Leonardo Padrón's Blog, page 24
February 27, 2016
Territorio liberado
El país entero cabe en una manzana. La manzana, para más señas, está ubicada en el centro de Caracas. Es la Asamblea Nacional, el corazón político del país. Hoy es lunes y el lugar respira una serenidad inusual. Elijo ese adjetivo, porque –lo sabemos- la calma se mudó de país hace años.
Vaya usted a la esquina La Ceiba, desande unos pasos y pida entrar al hemiciclo legislativo. Se encontrará en territorio liberado.
Después de 17 años, el sol amanece distinto en el palacio federal. Desde 1999 hasta enero del 2016, la vida parlamentaria había entrado en estado disfuncional. Todo era convulso, excesivo, extravagante. Como el país actual. Pero la primera gran derrota del chavismo ha ocurrido en la médula del país político. De los cinco poderes constituidos, el legislativo es hoy la música de un fracaso para los seguidores de Hugo Chávez.
Lo que más sorprende al hablar con los empleados de la AN es que allí el chavismo se conjuga en tiempo pasado. Como si fuera un periódico viejo, una anécdota de la historia. “Se había perdido la costumbre de dar los buenos días, las gracias, o pedir el favor. Hay asombro porque ahora no se dicen groserías. Hacía años que no veíamos tantos fluxes y corbatas al mismo tiempo. La regla era el jean roto y los tenis”, ilustra Yira Yoyotte, la Jefa de la División de Medios de Comunicación, con 20 años en esa manzana crucial de Caracas. Las costumbres, los modales, el protocolo. Todo había sido arrasado.
Nadie puede testimoniar mejor lo ocurrido que El Excelentísimo. Así se le conoce a Victor Mendoza, el mayor experto en protocolo de este país. Ha vuelto a su cargo después de 15 años de exilio laboral. “Protocolo es orden, majestad y respeto”, desgrana la premisa de su oficio como quien sube los peldaños de una escalera. Las tres palabras claves habían sido taladas por el torbellino rojo. Es un hombre de impecables maneras. Su elegancia y estilo ponen a prueba tus propios modales. “Yo no complico, simplifico. No creo honores, simplemente los reconozco”, es uno de sus lemas. En su oficina tiene 18 corbatas dispuestas para cualquier diputado que las necesite. Es parte de su cruzada por resucitar las normas del ceremonial. Enumera las virtudes que debe tener todo parlamentario: “elegancia, prestancia y prudencia”. Me refiere, con un rictus cercano al horror, el abatimiento del orden que encontró en los jardines y pasillos. Habla de la grama chamuscada y los restos de pollo que las huestes a sueldo arrojaban en cualquier lugar mientras vitoreaban cada visita de Maduro al hemiciclo. Habla de los solemnes espacios invadidos por una profusión de toldos, tarimas y flores cuyos proveedores, según cuenta alguien más, era gente cercana al ex diputado Darío Vivas. Los guisos que se cocinaban no eran solo comestibles.
Mendoza recuerda el episodio reciente donde le tocó recibir al presidente Maduro acompañado de Cilia Flores. Al entrar la pareja, El Excelentísimo se permitió una corrección: “Disculpe, Presidente, la dama siempre va del lado derecho del hombre”. A lo que la Primera Combatiente comentó: “¿Ves, Nicolás? Este sí sabe de Protocolo”.
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Un tema inevitable es el saqueo ocurrido luego del triunfo de la oposición el 6D. Vehículos, cámaras, sistemas de sonido. Un saboteo penoso. “El saqueo también fue humano”, agrega Yoyotte, “desde la época de Willian Lara (2002) la nómina fue creciendo con amigos, familiares y novias de los enchufados. Con ir a las marchas y “sapear” a los compañeros de trabajo “escuálidos” bastaba para ganar indulgencias y no perder el trabajo”.
El parlamento se había convertido en un cascarón. Un cascarón muy útil, por cierto.
“Las pocas leyes que se sometían a consideración ya venían hechas por el Ejecutivo. El chavismo convirtió al Poder Legislativo en aquello que Ingo Muller ha llamado “Los juristas del horror”. En los últimos 15 años la institución servía sólo para aprobar créditos adicionales que desangraron económicamente al país, instrumentos de ley que le permitieran a Chávez mantenerse en el poder e impedir investigaciones que pudieran perjudicar al Gobierno”, completa la curtida periodista.
Los verdaderos profesionales tenían solo tres opciones: emigrar, resistir estoicamente o pedir su jubilación.
El otro capítulo en desalojo es el miedo. Ya los empleados se atreven a decir lo que antes se les atascaba en la garganta. “Le teníamos miedo al espionaje de los propios trabajadores, a la presencia de ‘tipos’ raros”, confiesa alguien. Y agrega un dato revelador: “Ya no hay tantos escoltas. Cabello, que usa unos 20 o 30 espalderos, ahora debe dejarlos afuera. Aunque dentro de la Cámara siempre lo rodean unos 4 tipos mal encarados que no tratan a nadie”.
Sin duda, hay trabajadores chavistas dentro de la AN, pero el tono de dueños del país se ha extinguido por completo.
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Hay que ser niño. Tenderse en el suelo boca arriba en el Salón Elíptico. Quedarse como lelo mirando la gran cúpula oval donde reina el lienzo de Tovar y Tovar que ilustra la Batalla de Carabobo, el cuadro de nuestra vieja épica, tan manoseada en estos tiempos. Hay que ser niño y abismarse de emoción con el arca que contiene el Acta de Declaración de la Independencia. Hay que celebrar que la suntuosidad sobrevivió al huracán. Ir al Salón de los Símbolos, tapizado por los 23 escudos de las entidades federales. Contemplar las huellas del tráfago nocturno de los murciélagos en las paredes del extremo oriental. Visitar el Salón del Tríptico, admirar los tres cuadros de Tito Salas, contemplar, una a una, todas las Constituciones originales de la vida republicana de Venezuela, desde la primera de 1811. Entonces un detalle cromático desafina, por estridente, por egocéntrico: el color rojo que empasta a la última de todas, la de 1999.
Habría, quizás, que hacer un informe forense que nos diera cuenta de cuántas veces al día es violada nuestra constitución.
Pero mientras tanto, hay que ser niño de nuevo y visitar con ojos de primera vez la belleza del viejo palacio.
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El territorio liberado ha permitido el regreso de los medios de comunicación independientes. Su destierro ocurrió en el 2006 cuando Cilia Flores asumió la presidencia de la AN. Una nota de El Nacional sobre la cantidad de familiares de ella que laboraban dentro la enardeció. Tildó de “mercenarios” a periodistas como Cecilia Caione, Pedro Pablo Peñaloza y Hernán Lugo Galicia. Prontamente, se desmantelaría la Sala de Prensa. En mayo de 2010, además, Flores ordenó el traslado de los periodistas internos que exudaban algún síntoma opositor. Algunos fueron removidos a oficinas donde permanecían todo el día de pie porque no tenían dónde sentarse. La idea era cansarlos, que se fueran. El lugar se inundó de miembros de “colectivos” y supuestos funcionarios policiales. No era necesario ser periodista para trabajar allí. Importaba solo la lealtad al proceso. La página web se convirtió en un notorio panfleto que publicaba hasta las columnas de Fidel Castro.
Hoy, a cada sesión, rondan al menos 150 equipos periodísticos de todas las nacionalidades, incluyendo la BBC de Londres y Rusia Today. Desde el exterior llueven solicitudes pidiendo entrevistas con el presidente de la AN, Henry Ramos Allup. Los empleados del parlamento no se sorprenden por la asertividad de sus misiles: “desde hace años sabemos la calidad y vehemencia de su verbo”.
En la Asamblea, el idioma es otro territorio liberado de las amenazas, los insultos y la retórica populista.
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El propio Ramos Allup me conduce al centro neurálgico de la discusión parlamentaria: la Cámara de Diputados. Los escaños vacíos muestran los letreros con los nombres de cada diputado. En un costado hay tres letreros que conforman la esquina caliente del chavismo: Diosdado Cabello, Cilia Flores y Elías Jaua. El veterano adeco me habla de la manifiesta incomodidad de Cabello en el hemiciclo: “Anda malhumorado, inquieto, entra y sale, está un ratico y se va, no se halla”. La cocinera le comentó un martes: “Yo a usted lo he visto hoy más veces de lo que veía al anterior presidente en un mes entero”.
Henry Ramos Allup es la estrella pop del momento. Sin duda, parte de su popularidad se la otorga su relación con el lenguaje. Palabras en desuso, símiles inesperados y frases de inaudita eficacia, más sus mañas de viejo zorro de la política, han emocionado a las gradas. Sus detractores del lado opositor han bajado la voz y lo aúpan unánimemente. Se ha dicho siempre: en política nadie muere.
Al subrayarle su momento estelar, hace un gesto desaprensivo: “La gente se aburre fácilmente de los políticos”. Y no oculta su tribulación: “Esta gente no tiene el más mínimo deseo de rectificar, están atrapados en su propia madeja”. Cualquier propuesta a Aristóbulo Istúriz, vicepresidente de la república y supuesta bisagra entre los extremos, recibe la misma respuesta: “Déjame consultarlo”. En rigor, Aristóbulo está resultando una figura decorativa, sin mayor operatividad. “En el infight, le digo a Héctor Rodríguez: estás sobreactuando, quédate tranquilo, ya tú gente está feliz, anda a sentarte”, comenta sobre el jefe de la fracción oficialista. Me ilustra su preocupación ante la crisis: “A veces duermo dos horas nada más”. Insiste en que en el ambiente militar se habla manifiestamente de la renuncia de Maduro como la costa más cercana para iniciar el rescate del país.
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La Asamblea Nacional de hoy no escapa a la devastación general. El agua potable es infrecuente. En las oficinas escasean hojas de papel, libretas y bolígrafos. “Hay gente que improvisa hornos microondas hechos de cajas de cartón, papel aluminio y bombillos para calentar el almuerzo”, me comenta Yira Yoyotte. Pero más allá de eso, lo notorio es la nueva actitud del propio país: “Muchas de las personas que piden información sobre las visitas guiadas al parlamento dicen: “Antes no me atrevía a venir, ahora sí”. La gente siente que al entrar al Palacio se libera del Estado de Terror que encarna el chavismo”.
En el capitolio federal de estilo neoclásico que arropa la virulencia y los latidos del país político, el miedo ha sido desterrado. Los desplantes autoritarios cesaron. Gracias a millones de votantes, es un territorio liberado. Una sensación que exige vivir el gran resto del país.
Es una tarea inaplazable, apremiante. Una tarea en proceso. Un afán que nos necesita a todos.
Leonardo Padrón
February 25, 2016
Irreconocibles
No somos los mismos.
No nos combina la sonrisa con ninguna hora del día.
Es como un lastre. Un gesto innecesario, casi ofensivo.
Nos queda grande la lluvia.
Somos patio reseco.
Una gota de arena.
Un lugar de hambre.
Hay bochorno en los estantes.
No hay fiesta en el vuelo del pájaro.
La grama no es verde.
Perdió su luz, igual que nuestras lámparas.
No aparecen los abrazos.
La hostilidad hizo residencia.
¿En qué rincón quedó la ternura?
No está la gente en las esquinas.
Dicen que la música pasó de largo.
Que ya el agua no es hábito ni trasluz.
Un asunto raro.
Un fogonazo de estupor.
Hasta la luna parece una protesta.
Y ya el mar no es mar.
Eso dicen.
Que estamos irreconocibles.
Es el brindis del aullido.
En el fondo de nosotros mismos.
Leonardo Padrón
Por CaraotaDigital – feb 25, 2016
February 19, 2016
Los ecos de un debate
Es un hecho: cada vez que el gobierno y la oposición debaten públicamente, los primeros quedan seriamente lesionados. Por eso la alergia del régimen al diálogo, sobre todo si hay cámaras de televisión rondando. Los espíritus sectarios prefieren el soliloquio, el dogma verbal, los discursos sin réplica. El autoritarismo está diseñado para atender a una sola voz. La voz que decretará, incluso, el color del cielo y el precio de los tomates. La polifonía está prohibida.
En la primera discusión de la Ley de Amnistía y Reconciliación ocurrida el martes 16 de febrero en la Asamblea Nacional sucedieron hechos inéditos y altamente significativos. La transmisión televisiva nos sentó a todos en la primera fila del hemiciclo. Sin duda, terminó siendo un error de cálculo para el régimen secuestrarle la señal del canal de televisión ANTV a la nueva Asamblea Nacional. Este era, a las claras, un canal casi clandestino. Ahora, con el regreso de los medios de comunicación independientes al parlamento, es como si se hubieran prendido las luces del estadio universitario. En esta naciente ráfaga de libertad expresiva, Globovisión hizo un giro inesperado, una mutación con tono de deja vu, y le ha dedicado horas continuas de su parrilla de programación a transmitir los debates del nuevo parlamento. La razón tiene su lógica en el concepto de un canal especializado en noticias. Es allí donde está su rating natural. El país está en la mayor crisis de su historia contemporánea, el ambiente está plagado de rumores explosivos y en el parlamento hay una nueva relación de poderes que todos los días genera noticias. ¿Cómo no girar las cámaras y micrófonos hacia allá? No hay duda de que miles de televidentes han vuelto a sintonizar la señal de Globovisión. Lo demuestran tres hechos: 1) Nicolás Maduro, estridente, iracundo, y en cadena nacional, llamando ladrones a sus nuevos dueños cada dos días. 2) La intempestiva visita de Conatel a sus instalaciones con su espada de Damocles favorita: la amenaza de no renovar la concesión y 3) La multitud de comentarios en las redes sociales sobre lo que ocurrió el martes en el parlamento. Cada diputado que intervenía terminaba siendo tendencia en las redes sociales. Así como ocurre en los Grammys, en el Oscar o en el Miss Venezuela. Sintonía masiva de televidentes. Llamativa esta vuelta de tuerca de la línea editorial del controversial canal de noticias. ¿Otro síntoma de la cercanía del fin de una época?
Y así, pudimos ser espectadores este martes de momentos inéditos. Por ejemplo, Elías Jaua invocando la aplicación del artículo 350 de la constitución, ese que durante tantos años buena parte del país opositor ha exigido en contra del régimen. O Ramos Allup cortándole el micrófono a Pedro Carreño, así, sin anestesia, luego de transcurrido su tiempo límite de exposición y, ante su reclamo, ver el gesto de displicencia con el que su mano derecha lo invitó a desalojar su campo visual. O ver a Diosdado Cabello ir perdiendo su proverbial arrogancia mientras se desfogaba en gritos que decían “¡¡El que más grita es el que más cobró!!”. Como bien lo decía Henkel García en TW: “Hoy le tocó a Diosdado ser telonero”. Ya ese sólo hecho era inédito, pero más aún verlo competir en bramidos contra las gradas que –otro hecho notable- esta vez eran opositoras. Pero, sin duda, el cierre de oro lo aportó Henry Ramos Allup quien, con mucha habilidad y creando la debida expectativa, a cada tanto anunciaba que el gran final sería de su autoría. A los pocos minutos de su discurso y ante los embates guturales de Ramón Lobo, diputado del PSUV, le soltó una recta de 100 millas, muy cerca de los codos: “¡De inteligencia no te vas a morir!”. La carcajada fue, cómo dudarlo, nacional. Y luego dejó caer una bomba de amplio espectro al poner una lápida sobre el estatus político del ¿ex? todopoderoso Cabello (“Diosdado, tú estás muerto”) y hacer pública una infidencia descomunal: “Ustedes saben la procesión que tienen por dentro. Tres grupos militares conspirando adentro y cuatros grupos en el PSUV cayéndose a cuchillos y forzando la renuncia de Nicolás Maduro!…”. Y allí, el ciudadano de este país que no sabía de la alta turbulencia en proceso se enteró con todas sus vocales.
Pero, más allá de tales proyectiles, lo sustancial de los 13 minutos de su discurso encarnó buena parte del sentimiento nacional al desarmar los argumentos del oficialismo para rebatir la Ley de Amnistía y poner el dedo sobre la herida: “¡Este gobierno en su agonía, sólo sostenido por el Alto Mando Militar y por el mal llamado Tribunal Supremo de Justicia no podrá seguirse sosteniendo de espaldas a la realidad nacional! (…) ¡Ustedes han causado una enorme desgracia en Venezuela y van a salir del poder!”. Todo dicho con la vehemencia del caso. Las gradas deliraron mucho más allá del centro de Caracas.
Lamentamos como televidentes que el director de la transmisión televisiva fuera tan conservador y dejara que la acción transcurriera bajo un mismo plano general, y sólo se atreviera a hacer ciertos acercamientos o esporádicos paneos hacia las bancadas parlamentarias. Hubiera sido glorioso ver las reacciones de los aludidos, contraplanos, planos detalles, zoom in al desconcierto de unos y las sonrisas de otros. La imagen siempre agrega sus propias opiniones.
Un saldo de la jornada -preocupante, aunque previsible- es que el camino hacia la reconciliación nacional va a ser largo, complejo y tortuoso. La posición del oficialismo está atornillada en una postura irreductible que dibuja un nítido arco de cinismo, pues obvia olímpicamente a todas las víctimas del aparato represivo del estado, todos los muertos, los estudiantes heridos, los torturados, los exiliados políticos, los prisioneros sin delito, los perseguidos. Una extenuación humana.
Pero según el chavismo, todo muerto en este país tiene un solo culpable: la oposición. Una calle ciega inadmisible.
Resulta poco menos que grotesco oír al gobierno decir que amnistía es igual a impunidad. Es grotesco cuando justamente uno de los mayores agravios que hemos vivido durante este régimen es la sostenida impunidad de la que gozan el crimen y la violencia en este país. Una sociedad dominada por pranes es una sociedad conquistada por la impunidad. ¿O acaso hay muertos que merecen más castigo que otros?
Quizás la solución a este complejo estado de las cosas venga dada por lo que se habla en el propio chavismo, puertas adentro: Ya el proceso se perdió.
Terminará una mala película. Comenzará otra. Esperemos que mucho mejor escrita y dirigida. Mientras tanto, atención a los ecos del debate.
Leonardo Padrón
Por CaraotaDigital – feb 18, 2016
February 13, 2016
Un problema tonto
Así le dijo un militar a Joselyn Prato el día que fue detenida: “Tranquila, lo que ocurrió es un problema tonto, en cualquier momento te soltamos”. Pero pasaron 68 días después de esa frase. 68 días con sus largas noches. Y un itinerario pavoroso de calabozos, golpes, maltrato, humillación y violaciones a los derechos humanos. Todo por abuchear a una ministra en una playa. Un detalle: Joselyn Prato no estaba cuando ocurrió el incidente.
Esta es su historia.
Para nosotros ya no es noticia. Para ella siempre lo será.
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El viernes 21 de agosto del 2015 las noticias hablaban del incidente ocurrido en Cayo Sal, estado Falcón, donde una multitud de temporadistas ejerció su repudio político a dos figuras del gobierno de Nicolás Maduro. Se trataba de la ministra de Turismo, Marleny Contreras, esposa de Diosdado Cabello, y de la gobernadora del estado, Stella Lugo. El abucheo masivo se condimentó con ofensas, arena, botellas y agua. Las titulares abandonaron el lugar con paso rápido, salpicadas por el rechazo y el mal rato. Un episodio condenable, sin duda. Los videos del suceso se convirtieron en epidemia en las redes sociales. Distintos ángulos mostraban un gesto colectivo que nadie pudo haber planificado. Solo el cansancio de un país vejado.
Pero al poder no le gusta ser humillado. Al poder le gusta tener la última palabra. Cuatro horas después, Cayo Sal fue tomado por un asombroso contingente de soldados y policías. La rabia llegó en barco. La venganza, digamos mejor.
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A las 3 de la tarde, los bañistas disfrutaban de un sol occidental y generoso. Joselyn Prato tenía apenas hora y media de haber llegado con su familia: 12 personas, novio incluido. Bañaba a su sobrina de 6 meses cuando le dijeron que su hermano había sido detenido. Joselyn y los demás corrieron hacia el restaurant donde se encontraba Joan.
“Él se asomó a ver por qué había tantos militares. Sin querer empujó a un civil que resultó ser un coronel”, me cuenta y agrega el impacto que sintió cuando lo encontró en cuclillas, esposado y apuntado por un fusil. Su reclamo fue tan airado que sólo consiguió que un sargento la empujara y cayera en la arena. A partir de allí todo fue vorágine. Entre cinco mujeres policías trataron de esposarla. “Yo no me dejaba colocar las esposas y me comenzaron a golpear con los pies. Uno de los golpes en la cara fue con las botas. Me pisaron el brazo tan fuerte que me lo fisuraron. Quedé inconsciente alrededor de 5 minutos. Tenía los brazos arañados como si me hubiera agarrado un tigre. Después me arrastraron, así como tú arrastras una silla, por toda la playa. Mi mamá lloraba desesperada”, cuenta mientras atraviesa cada centímetro del recuerdo. Al rato, estaban en el comando de la Guardia. Allí ya había tres muchachos detenidos.
Uno de los guardias les dijo que apenas se diluyera el operativo los soltarían.
Pero eso no fue lo que ocurrió.
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“El capitán nos contó que la orden era llenar el cayo de bombas lacrimógenas y llevarse a todo el mundo, pero como había muchos niños no lo hicieron”, cuenta Joselyn y me insiste en que ellos le mostraban el ticket que garantizaba que habían llegado a las 1 y 30 pm a la playa, mucho tiempo después del incidente. Pero el dato fue ignorado. “Mi hermano me veía y lloraba. No entendía por qué hasta que me vi la cara. Sólo cuando comencé a vomitar fue que hicieron algo. Pero en Chichiriviche el hospital está que se cae. Me llevaron a Tucacas”.
Los médicos se alarmaron al verla. Le drenaron la herida. Le enyesaron el brazo. Le hicieron unas placas. “El médico estaba indignado. Me quería dejar hospitalizada para aliviar mi situación. Pero otro médico le dijo que se podía meter en rollos, que me dejara ir, igual ese era un problema tonto”.
Lo que todos pensaban.
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Ya era sábado y seguían detenidos en el comando. “Estábamos aun en traje de baño, descalzos, llenos de arena, queríamos bañarnos, cepillarnos los dientes. Pero el capitán nos trató malísimo”. Solo en el cambio de guardia lograron la compasión de otro militar que ordenó que la familia les llevara ropa.
“Yo al capitán lo llamo el monstruo. El nos convirtió en falsos positivos para buscar un ascenso o algo así. Nos gritaba: ´¡Es que los hubiese agarrado con drogas, me pagan cualquier guevonada y yo los dejo ir. Pero se metieron con la esposa del jefe!´”, cuenta, con la voz aún llena de susto.
“De los nervios, me dio una crisis asmática. Menos mal que tenía la bombita. El forense me revisó. Tenía el cuerpo lleno de hematomas, fisuras. Y lo colocó en el informe. El capitán, furioso, lo rompió. “¿Ustedes creen que yo estoy jugando carritos?!”.
Finalmente, en el expediente aparece que Joselyn fue agarrada con un coco en la mano, listo para lanzárselo a la ministra.
Llegaron los abogados del Foro Penal, revisaron: “Tranquila, aquí no hay nada, los cargos no son para privarlos de libertad, menos para trasladarlos a un penal”.
Pero eso no fue lo que ocurrió.
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Domingo, 5 pm. Ante un tribunal, la fiscal del caso cataloga a Joselyn Prato como dirigente de las güarimbas en el estado Táchira. Su prontuario iba creciendo. La fiscal insistía en la inaceptable casualidad de que los cinco detenidos eran “gochos”. En eso, recibió una llamada: “Sí, estamos en la presentación. Claro, claro que van para el hueco”. La jueza estaba nerviosa, conmovida. Pero igual los sentenció: “Van privados de libertad, por 45 días, mientras se hacen las averiguaciones”. La fiscal sonrió.
“Estamos hundidos”, pensaron todos.
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El lunes en la mañana las redes mostraban el rostro golpeado de Joselyn Prato. Alguien había subido las fotos. Se supo que la trasladarían al Penal de Coro. El caso se convirtió en tendencia.
El capitán llegó furioso por la multiplicación de las fotos en todas partes: “¡Te voy a joder la vida!!”. Joselyn baja la voz: “Allí pasaron cosas feas entre ese señor y yo. No sé si contártelas”, me dice.
El café donde Joselyn y yo hablábamos adquirió una turbia densidad.
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El relato desciende hacia la pesadilla: “Nos llevaron al Penal. Allí conocí gente que tiene hasta 3 años esperando que se le cumplan los 45 días. Allí hay gente incursa en asesinatos, secuestros, violaciones, infanticidios. Nunca podré olvidar el momento en que ingresé allí. Esa cárcel es un cementerio de seres vivientes. Todo era tan tétrico. Eran celdas sin barrotes, herméticas. Las reclusas pedían comida, auxilio. Gritaban como locas, desesperadas. Aquí me muero, pensé. Yo no voy a aguantar esto”.
Era el inframundo.
“Cuando abrieron la celda, una mujer cayó desnuda a mis pies, estaba dormida, recostada a la puerta”. Las ocho mujeres estaban totalmente desnudas porque el calor rayaba los 50 grados. Sólo había una cama de cemento. Dormían sentadas o recostadas a la poceta.
Al día siguiente, el desayuno era un trozo de pan tieso con agua de fororo. “Apenas fui al baño vi que mi orina y mis heces tenían sangre”. Le comenzó el pitido de los asmáticos. Vomitó. Había sangre allí también. Se desmayó del susto. La llevaron al hospital. Tenía un riñón dilatado por los golpes. Pero igual volvió a la cárcel.
El agua que tomaba casi siempre era del grifo. Agua con sabor a creolina. A óxido. “Allá es famoso el arroz de cementerio. Así le dicen. Es un arroz con pollo, pero con puro hueso. Son los restos del pollo que se comen los guardias”. La carne era de burro. En las noches escuchaba a los guardias persiguiendo a los burros para matarlos. Un día comía pasta y al final descubrió gusanos en el plato. Se sacó lo que tenía en la boca y también había gusanos. “No quise comer más. Llegué a pesar 35 kilos. Los frijoles venían nacidos, o con animales”.
Su papá todos los días le llevaba comida, así no lo dejaran pasar. La directora del penal le exigió que su padre no fuera más. Ella replicó: “Llámalo tú y dile que deje de ser buen padre”.
La directora entonces sembró un falso rumor en la población: “la interna del caso político va a ser mis ojos aquí”. “Me declaró oficialmente enemiga de todas las reclusas”. Al otro día, una la arrinconó: “¡Eres una sapa!”. Tenía un tatuaje que decía: “Te odio, mamá”. Una advertencia cruzó sus tímpanos: “Si te veo en algo, te pico”.
Cuando la llevaron a un tribunal declaró lo de la comida en descomposición, el maltrato, uno de sus ojos sangraba, sus 35 kilos eran penosos. Su hermano también habló. Luis Betancourt, del Foro Penal, lo hizo público. La presión funcionó. “Pero la ministra nos dijo que si queríamos salir en libertad debíamos renunciar a los abogados del Foro y recibir defensa pública. Tuvimos que hacerlo”.
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Hoy, Joselyn y Joan están libres, bajo régimen de presentación cada 60 días en Tucacas. Aún no les han celebrado la audiencia preliminar para decidir si son culpables o no.
“Los primeros días dormía con mis padres porque me despertaba con crisis de llanto. Mi mamá me dice que todavía en las noches hago el gesto de sacudirme cosas del cuerpo. Era la costumbre de estarme quitando las cucarachas de encima. Había muchas en la cárcel”, cuenta con el asco escurriéndose en las palabras. “Al salir, caí en depresión. Me quedaba encerrada en la casa. No quería ver a nadie. Me cuestionaba que había hecho yo en mi vida para merecer esto”.
No olvidemos el detalle. Joselyn y su hermano no estaban allí en el momento del abucheo masivo: “Teníamos de testigo al lanchero, al de Inparques, al dueño de la casa donde estábamos, y no los dejaron presentarse”.
Alguien necesitaba unos culpables.
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Esta es la historia de una joven estudiante de Ingeniería del Petróleo que sólo quiso pasar unas vacaciones en la playa. Y le cambiaron la vida. “Yo tenía un buen trabajo, tenía mi novio, nos íbamos a casar. Todo lo perdí”.
Estamos acostumbrados a olvidar. Se nos diluyen titulares que una semana, un mes, un año atrás nos causaron indignación. Y entonces vamos actualizando la ira con nuevos atropellos y abusos. En la ruta, hay muchos escombros: gente con su vida distinta o rota. Mientras, el miedo hace su trabajo. Y nuestra atención voltea hacia la próxima noticia.
Pero para Joselyn el olvido no existe. Con 24 años tiene ya una pesadilla atragantada en la sangre. Para nosotros, es solo una anécdota que sigue envejeciendo.
Esta es la historia de Joselyn Prato. Es su testimonio. Su versión de un problema tonto que se convirtió en tendencia en las redes sociales un día de agosto del 2015.
Leonardo Padrón
February 12, 2016
Tres almohadas y una telaraña
(Pieza en un solo acto)
Es solo un ejercicio. Ficción pura. Fábula de miércoles en la noche.
Seamos compasivos por un instante. Pensemos en el hombre que tiene el empleo más importante del país. Pensemos en sus días malos. Que han sido muchos. Pensemos también en una escena típica de un matrimonio. Es el final del día. Hay cansancio acumulado. Es la hora del reposo. El momento en que toda pareja comparte el saldo de un miércoles cualquiera.
-Definitivamente, le agarraste el gusto a la habladera. Ese acto de hoy estuvo larguísimo. ¡Ahh, no aguanto los pies! – le confiesa su esposa desde el vestier, quitándose los zapatos y las ataduras del día.
-Como mi padre- dice él, ahíto de orgullo. Ella pone los ojos en blanco. Entra al baño.
-Huele a agua estancada- enfatiza su mujer, devolviéndose imprevistamente.
-¿Dónde?
-En todas partes. Adonde te asomes. En las esquinas, en las casas. Lejos y cerca. El país entero huele a eso- y busca unas toallas desmaquillantes.
Él sospecha un mensaje, casi un reclamo. Pero es tan tarde. Prefiere evitar alguna profundidad a deshora. Es el momento de revisar las redes, de juguetear con el zapping, de verse a sí mismo en televisión.
– El rencor huele así- insiste ella, emergiendo hacia la media luz. Volviéndose sombra. Silueta.
El, nada. Cambia de canal. Ya una parte de su cerebro dormita.
– A ti el rencor te ha marcado la vida. Y ahora es al contrario. Todo lo que nos rodea se ha llenado de rencor. Y esa palabra queda muy cerca del odio.
– Esa es la guerra económica, mujer. Propaganda. Manipulación- se despereza un poco, mientras agrega una tercera almohada y la acuña debajo de su cabeza.
-Umjú.
– ¿Qué quiso decir ese umjú?
– Qué estamos fastidiosos con el cuentico ese. Ya nadie se lo cree.
– Yo sí me lo creo. Y Jorge. Y Elías. Tú sabes cómo es el capitalismo. Esa gente es mala.
Ella, con cierto hartazgo, se unta una crema hidratante. Ve la hora. Busca una caja de pastillas. La revisa. Una pequeña preocupación le detiene el gesto.
– Se me están acabando las pastillas para la tensión.
– Mañana te mando a comprar.
– Desireé me dijo que ya no se consiguen.
-¿Pero esas? ¿Las que tú tomas?
– Y las que no tomo tampoco.
El ríe. Es una risa ampulosa que se va deshilachando hasta convertirse en un silencio culpable.
– Yo te las traigo de La Habana. Qué vaina con esa gente. Mañana meto preso a algún otro chivo de la federación farmacéutica.
– ¿Vas a seguir?
– ¿Y qué quieres que haga, pues?
Se hace un silencio sumamente conyugal. Más que un silencio, es un aire de hastío. Como si el aire fuera un elefante cansado.
-Oye, y la gente está brava con lo de la reducción del horario de los centros comerciales. Dígame los teatreros. Y los que les gusta ir al cine- añade como para no dejar en sus tres almohadas tantos agobios.
– Tú no digas nada. Hazte el loco. Ese no es un tema para ti.
– ¿Cómo que no?
– Chico, es que a ti te gusta hablar de todo. De lo que sea. Tú tienes que escoger temas presidenciales.
– Bueno, mi papá hacia lo mismo.
Ella pone los ojos en blanco de nuevo. Se quita los lentes. Parece otra persona.
– Tampoco compares. Que no te conviene.
– Pero bueno, mi amor, ¿y entonces?
– Y entonces te haces el loco. ¿Quién le manda a Jessie a estar hablando de cien días como si fuera Dios creando el mundo?
– Más arrecho es papá que se puso a decir una vez (LO IMITA): “¡Pónganme el precio del petróleo a cero y Venezuela no entra en crisis, compadre!”….¡Qué bolas! Por ahí andan los pelucones colgando el vídeo en la red y burlándose.
– En eso sí te pareces al que tú llamas “papá”. Les encanta dárselas de sobrado.
Nueva risa del esposo. La boca se le descuelga un poco del lado izquierdo. Es como un rictus ya recurrente.
– Por cierto, ¿qué es de la vida de Jessie, cómo le estará yendo en Austria?- agrega, buscando el control remoto del televisor entre los pliegues de la sabana. No lo consigue.
– Y pregúntate también qué es de la vida de Izarrita en Alemania. Y de Isaías en Roma. Y de Rafael en New York. Y hasta de Rosinés en La Sorbona de París.
– Ahora no me vas a decir que te quieres ir del país.
– Ay, no me hagas abrir la boca. Y, en serio, olvídate de los teatreros. Ese es el 0,00001 % de la población. Ignóralos. La cultura no da ni rating ni votos. Y el que quiera ver películas, pues que se compre su quemadito, eso sí se consigue en todos lados y sin hacer colas.
– Por cierto, ¿vemos una peliculita?-, avanza un gesto, una carantoña palaciega.
– Pero no vayas a poner otra del Hombre de Araña. ¡Qué fastidio! Ya para telaraña el enredo que tienes en el trabajo- se deja caer pesadamente en la cama, con el dedo índice desaparece el resto de crema hidratante de su rostro. Se pone de nuevo los lentes. Vuelve a ser ella.
– Tengo ganas de hacer otra cadena- aventura él, mientras coloca el bluray.
Ella voltea a verlo. Esta vez el gesto es rápido, de asombro.
– ¿En serio? ¿Chico, y no podemos hacer una noche algo distinto? Tú sabes cómo yo me fastidio en eso. Y sí, ya sé que “papá” también las hacía larguísimas. Pero, ¡por amor de Dios, por Sai Baba, por la Virgen de la Concepción, vamos a hacer otra cosa! Las parejas tienen que oxigenarse. No te creas, el poder también aburre.
– Bueno, el otro día nos lanzamos un paseíto por la Avenida Urdaneta. Un vacilón, ¿no? Y de viajar, bastante que hemos viajado en estos 3 años. Toca trabajar, mi amor.
– Ay, ya! pon la película, pues. Si mañana te encadenas, yo no voy. Inventas otra vez que tengo gripe. Lo que sea.
Él intenta un último tema.
– Oye, ¿no has sabido nada de…?- hace un mohín con la boca, como asomando la punta de un tema oscuro. – La familia, los muchachos, ¿cómo va la cosa allá en el norte?
Ella lo guillotina con la mirada. No responde.
– Acuérdate de las pastillas para la tensión. Y si vas para la Habana trae también café, pero no Cubita, tráeme Caracolillo. Y azúcar, toda la que puedas.
Un pensamiento cruza la mente de él. Ríe sonoramente. La carcajada ocupa todo el cuarto, desaloja al elefante del hastío.
-¿Quién va a creer que mi bachaquero de confianza se llama Raúl Castro?- y aprieta play en el control remoto.
En el televisor surge de nuevo la historia del Hombre Araña, especialista en enredarse y enredar a los demás en la telaraña que sale de sus manos. Él deja caer su cabeza sobre las tres almohadas. Ha sido otro mal día en el trabajo. Mejor distraerse un poco.
TELÓN
Pd: La obra nunca se pudo estrenar por falta de luz eléctrica.
Leonardo Padrón
Por CaraotaDigital – feb 11, 2016
February 5, 2016
La Sinrazón
Mientras el país se precipita hacia el abismo de su historia, sus gobernantes solo saben conjugar su propio cansancio. Seamos sinceros, desde Nicolás Maduro hasta el alcalde más remoto y lisonjero de la tropa gubernamental deben estar agotados de repetir el mismo discurso, las mismas arengas, los mismos slogans revolucionarios. La palabra patria la han manipulado hasta el paroxismo y hoy en día es sólo un sonido hueco, oscuro, oxidado. Suena a abolladura, a acto fallido. La patria es hoy para los venezolanos una zona geográfica devastada por el huracán de la ruina económica y la violencia más feroz del mundo. Patria es una cola en busca de arroz y antibióticos, una cola en la morgue, una cola en busca de visa para otro país. Patria, después de 17 años de uso desmedido e irresponsable, es solo un triste fracaso en cadena nacional.
Ya el país entero entiende que si esto es una guerra económica, pues el gobierno debería rendirse, botar tierrita, levantar la bandera blanca, porque no están mínimamente capacitados para la contienda. Si es, como dicen ellos maniqueamente, una contienda entre el socialismo y el capitalismo, pues acéptenlo: no han ganado ni un solo round. Perdieron por paliza, una paliza que ha arrasado con las neuronas de sus ministros, las arcas de los empresarios y la paciencia de la población. Una paliza donde perdimos todos. Es hora de asumir las limitaciones, camaradas. Es momento de pensar realmente en esa patria que tanto estrujan y manipulan. Ha llegado el día. Sinceridad es la consigna. Sinceridad o muerte. Y ya de muerte estamos hasta el tope. Guarden las consignas, las franelas del Che, los videos del Comandante Eterno, el chip ideológico. No es momento de celebrar los cien años de la revolución bolchevique. Porque, aparte de que realmente falta un año para esos cien años, aparte de que Victor Hugo no es nicaragüense sino sumamente francés, aparte de esos tropezones verbales, el verdadero tropezón es esta equivocación de la historia, este desatino monumental, este experimento de saqueo y revolución donde sólo funcionó la primera parte y la segunda quedó como un nueva estafa a la ilusión humana en nombre de la tan imprescindible justicia social.
Pero mientras el país se desmorona en cámara rápida, el gobierno nacional insiste en su extraña estrategia de salvación: escamotear responsabilidades, culpar a los demás y desconocer la voluntad de cambio que expresó la mayoría el 6D. Le suben el volumen a su caballito de batalla: la hegemonía comunicacional. Maduro, estruendoso, amenaza a Globovisión. Y, sin disimulo, deja entender que la concesión está en sus manos, que mejor no sigan transmitiendo las alocuciones del nuevo parlamento nacional, que volteen las cámaras hacia otro lado. Quién lo diría, Globovisión vuelve a ser el enemigo. Justo este otro Globovisión. ¿Y cómo responde el canal? Transmitiendo íntegramente la rueda de prensa de Lorenzo Mendoza, el “pelucón mayor”, el villano de villanos. Parece que los nuevos dueños de este canal de televisión tienen la misma sensación que todos los venezolanos: esta película, esta mala película, está dando señales de que se está acabando. El guionista ya no puede más. Se le agotaron los recursos. Los efectismos ya no funcionan. El país despertó del todo. Y despertó furioso.
Agónicamente, el gobierno insiste. Es terco en sus errores. Ensaya otros disimulos. Una nueva cuña inunda las pantallas de televisión. Dos niños, bajo la estela de una dulce música, hablan de su tarea para el próximo día de clases. ¿Cuál es la tarea? Disertar sobre el Tribunal Supremo de Justicia. ¡Oh, casualidad! Justamente el organismo que intentan posicionar como el verdadero rector de los destinos del país por encima de la Asamblea Nacional. Y, mientras, todo comienza a oler a desacato. Hay crisis en la economía, pero los ministros de la economía embarcan al parlamento. Hay crisis penitenciaria, pero la ministra de tales asuntos y el comandante de la GNB embarcan al parlamento. Y tampoco van el presidente de VTV, ni el Director de Ramo Verde, ni el propio Arreaza porque parece que trabaja mucho. Hay una propuesta del nuevo parlamento de adjudicarles sus títulos de propiedad a los beneficiados de la Gran Misión Vivienda, pero –oh, absurdo de absurdos- un pequeño grupo de personas (camisas rojas mediante) protesta a las puertas del hemiciclo y grita que ellos no quieren ser dueños de nada.
El péndulo continúa. El país se balancea entre la insensatez y la búsqueda de cordura. Mientras las noticias se mueven en ese peligroso columpio, nos acercamos al clímax de esta historia. La sinrazón nos gobierna. La sinrazón es un vehículo desbocado que nos lleva al despeñadero de la historia. Hemos sobrepasado todas las señales de advertencia. Ya el péndulo no resiste más. La fatiga de los materiales es total. Esto está por romperse calamitosamente. Detener la sinrazón es el único mandamiento posible. Es la única opción para todos los venezolanos que tengan un mínimo respeto por su país y por su propia vida.
Leonardo Padrón
Por CaraotaDigital – feb 4, 2016
January 29, 2016
Brevísima antología del disparate
Ellos que se llenan la boca de pueblo. Ellos que dicen hacer todo por el invisible, el desvalido, el rezagado por la historia. Ellos que se atiborran de grandilocuencia. Los camaradas en el poder. Los hijos de Chávez. Los siempre humildes y preocupados por el prójimo. Ellos, no solo han arruinado a uno de los países con más potencial económico del continente, no solo han hecho de la depresión el estatus general de 30 millones de personas, sino que también se han afanado en enriquecer la historia del disparate universal con encomiables aportes que pasaran a la posteridad.
Parece que se pelearan el extraño honor de ser absurdos. Que compitieran con furia. Que estudiaran horas extras en clases privadas de cinismo y reingeniería social. Son ministros, vice presidentes, gobernadores, alcaldes, directores de organismos públicos. No importa el rango. Ven la crisis, ven el país cayéndose a pedazos, ven a la gente pasando la mayor penuria posible para conseguir absolutamente cualquier cosa que sirva para la vida cotidiana, ven un micrófono, sus neuronas carraspean y dicen la gran frase que quedará grabada en mármol en la antología del desatino.
En estos días, hay que decirlo, han estado frenéticos en su afán por ganarse la medalla de oro.
Veamos. Nicolás Maduro, el 8 de diciembre del 2015, más preclaro que nunca y abatido por la derrota electoral del 6D, pide la renuncia de su gabinete y pasa semanas enteras sin nombrar a los nuevos ministros. Uno podría haber pensado, con buena fe (vaya, que a veces es necesaria), que estaba consultando en las altas esferas, que estaba buscando a los mejores en los más calificados recintos académicos, que estaba haciendo una rigurosa selección de sus nuevos colaboradores. A fin de cuentas, tamaña crisis necesita de cerebros brillantes y desprejuiciados de ideología. Y le dimos un nuevo chance: “Vamos, Maduro, es el momento de rectificar, recoge los escombros y comienza todo de nuevo, sé sensato, sé lógico”. Y entonces aparecen los nuevos ministros, uno los quiere oír, saber cuáles van a ser las nuevas medidas, las que traerán alivio a la población y paffff!
Dice Luis Salas, el nuevo ministro de economía, ante los micrófonos de la prensa nacional, en su presentación oficial: “La inflación es el correlato económico del fascismo político. La inflación no existe en la vida real”. Golpe al hígado de nuestra inteligencia.
Sigamos. Se estrena un ministerio, el de la agricultura urbana, y se le ocurre a la novísima ministra, Emma Ortega – para reactivar el aparato productivo y eliminar la ruda escasez de alimentos- lanzar una máxima insuperable: “Hay que buscar cualquier espacio, un balconcito, una botella vieja, una latica vieja. Lo que tengan. (…) compramos el cebollín y aprovechamos su follaje y el bulbo lo sembramos y volvemos a tener cebollín”. Oh.
No nos habíamos recuperado del estupor cuando surge en las redes un video donde, exaltada, vehemente, revolucionaria a más no poder, la señora Ortega se monta sobre un camión y micrófono en mano grita: “Si un gringo se presenta y tenemos un palo, ¡palo hay que darle!, si tenemos un lapicero, ¡hay que puyarle los ojos, pisarle los callos y espicharle las bolas!!”. Oh, oh.
Al país entero le quedó clara la sapiencia en términos de materia económica de la singular ministra y, sobre todo, de su ecuanimidad política.
Pero, uff, qué alivio, a Emma Ortega le quitaron los palos, los lapiceros y sin llegar a cobrar la quincena entera, en un acto de ¿rectificación?, Maduro la destituye y nombra a una nueva ministra llamada Lorena Freitez, más joven, más atildada, ¿más ecuánime?. “’Vamos, Lorena, tú sí puedes!”. Le acercan los micrófonos ¿y ella qué dice ante la rampante escasez de alimentos?: “Hoy tenemos supermercados que se desabastecen muy rápidamente y las neveras y despensas de la ciudadanía llenos de comida”. Estupor colectivo. Todos nos vemos las caras. ¿Mercados vacíos y neveras llenas? Golpe directo a la mandíbula de los consumidores.
Ajá, ya va, pero también hay una nueva ministra de salud, veamos qué tiene que decirnos sobre la severa crisis de medicinas. Los micrófonos la alcanzan, la rodean y Luisana Melo declara: “Los venezolanos somos los que consumimos en el mundo el mayor número de medicamentos per cápita. Hay escasez por el uso irracional de las medicinas”. Oh, oh, oh!
La gente se lleva las manos a la cara, los enfermos del país se quedan atónitos en las colas de las farmacias, en los hospitales, en las salas de emergencia. El asombro se convierte en avalancha.
Pero, un momento, no olvidemos el aporte de otros personeros del régimen. El diputado oficialista Ricardo Molina, muy Gandhi él, declaró: “Es injustificable que una persona compre más de 5 pares de zapatos en doce meses”. Hubiera empezado por allí, diputado, lo hubiera dicho años antes, y no estuviéramos en esta encrucijada de la historia, estuviéramos repletos de antibióticos y arroz, aunque descalzos. Por cierto, no deja de preguntarse uno cómo le consta a ese señor diputado que los venezolanos nos compramos cinco pares de zapatos al año.
Ah, ¿y por el lado de los gobernadores? No dejemos por fuera a García Carneiro, siempre tan camarada, tan ronco de la emoción, en pleno mitin al “pueblo patriótico” gritando: “¡¡Para nosotros no hay escasez, para nosotros lo que hay es amor, lo que hay es patria!!”. Ajá.
Y, bueno, el amor siempre se agradece, pero la gente también necesita proteínas, carbohidratos, fibra. Y con respecto a lo de patria, pues, la palabra está tan devaluada que este pueblo, insisto, ahorita prefiere pasta, tomate, huevos, atún, harina precocida, y después de comer podemos discutir su concepto de patria, querido general. Aunque el “para nosotros no hay escasez” quizás alude a ellos, los que ostentan el poder, quienes no deben tener escasez de casi nada, sino de escrúpulos.
“Y no es que vamos a sacar a la gente de la pobreza para llevarlas a la clase media y que pretendan ser escuálidos”, dijo Héctor Rodríguez, cuando era ministro de Educación, pero para que no lo olvidemos, ahora que es diputado, acaba de decir: “Antes no hicimos una economía productiva porque teníamos un pueblo analfabeta”. ¡Bravo!
Recordemos, telegráficamente, otras maravillas:
Por ejemplo, al actual vicepresidente, Aristóbulo Istúriz, cuando declaró aquel prodigio sobre la escasez de papel tualé: “Bolívar no necesitó de papel sanitario para hacer lo que hizo”. Soberbio. Brutal. Casi insuperable.
Lo de José Vicente Rangel, pues, ya es un clásico: “Aquí todo está excesivamente normal”.
La preclara visión de Diosdado Cabello: “La suprema felicidad del pueblo se siente en la calle”. Y vaya que se sintió el 6 de diciembre.
Para insistir sobre el tema económico: “La culpa de la escasez es de los venezolanos por consumo excesivo”, Alejandro Fleming, cuando era ministro de comercio.
¿Y recuerdan en el año 2000, cuando el mismísimo presidente Chávez, más galáctico que nunca dijo?: “Para el año 2003 seremos autosuficientes en materia agro alimentaria”. Pues no, no ocurrió eso, Chávez Frías, sino todo lo contrario.
En fin. Dijimos que esta era una brevísima antología del disparate. No nos vamos a regodear en Jacqueline Farías diciendo lo sabroso que es hacer colas, en Andrés Izarra pensando que efectivamente los barriles de petróleo son barriles, o en Jorge Arreaza diciendo que “para corroborar los milagros de Chávez no hace falta una comisión del Vaticano”. (Uno se pregunta si son ese tipo de declaraciones las que lo hacen seguir viviendo en La Casona). Pero no, no sigamos la lista. Concluyamos que cada cuadro de la revolución ha hecho su significativo aporte a esta gran antología del disparate universal, llevándose un país entero por el medio.
Sólo recordemos, para concluir, el 3er objetivo de aquel pomposo plan de la Patria 2013-2019, enarbolado por Chávez en el 2102 y donde, de pasadita, hablaba de salvar a la humanidad (5to Objetivo). El tercero decía:
“Convertir a Venezuela en un país potencia en lo social, lo económico y lo político, dentro de la gran potencia naciente de América Latina y el Caribe, que garanticen la conformación de una zona de paz en nuestra América”.
Pero la triste y ominosa verdad es que hoy no somos potencia en economía, en lo social, en lo político, ni en nada. Hoy somos ruina, crisis y vergüenza continental. Y mejor no hablemos de “una zona de paz en nuestra América”, porque los reclusos del penal de San Antonio en Margarita nos pueden volver a demostrar cuántas balas caben en nuestra sangrienta y espantosa paz.
Leonardo Padrón
Por CaraotaDigital – ene 28, 2016
January 23, 2016
Decreto de emergencia
Basado en el artículo comestible al que más sucumbo
Harina de maíz blanco refinada precocida enriquecida
70 gramos de sodio y 79 gramos de carbohidratos totales
excelente fuente de hierro, vitamina A y complejo B
comido con esmero y pechuga de pavo frente a las noticias del día
basado en el artículo más preciado por las reinas de belleza de mi país
atún en aceite vegetal, fuente enfática de proteínas y omega 3
orden irreductible del zar de la vanidad
basado en ese otro artículo de sesgo filosófico y uso desmesurado
(¿fue primero el huevo? ¿cacareó antes la gallina?)
que hoy se estrella contra los cielos del costo por docena
basado, en fin, en los 52 productos de la cesta básica alimentaria
y su carácter esquivo
y su precio gaseoso hasta el escándalo
y su talante clandestino y perecedero
basado en que tenemos las mayores reservas de petróleo del mundo
y de nada nos sirve, de nada nos alivia
basado en el saldo de sangre que acumula el asfalto
90.2 asesinatos por cada 100 mil habitantes
Jorge Carlos Gladys Carmen Marcos Marlene Martínez González
Cualquiera
basado en la prima el mecánico el vecino secuestrado
en esa pistola invisible que apunta a todos los ciudadanos
basado en cada frase de alambre de los exiliados
en cada marzo sin hijo de los presos de conciencia
en cada hombre pateado en el hígado de sus convicciones
basado en la melancolía de los años perdidos
en las generaciones arrasadas
en la utopía como farsa y emboscada
yo, que no ostento poder ni curul ni ejército,
decreto mi emergencia cotidiana
mi insurgencia contra lo perdido
mi pliego de apetencias
donde apunto, escribo y subrayo
que seguiré agitando papeles rabiosos en los ojos
de los que ya no tienen ojos
y pronunciaré la hora que viene, el puntapié, la resurrección
y recorreré el idioma hasta encontrar una playa íntima
donde el país no sea este cansancio monumental
donde mi parecer y tu decir puedan buscarse
donde haya aire y fulgores y babel
donde la cáscara del hambriento y los pies del que espera
desaparezcan en la fatiga de los recuerdos vencidos.
Yo que no poseo ni mando ni asamblea
y ni siquiera seré obedecido
decreto abolir el espanto de los espantapájaros
suspender las esdrújulas mal habidas
recuperar las linternas, el sosiego
y tanto insomnio dilapidado
allí donde ocurren la vida y sus despedidas,
su bote de agua permanente,
su cable roído y vertical.
Hoy en este frágil enero de los comienzos
declaro pertenecer a un país de hombres menesterosos
corrompidos hasta el hueso por el hollín del petróleo.
Un país de balas coléricas
un país que es también un agujero, un pulmón averiado
una constitución en caída libre
un país de prosa dura
construida en los suburbios de la violencia
como una canción inútil desde la primera vez.
(Pobre de espíritu el espíritu
Pobre de solemnidad lo solemne)
Hoy es el litigio entre el caudal y la miseria
entre las categorías sociales y la sociología
entre los pasillos de la universidad y los de la morgue
allí donde pastan
los suicidas, los mendrugos y los secretos.
Basado en las estadísticas de la derrota
en el misterio del vice ministerio de la felicidad
en los veinte planes de seguridad que navegan por el Guaire
en las pastillas que se pelean los hipertensos
en la consternación de los diabéticos
y en los 80 bolívares que cuesta recargar un desodorante
en la fila de hombres que sudan el sol de Cojedes,
decreto mi emergencia cotidiana
que se parece a la tuya o a la de cualquiera
una emergencia que es más bien el asma de pertenecer
a un país donde crecen lo confuso y lo inadmisible.
(Yo disiento, tú discrepas, él amenaza,
nosotros votamos, nosotros ganamos, ellos arrebatan,
¿ustedes dónde están?)
Declaro pertenecer a un país donde conviven asesinos y poetas
maestros y pranes
militares y legumbres
y donde cada kilómetro de corrupción
cada zona de ciudad enajenada
de prójimo absoluto
es un párrafo urgente que nos necesita.
Eso pide cada pecho que sale a vivir
cada policía asesinado, cada farmacia aglomerada.
Un decreto de emergencia cotidiana
contra el poder que miente a pleno sol
y lubrica con dólares su ideología
y celebra a Fidel en las playas tristes de Ho Chí Minh.
(Sobrinos todos, camaradas de fe y alcaloide,
hospedados sean
allí donde la divisa es el botín.
Señor dinero, bienvenido a la revolución,
haga usted lo que sabe hacer,
envilezca allí, corrompa allá, descorche champaña,
estrene yates y avionetas,
sea pródigo, sea expansivo,
sea socialista, señor dinero).
País de fronteras cerradas
de gente presa en su casa, en su trabajo, en su miedo
país dolido de tanta noche
oscuro de tanto golpearse
todo es misericordia sin hora de consulta
cicatriz de la historia
cántaro roto
andrajo, jungla y anarquía.
Leonardo Padrón
January 21, 2016
Estupor
Uno lee la noticia y enmudece. Uno se queda callado largo rato, con el periódico en la mano, sin saber dónde poner el corazón. Una pareja convertida en incendio dentro de su propio carro por una banda de monstruos con pistola. Y lo peor, toda esta piromanía del horror frente a los ojos despavoridos de sus dos hijas. Dos seres humanos de seis y tres años de edad que no podrán olvidar jamás la primera vez que conocieron la muerte. Dos niñas que quizás estaban felices porque ese día era día de helados y plaza y familia. Una familia a la que le incineraron su proyecto de vida en una tarde cualquiera de Venezuela. ¿Cómo podrán comer helado de nuevo esas niñas? ¿Cómo olvidarán el momento en que se los llevaron secuestrados a todos, los arrancaron de cuajo de su día normal, y los encajaron en un rancho a lidiar con su pánico, mientras a su madre la trasladaron a su casa para saquearla y allí encontrar la foto de su padre con uniforme de policía? Una foto antigua, una foto que ya no se correspondía con su trabajo actual, pero que igual se convirtió en sentencia de muerte, porque en este país ser policía es, entre otras cosas, ser futura víctima o victimario. Está clarísimo: el predicamento unánime de todo delincuente nacional es exterminar a la raza de los policías. Quizás sólo se salvan los uniformados que han preferido la siniestra ambigüedad de delinquir y reprimir al mismo tiempo.
Uno no se acostumbra. Uno no debe acostumbrarse a tanta sordidez en la crónica roja del país. Uno lee la noticia y enmudece, porque hay demasiada procacidad en el crimen, porque a uno le pasa por la mente todo lo que debieron vivir esas dos niñas, dos niñas con las manos y piernas quemadas por intentar rescatar a sus padres de las llamas. Dos niñas que vieron cómo al papá, Daniel de Jesús, le cubrieron la cabeza con una bolsa y le descerrajaron un tiro por donde se le fue la vida para siempre. Dos niñas que también vieron cómo a ambos, padre y madre, los arrojaron dentro de la maleta del carro y los convirtieron en fogata trágica y perversa.
“Échenle candela con todo y las niñas adentro”, así cuentan que dijo uno de los monstruos. Pero otro le replicó: “Las niñas no hablan”. Y bastó una frase para que se salvaran. Los delincuentes jugando a ser Dios, a decidir la vida y la muerte de todos nosotros.
Yo me pregunto, sinceramente, qué pasa por la mente del presidente de este país cuando lee una noticia así. ¿Llega a leerla? ¿Suelta un “¡carajo!” y sigue de largo? ¿Prefiere hacerse el loco? ¿Le echa la culpa a Rajoy y a las Empresas Polar? ¿No siente ni una pizca de culpa, de responsabilidad, por esta orfandad y esta orgía de muerte en la que nos ha sumergido el hampa en este país? A él, que tanto le gusta hablar de batallas y de épicas y de Simón Bolívar, ¿no le parece bastante épico librar una guerra definitiva contra la epidemia de asesinos que azotan a este triste mapa en bancarrota moral? ¿Le basta en dejarlo todo en manos de la OLP, unas siglas tan polémicas como insuficientes? ¿Se ha dado cuenta que mientras agarran a dos delincuentes se les escapan diez o veinte? ¿Qué les importa a esas niñas, que más nunca olvidarán la plaza Madariaga ni el olor a ceniza de sus padres, el desalojo de la gigantografía de Chávez de la Asamblea Nacional? ¿Qué les importan cinco horas de cadena nacional para culpar del precio del tomate a la derecha burguesa apátrida y puntofijista? ¿De qué les sirve que el presidente de este país hable tanto de guerra económica si la única guerra que realmente existe es esa que incendió a sus padres y les convirtió la vida en una soledad inexplicable?
Maduro y Cabello dilapidan horas inabarcables de su gestión de gobierno satanizando a Leopoldo López, emblema de la oposición, y etiquetándolo como el Monstruo de Ramo Verde. Déjenme decirles, señores revolucionarios, que la verdadera sociedad de monstruos está diseminada por todo el país, equipada con armas de guerra asombrosas, brindando por una larga impunidad que los hace más crueles e invulnerables y gritando “¡Dinero o Muerte!” con una saña y una voracidad insaciables. Quizás tanto lenguaje carcelario, tanta arenga de batalla, tanto vocabulario de odio y resentimiento, inoculados vehementemente por el chavismo durante 17 larguísimos años, terminó permeando a los delincuentes del país y otorgándoles licencia moral para ser amorales, concediéndoles pasaporte y consigna para hacer del odio social una borrachera de sangre.
Mientras tanto, dos niñas tratan de olvidar el horror en que se les ha convertido la vida. Y fracasan. Y más nunca para ellas un helado tendrá sabor a infancia. Sino a muerte.
Leonardo Padrón
CaraotaDigital – ene 21, 2016
January 18, 2016
Fervor de Caracas
Fervor de Caracas es un gran mapa literario de nuestra ciudad tutelar. Ana Teresa Torres ha descolgado la voz de decenas de escritores para conformar una cartografía sentimental de la ciudad a través de su memoria, su transitoriedad, sus exilios y estallidos, y su terca posibilidad de ser alguna vez la ciudad que hemos ambicionado.
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