizá Nazir 3, 6-2). Según la fuente lucana, esta desgracia había sido anunciada por uno de los profetas de la comunidad antioquena, de nombre Agabo, y, como consecuencia de su proclamación, aquélla optó por enviar ayuda a los judeo-cristianos a través de Pablo y Bernabé (Hch. 11, 27-30), así como posiblemente también de Tito (Gál. 2, 1 y ss.). La penuria iba a coadyuvar a la rebelión de Santiago y Simón, dos hijos de Judas el Galileo (Ant. XX, 102), que concluyó con su derrota y ejecución a manos del ocupante romano.
La situación se deterioró incluso más durante el período en que Cumano (48-52 d. J.C.) fue gobernador. En el curso del mismo se produjeron repetidas injurias de los soldados romanos contra la religión judía (Guerra II, 224 y 229; Ant. XX, 108 y 115), asesinatos de peregrinos judíos (Guerra II, 232; Ant. XX, 118), un incremento del bandidismo (Guerra II, 228; Ant. XX, 113) e incluso el estallido de un conflicto armado entre los judíos y los samaritanos (Guerra II, 232-246; Ant. XX, 118-136). La visión de los gentiles —no excesivamente bien considerados por el judaismo— debió asimismo de experimentar un empeoramiento de grandes dimensiones que llegaría a repercutir incluso en la historia del judeo-cristianismo .
El problema gentil
La expansión del movimiento cristiano por Asia Menor —y, muy especialmente, su crecimiento entre los gentiles— tuvo consecuencias inmediatas sobre el judeo-cristianismo en Israel. Rebasa el objeto del presente estudio abordar las fases de la penetración de la fe en Jesús en ese ámbito, pero resulta de importancia fundamental abordar cómo aquélla influyó en el seno del judeo- cristianismo confinado a esa región concreta.
Muy posiblemente, en los años los cuarenta todavía el número de cristianos que procedían de estirpe judía era superior al de los de ascendencia gentil. Con todo, la posibilidad de que, a medio plazo, las proporciones se invirtieran no era descabellada. Pedro parece haber estado conectado ya con la obra entre la Diáspora (Gál. 1, 18; 2, 11-14; 1 Cor. 1, 10 y ss.; 3, 4 y ss.) y los gentiles por esta fecha (aunque no sepamos los detalles exactos) y, quizá, cabría señalar lo mismo de Juan. Por lo que sabemos, su ministerio —al que se uniría significativamente el de Bernabé y Pablo— tuvo éxito. Sin embargo, la situación mencionada debió de ser abordada de manera prudente.
El peligro mayor que representaba la entrada de gentiles era, obviamente, el de arrastrar al judeo-cristianismo hacia el sincretismo. Resulta innegable que para los gentiles desconocedores del trasfondo judío, la nueva fe carecía de significado comprensible. Jesús podía ser predicado como el Mesías de Israel, pero resulta dudoso que semejante enunciado pudiera atraer a alguien que ni era judío ni sabía qué o quién era el Mesías. La misma traducción de esta palabra al griego como «Jristós» —el término del que procede el castellano Cristo— no resultaba tampoco especialmente reveladora porque carecía de connotación especialmente religiosa en un ámbito gentil. No tardaría, por lo tanto, en identificarse con un nombre personal —y así sigue siendo hasta el día de hoy— e incluso con el nombre Jrestos, típico de los esclavos. Otros títulos utilizados por los judeo-cristianos, como veremos en la tercera parte de este mismo estudio, del tipo de «Señor» o «Hijo de Dios» podían ser más sugestivos para los gentiles, pero con un contenido semántico radicalmente distinto.
Las dificultades de comprensión en el terreno teológico no se limitaban a lo que podríamos denominar cristología. Términos como el de «Reino de Dios» o «Reino de los cielos» de nuevo carecían prácticamente de significado para un gentil. Otros, como «vida eterna», eran susceptibles de ser interpretados en un sentido diferente al judío.
Si, en términos estrictamente teológicos, se planteaba esta problemática, el choque resultaba aún mayor cuando se abordaba la cuestión ética. Los judíos que recibían a Jesús como Mesías y Señor partían de una fe dotada de una carga ética muy elevada, la de la Torah, que les proporcionaba patrones de conducta moral y digna situados muy por encima del mundo gentil que los rodeaba. De hecho, muchos de los gentiles que se integraban en la asistencia a las sinagogas en calidad de «temerosos de Dios», lo hacían, en multitud de ocasiones, atraídos por la categoría ética de la Torah seguida por los judíos. Para éstos, caso de convertirse a Jesús como el Mesías, el mensaje de sus discípulos implicaba sólo una reinterpretación de esa ética a la luz de las enseñanzas del Maestro. Todo esto hacía presagiar que el nuevo movimiento mantendría un envidiable nivel moral y seguramente así hubiera resultado de no ser por la entrada masiva de conversos gentiles procedentes de la obra misionera.
Pasajes como el escrito por Pablo en Rom. 1, 18 y ss. o los contenidos en Sab. 13, 1 y ss. y 14, 12 o la carta de Aristeas 134-138 dejan de manifiesto que los judíos en general sentían auténtico horror ante la relajación moral propia del mundo gentil. En el caso de algunos judeo-cristianos de Israel, la preocupación ante tal posibilidad llegó a ser lo suficientemente acuciante como para desplazarse hasta Antioquía e intentar imponer lo que consideraban que sería una solución óptima para el problema. Al parecer, los mencionados judeo-cristianos eran de origen fariseo (Hch. 15, 5) y cabe al menos la posibilidad de que aún siguieran formando parte de alguna hermandad de esta secta. Su entrada en el movimiento judeo-cristiano no debería resultamos extraña. Los judeo-cristianos admitían como ellos la resurrección de los muertos —incluso pretendían contar con la prueba definitiva de la misma en virtud de la resurrección de Jesús (Hch. 2, 29 y ss.; 4, 10 y ss.; 1 Cor. 15, 1 y ss.)— y eran críticos hacia los saduceos que controlaban el servicio del Templo. Por otro lado, la figura de Santiago —un riguroso cumplidor de la Torah— no debía de carecer de atractivo para muchos fariseos. Ciertamente, la halajáh judeo-cristiana era distinta en algunos aspectos de la farisea, pero nada hacía suponer que la Torah careciera de vigencia en sus aspectos morales para los judeo-cristianos . A fin de cuentas, el propio Jesús había anunciado que no iba a abolir la Torah sino a cumplirla (Mt. 5, 17-18).
Por si fuera poco, al problema teológico se sumaba el político. El control romano sobre Judea estaba despertando, como ya hemos visto, brotes de violento nacionalismo. Los denominados por Josefo «bandidos» comenzaban a enfrentarse directamente al poder invasor empuñando las armas. Estos rebeldes contra el poder romano estaban pagando su osadía con la muerte de manera generalizada y aquellas ejecuciones servían para soliviantar más los ánimos judíos en contra de los gentiles.
Todo este entramado social e ideológico, siquiera indirectamente, iba a plantear serios problemas a los judeo-cristianos. A partir de ahora, el ser sospechoso de simpatizar mínimamente con los romanos iba a implicar hacerse acreedor a los ataques de los nacionalistas partidarios de la subversión (Guerra II, 254 y ss. y Ant. XX, 186 y ss.). Si la Iglesia de Jerusalén tendía puentes hacia el mundo gentil —y era difícil no interpretar así la postura de Pedro o la evangelización de los gentiles fuera de Israel— no tardaría en verse atacada por los nacionalistas, lo que hacía que el marcar distancias resultara prudente y la solución propuesta por estos judeo-cristianos pareciera tentadora. Por un lado, serviría de barrera de contención frente al problema de un posible deterioro moral causado por la entrada de los gentiles en el movimiento. De hecho, su circuncisión y el cumplimiento subsiguiente de los preceptos de la Torah constituirían garantía suficiente de ello. Acostumbrados a la visión multisecular de un cristianismo meramente gentil, tal propuesta puede resultar chocante para el hombre moderno, pero partía de bases muy sólidas. Si se deseaba dotar de una vertebración moral a los conversos gentiles procedentes del paganismo poca duda podía haber de que lo mejor sería educarlos en una ley que Dios mismo había entregado a Moisés en el Sinaí. De manera similar, si se pretendía que antecediera la entrada de los gentiles un período de aprendizaje espiritual, no parecía que pudiera haber mejor norma de enseñanza que la Torah. Por añadidura, esa conducta permitiría además alejar la amenaza de un ataque nacionalista. No parecía posible que ningún judío —por muy nacionalista que pudiera ser— fuera a plantear objeciones en contra de las relaciones con un gentil que, a fin de cuentas, se había convertido al judaísmo circuncidándose y comprometiéndose a guardar meticulosamente la Torah.
La propuesta de aquellos jerosilimitanos resultaba tan lógica, al menos en apariencia, que cabe la posibilidad de que incluso hubiera sido prevista —y ulteriormente defendida— también por miembros de la Iglesia de Antioquía. De hecho, eso explicaría la acogida, siquiera parcial, que prestaron a los judeo-cristianos procedentes de Jerusalén que la propugnaban.
Tal rigorismo en relación con la circuncisión no parece haber tenido precedentes en el judeo-cristianismo ni tampoco era generalizado en el judaísmo. Ciertamente de las fuentes se desprende que la insistencia en la circuncisión dentro del judeo-cristianismo era nueva y no existe ningún dato en el sentido de que el tema fuera discutido al inicio de la misión entre los gentiles. De hecho, incluso algunos maestros judíos se habían mostrado con anterioridad partidarios de dispensar a aquéllos de semejante rito, siempre que cumplieran moralmente con su nueva fe. La misma escuela de Hillel mantenía que el bautismo de los prosélitos gentiles era válido sin necesidad de verse acompañado por la circuncisión (TB Yebamot 46a). Ananías, el maestro judío del rey Izates de Adiabene, recomendó a este último que no se circuncidara pese a adorar al Dios de Israel (Ant. XX, 34 y ss.) y cabe la posibilidad de que Juan mantuviera un punto de vista paralelo al insistir en el bautismo como señal de arrepentimiento. Indudablemente, no era ésa la visión de los judeo-cristianos que visitaron Antioquía, procedentes de Jerusalén. De hecho, su comportamiento, lejos de facilitar que los gentiles abrazaran la nueva fe, podía dificultar para éstos el acceso al seno del movimiento.
CONTINUARÁ
Hemos optado por utilizar el término «procurador» que el más unitario de «gobernador». En términos generales, esta figura jurídica recibió durante los gobiernos de Augusto y Tiberio el nombre de «prefecto» (praefectus-eparjos) y desde Claudio, al menos, el de «procurador» (procurator-epítropos). En este sentido, aparte de las obras ya citadas, véanse A. Frova, «L’iscrizione di Ponzio Pilato a Cesarea», en Rediconti dell’Istituto Lombardo, 95, 1961, pp. 419-434 (inscripción en la que Poncio Pilato es descrito como praefectus iudaeae); A. N. Sherwin-White, «Procurator Augusti», en PBSR, 15, 2, 1939, pp. 11-26; P. A. Brunt, «Procuratorial Jurisdiction», en Latomus, 25, 1966, pp. 461-489; E. Schürer, The History…, ob. cit., I, pp. 357 y ss.
El Teudas de Hechos 5 debe identificarse con Teodoro o Matías de Margalo, que fue quemado vivo pocos meses antes de la muerte de Herodes, según nos relata Josefo (Guerra I, 648-655 y Ant. XVII, 149- 67). Una defensa magnífica de este punto de vista —que compartimos— en H. Guevara, Ambiente…, ob. cit., pp. 214 y ss. Véase también L. H. Feldman, Josephus and Modem Scholarship, Berlín y Nueva York, 1984, pp. 717 y ss.
Para aspectos lingüísticos relacionados con este pasaje, véase M. Pérez Fernández, La lengua…, ob. cit., pp. 179-180.
Un resumen de esa primera expansión partiendo de manera primordial de la Iglesia madre de Antioquía se halla recogido en los capítulos 13 y 14 del libro de los Hechos.
Una comparación entre ese bautismo hillelita y el de Juan, en H. H. Rowley, «Jewish Proselyte Baptism and the Baptism of John», en From Moses to Qumran, Londres, 1963, pp. 211 y ss.
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