César Vidal's Blog, page 106

September 6, 2015

De la muerte de Santiago a la guerra con Roma y la destrucción del templo (IV)

LOS PRIMEROS CRISTIANOS:
DE LA MUERTE DE SANTIAGO A LA GUERRA CON ROMA Y LA DESTRUCCIÓN DEL TEMPLO (62 A 70 D. J.C.) (IV)

La Diáspora judeo-cristiana



La guerra con Roma no sólo tuvo como consecuencia el exilio de los judeo-cristianos de Jerusalén que huyeron a Pella. Otros núcleos judeo-cristianos afincados en la tierra de Israel parecen haber optado por esta salida. Aparte de las consideraciones de seguridad personal, hay que ver en ello un intento por parte de sus miembros de no encontrarse involucrados en un conflicto armado contrario a sus principios morales. El judeo-cristianismo estaba poseído de una vena pacifista incompatible con la guerra y, seguramente, prefirió la emigración y el exilio a la idea de luchar y matar. Tal conducta sería seguida décadas después durante la guerra contra Adriano y fue la misma que llevó a muchos cristianos gentiles en los siglos posteriores a preferir el martirio antes que servir en el ejército. Se trataba de una clara manifestación de una negativa a toda forma de violencia que resultó connatural al cristianismo durante sus tres primeros siglos, y que tendría paralelismos en movimientos posteriores como, por ejemplo, los valdenses, los hermanos checos —que tanto influyeron en la valoración positiva del cristianismo que tuvo el erudito judío David Flusser—, los mennonitas (estos últimos emigraron desde Alemania a Rusia durante el siglo XVIII también para evitar el servir en el ejército) o los cuáqueros.



Uno de los lugares de destino de los judeo-cristianos fue indiscutiblemente Asia Menor, donde se establecieron algunos de los más brillantes supervivientes del movimiento (HE III, 31, 2 y ss.). La mayoría de ellos parecen haber sido helenistas. Tal sería el caso de Felipe y sus hijas, cuyas tumbas presumiblemente se hallan en Hiérapolis de Frigia. Si este Felipe es el mencionado en Hch. 21, 8, podría ser indicio de que también los judeo-cristianos de Cesarea habían emigrado a Asia. La posibilidad se nos antoja real porque Cesarea no debió de ser un lugar agradable para los judeo-cristianos en el período posterior al estallido de la guerra en el 66 d. J.C.



Después de todo, la Diáspora hacia Asia no se limitó a los helenistas. Entre los judeo-cristianos del territorio de Israel que no pueden clasificarse bajo esa etiqueta y que se dirigieron hacia Asia Menor buscando refugio, se encontraba también el autor del Apocalipsis. Éste, llamado «Juan, el discípulo del Señor», cuya tumba sería venerada en Éfeso (HE III, 1, 1; 31, 3; V, 24, 3), parece haberse sentido contrariado por la forma en que las iglesias gentiles cíe Asia Menor interpretaban de una manera laxa el cristianismo, pasando incluso por alto las disposiciones contenidas en el «decreto jacobeo» del concilio de Jerusalén (Ap. 2, 6, 14 y ss., 20 y ss.). El estudio del libro de Apocalipsis trasciende, por lo menos geográficamente, del ámbito de nuestro estudio. Aun así, debe hacerse referencia al hecho de que la obra deja traslucir la confianza del judeo-cristianismo en que ningún suceso desastroso —como la guerra con Roma y el exilio— podría frenar los planes históricos de Dios. La Bestia podría dar la impresión de ser vencedora (Ap. 13, 7 y ss.), pero su fin estaba decretado y se produciría indefectiblemente. Al final de los tiempos, Jesús el Mesías regresaría (Ap. 19, 11 y ss.) y, tras vencer a sus adversarios (Ap. 19, 20-21), establecería su reino milenario (Ap. 20, 1-6). Ciertamente, Satanás sería liberado por un período corto de tiempo y congregaría a los gentiles en contra del campamento de los santos y la ciudad amada (Ap. 20, 7-10), pero ese episodio sólo sería el preludio de su derrota final y del juicio ante el gran trono blanco (Ap. 20, 10 y ss.). Los que fueran fieles compartirían el reino con Jesús (Ap. 21, 1 y ss., especialmente v. 7), los nuevos cielos y la nueva tierra (Ap. 21, 1 y ss.) y el establecimiento de la Nueva Jerusalén (Ap. 21, 9 y ss.). En resumen, Jesús, como Rey de Reyes, sin lugar a dudas, volvería y había que estar preparados para su retomo como Alfa y Omega, principio y fin, primero y último.



Reducido al exilio, a la huida, a la dispersión, el judeo-cristianismo, al igual que el tronco judío del que procedía, hubiera dado la impresión de estar abocado a un final rápido bajo el dominio gentil. No sería así. Sus mayores problemas surgirían precisamente del judaísmo posterior a la destrucción del Templo de Jerusalén y de sus propias filas. Pero ése es un tema que abordaremos en las próximas entregas.



CONTINUARÁ



Sobre el tema de una primitiva «objeción de conciencia» cristiana véanse J. Lasserre, War and the Gospel, Londres, 1962; J. M. Hornus, It Is Not Lawful for Me to Fight, Scottdale, 1980.



Otra identificación es la de Polícrates, obispo de Éfeso en torno al 190 d. J.C., que lo identificaba con uno de los apóstoles. La noticia nos ha llegado a través de Eusebio, HE III, 31, 3; V, 24, 2, pero este Padre parece compartir el punto de vista que señalamos supra.



Apocalipsis 22, 6 y ss. En cuanto a los títulos aplicados a Jesús (w. 13 y 16), éstos implican una clara confesión de su Divinidad, como veremos más detalladamente en entregas sucesivas.

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Published on September 06, 2015 00:47

September 5, 2015

O Love That Will Not Let Me Go

La vida de George Matheson no fue fácil. Siendo joven, un médico le comunicó que una enfermedad degenerativa lo dejaría ciego.

Apenado, George compartió la triste noticia con la que era su novia. La reacción de ésta fue áspera y clara: no estaba dispuesta a ser la esposa de un predicador ciego. Posiblemente reflexionando sobre estos hechos, la noche del día 6 de junio de 1882, justo aquel en que se había casado su hermana, George Matheson experimentó una sensación de profundo dolor. George no experimentaría la dicha nupcial de su hermana. Por el contrario, previsiblemente, su destino estaría marcado por la soledad y una terrible dolencia. Sin embargo, a pesar de las punzadas de sufrimiento, George experimentó también en esas horas una indescriptible bendición, la unida a la absoluta certeza de que Dios no lo dejaría sino que permanecería a su lado en los peores momentos. Así, en esa misma noche, escribió este himno, una composición dedicada a cantar a ese Amor que no dejará a los que son Suyos.



George Matheson desarrollaba así musicalmente el contenido del final del capítulo 8 de la carta a los Romanos y, a la vez, la experiencia de millones de cristianos que han vivido a lo largo de los siglos. Su experiencia de Dios no es la de un Ser vendido en exclusiva por una jerarquía y accesible sólo a través de una galaxia de mediadores. Es, por el contrario, la de un contacto directo con Dios, un contacto caracterizado por el Amor y por una cercanía que sólo pueden señalar los que la han vivido. Es el amor que nunca nos dejará como dice esta bella canción.



Se la traigo en tres versiones. Las dos primeras son en la lengua original, una interpretada en el magnífico programa de Bill y Gloria Gaither; y otra cantada por Chris Rice. La tercera es en español y así la he entonado yo mismo docenas de veces desde mi conversión a Jesús allá por el verano de 1977. Espero que las disfruten, pero que, por encima de todo, reflexionen en su mensaje. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!





Ésta es la versión en el extraordinario programa de Bill and Gloria Gaither



/www.youtube.com/watch?v=kfigyNAmRx8



Ésta es la de Chris Rice



www.youtube.com/watch?v=s3OJ-V9U_Y8



Y ésta es una versión en español interpretada por el coro de una iglesia evangélica



www.youtube.com/watch?v=YwWxpSVF_Qo

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Published on September 05, 2015 00:34

September 4, 2015

Estudio bíblico (XL): Los libros sapienciales (III): Eclesiastés (V): capítulo 7-9

La sabiduría que se vive “debajo del sol” tiene no poco de experiencia vital que discurre contracorriente. Sabe que el dolor puede ser mejor que la carcajada o que la reflexión en un funeral supera a la diversión (7: 1-5).

​Es consciente de que una reprensión pronunciada por el sabio resulta más útil que las carcajadas (7: 6). Conoce que ni siquiera el sabio puede considerarse inmune frente a la opresión y los sobornos (7: 7). A fin de cuentas (7: 13), lo que nadie puede negar es que, bajo el sol, lo torcido no se puede enderezar. Esa circunstancia aconseja no ser bueno en exceso y no dedicarse a una sola cosa (7: 16 ss) porque en ambas conductas pueden servir para minimizar riesgos. Y es que esta vida se caracteriza por el riesgo y el azar. Hasta qué punto será así que la mujer – la compañera ideal del varón – en no pocas ocasiones no es la “ayuda idónea” mencionada en el libro del Génesis sino un ser que puede convertirse en una amarga prisión (7: 26), un juicio que no resulta mucho mejor cuando se reflexiona en los hombres (7: 27-8). ¿Podría ser de otra manera cuando el género humano lleva siglos pervirtiéndose (7: 29)?



No se trata de reflexiones cínicas sino de una valoración realista de lo que sucede “debajo del sol” donde el poder del estado es peligroso (8: 1-4), donde el futuro es desconocido (8: 5-7), donde nadie puede evitar la muerte (8: 8) y donde el ser humano gusta de dominar a sus semejantes (8: 9). La justicia deja mucho que desear siquiera porque se retrasa a la hora de castigar a los malos y, por añadidura, nadie puede abarcar todo lo que nos rodea por más que lo diga (8: 17). Es más: aunque a los que temen a Dios les irá bien (8: 12) no es menos cierto que la muerte cae por igual sobre justos e injustos (9: 1-6) y que ese día de la muerte se acaban los planes del que fallece (9: 5). Los proyectos humanos y la memoria comienzan a extinguirse al cruzar el umbral del más allá si es que no antes. Por eso, “debajo del sol”, hay que saber disfrutar de los placeres sencillos y naturales (9: 7-9) e igualmente hay que poner manos a las obras en relación con lo que se desea porque cuando se parta a la morada de los muertos esa posibilidad habrá desaparecido (9: 10). No cabe engañarse. En esta vida “debajo del sol” no hay nada garantizado. Lo imprevisto es, por el contrario, la regla general (9: 11-12) y por eso mismo los pueblos pueden pasar por alto a aquellos que podrían salvarlos en los peores tiempos de crisis sellando así su destino (9: 13) y, sin embargo… sin embargo, aun así, la sabiduría es mejor que la fuerza aunque no sea apreciada (9: 16), las palabras del sabio son mejores que las de las masas (9: 17) y, a pesar de la capacidad de destrucción de un solo pecador, esa sabiduría es preferible a los ejércitos más poderosos (9: 18).



CONTINUARÁ

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Published on September 04, 2015 00:12

September 3, 2015

Juan Carlos I, el rey de todos los españoles

En contra de lo que afirman algunos de sus apologistas más o menos encubiertos, Franco nunca deseó el advenimiento de la democracia. Por el contrario, vez tras vez, insistió en que el Régimen del 18 de julio debía continuar y, precisamente, ésa era la misión de su sucesor.

Con esa finalidad pactó con don Juan la llegada a España del príncipe Juan Carlos, en la entrevista del Azor, de 25 de agosto de 1948. Don Juan entregaba a su hijo de diez años como rehén para que se educara bajo la atenta mirada del dictador a cambio de la vaga esperanza de que el príncipe, quizá él mismo, llegaría a rey. En 1949, por ejemplo, estuvo a punto de romperse el pacto, pero en 1950, Juan Carlos, que había salido de España rumbo a Estoril, regresó para recibir una educación extraordinariamente severa de corte fundamentalmente militar. Juan Carlos terminó sus estudios en 1959 y contrajo matrimonio en 1962 con la princesa Sofía. En 1969, Franco decidió designarlo sucesor en la jefatura del estado “a título de rey”. Ese fue el año en que comenzó realmente la Transición y no hay más que ver, por ejemplo, como la iglesia católica comenzó a despegarse del régimen apoyando a los nacionalistas vascos y catalanes incluida la banda terrorista ETA para percatarse de que captó, quizá antes que nadie, que no habría franquismo sin Franco. En 1975, Juan Carlos accedió al trono en una tesitura difícil. Desde 1973, la nación sufría una crisis económica – un hecho que suelen también pasar por alto los apologistas del franquismo entre otras razones porque el régimen dio muestras de una penosa incompetencia a la hora de enfrentarse con el problema - ETA había adquirido una fuerza inusitada; el bunker recurría a la violencia y Marruecos se había apoderado del Sáhara. De casi todo, se salió mal y, en algún caso, el problema llega hasta nuestros días. Sobre ese trasfondo, Juan Carlos se convirtió en la figura decisiva de la Transición. Supo situar a personajes como Torcuato Fernández y Adolfo Suárez en los lugares oportunos. Así, las intenciones de Franco se vieron abortadas y, gracias al sucesor que él mismo había designado, nació un sistema en que, con sus defectos y virtudes, por definición, cabrían todos. Cuando un grupo de mandos militares pretendió dar un golpe de estado el 23 de febrero de 1981, el rey paró la bochornosa intentona defendiendo la constitución. La extrema derecha nunca le perdonaría esa acción y difundiría desde el principio la calumnia de que el rey mandaba el golpe. Por su parte, los nacionalistas y la izquierda se resentirían por el papel poco airoso – en realidad, de descarada cobardía - que habían tenido. Durante los años siguientes, el rey garantizó que el sistema sobreviviera y que España disfrutara de su período históricos más prolongado de paz, libertad y prosperidad. Nada fue perfecto, pero, en comparación con otras épocas, el avance fue innegable. Sus últimos años se vieron ensombrecidos por las noticias sobre la presunta corrupción de personajes cercanos, la erosión del régimen y el deterioro inevitable de los años. No pocos además pensaron que si se había llegado a un grado nada pequeño de corrupción se debía, siquiera en parte, al poco decoroso ejemplo del rey. A pesar de todo, su abdicación sorprendió a casi todos. El juicio histórico sobre él no tendrá, seguramente, el tono laudatorio que ha revestido durante décadas, pero, con todo, las generaciones futuras deberán concederle al menos que, por primera vez en la Historia de España, un monarca se esforzó por ser el rey de todos los españoles.



Próxima semana: Adolfo Suárez

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Published on September 03, 2015 00:36

September 2, 2015

El verdadero mensaje de Jesús

​ Este domingo 6 de septiembre, Dios mediante, estaré en la iglesia situada en la calle Antonia Rodriguez Sacristan n. 8, Madrid 28044
(Carrabanchel Alto), dando una exposición que tendrá el título de "El verdadero mensaje de Jesús".

El culto comienza a las 11:30 AM, pero la cafetería y la librería cristiana anejas al lugar ya estarán abiertas a las 10:30 AM. Los espero. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!

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Published on September 02, 2015 03:00

Desde el Tíbet (IX): hacia el futuro

​El episodio del Everest no nos desmoralizó lo más mínimo. Por el contrario y a pesar de que el malestar del ascenso sólo se fue disipando poco a poco, mientras subíamos y bajábamos interminables carreteras zigzagueantes no aptas para cualquier estómago, íbamos adquiriendo una sensación de libertad y bienestar no opacadas ni siquiera por el inmundo estado de los servicios públicos tibetanos.

Esa tarde nos detendríamos a ver el hermoso palacio del Panchen Lama – en realidad, todo un complejo de monasterios y templos - del que dejamos constancia gráfica, una constancia que señala como, en el Tíbet, existe más libertad religiosa que en otra parte cualquiera de China. Las gentes siguen depositando billetes en abundancia frente a las imágenes o en las manos de los lamas, unos lamas omnipresentes que lo mismo entonan salmodias, que vigilan los donativos o se entrenan para danzas rituales.



En unas horas, regresaremos, Dios mediante, a Beijing para luego dirigirnos a Guilin, al sur de China. Allí nos espera – aunque no lo sepamos – uno de los paisajes más hermosos de todo el globo. Pero todavía no hemos alcanzado tan bello lugar. Seguimos en el Tíbet y resulta, pues, indispensable realizar una reflexión final sobre lo que hemos contemplado estos días. No resulta difícil. El Tíbet es una muestra viva de que cualquier lugar del mundo sometido a una jerarquía religiosa es objeto de una maldición social y espiritual de terribles consecuencias. Así es porque esa sobrecogedora tragedia no será percibida por muchos de los que la padecen hasta el punto de que incluso se jactarán orgullosos de la esclavitud que los encadena como si fuera el mejor de los destinos.



Cuando un pueblo renuncia a su libertad y a su capacidad de pensar con sensatez y deposita ambos dones maravillosos en manos de clérigos que les vacían los bolsillos, que modelan la educación sobre sus mentiras, que les enseñan que pertenecen a la única religión verdadera fuera de la cual no hay salvación, que les inculcan la conveniencia de someter la vida civil a la clerical en lugar de colocar un “muro de separación” entre ambas y que además les hacen tragar un relato del pasado falso, pero, supuestamente, glorioso, cuando todo eso sucede, ese grupo humano se ve condenado a ser atrasado y fanático, ciego y soberbio, cerrado y sectario. Creyendo injustificadamente ser lo mejor, gritará “vivan las ca´enas” cada vez que se lo digan sus clérigos y así serán víctimas de una plaga frente a la que resultan benévolas las que Dios envió sobre Egipto. Ciegos, ignorantes, reducidos a la miseria y soberbios, no serán sino esclavos de un poder religioso que los explota y encima hasta se sentirán dichosos por ser siervos y perseguirán sañudamente a los que se opongan a semejante vileza.



Al final, guste o no, para que el Tíbet haya podido salir balbuceante de su atraso de siglos ha sido precisa la reunificación con China – con todo su dolor anejo - y la marcha del Dalai Lama. El progreso ha sido – y es – muy notable. Sin embargo, como en otros lugares del mundo, el Tíbet sólo podrá avanzar realmente cuando, junto al avance material, experimente una revolución espiritual, aquella que Jesús definió como “adorar a Dios en espíritu y verdad” (Juan 4: 21-24), aquella que busca el propio Dios, aquella que no está vinculada a templos o ciudades sagradas, aquella que da realmente la libertad a los pueblos. Ese día no ha llegado para el Tíbet ni, lamentablemente, para muchos pueblos. Dios quiera que nos sea dado contemplarlo a lo largo de nuestras vidas.



(FIN DE LA SERIE)

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Published on September 02, 2015 01:15

September 1, 2015

Él también apoya a Podemos

Las redes sociales tienen, entre otras ventajas, las de permitirnos ver cómo discurre la opinión pública. Es cierto que existen equipos profesionalizados que introducen a sus gentes en debates para triturar o ensalzar lo expuesto en la red.

Los trolls son reales, fanáticos, persistentes y maleducados, pero, en términos generales, esa molesta circunstancia no evita que, si se saben leer, las redes nos revelen lo que piensa la mayoría de la última victoria del Barça, la última encíclica papal o la última medida fiscal de Montoro. Fue así como hace unos días me encontré con un episodio revelador. Conocía bien al protagonista desde hace años y decir que era de extrema derecha sería minimizarlo. Yo mismo le escuché decir una vez que el día del orgullo gay le gustaría subirse a un edificio de Recoletos para desde allí disparar con una ametralladora sobre las carrozas. En otras ocasiones, me tocó oírle disparates no menores relacionados con temas diversos como, por ejemplo, que estaría dispuesto a matar a ZP si le pagaban bien y luego le sacaban de España. No hace falta decir que aquellos extravíos no pasaban de ser las típicas bravuconadas del bocazas con sesera desarreglada que indicaban donde estaba situado su corazón y hasta donde se le había desplazado la mente. Precisamente por ello, me causó una enorme sorpresa que, hace unas semanas, se mostrará en internet y con su nombre real como un firme partidario de Podemos. Reconózcase que el salto político no resultaba pequeño y así me lo hizo notar un tercero que también lo conocía y que me llamó la atención sobre aquellas declaraciones. En apariencia, se trataba de un claro síntoma de enloquecimiento y, sin embargo… Sin embargo, comencé a reflexionar sobre el sujeto en cuestión y las piezas encajaron. De entrada, su hijo llevaba sin pagar una hipoteca desde hacía años. El banco aceptaba de vez en cuando algo de dinero, pero la espada de Damocles del desahucio permanecía. Bueno, permanecía caso de que Podemos no llegara al poder porque, de hacerlo, el hijo de aquel hombre, supuestamente, no sería desahuciado. Y no era sólo el hijo. El personaje en cuestión era – reconozcámoslo - poco trabajador. Incluso había abusado de la confianza inmerecida de su anterior empleador al que, por cierto, dejó en más que delicada situación al no recoger notificaciones – a pesar de claras instrucciones al respecto - que eran vitalmente necesarias. Eso por no hablar de la manera en que utilizaba el automóvil y la gasolina de la empresa para uso absolutamente personal. No sorprende que el sujeto rechazara una oferta de empleo que le buscó ingenuamente su empleador por la sencilla razón de que se había hecho a la idea de que si le sumaban dos años de subsidio y la indemnización laboral por desempleo tampoco tenía razones para trabajar. Es más podía llegar hasta los sesenta sin dar ni golpe y gracias a una empresa de cuya confianza había abusado miserablemente. Y además que todo el mundo sabe que los cincuenta y tanto es mala edad para ponerse a buscar – especialmente cuando no hay ganas - un nuevo trabajo. Considerando todos estos factores, ¿a alguien le puede sorprender que personaje tan ejemplar haya pasado de facha desorejado a podemita?

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Published on September 01, 2015 00:00

August 31, 2015

Treinta por ciento

​La figura de Jordi Pujol siempre me causó una profunda repugnancia. Ese sentimiento comenzó cuando leí en los años setenta, antes de la Transición, su visión profundamente racista de Cataluña y ha persistido hasta el día de hoy contemplando como Artur Mas es un epígono de sus peores conductas.

Mi repulsión no procedía de que fuera un nacionalista sino de que sus planes eran totalmente opuestos a la idea más elemental de democracia. No se trataba sólo de la manera en que contemplaba a gente que había llegado a la región para ganarse la vida en condiciones muchas veces dificilísimas sino también del anuncio de que con sólo el treinta por ciento de los votos podría hacer lo que le viniera en gana. La tarea fundamental del pujolismo era, pues, garantizar ese treinta por ciento. Lo consiguió creando una red clientelar que aseguraba una victoria electoral tras otra. Mientras tanto, prosiguió una política de extorsión contra el conjunto de España que engordó el sistema de corrupción pujolesco y – lo que es peor – lo convirtió en modelo para el resto de gobiernos autónomos. Ese organigrama del saqueo y el chantaje entró en crisis en la fase final del felipismo a causa de su descontrolada y extrema voracidad. Si el pujolismo hubiera robado con cierta moderación hubiera sido sostenible. No fue el caso. Durante los dos mandatos de Aznar, caracterizados por la prosperidad económica, pareció que todo se mantendría en pie, pero no pasó de ser un espejismo. El nacionalismo catalán fue el primero en darse cuenta y ansioso por mantener el treinta por ciento que era garantía de poder se embarcó en la redacción de un estatuto en virtud del cual España prácticamente se convertía en una colonia de las oligarquías catalanas. Era una vergüenza política, pero, sobre todo, una imposibilidad económica siquiera porque los números de la crisis son los que son. Artur Mas se vio entonces entre la espada de confesar que el nacionalismo había sido fundamentalmente un instrumento de atraco y la pared de no poder retroceder porque generaciones educadas en el independentismo durante décadas se habían creído sus consignas sin saber de qué iba la vaina. Y ahora Mas se percata de que, siquiera por miedo al desastre económico en una región cuyo mayor detentador de deuda es el estado español, raya casi lo imposible que la mitad más uno vote independencia. Y Ha recuperado así la vieja receta pujolesca: con treinta por ciento nos basta. Naturalmente, si alguien no lo impide.

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Published on August 31, 2015 00:00

August 30, 2015

De la muerte de Santiago a la guerra con Roma y la destrucción del templo (III)

LOS PRIMEROS CRISTIANOS: DE LA MUERTE DE SANTIAGO A LA GUERRA CON ROMA Y LA DESTRUCCIÓN DEL TEMPLO (62 A 70 D. J.C.) (III)

​La huida a Pella



Los datos de que disponemos en relación con la comunidad judeo- cristiana de Jerusalén durante este período, que va desde la muerte de Santiago en el 62 d. J.C. hasta la destrucción de Jerusalén y la toma del Templo en el año 70 d. J.C., son muy fragmentarios, aunque de notable interés. Sabemos que como sucesor de Santiago la comunidad judeo-cristiana de Jerusalén optó por elegir a otro miembro de la familia de Jesús. Se trataba de Simeón o Simón, el hijo de Cleofás, muy posiblemente un tío de Jesús. La noticia nos ha sido transmitida por Eusebio que, a su vez, se inspira seguramente en Hegesipo.



De todos modos, el hecho más importante de este período en relación con los judeo-cristianos de Jerusalén fue, sin lugar a dudas, el que pudieran sobrevivir como colectivo en virtud de su huida hacia Pella, en la Decápolis. La veracidad o no de esta noticia permite saber si existió alguna vinculación histórica entre la comunidad judeo-cristiana de Jerusalén de Hch. 24, 5 y los judeo- cristianos posteriores que nos son conocidos por las fuentes patrísticas y a los que no nos referiremos específicamente en estas entregas.



Según Eusebio (HE III, 5, 3), en algún momento situado entre la muerte de Santiago en el 62 d. J.C. y el estallido de la rebelión judía en el 66 d. J.C., la comunidad judeo-cristiana de Jerusalén recibió un oráculo en el que se le indicaba que debía abandonar la ciudad y establecerse en Pella, una de las urbes de la Decápolis, al este del Jordán. Parece fuera de duda que hubo cristianos que se establecieron en Pella como fue el caso de Aristón, un apologista contra los judíos del siglo II, al que Eusebio (HE IV, 6, 3) reconoce haber utilizado como fuente para su Historia y, de hecho, el relato de la mencionada huida fue aceptado prácticamente sin excepción por todos los historiadores hasta la mitad del siglo XX. No obstante, a partir de la publicación deThe Fall of Jerusalem and the Christian Church de S. G. F. Brandon, en 1951, tal visión de los hechos se enfrentó con un serio cuestionamiento. Para S. G. F. Brandon, la Iglesia de Jerusalén había desaparecido en el curso de la guerra contra Roma y sus componentes se habían visto sumidos en un destino fatal de muerte, esclavitud o dispersión. Había desaparecido así la comunidad judeo-cristiana primitiva y con ella nuestra posibilidad de conocer de primera mano lo que había sido ésta. En apoyo de su relativamente novedosa teoría, S. G. F. Brandon alegaba tres objeciones en contra de la historicidad de la huida hacia Pella. La primera era la pérdida de autoridad de la comunidad jerosilimitana . Si antes del 70 d. J.C., parece que su autoridad era suprema, pero la misma habría desaparecido con posterioridad. En primer lugar, si sus dirigentes habían sobrevivido gracias a la huida a Pella —y quizá incluso habían regresado a Jerusalén— ¿cómo podía explicarse su pérdida de autoridad? En segundo lugar, S. G. F. Brandon encontraba poco verosímil la idea de un refugio en Pella. Si este enclave había sido atacado por los rebeldes en el año 66 d. J.C. —tal como señala Josefo en Guerra II, 457-460— los judeo-cristianos o bien fueron exterminados durante el ataque por traidores o, caso de haber llegado después del ataque, los griegos de Pella habrían sido hostiles a los mismos. Finalmente, S. G. F. Brandon insistía en la enorme dificultad de abandonar Jerusalén —custodiada por los zelotes— y atravesar las líneas romanas.



Los argumentos de S. G. F. Brandon resultaron convincentes para algunos autores que los adoptaron calificando la noticia eusebiana de ficción. Por el contrario, otros ignoraron a Brandon —lo que quizá no es tan extraño dado el carácter de sus obras relacionadas con el cristianismo primitivo y el manejo de las fuentes que se contempla en las mismas— o se opusieron a su punto de vista defendiendo la tesis clásica.En 1967, S. G. F. Brandon volvió a repetir sus teorías en Jesus and the Zealots, insistiendo en que, hasta entonces, nadie había refutado sus tres argumentos en contra de la historicidad de la huida a Pella.



A continuación los examinaremos detalladamente y expondremos finalmente nuestro punto de vista al respecto.





1. La pérdida de autoridad de la comunidad de Jerusalén



Resulta indiscutible que Jerusalén no recuperó la autoridad que tenía entre los cristianos tras la guerra del 66-73 d. J.C. Negar este hecho equivale a enfrentarse a un testimonio unánime de las fuentes. No obstante, según Eusebio (HE IV, 5, 1-3), siguieron existiendo obispos judíos tras la huida a Pella, algo que, lejos de ser contradictorio como pretende Brandon, muestra que un número relativamente importante de judeo-cristianos sobrevivió al desastre que para la nación judía en bloque implicó la guerra con Roma.



Las fuentes arqueológicas indican igualmente que el peso de la comunidad judeo-cristiana en la ciudad era suficientemente grande como para que Adriano ordenara la profanación de algunos de sus lugares sagrados a inicios del siglo II, lugares que sólo habrían contado con una continuidad de identificación sobre la base de la existencia ininterrumpida de una comunidad judeo- cristiana en Jerusalén y de la supervivencia de algunos de los judeo-cristianos contemporáneos a la guerra del 66 d. J.C. Entre esos lugares, por cierto, estuvo la tumba real – y no la de invenciones posteriores y legendarias - de María, la madre de Jesús. Tales hechos encajan, aunque indirectamente, con el relato de la huida a Pella y la preservación de la comunidad judeo-cristiana jerosilimitana . De hecho, como intuyeron, entre otros, E. Gibbon y P. Carrington, todo apunta a que en Pella existió un episcopado de Jerusalén en el exilio no diferente al de los obispos de Roma en Aviñón durante la Edad Media o al de los patriarcas de Alejandría en El Cairo en la actualidad.



Por otro lado, no debería sorprendemos tampoco que, pese a la supervivencia de judeo-cristianos, Jerusalén no recuperara nunca su importancia primigenia. Pese a que la ciudad tenía una relevancia propia, su importancia no radicaba para los judeo-cristianos tanto en sí misma como en la gente que desempeñaba funciones directivas en ella. Santiago no era tan importante por ser el obispo de Jerusalén, como por ser el hermano del Señor Jesús y lo mismo puede decirse de los otros apóstoles y de su sucesor, Simón. Cuando los apóstoles comenzaron a desaparecer de la tierra de Israel —por muerte o marcha a otros lugares— ésta perdió también su relevancia. Este fenómeno experimentó paralelismos también en el judaísmo posterior a la guerra con Roma. Su peso espiritual comenzó a bascular hacia los sabios de Jamnia, pese a que Jerusalén aún estuvo habitada sesenta y cinco años más. La pérdida de importancia no indica pues necesariamente que la comunidad judeo-cristiana de Jerusalén pereciera durante la guerra contra Roma porque tal hecho puede explicarse convincentemente desde diversos ángulos que además presentan semejanzas con el judaísmo de la época.



Además, S. G. E Brandon da a entender con su argumento que cree en una especie de sucesión apostólica ligada además de manera exclusiva a la ciudad de Jerusalén. Tal visión es, desde nuestro punto de vista, totalmente anacrónica. El mismo Eusebio, escribiendo ya en el siglo IV, no acepta todavía la idea de una sucesión apostólica restringida a un solo lugar y señala diversas sucesiones, entre las que la de Jerusalén o Roma, por citar dos de las más relevantes, habrían sido una más. De todo lo anterior parece, pues, desprenderse que la fuerza de la objeción de Brandon descansa en una presuposición que carece realmente de base.





No menos inconsistente que la objeción anterior es la relativa a la supuesta inseguridad de Pella. Para empezar, Brandon es contradictorio en relación con ésta. Dado que las razones para creer en la persistencia de una comunidad judeo-cristiana en Jerusalén tras la guerra son considerablemente sólidas y que el relato en relación con la huida a Pella es antiguo y presenta visos de verosimilitud, Brandon recurre a la pirueta de atribuir el origen del mismo a judeo-cristianos de Galilea y Samaria que se refugiaron… ¡en Pella! y que, posteriormente, dijeron proceder de Jerusalén. Lo que no hace el autor británico es explicamos por qué Pella resultaba un lugar seguro para los judeo-cristianos de Galilea y Samaria y no lo era para los procedentes de Jerusalén.



Por si esto fuera poco, el problema de la inseguridad de Pella parece proceder de una sola referencia de Josefo (Guerra II, 457-460), en la que se nos relata cómo, tras el asesinato de más de veinte mil judíos a manos de los habitantes de Cesarea, aquéllos, en represalia, saquearon las ciudades sirias y las ciudades vecinas de Filadelfia, Heshbon y su distrito, Gerasa, Pella y Escitópolis, y algunas fueron quemadas y destruidas. El principal problema para aceptar la tesis de Brandon —aparte de la contradicción ya señalada— consiste en que Josefo no llega a describir lo que sucedió con los judíos de Pella. Que la misma no fue quemada ni destruida se desprende del trabajo arqueológico de Smith, McNicoll y Hennessey, pero no sabemos más de su suerte concreta. En Escitópolis, los judíos ayudaron a los gentiles a repeler a sus compatriotas, siendo posteriormente asesinados a traición por aquéllos (Guerra II, 466-8). En Gerasa, los gentiles ayudaron y protegieron a los judíos (Guerra II, 480). En ninguno de los casos parece que la destrucción señalada por Josefo implicara el arrasamiento total de la ciudad y tampoco implicó necesariamente el deterioro de las relaciones entre judíos y gentiles.



De todo lo anterior se desprende que la objeción de Brandon carece realmente del peso que aparenta tener. Por otro lado, como ha sugerido R. A. Pritz, aunque unos refugiados judíos no hubieran podido esperar una buena acogida por parte de gentiles, tal consideración pierde su fuerza cuando contemplamos la posibilidad de que fueran cristianos gentiles, similares a los que recogieron una ofrenda para ellos en el pasado, los que pudieran haber brindado su ayuda a los judeo-cristianos de Jerusalén. De hecho, esto contribuiría a explicar la elección de Pella, que habría sido escogida por los judeo-cristianos precisamente porque en ella habitaban correligionarios suyos, presumiblemente gentiles, de los que podrían esperar refugio y apoyo.





No mayor solidez que las anteriores objeciones de Brandon a la historicidad de la huida a Pella presenta la relacionada con la supuesta dificultad para abandonar la ciudad de Jerusalén por parte de los sitiados. Una lectura cuidadosa de Josefo muestra en realidad que las fugas de judíos que se hallaban en el interior de la ciudad de Jerusalén fueron continuas hasta casi el mismo final del asedio. Hubo fugas en noviembre del 66 (Guerra II, 538 y 556), en el invierno del 67-68 (Guerra IV, 353, 377 y ss., 397 y 410), en junio del 70 (Guerra V, 420 y ss., 446-450 y 551 y ss.) e incluso en agosto del 70 (Guerra VI, 113-115). El número de huidos fue asimismo importante en algunas ocasiones. En un caso sabemos que llegaron a escaparse unas dos mil personas (Guerra IV, 353) y en otro que lo hicieron los miembros del alto clero José y Jesús, algunos hijos de miembros del alto clero y muchos miembros de la aristocracia (Guerra VI, 113-115), todos ellos personas que ni los zelotes ni los romanos hubieran dejado huir de buen grado, aunque poco pudieron hacer para evitarlo. Los resultados obtenidos por los primeros, que tuvieron incluso que propalar informes falsos sobre la muerte de los huidos (Guerra VI, 116-117), fueron, desde luego, peores de lo deseado por ellos. Pero, por si fuera poco, incluso tras la destrucción del Templo, al menos cuarenta mil judíos consiguieron escapar de un destino aciago a manos de los romanos (Guerra VI, 383-386).



Resumiendo, pues, todo lo anterior podemos decir que no existen objeciones definitivas que invaliden la noticia de la huida hacia Pella por parte de los judeo-cristianos de Jerusalén. Por el contrario, aceptar su veracidad no sólo encaja con lo referido en las fuentes, sino que además explicaría la supervivencia de una comunidad judeo-cristiana en Jerusalén tras la destrucción de la ciudad, la conservación de sus lugares sagrados atestiguados arqueológicamente y el origen de la noticia al respecto conservada desde muy antiguo.



El hecho en sí vendría además a poner de manifiesto una prudencia política que, en términos generales, caracterizó al judeo- cristianismo. Ante la disyuntiva de ser eliminados por los zelotes, cuyos postulados violentos no compartían, o de ser presa más que posible de los ejércitos romanos, los judeo-cristianos de Jerusalén marcharon a un lugar relativamente aislado desde el que esperar el desenlace de un conflicto cuyo fin, muy posiblemente, intuyeron.



A todo lo anterior hay que unir, en nuestra opinión, la consideración sobre el momento en que tuvo lugar la huida. Emil Schürer señaló que la misma debió producirse en el momento posterior a la marcha de los idumeos aliados con los zelotes, cuando Juan de Giscala era el amo absoluto de la ciudad o quizá poco antes. Dado el silencio de las fuentes, la interpretación resulta absolutamente posible. No obstante, desde nuestro punto de vista, un momento más verosímil hubiera sido tras la inmediata retirada de Cestio Galo. Haber actuado entonces hubiera encontrado escasas dificultades, puesto que todavía las diferentes posiciones no habían llegado a su grado máximo de radicalismo y la salida de la ciudad se presentaba expedita en el clima de victoria que sucedió al desastre romano. Por otro lado, un análisis medianamente realista del momento —cosa relativamente fácil para los judeo-cristianos ya que no se hallaban implicados en el conflicto— habría dejado de manifiesto que Roma volvería a enviar tropas que ya no se retirarían de la tierra de Israel hasta haber obtenido la victoria.



Finalmente, hay un argumento que, sin ser definitivo, parece respaldar nuestro punto de vista. Nos estamos refiriendo a la profecía sobre la destrucción del Templo que aparece contenida en los Apocalipsis sinópticos de Mc. 13, Mt. 24 y Lc. 21. Su lectura parece indicar que la huida de los cristianos que estuvieran en Jerusalén tendría que aprovechar un momento de calma entre la llegada de las tropas atacantes y el desencadenamiento del embate final de las mismas, algo que encaja con el momento puntual que indicamos nosotros mejor que con cualquier otro período del asedio.



En el mismo sentido cabría interpretar, suponiendo que el pasaje reflejara un hecho pasado, Ap. 12, 14, donde la comunidad huye a refugiarse al desierto justo después del primer embate enemigo (¿Cestio Galo?). Esta última posibilidad nos parece más especulativa aunque no puede rechazarse del todo. En cualquier caso, nos lleva a entrar en el siguiente apartado de esta parte de nuestro estudio.



CONTINUARÁ





Eusebio, HE III, 11. Eusebio cita a Hegesipo para afirmar que Cleofás era hermano de José, el esposo de María. El peso que la familia de Jesús tenía en el movimiento es mencionado asimismo por Julio Africano, al que también cita Eusebio, HE I, 7, 14.



Estudios al respecto en B. C. Gray, Journal of Ecclesiastical History, 24, 1973, pp. 1-7; J. J. Gunther, en TZ, 29, 1973, pp. 81-94; M. Simon, Revue de Science Religieuse, 60, 1972, pp. 37-54; S. Sowers, en TZ, 26, 1970, pp. 305- 320; B. Bagatti, Revista de Cultura Bíblica, 9, 1972, pp. 170-179; G. Lüdemann, en ed. E. R Sanders (ed.), Jewish and Christian Self-definition, Filadelfia , 1980, pp. 161-173; y, muy especialmente, R. A. Pritz, Nazarene…, ob. cit., Jerusalén y Leiden, 1988; del mismo autor, The Flight of the Jerusalem Church to Pella of the Decapolis (tesis doctoral sin publicar, defendida en 1977 ante la universidad hebrea de Jerusalén) y F. Manns, «L’Histoire du judéo-christianisme », en Tantur Papers on Christianity in the Holy Land, Jerusalén, 1981, pp. 131-146.



En este sentido, véase G. Strecker, Das Juden christentum in den Pseudoklementinen, Berlín, 1958, pp. 229 y ss.; L. Gaston, «No Stone on Another», en Supplement to NovTest, 23, p 142, n. 3; W. R. Farmer, Maccabees, Zealots and Josephus, Nueva York, 1957, p. 125, n. 2; R. Fumeaux, The Roman Siege of Jerusalem, Londres, 1973, pp. 121 y ss., y G. Lüdemann , Jewish and Christian…, ob. cit., pp. 161-173.



Se refiere a algunos de los que optaron por esa postura, en S. G. F. Brandon, Jesus and the Zealots…, ob. cit.



En ese sentido, véase: L. E. Elliot-Binns, Galilean Christianity, Londres, 1956, 1956, pp. 67 y ss.



S. G. F. Brandon, Jesus and the Zealots…, ob. cit., p. 213, n. 2.



En este mismo sentido, véanse E. Testa, «Le grotte dei misten giudeo-cristiane», en LA, 14, 1963-1964, pp. 65-114; C. Katsimbinis, «The Uncovering of the Eastern Side of the Hill of the Calvary and its New Layout of the Area of the Canon s Refectory by the Greek Orthodox Patriarchate», en LA, 27, 1977, pp. 197-208; C. Vidal Manzanares, «María en la arqueología…», art. cit., pp. 353-364.



E. Gibbon, Decline and Fall of the Roman Empire, II, Londres, 1909, p. 9, n. 1.



P. Carrington, The Early Christian Church, I, Cambridge, 1957, p. 250. Este autor llega a denominar a Simón «el obispo de la Iglesia en el exilio de Jerusalén en Pella».



Véase K. W. Clark, «Worship in the Jerusalem Templé after A. D. 70», en NTS, 6, 1960-1961, pp. 269-280.



Véase BASOR, 240, 1980, pp. 63-84; ibídem, 243, 1981, pp. 1-30; ibídem, 249, 1983, pp. 45-78. La tesis de L. E. Elliot-Binns, Galilean…, ob. cit., p. 67, que sostenía que quizá todos los gentiles de Pella murieron y, por lo tanto, no hubo obstáculo para el establecimiento de los judeo- cristianos de Jerusalén resulta, por consiguiente, difícil de sostener.



R. A. Pritz, Nazarene…, ob. cit., p. 125.



Ibídem, pp. 147-148.



Mateo 22, 15 y ss.; Marcos 13, 14 y ss., y Lucas 21, 20 y ss. La aceptación de esta tesis no determina, ni a favor ni en contra, a nuestro juicio, la consideración o no de la profecía sobre la destrucción del Templo como vaticinio ex eventu.











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Published on August 30, 2015 00:32

August 28, 2015

Desde el Tíbet (VIII): En el Everest

La palabra Everest despierta en nosotros resonancias exóticas y lejanas pespunteadas de nieve, de sherpas y de cordilleras con tono de inalcanzables. Resultaba casi imposible venir al Tíbet y no subir el Everest aunque, por supuesto, no pasemos de poco más de allá del campamento base. Resulta casi imposible, pero no es lo más prudente.

Confiados en nuestra experiencia en el Cuzco, Lara y yo le hemos perdido el respeto al mal de altura lo que no deja de ser una imprudencia. La primera noche en el Tíbet hemos descansado bien sin necesidad alguna de oxígeno ni tampoco problemas. La segunda noche, la del día en que subimos al Potala, Lara ha tenido malestar relacionado con el mal de altura, pero su espíritu aventurero se ha impuesto sobre cualquier incomodidad. Vamos al Everest, pues, y vamos con todas las consecuencias.



El camino no es corto. Resulta ascendente y además, a medida que avanzamos, no resulta difícil observar un deterioro del paisaje. No es que la geografía cambie. Sigue siendo achatada y reseca como si estuviéramos a punto de entrar en Zaragoza. Se trata más bien de que, poco a poco, los puentes modernos, las carreteras excelentes, los frutales a la vera del camino - todo ello debido al gobierno chino - van desapareciendo y, en su lugar, aparece la realidad del Tíbet previa a la administración actual: carreteras cada vez peores, ausencia de infraestructuras y suciedad en dimensiones casi imposibles de comprender en un ser humano. Sin la reunificación con China de los años cincuenta, todo el Tíbet sería sólo esa pústula de miseria, de mugre y de atraso que se percibe ahora en algunos tramos del camino hacia el Everest. Eso sí. Los lamas todavía resultarían más omnipresentes y el Dalai Lama les contaría lo felices que deberían sentirse por pertenecer a la única interpretación adecuada del budismo.



De manera que desafía el estómago más templado, para llegar a nuestro destino tenemos que subir y bajar dos montañas en carreteras no del todo malas, pero cortadas en zigzag. Lo peor, sin embargo, está por llegar. Cuando nos detenemos a cinco mil metros de altura, Lara ya tiene problemas de dolores agudos de cabeza. Nos aseguramos con el guía de que regresaremos si sigue teniendo molestias, pero es una seguridad ficticia. De hecho, el tibetano nos dice que lo mejor es no pensarlo y beber agua y que no habrá ninguna complicación. Y el que no quiera creérselo que reviente, claro…



Cuando llegamos a la tienda donde pasaremos la noche – una especie de chabola a cerca de seis mil metros de altura que compartiremos con otros visitantes – me percato de que no habrá vuelta atrás. Allí habrá que aguantar hasta el día siguientevelis nolis. Pero Lara comienza a sentirse cada vez peor. El dolor de cabeza resulta más intenso por instantes y tiene la sensación de que la cabeza va a estallarle. Me sugiere la posibilidad de regresar y le comento que ahora ya es impensable descender de aquel lugar comunal que parece un poblado marginal donde además sólo hay unos servicios de una suciedad proverbial, proverbial de los tibetanos, claro está.



Es entonces cuando aparece el guía y nos ofrece dirigirnos al campamento base. Lara piensa que quizá allá la podrán atender y, a pesar de no hallarse nada bien, emprendemos el camino. En unos minutos, formamos parte de una fila de chinos – sí, somos los únicos que no lo somos – que esperan a subirse en unas camionetas con capacidad para una veintena de personas que se encaminan al campamento base. En la cola, una niña de unos siete u ocho años se dirige a mi en inglés y entablamos conversación. Le maravilla que viva en América y, especialmente, que Lara, mi hija, sea “beautiful”. En unos minutos, nos encontramos a bordo de un vehículo que nos conduce al campamento base, que nos conduce como si fuéramos a bordo de una coctelera porque, literalmente, nos arroja contra el techo para luego precipitarnos contra el asiento. En un momento determinado, el bus se mete incluso en un lago o un río y tenemos la sensación de que el agua nos anegará de un momento a otro. No es así.



Finalmente, al cabo de unos diez minutos, llegamos al campamento base del Everest situado a unos 5.500 metros de altura. Aparte de una piedra y de un cartel informándonos de la altura, no hay nada allí que recuerde a un campamento. Por supuesto, nada que pueda servir para aliviar a Lara porque no hay ni edificios, ni enfermeros ni nada. Un par de policías aburridos tienen como única misión mantener el orden en la fila de los que, helados, esperamos la llegada del bus que nos llevará de regreso a las tiendas. Más allá de eso, sólo existe la constancia de que nos encontramos a un paso de llegar a los seis mil metros de altura – es decir, más todavía que en las tiendas – y que nos hallamos totalmente solos. Pero Lara parece haberse animado y me siento más optimista.



La temperatura, por cierto, ha bajado sensiblemente. De no ser por una pashmina que me regaló una amiga y que ahora me sirve para envolverme en ella la cabeza no quiero pensar en lo que habría sucedido mientras comienza a caer la nieve, se hace de noche y la temperatura desciende bruscamente bajo cero. Cuando logramos subir a la camioneta de regreso, estoy aterido y sospecho que lo mismo sucede con Lara. Está animada, pero me dice que le sigue doliendo la cabeza. Momentáneamente, se siente mejor cuando le coloco mis manos heladas en las sienes, pero es una sensación pasajera.



Al llegar a la tienda, comprobamos que en ella ya hay asentados ocho o diez chinos. Obviamente, no vamos a dormir solos. Las camas – adosadas a la pared – son, en realidad, una especie de sillones pegados unos tras otros. Son incómodos, pero parece que el frío y la nieve no lograrán entrar en el interior. Vaya una cosa por la otra. El tibetano dueño del incómodo lugar nos pregunta lo que deseamos cenar, pero yo opto por el ayuno y por dormirme a pesar de la luz encendida. Lara tiene mal aspecto. Le insisto en que me avise si nota que está peor. No se puede hacer nada más. No tardo en quedarme dormido. No resulta extraño porque el día ha sido agotador. Deben ser las nueve de la noche y no me despierto hasta aproximadamente la una. Durante los siguientes minutos, en medio del calor de la tienda, mientras intento no moverme demasiado porque mis pies dan contra los de Lara, observo cómo los chinos van saliendo de la tienda a intervalos de diez minutos. Imagino que se dirigen a desaguar en sus cercanías porque, primero, nadie se arriesgaría a entrar en los lejanos servicios con esa oscuridad negra como boca de lobo y, segundo, porque esas son las instrucciones que hemos recibido. Si necesitamos realizar alguna necesidad, debemos dar la vuelta a la tienda y hacerla.



Al cabo de casi una hora, yo también decido salir de la tienda. Nieva. Es una nieve impulsada por el viento y que golpea el rostro haciendo daño. Sirviéndome de la luz del teléfono móvil, logró bordear la tienda. A unos pasos apenas, distingo a dos chinos. Uno de ellos, de pie, sujeta una linterna y un paraguas; el otro, una mujer, está en cuclillas. Por un momento, pienso que hace lo mismo que yo, pero no tardo en comprobar mi equivocación. Está vomitando como si tuviera un grifo en el interior que le estuviera volviendo el contenido de los intestinos del revés.



Al regresar al interior de la tienda, la encuentro asfixiante. Lara parece dormir tranquila, pero yo no consigo ya conciliar el sueño. Entre otras razones, porque mi circulación, inesperadamente, se ha desbocado. Noto cómo me late el corazón y tengo la sensación de que las venas de la sien izquierda pueden estallarme en cualquier momento. Mi tensión debe andar por las nubes, tanto como aquella vez que estuve al borde de sufrir un infarto cerebral en el curso de una reunión del consejo de administración de Libertad digital. Claro que en aquel entonces, todo se calmó al concluir el evento y además estaba en Madrid, pero, en estos momentos, no se puede parar y además estoy en el Tíbet. La única salida es practicar ejercicios respiratorios mientras la tensión baja o, al menos, se mantiene.



Durante las próximas seis horas, voy a estar en vela, sólo atento a Lara – parece tranquila - y a mantenerme lo más sereno posible. Hay momentos – lo confieso – en que tengo la sensación de que la cabeza me va a explotar llenando de sangre la tienda. Y así, sin saber cómo moverme, cómo estarme quieto o cómo respirar, penetra en aquel recinto la primera luz del alba. Inmediatamente, Lara me llama. Lo ha pasado y lo está pasando mucho peor que yo. No ha querido despertarme en toda la noche para dejarme descansar y han sido los chinos de la tienda los que, mientras yo dormía, le dieron oxígeno, le ofrecieron té e intentaron que tomara algún comprimido que la aliviara y que ella rechazó. Me dice que tiene la sensación de que la cabeza puede saltarle en mil pedazos de un momento a otro. Somos dos. Me pide que vaya a buscar al guía para irnos. Me meto en un par de tiendas intentando hallarlo, pero mis intentos resultan infructuosos. Al final, doy con él y lo convencemos para marcharnos cuanto antes. Resta pagar la estancia – incómoda como pocas – en la tienda compartida y esperar a que aparezca el conductor de un vehículo que tapona la salida del nuestro.



El camino de regreso no es fácil. De nuevo, en medio de la niebla y la nieve, subimos y bajamos en zigzag una montaña tras otra. Lara me cuenta sus cuitas mientras tanto así como el cuidado que ha puesto en no despertarme por la noche. Se va mejorando, pero muy poco a poco y a medida, por supuesto, que logramos descender unos centenares de metros. Al final, sonríe. Piensa que, con todo, ha merecido la pena la experiencia. También yo sonrío. Pienso lo mismo. No hay que lamentar lo pasado aunque haya resultado difícil o sea fruto de un error. Lo importante es que hemos sobrevivido, que hemos aprendido algo e incluso que podemos contarlo. Ni siquiera la visión terrorífica de unos servicios públicos tibetanos – los chinos han ido colocándolos en los últimos años para convencer a los seguidores de los lamas de que guarden unas reglas elementales de higiene – nos arranca de una sensación de alegría creciente. Un día, podremos contar a nuestros nietos que subimos el Everest hasta cerca de los seis mil metros, pero que ellos no deben hacerlo si están resfriados, no soportan bien el mal de alturas o no cuentan con un entrenamiento suficiente. Lara es aún más optimista que yo. Comenta que, si nos preparamos, el año que viene podríamos subir más alto desde el Himalaya. Definitivamente, lo nuestro es viajar.



CONTINUARÁ

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Published on August 28, 2015 00:00

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