César Vidal's Blog, page 109
August 11, 2015
Ve y pon un centinela
Me apresuré entonces a reservarla y este fin de semana la leí con enorme interés. Quisiera adelantar que para aquellos que esperen un texto de la altura de Matar un ruiseñor, la novela resultara decepcionante desde muchos puntos de vista. De entrada, carece del acento noble, casi épico, que caracterizaba Matar un ruiseñor. Es también más breve y no cuenta con un hilo argumental que vaya más allá del viaje de la niña – ahora veinteañera - Scout a su pueblo natal para pasar unas vacaciones con su padre, el abogado Atticus Finch. Sin embargo, a pesar de la distancia literaria, Ve y pon un centinelano carece de interés. En una época en que se están escribiendo auténticas melonadas sobre la bandera de la Confederación, en sus páginas encontramos un acercamiento extraordinariamente ecuánime a lo que significó la guerra de Secesión, el problema racial y el movimiento de los derechos civiles en los años sesenta del siglo pasado. Y es así porque si, por una parte, se recoge la posición de los partidarios de impulsar las reformas que ayudarían a la población negra; por otra, permite entender las reacciones de una población blanca que temía, sustancialmente, que se repitiera un trauma como el de la Reconstrucción con unas instituciones controladas por una mayoría que, aparte de ser racialmente distinta, resultaba inculta y carente de preparación. A partir de ahí, Harper Lee convierte en añicos la relación entre Scout y su padre, Atticus Finch, uno de los elementos más sugestivos de su primera novela, aunque lo consigue sin alterar el perfil enormemente atractivo de ambos. Estas páginas constituyen así un hermoso canto a la responsabilidad moral que cada individuo ha de afrontar por si mismo. La gran tentación en nuestra vida es la de intentar cobijarnos bajo un centinela que nos indique el camino que hemos de tomar en encrucijadas difíciles. A decir verdad, ese punto de partida ha permitido la creación y consagración de no pocas formas de pensamiento totalitario – político y religioso - que pretenden contar con la legitimidad de mostrar e imponer a los demás lo que deben pensar y hacer. El gran mensaje de la octogenaria Harper Lee es que, al fin y a la postre, ese centinela debe ser nuestra propia conciencia. Tesis extraordinaria en una época de tanta irresponsabilidad moral.
August 10, 2015
El Evangelio avanza en Argelia
Interesado por aquella vivencia, Germán le preguntó al clérigo si habían tenido alguna conversión al catolicismo. El sacerdote, horrorizado, le respondió: “¡Ninguna! ¿Qué quiere usted? ¿Que nos mataran?”. Yanke lo contaba a carcajadas, pero no estoy seguro si no se trataba de un episodio más bien para llorar. Con todo, obligaba a reflexionar.
El islam ha sido un desafío para occidente desde su aparición a inicios del siglo VII. La respuesta frente a ese fenómeno ha variado. Una ha sido la del uso de la violencia. La espada constituiría así el medio privilegiado para enfrentarse al islam. Históricamente, ese método ha dado un resultado desigual. Las Cruzadas, por ejemplo, constituyeron un sonoro fracaso y tuvieron funestas consecuencias que llegan hasta el día de hoy. En otros casos en que el resultado militar fue mejor no extirpó la posibilidad de un regreso agresivo del islam.
En el otro extremo, estarían aquellos que han dado en afirmar que el islam es “una religión de paz” en un claro intento de apaciguar la amenaza aunque sea a costa de faltar a la verdad y de causar daños incalculables. Ese ha sido el caso de Juan Pablo II o del papa Francisco y también la causa de que un personaje como Majid Cristiano Alam abandonara la iglesia católica a causa de lo que denominó la “papolatría” y de la manera en que mentía a sus fieles al no advertirles de un gravísimo peligro.
Sin embargo, el islam constituye un problema espiritual y por eso mismo abordarlo exige una respuesta que sea verdaderamente espiritual. Podría citar muchos ejemplos, pero uno de los más claros es el de la Kabilia, en Argelia. En los últimos años, unos cien mil musulmanes han abrazado el Evangelio, el real, el contenido en la Biblia, el que predican cristianos evangélicos o, si se prefiere, protestantes. El valor y la convicción de esos predicadores laicos que dan testimonio de Jesús, pero, sobre todo, la verdad de su predicación – la misma que aparece en el Nuevo Testamento y no la adulterada por el sincretismo con el paganismo y las tradiciones humanas – y la acción del Espíritu Santo han abierto una grieta en ese muro en apariencia infranqueable que es el islam. Les dejo el enlace a un programa de la televisión francesa donde se relata todo. Lamento que sea en francés y no tenga subtítulos, pero las imágenes son elocuentes. También incluyo una entrevista con un pastor evangélico que se convirtió del islam a Jesús simplemente leyendo la Biblia. Yo también descubrí a Jesús leyendo la Biblia hace casi cuarenta años y puedo entender su experiencia a la perfección. A fin de cuentas, nada se puede comparar a las Escrituras para conocer a Jesús y nada las puede sustituir o suplantar.
Y es que esos cristianos de la Kabilia predican el mismo mensaje de Jesús y de los apóstoles; bautizan como ellos, es decir, por inmersión y tras dar testimonio de conversión; se reúnen en lugares sencillos donde no hay imágenes – una costumbre pagana prohibida por la Biblia y que no entró en el cristianismo hasta la Edad Media – y rinden culto sólo a Dios como enseñó Jesús (Lucas 4: 8). Durante años se han jugado la vida, pero ellos, a diferencia del sacerdote del que me habló Germán Yanke, no son profesionales de la religión sino gente que mantiene una relación personal con Dios y que conoce la importancia de testificar no a partir de doctrinas de hombres sino de las Escrituras. El resultado no son sólo millares de conversiones a Jesús sino que incluso el gobierno argelino ha terminado por modificar la ley para concederles un mínimo de libertad.
Nadie logró antes tanto en Argelia, por supuesto, no la iglesia católica a pesar de estar apoyada por el poder colonial francés. Al fin y a la postre, el Espíritu Santo puede ser imitado, pero no puede ser sustituido en sus acciones por el poder de ninguna religión.
Aquí les dejo el documental. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
www.youtube.com/watch?v=uWNuG0NDsKY
Y aquí el testimonio del pastor Said Oujibou
August 9, 2015
¡A por el cien por cien del crowdfunding!
Las reflexiones que se me ocurren son diversas. La primera que si hemos llegado hasta aquí ha sido porque Dios nos lo ha permitido y porque hay gentes como Elvira, como Gabriela, como Ana, como Luis Ortiz - que hasta tuvo la idea - que, sin recibir nada a cambio, salvo mi gratitud han puesto cada día su esfuerzo al servicio de esta meta. Sin esas personas, no habríamos llegado jamás a donde estamos. La segunda es que, ciertamente, el dinero calculado para el programa es una cifra más que modesta. Es verdad que puede serlo porque ni su director, si su subdirector ni los técnicos cobran un céntimo por su labor, pero aún así, es muy humilde. Sólo con la cantidad que nos queda por reunir apenas se paga a cualquier contertulio medianamente conocido de programa televisivo. Sólo con la suma total no cubriríamos ni medio año del salario del director de muchos programas de tercera en la radio. Y no voy a hacer comparación con las cifras de los programas importantes no porque las comparaciones sean odiosas sino porque, en este caso, sería como comparar a un microbio con un paquidermo. Pero, precisamente en esa situación, se explica nuestra independencia. No emitimos el programa para ganar dinero sino porque pensamos que hay cosas más importantes, muchísimo más, que ganar dinero y así lo demostramos día a día. Nunca habrá un banco, una caja, unos grandes almacenes, un partido, un sindicato, una confesión religiosa, un grupo de presión que nos marque la agenda siquiera porque también nos pone publicidad. Decimos la Verdad - guste a quien guste e irrite a quien irrite – y la decimos con independencia y gallardía, contando lo que la mayoría oculta y ahondando en unas raíces que la mayoría desconoce o prefiere silenciar.
Ahora estamos ya viendo el final del trayecto para llegar a esa segunda temporada de La Voz. Sé que el mes es malo, que la gente se desmoviliza por vacaciones, que hay quien deja todo para el final… pero no podemos dormirnos con tanto avanzado. Como ustedes saben, si no se reuniera el cien por cien de la cantidad, el crowdfunding no permite recoger un solo euro y no se habría conseguido nada a pesar de estar ahora en más del 80 por ciento. Lleguemos hasta la meta y habremos hecho historia de la radio en España, la historia de un grupo de personas – poco más de las trescientas a día de hoy – que lograron reunir una cantidad modesta, pero suficiente para emitir la segunda temporada de un programa radial verdaderamente independiente y que, por encima de todo, demostraron que hay razones más importantes para esforzarse en esta vida que el dinero, la fama o la influencia. Dios quiera que así sea. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
El judeo-cristianismo en Jerusalén hasta la muerte de Santiago (III): el último encuentro
EL GOBIERNO DE SANTIAGO SOBRE LA COMUNIDAD JEROSILIMITANA TRAS EL CONCILIO DE JERUSALÉN (c. 50 A 62 d. J.C.) (II):
En un período cercano a la redacción de la carta de Santiago —las fuentes no nos permiten precisarlo con más exactitud— los judeo-cristianos iban a recibir una muestra de aprecio fraternal que, dados los tiempos que corrían, seguramente fue interpretada de manera providencial. Tal manifestación de solidaridad provino de aquellos que, en virtud del decreto jacobeo emanado del concilio de Jerusalén, formaban parte de la fe en Jesús. Nos estamos refiriendo a la ofrenda económica que las iglesias gentiles enviaron, por mano de Pablo, a los judeo-cristianos afincados en Israel y que sería la ocasión del último encuentro entre éste y Santiago.
La fuente lucana es muy escueta en relación con este episodio que conocemos mucho mejor gracias a las diversas fuentes paulinas. A partir del libro de los Hechos (19, 21), podemos deducir que Pablo llegó a la conclusión durante su ministerio en Éfeso de que su trabajo en el Egeo estaba virtualmente concluido, de que sería interesante acometer la evangelización de España —pasando por Roma— y de que, previamente a esa etapa final de su misión, debía descender a Jerusalén con la ofrenda de las iglesias gentiles. Con todo, son los datos de sus epístolas realmente los que nos permiten conocer el tema con mayor profundidad.
La primera referencia a la ofrenda para los judeo-cristianos se encuentra en 1 Cor. 16, 1 y permite suponer que el origen de la idea fueron los propios gentiles de Corinto que habían oído acerca de cómo Pablo estaba recogiendo entre los gálatas una colecta destinada a la comunidad de Jerusalén. El consejo de Pablo había sido que apartaran algo de dinero cada domingo para entregárselo a él cuando los visitara tras pasar por Macedonia, puesto que se proponía quedarse en Éfeso hasta Pentecostés. Sabemos que, efectivamente, las iglesias paulinas se reunían el domingo en lugar o además del sábado —día pues ideal para recoger la ofrenda— y, por otro lado, la fuente lucana confirma el itinerario al que se refiere Pablo (Hch. 19, 21). En cuanto a la fiesta de Pentecostés a la que hace referencia el apóstol, podría ser la del año 55 d. J.C. unas siete semanas después de que escribiera Pablo. De hecho, la referencia a las primicias y a la cosecha que se menciona en 1 Cor. 15, 20 y ss. y 5, 7 y ss. resultaría especialmente apropiada en relación con esta fiesta judía.
Sin embargo, lo más seguro es que se produjera un cambio de planes. Por aquellas fechas posteriores a Pentecostés del 55 d. J.C., Pablo pudo haber realizado la lamentable visita a Corinto que se hace referencia en 2 Cor. 2, 1 y, finalmente, se produjo una modificación de lo planeado, tal como se desprende de 2 Cor. 1, 15 y ss. El tema de la colecta deja entonces de mencionarse, lo que es lógico si las relaciones entre el apóstol y los corintios se habían deteriorado.
Volvemos a encontrarnos con esta misma cuestión al final de la carta de la reconciliación con los corintios (2 Cor. 1-9). Ésta fue enviada desde Macedonia y el apóstol se refiere al tema de paso que alaba la generosidad de las iglesias de ese mismo lugar. Al parecer, éstas, sin tener en cuenta su propia pobreza, habían tomado la iniciativa de la colecta y la habían entregado a Pablo para que se la hiciera llegar a los pobres de Jerusalén. Posiblemente los cristianos gentiles de Macedonia habían preguntado acerca de la manera en que la colecta se iba desarrollando en otros lugares y Pablo había mencionado cómo desde el año anterior estaba siendo llevada a cabo en Corinto y otras partes de Acaya. La carta dirigida a los corintios es una súplica del apóstol para que no le dejen en mal lugar ante los cristianos gentiles de Macedonia. En la misiva se señala asimismo que Pablo envía a Tito y a otros dos para ayudarles a terminar de recoger la ofrenda, de forma que cuando él llegase a Corinto acompañado por algunos macedonios ni los corintios ni él mismo tuvieran que avergonzarse.
Aunque Pablo procura expresarse con el mayor tacto posible insistiendo en que se trata de una muestra de generosidad de los corintios y no de una exigencia propia (2 Cor. 9, 5), lo cierto es que algunos de los corintios no debieron de sentir mucha simpatía por la idea. Buena prueba de ello son las referencias repetidas que aparecen en los capítulos finales de 2 Cor. en relación con la honradez de Pablo en lo que a cuestiones monetarias se refería así como en cuanto a la escrupulosidad de Tito en el mismo tipo de asuntos (2 Cor. 12, 16).
No sabemos cuál fue el resultado exacto de las gestiones de Pablo ante los corintios relativas a la colecta. Sí está establecido que pasó en la ciudad unos tres meses a finales del año 56 d. J.C. A pesar de todo es muy posible que no se viera defraudado del todo en sus expectativas, porque en la carta a los Romanos que escribió durante aquella estancia en Corinto señala que tiene consigo la ayuda económica proporcionada por Macedonia y Acaya y que la llevará a Jerusalén antes de emprender su viaje a España (Rom. 15, 25-7).
Que Pablo pretendía fortalecer los vínculos de unión entre los gentiles cristianos y los judeo-cristianos con aquella colecta es seguro; que en la realización de la misma posiblemente vio un cumplimiento de lo acordado con las tres columnas de la comunidad de Jerusalén años antes (Gál. 2, 6-10) cabe asimismo dentro de lo posible; pero no puede descartarse tampoco que Pablo contemplara aquel viaje como provisto de un contenido escatológico relacionado con las ofrendas que en los últimos tiempos las naciones gentiles subirían a Jerusalén (Is. 66, 20; Sof. 3, 10; Salmos de Salomón 17, 34, etc.). En su caso concreto, el apóstol creía que los gentiles eran parte de ese pueblo de Dios. Esto explicaría el hecho de que los acompañantes de Pablo, tal como aparecen mencionados en Hch. 20, 4, fueran miembros de las diversas iglesias asentadas en las zonas donde el apóstol había predicado. La lista contiene nombres de las iglesias de Macedonia (Berea y Tesalónica), Galacia (Derbe) y Asia. Si Lucas acompañó al apóstol —lo que nos parece muy posible— probablemente representaría a las comunidades de Filipos; no deja de ser significativa, por tanto, la ausencia de nombres de Corinto.
El viaje hacia Jerusalén fue contemplado por Pablo como algo peligroso tiempo antes de que comenzara (Rom. 15, 31) y aquella impresión fue confirmada, según la fuente lucana, a través de los mensajes proféticos que recibió durante su viaje en el seno de varias iglesias (Hch. 20, 23; 21, 4, 10-14). Nada, sin embargo, disuadió a Pablo de su propósito y, finalmente, llegó a Jerusalén, donde fue recibido por Santiago y los ancianos de la comunidad judeo-cristiana (Hch. 21, 17 y ss.).
La fuente lucana pone de manifiesto que la visita de Pablo obtuvo una buena acogida y no tenemos motivo para dudar de que fuera así. La época era especialmente conflictiva, los necesitados —a juzgar por la epístola de Santiago— debían de ser numerosos y la colecta, cuya cuantía desconocemos aunque no debió de ser insignificante, no resultaba algo para desdeñar. Por otra parte, las noticias del crecimiento misionero posiblemente fueron acogidas también con alegría puesto que indicaban hasta qué punto las decisiones del «decreto jacobeo» habían sido acertadas (Hch. 21, 19-20). No todo iba a resultar igual de armonioso. En Jerusalén —y es fácil de creer que también en la Diáspora— corrían rumores contrarios a Pablo, difundidos por algunos judíos, en el sentido de que enseñaba que éstos no tenían que circuncidar a sus hijos ni obedecer la Torah. Ni Santiago ni sus compañeros creían en tales acusaciones y además se manifestaban satisfechos con el «decreto jacobeo» como regla de aplicación a los gentiles. Era impensable retroceder de aquella postura para imponer a los gentiles el cumplimiento de la Torah. No obstante, a su juicio, resultaba imperativo aclarar tal situación porque el movimiento había crecido considerablemente y los nuevos fieles de origen judío eran celosos cumplidores de la Torah.
La noticia, contenida en la fuente lucana, tiene todo el aspecto de ser fidedigna. Efectivamente, Pablo no enseñó jamás que los judíos convertidos a la fe de Jesús tuvieran que dejar de circuncidarse o de obedecer la Torah y él mismo parece haber sido un judío rigurosamente fiel hasta el final de sus días. En la actualidad, tales aspectos parecen fuera de duda. Por supuesto, su enseñanza —como la petrina— insistía en que el cumplimiento de la Torah no era lo que llevaba al hombre a obtener la salvación, sino la fe en Jesús, pero jamás rechazó el que los judíos la obedecieran. Ahora bien, con relación a los gentiles, Pablo mantuvo una postura —por otro lado, con paralelos en el judaísmo de la época y, en cualquier caso, respaldada por la comunidad de Jerusalén— en el sentido de que no estaban sujetos ni a la circuncisión ni al cumplimiento de la Torah.
Los enemigos judíos del judeo-cristianismo se veían ante la imposibilidad de acusar a Pablo de antinomianismo. Los judeo- cristianos eran celosos de la Torah y Santiago constituía un paradigma al respecto. Pero el mensaje de Pablo podía ser tergiversado en el sentido de que no sólo eximía de la Torah y de la circuncisión a los gentiles sino también a los judíos, y a través de esta argucia, agredir la credibilidad de los judeo-cristianos de Judea. Éstos, que en armonía con todas las fuentes no dieron crédito a la acusación, sin embargo, necesitaban mostrar que Pablo era inocente de la misma y, con tal finalidad, le recomendaron que llevara a cabo un gesto que pusiera de manifiesto que él también era un fiel cumplidor de la Torah. La ocasión la proporcionó el hecho de que cuatro jóvenes tuvieran que raparse la cabeza como señal de un voto y que, por ello, necesitaran presentar ofrendas (Hch. 21, 23 y ss.).
El voto en buen número de casos se cumplía tras experimentar la curación de una enfermedad y puede haber sido el caso de estos jóvenes porque los hechos taumatúrgicos están muy bien documentados en el seno del judeo-cristianismo, incluso en las fuentes hostiles al mismo. En cualquier caso, el costear este tipo de votos era considerado una acción especialmente digna de alabanza y sabemos que el mismo Herodes Agripa realizó un acto similar presumiblemente también con fines propagandísticos (Ant. XIX, 294). Pablo aceptó la sugerencia de Santiago y no es de extrañar en absoluto. Por un lado, era un fiel cumplidor de la Torah y el acto encajaba perfectamente dentro de la misma; por otro, él mismo lo había realizado en el pasado al menos en una ocasión, muy probablemente tras sanar de una enfermedad (Hch. 18, 18). A esto algunos autores han añadido que, de alguna manera, la visita al Templo le permitiría consumar el contenido escatológico de la ofrenda de los gentiles llevada a Jerusalén.
Si no se especificaba otra duración, el voto de nazireato duraba treinta días (Misná, Nazir 6: 3). Durante ese período, se producía una abstención total del consumo de vino y bebidas alcohólicas, se evitaba el contacto susceptible de crear un estado de contaminación ritual (v. g.: con un cadáver), y no se cortaba el cabello. Al final de ese período se presentaba una ofrenda en el Templo y el cabello, ya cortado, era consumido en un fuego sacrificial junto con un cordero y una cordera de un año y un camero sin defecto (Nu 6, 13-4. También Misná, Nazir 6:5-6). Cualquier israelita podía asociarse con el nazireo asumiendo el coste de la ofrenda. Ésa era la sugerencia que se hacía a Pablo. Para que éste mismo pudiera participar debía asimismo someterse a una ceremonia de purificación puesto que regresaba de tierra de gentiles.
Por desgracia para los judeo-cristianos (y no digamos para Pablo) el plan no obtuvo éxito. El apóstol fue acusado de haber introducido a gentiles en el Templo, con lo que se había producido una revuelta en el mismo. La gravedad de la acusación puede comprenderse si tenemos en cuenta que acciones como aquélla estaban penadas con la muerte, según se desprende de dos fuentes epigráficas descubiertas una en 1871 y otra en 1935. A las acusaciones (falsas, como hemos visto) de enseñar a los judíos que no debían circuncidar a sus hijos y que no estaban sujetos a la Torah, acababa de sumarse ahora la de profanar el Templo, algo que recordaba en parte los cargos que habían costado la vida a Esteban. Es muy posible que su final hubiera sido similar de no intervenir la guarnición romana que estaba acuartelada en la fortaleza Antonia (Hch. 21, 27 y ss.). Por otro lado, los intentos paulinos de dar una explicación a su conducta —que, quizá con muy poco tacto, fueron encaminados a convencer a sus compatriotas de sus ideas— sólo consiguieron soliviantar más los ánimos y, finalmente, Pablo fue trasladado de Jerusalén a Cesarea por las autoridades romanas que, muy posiblemente, le salvaron la vida con tal acción.
Las fuentes no nos informan de lo que sucedió con los compañeros de Pablo. Cabe pensar que debieron de apresurarse a abandonar Jerusalén. Especialmente Trófimo se hallaba en una situación delicada por cuanto se le acusaba de haber entrado en el recinto prohibido del Templo (Hch. 21, 29). Lucas es posible que permaneciera en Cesarea, cerca de Pablo, al igual que lo hizo quizá Aristarco de Tesalónica. Desde luego la fuente lucana señala que ambos acompañaron posteriormente a Pablo en el viaje de Cesarea a Italia (Hch. 27, 2).
Las fuentes no nos informan de la reacción de la comunidad judeo-cristiana de Jerusalén en relación con la detención de Pablo, sin embargo, parece evidente que no pudieron —si es que lo desearon, lo cual es dudoso— distanciarse de éste. En la vista de Pablo ante Félix, el abogado del Sanedrín, un tal Tértulo, acusó a Pablo de ser uno de los dirigentes nazarenos y, desde luego, no parece que viera ninguna diferencia entre él y sus correligionarios de Jerusalén (Hch. 24, 5). Pero si el hombre de Tarso pudo verse a salvo de las autoridades judías por su condición de ciudadano romano (y ser enviado a Roma para ser juzgado allí), no sucedió lo mismo con los judeo-cristianos en tierra de Israel.
CONTINUARÁ
La obra clásica en relación con el tema sigue siendo K. F. Nickle, The Collection: A Study in Paul’s Strategy, Londres, 1966. Véase también D. Georgi, Die Geschichte der Kollekte des Paulus für Jerusalem, Hamburgo, 1965.
En este mismo sentido, J. C. Hurd, The Origin of I Corinthians, Londres, 1965, pp. 200 y ss., y F. F. Bruce, New Testament…, Nueva York, 1980, p. 351.
Hechos 20, 7. En este mismo sentido pero ampliando tal costumbre al conjunto total del cristianismo y atribuyéndole un origen no paulino, sino judeo-cristiano, véase D. Flusser, «Tensions Between Sabbath and Sunday», en E. J. Fisher (ed.), The Jewish Roots of Christian Liturgy, Nueva York, 1990.
Desconocemos la identidad de los dos acompañantes de Tito, pero existe una cierta probabilidad de que uno de ellos fuera Lucas. Así lo identificó —aunque no sobre base muy firme— Orígenes en el pasado (Eusebio, HE VI, 25, 6). A favor de esta misma tesis, defendida de manera brillante, se ha mostrado ya en nuestro S. A. Souter, «A Suggested Relationship between Titus and Luke», en ExpT, 18, 1906-1907, p. 285; del mismo autor, «The Relationship Between Titus and Luke», en ExpT, 18, 1906-1907, pp. 335 y ss.
En este sentido, el dato reflejado en Hechos 20, 22 respecto a la convicción de Pablo presenta visos de una autenticidad notable.
Hechos 21, 25. En un sentido similar, véanse H. Conzelmann, Die Apostelgeschichte, Tubinga, 1963, p. 123, y E. Haenchen, The Acts…, ob. cit., p. 610.
Véanse E. P. Sanders, Paul…, ob. cit., pp. 474 y ss., y del mismo autor, Paul, the Law…, ob. cit., Filadelfia, 1989, pp. 143 y ss.
J. D. G. Dunn, Unity and Diversity in the New Testament, Londres, 1977, p. 257, ha especulado con la posibilidad de que el cumplimiento de la ceremonia fuera la condición previa impuesta por la comunidad jerosilimitana para aceptar la colecta. Francamente, no existe en las fuentes ningún apoyo para tal punto de vista.
Este último aspecto es claramente especulativo y no puede apuntarse sino como una posibilidad sugerida también por otros autores. En ese sentido, véase F. F. Bruce, New Testament…, ob. cit., p. 355. Este mismo autor (The Book of Acts, Grand Rapids, 1990, pp. 406 y ss., y Paul: Apostle…, ob. cit.) ha expresado sus dudas acerca de que Pablo creyera en la efectividad de la medida arbitrada por Santiago y los judeo-cristianos, pero creemos que tal punto de vista arranca más que de una lectura de las fuentes de una consideración sobre los hechos posteriores. En cuanto a la visión de A. J. Mattill, «The Purpose of Acts: Schneckenburger Reconsidered», en W. W. Gasque y R. P. Martin (eds.), Apostolic History and the Gospel, Exeter, 1970, en el sentido de que la comunidad de Jerusalén rechazó la ofrenda gentil (p. 116) y de que la sugerencia del pago de los votos fue una trampa de los judaizantes para que fuera capturado en el Templo (p. 115) —trampa descubierta por el autor de la fuente lucana en el mismo momento de la captura de Pablo— parece, a nuestro juicio, más digna de una novela que de un estudio serio de las fuentes. Desde luego, si el autor del libro de los Hechos pensó alguna vez en que la sugerencia de Santiago era una trampa para Pablo, se ocupó de ocultar su pensamiento a conciencia.
Sobre la inscripción situada en el mismo, que anunciaba la prohibición de entrada a los gentiles, véase C. S. Clermont-Ganneau, «Discovery of a Tablet from Herod’s Temple», en PEQ, 3, 1871, pp. 132-133 y J. H. Iliffe, «The Zanatos Inscription from Herod’s Temple», en Quarter of the Department of Antiquities of Palestine, 6, 1936, pp. 1-3.
Hemos sostenido esa tesis en C. Vidal, El Hijo del Hombre, Madrid, 2007.
Acerca de la ciudadanía romana de Pablo, véanse A. N. Sherwin- White, Roman Society and Roman Law in the New Testament, Oxford, 1963, pp. 57 y ss.; F. F. Bruce, Paul…, ob. cit. pp. 37 y ss.
August 8, 2015
Sweet hours of prayer
Lo que han conocido como oración no pasa de ser la repetición no pocas veces mecánica de frases una y otra vez. Como enseñó Jesús (Mateo 6: 7) esa repetición es precisamente la forma en que oraban los paganos y, por ello, no debían hacerlo sus discípulos. Lamentablemente, desde el siglo IV el cristianismo absorbió cantidades inmensas de paganismo y entre ellas estuvo la repetición de fórmulas a las que se denominó, incorrectamente, oraciones.
Basta leer el libro de los Salmos u otros textos de la Biblia para percatarse de que lo que encontramos nunca es la repetición de una oración una y otra vez como si fuera un ensalmo. Por el contrario, lo que hay es corazones que se vuelcan delante del único Dios para manifestar su necesidad de perdón, de salud, de ayuda o de dar gracias. Por supuesto, se dirigen sólo a Dios y jamás a otro ser y, de manera expresa, repudian enérgicamente el culto a las imágenes como algo no sólo contrario a la voluntad de Dios sino al sentido común más elemental (Salmo 115). La oración real, la que Dios espera y la que satisface las ansias del corazón, no se parece nada a la repetición de fórmulas una y otra vez ni a inclinarse ante la madera o el metal labrados ni a dirigirse a otras criaturas. Por el contrario, la oración que agrada a Dios son palabras que brotan de lo más íntimo del corazón, que incluso en ocasiones no pasan de ser gemidos sin frases (Romanos 8: 26-7), pero que expresan no lo que alguien dijo o escribió sino lo que hay en lo más profundo de nuestro ser y que por ello sólo se pueden dirigir al que lo puede escudriñar por completo. Aquellos que conocen esa oración – no digamos ya si además han pasado por lo que muchos consideran que lo es y no lo es en realidad – saben hasta qué punto es dulce.
Escuché esta canción no mucho después de convertirme allá en el año de 1977 y desde el primer momento me pareció sentir en ella un eco de una experiencia que se ha repetido después en miles de ocasiones. La oración de los paganos, aquella que se caracteriza por repetir muchas veces las mismas fórmulas, por dirigirse a seres que no son Dios, por inclinarse ante imágenes, no puede satisfacer los anhelos más profundos del alma. Pero la oración en espíritu y verdad, como dijo Jesús, resulta enormemente dulce y constituye una de las mayores bendiciones que Dios pueda otorgarnos. Les invito a comprobarlo por ustedes mismos.
De esta canción les incluyo una versión coral y otra de Alan Jackson en inglés. Además va una en español. Disfrútenlas. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
Ésta es la versión coral
Ésta es la de Alan Jackson
y ésta es en español
August 7, 2015
Estudio bíblico (XXXIX): Los libros sapienciales (II): Eclesiastés (IV)
La mayoría puede no comprenderlo, pero por eso no deja de ser realidad. No sólo eso. La religión “bajo el sol” es también vaciedad. Tan vaciedad como el resto de las circunstancias humanas. Si alguien desea evitar esa vaciedad debería optar por un distanciamiento prudente. Es mejor que se calle (5: 1) a que se sume al sacrificio – algo propio de idiotas si se sabe leer el texto de Qohelet – es mejor que se calle delante de Dios a que hable ante un Ser que, a fin de cuentas, está más allá del sol (5: 2), es mejor que no se hagan promesas a no cumplirlas (5: 5). El juicio del Predicador puede sonar cínico, pero la verdad es que se limita a observar la religión con realismo. Todas las conductas religiosas descritas – tan propias de ciertos personajes – son ensoñaciones, vanidad y verborrea, es decir, lo contrario del temor de Dios (5: 7). Y no puede negarse, a poca capacidad de observación que se posea, que Qohelet tiene razón.
Algunas personas se consideran piadosas porque repiten como mantras consignas en defensa de sus creencias, porque se entregan a las promesas a Dios en el lenguaje de su religión, porque piensan que realizan una labor espiritual. A decir verdad, todo eso es mera vaciedad y más les valdría guardar silencio en lugar de aparecer donde nadie los ha llamado. Creen que son espirituales, pero, en realidad, hacen el ridículo. Y es que la religión per se es algo vacío y bien distinto del temor de Dios.
Justo es decir que no sólo la religión es vaciedad. También lo es el no percatarse de que la injusticia no desaparece por que las instancias del estado sean muchas. En realidad, cuanto más numerosas son más injusticia se perpetra (5: 8-9). Y también lo es el deseo de acumular bienes materiales (5: 10-14) ya que la realidad es que nada hemos traído a este mundo y nada vamos a poder sacar de él (5: 15). Esto, dicho sea de paso, deja de manifiesto que, por mucho que se trabaje, no nos llevamos nada (5: 16), todo ello sin contar el stress y la presión propia de la vida. A decir verdad, de esa vanidad sólo escapan – y aquí Qohelet permite que veamos un destello más allá del sol – aquellos a los que Dios favorece no sólo con bienes sino con alegría en sus corazones (5: 18-20).
El hecho de que el ser humano no se pueda disfrutar de lo que tiene (6: 2), de que no pueda beneficiarse de su descendencia (6: 3), de que se extinga como si no hubiera nacido (6: 4), de que las palabras sean muchas veces vacías (6: 11) obliga a preguntarse con angustia qué tiene verdaderamente el que nace. No sólo eso. Uno se ve obligado a preguntarse dos cosas todavía más importantes. La primera es si su vida – que pasa como un soplo - tiene algún sentido positivo y la segunda, si hay alguien que pueda decirle si existe algo más allá del sol (6: 12). Pero esas cuestiones nos llevan – como tendremos ocasión de ver – más allá de la vanidad que nos rodea.
CONTINUARÁ
August 6, 2015
Manuel Azaña o el fracaso de la II República
Porque Azaña no fue un avanzado sino que llegaba a la Historia de España con retraso. Su visión de la separación de la iglesia y el estado; de la reforma agraria; de las fuerzas armadas era puramente decimonónica, cargada de un anticleralismo propio de algunos liberales hispanos e inficionada por un sectarismo no pocas veces carente de sentido práctico. Se puede argumentar que en una Francia que había experimentado la revolución su programa habría encontrado menos resistencias y más éxitos. Es cierto, pero la España de los años treinta era la que era y esa circunstancia explica tanto el fracaso de sus reformas en el primer bienio de la II República como sus intentos para que Alcalá-Zamora no permitiera a las derechas llegar al poder tras su victoria electoral en 1933. La república sólo podía ser como él la había concebido, pero, precisamente por querer defenderla, la privó de la posibilidad de ser aceptada por todos; le extirpó el carácter democrático que podía haber tenido con normas como la Ley de Defensa de la República y la vinculó a una izquierda que no era democrática y en la que, por añadidura, él tampoco creía. Él, que insistió en que no era socialista y en que los que lo aclamaban en las izquierdas, no captaban que era un burgués, fue uno de los artífices del Frente popular que llegó al poder en febrero de 1936. Las consecuencias fueron dramáticas. La “primavera trágica” de 1936 acabó provocando una reacción armada y Azaña se vio convertido en un presidente de la república meramente simbólico. Captó desde el principio que el gobierno republicano derivaría hacia una dictadura de izquierdas; que los nacionalismos – especialmente el catalán – serían letales para el esfuerzo de guerra; que Franco no implantaría un régimen fascista sino otro conservador y clerical que acabaría con las ansias de modernización de la república, y que la esperanza de España descansaría en otras generaciones venideras que hicieran realidad la consigna de “Paz, piedad y perdón”. Pocos relatos de lo que fue la guerra civil superaría en dolor y veracidad a su Velada de Benicarló, pero para entonces la contienda fratricida ya estaba irremisiblemente perdida. Sus intenciones de regeneración habían sido serias, pero el camino elegido para convertirlas en realidad contribuyó no poco a enrarecer una tensa situación política. Implacable con sus adversarios, toleró lo intolerable en sus aliados que no dudaron en abandonarlo como a un juguete roto. Moriría en el exilio con el corazón destrozado y víctima de una España que lo había convertido en el paradigma de lo odioso y otra que lo había despreciado por lo que consideraba despreciablemente tibio.
Próxima semana: Largo Caballero
August 4, 2015
Desde el Perú (IX): Consecuencias y paralelos
No he pretendido complacer a nadie sino dejar constancia de lo que señalan las fuentes hispanas e indígenas más allá de los clichés que gustan más a aquel lado del Atlántico que a éste. Como era de esperar, los fanáticos, los ignorantes y los nada dispuestos a abandonar sus prejuicios frente a la verdad histórica, se han tomado muy mal lo expuesto mientras que los que se han limitado a aceptar la realidad de las fuentes han tenido magníficas reacciones. También debo dejar constancia de que en el continente americano las reacciones han sido mayoritariamente positivas porque la leyenda rosada – y ésa sí que es leyenda – de la Conquista no la cree nadie que haya leído algo y sepa de lo que habla libre de las ataduras de tener que defender posiciones políticas o religiosas más que identificables. Nada me ha sorprendido.
Dicho esto, el gran problema de la desaparición del imperio inca – o de otras culturas amerindias – fue ya no tanto su extinción como lo que vino después de la misma manera que lo peor de la caída del imperio romano no estuvo en su desplome sino en lo que lo sustituyó. Durante casi tres siglos, los territorios del antiguo imperio inca se vieron sometidos a una explotación colosal cuyos beneficiarios fueron escasos. Por supuesto, conquistadores, encomenderos y frailes se aprovecharon del expolio, pero sabido es que los conquistadores comenzaron a matarse entre ellos – Pizarro incluido – antes de acabar la Conquista; que España desperdició el oro de las Indias en la causa de la Contrarreforma – como, por otra parte, propugnaban los frailes en sus escritos de legitimación de aquella opresión más que inicua – y que los españoles de a pie en su inmensa mayoría – como sucedió con los indígenas – no se beneficiaron lo más mínimo de aquella explotación colonial que algunos se empeñan en decir que no fue colonial y que tampoco fue explotación. La Corona que tenía que haberse beneficiado en realidad derrochó el metal en causas que no aprovechaban a España; los españoles padecieron los resultados del mal gobierno; los que estaban enfrente fueron arrollados en medio de un diluvio de sangre y sólo la iglesia católica obtuvo unos beneficios en empresas que legitimó espiritualmente, pero en las que no arriesgó nunca gran cosa. No era la primera vez ni sería la última.
Partiendo de ese panorama histórico, no sorprende que, cuando se inició el proceso de emancipación de Hispanoamérica, los criollos del Perú – españoles a fin de cuentas – dudaran entre si sumarse a la rebelión o mantenerse leales a la metrópoli. Fue la intervención del argentino San Martín la que acabó por impulsarles – más por conveniencia que por convicción – a la independencia. Pero lo que vino después presentó enormes tinieblas que se extienden hasta la actualidad. La primera constitución peruana – cometiendo el mismo error que la de Cádiz de 1812 – consagró a la iglesia católica como religión oficial y única y prohibió la libertad más importante – la de conciencia – lastrando la Historia posterior del Perú. Nada importaba que Estados Unidos hubiera consagrado la libertad religiosa y la separación de la iglesia y el estado porque la iglesia católica combatiría encarnizadamente ambos supuestos. Lo que vino después no podía ser bueno por que Perú – como España, como otras naciones de Hispanoamérica – siguió arrastrando toda una cosmovisión que se revelaría fatal en los siglos siguientes. Su vivencia de la política seguiría siendo la de la Conquista española, es decir, conquistar y repartir entre las mesnadas el fruto del expolio originando una corrupción inmensa. Su visión del trabajo sería la católica tan diferente de la bíblica recuperada por la Reforma del siglo XVI. Su visión de la educación tampoco sería para su desgracia la de un acceso de todos – de forma general y gratuita – a la educación propia de la Reforma protestante del siglo XVI sino la de la educación de élites que regirían a la masa a su capricho, por supuesto, dentro del dogma católico. No tendría Perú una ley de educación hasta bien entrado el siglo XIX, apenas unos años después que España porque España no había pensado jamás en una educación general como las que ya a inicios del siglo XVI pusieron en funcionamiento la protestante Ginebra o la no menos protestante Escocia. Y, por supuesto, fruto también de esa visión hispano-católica fue la ausencia de una separación de poderes y la falta total de responsabilidad política, fenómenos ambos tan habituales en naciones católicas. Con semejante lastre, el Perú padecería una Historia similar a la de España, Italia u otras repúblicas hispanoamericanas. Cuando la situación económica iba bien – Perú disfrutó de los metales preciosos, pero también del guano y del caucho – parecía que el país iba a avanzar y existía una sensación de prosperidad. Sin embargo, al cabo de unos años, el edificio se desplomaba con sus secuelas de deuda, pobreza y, por supuesto, violencia. No debe sorprendernos porque, como en España o México o Argentina, no existían los cimientos colocados por la Reforma sino los de la visión católica. Como si se tratara de una noria, Perú – como España o México o Argentina – iba desperdiciando sus oportunidades y tras ella daba la sensación de que sólo volvía al punto cero. No era así porque a la casilla de salida es casi imposible regresar siquiera porque no se está solo en el planeta. Pero, vez tras vez, el fracaso se producía en medio de corrupción, clientelismo político, deuda y búsqueda de soluciones mágicas. Hay quien ha dicho que tras doscientos años de independencia, el Perú no puede culpar a España por sus males. Es cierto. Perú y los peruanos son responsables de lo que suceda en sus respectivos ámbitos como España y los españoles. Sin embargo, ambas naciones son víctimas más que seculares de una cosmovisión – la de la Contrarreforma – que ha significado una verdadera maldición histórica para ambas. Si algún aspecto positivo tuvo la colonia – por ejemplo, el uso del español, lengua común al resto del subcontinente – no fue tanto por sino a pesar de lo sucedido. Sin embargo, en términos generales, lo cierto es que al inmenso trauma de la conquista y del expolio posterior se sumó la inyección de una cosmovisión que no sólo ha dado nefastos resultados sino que encadena a todas las naciones que la han sufrido a repetir una y otra vez sus errores y a padecer las horribles consecuencias. Sólo cuando esas naciones – Perú y España entre ellas – comprendan que la raíz de sus males es muy anterior a las últimas décadas; que deben librarse de esa raíz para salir adelante y que existe una posibilidad de progreso que, a decir verdad, sólo se ha dado de manera sostenida en las naciones que se asentaron sobre los principios bíblicos recuperados por la Reforma habrá una posibilidad de escapar de un destino aciago y de afrontar el porvenir de una manera sensatamente optimista. Mientras no se den esos pasos, a esas naciones habrá que repetirles lo que estaba escrito a la puerta del infierno de Dante: “abandonad toda esperanza”. Abandonadla por que la corrupción, la mentalidad de conquista, la mentira y el hurto como pecados veniales, el sectarismo tuerto que prefiere a los criminales propios que a los herejes aunque sean santos, la visión del trabajo como castigo, el distanciamiento educativo y científico y tantos males que habéis sufrido durante siglos os seguirán acompañando.
(FIN DE LA SERIE)
75 por ciento
El predominante es el de gratitud hacia Dios y hacia las personas que lo respaldan día a día. Luis Ortiz – no puedo decir como parte interesada porque, al igual que yo, no percibe un céntimo por su labor en La Voz – y paseantes del muro con Elvira, Gabriela y Ana han sido y son esenciales para ir avanzando día a día. Independientemente de que alcancemos o no la meta, siempre guardaré un lugar en la sala de mis gratitudes personales hacia ellos y también hacia todos los que han contribuido y contribuyen para que La Voz pueda iniciar su segunda temporada a inicios del próximo mes de septiembre.
Mi segundo sentimiento es de déja vu. Cualquiera que examine las cifras de los que han señalado públicamente que La Voz les gusta y los que la han apoyado a través de la campaña de crowdfunding se percatarán de que sólo un diez por ciento aproximadamente han pasado de la afirmación al hecho. Por supuesto, hay gente que ha contribuido de manera muy generosa y otros que sólo han podido hacerlo de forma más modesta. A unos, a otros y a los intermedios se lo agradezco porque a quien da lo que tiene, sea mucho o poco, no se le puede pedir más, pero no deja de ser reveladora esa desproporción. Y conste que no me quejo porque sé que es mucho mayor en otras ocasiones. Por ejemplo, en cierta ciudad española, el número de personas dispuesto a salir a la calle reclamando la aparición de una secuestrada fue muy inferior a la décima parte de los que en la misma urbe sí se manifestaron públicamente para evitar que su equipo de fútbol descendiera. Es un ejemplo dramático y elocuente. No sería mala práctica que algunos tan empeñados en señalar al adversario como causante de todos los males – aunque apareciera en la Historia de España esta madrugada – se preguntara cuál es la raíz de esa conducta y también qué instancia ha alimentado espiritualmente durante siglos a nuestra nación para que adquiera estos hábitos tan poco saludables cívicamente.
La última reacción es de serenidad. Hace ya meses que señalé que el crowdfunding de La Voz es Historia de la radio. Así es tanto si alcanza la meta como si no. En el primer caso, lo será porque, por primera vez, un programa de radio se sostendrá sobre la base de una iniciativa de apoyo popular por modesta que sea o, en el segundo, porque esa iniciativa no salió adelante. Sea lo que sea, debo decir que a mi me parecerá bien. Si se reúne la cantidad porque, efectivamente, habrá una nueva temporada de La Voz en momentos especialmente delicados y, de lo contrario, porque podré dedicar las horas que he entregado gratuitamente al programa a otras tareas que espero que sean no menos fecundas. Suceda lo que suceda, será lo que Dios quiera y a mi me basta. Y ahora sí: amigos, si desean colaborar tendrán que hacerlo pronto porque apenas nos queda tiempo y si no avanzamos al menos un uno por ciento diario nos llegaremos. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!
August 3, 2015
Berlín no paga traidores
Más allá de interpretaciones maliciosas como las de señalar que Alemania le agradecería su esfuerzo a la hora de lograr que los bancos germanos no sufrieran agujeros causados por impagos, lo cierto es que la candidatura de Guindos parecía razonable e incluso daba la sensación de contar con un respaldo imbatible. Al final, sin embargo, de todos es sabido que Guindos ha perdido – aunque sea por la mínima - y que, cuando abandone la actual cartera ministerial, no le esperará un puesto de oro en Europa. La noticia era tan lamentable que, al saberla, comencé a realizar llamadas para que me explicaran lo sucedido. Algunas fuentes insistieron en que la culpa la había tenido una Syriza vengativa, pero, como señaló, una de las mejores, Grecia es responsable de tan sólo uno de los diez votos que han cristalizado en la derrota de Guindos. “Mira”, me dijo con enorme seguridad, “Los griegos estaban irritados porque no tragan que los pongan como chupa de dómine los representantes de una nación tan fuertemente endeudada como España. No es que les guste que lo hagan otros, pero estaban convencidos de que España tenía que haberse mostrado más solidaria con un país al que tanto se parece”. “Eso es opinable”, respondí, “pero, en cualquier caso, era de esperar que la insistencia en el cumplimiento de las obligaciones que han mostrado los representantes españoles hubiera sido apreciada por otros estados…”. “Te pierde el amor a tu nación”, me responde con una sonrisa burlona, “El planteamiento de otras instancias ha sido igual que el de aquel gobernador que sobornó a los lugartenientes de Viriato para que lo mataran. Entonces era Roma y ahora es Berlín quien no paga traidores”. “No sé si te entiendo…”, señalo. “Mira, en determinadas situaciones hay que saber ser menos entusiastas y yo creía que con lo de la guerra de Irak los españoles habríais aprendido. Bien está el exigir el cumplimiento de las obligaciones, pero tomarla así con los griegos con la deuda del estado español y, especialmente, de Cataluña… todo esto para muchos ha sido una sobreactuación sospechosa y, en Europa, se desconfía de los que sobreactúan tanto si se llaman Varufakis como Manolo”. “¿Entonces”, indago, “tu crees que Guindos ha perdido el puesto de su vida porque alguien se pasó de apoyo enérgico?”. Mi fuente me guiña el ojo y dice: “Hazme caso. Berlín no paga traidores”.
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