Leonardo Padrón's Blog, page 25

January 18, 2016

El Ávila en la mirada de todos

El Ávila en la mirada de todos, travesía cuya publicación suscribe Playco Editores, que se empeñó en materializar este libro de arte y naturaleza sobre la referencia inequívoca del norte caraqueño, es mirada de ensueño que parece en alguna página una conexión con Google Earth, en otra, un movimiento reflejo como en aquella foto de Antolín Sánchez en la que la montaña se mira coqueta en los espejos de la ciudad. Un canto a la eterna celadora de medidas perfectas, ni tanto que intimide, ni tan baja que no obligue, para mirarla, alzar los ojos al cielo.

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Published on January 18, 2016 06:07

January 15, 2016

El país versus el régimen

Venezuela sufre de exceso de velocidad. No hay tiempo para tomar aire, reclinarse, cerrar los ojos, pensar en planes personales. Esa no es una opción. No hay chance para el sopor. La realidad tiene otras aspiraciones. La realidad, el huracán, la caída. Marque con una equis el sinónimo de su preferencia.


Las noticias parecen disparadas desde una AK47. Sin piedad. Sin control. A cada tanto ocurre una primicia que desbanca a la otra.


Es un duelo entre dos bandos. El país versus el régimen. Una contienda que promete insomnio para todos. Una garantía de emoción. Una narración trepidante. Todo en este 2016. No se lo pierda. Suspenso, acción, nervios en vilo. Un coctel que contiene altas dosis de violencia, drogas, lavado de dinero, corrupción. Todo a un ritmo incansable. Es la historia de una extravagante revolución socialista que se juega sus últimos días. Una súper serie que no tiene parangón. Diecisiete años de un argumento que acelera frenéticamente sus episodios.


El régimen, herido de muerte por la contundente y adversa manifestación del país, se revuelve furioso en su charco de venganza. Se levanta del suelo a tientas. Arroja escupitajos de rabia a su alrededor. Lanza golpes de verbo y de estado. Hace trizas la decisión de las mayorías de elegir 112 diputados opositores. No acepta estar fuera del palco de ganadores. Arrebata los derechos recién conquistados. Sabotea. Impugna. Grita desacato. Dice cabrón. Dice nunca. No volverán. No le importa que todo se convierta en escombro. Su orgullo es inconsciente y monumental. El país dijo cambio pero los cabecillas de la revolución clausuran sus oídos y afilan su veneno. No admiten el mandato popular. Cambiar implica el fin de su imperio. Desmontar las consignas. Regresar al resentimiento. Perder el chorro de dinero. No quieren. Se han diseñado en estos años para el saqueo y la impudicia. Han chapoteado largamente sobre el petróleo y no quieren salirse de la gigantesca piscina. Se han hecho hedonistas. Adictos a la lujuria del poder. Decir revolución también es una forma de ganarse la lotería. Apuestan por la fiesta infinita. Cambiar es perder, renunciar a los privilegios, retomar la normalidad. Pagar por sus crímenes, quizás. Y en su afán por sobrevivir ignoran el designio del pueblo. Desconocen más de 7 millones de votos. Decretan la guerra a muerte.


Y así andamos. A toda velocidad. Bajo una lluvia de granadas que caen sobre la economía del país. No importa la escasez. Declaran que la inflación no existe. Aconsejan sembrar cebollín en los balcones. Viva Chávez, las colas siguen. Patria o Muerte, la morgue se colapsa. Comuna o nada, hambruna y mucha. Viviremos y venceremos, enfermaremos y moriremos. Todo ha sido una gran estafa, una burla de la historia. La escenografía (¿la patria?) vuelta un estropicio. La constitución caída en algún albañal. Es el capítulo del vértigo. El enfrentamiento decisivo entre el país y el régimen. Y mientras tanto, la vida convertida en emboscada y crisis. En agobio y basta.


La dictadura rechina sus dientes. Está herida. Y más peligrosa que nunca. No se pierda la resolución. A fin de cuentas, es imposible. Usted también forma parte del desenlace.


Leonardo Padrón

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Published on January 15, 2016 05:38

January 12, 2016

Cuatro hombres y una escalera

Treinta segundos dura el video. Bastaron cuatro hombres y una escalera para demostrar que el comandante eterno no lo era tanto. Que era más un adjetivo, una hipérbole, un exceso del idioma. No se necesitó de más gente. En el video se ve a uno de esos hombres sosteniendo un pequeño andamio sobre el que se apoya la escalera. Otro está más arriba, la mano izquierda asegurando la estabilidad de la misma, el brazo derecho abrazado al abdomen de la columna, para evitar un traspiés. Abajo, un tercero alumbrando el punto de enganche del cordel. Y en lo más alto, el que le tocó el instante protagónico de la faena. Lo vemos cómo saca de su bolsillo trasero un alicate, se afana con el cordel, intenta quebrarlo dos, tres, varias veces, le da un tirón violento, y luego otro, y otro. Hasta que cede. Entonces la gigantografía de Hugo Chávez que cubre un costado de la Asamblea Nacional se descuelga de lado. Se repliega sobre sí misma. La imagen del flux negro se arrebuja sobre la banda presidencial que cruza su pecho. El traje de gala deja de ser traje. El rostro cae a un costado y desaparece. Listo. El símbolo es ahora solo un pendón caído. Algo que hay que terminar de recoger. Un lastre.


No se ve más. El video colgado en las redes finaliza. Uno solo imagina el resto. Lo que queda: un ego desorbitado a ras de suelo. “¿Dónde ponemos esto?”, se dirían los cuatro hombres, apurados, impelidos por un nuevo patrón, pues se acerca la ceremonia grande del día. No se ve más. No se ve, por ejemplo, lo que discurre en la mente de esos cuatro empleados de la Asamblea Nacional. El del alicate, el actor principal, ¿acaso sospechó esa mañana cuál sería su labor ese 5 de enero? Supondría un día agitado, cómo no, una jornada de órdenes y contraórdenes, un almuerzo tardío, lamentaría no haber pedido otra empanada en el tarantín de siempre o desestimar la segunda arepa que su mujer le ofreció por puro empeño de consentirlo. Supondría incluso una cierta dosis de caos en su sitio de trabajo, un nuevo choque entre partidarios de uno y otro bando ideológico, quizás hasta imaginaría el ardor en sus ojos por las consabidas bombas lacrimógenas que a veces aliñan su jornada. Pero no eso. Bajar de su pedestal al galáctico. Descolgar el mito. Protagonizar el gesto más rotundo del cambio que ha comenzado en su país.


No se ve si ese hombre cumplió su faena con tristeza o entusiasmo. No se sabe más. Se supone, sí, que su mujer debe desgastar sus días en las colas del azúcar o del pollo, más eternas que el propio comandante. Se imagina uno que su miedo al volver a casa al final del día es el mismo del resto de los venezolanos. Miedo a ser asesinado porque la muerte sigue de fiesta. Miedo a perder su teléfono, su sueldo, su derecho a estar vivo. También supone uno que le acalambra el ánimo tanto desbarajuste cotidiano, tanto no tener chance de ver un más allá para sus hijos. Tanto saber que su dinero, el breve dinero de su sueldo, cada día se parece más a un insulto. Pero ese día la rutina dejó de ser rutina. La imagen del presidente Chávez, con la que se tropezaba al ir a su trabajo, todos los martes, todos los meses, todos los años, ya no está. Él mismo la quitó. Él con sus tres compañeros de faena. Los cuatros hombres saben que algo ha cambiado en su sitio de trabajo. Y en sus vidas. Algo que pareciera contener el saludable olor del futuro.

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Published on January 12, 2016 10:40

December 19, 2015

Felices y preocupados

Si te asomas estará allí, viéndote con sus ojos de árbol, con su cinturón de carros, con sus accesorios en el lugar de siempre: antenas, deportistas, quebradas de agua. Todo expuesto al mismo sol de cada lunes. Como si el Ávila siguiera igual. Pero no, sabes que hoy la ciudad es otra. Tu cotidianidad ha recibido un punto de inflexión que parece impalpable, que no genera alteración en las nubes, en su levedad o frecuencia. Pero es cuestión de afinar la mirada. Observar mejor a los ciudadanos. Las sonrisas. Ni siquiera podrás contarlas. Hay muchas. Aparecieron. Como si alguien hubiera conseguido el botín y lo hubiera repartido al hilo de la madrugada.


En cada fragmento del mapa, la mañana ocurrió igual pero distinta.


Nadie ha querido hacer mayores alardes, porque siguen siendo tiempos complejos. La alegría de millones debe convivir con el duelo de otros millones, que esta vez son muchos menos, pero son. Porque siguen existiendo las dos temperaturas en el país. Gente que dice que por fin hay una navidad que celebrar. Gente que ha oscurecido repentinamente. Esta vez la mayoría es otra. O quizás la que tenía rato siendo. Pero se atrevió y apartó el miedo, como quien se quita de la espalda un bulto muy pesado. Y entonces habló el hartazgo, habló un cansancio monumental, un exceso de penurias que se convirtió en reprobación mayúscula a un sistema de gobierno y le dio vuelta a las agujas del reloj de la historia de Venezuela.


El 7 de diciembre amaneció de sonrisa.


***


El día anterior, ese que ahora podemos catalogar -sin hipérboles- como el histórico 6 de diciembre del 2015, tuvo sus particularidades. El libreto se repetía como en elecciones anteriores. Pero hubo una notable variación en los metros finales de la noche. La ilegal orden de mantener los centros de votación abiertos, así estuvieran vacíos, no se cumplió a cabalidad. El vandalismo electoral no ocurrió. Los militares cumplieron su trabajo y la MUD supo cuidar milimétricamente cada voto a favor. En todo caso, la diferencia real la ejercieron toneladas de prosélitos de Chávez, vapuleados en su día a día por los estragos de la estafa política más grande de las últimas décadas. Lo entendieron: era absurdo seguir votando por un régimen que había arruinado, hasta el escándalo, al país con las mayores reservas de petróleo del mundo.


Esa noche, mientras se esperaba el anuncio oficial del CNE, un silencio espectral reinaba sobre el valle de Caracas. Desde mi apartamento poseo un punto de vista que abarca las montañas de Coche, los confines de Catia y los nutridos cerros de Petare. Todo eso era silencio. Un silencio compacto, expectante. Como si la ciudad entera estuviera aguantando la respiración. Por primera vez no explotaba el cielo con los cohetones prematuros y arrogantes de la revolución. Desde las 7 de la noche ya los venezolanos manejábamos las cifras de la victoria de la MUD, pero nadie se atrevía a celebrar. El deja vú era muy fuerte. Escenarios similares habían desembocado en un sorpresivo triunfo del régimen. La frustración era el menú habitual. Por mi parte, hasta no ver al Factor Tibisay leyendo los resultados oficiales no me permitiría ni un solo gesto de celebración. Tocaría trasnocharse, deshojar la angustia, hacer del estrés un deporte extremo. Bien lo diría Alberto Barrera Tsyzka en un tuit: “Tibisay Lucena debe ser enjuiciada por malversación del tiempo de todos los venezolanos”.


Finalmente ocurrió. Lucena, con un enredo de consonantes, no tuvo más remedio que anunciar el triunfo de la oposición. En casa, un pequeño grupo de amigos lanzamos un grito que mezclaba felicidad y extrañeza en partes iguales. Mi mujer no atinaba a reaccionar, no le daba permiso a la música que traía la noticia. A fin de cuentas, pertenecíamos a una tribu acostumbrada a la derrota. Derrota natural, amañada o fabricada. Un “como sea” ya convertido en tradición. En la euforia les dije a mis hijos: “Les vamos a recuperar el país que ni siquiera han podido vivir”. A esa hora, y con tamaña noticia, me di el permiso de la grandilocuencia.


Afuera, el valle de Caracas lanzaba cohetones al cielo. Y bulla. Y gritos. Pero la pirotecnia fue modesta. No había presupuesto para tanta alegría.


***


Los días siguientes han sido inéditos. Cada saludo en la calle contiene casi el mismo parlamento. La gente se felicita mutuamente. La alegría se nos había vuelto un exotismo, un artículo foráneo, un asunto vintage. Por eso nos ha costado tanto verla directamente a los ojos. Es como si desconfiáramos, como si esperáramos una vuelta de tuerca de última hora. Algo que nos devolviera al pozo de la resignación.

Y eso pretenden los jerarcas del régimen, arrebujados de ira en su propio desconcierto.


Cuidado.


***


Una amiga, con planes de irse del país, me comenta que la sorpresa fue tal que le dijo a su pareja: “Pero esto no cambia nada, ¿verdad? No es que mañana Farmatodo va a estar llena de antipiréticos ni que los malandros van a salir corriendo a inscribirse en la universidad”.


Un viejo conocido me escribe desde Miami: “Muchos de los jóvenes que se vinieron y pidieron asilo ahora están arrepentidos. Quieren volver”.


La alegría flota, a pesar de los lunares del escepticismo.


***


Un amigo que trabaja en un ente gubernamental me relata cómo transcurrió allí el día siguiente. Un teatro de máscaras: “los mejores actores de Venezuela están en las instituciones públicas. La gente fingía un duelo por lo sucedido (“que cagada!”) y por dentro cantaban: ¡abajo, a la izquierda, en la esquina la de la manito!”.


Pero un gerente, genuinamente dolido, comentó: “esto fue horrible. ¿Vieron cómo está la ciudad? Fue como cuando murió el Comandante Chávez”. Silencio a su alrededor. La comparación los descolocó.


Cada quien ve lo que quiere ver.


***


Una de las celebraciones por el triunfo de la oposición ocurrió en la Plaza Bolívar de Chacao, dos días después. Convocado por el animoso equipo de Cultura Chacao (Albe, Xariell, Mafe) repliqué ante la multitud que atestaba la plaza “Un lento y feroz comienzo”, la crónica que escribí un mes antes, donde planteaba lo laborioso que sería el arranque del nuevo país. El gran Andy Durán y su orquesta tuvieron la misión de llenar cada rincón con las legendarias canciones del maestro Billo Frómeta. Fue una verdadera fiesta popular. Una noche conmovedora donde mujeres de 80 años, parejas de 50 y 40, jóvenes de 20, bailaban al compás de cada acorde, donde se exclamó feliz navidad y la gente se abrazaba, con una sonrisa guardada desde hace casi dos décadas, una sonrisa que era más bien un estreno de año nuevo, y todos coreaban los entrañables mosaicos de la Billo´s Caracas Boys, sin punzadas, sin miradas opacas, y entonces, en pleno pasodoble, en pleno Memo Morales al micrófono, cuando todo sonaba a país de antes, o de siempre, a bastión recuperado, rompí a llorar por segunda vez en tres días y me lancé al cuello de mi mujer, incontenible, con un quiebre de cansancio feliz, de valió la pena, de por fin, de todo comienza de nuevo, y alrededor todo el mundo cantaba, bailaba, todo acontecía como nunca.

La esperanza y las canciones de Billo en una misma plaza. Vaya sobredosis. Y el recuerdo del verso de Antonia Palacios: “Una plaza ocupando un espacio desconcertante”.


***


El país, hoy, se balancea entre el estupor de la victoria de millones y la perplejidad de la derrota de otros. Antes nuestro refugio era una esperanza roída, mendicante, famélica. Ahora se trata del extraño licor del triunfo. ¿Estamos preparados para beberlo? Nos toca estrenar otras interrogantes. Ensayar el futuro.


El país insano en el que vamos desbrozando la vida ha hecho un gesto crucial hacia la luz. Se nos ha llenado el idioma de palabras que ya no recordábamos cómo sonaban.


En los pasillos del poder acontece, en cambio, el peor de los despechos. Algunos azotan su duelo con furia, otros con reclamos justos, críticos. Nicolás Maduro ha convertido el pésame en metralla. Habla como la víctima de un golpe de estado. Grita rebelión y calle. Diosdado Cabello instaura un Parlamento Comunal para trabar la labor del próximo parlamento. Tarek El Aissami amenaza con boicotear la instalación de la nueva Asamblea Nacional. En Zurda Konducta, el bilioso programa de VTV, “Cabeza´e mango” es enviado a Petare, micrófono en mano, a interpelar a los ¿desprevenidos? peatones: “Si el cambio llegó, ¿cómo es posible que aún haya basura, huecos e inseguridad?” Buscan atizar a la masa. En una acrobacia rabiosa tratan de endosarle la culpa del caos, no solo a la falsa guerra económica, sino a la nueva Asamblea que ni siquiera ha estrenado funciones.


El despecho como radicalismo de Estado. La cólera en acción. Preocupante. Muy preocupante. La furia de la derrota puede acabar con lo poco que queda sano en el país.


***


Antes estábamos tristes y preocupados. Ahora, sí, andamos felices. Y preocupados.


***


La oposición se había convertido en una melancolía bastarda. Ya no. Ya es destino también. Opción. Alternativa.

Lo que ha ocurrido no es otra cosa que una invitación a vivir. A reestrenar el país. Tengamos la inteligencia de hacerlo con las luces de la concordia y la reconciliación.

Que nada suene a revancha. Que todo lo que estrene nuestro 2016 sea sensatez. Que haya norte y brújula. Que enero sea un inicio de aire limpio y futuro. Así queremos los venezolanos la vida. Así lo pronunció una descomunal mayoría el 6 de diciembre. Que la política adquiera compostura. Que cese la confrontación. Que se impongan la cordura y la prudencia. Que busquemos entre todos la sabiduría para entendernos y salir de la ruina. Es el pedimento del país entero. Una cotidianidad sin estridencias. Sin sobresaltos. Que los mejores economistas propongan el rumbo. Que la justicia imponga su reino. Que los diputados legislen con lucidez. Que culmine el saqueo. Que la violencia sea la primera derrotada. Que seamos otra vez normales.

¿Sería mucho pedir?

¿No se merece Venezuela algo que se parezca a una feliz navidad?

Pues sí. Toca una feliz navidad. Nos hemos ganado ese derecho de una manera irreversible.


Leonardo Padrón

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Published on December 19, 2015 20:31

December 17, 2015

La verdadera vinotinto

Por CaraotaDigital – dic 17, 2015


La noche del 6 de Diciembre del 2015 los venezolanos escribimos una página clave en el libro de nuestra historia futura. Siete millones setecientos mil personas apostamos por el cambio en una participación electoral record, por ser un evento que solo apuntaba a elegir un nuevo parlamento. El venezolano suele volcarse masivamente sobre las mesas electorales básicamente cuando se dirime el nombre de un nuevo presidente de la república. Pero esta vez el estado de apocalipsis que vivimos marcó la pauta. La política se le metió en la nevera al venezolano. Le estremeció su comedor. Fue demasiado. Era imposible la indiferencia.

En todo caso, nadie podía prever lo que iba a pasar en estas elecciones, más allá de las auspiciosas encuestas. Hasta qué punto la indolencia, el miedo o la apatía serían echadas a un lado. Y ante la resignación que nos ha cubierto como nube tóxica durante tantos años, ante el tatuaje de desesperanza aprendida que llevábamos marcado en la nuca, cualquier desenlace podía ocurrir.

Por eso los militantes de la esperanza, los optimistas crónicos, los venezolanos que no están acostumbrados a claudicar, los que renuncian a dejar el país en manos de unos soberanos irresponsables y corruptos, se activaron de todas las maneras posibles para movilizar al resto del país y lograr que la apetencia de cambio se manifestara a través de un aluvión de votos.

Si tratamos de ponerle rostro a las razones de la victoria encontraremos un mosaico espléndido. En esa lista, que siempre será incompleta, amnésica, injusta, hay que hablar de la propia MUD, del espíritu de conciliación que privó para zanjar las diferencias ideológicas que se aglutinan en ese gran galpón de tendencias y partidos políticos que es la oposición. La premisa de la unidad triunfó. Fue una palabra que se convirtió en estribillo y mantra. Una palabra que funcionó para domesticar ambiciones personales y egos excesivos. Una palabra clave para que el electorado comenzara a confiar en sus candidatos. Los políticos de oposición, luego de tantas derrotas, errores y dislates, aprendieron la lección.

Así mismo, fue crucial lo hecho por las distintas organizaciones que desde hace años se han forjado en función de estimular a la gente a votar, a organizarse, a educarse políticamente. Son tantas, tantas, que es mejor no listarlas para no cometer el pecado de la omisión. De igual forma se debe aplaudir el entusiasmo de los estudiantes, indeclinables, maravillosamente tercos, siempre dispuestos a alzar la voz, a llenar las calles, a insistir.

Nadie podría negar, a riesgo de ser mezquino, el aporte y tesón de mujeres como Lilian Tintori, Mitzy Capriles, Patricia de Ceballos o Bony Simonovis, esposas de emblemáticos presos políticos que decidieron convertirse en queja permanente, en reclamo activo, en ruta internacional para llevar a todos los rincones del planeta el testimonio de la arbitrariedad e injusticia que ha hecho de este régimen un ejemplo de cómo violar los derechos humanos impunemente en pleno siglo XXI. En buena medida ayudaron a convocar la mirada vigilante de la comunidad internacional y las denuncias de países, numerosos ex presidentes y parlamentos extranjeros.

Hay una instancia que vale la pena nombrar y fue el aporte que hizo el país cultural a través de sus códigos. La presencia inquebrantable -en la prensa, en la radio o en las redes- de los analistas, escritores y cronistas que sumaron sus argumentos y criterios. Los dramaturgos, actores y músicos que recorrieron el país con obras, charlas o espectáculos altamente críticos y sugestivos, donde se hablaba –así fuera de soslayo- de autoritarismo, de desabastecimiento, de diáspora, de ausencia de libertades. Incluso en muchas obras que no apostaban al tema país los propios actores, comprometidos en su rol de ciudadanos, salpicaron los textos con comentarios, ironías, reclamos disfrazados de chistes y coletillas sobre el oscuro tiempo que vivimos. Los humoristas, con su poderosa herramienta de contagio, también sacudieron las entrañas del país con su corrosiva reflexión a través de sus diversos stands ups y monólogos. Los cantantes, sobre todo los que no están cuidando -con exceso de neutralidad- el latido de sus chequeras, también apostaron por entonar melodías que ponían el punto en la llaga, que clamaban por una gran reconciliación nacional a través de la tonada, la balada, el hip hop, la gaita, el ska, el pop electrónico o la música urbana. Y los periodistas, desde sus vapuleadas trincheras, desde sus vigilados micrófonos, no dejaron de nombrar lo incorrecto, de denunciar, de atizar al ciudadano indiferente y de acompañar al venezolano humillado. Hubo también libros que se publicaron en estos últimos años donde se revisó el pasado, donde se hizo el convulso diario del país, donde se fue registrando la ignominia y donde se comenzaron a ficcionar los estragos de la fallida revolución.

El arte también decidió opinar, moverse, proponer. Como siempre lo ha hecho, a lo largo de la historia, en cada país donde el oprobio intenta vulnerar las libertades humanas.

Y, en general, hay una ingente cantidad de venezolanos que echaron el resto, cada uno desde sus posibilidades, desde su oficio, para convertir la crisis nacional y su quejumbre en una avalancha de votos el 6 de diciembre y abrir un espectacular boquete de oxígeno al túnel donde estamos todos sumergidos. Son aún muchos más los que clasifican como héroes anónimos. Muchos los que no declinaron. Muchos los que se expusieron. Los que decidieron, incluso desde el exterior, pronunciarse y no convertir al país en resignación, en olvido, en más nunca. Esa es la verdadera selección Vinotinto. La que le propinó a la autoritaria revolución bolivariana la goleada más contundente de su historia. La que dio una prueba demoledora de tenacidad y cordura. La conciliatoria y animosa. La que sigue apostando por la reunificación absoluta y definitiva del país.


Por CaraotaDigital – dic 17, 2015

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Published on December 17, 2015 15:16

December 12, 2015

Maduro, el inmaduro

Se podría hacer una voluminosa antología de los desafueros verbales de Nicolás Maduro. De hecho, el humor venezolano lo tiene entre sus víctimas predilectas. Seamos justos, en rigor, él pone la materia prima. El resto es colgarlo en la red, masificarlo, convertirlo en asunto viral. Pero más allá de la sonrisa atónita que generan sus torpezas, está lo que eso entraña dado el rol que el personaje ocupa en Venezuela. Se trata del presidente de la República. Hay una majestad implícita en el cargo que hay que corresponder con el discurso y el accionar. Pero Maduro nos ha enseñado de manera vertiginosa a perderle el respeto. Es su hazaña. Nadie más tiene responsabilidad en tal conquista.


La reacción de Nicolás Maduro ante la “aplastante” derrota que sufrió el gobierno (el adjetivo no es mío, es de Pérez Pirela y Juan Barreto) en las elecciones del 6D ha sido una muestra de profunda inmadurez política. Todos esperábamos su discurso luego de la debacle electoral. Suponíamos, al menos,  un comedido acto de mea culpa. Una reflexión lo suficientemente atinada que lo llevara a moderar su estridencia, a ejercer la humildad, a aceptar algún error crucial. Pues no. Maduro, como un adolescente malcriado, sin un átomo de pericia política, se ha dedicado –en los ya varios duelos públicos- a lanzar pataletas, gruñir insultos, repetir consignas que ya fracasaron. Si no fuera tan penoso, daría risa. Si no fuera tan preocupante, daría pena.


Saber perder es lo mínimo que le puede exigir la ciudadanía a un político, pues la política es un oficio que se balancea permanentemente entre el triunfo y el fracaso. Pero no. Este no es el caso. Maduro, por el contrario, en vez de rectificación, esgrime amenazas. Más aún, plantea la venganza como su próximo plan gubernamental.  Dice que ahora no sabe si terminará el plan de construcción de 1.500.000 viviendas (cifra poco creíble, por cierto) pues la gente, “su gente”, no lo acompañó con el voto. Lo que pone en evidencia una vez más que los beneficios sociales solo existen para todo aquel que proclame su adhesión a la causa revolucionaria. Si usted es un damnificado, un refugiado, o alguien sin recursos económicos para sustentar un hogar, pero no simpatiza con la revolución entonces no se merece vivienda alguna. Ni canaimita, ni tablet, ni taxi, ni nada. Usted califica prácticamente como un ser invisible. No existe. Peor aún, sí, existe, pero en la orilla del odio, esa larga orilla donde han colocado a millones de venezolanos, esa orilla que llaman “derecha maltrecha”. Que no es tan de derecha, y mucho menos maltrecha, si nos atenemos al aluvión de votos del 6D en contra del régimen.


Maduro dice que “ganaron los malos”, que ganó “la guerra económica”, que ganó la “contrarrevolución”. No se da permiso para pensar. Para reflexionar. Para elaborar una idea un poco más articulada, más cercana a la realidad. Prefiere seguirse tropezando con la misma piedra ad infinitum. Y su cabizbajo  auditorio lo aplaude. ¿Ese aplauso es pura  solidaridad automática o un mero acto de educación protocolar? ¿Están sus ministros, sus adláteres, su público de galería, de acuerdo con sus epidérmicas reflexiones? ¿De verdad esa es la lectura que Maduro tiene de la brutal derrota que sufrió el 6D? Ya Roy Chaderton, ese inenarrable canciller del cinismo, se atrevió a declarar que la oposición había hecho uso de un ventajismo político desvergonzado. El señor Chaderton, tal como estila su jefe, insulta la inteligencia del venezolano. Ya da pereza enumerar todo el ventajismo del que ha hecho gala el gobierno durante 17 años y 20 elecciones. Es inadmisible que Chaderton esgrima tal argumento. Es un chiste barato. Igual Maduro. Peor Maduro. No puede acusar a la gente de haber caído en la trampa del imperio (bostezo), no puede condenarlos por creerse las mentiras del “pelucón mayor” (nuevo bostezo). No puede decirle a la nueva Asamblea Nacional “está bien, vengan por mí, aquí estoy yo con el pueblo y con las Fuerzas Armadas Nacionales Bolivarianas”. ¿De verdad sigues creyendo que el pueblo está contigo? ¿Haber perdido todos los circuitos que están en las barriadas populares de Caracas y en casi todo el interior del país no te da una ligerísima idea de lo que opina el pueblo sobre tu gestión? ¿El error no serás tú, Nicolás Maduro? ¿El error no será el modelo económico? ¿La  obsesión por un dogma ideológico que fracasó en el resto del mundo? ¿No te das cuenta que Fidel es ya un trasnocho barrido por la historia?


Todavía rebota en los oídos de los venezolanos la terrible afrenta que Maduro le propinó a Carlos Ocariz, alcalde del Municipio Sucre, atropellando de forma infame el amor de un padre por un hijo seriamente enfermo. Maduro dio una muestra de -no cabe otra expresión- su miseria humana. Fue una campanada más de alerta. Este país está lidiando con un personaje turbio, inescrupuloso y sobre todo, bastante irreflexivo. Eso que él llama pueblo le dio la espalda de forma contundente. La gente no llena sus estómagos con retórica patriotera. La gente no cura a sus hijos con los discursos vencidos de Chávez. La gente no se salva de la inseguridad con insultos a la oposición. La gente no quiere más cadenas. La gente necesita un país normal. ¿Es tan difícil de entender, señor Maduro? ¿Ha leído los artículos de sus correligionarios en el portal chavista Aporrea? ¿Vio el programa con las duras y frontales críticas de uno de sus anclas favoritas del canal VTV? ¿Vio los videos de cómo la gente, el pueblo, “los hijos de Bolívar y Chávez”, como dice usted, con exceso de almíbar en el lenguaje, abucheaban sin rubor a sus gobernantes en los centros de votación? ¿No le pasa ni por un segundo la idea de pensar que quizás lo han hecho francamente mal? ¿Podría terminar de entender el mensaje que le envió el pueblo el 6 de diciembre, señor Maduro?  Ese es el pedimento más urgente que le hace el país en estos momentos.


O, al menos, pliéguese al consejo de Abraham Lincoln: “Hay momentos en la vida de todo político en que lo mejor que puede hacer es no despegar los labios”.


Leonardo Padrón

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Published on December 12, 2015 09:29

December 5, 2015

Domingo de resurrección

No, no es una equivocación del calendario. Claro, no estamos en Semana Santa. Y no es, como lo evoca la liturgia católica, “la feliz conclusión del drama de la Pasión y la alegría inmensa que sigue al dolor”. Aunque la tentación de untarle esa frase al momento político que vive hoy el punto más al norte de la América del Sur es grande. Pero me entona ese título. El destello a buena noticia que ostenta.


***


Hoy, 6 de diciembre del año 2015, la contraseña para un país llamado Venezuela es que todos sus ciudadanos en masa, en multitud, en bulto de millones, vayan a votar. La contraseña es la lucidez. La contraseña es arrojar el miedo al cesto de la basura porque hoy el miedo no nos sirve, no es útil, es un estorbo para el curso de la historia.


Bien lo sabemos. Ellos, el gobierno, los líderes de la alicaída revolución chavista, harán lo que mejor saben hacer. Moverán todos los tensores de la gigantesca maquinaria que han construido en 16 años. Vaciarán las arcas, incluyendo las indebidas, para movilizar a sus seguidores, y –sobre todo- a los que ya solo persiguen su propia decepción, a los desencantados, a los indignados, a los abúlicos. Les recordarán, con argumentos que oscilarán entre la arenga y la amenaza, su lealtad con el todopoderoso líder que, vaya ironía, sucumbió a la muerte como cualquier miembro de la especie humana, para terminar no siendo tan ser supremo. Pero para algo sirven los adjetivos. Un hombre galáctico, un hombre eterno, esa sigue siendo la insignia machacada hasta el hartazgo. Así funciona el voraz mercadeo de los mitos.


Y entonces tocarán la diana a una hora indecente. Aullarán sus consignas, su retórica olorosa a naftalina. Serán estridentes. Sacarán sus huestes, sus batallones. Recorrerán las calles expandiendo sus canciones de guerra. Urgirán a los tubos de escape de sus motos. Agitarán la marea seca del asfalto. Desfilarán con la intimidación como estribillo. Se vestirán de ultimátum.


Se propondrán lentos en el proceso de arranque. Algunas mesas de votación se harán tardas, calmosas. Buscarán confundir. Irritar tu paciencia. Urdirán estrategias hoscas. Asomaran la sombra de sus armas. Sacarán a pasear al lobo del miedo una vez más. Se convertirán en colmillo, en arenga hostil, en ladrido. Harán de sus medios de comunicación una verbena de triunfo prematuro. ¿Entiendes, no? Lo sabes, lo has vivido ya muchas veces. Pero esta vez tú marcaras la diferencia. Tú cumplirás la contraseña.


***


Tú serás más ciudadano que nunca. Harás de este domingo el mayor acto cívico que hayas vivido. Te bañarás concienzudamente, vestirás tu camisa más fresca, te peinarás sin prisa, te empinarás un café, llevarás el periódico oscilando en tu mano, te unirás a los vecinos que salen de sus casas, con la mirada distinta, con el semblante cómplice en la sonrisa. Harás esa breve peregrinación a tu centro electoral, sin estridencias, sin trompetas ni prédicas en el verbo. Te unirás a la cola. La única cola de este país donde no te sentirás humillado y donde cobrará sentido finalmente tu cédula de identidad. Compartirás una mirada limpia con tus pares, y otra vez asomará esa sonrisa rara, inédita, aun tenue, de asunto que amanece, de principio de las cosas.


Es como si fueras a llenar la planilla de estreno de otro país.


***


Y avanzarás poco a poco, y verás cómo la cola crece, cómo la gente se saluda con un gesto firme, sin barandas en la duda, con la esperanza agitándose en las pupilas. Estarás frente a la máquina de votación, lleno de sentido común. Listo para opinar por lo que vives. Listo para comenzar a desterrar el oprobio en el que se ha convertido tu vida. Tu elección será tan personal como secreta, tan tuya que contiene a tus hijos, tus proyectos y tus porqué. Te sentirás más demócrata que nunca poniendo tu firma en este domingo de resurrección que tu generación no olvidará.


Depositarás ese pequeño papel en la urna electoral, como quien entierra un pasado oscuro y vergonzoso, como quien echa las últimas paladas de tierra sobre una larga pena, un amor que te traicionó o en el que nunca creíste. No lo oirás, pero sentirás tu pequeño papel sumarse a los otros, que allí, en el espacio íntimo de la caja de cartón se convertirá en protagonista de una jornada inolvidable.


***


Apostarás a que todo comience de nuevo. A que el odio sentirá su primera derrota. Vendrán tiempos de humildad colectiva, piensas. De madurez ciudadana. De enumerar las primeras tareas. De afinar el lápiz y redactar una primera página, una suerte de diario, un informe general sobre la resurrección. Volverás a creer en algo. Volverás a apostar por tu origen, por tu sitio, por tus costumbres.


La única contraseña permitida será que triunfe la verdad. Que lo que Tibisay Lucena, la voz del ágora revolucionaria, diga esta noche, al filo de los nervios de un país entero, sea -no irreversible- sino incuestionable. Que no haya dudas, ni miradas de soslayo, ni quebrantos en la realidad. Que sea un anuncio impoluto. Sin otra consecuencia que un largo aplauso de un lado y un comprensible duelo del otro. Y entonces la revolución comenzará a convertirse en ayer. Y la democracia se hará cercana, horizontal y cierta. Te sentirás bien contigo mismo. Tu conciencia de venezolano se hará más nítida. Mirarás a tus hijos con un ánimo inédito. Pondrás algo de música, sin destemplanza. Ensayarás un breve paso de baile con tu pareja. Reirás con ese brinco en el pecho que da la alegría de una noticia que se ha hecho esperar demasiado.


***


Mientras apuestas por ese momento, llamarás a los tuyos. Chequearás quién ha votado, quién no. No prenderás la televisión, pues la sabes hoy un aparato inútil, un objeto colonizado, una fábrica de espejismos ideológicos. Buscarás las emisoras de radio confiables. Te sumergirás, sobre todo, en las redes sociales donde aún la verdad tiene sus pasillos, sus ventanas, sus voces. Recelarás de las cadenas triunfalistas, las cifras prematuras, los datos excesivos. No replicarás lo que sea duda, desproporción y fuente incierta. Has aprendido. No es la primera vez.


Sabes que te toca desvelarte, como te has desvelado ya ¿19, 20 veces? ¿Cuántas Tibisay Lucena tienen tus madrugadas? Estarás, como todo el país, y los ojos del mundo, pegado a cada latido de las noticias, viendo de soslayo la botella que contiene tu licor preferido, el que guardaste para un momento como este. El susto irá creciendo en el estomago con cada minuto que se descuelgue del reloj. El susto, como una mancha que se ensancha y es vértigo.


Vendrán las caras de póker de lado y lado, los silencios inescrutables, y luego las medias sonrisas, los gestos de fiesta simulada. No sabrás cómo aplacar la mancha del susto. A quién más llamar, a quién no creerle. La lluvia de datos de última hora es tal que te mareas, te levantas, abres la nevera, pellizcas algo, te sirves otro trago, tu pareja te insiste en que llames de nuevo a tu contacto más cercano. ¿Qué sabes tú? ¿Cómo va la vaina? Están jodidos, esta vez están jodidos. ¿En serio? No me quiero entusiasmar. Tengo un historial de naufragios. Tranquilo. Imagínate que en el circuito tal, clásico bastión chavista, no tienen vida. Te lo dije: las encuestas no mienten. ¿Pero le viste la sonrisita a Jorge Rodríguez? No le hagas caso, él duerme así, con esa mueca de burla existencial. Es su burka, su escondrijo. Un rictus, casi. No sé, no sé. ¿Por qué no terminan de cerrar todas las mesas? Son ya las 7:30. Estamos presionando. Presionar no basta. Como tampoco basta llamar al amigo que tienes dentro del comando opositor, ni al primo lejano de un importante chavista, y menos aún sirve la fiesta que bulle en la autopista del Twitter. Ya bajaron la tarima en la Avenida Urdaneta. Gran vaina, eso lo han hecho más de una vez y después regresan todos con esa sonrisa Jorge Rodríguez en el rostro.


¿Y si pasa algo? Es decir, ¿si pasa lo de antes, lo de tantas veces? ¿Ese desenlace turbio al que nos tienen acostumbrados?


***


Es el día más largo del año. Para ti. Para tus contrarios. Para tu gente. Para todos. Tus hijos se dan cuenta, juegan, comen, juegan otra vez, se cansan, se asustan de tantos cambios de ritmo. Todo entra a la zona negra de la incertidumbre. Tú piensas de nuevo lo que tienes días pensando: la épica del chavismo es un barco que está a punto de encallar. Suena grandilocuente, pero es así. Las palabras a veces arrastran a los hechos. Allí está tu botella preferida, como una promesa líquida que pide a gritos mojar tu esófago y convertir cada sorbo en un por fin. En un comienzo. El comienzo que se necesita. Para no ser nunca más un país irrespirable. Para dejar de ser escombro y convertirnos en futuro. Esa es la contraseña. No hay otra. La contraseña es intentarlo todo otra vez y mejor. Tu voto es la contraseña hacia el país posible.


Hoy es domingo de resurrección.


Chequea de nuevo el calendario.


Leonardo Padrón

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Published on December 05, 2015 19:59

December 3, 2015

La gran pregunta

Leonardo Padrón

CaraotaDigital – dic 3, 2015


En todas las esquinas del país nos encontramos con la misma pregunta, como si fuera un semáforo inevitable, en el que uno se detiene con cautela: ¿Qué va a pasar el 6 de diciembre? La pregunta la repiten las azafatas, los taxistas, los mesoneros, los beisbolistas. Incluso hasta aquel que no tiene edad para votar. El país entero está acechante, desvelado por la incertidumbre, como quien espera el resultado de una delicada biopsia. Pero esta vez en el consultorio del médico hay, apretadamente, millones de pacientes con el alma en vilo.La interrogante “¿Qué va a pasar el 6D?” entraña, a la vez, una cadena de preguntas. La incertidumbre tiene varias gavetas.


Es como una muñeca rusa que contiene en su último vientre el destino del país. Cada acertijo te lleva a otro, más inextricable. Primera pregunta gruesa: ¿quién va a ganar la mayoría parlamentaria? ¿Se cumplirá el pronóstico que cantan todas las encuestas? Y si así ocurre, ¿cuál será el saldo definitivo? ¿De qué tamaño será la victoria de la unidad opositora? ¿Alcanzará la mitad más uno de los parlamentarios (mayoría simple)? ¿Las tres quintas partes de los diputados de la Asamblea? ¿Los dos tercios? O incluso, ¿existe la posibilidad de una sorpresa de última hora a favor del gobierno? Demasiadas preguntas dentro de un mismo signo de interrogación.


En el caso de que las proyecciones se cumplan -ellas, que andan tan unánimes por la calle- cada porcentaje mayor del triunfo activa más y más controles para detener los desafueros de un régimen acostumbrado a manejar el poder sin freno alguno, como un adolescente ebrio al mando de un costoso vehículo. Eso, los frenos al desastre es lo que reclama con urgencia el país.

Una vez resueltas estas preguntas el domingo 6 de diciembre, quizás al filo de la medianoche o de la conversación final de Tibisay Lucena con Miraflores, se disparan nuevas interrogantes, tan o más cruciales: ¿qué ocurrirá en consecuencia?, ¿aceptará el gobierno su derrota, sea cual sea el calibre de la misma? En este punto hay conjeturas de distinto tenor. Fernando Mires, ese lúcido analista político, por ejemplo, no duda en afirmar que la actitud de Nicolás Maduro y su combo será la misma que han exhibido cada vez que se enfrentan a una derrota electoral: el olímpico desconocimiento del resultado. El propio Maduro se ha encargado, con sus amenazas y excesos habituales, de insuflar esa sensación de que es un muy mal perdedor.


Maduro le puede dar el palo a la lámpara. Así de simple. Es su estribillo recurrente. En modo malandro. Con la consabida arbitrariedad de esta raza de ciudadanos que han hecho costumbre arrebatar lo que no saben ganarse en buena lid. Y si eso sucede, ¿entonces?, ¿cuál será la actitud de la oposición, si el gobierno sencillamente decide escamotearles el triunfo? El que más grita, el virulento, el que se ufana de poseer la lealtad de los militares, el que más armas tiene, el que se ha manejado históricamente sin escrúpulos a la hora de los abusos, puede pasar de los ladridos al mordisco. Sí. Puede.


Entonces, la última gran pregunta es:¿Nicolás Maduro le demostrará al mundo el domingo 6 de diciembre, en la baranda de la medianoche, que es un hombre con un resquicio de talante democrático o se convertirá, de una buena vez y por todas, con el apoyo de Padrino López, en un gorila más de los tantos que han enturbiado la historia del continente? ¿Será esa la noche de su salvación con un átomo de dignidad o su inmersión total y definitiva en la oscuridad de una nueva dictadura latinoamericana?


Leonardo Padrón

CaraotaDigital – dic 3, 2015

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Published on December 03, 2015 21:14

“El chavismo se convirtió en una estafa monumental”

Alfredo Meza. Caracas 3 DIC 2015 – 05:31 CET

EL PAÍS – ESPAÑA


Leonardo Padrón (Caracas, 1959) es el escritor más reconocido por el gran público en Venezuela. Poeta, escritor de telenovelas y películas, presentador de espectáculos teatrales, cronista y conductor de un exitoso ciclo de entrevistas radiales –Los imposibles- que pueden ser leídos como el retrato de un país que también colecciona pequeñas glorias. El chavismo lo considera uno de sus principales adversarios, pero él parece no reparar mucho en esa circunstancia. La sumisión al autoritarismo y el ejercicio de la intolerancia no están en el decálogo de sus principios.


Pregunta: ¿Qué cree que va a pasar en las elecciones parlamentarias?


Respuesta. Todo apunta a una victoria masiva de la oposición, pero hace tiempo perdimos cualquier rasgo de ingenuidad. Sabemos que el régimen desplegará todo su arsenal de estrategias ilícitas para torcer la voluntad del electorado, inflar resultados, desalojar a testigos de mesa de la oposición, intimidar electores, manipular el voto asistido, y chantajear a la masiva población humilde que depende, muchas veces, de sus alevosas dádivas. Entiendo que en esta oportunidad la oposición ha sabido blindarse mejor. Pero la violación de las normas electorales va a ocurrir. Que no nos quepa duda. Nos toca ser los más severos guardianes de la legalidad. Debemos ser rígidos en la denuncia y solución de cualquier atropello. Ya basta. Es inadmisible volver a tolerar un mínimo gesto de trampa electoral.


P. Hace poco citaba en un artículo una frase de Eduardo Galeano, figura tutelar del chavismo. “Qué sería del poder sin el miedo”. ¿Cuánto ha contribuido la difusión del miedo para que el Gobierno se mantenga en el poder?


Sabemos que el régimen desplegará todo su arsenal de estrategias ilícitas para torcer la voluntad del electorado


R. El miedo ha sido una de las herramientas políticas más eficaces de la revolución bolivariana. En el manual de procedimientos de los sistemas totalitarios el miedo es un clásico. Y aquí, en Venezuela, lo han conjugado en todas sus variantes. Los medios de comunicación que no logran comprar los hostigan a veces hasta la ruina. Los ciudadanos que ejercen el disenso son amenazados. Los tuiteros excesivamente irreverentes son encarcelados. Los líderes políticos son inhabilitados, arrinconados hacia la cárcel o el exilio. Los seguidores del chavismo, ante cualquier posibilidad de quitarse la camisa roja de su ideología, son alertados con ser execrados de los beneficios sociales que reciben. Los colectivos armados recorren las ciudades rugiendo violencia. El presidente Maduro se ha hecho experto ladrando amenazas en cada cadena nacional de una manera inaceptable. Es uno de los pocos argumentos que les queda. Y se les está devolviendo como un bumerán aliñado de justicia poética. Ahora el miedo habita en ellos.


P. ¿La difusión del miedo como política de Estado, la inseguridad personal y la escasez han cambiado el modo de ser de los venezolanos? ¿Es reversible ese cambio en el modo de relacionarse entre compatriotas?


R. Sin duda. El venezolano es ahora un ciudadano minado por la incertidumbre y la desazón. Hasta los actos más domésticos están signados por esos rasgos. Ahora somos más inseguros, más frágiles, más inconsistentes ante la noción del futuro como posibilidad. Revertir esa sensación es, no sólo posible, sino urgente. No hay país que avance con un clima tan abrumador de depresión. Pero es cuestión de reordenar las reglas de juego. Lo que le toca a la clase dirigente política y a los propios ciudadanos es un exigente ejercicio de lucidez. Para reconstruir a este país nos necesitamos todos, sin excepción.


P. ¿Cómo imagina el final de este largo culebrón venezolano?


R. Ni el más delirante de los guionistas puede predecir el resultado de esta terrible turbulencia que atraviesan hoy los venezolanos. Tenemos una larga temporada palpando los síntomas clásicos de una historia que se aproxima a su fin. Cada vez hay más elementos en el cóctel dramático. Pareciera que el mal ha agotado sus recursos, pero recordemos que la especie humana posee una rica imaginación que puede servir para la creación o la destrucción. En todo caso, nunca como en este diciembre de 2015 se había percibido tan nítidamente esta sensación de historia que se acaba.


Tenemos una larga temporada palpando los síntomas clásicos de una historia que se aproxima a su fin


P. ¿Qué ha perdido usted en todos estos años?


R. He perdido lo mismo que millones de ciudadanos. Las coordenadas de una vida normal, la libertad creativa en mi trabajo en los medios (sobre todo en la televisión), he perdido ciudad, noche, intemperie, sosiego, la vida de amigos y compañeros de trabajo asesinados por la inseguridad, innumerables derechos ciudadanos, y a la vez he ganado la animadversión de los radicales de uno y otro bando, las amenazas personales del presidente de la República, he vivido amenazas de muerte, el hackeo de mis cuentas personales y redes. En fin, he perdido calidad de vida, pero no es nada comparado con otros, muchos otros, que sencillamente han perdido la vida.


P. Hace ya cuatro años que no se exhibe una telenovela suya en los canales venezolanos. ¿A qué responde ese silencio?


R. El argumento del canal de televisión para el cual trabajo (Venevisión) es que no hay dinero para acometer la producción de tantas novelas. Hace dos años entregué una telenovela de 120 capítulos y está engavetada, sin embargo otros compañeros -de bajísimo perfil político- han visto luz verde con sus trabajos. Podría ponerme suspicaz, ¿no? De hecho, me consta que en el noticiero del canal estoy vetado por mi posición crítica.


P. Ese silencio ha sido relativo. En los últimos años usted se ha revelado como un cronista exitoso. ¿Qué registros distintos al de la poesía o las telenovelas ha podido alcanzar con la crónica?


R. Cuando te silencian por un lado, no queda otra que ensayar otros códigos de comunicación. La página que tengo a mi disposición quincenalmente en El Nacional (un periódico seriamente amenazado por el régimen) me ha permitido exponer mis criterios, luchar contra la desmemoria colectiva, hacer un registro -en modo de crónica- de las penurias de estos tiempos. No ha dejado de sorprenderme la necesidad que tiene la gente de conseguir interlocutores de su desazón.


P. El chavismo en sus inicios representó una mesiánica esperanza de cambio para la sociedad venezolana. ¿Qué representa hoy día?


R. El chavismo se convirtió en una estafa monumental. Nos prometieron el paraíso perdido y solo nos han entregado ruina, miseria y violencia. Han sido los grandes gestores de una escuela de odio y resentimiento que ha cultivado los peores estamentos de la lucha de clases. Es una hazaña oscura haber convertido a una nación tan llena de recursos como Venezuela en la indigente de la región. Somos el mejor ejemplo de cómo una ideología trasnochada puede arruinar a un país petrolero en pleno siglo XXI. Nos hemos convertido en el capítulo más bochornoso de la historia política contemporánea de Latinoamérica. Pero pareciera que estamos a punto de iniciar el fin de la pesadilla.


Alfredo Meza. Caracas 3 DIC 2015 – 05:31 CET

EL PAÍS – ESPAÑA

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Published on December 03, 2015 06:47

November 27, 2015

La voz editorial de las mañanas

Usualmente, la salida del sol se asocia con el vigor de los comienzos. El mundo empieza una vez más con cada amanecer. La vida estrena otra función. Pero en Venezuela, desde hace largos años, estrenar el día es reiniciar el agobio, recordar en qué capítulo del desatino andamos. La sensación de que todo comienza de nuevo cambia a la certeza de que todo sigue peor. Y entonces uno prende la radio y se asoma a las noticias, como quien se asoma temerosamente a un precipicio. Con el vértigo en la orilla del café.


“¡Son las 6 y 56, capicúa!”, dice la voz que habitualmente acompaña a muchos venezolanos en la ruta a sus afanes. Uno oye esa frase y entiende que se acerca el momento pico de la transmisión radial más escuchada del país. Una breve cortina musical nos adentra entonces al instante más personal del programa de César Miguel Rondón, el instante donde elige la que considera la noticia del día, agarra el bisturí de su verbo y la disecciona ante los oídos de miles de oyentes. Generalmente su elección, en un país que fabrica, a la velocidad de las balas, toneladas de noticias estridentes, graves y altisonantes, suele concitar el interés unánime de su auditorio. Así, a lo largo de cientos de programas, César Miguel Rondón se ha convertido en la voz editorial de las mañanas, en la voz que cuestiona, alerta y prende las alarmas ante los desaguisados de la clase gobernante, en la voz que se transforma en la conciencia del país decente que aún existe.


Valga decirlo. A César Miguel le toca lidiar, día tras día, con el mal humor de un país sofocado por la adversidad, un país que amanece casi afónico, cansado, fangoso. Le toca darnos el parte de guerra de nuestros caídos, el informe del descalabro general, las señales del desmoronamiento colectivo. No es poca cosa.


Y lo hace con su inconfundible voz, una voz sin sobresaltos ni excesos, que transpira una ecuanimidad no exenta de ironía, y que hace un puntual escrutinio de la realidad nacional. Porque parte del atractivo de estos editoriales, seamos claros, está en el tono con que son enunciados. Su voz se acerca a la noticia del día de forma sobria pero lacerante. Una voz que un gris funcionario del régimen, para intentar desacreditarla, ha querido tildar de mexicana, pero todos sabemos profunda e irremediablemente venezolana. Como si acaso el gentilicio fuera algo que tiene que ver meramente con el código postal de la clínica donde ocurrió su primera queja ante el mundo.


César Miguel interpela cotidianamente al poder. Registra sus abusos. Los lista en voz alta. Señala a cada funcionario, no importa la jerarquía, que ejerce de forma abusiva e indecente el poder. Así como numera los inagotables eventos donde la violencia oficial se despliega ominosamente sobre nosotros. César Miguel ha sido tan punzante en sus editoriales que la propia emisora de radio los oye con el corazón en vilo, distintos portales web los replican y -sin duda alguna- los personeros del régimen les temen porque saben que buena parte del país los escucha y una indisputable trayectoria de credibilidad los sostiene.


Alguna vez, intrigado por la sintaxis de sus editoriales, le pregunté en que momento los escribía, si acaso en el último inning de la madrugada o en los minutos previos al arranque de su programa. Mi sorpresa fue notable cuando César Miguel me soltó, así como quien te dice la hora de pasada, que nunca los escribía, que los iba armando en el camino, tejiendo las palabras frente al micrófono. Llegué a sospechar por un segundo que me tomaba el pelo, él, que tan necesitado está del mismo, cuando recordé que César Miguel exhibe, entre sus virtudes, la de no mentir, y menos a un compadre de sacramento. Ahora, que incluso uno puede acceder a su cabina de radio, a través de una aplicación tecnológica llamada Periscope, que nos sienta a su lado, anónima y calladamente, pues, queda más que refrendado su arte oratorio que, en el lapso de tres minutos o menos, deja sembrada sobre el lomo del día la reflexión que necesitamos para franquear la calamitosa realidad nacional.


Resulta entonces que una selección de esos editoriales se ha agrupado en un libro titulado “País de salida, Bitácora de la debacle”. Y quizás lo más valioso de este texto es su impensado tono de diario, su carácter de documento de una época signada por la tribulación y la oscuridad. Estamos ante una minuciosa radiografía de la degradación de un país que alguna vez estuvo lleno de futuro. Leer este libro es atravesar la tolvanera en la que se ha convertido Venezuela, ese estupor cotidiano que ha ido repujando un rictus agrio en nuestro rostro. Es un libro elaborado día a día, al pulso de la noticia, dando cuenta de cada centígrado de hervor ciudadano. A medida que recorremos las páginas de “País de Salida” vemos cómo sus aguas se encrespan y se convierten en un turbulento diario que arropa los años que van desde el inesperado 2013, el violento 2014 y el apocalíptico 2015. En definitiva, estamos ante un diario de la crispación general. Como bien dice Alberto Barrera Tsyzka en el prólogo al libro: estamos ante “un relato personal de la indignación ciudadana”.


Si me permiten el comentario, que podría sonar a injuria, este libro pareciera escrito a 4 manos entre César Miguel Rondón y Nicolás Maduro. Es como si Maduro hubiera dicho: “yo pongo los disparates y tú la voz que los cuenta”. Y es que no deja de impresionar la incesante presencia de Maduro en estas páginas. Dato que solo demuestra que el caos presente tiene un primer y notable responsable, un autor intelectual, y me perdonan la generosidad del adjetivo. En todo caso, no nos inquietemos, cuando Maduro está agotado o se toma un día libre, sus ministros y gobernadores tienen a bien proveer el material que sustenta esta antología de editoriales radiales.


No podemos dejar de subrayar las palabras iniciales de César Miguel Rondón donde apunta una conclusión perturbadora: “estamos ante el fin de una época, aunque eso no significa que la pesadilla esté a punto de terminar”. César Miguel nos propone la imagen de la bitácora y vale apuntar que su travesía, que también es la de todos, ha sido a contravía, con borrascas y torbellinos donde no deja de exhibirse la amenaza de la censura y el intento persistente de colocarle una sordina a su voz.


El libro comienza con el Chávez de la enfermedad y el misterio. Y desde entonces va dando cuenta del calibre de las mentiras que cada vocero del régimen ha descolgado cínicamente sobre nuestros ojos o las tantas veces que han irrespetado la constitución. Y así, este implacable notario de la realidad, anota cada traspiés económico, cada medida absurda, cada capítulo delirante. ¿Un detalle para el asombro? César Miguel reseñaba ya con alarma en enero del 2013 que la cesta básica alimentaria alcanzaba la escandalosa cifra de 2.175 Bs. Y hay que ver cómo envejecen los escándalos pues hoy, noviembre del 2015, la cesta básica sobrepasa los 100 mil Bs!! En un editorial del año 2014 registra, con sobresalto, el arribo del dólar negro a la indecente cifra de 200 Bs. Ese monto es hoy una carcajada de humor negro ante un cambio que se acerca peligrosamente a los 900 Bs. por dólar.


Escasez, desabastecimiento, falta de materias primas, colas, humillación, violencia irracional, armas de alta potencia en manos de bandas delictivas, ya todo se mencionaba con persistencia en los editoriales de César Miguel desde hace tres años. Es como si el tiempo no hubiera avanzado, como si la realidad se repitiera hasta el paroxismo, agravando la dosis de su veneno.


Estamos, sin duda, ante un libro necesario, porque uno de los roles más importantes que podemos ejercer en estos tiempos de penumbra y autoritarismo es evitar que el olvido gane la batalla. El olvido es una forma de impunidad. Por eso la pertinencia de inventariar los excesos, la ineptitud y la negligencia de un Estado que ha perfeccionado el cinismo como forma de gobierno. País de Salida es un alegato contra la desmemoria, un informe pormenorizado del imperio de la corrupción y la mediocridad y, a la vez, el pregón que parece anunciar el fin de una etapa ruinosa de nuestra historia republicana.


Al leer estas páginas resulta impresionante advertir todo lo que hemos resistido los venezolanos, así como el coraje y la templanza de César Miguel Rondón para darnos cuenta del estatus del caos, sobrellevando su propio desánimo, camuflando su desasosiego, acompañándonos desde la ecuanimidad de su voz, una voz que se ha especializado en ser emblema de la ética periodística y de una enorme vocación ciudadana al servicio del espíritu democrático que todos anhelamos recuperar.


Nosotros, ciudadanos vulnerados ferozmente en nuestra dignidad, lo único que tenemos son palabras, y eso –sin duda- lo tiene muy claro César Miguel. Palabras que se deben convertir en actitud, conciencia y voto para hacer de este País de Salida una ruta para el otro país, el que nos espera en algún lado, para convertirse quizás en el mejor editorial alguna vez pronunciado por César Miguel Rondón en el comienzo de un día luminoso e inolvidable.


Leonardo Padrón

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Published on November 27, 2015 17:34

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