César Vidal's Blog, page 101

October 14, 2015

Volkswagen y el Tratado de Libre Comercio

Entrevista sobre los conceptos de empresa, negocio, ética, los fraudes y su control vistos a través de la crisis de Volkswagen y la negociación entre la ...

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on October 14, 2015 10:01

October 13, 2015

Académico de la Lengua

Algunos de ustedes ya lo sabían – por ejemplo, los participantes de un campus literario que todavía no me han pagado – pero era desconocido para no la mayoría. Llegó el momento de decirlo. He sido nombrado miembro de la Academia norteamericana de la lengua española.

Confieso que me siento abrumado porque nunca busqué ser académico y nunca pensé que lo sería. Cuando incluso algún antiguo profesor me insistió en que merecía estar en la Academia y me preguntaba si no tenía algún amigo que me propusiera, yo le contestaba que no tenía esa clase de amigos y que además también me faltaba el interés. Además yo ni escribía para un grupo mediático fácilmente reconocible, ni había sido preceptor del rey, ni me habían iniciado en la masonería ni era el director de un diario o sea que aunque lo hubiera deseado era harto difícil que me sucediera semejante eventualidad en España.



Pero la vida da sus vueltas. Un día un grupo de personas que te conoce sólo por tus obras y que no te juzga por otro criterio decide proponerte para ser miembro de la Academia norteamericana de la lengua. Lo hace y la propuesta es aprobada por unanimidad. Y el día menos esperado te llega el diploma y te enteras de que tendrás que ir a Washington a dar una conferencia de ingreso que – ya lo adelanto – va a ser sobre el español como lengua de exiliados. Y aún en el exilio, te sientes feliz, profundamente feliz.



Y es que, se mire como se mire, no puedo sino estar agradecido a esta gran nación que son los Estados Unidos de América. Me acogió de manera más que generosa va ya para tres años. No me ha pedido nada más que lo razonable, es decir, que respete la ley y que pague impuestos. No es menos cierto que no me exige ni lejanamente los impuestos asfixiantes y confiscatorios como los que hay en España fundamentalmente para mantener a castas privilegiadas políticas, sindicales, empresariales y religiosas. Me permite expresarme con total libertad y pensar y decir lo que quiero sin temer las represalias de cualquiera que pase por ahí. Además me ha ido otorgando reconocimientos que nunca ambicioné en mi país de origen, pero que tampoco sería lógico que esperara. Por eso, para mi este nombramiento ha sido un motivo de alegría y de gratitud, porque procede de una sociedad en la que el mérito tiene más valor que la sangre, en la que cualquier idea puede ser expresada sin temor a recibir el sambenito que puede acabar expulsándote de la vida pública, en la que no hay que pertenecer a una logia o a una iglesia determinada para medrar y en la que nadie te va a expulsar de los medios o del mundo editorial porque molesta a unos sectarios ubicados en Dios sabe qué esquina de la geografía nacional o de la política anti-nacional. No pude escoger mejor lugar para exiliarme.



Aquí seguiré, en esta tierra maravillosa, siendo embajador de esa lengua extraordinaria que es el español, lengua que no puede enseñarse en regiones enteras de España, y de esa cultura que tiene tantas cosas admirables y tantas otras que corregir para evitar que todo siga dando vueltas en la noria de la desdicha histórica. Porque si Estados Unidos y España son tan diferentes se debe, de manera fundamental, al hecho de que la primera se basó sobre la cosmovisión de la Reforma traída a estas tierras por los puritanos del Mayflower mientras que la segunda sigue repitiendo, aunque sea inconscientemente, la cosmovisión intolerante y destructiva de la Contrarreforma. Buena lección para reflexionar en ella.





Sé que ustedes disfrutarán de este nombramiento conmigo. A todos quiero unirlos en un cálido abrazo. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on October 13, 2015 08:16

October 12, 2015

El burdel catalán

Aunque constituye un tópico hablar de la basura que sale de la televisión, lo cierto es que existen espacios verdaderamente notables.

Uno de esos ejemplos de periodismo bien realizado, documentado, imparcial y casi me atrevería a decir culto es el que ofrece de lunes a jueves en Francia Yves Calvi con su programa C´est dans l´air. El pasado 28 de septiembre, Calvi moderó un debate extraordinario titulado Riesgo catalán y contagio independentista. Lejos de ser contertulios de misa y olla que lo mismo te hablan de fútbol que te descubren los secretos arcanos de la ciencia, los contertulios sabían de lo que hablaban y sus afirmaciones resultaron demoledoras. En frases contundentes y sólidas, dejaron de manifiesto, por ejemplo, que Mas es un político desastroso que no ha dejado de perder escaños cada vez que ha convocado elecciones hasta el punto de que se le podría llamar “Mas menos 12” porque son los asientos que pierde en cada elección autonómica. Sin embargo, lo más impresionante fue la manera en que conocían la Historia de España y la enfrentaron con las falsedades del nacionalismo catalán repetidas hasta la náusea. Por ejemplo, la Guerra de Sucesión jamás fue una invasión de Cataluña sino una guerra civil que enfrentó a unos catalanes con otros de la misma manera que sucedió en el resto de España. Resultó incluso sobrecogedor ver cómo conocían a los nacionalistas catalanes. No se trataba sólo de que afirmaran que los Pujol eran un ejemplo de corrupción política difícil de superar o de que la mamma Pujol era una racista apenas oculta como lo es, en general, un nacionalismo catalán que, de manera totalmente injustificada, se cree superior. Es que además el nacionalismo catalán no ha dejado de mentir hablando de un absurdo derecho a decidir cuando, en realidad, lo que tenía que haber dicho a los votantes era que una Cataluña fuera de España inmediatamente se vería arrojada de la Unión Europea. Eso por no hablar de que Cataluña recibe más del resto de España que viceversa y de que su destino sería aciago tras la independencia. En un momento determinado, uno de los contertulios acabó resumiendo la Cataluña nacionalista diciendo que “es un burdel”. La expresión me resultó dolorosa, pero no exenta de veracidad. Durante décadas, los nacionalistas han tenido una embajada en la zona más cara de París pagada por todos nosotros. Pero los franceses ni son estúpidos ni se amedrentan. No hay más que ver lo que piensan de la Cataluña nacionalista.



 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on October 12, 2015 00:39

October 11, 2015

La composición económico-social del judeo-cristianismo en el Israel del siglo I (I)

LOS PRIMEROS CRISTIANOS:

LA COMPOSICIÓN ECONÓMICO-SOCIAL DEL JUDEO-CRISTIANISMO EN EL ISRAEL DEL SIGLO I (I): Las clases altas y medias

Carecemos de los datos suficientes como para poder establecer un esquema exhaustivo de lo que fue la composición económico-social del judeo-cristianismo en Israel durante el siglo I. Aun así, no deja de ser obvio que poseemos un cierto número de referencias en relación con esta cuestión y que estas mismas nos permiten esbozarla al menos en cuanto a sus líneas generales se refiere. En las páginas siguientes, abordaremos primero el tema del encuadre de los distintos componentes de la comunidad desde una perspectiva económica y, posteriormente, nos referiremos a los distintos grupos sociales representados. Como tendremos ocasión de ver, tales clasificaciones se entrecruzan no pocas veces con factores de división religiosa. Este aspecto es propio del judaísmo del Segundo Templo —aunque no sólo de él— y contribuye a aumentar el factor conjetural de cualquier intento de reconstrucción, algo, por otra parte, inevitable si tenemos en cuenta el carácter fragmentario de las fuentes.





La composición económica (I): las clases altas



Las fuentes han dejado constancia diversa de que el panorama de las clases altas era relativamente diversificado en el período sobre el que discurrieron los primeros tiempos del judeo-cristianismo del siglo I en Israel. En el primer lugar se hallaba la corte. En relación con ella, debe señalarse que la forma de gobierno iniciada por la dinastía de Herodes tuvo como consecuencia el desarrollo de un tren de vida auténticamente fastuoso, tanto que ni Herodes ni Agripa I fueron realmente capaces de sufragar sus propios gastos.



Tras los miembros de la corte, se hallaba situada una clase a cuyos componentes podríamos denominar ricos en un sentido general. Sus ingresos, en buena medida, procedían de la tenencia de tierras a las que, no pocas veces, caracterizaba un absentismo total. Constituían signos externos claros de pertenecer a este segmento social tanto la pompa relacionada con la celebración de fiestas (Lam. Rab. sobre 4, 2) como la práctica de la poligamia.No obstante, el último aspecto distó de estar generalizado, muy posiblemente porque las exigencias económicas de las mujeres de la clase alta resultaban fabulosas. Los ejemplos que nos proporcionan las fuentes acerca de este último extremo son realmente impresionantes. Sabemos, por ejemplo, que había un canon establecido, el diezmo de la dote (Ket. 66b), destinado a gastos de tipo suntuario como los perfumes (Yoma 39b), los aderezos (Yoma 25), las dentaduras postizas cuyo refuerzo consistía en hilos de oro y plata (Shab. 6, 5), etc. Hasta qué punto esto era considerado como un derecho y no como un lujo, lo podemos ver en casos como el de la hija de Naqdemón (¿el Nicodemo del Cuarto Evangelio?), que maldijo a los doctores porque, cuando fijaron su pensión de viudedad, sólo destinaron cuatrocientos denarios de oro a gastos de este tipo (Ket. 66b; Lam. Rab. 1, 51 sobre 1, 16).



A esta clase adinerada pertenecían no sólo los terratenientes, sino también los hombres de negocios más importantes, los grandes recaudadores de impuestos, los rentistas y la nobleza sacerdotal. El oficio de sumo sacerdote, por ejemplo, ya exigía contar de por sí con un caudal considerable. En no pocas ocasiones, el puesto se obtenía simoníacamente (2 Mac. 4, 7-10, 24, 32; Yeb. 61a), pero, en cualquier caso, algunas de sus obligaciones —como la de pagar las víctimas del Yom Kippur— resultaban considerablemente caras (Ant. III, 10, 3; Lv. 16, 3). Ciertamente, no sorprende que el gasto y la opulencia desembocaran irremisiblemente en la corrupción y el nepotismo. Así, fue común que se aprovecharan de ser administradores del tesoro del Templo para cubrir las plazas de tesoreros con parientes (Pes. 57a bar; Tos. Men. 13, 21). Era común asimismo que contaran con propiedades (bar. Yoma 35b; Lam. R. 2, 5). Capítulo especial en esta cadena de corruptelas era el constituido por la venta de animales para los sacrificios en el Templo de Jerusalén. Por si fuera poco, llegado el caso de engrosar sus beneficios, tampoco se echaron atrás en la utilización de la violencia más opresiva (Pes. 57a bar; Josefo, Vida XXXIX; Ant. XX, 8, 8).



La penetración del judeo-cristianismo en este sector social debió de ser muy limitada. Nicodemo fue discípulo de Jesús (Jn. 7, 50; 3, 1) y proporcionó para su enterramiento cien libras romanas de mirra y áloe (Jn. 19, 39). No sabemos, sin embargo, que después siguiera unido al grupo de los discípulos. Desde luego, las fuentes no vuelven a mencionarlo. Casos parecidos son los de Zaqueo y José de Arimatea. El primero fue un jefe de publicanos (Lc. 19, 2) que no gozaba de especial popularidad (Lc. 19, 3) y al que el contacto con Jesús produjo un considerable impacto (Lc. 19, 8). El segundo es presentado por Mc. 15, 43 como eysjemon, un término que en los papiros se usa para designar a los hacendados ricos. Al parecer, se trataba de un personaje acaudalado (Mt. 27, 57), propietario de un huerto con un panteón familiar excavado en la roca situado al norte de Jerusalén (Jn. 19, 41; 20, 15). Dado que había sido excavado recientemente, es muy posible que su familia llevara poco tiempo en Jerusalén y que entonces sus propiedades se encontraran en otro lugar. Como sucede con Nicodemo , no tenemos noticias de que siguiera posteriormente vinculado al judeo-cristianismo.



Un caso más difícil de enmarcar es el del «Discípulo Amado» al que se refiere el Cuarto Evangelio. Si lo identificamos con Juan, el de Zebedeo, resulta obvio que no se trataba de una persona rica aunque sí perteneciente a una clase media acomodada. Pero si se rechaza tal identificación, cabría la posibilidad de que nos encontráramos ante un miembro de la clase rica —quizá incluso de la familia de los altos sacerdotes (Jn. 18, 10)— que sí perteneció posteriormente al grupo de seguidores de Jesús. Lamentablemente, el material que ha llegado hasta nosotros no nos permite, si rechazamos identificarlo con Juan el de Zebedeo, sino hacer conjeturas sobre su identidad.



Terreno más seguro es el que pisamos al referimos a otros personajes como las mujeres (Lc. 8, 1-3) que seguían a Jesús. Al parecer, habían sido objeto de alguna curación física o liberación demoníaca por parte de aquél. Entre ellas, se hallaban tanto Juana, la mujer de Juza o Chuza, intendente de Herodes; María Magdalena, Susana y «otras muchas que le servían de sus bienes». De esta descripción se desprende que algunas pertenecían a una clase acomodada, pero desconocemos la vinculación posterior con el movimiento. Pudiera ser también que María, la madre de Juan Marcos, perteneciera a este grupo de mujeres, así como al estrato superior de la sociedad. Sabemos que tenía una casa en Jerusalén (Hch. 12, 12) y los datos sobre ella hacen pensar que se trataba de un edificio espacioso (Hch. 1, 13 y ss.).



Existe, finalmente, otro dato relacionado con la presencia de miembros de las clases altas en el seno del judeo-cristianismo. Nos referimos a Sant. 2, 1 y ss., donde se habla de cómo hay gente provista de ropa suntuosa y de anillo de oro que visita las reuniones —literalmente la sinagoga— de los judeo-cristianos. La llegada de personajes de ese tipo provocaba al parecer una atracción que Santiago juzgaba insana y que atacó con rotunda firmeza. Pasajes como el de 4, 13 y ss. parecen poner de manifiesto que, muy posiblemente, había también hombres de negocios en el seno del movimiento, pero que Santiago temía su comportamiento soberbio derivado de un exceso de seguridad en el día de mañana.



En conjunto podemos señalar que existen datos relacionados con tres hombres (y un número indeterminado de mujeres) que pertenecían a la clase alta y que mantuvieron cierta relación con Jesús. No obstante, no tenemos referencias que nos permitan colegir si, con posterioridad a la muerte de aquél, todos se mantuvieron ligados al judeo-cristianismo. Otros dos personajes —María, la madre de Juan Marcos, y el Discípulo Amado, si no era Juan el de Zebedeo— pudieron quizá pertenecer a la clase alta y, desde luego, siguieron vinculados al grupo de los discípulos. Finalmente, hubo personas ricas —más específicamente parece que se trataba de hombres de negocios— que asistieron a reuniones de la comunidad judeo-cristiana palestina. No obstante, no sabemos si llegaron a integrarse en la misma. De hecho, la carta de Santiago indica que su presencia ocasionaba algunas tensiones, entre las que destaca el pecado de parcialidad al que se veían tentados algunos miembros.





La composición económica (II): las clases medias



Aunque algunos enfoques —no pocas veces ideológicamente interesados— han pretendido dividir la sociedad judía de esta época en sólo dos clases; lo cierto es que está muy bien documentada la existencia de diversas clases medias en su seno. Su composición era multiforme. Así nos encontramos con pequeños comerciantes, poseedores de alguna tienda en un bazar; artesanos, propietarios de sus talleres; personas dedicadas al hospedaje o relacionadas con el mismo; empleados y obreros del Templo —que, en términos generales y partiendo de un nivel comparativo, estaban bien remunerados— y sacerdotes no pertenecientes a las clases altas.



Todo hace indicar que buen número de los judeo-cristianos en el Israel del siglo I procedían de este segmento de la sociedad. Los sacerdotes a los que se hace referencia en Hch. 6, 7 correspondían, desde luego, a este entorno, al igual que el levita Bernabé (Hch. 4, 36-37), los fariseos conversos (Hch. 15, 5; 26, 5) y también el Discípulo Amado si se le identifica con Juan el de Zebedeo. Los primeros discípulos de Jesús, sin duda, pertenecían también a este sector de clases medias. Los hijos de Zebedeo contaban, según las fuentes, con asalariados (Mc. 1, 19-20 y par.); Leví había pertenecido al grupo de los publicanos (Mc. 2, 13 y ss. y par.); y Pedro tenía un negocio de pesca que explotaba a medias con su hermano y que le permitía tener una casa (Mc. 1, 16 y ss.; 1, 29-31) y, por lo que sabemos, entre la muerte de Jesús y Pentecostés volvió a ocuparse de esta actividad (Jn. 21, 1 y ss.).



Quizá también a esta clase media pertenecieron —si no eran de la alta— la madre de Juan Marcos (Hch. 12, 12), Ananías y Safira (Hch. 5, 1 y ss.), los que enajenaron sus bienes para entregar el producto al fondo de la comunidad (Hch. 2, 45; 4, 34) y los que los conservaron, como por ejemplo, las casas donde tenían lugar las reuniones (Hch. 5, 42). La misma familia de Jesús podría encuadrarse en este sector, aunque legalmente se les considerara pobres a efectos del cumplimiento de ciertos preceptos de la Torah. Prueba de ello es que un pariente de Jesús, seguidor de él y del que nos habla Eusebio (HE III, 20, 2), poseyó en un período situado entre los años setenta y noventa del siglo I propiedades censables en nueve mil denarios. De la misma manera, parece razonable incluir en este sector a algunos de los helenistas, sobre los que trataremos algo más adelante.





CONTINUARÁ



Hemos tratado en parte este tema con anterioridad en P. Fernández Uriel y C. Vidal, «Anavim…», cap. cit.



Sobre este aspecto, véanse J. Jeremias, Jerusalén…, ob. cit., pp. 105 y ss.; H. Guevara, Ambiente…, ob. cit., pp. 251 y ss.; F. J. Murphy, The Religious ..., ob. cit., p. 277 y ss.; C. Vidal Manzanares, El primer Evangelio…, ob. cit., parte I, Barcelona, 1993.



Un ejemplo de este tipo lo constituiría Ptolomeo, el ministro de finanzas de Herodes (Ant. XVII, 10, 9).



J. Leipoldt, Jesus und die Frauen, Leipzig, 1921, pp. 44-49.



Al respecto, sigue siendo de utilidad consultar la crítica de J. Leipoldt en Theolog. Literaturblatt, 39, 1918, col. 180 y ss., a los papiros de la Biblioteca de la Universidad de Basilea publicados por E. Rabel en Abhandlungen der koniglichen Gesellschaft der Wissenschaften zu Gottingen, 16, 3, Berlín, 1917.





 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on October 11, 2015 00:52

October 9, 2015

Are you washed in the blood of the lamb?

El libro del Apocalipsis 7: 14 recoge una visión extraordinaria de Juan cuando se encontraba recluido en el campo de concentración de Patmos. Primero, escuchó el número de los siervos sellados de Dios. Eran estos 144.000, cifra simbólica resultado de multiplicar doce por doce y por mil. Pero cuando Juan miró (7: 9) lo que contempló fue mucho, muchísimo más de 144.000. Se trataba de una multitud inmensa de toda raza, pueblo, reino y nación. Esa gente precisamente era la que llegaba hasta el trono de Dios. Pero semejante circunstancia no se debía a sus méritos ni a rito alguno sino al hecho de que habían sido limpiados con la sangre de Jesús (Apocalipsis 7: 14).

Para muchos la sangre de Jesús es algo que se bebe y para cuyo consumo hay que estar antes limpio. Hay paralelos a esa visión en muchas religiones mistéricas, pero no es lo que dice la Biblia. La sangre de Jesús limpia de pecado a aquellos que se acercan pidiendo perdón por los pecados. No es algo para ser bebido por los limpios sino para limpiar a los sucios pecadores porque para eso precisamente murió Jesús. Como señaló Pablo a los romanos: 1. Todos, absolutamente todos, hemos pecado y no alcanzamos a Dios (Romanos 3: 23); 2. Pero Dios nos saca de esa situación no por nuestros méritos u obras sino sin merecerlo (Romanos 3: 24); 3. Lo hace a través de la sangre derramada por Jesús en la cruz (Romanos 3: 25); 4. Ahora Dios demuestra que es justo justificando a aquellos que aceptan por fe el sacrificio de Jesús (Romanos 3: 26) y 5. Así Dios justifica por la fe sin las obras de la ley (Romanos 3: 28). Por lo tanto, la pregunta esencial en la vida de todo ser humano no es si has realizado más o menos obras o tienes más o menos méritos sino si te ha lavado la sangre de Jesús.



El texto de Apocalipsis 7: 13-17 nos dice que esos precisamente son los que verán como Jesús vive entre ellos (7: 15), los que verán calmada su hambre y su sed por Jesús (7: 16) y los que verán como el mismo Dios les enjugará las lágrimas (7: 17). Reconozco que las tres circunstancias me conmueven hasta lo más hondo.



Algo muy semejante canta esta canción. He escogido cuatro versiones. La primera es la clásica cantada con ritmo de bluegrass; la segunda es una versión interpretada por Alan Jackson que concluye con unas notas de Fly away, la preciosa canción que habla del momento en que nos echaremos a volar para encontrarnos con Dios; la tercera es una versión hispana, sin duda, la más humilde y sencilla porque se canta en medio de un culto y la cuarta es otra versión en español bastante cercana al original.



Espero que las disfruten y, sobre todo, que se respondan a la pregunta: ¿Has sido lavado en la sangre de Jesús?. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!





Esta es la versión Bluegrass



.embed-container { position: relative; padding-bottom: 56.25%; height: 0; overflow: hidden; max-width: 100%; } .embed-container iframe, .embed-container object, .embed-container embed { position: absolute; top: 0; left: 0; width: 100%; height: 100%; }



Esta la de Alan Jackson



.embed-container { position: relative; padding-bottom: 56.25%; height: 0; overflow: hidden; max-width: 100%; } .embed-container iframe, .embed-container object, .embed-container embed { position: absolute; top: 0; left: 0; width: 100%; height: 100%; }



Y ésta - ¿Has hallado a Cristo tu buen Salvador? – es una versión en español.



.embed-container { position: relative; padding-bottom: 56.25%; height: 0; overflow: hidden; max-width: 100%; } .embed-container iframe, .embed-container object, .embed-container embed { position: absolute; top: 0; left: 0; width: 100%; height: 100%; }



Otra hermosa versión en español que recoge bastante más el sentido de la versión original





.embed-container { position: relative; padding-bottom: 56.25%; height: 0; overflow: hidden; max-width: 100%; } .embed-container iframe, .embed-container object, .embed-container embed { position: absolute; top: 0; left: 0; width: 100%; height: 100%; }
 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on October 09, 2015 23:07

Me han hecho ustedes llorar o ya está en marcha el segundo crowdfunding

Hoy viernes, ha comenzado el segundo crowdfunding para la financiación del programa radiofónico La Voz. Como ustedes saben, el primer crowdfunding – que fue un éxito e hizo Historia – se vio tristemente malogrado al pretender una de las entidades colaboradoras quedarse con la mitad de lo recaudado. Semejante conducta – a mi juicio totalmente inaceptable – me llevó a solicitar que se devolviera el dinero a los donantes ya que no lo habían entregado para que fuera a un destino distinto del de pagar a los colaboradores de La Voz, colaboradores cuyos modestos emolumentos había cubierto de manera única y exclusiva quien ahora se dirige a ustedes. Esa fue mi posición y el paso del tiempo ha confirmado que no estaba equivocado.

Solucionada esa cuestión, persistía, sin embargo, el problema de la continuidad del programa. ¿Debíamos rendirnos o intentar mantenerlo? Decidimos seguir luchando. Así, en nuestra voluntad de mantener el programa – que comenzará, Dios mediante, a emitirse al completo el 26 de este mes de octubre – empezamos a dar los primeros pasos.



El resultado de nuestra resolución no ha podido ser hasta ahora más positivo. Todos los colaboradores sin excepción – Sagrario Fernández Prieto, Pilar Muñoz y Roberto Centeno - me comunicaron su voluntad de seguir en el programa convencidos de que mi actitud era la adecuada. Miquel Rosselló, paciente y concienzudo webmaster, se expresó en los mismos términos. Apenas unos días después, Isaac Jiménez – al que yo llevaba tentando infructuosamente desde hacía tiempo – se sumó a La Voz como más-que-productor porque, como saben los que lo conocen, posee una mente privilegiada. Enseguida encontramos una subdirectora que oportunamente les presentaremos… y sólo persistía el problema que dio origen al crowdfunding: la necesidad de financiación. Hemos decidido abordar esa situación poniendo en marcha un nuevo crowdfunding.



Como medida previa, escribimos a la gente que había donado para el primero a fin de que indicara si deseaba que sus donaciones anteriores les fueran devueltas o que se destinaran a un nuevo crowdfunding. Hasta el momento, sólo dos donantes han expresado su deseo de que el dinero les sea reintegrado y así se lo hemos comunicado a la empresa de crowdfunding para que actúe en consecuencia. El resto de los que se han puesto en contacto con nosotros han sido extraordinariamente claros a la hora de expresar sus deseos.



En primer lugar, han señalado que deseaban que el dinero se orientara hacia el nuevo crowdfunding e incluso en numerosas ocasiones se han manifestado favorables a realizar una nueva donación si fuera necesario o, habiendo recibido ya la cantidad de vuelta, han preguntado cómo podrían donarla de nuevo.



En segundo lugar, han repetido de manera contundente y casi me atrevería a decir que machacona que jamás dieron un solo euro con la idea de que fuera a parar a una finalidad distinta de pagar a los colaboradores de La Voz – es decir, los encargados de las secciones de psicología, economía, literatura y gramática - dando lo mismo si se trataba de que esa finalidad fuera el mantenimiento de una radio, la ayuda a una ONG o una obra en África. De que así había sido no tenía yo la menor duda, pero, de haberla tenido alguien, no ha podido quedar disipada con mayor claridad y energía por ustedes. Ni una sola persona – ni una sola – ha expresado la voluntad de canalizar su donativo a otro fin o a otra entidad. Otros podrán decir lo que quieran, pero ustedes no han podido expresarse de manera más transparente y luminosa. Exactamente, como anuncié desde el principio.



En tercer lugar – y para mi es lo más importante – los mensajes enviados por ustedes han estado rezumantes de sentimientos positivos como la gratitud, el entusiasmo, la bondad, la solidaridad, la generosidad, la simpatía o – me atreveré a decirlo – incluso el amor. Han logrado ustedes conmoverme con tantas de esas expresiones repetidas y más que inmerecidas relativas a la manera en que escuchan el programa y lo valoran, o a la forma en que llevan siguiendo mis libros y programas desde hace años, o al afecto con que donaron hasta las cantidades más pequeñas. No he podido evitar que se me humedecieran los ojos al ver cómo pedían disculpas - ¡por Dios! ¿por qué? – por no haber podido dar más; cómo señalaban su condición de parados y jubilados como atenuante - ¿de qué? – por haber donado solo una vez o cómo manifestaban su confianza en un proyecto que se sustenta sólo en ustedes aunque no siempre estuvieran de acuerdo - ¿por qué iban a estarlo? – con todas las opiniones mías o de mis colaboradores.



No se trata sólo de la reacción que han provocado en mi. Isaac Jiménez, el genial productor de esta nueva temporada de La Voz, me llamó profundamente conmovido para preguntarme si estaba leyendo sus mensajes. También él se sentía afectado en lo más hondo por la calidad humana que se desprendía de ellos. Le respondí, con un nudo en la garganta, que aquellos emails eran una demostración de que no andaba yo tan desencaminado al interesarme cada vez más en las personas y menos en las entidades por muy nobles que puedan anunciarse sus fines.



Las personas sufren, padecen, ríen, aman, lloran y, sobre todo, sienten. Con las diferencias que se puedan alegar, son, a fin de cuentas, carne como mi carne y sangre como mi sangre y sus vidas y sus quehaceres cotidianos me interesan porque, con los matices que se quieran señalar, son similares a los míos. En cuanto a las entidades… son capaces de hablarte de la inmensa humildad de un sujeto que vive en un palacio de quinientas habitaciones, de tener una contabilidad más opaca que las tinieblas del Hades o de pretender quedarse con la mitad de lo donado en un crowdfunding, generalmente, apelando a los más peregrinos razonamientos.



Yo sigo creyendo en personas como ustedes - no son tantas, debo reconocerlo – que aún aman a su nación, que desean conocer la verdad aunque sea dura, que se preocupan por otros que sufren y sienten como ellos, que desean un porvenir mejor para ellas y sus hijos, que se resisten ante el dominio de la pasividad, de la grosería, de la falta de integridad. Muchas veces no se conocen entre ustedes, pero están mucho más cerca de lo que se pueden imaginar cómo, por ejemplo, ha puesto de manifiesto el reciente campus literario. Sigo creyendo en esas personas aunque, por el contrario, hace mucho que dejé de creer en entidades que, a la primera de cambio, actúan de manera totalmente distinta a lo que proclaman y me da lo mismo si su contenido es político, sindical, religioso o dedicado a la pesca fluvial.



Es a gente como ustedes a las que apelo para llevar a cabo este segundo crowdfunding que sólo contará con un plazo de dos meses - y no tres como en el anterior – para llevarse a cabo. Confío en que, una vez más y en menos tiempo, volveremos a repetir lo que logramos hace unos meses y en que esta vez, gracias a Dios, lo conseguiremos además sin entidades colaboradoras ni sorpresas desagradables. Lo que está en juego es el derecho a la libertad de expresión, el derecho a ser informado con veracidad, el derecho a unos medios de comunicación realmente independientes. En otras palabras, la defensa de la Verdad y de la libertad. Una vez, más cuento con ustedes para esa tarea. Una vez, más sé que al menos trescientos responderán positivamente. Una vez más, Dios mediante, volveremos, juntos, a hacer Historia. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!





Pulsa aquí para donar



1 like ·   •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on October 09, 2015 09:32

October 8, 2015

Los libros proféticos (II): Profetas mayores y menores. Oseas, un profeta nada menor

Acercarse a los profetas no es fácil partiendo de la manera en que aparecen colocados en nuestras biblias. En las judías, se consideran como profetas primeros lo que nosotros denominamos libros históricos y hay una cierta lógica en ello porque en esos textos ya aparecen profetas tanto si escribieron como si no.

En los profetas posteriores, las biblias judías incluyen a Isaías, Jeremías, Ezequiel – no a Daniel – y a los doce denominados Menores. En el caso de las biblias cristianas, aparecen, primero, los denominados mayores - Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel que en las biblias católicas incluye textos apócrifos no incluidos en el canon judío y dotados de lo que compasivamente podríamos llamar un exceso de imaginación – y, a continuación, los doce menores. Ambas clasificaciones son problemáticas porque dificultan ir siguiendo el desarrollo histórico y espiritual de Israel. Pidiendo disculpas por anticipado, en las siguientes semanas, iré analizando brevemente los profetas no según su orden de colocación en la Biblia sino según su orden cronológico lo que, desde mi punto de vista, permitirá entender mejor todo. En fin, ya lo comprobarán ustedes.



Precisamente por el criterio que he elegido el primer profeta que nos encontramos es uno de los denominados convencionalmente menores aunque dejo a su juicio que decidan si es tan menor como su denominación indica. Me refiero a Oseas. Cuando nació Oseas, Israel llevaba mucho tiempo dividido entre el reino norteño de Israel y el sureño de Judá. Oseas desarrolló su ministerio profético en Israel durante el reinado de Jeroboam II. En paralelo, tuvieron lugar los reinados de Jotam, Acaz y Ezequías en Judá. Desde una perspectiva meramente humana, Jeroboam II fue un gran rey. Venció a los sirios – la Historia se repite o, al menos, lo parece – tomó Damasco y reestableció los límites originales de Israel. No sólo eso. Israel se convirtió en el reino más importante de esa zona del Mediterráneo e incluso experimentó un despegue económico de importancia basado en la exportación de productos agrícolas. La apariencia era excelente, pero Dios veía todo de una manera muy distinta y eso es precisamente lo que comunicó con sus acciones y sus palabras Oseas.



¿Cómo veía Dios al Israel de la época? Pues, por duro que sea, como a una mujer que engañara a su marido con el mayor de los descaros. Israel podía sentirse muy satisfecho, pero no pasaba de ser una ramera que había dado la espalda a Dios y se acostaba con todo aquel que se le ponía a tiro. Oseas iba a simbolizar esa terrible situación en su vida personal, un tema que – permítaseme la inmodestia de la autocita – relaté en mi novela Loruhama. Dios le dijo a Oseas que tomara una mujer que lo engañaría sin remisión, Gomer, y así lo hizo porque ese desdichado matrimonio sería un espejo de lo que sucedía entre Dios e Israel (1: 2-3). Incluso su hijo tendría un nombre simbólico que apuntaría al castigo que Dios desencadenaría sobre Israel si no se arrepentía (1: 4).



Las palabras son tan duras que no ha habido pocos que han tachado a los profetas de antisemitas. Las palabras pueden ser semejantes, pero la finalidad es distinta. El antisemita ataca a los judíos convencidos de que son odiosos y de que no hay más que ver su conducta para comprobarlo; el profeta señala también los pecados de Israel, no los justifica ni legitima, pero se duele de ellos y ansía su arrepentimiento y restauración. La diferencia no es pequeña. Por esto, tras un primer anuncio en que el adulterio espiritual de Israel queda simbolizado en el desdichado matrimonio de Oseas, se pronuncia un mensaje de restauración (c. 2). Es posible que Dios tenga que castigar a Israel por su pecado ya que ha sido ingrato con Dios (2: 8-9) y ha pensado que la religiosidad tiene importancia espiritual (2: 11 ss), pero lo que desea es atraerlo a una situación en la que pueda arrepentirse (2: 14) y abandone la creencia de que su seguridad está en el poder militar (2: 18).



Ni que decir tiene que Israel no escuchó la predicación de Oseas y se apartó todavía más de Dios, pero Dios siguió amándolo. De hecho, algo muy similar le pasó al profeta cuya esposa fue cayendo y cayendo hasta el punto de acabar convertida en una esclava. Oseas fue a rescatarla porque la amaba – “mujer amada de su compañero, aunque adúltera” – y así mostró lo que había en el corazón de Dios hacia Israel (c. 3).



Porque lo terrible es que Israel se creía sabio, próspero e incluso espiritual. ¡Grave error! En realidad, Israel había perecido porque carecía del conocimiento real de Dios contenido en las Escrituras ((4: 6 y 14). Esa falta de conocimiento no podía ser sustituido por las ceremonias religiosas o por la obediencia a una jerarquía sacerdotal y, precisamente por transitar ese camino, Israel había caído. No sólo eso. El clero tenía una inmensa parte de responsabilidad en esa situación (4: 7-9).



¿Cuáles eran los síntomas del adulterio espiritual de Israel digno del castigo de Dios? Oseas señala que el culto a las imágenes (4: 12), la promiscuidad sexual (4: 14) y la religiosidad exenta de conocimiento de Dios (6: 4 ss). Para Oseas, era repugnante que la gente se inclinara ante una imagen de madera incluso si la imagen respondía (4: 12); era indigno que se criticara a las esposas e hijas entregadas al desenfreno sexual cuando los padres y maridos hacían lo mismo (4: 14) y resultaban intolerables sus fiestas religiosas por mucho que a ellos pudieran agradarles. Dios afirma: “misericordia quiero y no sacrificio, y conocimiento de Dios más que holocaustos” (6: 6).



Por supuesto, habrá gente que piense que todo eso no pasa de ser cuestiones personales. ¡Grave error de nuevo! Un pueblo que se inclina ante imágenes, que se deja llevar por sus impulsos sexuales y que cree que determinadas prácticas religiosas acercan a Dios está corrompido por dentro y los síntomas de su corrupción acabarán apareciendo. En esa sociedad, la corrupción acabará rodeando al rey y a los hijos del rey (Oseas 7: 3); los jueces honrados serán devorados (7: 7) y se aprenderá de otros pueblos sólo para lo malo (7: 8). El resultado será que esa sociedad será como una torta que no acaba de cocerse (7: 8). Quizá tenga todos los ingredientes para ser atractiva y apetitosa, pero, a fin de cuentas, resultará algo tan insoportable que nadie deseará comerla (7: 8). Al final, incluso los extranjeros devorarán la riqueza de la nación sin que nadie se entere (7: 9). Sobre un pueblo así – soberbio, autosuficiente, religioso, pero no espiritual, carente de moral sexual, corrompido políticamente desde el rey hasta abajo, sin jueces independientes y con clérigos que buscan su beneficio y no enseñar lo que Dios pide – tarde o temprano caerá el juicio de Dios (7: 13-15). A fin de cuentas, Israel, a pesar de insistir en su religiosidad, desechó el bien, ¿por qué debería sorprenderle que sobre él cayera el mal? (8: 2-3). No, no puede extrañar porque incurrieron en dos terribles abominaciones: cuando se buscaron gobernantes nunca pensaron en Dios y para colmo se entregaron al culto a las imágenes (8: 4).



Sin embargo, Oseas no es pesimista. Aún hay tiempo para volverse a Dios si se desea hacerlo (10: 9-13). Pero si no produce ese cambio, el juicio acabará cayendo y de él no librará a Israel el hecho de estar aliado con las grandes potencias de la época como Asiria o Egipto (11: 1-4) o el de fabricar imágenes destinadas al culto e inclinarse hacia ellas (13: 1-3).



El último capítulo de Oseas es un llamamiento postrero a la conversión. Si Israel se vuelve a Dios (14: 1), si rechaza el mal que practica (14: 2), si no confía en las alianzas internacionales ni en el culto a las imágenes para su bien (14: 3)… entonces Dios lo sanará y lo amará no por los méritos de Israel sino por pura gracia (14: 4). Sólo entonces Israel podrá ser restaurado y prosperado (14: 5 ss) cuando abandone el culto a las imágenes (14: 8).



¿Respondería Israel al llamamiento de Dios formulado por el profeta Oseas? El propio Oseas no lo dice. Seguramente, tampoco lo sabía. Pero concluye su libro con una pregunta y es la de si en aquella sociedad de Israel alguien llegaría a captar su predicación porque la realidad es que los caminos de Dios son siempre los mismos, pero mientras algunos caminan por ellos, los que se empeñan en no hacerlo caen de bruces en ellos (14: 9).



Lectura recomendada:





Seguramente, éste es el primer contacto de muchos con un libro profético. Léalo entero – son pocas páginas - y luego reflexione sobre lo que le dice a la hora de contemplar la situación en Oriente Medio, en su país, en su vida. Después pregúntese: ¿ha merecido la pena leer a este pobre cornudo que vivió hace casi tres mil años, pero que también fue un profeta nada menor de Dios?

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on October 08, 2015 23:10

October 7, 2015

Conferencias en Missouri (III): La Inquisición española

El tema de la Inquisición española ha estado cargado históricamente de una fuerte impregnación polémica. Por regla general, los enemigos del imperio español la consideraron como una muestra de su carácter especialmente sanguinario. Frente a ellos, los abogados de ese imperio intentaron articular una defensa basada en argumentos como la intolerancia religiosa existente en otras naciones, la generalización del uso de la tortura en los reinos europeos o el espíritu de la época.

.embed-container { position: relative; padding-bottom: 56.25%; height: 0; overflow: hidden; max-width: 100%; } .embed-container iframe, .embed-container object, .embed-container embed { position: absolute; top: 0; left: 0; width: 100%; height: 100%; }



En otras palabras, la Inquisición española no era tan mala simplemente porque otros perpetraron atrocidades semejantes. El argumento es muy débil porque equivale a decir que Auchswitz no fue tan terrible dados los crímenes de Stalin o que el GULAG no fue tan espantoso porque existieron los campos de Treblinka o Dachau. Deseo adelantar que mi enfoque no va a ser ni el de considerar la Inquisición como un fenómeno especialmente sanguinario – creo realmente que sus efectos dañinos, que fueron terribles, se causaron más en las almas que en los cuerpos – ni mucho menos el de intentar disculpar una mentalidad y unas conductas que me parecen, sin ningún género de atenuantes, que sólo pueden ser calificadas como atroces. En los próximos minutos, intentaré exponer el desarrollo histórico de la Inquisición española, su verdadero efecto en la sociedad española y su impacto psicológico hasta el día de hoy.



Quizá deberíamos comenzar en el año 385 cuando tuvo lugar un episodio de enorme relevancia para la Historia del cristianismo y, en general, para la universal. Por primera vez, un tribunal formado por cristianos decidió llevar a cabo la ejecución de una persona por razones exclusivamente religiosas. Se trataba de un español llamado Prisciliano. Durante los tres primeros siglos de su existencia, el cristianismo podía haber expulsado de su seno a aquellos a los que consideraba inmorales o contrarios a las doctrinas contenidas en las Escrituras, pero nunca había osado utilizar contra ellos la violencia. A partir del siglo IV, el cristianismo comenzaría a utilizar otro tipo de penas contra los considerados herejes siendo la más grave la de destierro. Lamentablemente, no concluiría el siglo sin que la pena capital se sumara a los instrumentos de castigo de la iglesia occidental.



A pesar de todo, el aparato de represión ideológica se mantendría muy limitado en el curso de los siglos siguientes. Estaría en manos del estado, no dispondría de un cuerpo propio de investigación y se aplicaría rara vez. La situación experimentaría un vuelco radical en el siglo XIII por dos razones. La primera fue el inmenso poder que en los siglos anteriores había adquirido el obispo de Roma, a la sazón, reconocido como primado de todo Occidente y la segunda, el surgimiento de un desafío religioso colosal encarnado en la predicación mística de los cátaros y la bíblica de los valdenses. Fue así como en 1229, se estableció la Inquisición.



Debe decirse que su creación no logró acabar con los cátaros y, a pesar de que el papa lanzó contra ellos una cruzada, todavía en 1252, el papa mediante la bula Ad extirpanda decidió acentuar aún más una auténtica política de exterminio. Causa verdadera impresión que casi un siglo después, en 1330, todavía la Inquisición siguiera instruyendo procesos contra los cátaros en Occitania.



La inquisición llegó a España de manera casi inmediata. Cuatro años antes de su creación ya en la Corona de Aragón, el rey Jaime I en 1225 había excluido expresamente de las constituciones de paz y tregua otorgadas en Barcelona “ a todos los herejes, fautores y receptores”. Sobre los vasallos de Jaime I, recaía la obligación no sólo de rehuir el trato de los herejes sino también de delatarlos. Las disposiciones regias no debieron tener todo el éxito esperado porque, de nuevo, el 7 de febrero de 1233, Jaime I promulgó las constituciones de Tarragona ante los obispos de Gerona, Vich, Lérida, Zaragoza y Tortosa y los maestres de las órdenes militares del Temple y del Hospital. En ellas intentaba cortar de raíz la menor posibilidad de expansión de la herejía. Se prohibía, en primer lugar, discutir, en público o en privado, la fe católica so pena de excomunión y de ser considerado sospechoso de herejía. Se ordenaba entregar al obispo del lugar en el plazo de ocho días cualquier ejemplar del Antiguo o del Nuevo Testamento en lengua romance para que se procediera a arrojarlo al fuego. Igualmente, las constituciones señalaban la pena de confiscación para los que hubieran albergado a herejes y entregaba a la inquisición la investigación de las causas, advirtiendo de severos castigos para el que no cumpliera diligentemente con esa tarea. De este documento parte la implantación de la inquisición en España así como su funcionamiento. El clérigo señalaba la herejía. Los dos legos que servían a la inquisición entregaban al detenido al veguer o al baile del lugar. El obispo dictaba sentencia y se lo entregaba al brazo secular para que procediera a castigarlo.



En 1237, acusados de herejía albigense, fueron condenadas 55 personas en el vizcondado de Cerdaña y Castellbó. De ellas, 15 fueron quemados vivos y 18 en efigie. Junto con la extirpación de la libertad de expresión y la represión, vino la prohibición de la Biblia. La persecución llevada a cabo por la iglesia católica contra las Escrituras tuvo un notable éxito. No ha llegado hasta nosotros un solo fragmento de la Biblia procedente de los territorios de la Corona de Aragón anterior al siglo XV.



A pesar de estos antecedentes, el auge de la Inquisición en España se produciría a partir del siglo XV y estaría muy relacionado con un fenómeno como el de los denominados “cristianos nuevos”. En 1391, estalló en España una oleada de pogromos directamente impulsados por la iglesia católica que concluyeron con el exterminio de una tercera parte de los judíos españoles, la conversión de una tercera parte de los judíos al catolicismo y la supervivencia del tercio restante como judíos crecientemente acosados. El temor a que los judíos convertidos al catolicismo – “cristianos nuevos” - hubieran dado ese paso sólo por deseo de salvar la vida y que ellos y sus descendientes practicaran el judaísmo en secreto fue determinante para la creación de una inquisición típicamente española que surgiría durante el reinado de los llamados Reyes Católicos.



Pocos reinados han tenido una relevancia similar sobre la Historia de España al de los Reyes católicos. A ellos se debió la reunificación de España – aunque resultara incompleta porque no pudo integrar a Portugal – el final de la Reconquista, el paso triunfal a Italia y el descubrimiento de América. Con ellos se consumó un proceso iniciado siglos atrás, pero nunca concluido, de modelación del alma nacional sobre los patrones – y los intereses – de la iglesia católica. En esa modelación específica, más ligada a la religión que al sentimiento nacional, más vinculada a la agenda de la iglesia católica que a los intereses puramente nacionales, tendrían un papel extraordinario dos decisiones trascendentales impulsadas por los Reyes católicos. La primera fue la implantación de la Inquisición y la segunda, la expulsión de los judíos.



Ya en 1461, el franciscano Alonso de Espina había solicitado, con el respaldo de otros miembros de su orden, que el rey Enrique IV decretara una inquisición general en los territorios de la Corona de Castilla. Se trataba de un paso habitual en las órdenes mendicantes, entregadas de manera especial a la persecución de disidentes y a la propagación del antisemitismo. La finalidad de la nueva institución debía ser el descubrir a aquellos conversos que practicaban el judaísmo en secreto y castigarlos con la pena de hoguera si fuera estimado conveniente.



En teoría, la inquisición ya utilizada en Francia y Aragón era un instrumento de eficacia contrastada. Sin embargo, Enrique IV no quedó nada convencido por los argumentos de Alonso de Espina. Finalmente, la inquisición quedó sometida a los obispos y sólo actuó en Toledo. El resultado fue que las autoridades eclesiásticas llegaron a la conclusión de que la supuesta existencia de multitudes de cripto-judíos era un mito y que además puestos a encontrar herejes lo mismo se hallaban entre los cristianos nuevos que entre los denominados “lindos” o viejos. El dato resulta de enorme importancia porque muestra hasta qué punto la tesis de que España estaba rebosante de judíos ocultos carece simplemente de base . Ciertamente, no fueron pocos los que pidieron el bautismo por temor o por conveniencia, pero al cabo de unas décadas la mayoría de ellos y sus hijos se habían asimilado totalmente.



Sin embargo, una cosa era la realidad y otra lo que muchos deseaban creer. En una sociedad en que los conversos estaban demostrando una extraordinaria capacidad para ascender, era tentador creer que, en realidad, sólo eran peligrosos hipócritas y herejes. Esos cristianos nuevos, de ascendencia judía, eran, en suma, un colectivo al que había que castigar y, de paso, privar de sus posiciones. Todo ello acontecía alentado por órdenes religiosas que, a través del mecanismo del miedo, eran conscientes del aumento de su peso social.



La lucha por el poder utilizando como arma el antisemitismo resulta innegable y los puestos por los que se luchaba, fáciles de identificar. En la corona de Aragón, la vicecancillería regia, las secretarías, el bailío general y cargos como los de copero, despensero mayor, lugarteniente del tesorero general, gobernador de Aragón, escribano racional, conservador de Aragón o secretario de mandamientos de justicia estaban en manos de cristianos nuevos de origen judío. La situación no era diferente en la corona de Castilla donde eran cristianos nuevos consejeros de la Corona, contadores de cuentas, obispos e incluso el propio confesor de la reina, fray Hernando de Talavera. Todos desempeñaban adecuadamente sus funciones y el interrogante era saber si Isabel y Fernando adoptarían sus decisiones sobre la base de los intereses de España o de los de la iglesia católica.



El 24 de octubre de 1478, se presentó ante los reyes que se encontraban en Córdoba fray Alonso de Ojeda. El fraile les comunicó que se había descubierto en Sevilla un conventículo de seis criptojudíos que, durante la festividad de jueves santo, se burlaban de la fe católica. El episodio causó un enorme escándalo entre la población sevillana, aunque debe señalarse que era obviamente menor y que no justificaba la implantación de una institución como la Inquisición. Los reyes, sin embargo, en 1479, apenas unos meses después, dieron permiso para que se procediera a establecer la Inquisición.



A inicios de 1481, se produjo una ola de detenciones de conversos de elevada posición. El 6 de febrero, en presencia de fray Alonso, eran quemados seis reos en los campos de Tablada. Al poco ardían en el mismo lugar clérigos, frailes e incluso los huesos de conversos muertos tiempo atrás.



Sin embargo, la reina Isabel no estaba dispuesta a que los acontecimientos se desbordaran. Ese mismo 1481, justo un año antes de comenzar la guerra contra los moros de Granada, Isabel promulgó un Edicto de gracia llamando a la penitencia y a la reconciliación a todos aquellos que habían alentado o participado en asaltos contra los judíos. Más de veinte mil personas se acogieron al edicto – entre ellas no pocos clérigos y monjas – lo que dejaba de manifiesto la virulencia del antisemitismo que podían sufrir no ya los judíos si no los mismos conversos. Era sólo el inicio. Terminado el tiempo de gracia, los dominicos instaron a los reyes para que el Santo Oficio se instalara en Castilla y Aragón. Lo consiguieron. El 11 de febrero de 1482, a petición de los reyes, el papa Sixto IV otorgó su autorización para crear un Consejo supremo de la Inquisición. Su presidencia se confió a fray Tomás de Torquemada, prior de Santa Cruz de Segovia.



El 17 de octubre de 1483, Torquemada fue investido por una bula como inquisidor general de Aragón, Valencia y Cataluña. En abril del año siguiente, procedía a nombrar inquisidores en Aragón. Acto seguido se produjo una oleada de detenciones y condenas que llevaban aparejada la confiscación de bienes. Ante semejante situación, algunos conversos de origen judío llegaron a la conclusión de que la única manera de detener aquel proceso era asesinar a alguno de los inquisidores. Supuestamente, un acto de ese tipo infundiría el terror en otros que decidirían abandonar Aragón o se verían disuadidos de acudir a aquellos territorios.



El 15 de septiembre de 1485, un grupo de conversos aprovechó una misa que se celebraba en la Seo de Zaragoza para asesinar a puñaladas al inquisidor Pedro Arbués. El proceso de los asesinos del inquisidor Arbués concluyó con el descuartizamiento y muerte en la hoguera de algunos de ellos. Quedaron además en entredicho y sometidos a pública penitencia personajes de enorme relevancia a pesar de que no cabe dudar que fueran católicos.



El rey Fernando tuvo que hacer gala de sus mejores dotes de gobernante para impedir que los aragoneses desencadenaran una matanza de judíos en venganza por el asesinato de alguien al que consideraban un verdadero santo y que, de hecho, acabó siendo canonizado. Por si fuera poco, el episodio sirvió para fortalecer la creencia en que los conversos eran farsantes que habían cambiado de religión tan sólo para escalar con más facilidad posiciones en la corte. Se afirmaba que aquellos que acababan de entrar en la iglesia católica obtenían prebendas que a los que venían de casta de cristianos viejos les estaban vedadas.



El 4 de julio de 1487, la inquisición entraba en Barcelona. Al frente se hallaba fray Alonso de Espina y el 25 de enero de 1488, gracias a su diligencia inquisitorial, tenía lugar el primer auto de fe en Barcelona. Ese mismo año, se procedió a la reforma de las leyes u Ordenanzas del Santo Oficio que fueron publicadas con el título de Instrucciones. Sus veintiocho artículos aumentarían a treinta y nueve en 1490, y a cincuenta y cuatro en 1498, el año del fallecimiento de Torquemada. Para entonces, habría pasado más de un lustro de la expulsión de los judíos. Sin embargo, el hecho de que los judíos fueran expulsados de España en 1492 proporcionó paradójicamente más trabajo a la Inquisición. Como un siglo antes, millares de judíos se convirtieron al catolicismo sólo para poder permanecer en España sin perder vida y bienes. A la investigación de éstos y sus descendientes se dedicaría de manera especial la Inquisición. No serían los únicos. En el siglo XVI, los protestantes se convertirían en un nuevo objetivo de la persecución inquisitorial.



Aunque ese paso se ha relacionado con Felipe II la política de persecución de los protestante comenzó con su padre el emperador Carlos V. A decir verdad, Carlos V quiso instalar la Inquisición en Flandes donde persiguió a los anabautistas con enorme ferocidad. Ansió también durante su reinado aplastar a los protestantes alemanes, aunque la cercanía de los turcos le obligó a pactar concesiones en su favor - que no a reconocer libertades – que acabaron resultando irreversibles. En sus últimos tiempos, incluso dejó instrucciones para quemar herejes tanto a Fernando en Alemania como a Felipe en España.



A esas alturas, resultaba obvio que a su papel inicial de instrumento de control de los “cristianos nuevos” y de respaldo a la cosmovisión de limpieza de sangre, la inquisición española sumaba dos finalidades fundamentales. Estas dos finalidades fueron sembrar el terror en la sociedad paralizando cualquier posibilidad de disidencia de la iglesia católica y exterminar a cualquiera que decidiera seguir ese camino. Esa instrumentalización del terror constituye lo más específico de la Inquisición española.



Manuel Fernández Álvarez, quizá nuestro mejor historiador de la Edad moderna en décadas, no dudó en señalar que la Inquisición se valía de “el terror como sistema”. Se trataba del ejercicio “del terror premeditado, preparado y anunciado”. Por si cupiera alguna duda, Fernández Álvarez escribiría: “Y todo aquel horror en nombre de Cristo. ¿Cabe contradicción mayor?. Era la técnica del terror”.



En el mismo sentido apuntó el hispanista francés Bartolomé Bennassar cuando escribió ; “Se trataba de asegurar la ortodoxia religiosa más estricta por la vía del terror. El inmovilismo ideológico. Que nadie se atreviera, ni remotamente, a innovar nada, a criticar nada, a generar ninguna duda. Y a este respecto, el terror era lo más seguro. A los inquisidores no les importaba ser amados; lo que les importaba era ser temidos”. Guste o no, como también señaló Fernández Álvarez, al estudiar es tema “estamos, sin duda, ante la mayor sombra que proyecta aquella época: la sombra de la Inquisición; la sombra de la más cerrada de las intolerancias religiosas; la sombra, en suma, del fanatismo inquisitorial”.



Si ese terror lo padeció toda la sociedad española, como ya hemos señalado antes, se descargó de manera especialmente cruel sobre los protestantes españoles. No fueron éstos personajes de escasa relevancia.



Uno de los primeros exponentes de la Reforma española fue el conquense Juan de Valdés. Aunque se ha discutido mucho sobre su origen familiar hoy ha quedado establecido fuera de toda duda que era judío tanto por la rama paterna como por la materna. Incluso un tío materno, Fernando de la Barreda, fue quemado por la Inquisición por ser un judío relapso. Es muy posible que precisamente esa circunstancia que lo ubicaba en una posición de segunda dentro de la sociedad fuera una de las razones que le llevaron desde muy joven no a intentar profundizar en la fe judía de sus antepasados sino en la línea de reforma cristiana.



En los autos del proceso inquisitorial de Pedro Ruíz de Alcaraz, por ejemplo, se hace referencia a que Juan de Valdés era uno de los que asistían a las reuniones que se celebraban en domicilios particulares con la finalidad de leer y estudiar la Biblia. Contaba en aquel entonces con unos trece o catorce años lo que explica, por ejemplo, que no se le citara posteriormente para testificar en el proceso mencionado. La edad resulta, por otro lado, muy indicativa. Juan de Valdés era un joven que sentía inquietud - o al menos interés - por el terreno espiritual cuando apenas había salido de la infancia. Ese interés había encontrado además pronto cauce no en las manifestaciones mayoritarias de tipo religioso que se vivían entonces en el seno del catolicismo sino en un estudio directo, sencillo, casi diríamos que familiar, de las Escrituras. Se trataba de una conducta que resultaría definitiva en la configuración de la Reforma protestante.



La lectura de Erasmo, el estudio de la Biblia y la experiencia con los grupos relacionados con Alcaraz cristalizaron en el caso de Valdés en una obra que se publicó el 14 de enero de 1529 en la imprenta de Miguel de Eguía en Alcalá. Nos referimos a su Diálogo de doctrina cristiana. En el Diálogo, se afirma, por ejemplo, de la iglesia que no que debe identificarse con una jerarquía o un conjunto de dogmas sino más bien que “es un ayuntamiento de fieles, los cuales creen en un Dios padre y ponen toda su confianza en su Hiijo y son regidos y gobernados por el Espíritu Santo que procede de entambros”. La definición es totalmente neotestamentaria y, precisamente por ello, encaja con la teología protestante, pero colisiona, siquiera por omisión, con la visión católica.



Por si fuera poco, la Biblia no es presentada como una de las fuentes de revelación –que fue la doctrina católica posteriormente consagrada en el concilio de Trento- sino que se la señala como única regla de revelación y de conducta : “Leed en la Sagrada Escritura, adonde declara Dios en esto su voluntad en muchas partes, y haced conforme a lo que leyereis”.



Finalmente, y esto resultaba subversivo en una España basada en la pureza de sangre y en el concepto de la honra, se contraponía ese aspecto medular de la España católica a otro de más honda raigambre cristiana: “la honra del cristiano más debe consistir en no hacer cosa que delante de Dios ni de los hombres parezca fea, que no en cosa ninguna mundana ; porque esa honra que vos decís que sostenéis, es camino del infierno”. Al fin y a la postre, lo que Valdés sostenía era una reforma en virtud de la cual la iglesia no fuera contemplada como una jerarquía sino como el conjunto de los fieles definidos no tanto por su adhesión a unos dogmas o a unas prácticas rituales cuanto por su sumisión a Dios; la fe cotidiana se sustentara no tanto en los mandatos eclesiásticos cuanto en la Biblia, y la honra no fuera un concepto basado en la sangre o en la posición social sino en una conducta ejemplar cuyo paradigma fuera la enseñanza evangélica.



De manera bien significativa, y al igual que Lutero, Valdés recuperó la doctrina neo-testamentaria de la justificación por la fe que chocaba con la idea de una salvación por los propios méritos sustentada por la visión católica. De manera nada difícil de entender, en 1529, Valdés se convirtió en objeto de un proceso inquisitorial del que salió bien parado gracias a la intervención decidida de los erasmistas alcalaínos. El mismo Erasmo le felicitó en una carta escrita desde Basilea el 21 de marzo de 1529. Sin embargo, sólo había sido un respiro en medio de una batalla cada vez más encarnizada. A inicios de 1531, Juan de Valdés supo que se estaba instruyendo un segundo proceso inquisitorial contra él. La respuesta de Valdés fue rápida y, desde luego, acertada: huyó de España. Salvó la vida, pero, en 1541, murió en el exilio donde organizó una serie de grupos clandestinos uno de cuyos miembros sería el genial artista Miguel Ángel. Si triste es la muerte hay que reconocer que, sin embargo, la suya no pudo ser más oportuna. El 8 de enero de 1542 una Bula renovó y reforzó la Inquisición romana. El documento papal pretendía aplastar a los que consideraba heterodoxos y, en buena medida, lo consiguió. De los amigos de Valdés, algunos - como Pierpaolo Vergerio, obispo de Capodistria, que se convirtió al luteranismo o Pedro Mártir Vermigli que se identificó con el calvinismo - huyeron y terminaron por pasarse al campo protestante convencidos de que nunca habría una reforma realmente evangélica en el seno de la iglesia católica. Otros - como Pietro Carnesecchi - se convirtieron en víctimas inmediatas de la Inquisición.



La suerte de los protestantes españoles fue atroz. En 1546, Juan Díaz, publicó su Suma de la religión cristiana en la que se identificaba claramente como partidario de la Reforma. La inquisición no acabó con él sólo porque antes fue asesinado por su hermano Alfonso, un católico fanático que pensó lavar con sangre la deshonra de tener a un protestante en la familia



Ese mismo año de 1546, otro español, Jaime de Enzinas fue quemado en Roma. Su delito había sido sostener los mismos puntos de vista que los reformadores. El hermano de Jaime, Francisco Enzinas, sería más afortunado y lograría escapar de la Inquisición en los Países Bajos españoles. No sólo eso. Amigo de Felipe Melanchthon, llevó a cabo una magnífica traducción del Nuevo Testamento del griego al español. Era uno de los grandes helenistas de su época, pero eso no lo salvó de ser detenido por las autoridades en Flandes. Logró escapar y llegar a Inglaterra donde fue catedrático de griego en Cambridge. Murió – como tantos españoles valiosos víctimas de la intolerancia – en el exilio.



Felipe II – el monarca al que Geoffrey Parker ha definido muy acertadamente como “imprudente” - presidió el primer auto de fe contra protestantes españoles. Tuvo lugar en Valladolid, el domingo 29 de mayo de 1559. Felipe II señalaría que, de haber sido uno de ellos su propio hijo, el mismo habría acercado la leña para que ardiera. Con seguridad, no exageraba. Simplemente, era un exponente más de una mentalidad fanática modelada por la iglesia católica de acuerdo con la cual el derramamiento de sangre, como en el caso de Juan Díaz, era la única manera de responder a la disidencia religiosa. El 24 de septiembre del mismo año, un nuevo auto de fe tendría como escenario la ciudad de Sevilla. La hoguera arrancó la vida a varias docenas de protestantes, pero no logró todavía acabar con los reformados. De hecho, la represión se recrudeció con extraordinaria virulencia. Apenas pasado un año, cerca de cuarenta protestantes eran arrojados a las llamas en Sevilla. El 22 de diciembre de 1560, otros catorce protestantes fueron quemados vivos. Ninguno quiso retractarse y, por el contrario, dieron muestra de una notable entereza incluidas las ocho mujeres, algunas de ellas niñas.



A pesar de la fiereza de la persecución desencadenada contra los protestantes, los grupos que se reunían en las casas para estudiar la Biblia y orar siguieron existiendo. Prueba de ello es que en 1562, otros ochenta y ocho protestantes fueron arrojados a las llamas. Durante las décadas siguientes, los protestantes quemados en la hoguera seguirían sumándose a lo largo y a lo ancho de España. En la modesta localidad de Calahorra, por ejemplo, hubo sesenta y ocho casos de protestantismo antes de concluir el s. XVI además de trescientos diez sospechosos. Por añadidura, las hogueras para reformados se encendieron en Valencia, Zaragoza, Córdoba, Cuenca, Granada, Murcia, Llerena o Toledo donde hubo cuarenta y cinco casos de protestantes españoles y ciento diez extranjeros.



La amenaza inquisitorial fue respondida en ocasiones con el exilio. Ése fue el caso, por ejemplo, de algunos de los protestantes afincados en Sevilla. De hecho, en el monasterio de san Isidro de esta ciudad española se había producido un fenómeno con paralelos en toda Europa. Un grupo de monjes había comenzado a estudiar la Biblia de manera regular y diligente y el resultado había sido su abandono de los dogmas católicos y su orientación hacia doctrinas bíblicas defendidas por los reformados como la de la justificación por la fe o la única mediación de Cristo. El resultado fue que la congregación abrazó la causa de la Reforma y en 1557 emprendió la huida de una España entregada a la represión de la Inquisición. Entre los exiliados más ilustres se hallaban Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera. El primero encontró – como muchos protestantes españoles - refugio en Ginebra y llevó a cabo la traducción de la Biblia al castellano más editada de la Historia (1569), una versión que, precisamente, revisaría el segundo de los citados (1602). Los Reyes Católicos expulsaron de España a los judíos y la Inquisición desarraigó de España el protestantismo. Ambas decisiones pesarían enormemente en la Historia de España y no de manera positiva. En relación con los últimos, todavía durante el siglo XVII siguieron juzgándose y ejecutando protestantes en España. Incluso el último ajusticiado de la inquisición en el año 1826 fue otro protestante Cayetano Ripoll.



La Inquisición no sólo sirvió como instrumento para perpetuar una división social basada en la limpieza de sangre – esa división se mantendría hasta bien avanzado el siglo XIX – o para exterminar a los disidentes religiosos sino también para amoldar la vida intelectual a unos patrones muy concretos. El primero en padecer lo que Ángel Alcalá ha descrito muy certeramente como “el clima de terror y suspicacia” en que “la Inquisición actuaba siempre por delación” fue un humanista llamado Antonio de Nebrija, el autor de la primera gramática de la lengua española. A él se fueron sumando otros como Miguel Servet – condenado por la inquisición española antes de perecer en Ginebra – Francisco de Vergara o Juan Luis Vives. Si en el caso de Vergara, su gran falta era oponerse a lo que Bataillon denominó “ortodoxia policíaca e inculta cuyos campeones son los frailes y el fiscal”, en el de Vives fue su humor al criticar la ignorancia rampante de los comentarios debidos a autores medievales de la Orden de Santo Domingo o llegar a descubrimientos tan sencillos para cualquiera que lee el Nuevo Testamento como el de que “nadie se bautizaba antiguamente sino ya en edad adulta”. La Inquisición puso en el punto de mira incluso a personajes que luego serían canonizados por la iglesia católica como Juan de la Cruz - secuestrado, confinado y torturado por sus compañeros de orden - Ignacio de Loyola, Juan de Ávila, fray Luis de Granada, Francisco de Borja o Teresa de Ávila. Todos ellos hubieran podido acabar en el listado de heterodoxos de no contar con algunos valedores poderosos. Como señaló Ángel Alcalá, con seguridad, la inquisición logró que se trazaran las líneas de lo ortodoxo y lo heterodoxo al “catholico modo”, pero dejó “herida de muerte la espontaneidad espiritual y su libre expresión literaria” y dictó condena sobre personajes, como Miguel de Molinos, que, muy posiblemente, eran ortodoxamente católicos. Al final, la clave para esa conducta fue el encono contra la Biblia que, fruto de una actitud radicalmente opuesta, en paralelo, produjo un despegue cultural extraordinario en la Europa de la Reforma.



A mi juicio, ésta es la clave para poder analizar con rigor histórico a la Inquisición española. Con total seguridad, el peor tributo de la Inquisición no fue el uso de la tortura o el número de sus víctimas físicas sino la creación de una cultura del terror que, por añadidura, apelaba a Cristo para su realización omnicomprensiva. Que los inquisidores, fieles siervos de la iglesia católica, deseaban, como siempre ha sucedido en los estados totalitarios, sembrar el terror no admite la menor duda cuando se examinan las fuentes históricas. En 1578, Francisco Peña, al reeditar el Manual de inquisidores redactado a finales del s. XV por Nicolau Eymerich, dejó constancia de que “hay que recordar que la finalidad primera de los procesos y de la condena a muerte no es salvar el alma del acusado sino procurar el bien público y aterrorizar a la gente (ut alii terreantur)… No hay ninguna duda de que instruir y aterrorizar a la gente con la proclamación de las sentencias, la imposición de los sambenitos sea una buena acción”. La confesión voluntaria del inquisidor no admite segundas interpretaciones. La iglesia católica no buscaba el bien espiritual de la víctima. Lo que deseaba era utilizarla para difundir el terror entre las masas, un terror que se consideraba una buena acción. Juzguen ustedes el parecido que podía haber entre semejante cosmovisión y la del Evangelio de Jesús. En cualquier caso, no sorprende que la simple detención por parte de la Inquisición llevará al arrestado a suicidarse. Ese fue el caso del sastre judío Luis Correón que se ahorcó en su celda de Llerena en 1591 o como el del converso Diego Méndez que hizo exactamente lo mismo en su encierro en 1625.



Los medios con los que la Inquisición lograba infundir ese terrible pavor en la población española fueron diversos. El primero fue, desde luego, la tortura. El uso de la tortura era común en aquella época y todavía hoy, lamentablemente, es objeto de discusión. Sin embargo, debe reconocerse que la Inquisición añadió algunos elementos especialmente pavorosos. A los tormentos habituales - potro, garrucha, toca – los inquisidores gustaban de añadir otros nuevos. Esas variaciones en el arte de atormentar a los reclusos provocaron no pocas súplicas de las distintas cortes españolas. Las aragonesas de 1510, 1512 y 1519; las catalanas de 1515 y las castellanas de 1518 solicitaron del rey no la abolición de la Inquisición, pero sí que se abstuvieran de introducir innovaciones en el arte de torturar. Las cortes castellanas, celebradas en Valladolid, en 1518, suplicaron a los procuradores que los jueces de la Inquisición fueran fiables, que los acusados pudieran conocer quién había testificado en su contra y que “no se use de ásperas y nuevas invenciones de tormentos que hasta aquí se han usado en este oficio”. No era poco significativa la reiterada súplica porque los métodos de tortura utilizados por la Inquisición ya resultaban de por si sobrecogedores. La garrucha era una polea que servía para mover una cuerda con que se ataban las muñecas de la víctima. El interrogado era levantado hasta una cierta altura, por regla general con las manos a la espalda, desde la que se le dejaba caer de golpe o en sacudidas. El dolor no sólo era insoportable sino que además con facilidad descoyuntaba los brazos. El potro era un caballete sobre el que se ataba al interrogado con unas cuerdas a las que se daba vueltas para que se hundieran en la carne. Finalmente, la toca era un embudo de tejido por el que se deslizaba lentamente el agua desde un recipiente al estómago del detenido. La sensación de asfixia y de estar a punto de reventar era punto menos que insoportable. En palabras de un antiguo miembro de la Inquisición, “el efecto debía ser sumamente doloroso, pues con el agua se adhería la tela a las ventanas de la nariz y a la misma boca y no le dejaba respirar”. Los inquisidores dosificaban la tortura de los interrogados y, ocasionalmente, contaban con médicos para que examinaran el estado de las víctimas. Sin embargo, la finalidad no era causar daño al interrogado sino asegurarse de que pudiera soportar el tormento para arrancarle la deseada confesión. Por ejemplo, cuando Alonso de Alarcón, en 1636, se vio sometido a tormento, los doctores dictaminaron que sólo podía torturársele por el lado derecho ya que el izquierdo lo tenía inútil a causa de una parálisis.



- Con todo – justo es reconocerlo – al igual que sucedería en el GULAG tan pavorosamente descrito por Solzhenitsyn, las torturas de la Inquisición no se aplicaron a todos por igual. Aquellos que eran “de los nuestros” siempre recibieron un trato más benévolo. Protestantes y criptojudíos fueron torturados de manera sistemática y, de forma bien reveladora, en el reino de Aragón, esa sistematicidad se aplicó también a los sospechosos de homosexualidad o zoofilia. Sin embargo, el tormento nunca se aplicaba a los sacerdotes solicitantes, es decir, aquellos que se habían valido del confesionario para intentar obtener favores sexuales de sus penitentes.



- Si horrible era la perspectiva del tormento no lo era menos el rigor de las condenas posteriores aunque variara según las fechas. Antes de 1530, la proporción de sentencias a la última pena fue muy elevada. Con posterioridad, las condenas a muerte volvieron a experimentar un incremento en tres épocas muy concretas. La primera – a la que ya nos hemos referido – cuando Felipe II decidió exterminar a los protestantes españoles; la segunda cuando en la Corona de Aragón, se desató una oleada represiva contra homosexuales y zoófilos y, finalmente, entre 1648 y 1660 cuando, tras la caída del Conde-Duque de Olivares tuvo lugar una verdadera cacería del converso procedente del judaísmo, en no pocos casos de origen portugués. En otras palabras, la Inquisición redujo las condenas a muerte cuando estimó que el objeto de su ira había sido completamente exterminado y no vaciló en volver a multiplicarlas cuando llegó a la conclusión de que existía un nuevo segmento de la población que debía ser aniquilado. De ahí que durante el siglo XVIII siguiera pronunciando penas de muerte en 1714, 1725, 1763 y 1781 y que incluso en pleno siglo XIX, tras la obra de las Cortes de Cádiz y el regreso de Fernando VII, su último ajusticiado fuera un maestro llamado Cayetano Ripoll cuyo delito había consistido en ser protestante.



Es muy posible que, como ha señalado Bennassar, lo que causaba mayor pavor en la Inquisición no fuera aquello en lo que coincidía, en mayor o menor medida, con la justicia civil sino aquellos aspectos en que la superaba ampliamente. Esas áreas fueron el secreto judicial, la memoria de la infamia y la amenaza de la miseria. Ciertamente, el hecho de que la Inquisición actuara con un secreto absoluto fue contemplado por los españoles con verdadero horror. En las capitulaciones presentadas por las Cortes aragonesas a Carlos V en 1518 se contuvieron no pocas quejas frente a ese secretismo inquisitorial y durante tres años se produjo un encarnizado tira y afloja para que se suprimiera. Sin embargo, la Santa Sede confirmó el odioso procedimiento entonces y volvió a hacerlo una y otra vez en el futuro. Por ejemplo, en 1670, cuando, por ejemplo, en Inglaterra la influencia de los puritanos había terminado con el uso del tormento judicial y creado un conjunto de garantías procesales, la Inquisición promulgó una ordenanza que prolongaba el secreto en España. Ese secreto impedía que el acusado conociera las razones de su procesamiento y que pudiera defenderse, todo ello mientras se le sometía a tormento, era separado de los suyos y pendía sobre él la terrorífica posibilidad de ver confiscados sus bienes y quemado su cuerpo.



- Por añadidura, el secreto iba unido de manera indisoluble a la práctica de la delación. Tan repugnante conducta era animada de manera explícita por la Inquisición que no sólo la calificó como obra santa y merecedora de indulgencias sino como garantía de la salvación eterna. Como ha enfatizado muy acertadamente Bennassar, los testigos falsos, a pesar de la enorme gravedad de su acción, no eran castigados y no lo eran porque constituían parte fundamental de un engranaje que perseguía, por encima de todo, provocar el pánico.



Así, la actividad de un delator del que no existía posibilidad real de defenderse y cuya falsedad no sería castigada era susceptible de ocasionar la desgracia de cualquiera. Baste decir que en Valencia, de 1478 a 1530, sólo hubo doce absoluciones entre 1.862 sentencias conocidas, es decir, un 0,65 por ciento. Con posterioridad a 1570, tan sólo un veinte por ciento de los acusados logró librarse sin grandes problemas.



Por añadidura, la Inquisición no sólo era capaz de causar la ruina de alguien cuyo delito era no someterse a los dictados de la iglesia católica o que incluso podía ser inocente sino que además contaba con el poder de extender la infamia a los descendientes del condenado causando también su desgracia perpetua. Los métodos para perpetuar la infamia eran, fundamentalmente, tres.



El primero y menos grave era la penitencia pública vinculada al uso de sambenitos que se colocaban en los templos para que la comunidad fuera más que consciente de que familia había quedado infamada. Los descendientes de protestantes, criptojudíos o moriscos se veían siempre infamados, aunque la pena era extensible, no con la misma asiduidad, a otras categorías de condenados.



El segundo método era la inhabilitación que afectaba a los descendientes de los condenados a muerte o a prisión perpetua tras su reconciliación con la iglesia católica. Al igual que los condenados – y a pesar de ser inocentes de toda culpa – no podían ir a las Indias; practicar ocupaciones como la medicina, la carnicería o el corretaje en ferias; lucir vestidos de seda y joyas; llevar armas; montar incluso en una mula; ejercer funciones públicas o entrar en una orden religiosa. Los nacional-socialistas alemanes intentaron recuperar a no pocos hijos de comunistas o socialistas e incluso en la Unión soviética existía esperanza para los hijos de los acusados de ser “enemigos del pueblo”. No existía tal posibilidad en la España de la Inquisición. Desde las instrucciones de Torquemada de 1484 y los decretos de los Reyes Católicos de 1501, la infamia pasaba de generación en generación sin tener en cuenta la inocencia de los descendientes. De esa manera, la Inquisición contribuyó a crear un verdadero apartheid en el que, por una parte, se hallaban los cristianos viejos y, por otra, buena parte de los descendientes de los cristianos nuevos o de los herejes ya condenados para siempre a arrastrar la marca de la infamia inquisitorial.



Hasta qué punto pesaba semejante conducta sobre la vida de las personas puede verse en el caso de Cristóbal Rodríguez. Regidor y alférez del pueblo de Los Santos, Rodríguez fue denunciado a la Inquisición por ser hijo y nieto de condenados por la Inquisición. Rodríguez se salvó alegando que su madre le había dicho que lo había concebido de relaciones adúlteras mantenidas con un cristiano viejo. Ser hijo de una adúltera era con mucho mejor para la Inquisición que serlo de un hereje.



A lo anterior se sumaba el poder absoluto del que disponía la Inquisición para arruinar económicamente al reo y a sus descendientes. Una condena como la de destierro implicaba la miseria de familias que se veían apartadas de sus medios de vida. A esta terrible circunstancia se añadían las multas y las confiscaciones de bienes que llenaban las arcas de la Inquisición. Basta analizar este tipo de condenas para descubrir que sectores enteros de la población como los descendientes de judíos o de moros fueron quebrados económicamente por la Inquisición con la intención nada oculta de mantenerlos en la pobreza y evitar que pudieran competir con los cristianos viejos.



Por añadidura, la Inquisición – estableciendo terribles paralelos con otras instituciones propias de los sistemas totalitarios – practicó tanto la puesta en escena de castigos ejemplarizantes que aterrorizaran al conjunto de la población como un ritual del terror en el que, colectivamente, participaba el pueblo como había acontecido, por ejemplo, en los pogromos del siglo XIV y como luego sucedería en la Unión soviética y en el III Reich. No se trataba sólo de quemar libros y personas sino de que en las horripilantes ceremonias se aprendiera el miedo y-o se participara bajo el sonido de los himnos religiosos y el espectáculo terrible de las antorchas y de las llamas. Así, la Inquisición tenía capacidad no sólo para torturar y matar, no sólo para detener sin garantías y para dejar libre de castigo a los testigos falsos, no sólo para incitar a la delación y prometer la salvación a quienes incurrieran en una conducta semejante sino también para arruinar e infamar a los descendientes, un poder absolutamente pavoroso que creó lo que Bartolomé Bennassar ha denominado muy acertadamente “memoria de la vergüenza”. Ninguna institución represiva, antes o después, llegaría a tanto, de manera tan sistematizada y durante tanto tiempo ya que su actuación se extendió a lo largo de varios siglos.





Posiblemente, lo más grave de la Historia de la Inquisición considerado todo desde el día de hoy no es sólo la forma en que la Inquisición actuó durante siglos sino la manera en que modeló la mentalidad hispánica. La docilidad ante el terror, el gusto por la delación, las recompensas ofrecidas a los que denuncian falsamente a sus vecinos, los procesos ideológicos sin garantías, la infamia descargada sobre los descendientes de los odiados, la ruina de los considerados disidentes o la “memoria de la infamia” son conductas que se repetirían vez tras vez a lo largo de los siglos siguientes y que incluso hoy en día no han sido extirpadas del alma nacional española. No puede sorprender que así sea porque, gracias a la iglesia católica, durante siglos estas conductas fueron consideradas meritorias y no sólo eran susceptibles de proporcionar recompensas materiales y sociales sino también de garantizar la salvación eterna. No puede sorprender, ciertamente, pero tampoco debería sorprender que determinadas características del alma española – características transportadas a las Américas – sigan pesando negativamente mientras no se conozca y reconozca lo que verdaderamente fue la Inquisición española. Una cuestión, sin duda, histórica, pero cuyas consecuencias proyectan su sombra hasta el día de hoy a uno y otro lado del Atlántico.

1 like ·   •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on October 07, 2015 22:04

October 5, 2015

Conferencias en Missouri (II): Cervantes y Don Quijote. Cuatrocientos años de disidencia

En 1615, se publicó la segunda parte del Quijote. A pesar de que había tenido un éxito enorme, al cabo de unas décadas, el libro había caído prácticamente en el olvido entre sus compatriotas. No dejaba de ser una circunstancia peculiar si se tiene en cuenta el eco que don Quijote iba a tener en la Historia de la cultura universal.

.embed-container { position: relative; padding-bottom: 56.25%; height: 0; overflow: hidden; max-width: 100%; } .embed-container iframe, .embed-container object, .embed-container embed { position: absolute; top: 0; left: 0; width: 100%; height: 100%; }

Por ejemplo, la novelística inglesa del s. XVIII encontró en el Quijote un auténtico paradigma literario. Henry Fielding (1707-1754) parodió “a la manera de Cervantes” la novela de Samuel Richardson “Pamela o la virtud recompensada”, igual que el español había hecho con los libros de caballerías y en su Tom Jones (1749) citó el Quijote vez tras vez. Laurence Sterne (1713-1768) en su Vida y opiniones del caballero Tristam Shandy (1760-1767) imitó el itinerario quijotesco adobándolo con multitud de comentarios elogiosos al Quijote. Estas dos obras junto con el Sir Launcelot Greaves (1760) de Tobias George Smollet (1721-1771) constituyen el gran tríptico quijotesco de la literatura inglesa durante el s. XVIII. También influido por el Quijote fue el Wilhelm Meister (1829) de Goethe (1749-1832). Charles Dickens (1812-1870) construyó una de sus mejores novelas, Los papeles póstumos del club Pickwick (1836-1837), en clave genuinamente cervantina. De hecho, Pickwick es un quijote a la inglesa suspendido entre la realidad y el idealismo al que acompaña un criado llamado Sam Weller, trasunto anglosajón de Sancho Panza hasta el punto de intentar imitar a éste en la utilización continua de refranes.



Algo similar a lo sucedido en Gran Bretaña encontramos al otro lado del Canal. El Tartarin de Tarascon (1872) de Alphonse Daudet (1840-1897) presenta huellas quijotescas claras pero éstas no son menos evidentes en dos de las grandes novelas del realismo francés del s. XIX: Rojo y negro (1830) y La Cartuja de Parma (1839). Su autor, el conocido Stendhal (1783-1842) confesaría en su autobiográfica Vida de Henri Brulard que su descubrimiento del Quijote había constituido “posiblemente la época más importante de su vida”. Pero mi exposición de hoy no trata sobre la influencia del Quijote en la literatura universal, baste decir que llegó a Gustave Flaubert (1821-1880), Honoré de Balzac (1799-1850), a Nathaniel Hawthorne (1804-1864); Herman Melville (1819-1891); Mark Twain; Iván Turgueniev (1818-1883); Karámzin; Pushkin; . Nikolai Gógol; Tolstoi; Fiódor Dostoyevsky (1821-1881); Nikolai Leskóv; Benito Pérez Galdós (1843-1920); Thomas Mann (1875-1955), André Gide (1869-1951), Miguel de Unamuno (1864-1936), Aldoux Huxley, William Faulkner, Juan Rulfo o Graham Greene. ¿Cómo pudieron olvidar el Quijote los españoles en tan sólo unas décadas?



Por si fuera poco, la recuperación del Quijote por los españoles ya avanzado el siglo XVIII se debería no poco a la influencia de autores extranjeros que habían captado, al menos en parte, la extraordinaria grandeza de la novela. Debe reconocerse que estamos hablando de un episodio bien peculiar. Es como si Shakespeare hubiera caído en el olvido a los pocos años de su muerte y los ingleses lo hubieran recuperado al ver su fama entre los alemanes o como si Faulkner fuera un completo olvidado en Estados Unidos y lo recuperáramos en los próximos años dado el éxito que el autor sureño disfruta en Alemania. Por supuesto, semejante fenómeno podría explicarse apelando a la proverbial ingratitud que los españoles manifiestan hacia los mejores de entre los suyos, pero creo que nos acercamos más a la realidad histórica si ubicamos la razón de ese distanciamiento casi inmediato en el hecho de que Cervantes no era un autor que encajara con la cultura oficial de la Contrarreforma sino, por el contrario, una persona que disentía, inteligente e irónicamente, de no pocos de sus valores. A diferencia de Calderón, de Lope de Vega e incluso de Quevedo, Cervantes no era un defensor de la cultura oficial y casi parece milagroso que sus compatriotas, después de arrojarlo al olvido, decidieran recuperar su Quijote e incluso convertirlo en modelo de la cultura española.



Como en el caso de otros personajes históricos de notable relieve, no han sido pocos los que han atribuido a Cervantes un linaje de rancio abolengo. La verdad es que la familia del escritor no perteneció a la alta nobleza sino a la hidalguía de clase media. El abuelo materno era magistrado y llegó a reunir un cierto caudal como terrateniente en la localidad castellana de Arganda. En cuanto al paterno, Juan de Cervantes, era hijo de un comerciante dedicado a los paños; estudió leyes en Salamanca y acabó convirtiéndose en juez de las propiedades confiscadas por la Inquisición. Hacia marzo de 1543, el padre de Cervantes, Rodrigo vivía en Alcalá de Henares, una localidad muy cercana a Madrid, ejercía como cirujano – una ocupación situada por debajo de la del médico y por encima de la de barbero - y estaba casado con Leonor de Cortinas de la que tuvo siete hijos incluido Miguel que fue bautizado el 9 de octubre de 1547 en la iglesia de Santa María la Mayor.



La infancia de Miguel fue ciertamente agitada pasando por Valladolid, Córdoba – donde estudió en el Colegio de jesuitas – Sevilla y Madrid. En esa época, Miguel había comenzado a escribir habiéndonos llegado a nosotros un soneto dedicado a Isabel de Valois, esposa de Felipe II. De 1568 proceden ya los siguientes frutos poéticos de Miguel de Cervantes.



Las siguientes noticias que tenemos de Cervantes lo sitúan en Italia. Se ha señalado la posibilidad de que saliera de España a causa de un duelo cuyo castigo habría deseado evadir, pero la cuestión no es segura. A ciencia cierta el primer documento donde se hace referencia a la estancia de Miguel de Cervantes en Italia es de 22 de diciembre de 1569 y resulta muy significativo de la España de la época. Se trata de una declaración de su padre en la que afirma que ninguno de sus antepasados era moro, judío, converso, hereje o culpable de algún crimen. En otras palabras, Cervantes disfrutaba de la limpieza de sangre, una circunstancia de la que se burlaría una y otra vez en sus obras y que, dicho sea de paso, se podía falsear como así lo hizo la familia de Teresa de Ávila descendiente de judíos. La naturaleza de este documento hace pensar que el empleo que buscaba Miguel en Italia estaba relacionado con un español o con un clérigo ya que sólo gente de esa naturaleza podía estar interesada en saber que las personas a su servicio eran cristianos viejos. En La Galatea (1585), Cervantes señala que fue gentil hombre de cámara en Roma de un cardenal llamado Acquaviva. Cabe la posibilidad de que ese episodio deba encuadrarse precisamente en estos meses y que la declaración de su padre se relacionara con los requisitos relacionados con servir a un personaje de semejante importancia. Desde luego en diciembre de 1569, Miguel estaba en Roma. Al año siguiente ya era soldado y fue entonces, en 1570, cuando los turcos invadieron Chipre y los moriscos se sublevaron en Granada. Felipe II, presionado por la Santa Sede y Venecia, se aprestó para un nuevo enfrentamiento con los turcos. El 20 de mayo de 1571 se constituyó la Santa Alianza cuyas fuerzas estarían bajo el mando de don Juan de Austria, un hijo bastardo de Carlos V. El 7 de octubre de 1571, la flota aliada y la turca se enfrentaron en el golfo de Lepanto. Durante la batalla, Cervantes se hallaba a bordo de la Marquesa, enfermo de fiebre. Según la declaración de dos testigos, el capitán y algunos de sus compañeros le aconsejaron que permaneciera en la bodega y no participara en la lucha. Miguel se negó a hacerlo y combatió teniendo a su mando un bote en el que iban doce soldados. De aquel combate, Cervantes recibió dos heridas en el pecho y una tercera en la mano izquierda que le quedaría inutilizada para siempre.



Durante 1572 y 1573, Cervantes alternó las acciones militares con las estancias en Nápoles. Allí mantuvo relaciones amorosas con una joven napolitana - la Silena de su poesía - con la que tuvo un hijo, el único varón, al que llamó Promontorio. Según lo referido en la Galatea y en La morada de los celos, Silena le sedujo con sus “descuidos cuidados” pero también fue origen de no pocas penas.



Durante los años anteriores Cervantes había dado muestras repetidas de valor, pero no fue objeto de ningún ascenso. Sí logró en aquella época que don Juan de Austria y el duque de Sessa firmaran unos documentos en los que se hacía referencia a su comportamiento como militar y se rogaba del rey que le concediera una capitanía en alguna de las compañías acantonadas en Italia. El 20 de septiembre de 1575, Cervantes y su hermano Rodrigo zarparon de Nápoles a bordo de la galera Sol. Al pasar cerca Les Saintes Maries, las tres naves que formaban la flotilla fueron atacadas por los piratas berberiscos.



Para desgracia de Cervantes, sus captores descubrieron las cartas de recomendación de Juan de Austria y del duque de Sessa. Así llegaron a la conclusión - totalmente errónea - de que era persona de enorme importancia y las protestas de Miguel no les convencieron de lo contrario. La consecuencia directa fue que los piratas fijaron por él un rescate elevadísimo - seiscientos ducados - que su familia no podía pagar.



La posibilidad de que el cautiverio se prolongara toda la vida y los terribles maltratos físicos impulsaban a los cautivos no pocas veces a intentar fugas a la desesperada aún a sabiendas de que semejante acción podía costarles la vida. Cervantes intentó fugarse en 1576, 1578 y 1579, pero, finalmente, en 1580 fue liberado por los frailes trinitarios.



Al llegar a España, Cervantes intentó obtener algún trabajo en la Corte - algo que estimaba justo premio a su pasado - pero no recibió nada relevante salvo un empleo temporal como mensajero del rey y la esperanza de obtener un puesto en las Indias. En su tiempo libre, se dedicó a trabajar en una novela pastoril que recibiría el título de La Galatea y que fue publicada a finales de 1583.



El 12 de diciembre de 1584, Miguel de Cervantes contrajo matrimonio con Catalina de Salazar y Palacios. Era una mujer joven - dieciocho años frente a los treinta y siete de Cervantes – lo que lleva a pensar que su juventud pesó en que se decidiera Miguel a dar el paso del matrimonio.



Literariamente, Cervantes intentaba encauzar su carrera como escritor. En marzo de 1585, se comprometió a escribir dos obras de teatro para la compañía de Gaspar de Porras. Aquel prometedor inicio, sin embargo, iba pronto a verse truncado por el éxito de Félix Lope de Vega y Carpio que cambió las reglas del teatro en España.



El 18 de febrero de 1587, María Estuardo, la reina católica de Escocia, fue ejecutada por Isabel de Inglaterra por conspirar contra ella y la idea de una invasión de Inglaterra se fue abriendo camino en la mente de Felipe II. Se inició así el proyecto de la denominada Felicísima Armada que debía llevar a cabo semejante operación militar en la primavera de aquel mismo año. En Sevilla, Cervantes fue nombrado comisario con la misión de dedicarse a la requisa de grano y aceite. Hacia el mes de septiembre - después de la mala cosecha de ese año - Cervantes fue enviado a Écija, a noventa kilómetros de Córdoba, con la tarea de aprovisionarse de trigo. Fue un trabajo amargo en el curso del cual Cervantes fue excomulgado dos veces por la iglesia católica ya que había realizado requisas de bienes eclesiásticos.



En 1590, Miguel sufría ya un verdadero hastío por su trabajo y, al llegarle la noticia de que en América había cuatro cargos vacantes, solicitó al Consejo de Indias que se le otorgara uno de ellos. Sin duda, los servicios que había rendido hasta entonces al rey no eran pocos, pero el Consejo rechazó la solicitud.



En 1594, Cervantes llegó a la capital de España. A esas alturas, tenía cuarenta y siete años y ninguna perspectiva optimista de futuro. También su carrera literaria estaba estancada. Durante los años siguientes, proseguiría el prolijo estudio de sus cuentas – lo que no dice mucho de la eficacia de la administración española – y en 1597, Cervantes, por un error de apreciación se vio detenido y recluido en la prisión real de Sevilla. Esta segunda estancia de Cervantes en la cárcel iba a durar siete meses y parece que dejó una profunda huella en el escritor. Es también posible que fuera en prisión donde comenzó la redacción de la primera parte de el Quijote.



En el verano de 1599, Cervantes se hallaba en Madrid, pero, finalmente, decidió volver a abandonar la capital y regresó a Sevilla. Son pocos los datos que tenemos sobre su vida en aquella época, pero parece que los negocios le fueron bien. En 1600 - el año en que murió su hermano Rodrigo combatiendo en la batalla de Nieuport - logró alcanzar una posición de cierto desahogo. Hay alguna posibilidad de que Cervantes volviera por unos días a Esquivias en esas fechas y asimismo de que durante ese período continuara con la redacción de la Primera parte del Quijote.



En 1604, Cervantes se trasladó con su familia a Valladolid y a finales de ese mismo año el manuscrito de don Quijote estaba en manos de su impresor de Madrid, Juan de la Cuesta. En enero de 1605 fue publicado. De manera inmediata obtuvo un importante éxito y antes de acabar el año habían salido a la calle seis ediciones. Como ha señalado Melveena McKendrick, “seguramente la novela es la más compacta, compleja y diversificada que jamás se haya escrito”.



El 24 de enero de 1606, se anunció oficialmente que la Corte iba a regresar a Madrid y, efectivamente, así sucedió en abril de aquel año. A finales de 1606, tanto el escritor como su esposa Catalina se hallaban también en Madrid.



En junio de 1610, la familia Cervantes se trasladó a una casa de la calle de León en Madrid. Sin duda, fue aquel un período de profunda melancolía que marcó la vida de Cervantes. Su hermana Magdalena - la persona a la que había estado más unido - había muerto. La relación con su hija se había deteriorado de manera irreparable. Su nieta había fallecido. Su sobrina pronto se casaría. Sólo le quedaba una esposa que no le había dado hijos, de la que había vivido separado mucho tiempo y con la que, quizá, la relación no debió ser muy profunda. Además, aunque se dedicaba fundamentalmente a escribir, se mantenía apartado de los círculos literarios de la capital. En ese contexto, se volvió cada vez más religioso y recordó con nostalgia sus años de juventud. Un lugar especial en esa añoranza lo ocupó Promontorio, el hijo varón que había engendrado en Italia. De hecho, así lo menciona en el Viaje del Parnaso, publicado en 1614, el mismo año en que vio la luz la primera edición francesa del Quijote.



Para esa fecha, Cervantes había demostrado con creces que era un magnífico novelista. Tal hecho se debía no sólo a la redacción de la Primera parte del Quijote. También arrancaba de un conjunto de obras a las que se denomina colectivamente Novelas ejemplares ya que en todas ellas estaba presente un ejemplo o lección moral. Para 1613, ya habían aparecido doce novelas de este tipo y aunque menos conocidas que el Quijote no puede negarse que se trata de joyas literarias de no escaso valor. En las mismas se analiza con la peculiar óptica cervantina problemas humanos como los celos y el amor entre personas de edad dispar (El celoso extreño), la virtud como circunstancia de mayor importancia que el linaje (La ilustre fregona, La gitanilla), la crítica social (El coloquio de los perros), la picaresca (El casamiento engañoso), la locura (El licenciado Vidriera), etc. Se trata de temas que permiten comprender la especial cosmovisión de Cervantes y en las que se abordan temas que el autor volvió a retomar, en mayor o menor medida, en el Quijote. De hecho, éste inicialmente pudo ser una novela ejemplar que sólo abarcaba los seis primeros capítulos. No sólo estaba descollando en la novela sino que además había regresado por un tiempo al mundo de la creación teatral.



Por esa fecha, mantenía un ritmo febril de producción literaria. En la dedicatoria de sus comedias de septiembre de 1615 Cervantes prometía la aparición de Los trabajos de Persiles y Sigismunda, las Semanas del Jardín y la segunda parte de la Galatea. Cuando un mes después se puso a escribir el Prólogo de la Segunda parte del Quijote mencionó ya sólo el Persiles y la continuación de la Galatea quizá porque era consciente de que no podría redactar las Semanas a causa de su estado de salud.



En marzo de 1616, Cervantes concluyó el Persiles convencido, al parecer, de que sería su obra de más éxito aunque lo cierto es que, pese a sus méritos considerables, quedaría eclipsada totalmente por el Quijote. El 2 de abril, sábado de Pascua, decidió profesar con todos los votos como terciario de san Francisco, lo que significaba que se ahorraría los gastos de su entierro.



El 22 de abril falleció Cervantes y no el 23 como habitualmente se señala para hacerlo coincidir con la fecha de fallecimiento de Shakespeare sin tener en cuenta que en Inglaterra regía aún el antiguo calendario juliano. El 23, el cadáver del escritor, vestido con el hábito franciscano y con la cara descubierta, fue trasladado al convento de las trinitarias descalzas en la esquina de la calle Cantarranas, la actual de Lope de Vega.



De manera bien significativa, Cervantes no había tenido una categoría literaria inferior a la de autores como Lope de Vega, Calderón o Quevedo, pero su reconocimiento había sido muy inferior. No había disfrutado del éxito del genial Lope que además fue sacerdote y familiar de la Santa Inquisición. Ni había tenido misiones políticas como Quevedo que pagó cara su cercanía a la corte. Ni había disfrutado de las relaciones personales de Calderón o Tirso de Molina, ambos clérigos. Tampoco recibió títulos de nobleza como Velázquez, Quevedo o Calderón. También es verdad que Cervantes no había compartido la cosmovisión de todos ellos. Ciertamente, había recordado la gloria de la victoria de Lepanto sobre los turcos, pero había tenido compasión de los moriscos expulsados de España. Ciertamente, creía en la fidelidad matrimonial, pero era tolerante hacia ella y jamás hubiera asumido los criterios de venganza sangrienta de Calderón. Ciertamente, amaba a España, pero nunca hubiera entrado en el tipo de intrigas que vivió Quevedo. Ciertamente, gustaba del triunfo, pero nunca hubiera sido un personaje frívolo y mundano como Tirso que, por cierto, era fraile. Cervantes de manera fina, irónica, sutil había disentido de aquella cosmovisión de la Contrarreforma y no debería sorprendernos que con su muerte comenzará el intento por sumirlo en el olvido junto con el Quijote. Y es que su disidencia quedó expresada de manera especial en esta novela.



¿Cuál es el mensaje del Quijote? Existen indicios más que suficientes para pensar que, en un principio, la novela del Quijote no iba a pasar de ser otra novela ejemplar. Esto es lo que encontramos en realidad cuando se leen los seis primeros capítulos, los referidos a la primera salida del hidalgo. Como en el caso, por ejemplo, del Licenciado Vidriera, nos encontramos con la historia de alguien que enloquece. En este caso es un hidalgo y la causa la constituye la lectura de los libros de caballerías. La pobre víctima de tan perniciosa lectura abandona su hogar (I, 1); llega a una venta donde es armado caballero de una manera que, precisamente, le imposibilita el llegar a serlo algún día porque contraviene las Siete Partidas (I, 2 y 3); pone de manifiesto lo absurdo de su empeño en la trágica aventura de Andrés y Haldudo el rico (I, 4); es molido a palos en otra de sus hazañas (I, 4) y, finalmente, regresa quebrantado a su hogar (I, 5). Dentro de ese esquema primario, el capítulo 6 en que su biblioteca de libros de caballerías era arrojada a las llamas constituía una clara conclusión no sólo porque se extirpaba la raíz de los males del hidalgo - los libros de caballerías - sino porque además, por boca del cura, Cervantes podía pronunciar un juicio crítico sobre la literatura de su tiempo. Que esa novela ejemplar tenía como objetivo arremeter contra los libros de caballerías está totalmente fuera de discusión.



Por razones que se nos escapan Cervantes debió de llegar a la conclusión de que la historia del loco era lo suficientemente fecunda como para servir de cañamazo a nuevas aventuras y así surgió la prolongación de la misma que, en su conjunto, constituye la Primera parte del Quijote. En ella, el objetivo de la obra sigue siendo el mismo que en su hipotética primera redacción pero el relato resulta menos lineal y directo. Cervantes va intercalando en él nuevas historias y junto con el ataque a los libros de caballerías se hilvanan otras enseñanzas morales. El amor a la patria y a la libertad se encuentran presentes en la historia del cautivo, la necesidad de ser prudente y de respetar los votos matrimoniales hacen acto de presencia en la novela del curioso impertinente, la alabanza del amor y la necesidad de respetar el honor ajeno surgen en las peripecias de Cardenio, Luscinda, Dorotea y don Fernando, etc. El ataque a los libros de caballerías se ha mantenido pero a él se han sumado otras enseñanzas.



Por ejemplo, Cervantes ataca la idea de limpieza de sangre y lo hace de manera cómica y dramática. Esa limpieza de sangre sólo es, por mucho que se empeñe la iglesia católica, una ficción social. Sancho, el escudero de don Qujiote, no es más educado, más rico o más noble espiritualmente por ser “cristiano viejo” y de sangre limpia. En realidad, es analfabeto, pobre y bastante codicioso. Lo vemos y nos reímos. Pero, de la misma manera, la virtud de Luscinda o Dorotea no se ven más respetadas por pertenecer a familias con limpieza de sangre. La limpieza de sangre es una manera de que algunos españoles se sientan superiores a otros, pero no de que disfruten de justicia de la misma manera que el ser blanco en el Deep South no era garantía de fortuna a inicios del siglo XIX sino sólo de estar por encima de los negros. De esa manera, Cervantes – sutil e irónicamente – muestra la falsedad de la base sobre la que estaba construida la sociedad española de la Contrarreforma.



Esa base no era mejor cuando se examinaban estamentos como el clero o la nobleza. Ciertamente, el cura del pueblo de don Quijote es contemplado con afecto, pero la manera en que Cervantes se burla del traslado de las reliquias de san Juan de la Cruz asemejándolas a un cortejo de fantasmas o ironiza sobre la procesión de imágenes permite ver que no era un creyente al estilo de Lope o Calderón. En cuanto a la aristocracia, el personaje de don Fernando es un claro ejemplo de cómo los supuestamente mejores son los peores. Todo esto – y más – aparece en la primera parte del Quijote no poco opacado por la historia del hidalgo loco, historia grandiosa sin duda, pero que no ha sido recogida por un español con limpieza de sangre sino, según el relato de Cervantes, por un morisco, es decir, alguien inmundo que, por añadidura, escribía en árabe.



La Segunda parte del Quijote es, en buena medida, un libro aparte en el que la disidencia se ha refinado. En términos literarios, desde luego, nos encontramos con una obra técnicamente mucho más madura, con personajes mucho más acabados y con una acción mucho más unitaria y correctamente lineal. Para cuando Cervantes acomete la tarea de escribirla han pasado además muchas cosas que han dejado su huella en la vida del autor. A esas alturas, el escritor posiblemente cuenta con un buen pasar económico pero, a la vez, es un hombre anciano, enfermo, convencido de que ya nunca se le hará justicia en su nación ni en la Corte, decepcionado de su hija Isabel, inmerso en la nostalgia del hijo que tuvo en Italia y al que nunca conoció y, sobre todo, hondamente volcado en la vivencia cristiana donde espera hallar consuelo. Ha descubierto lo que la vida puede dar de si y se siente con deseos de comunicar su especial cosmovisión - seguramente gestada embrionariamente años atrás - a sus contemporáneos.



En esta Segunda parte, Cervantes rompe los límites impuestos en la Primera y pinta un cuadro compasivo, pero muy crítico de la sociedad en que vive. Sus personajes - que adquieren una altura moral impensable en la Primera parte - trascienden las fronteras de la Mancha. Además obtienen aquello que deseaban aunque el resultado final sea muy distinto del que pensaron.



Sin duda, Cervantes creyó alguna vez en las bondades del sistema político-social en su juventud. Ciertamente, ya no tenía fe en él cuando escribió la Segunda parte del Quijote. El mundo en que vive el hidalgo manchego está caracterizado porque en él “ya triunfa la pereza de la diligencia, la ociosidad del trabajo, el vicio de la virtud, la arrogancia de la valentía” (II, 1).



¿Acaso podría ser de otro modo teniendo en cuenta como es su clase dirigente? Sumergida en diversiones como “matar a un animal que no ha cometido delito alguno” (II, 34), lo cierto es que cuando la gente busca justicia encuentra a sus dirigentes “en el monte holgándose” (II, 34). Su bajeza moral, envuelta en los oropeles del gasto y del despilfarro, se pone de manifiesto en los duques, al igual que en la Primera parte lo hiciera en el personaje de don Fernando. Ociosos, corruptos y complacidos en burlarse de un loco idealista y de su ingenuo servidor, constituyen un prototipo - en absoluto imaginario - de la clase dirigente y, por ello, un claro mentís a toda la doctrina político-social de la limpieza de sangre. Los que presuntamente son más esclarecidos, en realidad presentan un cuadro de clara degeneración moral.



Para Cervantes, la pirámide social no debe quedar articulada en torno a ese principio y no porque, como se ha afirmado en ocasiones, descienda de cristianos nuevos sino simplemente porque así lo indica su propia experiencia personal y, sobre todo, su creencia en las enseñanzas de Jesús. Así afirma que “el grande que fuere vicioso será vicioso grande y el rico no liberal será un avaro mendigo” (II, 6), “que las virtudes adoban la sangre, y que en más se ha de estimar y tener un humilde virtuoso que un vicioso levantado” (II, 32) y que “la sangre se hereda, y la virtud se aquista, y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale” (II, 42).



Asimismo, frente al frecuente recurso a la espada, a la violencia y al derramamiento de sangre, propugna el seguir la enseñanza de Jesús que ordena no vengarse del mal recibido (II, 11) y afirma que ninguna venganza es justa:





“El tomar venganza injusta (que justa no puede haber alguna que lo sea) va derechamente contra la santa ley que profesamos, en la cual se nos manda que hagamos bien a nuestros enemigos y que amemos a los que nos aborrecen; mandamiento que, aunque parece algo dificultuoso de cumplir, no lo es sino para aquellos que tienen menos de Dios que del mundo, y más de carne que de espíritu; porque Jesucristo, Dios y hombre verdadero, que nunca mintió, ni pudo ni puede mentir, siendo legislador nuestro, dijo que su yugo era suave y su carga liviana, y así no nos había de mandar cosa que fuese imposible el cumplimiento” (II, 27).





Esa fidelidad de Cervantes a la ética de Jesús es la que la que le lleva asimismo a cuestionar el papel legitimador y rector que la iglesia católica desempeña en una sociedad cuyo principio vertebrador repudia.



Dicho sea de paso, ese aspecto pudo incidir negativamente en la visión que el público tuvo del teatro de Cervantes, demasiado crítico para su gusto. Cervantes no fue protestante y no es, en absoluto, seguro que, como se ha afirmado ocasionalmente, fuera erasmista. Sin embargo, sintió una profunda aversión por la religión externa que deja intocado el espíritu de la persona y por la omnipresente influencia del clero en el poder.



Para Sancho Panza y para su amo, el que predica bien es el que vive de manera adecuada y no resulta menester otra teología (II, 20). De la misma manera, la verdadera lucha contra los gigantes, como reconoce el propio don Quijote es matar la soberbia, la envidia, la ira, la gula, la lujuria y lascivia y la pereza (II, 8). Por ello, Cervantes no puede dejar de lamentar el pésimo papel que representan los eclesiásticos cercanos a los poderosos. Evidentemente siente aversión por aquellos que, como el preceptor de los duques, “gobiernan las casas de los príncipes, destos que como no nacen príncipes, no aciertan a enseñar cómo lo han de ser los que lo son, destos que quieren que la grandeza de los grandes se mida con la estrechez de sus ánimos, destos que queriendo mostrar a los que ellos gobiernan a ser limitados les hacen ser miserables” (II, 31).



También manifiesta su desprecio hacia los ermitaños que viven bien aunque “menos mal hace el hipócrita que se finge bueno que el público pecador” (II, 24). Desde luego, no deja de ser curioso que en una sociedad repleta de frailes y monjas, de clérigos y prelados, el único santo que aparece en el Quijote sea un laico, el caballero del Verde gabán (II, 26). No. Si la limpieza de sangre – un criterio racista - no puede ser aceptada como base de la sociedad tampoco podía serlo la dirección de un clero distante de la enseñanza de Jesús.



Cervantes no cree en una España donde, como se relata en la Segunda parte del Quijote, unos huesos de jamón sirven como pasaporte para viajar con tranquilidad porque el que los chupa a la hora de la comida no puede ser ni judío ni morisco. No cree en una España donde, a diferencia de lo que sucede en la Alemania protestante a la que se refiere directamente el morisco Ricote, no existe la libertad de conciencia. No cree en una España donde la aristocracia lo es de sangre pero no de vida ni de obras. No cree en una España donde a gentes que la aman como la familia Ricote sólo les queda la condena y la expulsión porque no siguen la religión oficial. No cree en una España donde una mujer no puede esperar jamás que se le haga justicia en igualdad con un varón. El que esa España sea católica e imperial no cambia en absoluto el juicio de Cervantes.



Inmersos en ese mundo, articulado sobre el principio de la sangre y legitimado por el catolicismo, don Quijote y Sancho Panza esperan, sin embargo, el triunfo de sus esperanzas. El primero ansía implantar un ideal (II, 1) que vuelva a la sociedad a una Edad de oro; el segundo desea emerger del océano de necesidad en el que penosamente nada. Para el primero, la victoria vendrá de la mano de la realización de nuevas hazañas; para el segundo, de la obtención de una ínsula que pueda gobernar. Conseguidos ambos objetivos, creen que habrán triunfado en su enfrentamiento colosal, aunque en buena medida inconsciente, con un sistema injusto que lo mismo permite la flagelación del niño Andrés, que la burla de la hija de doña Rodriguez o la expulsión de los inocentes moriscos de España, su tierra natal. Creen que su victoria será, a fin de cuentas, la prueba palpable de que el bien puede triunfar sobre el mal.



Es harto sabido que ninguno de los dos protagonistas consigue sus objetivos. En realidad, ambos experimentan una clamorosa e indiscutible derrota. Ciertamente, Sancho consigue convertirse en gobernador gracias a los duques que sólo desean burlarse de un pobre e infeliz labriego descargando sobre él sinsabores sin cuento. Sin embargo, por propia voluntad, el escudero de don Quijote abandonará el gobierno de la ínsula Barataria y lo hará destrozado física, anímica y espiritualmente. Por su parte, don Quijote, que venció al caballero del Bosque, retó a los leones, creyó que Altisidora estaba enamorada de él y cabalgó sobre Clavileño, será derribado en combate singular por el caballero de la Blanca luna. Éste ni siquiera le brindará el consuelo de morir confesando la belleza de Dulcinea sino que le obligará a regresar a su aldea y a permanecer en ella sin emprender nuevas hazañas.



El bien no puede - ¡qué absurdo creerlo! - vencer el mal. No en este mundo. Sin embargo, ese descubrimiento no aniquila a los protagonistas de la novela ni tampoco los corrompe. Por el contrario, los purifica. Sancho descubre que la libertad aún ligada a la pobreza es mejor que la riqueza unida a la corrupción y al poder (II, 53). Don Quijote, por su parte, regresa a la aldea, pero, como señala su escudero, aunque vencido en el combate se ha convertido en vencedor de si mismo que es la mejor victoria que puede obtener un ser humano. El sufrimiento le lleva finalmente a recuperar la cordura y así, lamentando su pasado (incluida la lectura de los libros de caballerías), a ponerse a bien con un Dios al que invocó antes, pero al que parece haber descubierto ahora, por primera vez, de verdad.



Como el propio Cervantes debió vivir al final de su vida, es precisamente la fe en ese Dios la que da un sentido a la derrota terrenal del bien y al triunfo vergonzante y canalla del mal. Don Quijote puede asumir aunque sea apesadumbrado su derrota porque la misma no arranca de un azar ciego sino del designio de una Providencia que considera sabia y buena y que además deja al hombre en libertad de labrarse su destino:





“Lo que te se decir es que no hay Fortuna en el mundo, ni las cosas que en él suceden, buenas o malas que sean, vienen acaso, sino por particular providencia de los cielos, y de aquí viene lo que suele decirse: que cada uno es artífice de su ventura. Yo lo he sido de la mía… Atrevíme en fin; hice lo que pude; derribáronme, y aunque perdí la honra, no perdí, ni puedo perder, la virtud de cumplir mi palabra” (II, 66).





Las últimas palabras de don Quijote vendrán a confirmar su descubrimiento final de la Luz, su verdadero despertar a la Verdad y la confianza en que detrás de ello ha estado Dios:





“Despertó al cabo del tiempo dicho, y dando una gran voz, dijo:



- ¡Bendito sea el poderoso Dios, que tanto bien me ha hecho! Enfin, sus misericordias no tienen límite, ni las abrevian ni impiden los pecados de los hombres.



Estuvo atenta la sobrina a las razones del tío, y pareciéronle más concertadas que él solía decirlas, a lo menos en aquella enfermedad, y preguntóle:



- ¿Qué es lo que vuesa merced dice, señor? ¿Tenemos algo de nuevo? ¿Qué misericordias son éstas, o qué pecados de los hombres?



- Las misericordias - respondió don Quijote - , Sobrina, son las que en este instante ha usado Dios conmigo, a quien, como dije, no las impiden mis pecados. Yo tengo juicio ya, libre y claro, sin las sombras caliginosas de la ignorancia, que sobre él me pusieron mi amarga y continua leyenda de los detestables libros de caballerías. Ya conozco sus disparates y sus embelecos, y no me pesa sino que este desengaño ha llegado tan tarde, que no me deja tiempo para hacer alguna recompensa, leyendo otros que sean luz del alma. Yo me siento, sobrina, a punto de muerte; querría hacerla de tal modo, que diese a entender que no había sido mi vida tan mala, que dejase renombre de loco; que puesto que lo he sido, no querría confirmar esta verdad en mi muerte. Llámame, amiga, a mis buenos amigos: al Cura, al bachiller Sansón Carrasco y a maese Nicolás el barbero; que quiero confesarme y hacer mi testamento.



Pero de este trabajo se escusó la Sobrina con la entrada de los tres. Apenas los vio don Quijote, cuando dijo:



- Dadme albricias, buenos señores, de que ya yo no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, a quien mis costumbres me dieron renombre de Bueno. Ya soy enemigo de Amadís de Gaula y de toda la infinitiva caterva de su linaje; ya me son odiosas todas las historias profanas de la andante caballería; ya conozco mi necedad y el peligro en que me pusieron haberlas leído; ya, por misericordia de Dios, escarmentando en cabeza propia, las abomino” (II, 74)





Para cuando se llega a esa parte de la novela, a su capítulo final, resulta obvio que Cervantes ha trascendido, aunque sin abandonarlo, el objetivo que se marcó en un principio. Junto a la crítica de los libros de caballerías, ha unido la exposición de una auténtica filosofía de la vida que desborda la finalidad inicial. Se trata de una cosmovisión que choca con la de la España de la Contrarreforma, la de la limpieza de sangre como principio vertebrador de la sociedad, la que entrega su mente y su alma al poder clerical. Es una cosmovisión que, según Cervantes, hunde sus raíces en “la Santa Escritura que no puede faltar un átomo en la verdad” (II, 1) pero también en la manera en que Cervantes mismo reflexiona sobre su vida precisamente cuando ésta se acerca a pasos agigantados a su ocaso. De acuerdo a la misma, incluso en el medio más hostil, el ser humano siempre tiene la última palabra para optar por el bien o por el mal, por el ejercicio de la virtud o de la bajeza, una bajeza que nunca puede ser legitimada por la altura de linaje o de posición. Vivir de acuerdo a ese ideal de virtud - cuya manifestación cimera es el amor al prójimo - es lo que da un verdadero sentido a la vida. El lograrlo, a juicio de Cervantes, sólo es posible cuando el sujeto se sustenta, en medio de derrotas y sinsabores, en la fe en un Dios bueno, justo y providente. Ése es el mensaje final en todos los sentidos que Cervantes, a través de las vivencias de sus dos criaturas más famosas, dejó a sus contemporáneos y a las generaciones venideras.





Esta es la clave que explica que sus compatriotas, emborrachados por la vivencia de un imperio altivo y derrotado, lograran olvidarlo durante décadas- ciertamente, no podían tolerar a alguien que cuestionaba el papel omnipresente de la iglesia católica, la legitimidad de los estatutos de pureza de sangre, el sistema aristocrático e incluso las relaciones con los disidentes religiosos o entre hombre y mujer. El ideal de Cervantes y de su criatura literaria era muy superior ética y espiritualmente al de la España de la Contrarreforma y esa sola razón explica su permanencia cuando aquella es desde hace siglos ya cosa del pasado. Durante cuatro siglos, tanto Cervantes como su caballero han seguido cabalgando como ilustres disidentes.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on October 05, 2015 23:13

Conferencias en Missouri (I): Mitos e Historia en la guerra civil española

Como saben los seguidores de este muro, hace un par de semanas estuve dando unas conferencias en la Universidad estatal del sur de Missouri. Se pronunciaron en inglés y, por lo tanto, no son accesibles a todos. Por eso he decidido incluirles junto con el video el texto en español de las conferencias. Es un poco más largo porque tenía que limitarme a 40 minutos y hubo que seleccionar sobre la marcha en el material que tenía escrito. Salen, por lo tanto, ustedes beneficiados sobre los alumnos de Missouri. Espero que las disfruten y que no se asusten al escuchar la música de presentación. Yo tampoco estoy acostumbrado a dar una conferencia antecedido por un pasodoble torero. God bless ya!!! ¡¡¡Que Dios los bendiga!!!

.embed-container { position: relative; padding-bottom: 56.25%; height: 0; overflow: hidden; max-width: 100%; } .embed-container iframe, .embed-container object, .embed-container embed { position: absolute; top: 0; left: 0; width: 100%; height: 100%; }



En el año 1995, me dirigí a la ciudad de Sarasota, en Florida, para entrevistar a un judío neoyorkino llamado Milt Felsen. Había sido el productor ejecutivo de Saturday Night Fever. Hablamos algunos minutos sobre John Travolta, pero mi intención no era profundizar en la vida del famoso actor. En realidad, lo que me interesaba de Felsen era que en 1937 se había alistado en el Batallón Lincoln para combatir en la guerra civil española. Felsen había combatido después en la segunda guerra mundial y participado en operaciones del OSS tras las líneas enemigas, pero insistía en que la guerra de su vida había sido la guerra civil española y no aquella que – cito literalmente – habían provocado unos japoneses imperialistas. No sólo eso. En su dormitorio se podía ver un poster donde aparecía reproducido el discurso de despedida de las Brigadas internacionales que había pronunciado la dirigente comunista Dolores Ibárruri “Pasionaria” en 1938. Felsen, un tipo muy agradable que me regaló algunos libros casi imposibles de encontrar, pero que, sobre todo, era un ejemplo de hasta donde el mito puede cubrir la Historia. Felsen – que nunca había sido comunista – creía que la guerra civil española había sido una causa noble en la que un grupo de gente solidaria procedente de todo el mundo se había enfrentado con el fascismo con la finalidad de acabar con todas las guerras. Por supuesto, el mito que Felsen creía no fue el único que se difundió desde el inicio del conflicto.



Eighty years ago, the Spanish Civil War created a world reaction. As the first victim of the war, truth was replaced by myth. Not only Europe, but the rest of the world – even US public opinion – accepted a part of these myths believing that Franco was a new crusader or that the so called Loyalists fought for freedom. But History is different of myths. En los próximos minutos intentaré desvelar algunos de esos mitos y de acercarles al mismo tiempo a la Historia real de la guerra civil española de cuyo inicio se cumplirán el año que viene ochenta años. Y ya que comencé hablando de Milt Felsen empezaré deteniéndome unos instantes en el mito de las Brigadas internacionales.



Desde Hemingway a Malraux, desde Hollywood a Moscú, de acuerdo con la leyenda políticamente correcta, las Brigadas internacionales fueron un cuerpo de voluntarios de distintas naciones que acudieron a España de manera espontánea a defender la democracia y la libertad frente al empuje del fascismo. Las fuentes históricas – y de manera muy especial las extraídas de los archivos de la antigua URSS y de las propias Brigadas internacionales – muestran una realidad muy distinta. En primer lugar, las BI surgieron como consecuencia de una orden directa de Stalin formulada en septiembre de 1936. Ese mismo mes, se produjo una labor febril de la Komintern para formar las BI. Aunque todos los partidos comunistas del globo pusieron manos a la obra, sería el PCF el que desempeñaría un papel fundamental. No sólo Francia era una nación que limitaba con España sino que además en ella gobernaba, como en España, una coalición de izquierdas conocida como el Frente Popular y en la Cámara de diputados había comunistas.



Los jefes de las BI lejos de ser demócratas conocidos eran comunistas como el francés André Marty – que sería conocido como el “carnicero de Albacete” - los italianos Luigi Longo (que adoptaría el seudónimo Gallo en España) y Giuseppe Di Vittorio, el checoslovaco Klement Gottwald y el yugoslavo Josip Broz (conocido entonces como Tomanek y, posteriormente, como Tito). La llegada de los reclutas a Francia fue organizada por el propio NKVD soviético. Por si quedaba alguna duda, el .centro director de las BI, el denominado Comité de París, se ubicó en la sede del Comité central del PCF, en la calle Lafayette, número 128. Cuando los miembros de las BI llegaban a Barcelona, rumbo a Albacete, eran recibidos —significativamente— por el soviético Antónov-Ovseyenko.



Dado que la formación de las BI era una labor ideada, organizada y ejecutada por la Komintern siguiendo órdenes directas de Stalin, de los distintos partidos comunistas se esperaba que proporcionaran cuotas mínimas de voluntarios. Si estas podían ser relativamente fáciles de cubrir en el caso de partidos comunistas grandes como el francés o el alemán, se convirtieron en un reto casi inalcanzable para otros más reducidos como el británico o el estadounidense. Pese al innegable papel director y organizador de la Komintern, las consignas oficiales eran las de negar el verdadero origen de las BI e insistir en que se trataba de un movimiento surgido espontáneamente en todo el mundo.



Las BI podían estar formadas por anti-fascistas, pero no por demócratas así cumplieron la función de organismos de reclutamiento y adoctrinamiento en la doctrina del comunismo estalinista. Igualmente, realizaron desde los primeros días de su creación labores de apoyo para el NKVD, el antecedente directo del KGB soviético. Las BI fueron también aprovechadas para reclutar agentes secretos al servicio de la URSS e infiltrar los servicios de inteligencia y organismos gubernamentales de países como Francia, Gran Bretaña o Estados Unidos. De ellas surgirían los jefes de los aparatos policiales de represión en la Europa comunista e incluso los espías norteamericanos que entregaron a la URSS el secreto de la bomba atómica. No acaba todo ahí. Dado que los pasaportes de los voluntarios de las BI eran entregados a los agentes de la Komintern que a su vez lo entregaban al NKVD, pudieron ser utilizados en operaciones de espionaje de la URSS. Su número ascendió, sólo en el caso de ciudadanos de Estados Unidos, a unos dos mil. No se trató de un esfuerzo mal empleado. Por ejemplo, años después uno de esos pasaportes incautado a un interbrigadista sería utilizado para proporcionar una identidad falsa a Ramón Mercader, facilitándole la misión que le había encomendado Stalin de asesinar a Trotsky en México.



La Historia nos dice que las BI fueron el ejército de Stalin en España. El mito insiste a día de hoy en que fueron demócratas venidos de todo el mundo para salvar a la República española.



No menor fue el mito relacionado con los denominados niños de la guerra. Este nombre se dio a unos cinco mil niños españoles enviados a la URSS para apartarlos de la tragedia. Durante décadas, los niños de la guerra serían presentados como paradigma de la ayuda soviética a la república española por encima del armamento, los instructores militares o los asesores en represión. La gran potencia habría manifestado su buena voluntad de manera conmovedora acogiendo a aquellos niños. Ése es el mito. La Historia es muy diferente.



Inicialmente, aquellos niños fueron objeto de un buen trato. Se les asignaron escuelas en las que conservaron maestros españoles y se les dispensó la enseñanza en su lengua natal. Sin embargo, la situación cambió radicalmente al producirse el final del conflicto español y, especialmente, desde el momento en que Stalin firmó su pacto de no-agresión con la Alemania de Hitler. Entonces los niños debieron sumar a su actividad escolar trabajos físicos de notable dureza. En los días de invierno, debieron talar árboles antes del desayuno y, en el verano, realizar las más diversas faenas agrícolas. El resultado fue pavoroso.



Para el curso 1941-2, una inspección médica realizada por el Comisariado de Educación puso de manifiesto que más de un 50% de los niños padecían tuberculosis y otro 30% se hallaba en un estado de pretuberculosis. En ese curso, según algunas fuentes, no menos del 15% de los niños había muerto. Pero la desgracia no se limitaba a los niños ya escolarizados. No resulta sorprendente que en ese contexto alguno de los mandos del PCE considerara conveniente recomendar a los adolescentes que se enrolaran en el Ejército rojo no por identificación ideológica sino como la única manera de eludir el espectro del hambre. Lamentablemente, lo peor quedaba por venir.



Enfrentados con el hambre y los maltratos, no pocos niños de la guerra se vieron obligados a someterse a un sistema que consideraban odioso o delinquir. En Tashkent, por ejemplo, constituyeron bandas dedicadas a perpetrar hurtos convencidos de que era mejor morir en esa situación que regresar a las instituciones estatales. En Samarkanda y Tiflis, las niñas prostitutas españolas - de las que no pocas quedaron embarazadas - llegaron a hacerse célebres entre los jerarcas del partido. Ni siquiera los hijos de los héroes se vieron libres de aquella negra situación. Un hijo del coronel Carrasco, que había servido en el Ejército republicano y ahora enseñaba en la Escuela militar Frunzé de Moscú, fue detenido mientras robaba una panadería en Kakan. Detenido, murió en prisión de tuberculosis.



De los dramas que semejante actitud provocó es un claro paradigma la historia de Florentino Meana Carrillo y su hermano. Desesperado por salir de la URSS - a la que denominó “inmenso campo de concentración y de hambre” - Florentino se bebió un vaso de ácido sulfúrico con la intención de quitarse la vida. Su hermano decidió vengarlo. Sabedor de que la Pasionaria era la única persona autorizada por las autoridades comunistas para conceder o denegar los permisos de salida de los españoles, el joven se dirigió, armado con un cuchillo, al Hotel Lux. Su intención era matar a la dirigente comunista. Para fortuna de Pasionaria aquel día estaba ausente y fue José Antonio Uribe, el suplente del Buró político, el que se convirtió en nuevo objetivo. No le costó mucho contener al muchacho a la espera de que lo redujeran. Después se lo tragarían las fauces del sistema represor soviético. Todavía décadas después algunos de los antiguos niños de la URSS identificados con la ideología comunista intentarían quitar importancia al episodio alegando que el muchacho era un desequilibrado.



No resulta por ello extraño que para muchos, se fue abriendo camino la idea de que la única esperanza de supervivencia se hallaba en poder abandonar la URSS. Sin embargo, ni la URSS ni el PCE estaban dispuestos a que se supiera la verdad del paraíso del proletariado y del trato que venía dispensando a los niños desde hacía años. Pasionaria se convirtió, al parecer sin resistencia, en la pieza clave que impidió la salida de aquellas víctimas hacia otros países. Sus razones - reproducidas por Jesús Hernández, comunista y antiguo ministro republicano - no podían ser más obvias : “no podemos devolverlos a sus padres convertidos en golfos y en prostitutas, ni permitir que salgan de aquí como furibundos antisoviéticos”. Constituía toda una confesión de los resultados reales - ocultados por la propaganda - de vivir en la URSS.



Puestos a delinquir, los niños españoles difícilmente hubieran podido hacerlo en un medio más difícil. Desde su establecimiento, el sistema soviético - sin precedentes en cuanto a su dureza - se había mostrado especialmente riguroso con los niños. En 1926, el Código penal soviético ya había incluido condenas de campo de concentración y de prisión para los niños que hubieran cumplido doce años. Los resultados de aquella norma fueron fulminantes. Al año siguiente, el cuarenta y ocho por ciento de la población del Gulag tenía entre 16 y 24 años. El 7 de abril de 1935 se decretó que la pena de muerte sería también aplicable a los niños que hubieran cumplido doce años. La incomparable ferocidad del sistema – en aquellos momentos incluso superior a la de los campos de concentración de Hitler - no hizo ninguna excepción con los niños españoles. El campo de Karagandá, abierto en 1936, fue tan sólo uno de aquellos terribles enclaves donde los españoles - adultos y niños - fueron explotados como esclavos y murieron de frío, hambre y agotamiento. Diversos testimonios hablan de sodomizaciones de niños en los traslados hasta Karagandá y de niñas sometidas a lo que eufemísticamente se denominó tranvía, es decir, una violación colectiva a manos de otros reclusos o de guardianes.



La suma de hambre, maltratos y represión se tradujo pronto en unos resultados sobrecogedores. En 1943, cuando José Hernández abandonó la URSS, afirmó que cerca de un cuarenta por ciento de los niños españoles había muerto.



En 1947, con ocasión del décimo aniversario de su llegada a la URSS, los antaño niños fueron reunidos en el teatro Stanislavsky de Moscú. No llegaban a dos mil. El resto prefería no correr riesgos, había muerto o se hallaba atrapado en las redes del sistema concentracionario. En septiembre de 1956, quinientos treinta y cuatro españoles lograron regresar a España. Se trataba de un testimonio bien elocuente porque puestos a elegir entre el gobierno del execrado Franco y la patria del proletariado no lo habían dudado. De nuevo, el mito y la Historia eran bien diferentes.



Llegados a este punto cabe preguntarse cuál es la realidad histórica de la guerra civil española si dos de sus mitos más utilizados no resisten el examen del historiador serio. Desde luego, la verdadera historia de la guerra civil española no fue la de la una república democrática combatiendo al fascismo, ni la del primer capítulo de la segunda guerra mundial ni tampoco la de voluntarios solidarios venidos de todo el mundo dispuestos a salvar la democracia. La guerra civil española fue un conflicto típicamente español - aunque con paralelos en otras naciones como Rusia o Finlandia - en el que un proceso revolucionario provocó una reacción contrarrevolucionaria. Esa circunstancia explica por qué – a diferencia de lo sucedido en la guerra entre los estados y a semejanza de lo acontecido en Rusia – el número de muertos en la retaguardia fue superior al que hubo en los campos de batalla.



La Historia de España es una Historia ciertamente peculiar. Constituida como una de las primeras naciones europeas a finales del siglo V d. de C., la invasión musulmana de inicios del siglo VIII la desintegró sumergiéndola en una lucha contra el islam que se extendió hasta los últimos años del siglo XV. La reunificación de la nación española costó casi ocho siglos y concluyó con una unidad política y religiosa que expulsó del seno patrio a judíos y musulmanes. El hecho de que la reunificación española se basara no en un sentimiento nacional integrador sino en el monopolio cultural de la iglesia católico-romana resulta absolutamente esencial para comprender la evolución histórica. Esa circunstancia explica, por ejemplo, la manera en que España se convirtió en una potencia hegemónica para dejar de serlo al cabo de un siglo y medio a pesar de las riquezas de las Indias. También permite ver por qué no logró en ningún momento crear un estado liberal como Francia o Inglaterra. De hecho, a lo largo del siglo XIX, la iglesia católica - temerosa de que en España se estableciera un estado liberal que acabara con sus privilegios de siglos – se opuso a todos los procesos constituyentes y a la aceptación de derechos como la libertad religiosa o de expresión. De las diversas constituciones españolas del siglo XIX, sólo la de 1868 reconoció la libertad religiosa, pero su vigencia apenas llegó a un par de años. Cuando en 1876, se estableció un nuevo sistema constitucional, el mismo no reconocía la libertad religiosa, dejaba la educación en manos de la iglesia católica y cerraba el camino a un desarrollo político tranquilo.



Durante las décadas siguientes, la vida política española se fue deteriorando sin lograr articular un sistema moderno de corte liberal. Mientras un sector de la sociedad española se identificaba con una visión mitificada del pasado; especialmente acariciada tras la derrota de España en la guerra contra Estados Unidos en 1898, otro se aferró a visiones anti-sistema absolutamente utópicas que confiaban en cambios apocalípticos de la sociedad. Ninguna de las dos posibilidades era deseable. La primera se empeñaba en negar la realidad y, al actuar así, impedía analizar adecuadamente los errores del pasado y construir sin ellos el futuro y el presente. La segunda se entregaba a especulaciones más cercanas a la fe religiosa que a la reflexión sensata sobre la realidad.



Puede así comprenderse por qué la izquierda entró muy tarde en la Historia de España y cuando lo hizo fue de manera antidemocrática y no pocas veces violenta. Por ejemplo, España fue junto a Rusia el único país de Europa donde el anarquismo tuvo una enorme repercusión social y también fue uno de los países donde el socialismo se negó a adoptar un rumbo democrático y siguió pensando en la implantación de la dictadura del proletariado hasta muy avanzado el siglo XX.



Al llegar la segunda década del siglo XX, la monarquía española estaba políticamente muerta y cayó en la tentación de respaldar una dictadura militar encabezada por el general Miguel Primo de Rivera. La dictadura de Primo de Rivera tuvo algunos éxitos. Por ejemplo, acabó con el terrorismo anarquista en Cataluña, concluyó con éxito una guerra colonial en África e incluso dio algunos pasos para modernizar el país. Sin embargo, carecía de apoyo popular y cuando perdió el respaldo del rey, se desplomó. Así, a finales de 1930, España se debatía entre un sistema políticamente muerto e incapaz de regenerarse y unas fuerzas anti-sistema que no eran capaces de crear una alternativa salvo la de intentar destruir la monarquía.



La ocasión para el cambio político se produjo con las elecciones municipales de abril de 1931. Aunque el número de concejales monárquicos casi quintuplicó al de republicanos, la oposición republicana supo aprovechar la depresión del rey tras la muerte de su madre, el temor de la reina a una revolución como la rusa donde había sido fusilada la familia real y el descontento público ante un sistema que no funcionaba. El rey Alfonso XIII abandonó España y se proclamó la Segunda república.



En teoría, España iba a entrar por un camino de progreso. La realidad iba a ser muy diferente porque de todas las fuerzas políticas sólo el partido radical, una pequeña formación de centro-derecha, tenía una visión democrática. El resto – y resulta muy importante recordarlo - alimentaban visiones utópicas que eran imposibles de implantar. El PSOE, el POUM y el PCE creían en la implantación de la dictadura del proletariado, los republicanos de izquierda de Manuel Azaña soñaban con una remodelación de España al estilo de la agenda del partido radical francés, los nacionalistas vascos y catalanes esperaban un sistema que les permitiera alcanzar la independencia, los anarquistas soñaban con la implantación del comunismo libertario… no se trataba de visiones realistas especialmente en el seno de una sociedad especialmente conservadora donde la iglesia católica tenía un peso social innegable.



Esta circunstancia explica que en los dos años primeros de la república en que gobernó la izquierda se produjeran varios alzamientos armados también de izquierdas y que un sector de la población se distanciara de la república simplemente porque había aprobado la separación de la iglesia y el estado, una ley de divorcio o la retirada de los crucifijos de las escuelas públicas.



En 1933, la victoria electoral fue conseguida por la CEDA, una coalición de derechas de orientación católica que anunció su propósito de reformar la constitución. En contra de los principios democráticos más elementales, el presidente de la república se negó a encargar la formación de gobierno a la CEDA mientras las izquierdas – en especial el partido socialista y los nacionalistas catalanes – se preparaban para un alzamiento armado. El gobierno fue formado por el partido radical – que era minoritario – y que supuestamente recibiría el respaldo de la CEDA, pero, en octubre de 1934, el partido socialista y los nacionalistas catalanes se alzaron en armas contra el gobierno republicano. La revuelta fue sofocada en horas en toda España salvo en Asturias donde duraría varias semanas y la izquierda llevaría a cabo un intento de revolución social en el curso del cual fueron asesinados miembros del clero y de la burguesía o víctimas simplemente de venganzas personales.



Cuando concluyó la denominada revolución de Asturias no fueron pocos los que consideraron que el régimen republicano estaba muerto. De hecho, desde octubre de 1934 hasta finales de 1935, España se vio sacudida por una violencia callejera que procedía tanto de los grupos de extrema derecha como la Falange inspirada en el fascismo de Mussolini o de los de extrema izquierda que incluían a socialistas, anarquistas y comunistas. A finales de ese año, las izquierdas anunciaron que formarían una coalición conocida como Frente popular cuya finalidad sería recuperar el poder e indultar a los alzados de octubre de 1934.



En febrero de 1936, en medio de un mar de irregularidades electorales, el Frente popular llegó al poder. En paralelo, se produjo, por un lado, el desencadenamiento de acciones revolucionarias que serían conocidas como la “primavera trágica de 1936” y que incluyeron, por ejemplo, la ocupación de tierras, y por otro, la preparación de un golpe de estado que impidiera el estallido total de la revolución. No podemos detenernos en los detalles, pero los hechos siguieron un desarrollo trágico:



1. En julio de 1936, tuvo lugar un golpe de estado apoyado por un sector del ejército, grupos monárquicos, la Falange y la iglesia católica. El golpe fracasó en aquellas zonas de España más urbanizadas e industrializadas y triunfó, por el contrario, en las agrícolas y más religiosas.



2. El alzamiento quitó las últimas barreras para la revolución que deseaba la izquierda y que se desencadenó con enorme violencia en las zonas controladas por el Frente popular. Miembros del clero, empresarios, simples católicos fueron fusilados en esa zona mientras en la otra corrían el mismo destino sindicalistas y miembros de partidos de izquierda. Pero los asesinatos no fueron sólo políticos. En muchos casos – como el del mismo García Lorca – se debieron a enemistades que sólo aprovecharon la guerra para tomar venganza. La política fue muchas veces la excusa para los ajustes de cuentas.



3. El fracaso del golpe provocó la petición de ayuda de los beligerantes a distintas potencias para enfrentarse con lo que iba a ser una guerra civil. En unas semanas, los alzados estaban recibiendo ayuda de Italia y Alemania y el Frente popular, de Francia y, especialmente, de la URSS.



4. Dijera lo que dijera la propaganda, el enfrentamiento no era entre democracia – a menos que consideremos a Stalin un demócrata - y fascismo sino entre revolución y contrarrevolución. Así, mientras los agentes de Stalin ya controlaban la España del Frente popular en abril de 1937, Franco – el general que se había convertido en jefe de los alzados – recibía el petróleo de la Texaco, disfrutaba de un trato de favor del gobierno británico y realiza más intercambios económicos con el área de la libra y del dólar que con la del marco y la lira. Ciertamente, Hitler y Mussolini ayudaban a Franco, pero el petróleo procedía de la Texaco y la diplomacia británica insistía en que el Frente popular ayudado por la URSS no podía ganar la guerra. De manera semejante, la iglesia católica – y las naciones donde esta confesión era mayoritaria como Portugal o Irlanda - respaldaba claramente a Franco.





En ese enfrentamiento entre revolución y contrarrevolución, la victoria acabó recayendo sobre los partidarios de la segunda. Las razones de esa victoria no fueron la enorme ayuda prestada por los fascismos a Franco o el abandono del gobierno republicano como las visiones míticas siguen insistiendo. En realidad, se debió a que



1. el desorden creado por las distintas revoluciones impidió aprovechar la aplastante superioridad material que inicialmente disfrutó el Frente popular, una superioridad que tuvo hasta el verano de 1937 cuando perdió el norte de España.



2. la contrarrevolución aprovechó mejor la ayuda extranjera que no fue superior.



3. la baza diplomática sirvió mejor a la contrarrevolución que a la revolución.



4. el factor religioso y moral tuvo un peso mayor en el bando rebelde convencido de que sus bajas eran “caídos por Dios y por España”. De hecho, estaban convencidos de que combatían para salvar a la nación de su despedazamiento por parte de los nacionalistas catalanes y vascos, de la implantación de una dictadura de izquierdas y del exterminio de la iglesia católica. Sin duda, el evitar la quema de iglesias, el saqueo de conventos y el asesinato de sacerdotes y religiosas fue, más que ninguna otra, la circunstancia que dio coherencia a las masas de un bando ideológicamente muy variado, y



5. la conservación de la mentalidad militar y la unidad de mando fue obvia en el bando rebelde desde el principio pero resultó tardía e incompleta en el frente-populista.



Finalmente, la contrarrevolución triunfó sobre la revolución y, como había previsto el presidente de la república, Manuel Azaña, lo que se implantó en España no fue una dictadura fascista sino una conservadora de corte católico. El coste de aquella victoria no fue pequeño. La suma de los gastos internos y externos bordeó la cifra espectacular de treinta mil millones de pesetas. Además, en 1939, la producción agrícola había descendido de un 21%; la industrial, un 31%; la renta nacional, un 26% y la renta per cápita, un 28%. Buena parte de ese descenso fue mayor en la zona controlada por el Frente popular donde las medidas revolucionarias habían tenido un efecto desolador sobre la producción.



A las pérdidas materiales mencionadas, deben sumarse, “last but not least”, las humanas. De los muertos en combate, la cifra debió aproximarse a las 100.000 personas en número redondos e incluso pudo resultar ligeramente inferior. En la zona controlada por el Frente popular, que nunca fue la totalidad de España, el número de fusilamientos ascendió a 56.576, siendo perpetrados cerca de 15.000 tan sólo en Madrid. Lejos de tratarse de muertes debidas a impulsos espontáneos de cólera popular como se repite con insistencia machacona, la represión estuvo fundamentalmente en manos de las fuerzas que componían el Frente popular y de los propios organismos gubernamentales republicanos. Se realizó de manera sistematizada e incluso codificada y siguió toda una filosofía de exterminio revolucionario que se utilizó en Rusia y, en menor medida, en México.



En la zona controlada por los alzados, los fusilamientos durante la guerra ascendieron a la cifra de 46. 823. A ellos hay que sumar 27.966 realizados durante la posguerra. Obviamente, la derrota del Frente popular evitó que pudiera seguir ejerciendo la represión tras la guerra, pero si juzgamos por lo que fueron los episodios de la posguerra rusa – con la eliminación de las izquierdas no afines y de los nacionalistas – y de toma del poder en las democracias populares, cuesta creer que hubiera sido inferior a la de los vencedores.



Cifra especial en esta consideración es la relacionada con los religiosos y sacerdotes católicos. La cifra de 6.800 religiosos asesinados en zona republicana es un número muy elevado y exacto. En algunos casos puede aducirse que se debió a impulsos populares, pero, en términos generales, fue llevada a cabo de manera concienzuda y sistemática por las fuerzas que componían el Frente popular y por los organismos gubernamentales.



La guerra civil española no fue la más cruenta de la Historia como tantas veces se repite. Ya en el s. XIX, la guerra civil norteamericana se zanjó con la muerte del 2% de la población e incluso hubo zonas del sur donde prácticamente desapareció la población masculina entre 15 y 40 años. Igualmente, durante la guerra civil española no tuvieron lugar episodios como “la marcha hacia el mar” del general Sherman. Ya en el s. XX, la guerra civil rusa superó, en términos absolutos y relativos, las pérdidas humanas y materiales de la guerra civil española. Puede decirse lo mismo de un conflicto tan poco conocido como la guerra civil finlandesa donde en apenas unos meses murió el 1% de la población a causa del conflicto. España no llegaría a esa proporción y eso en un período de casi tres años de combates. Finalmente, la represión de la posguerra fue también muchísimo más acusada en el caso de Rusia y algo similar en términos proporcionales en el de Finlandia. Ciertamente, se trató de una tragedia, pero no fue la tragedia del s. XX, ni, equitativamente, se puede comparar con episodios como las dos guerras mundiales o el Holocausto, como ocasionalmente se ha hecho.



La guerra civil española, esencialmente, fue una parte del terrible enfrentamiento contra las revoluciones totalitarias iniciado a partir del golpe bolchevique de 1917 y proseguido prácticamente hasta la caída de la URSS en las postrimerías del s. XX. La resistencia frente a esos procesos revolucionarios fracasó en Rusia, en la Europa del Este, en Cuba y en algunas naciones africanas y asiáticas. Triunfó, sin embargo, en Finlandia, España y Grecia de manera específica y, muy posiblemente, en Italia y Francia tras 1945 de forma más encubierta. Al vencer en la guerra, el general Franco garantizó la persistencia de su gobierno personal, un gobierno que no pensaba abandonar antes de llevar a cabo lo que consideraba su misión porque tenía muy presente la experiencia vivida por el general Primo de Rivera.



El hecho de que la guerra civil española no fuera el enfrentamiento del fascismo y de la democracia sino de la revolución y la contrarrevolución explica por qué Gran Bretaña y los Estados Unidos no derribaron a Franco al concluir la segunda guerra mundial. Ni lo veían como a Hitler o Mussolini ni tampoco confiaban en una oposición española en la que el papel del PCE era decisivo.



Franco era ciertamente un dictador, pero también una especie de aliado natural de las democracias en el enfrentamiento contra el comunismo y alguien siempre preferible a un régimen pro-soviético en el Mediterráneo occidental. Como había señalado un presidente norteamericano en relación con el nicaragüense Somoza, Franco era “ a son of bitch” but “our son of bitch”. Así, como en el pasado y convencidas de que cualquier alternativa era peor, las democracias decidirían su mantenimiento en el poder, apoyarían su proyecto de instauración de una monarquía en la persona del príncipe don Juan Carlos y, tras su muerte, propiciarían la entrada plena de España en el seno del mundo libre. Ésa es la realidad histórica de la guerra civil española y de sus consecuencias posteriores. Lo demás son mitos.

 •  0 comments  •  flag
Share on Twitter
Published on October 05, 2015 23:04

César Vidal's Blog

César Vidal
César Vidal isn't a Goodreads Author (yet), but they do have a blog, so here are some recent posts imported from their feed.
Follow César Vidal's blog with rss.