Leonardo Padrón's Blog, page 23

April 16, 2016

Tiempo de solicitudes

Convengamos en un primer punto: los venezolanos estamos agotados. Ya, ya basta. Suficiente. Necesitamos regresar a la vida. Más aún, los venezolanos estamos asustados. Muy asustados. No entendemos cómo pudimos llegar a este derrumbe general. A este naufragio de la normalidad.


Los temas de la vida cotidiana fueron arrasados por el huracán de la revolución. Ya casi nadie habla de la película que vio en la víspera, de la ropa que compró en un centro comercial, de la playa que visitó el fin de semana, de las hazañas escolares de los hijos o de la telenovela de moda, entre otras razones, porque ya no hay telenovela de moda, ya no hay temas frugales, ya no hay levedad posible. Todo es grave, penoso, incierto.


Se habla solo de la descomunal escasez. Del laberinto de colas en los supermercados. Del precio desmedido de la vida. Comprar un apartamento es un evento inaccesible. Un carro es una extravagancia de cifras. Un mercado es un asalto a la quincena. Un aguacate es un grito en el bolsillo.


Se habla solo de apagones y racionamientos de agua. Somos eclipse y sequía.


Las conversaciones solo cuentan violencia: el general y su esposa asesinados con 30 tiros, el video del hombre que quemaron en Catia, el chef que lincharon por un equívoco, los criminales que asesinaron a tres CICPC, el secuestro propio, del hermano o del vecino, gente degollada, duelos entre bandas que llenan el cielo de metralla. Sobredosis.


Se habla de la gente enferma y desesperada. De la muerte haciendo fiesta en los quirófanos. De un holocausto de la salud.


No hay temas agradables. Se quedaron en algún lado. Calcinados.


Se solicita urgente otro país.


***


Cuando vas de la cotidianidad a la política la aflicción se agrava. Te topas con un gobierno enajenado, fuera de sí, arbitrario hasta la indecencia. Un gobierno que se pasa por la entretela de su cinismo la decisión de un pueblo que votó por un cambio. Pero para el régimen pueblo es solo el que aplaude sus arengas. El resto, millones y millones, no califica. ¿Se nos olvida aquel desorbitado Hugo Chávez que sentenciaba al que no fuera chavista como extranjero? El justiciero de los pobres le rompía simbólicamente la partida de nacimiento en la cara al que osara criticarlo.


Uno solo ve cadenas presidenciales que transmiten ofuscación e irresponsabilidad. Uno ve cómo pulverizan, en menos de una vuelta de reloj, el intento de la Asamblea Nacional por legislar alguna coherencia. Uno ve la democracia rota, hecha polvo, arrinconada en la basura.


Y depresión. Uno ve la depresión. El mapa postrado en la tristeza. Nos hemos vuelto gente hosca, callada, con la mirada turbia. El país que tanto se ufanaba de triunfar en las estadísticas de la felicidad, ahora galopa su cómodo primer lugar en las listas de la violencia mundial, de la inflación mundial, de la corrupción mundial.


Se solicita una buena noticia, al menos una semana de sentido común, una cierta dosis de aire fresco.


Se solicitan medicinas para los niños. Urgente y masivamente. Se solicita detener la catástrofe.


***


Y entonces se ha vuelto a escuchar en las calles la amarga canción del éxodo. Muchos de los que apostaron por lo que ocurriría después del triunfo opositor en las elecciones parlamentarias, ahora voltean hacia la gaveta donde los aguarda el pasaporte. Chequean su visa, retoman las preguntas a los venezolanos ya en diáspora, sacan cuentas, evalúan el riesgo del salto al vacío. Otros, una buena cantidad de otros, ni siquiera se pueden permitir el ejercicio de imaginar. Están confinados a la zona de desastre. Otros muchos insisten en dar la pelea. Pero saben que esa fiesta que significó el pasado triunfo electoral acabó, se terminó el hielo, los mesoneros recogieron las sillas, ya no hay ni la pista de un tequeño, ni el alborozo de un merengue. La corte de los malandros, toga y birrete mediante, destrozó el festejo en poco más de dos meses.


Entonces, ¿qué nos queda?


A las angustias solo falta ponerlas en orden alfabético.


***


Un domingo, a la salida de un restaurant, me cercan seis damas de temple y elocuencia. Me llenan de preguntas. Quieren saber. Quieren dejar de ser una letanía de quejas. Quieren participar en la salvación colectiva. Sentirse útiles y no morir de inopia en sus casas. “¿Qué podemos hacer aparte de difundir los artículos que ustedes escriben y desahogarnos con nuestros vecinos? Queremos hacer algo pero no sabemos qué”, braman al unísono.


No son preguntas fáciles. Se solicitan respuestas.


***


Asisto a la boda de un amigo de mi mujer. Antes era un evento grato colgarse una corbata y concurrir a una fiesta. Ahora lo piensas mucho. Sabes que te vas a jugar la vida esa noche. Y no vale la pena. Pero los compromisos existen. Piensas en la ruta que elegirás, en la hora de regreso, en el sobresalto garantizado. El nudo de la corbata es pura paranoia.


Ya en el sitio algo es notorio. Nadie habla de la cena, de los arreglos florales, de la música que coloca el DJ. Hay un solo tema: el país y sus derivados.


Ocurre que cuando tienes cierta figuración pública la gente cree que tienes respuestas. La ráfaga de preguntas no cesa en toda la noche. Y la tanda de ideas. Un joven me entrega un papel –previamente escrito, ¿sabía que me iba a encontrar allí?- donde me explica por qué para él la solución es la enmienda. Un whisky y tres pasapalos más tarde un abogado me exige que en mi próxima crónica trate el dilema de la nacionalidad de Nicolás Maduro. “Ese hombre ni siquiera tiene cédula de identidad venezolana”, me jura. Una canción de Juan Luis Guerra más tarde, una señora me pide que escriba cosas que no la depriman. Otra me insiste en la idea de convocar energía positiva a través de algún mantra. En el cuarto whisky un experto en seguridad me sugiere que haga énfasis en el tema de la criminalidad y me recuerda que menos del 2.7 % del presupuesto nacional se dedica a la seguridad, lo cual –sin duda- es una de las explicaciones al origen del problema. Las preguntas, comentarios y solicitudes se extienden a lo largo de la fiesta: “¿Cuándo vamos a salir de esto?”; ¿Qué crees tú que va a pasar?”; “¿Qué pasó por fin con el revocatorio?”; “¡Propongan una marcha sin retorno!”; “¿Es verdad que al gordo Escarrá le pagaron medio millón de dólares?”.


Y así, ad infinitum.


Todo el mundo quiere saber. Ya la tolerancia se está secando, al mismo ritmo que el Guri.


***


Al día siguiente, hablo con un amigo que trabaja en la administración pública. Me cuenta que lo obligaron a ir a la marcha del viernes 8 de abril contra la ley de amnistía. Se consiguió allí con un primo que vive en Valencia. “¿Qué haces tú aquí?”, le preguntó. Lo trajeron en un autobús, le pagaron 500 Bs y le dieron las tres comidas. Me asegura que en su trabajo ya son cada vez más las caras ceñudas, el desánimo, la decepción. Ya muchos no apoyan el proceso. “¿Y qué les pasó?”, le pregunto, solo por ser metódico.


“Les dio hambre”, me dice.


***


• Se le solicita al señor Nicolás Maduro que no vuelva a insultar a ningún otro venezolano que no esté de acuerdo con su forma de pensar. Que ponga en cuarentena su intoxicación doctrinaria. Que no vuelva a consumir sus horas laborables hablando sobre el trabajo de otros presidentes. A nadie le importa si Rajoy es una basura y Obama un conspirador, camarada. La gente está agonizando en los hospitales, presidente obrero. A su patria la están matando en la calle, comandante heredero. Cada minuto de su desidia empeora la miserable vida que hoy tienen los venezolanos, primer combatiente. No gaste tiempo reviviendo la épica de su padre. No dilapide horas de televisión con chistes baratos sobre la virilidad de los líderes de oposición. No lance acusaciones irresponsables sobre los crímenes que desangran al país. Sea serio. Trabaje. Sea humano. Ocúpese de lo que realmente le importa al venezolano. ¿No se da cuenta que gobierna a un país triste, hundido en la miseria y la depresión, gracias a su incompetencia y dogmatismo?


• Se le solicita a los líderes de la oposición que sepan ponerse de acuerdo. Hoy la prioridad es activar el revocatorio. Hoy abril y domingo. Si la rectora Tibisay Lucena ignora olímpicamente al país, vendrán las otras opciones. Pero es inaceptable distraerse. No es hora de cálculos internos. La gente exige una sola brújula, un solo norte.


• Se le solicita a los pesimistas vocacionales atenuar la quejumbre. Es tiempo de acciones. Cierto, la esperanza necesita una nueva dosis de oxígeno. Hay que convertirse en químicos de nuestro futuro. ¨La fe es una pasión difícil”, escribió María Negroni.

No hay otra opción que la desgarradura hacia la luz.


Leonardo Padrón

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Published on April 16, 2016 21:31

April 14, 2016

¿De dónde agarrarse?

Estamos cayendo al vacío. No hablo de la crisis económica, que ya es noticia vieja. Hablo del ánimo. Del entusiasmo para seguir apostando por el país. Quedan pocos metros de reserva. Es la consecuencia natural del derrumbe colectivo. Pero mientras nuestro cuerpo siga de pie, algo podemos hacer. Hay que ayudar a la mente. Atender su quejumbre. Sabemos que una densa calima ha penetrado sus pasillos. El optimismo se nos ha constipado. En la mente, ahí está ocurriendo nuestro principal desastre. Ella tiene clara la magnitud del descalabro. Los antidepresivos, los pocos que quedan, no alcanzan para barrer con el desánimo. Hay que apostar por estimulantes que no suelen ubicarse en las farmacias. Es una estrategia. Puede que funcione. Hagamos una lista. Odio la liturgia de la autoayuda, pero estamos en emergencia.


Por ejemplo. Contra las cadenas presidenciales, rock and roll. Fíjense, apenas llegaron los Rolling Stones a Cuba, Maduro tuvo que devolverse. La lista es amplia, desde Chuck Berry y Elvis Presley pasando por Aerosmith y desembocando en Led Zeppelin. ¿A quién no le alegra el ánimo una canción de Los Beatles? Tararee su estribillo favorito, mientras apaga las sandeces que emiten desde Miraflores. Si el rock está contraindicado para su perfil 20, encienda las cuatro esquinas de su casa con el repertorio de Ismael Rivera y Héctor Lavoe. Se descubrirá moviendo los labios y no para enunciar anatemas. No hay limitaciones, no hay censura. Si el antidepresivo que le funciona es el reguetón, pues bienvenido sean Daddy Yankee y su amplia corte de imitadores. Sí, ya sé que con eso no se consigue Harina Pan, pero ponerle música a su estupor puede agregar una diferencia.


Aprovechemos, por ejemplo, el decreto no oficial de oscuridad, los apagones eléctricos, para el cultivo de la lujuria. Volver a la piel del otro. Eso se impone. Muchas veces, el ritmo de vida atenta contra ese festejo que amerita laxitud, tiempo, pausa. Si usted ha espaciado sus afanes eróticos por las tribulaciones de la cotidianidad, es hora de recuperarlos. Si trabaja en la administración pública, con más razón, ahora sus viernes son no laborables. Y el cuerpo lo sabe. El imperio de las caricias es un territorio de entusiasmos. Nadie es triste en el sexo.


Cuando vuelva la luz, si eso ocurre, viaje. Prescinda de Cadivi y sus insufribles carpetas, de la carestía de dólares, de las aterradoras tarifas aéreas. Métase en otra historia. Cambie de realidad por dos horas. Evada sin pudor. Ese es uno de los portentos del cine, ofrece pasajes a cualquier rincón de la historia, a cualquier geografía, incluso a las imposibles. Si quiere sentir que todo podría ser peor (porque eso consuela), vea películas sobre el holocausto nazi, sobre la guerra civil española, alquile un documental sobre los espantos de las dos guerras mundiales, sobre Hiroshima, Chérnobyl, Vietnam, el exterminio de indios en Norteamérica, la Inquisición, o la opresión del Islam en el África negra. Pero si la idea es balancear cotufas en su mano y recuperar la risa, la oferta es infinita y va desde Woody Allen, Rob Reiner, Billy Wilder o Almodóvar hasta el mismísimo Charles Chaplin. La desconexión total se la ofrecen George Lucas o Peter Jackson y la saga del Señor de los Anillos, por nombrar los que me cruzan la memoria apuradamente. En ese tiempo de cotufas, lo juro, dejarán de existir Diosdado Cabello, los pranes, las cifras de inflación y el siniestro Tribunal Supremo de Justicia.


Hablamos de la mente. De su ofuscación. Pues creo fervientemente en el poder de la palabra. En ella vivo, acato sus exigencias y reboso en sus placeres. Lanzarle al cerebro unos cuantos libros puede ser muy rentable. Leer es una aventura que merece ser masiva, convertirse en epidemia y ritual cívico. Leer es tan subversivo como el sexo en la vía pública. Leer es la gimnasia feliz del cerebro. Cuando no tengas adónde ir, gira el rostro hacia tu biblioteca, allí el mundo. No hay mejor antídoto contra la oscuridad. Leer es quedarse y salir a la vez, escalar y sumergirse, hacer del sótano un domingo con mesa de noche. Leer te hace mejor y distinto. Cada vez que abres un libro, prendes un fósforo en tu cerebro. Leer es esa acrobacia que te permite comprender, interrogar y avanzar. Leer es entender que un orgasmo no necesita piel. Un libro es un tren, un niño que dibuja finales, una casa que se estrena, una fiesta en el silencio. Un libro es un categórico acto de civilización. Si queremos sorprender al hastío o deponer el abatimiento, allí esa caja de palabras que convenimos en llamar libro. Ábrela, lánzate en su estómago blanco, suprime el pudor y los prejuicios. En los libros está la mejor reunión de aventuras que conozca el mundo. Es un club para la inteligencia. Una clave para acceder al misterio de la belleza. Un libro es un espectáculo portátil, una montaña y un amuleto, una zona de revelaciones. Leemos para entender la vida, para convertirnos en ficción, para recuperar el asombro. Leemos para reinar en la perplejidad y el conocimiento.


No tarde más, comience a lanzarle libros a su cerebro. La depresión se irá extinguiendo como una bruma que se aleja.


Cuatro placeres al alcance de la mano. Una forma de resiliencia contra la oscuridad. La esperanza y la acción también necesitan asideros. Algo de dónde agarrarse mientras construimos la salida final de la pesadilla.


Leonardo Padrón


 Por CaraotaDigital – abr 14, 2016
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Published on April 14, 2016 09:48

April 7, 2016

Yo revoco

Permítanme iniciar estas palabras con una pavorosa certidumbre. El venezolano del siglo XXI vive actualmente en el sótano de su propia historia. Y, como en todo sótano, la oscuridad es la reina. Como en todo sótano, la ausencia de luz genera una temperatura de asfixia. Hoy la vida se nos ha convertido en un asunto penoso, en una experiencia agotadora. La depresión es el idioma de moda. Somos los escombros de un antiguo esplendor.


Parecemos los sobrevivientes de una guerra. Gente deambulando en un inabarcable sótano donde la luz parpadea agónicamente, donde ya casi no hay agua, donde la comida nos la peleamos a dentelladas, los enfermos mueren de mengua, y el que asome su imprudencia a la calle corre el riesgo de toparse con un ejército de criminales que, en parejas o en tropel, asolan con lo que queda en pie. Parece un paisaje de fin de una raza. Parece la invasión de los bárbaros. Una película sobre el apocalipsis. Un episodio de prosa esquizoide y sórdida. Pero no. Es Caracas, es Barinas, es Margarita, es el Zulia, es el barrio y el toque de queda, el afligido y el iracundo, el alumno y la bala perdida, el hombre degollado, la madre y las últimas arepas del mes, el secuestrado y el milagro que nunca llegó. Es un sótano de 912 mil 500 kms cuadrados. Un sótano donde ya no caben más malas noticias. Una hipérbole de la noche más oscura. El traspié más grande de nuestra historia.


El pasado 6 de diciembre los venezolanos expulsamos un sonoro grito, una misma opinión, una urgencia desde 7 millones 800 mil gargantas que votaron por un cambio en el rumbo del país. A esas gargantas habría que sumarle las de decenas de miles que braman su nostalgia desde el exilio o las de tantos y tantos que ese día aún no tenían edad para votar pero sí para la decepción o las gargantas de quienes sucumbieron a la coacción, al miedo y al chantaje.


El 6 de diciembre del 2015 demostramos que el hartazgo es mayoría. Y ese hartazgo ha ido creciendo vertiginosa, exponencialmente. Hoy, pocos meses después, el gobierno ha ocupado su tiempo y energía, no en evitar el naufragio de todo un país, sino en preservarse en el poder, en salvar sus abundantes arcas y privilegios, en disimular sus hectáreas de dólares y corrupción. No importan los excesos, no importa la voracidad, no importa la insania empleada para tal fin. El gobierno le dio la espalda a la multitudinaria opinión de sus ciudadanos, azuzó a sus malandros, los de corbata, los de pie en moto, los de toga, birrete y curul, y los hizo cercar nuestra victoria civil y llenarla de emboscadas y agravios. La democracia, que asomó su rostro tajante y decidido en las pasadas elecciones, hoy vuelve a estar sitiada por los colmillos del autoritarismo.


Y entonces, la desesperanza ha reaparecido, con nuevas galas, dispuesta a volarnos la sonrisa de la cara, a derramar su jugo amargo, a prender su atronadora música de funeral. Y entonces, esa nube pastosa que hoy nos cubre nos convierte una vez más en inercia, domestica nuestro ánimo, arrincona a los enfáticos, estimula las ganas de claudicar y firmar la rendición.


Pero así no se escribe la historia, no con la tinta de la depresión, no con mansedumbre, no con el paso dócil de quien se resigna, no con las sílabas del miedo. Este país merece dejar de ser un sótano. No solo lo merece, lo demanda. Es un imperativo, un asunto de supervivencia, un acto de humanidad con nosotros mismos. Por eso se impone que la propia gente, la misma gente que anda errabunda de cola en cola, la misma gente que clama en masa por medicinas y alimentos, que llora en la morgue a sus muertos, o que no tiene alma para hacer la maleta del adiós, tome el protagonismo de su destino. Nos toca lo que debemos: escribir nuestra propia historia.


Y allí está ella, la pequeñísima y monumental constitución, con sus leyes, con sus artículos, con su letra sagrada que nos rige. Ella, la burlada, la deshonrada, la escarnecida. Está ella diciéndonos: hay una opción. El revocatorio. Es el tiempo constitucional del revocatorio. Y sí, también hay otras opciones: la enmienda, la renuncia, la constituyente, la calle, la locura golpista, la desesperación, la anarquía. Yo reviso la prensa, leo a los analistas, escucho a los más doctos y a los más sencillos, subrayo aquí y allá, sondeo lo que presumo sensato o vano, y todas mis modestas apreciaciones desembocan esencialmente en un pedimento: que seamos nosotros mismos los intérpretes de la resurrección del país.


Nosotros, la gente, nosotros el larense, el oriental, el trujillano, nosotros, el hombre de frontera, nosotros amazonas, nosotros miranda, el biólogo y el oficinista, el enfermo y la cocinera, el académico y el taxista, el atribulado y la perpleja, el voluntarioso y el indefenso, en fin, el país entero. No sólo quienes aspiran a una gobernación o alcaldía, no quienes ondean su carnet político o piensan en la banda presidencial. Nosotros, los mismos que el 6 de diciembre dijimos basta. Y si no nos oyeron, si Nicolás Maduro y su ineficaz legión de ministros no entendieron, si decidieron ignorarnos, esta vez nos toca decirlo más duro. Con todos los decibeles, a todo pulmón, a toda rabia y cansancio. Y el revocatorio nos permite eso. Nos permite decir Yo revoco. Así, sin la siniestra alcabala del Tribunal Supremo de Justicia, sin laberintos y zancadillas, sin lodazales partidistas. Cada uno de nosotros puede decirlo, entonarlo así, Yo revoco, con la firmeza que merece nuestra cédula de identidad de venezolanos.


Yo revoco lo que no sirve. Yo anulo lo que me arruina. Yo invalido lo que me humilla. Yo destierro la incompetencia. Yo expulso la corrupción. Yo desautorizo la indolencia. Yo cancelo tanta muerte. Yo proscribo el cinismo. Y, sobre todo, yo revoco el miedo a no luchar por mi destino. Yo exijo al Consejo Nacional Electoral que me permita ejercer mi derecho ciudadano. Yo le exijo a la señora Tibisay Lucena, no la ofensa de su silencio, sino la respuesta necesaria en el lapso debido. Yo les demando a todos los partidos políticos de la oposición la urgencia unánime de una sola voz y un mismo propósito.


Yo, ciudadano de este atormentado y entrañable país, caraqueño hasta los huesos, venezolano hasta mi muerte, quiero, solicito, propongo, con el derecho que me confiere la constitución, revocar de su cargo al mandatario que ha llevado hasta el paroxismo la crisis más abrumadora que hemos vivido alguna vez como nación. Yo revoco al poder mediocre y envilecido. Yo revoco la pesadilla. Yo revoco tanta oscuridad. Yo, en definitiva, revoco mi dolor de ser venezolano para recuperar mi honor de ser venezolano.


Leonardo Padrón


Por CaraotaDigital – abr 7, 2016
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Published on April 07, 2016 09:07

April 2, 2016

Calima

El cielo se cerró sobre Caracas. Nos trancó bajo llave. Un cielo de humo y ceniza que fue descendiendo hacia el asfalto de nuestros pasos. La montaña, siempre invicta, se deshizo en la niebla. El Ávila se convirtió en nostalgia aún estando presente. La ciudad entera parecía dopada. Los que no alcanzaron a salir del valle, a propósito del feriado decretado por el gobierno para toda la Semana Santa, se quedaron sumergidos bajo la viscosidad de la calima. El fenómeno se replicó a lo largo de casi todo el país. El mapa se convirtió en claustrofobia. Un manto duro, solo eso mostraban las ventanas. Marzo y abril convertidos en neblina.


Parece un estado de ánimo.


Blanco. Un blanco ambarino. Un blanco que oculta todo. Que va desdibujando los contornos, anulando los relieves, pintando la ciudad con el color de la nada. Cuando desciende la noche, con sus ojos plomizos, el silencio toma las calles. Es un silencio opresivo, de nudos fuertes. Como si ya todo fuera escombro. Un día después del apocalipsis.


Parece una opinión general.


Mientras tanto, la violencia sigue escribiendo su gramática salvaje: 20 hombres con armas largas asaltan y saquean un Mercal en Guarenas/ 369 cadáveres ingresan a la morgue en el mes de marzo/ Asalto masivo a pacientes, doctores y enfermeras en una clínica privada/ Reportan enfrentamientos en el Cementerio, en la Cota 905, en el Valle, en la frontera, en el metro, en las colas, en la Asamblea Nacional. También en las santas procesiones.

Enfrentamiento, palabra que nos define.

Calima. Más y más calima. Nos rodea su turbio esplendor. Polvo en suspensión. Huele a vinagre. A carne ahumada. Un sabor ácido inunda el cielo de las bocas.


Dios no para de toser.


***


En las catacumbas se reinventa la vida.


A pesar de la sequía, la falta de agua, el racionamiento eléctrico y el imperio de la inseguridad, el arte insiste. El sábado en la noche tuve la oportunidad de ir a una jornada de Microteatro. Veintiséis obras teatrales de quince minutos de duración cada una inundan los espacios de Urban Couplé. En esa jornada alcancé a ver seis piezas. Para mi sorpresa en casi todas las obras el país asomó su nariz. La mirada cruda, la reflexión, el humor crítico, la parodia corrosiva, todo eso y más abundó en los recintos del CCCT. Parecía querer imponerse la frase de Vittorio Gassman: “El teatro no se hace para contar las cosas, sino para cambiarlas”.


Una de las piezas teatrales, “Joder”, de Gustavo Ott, propone –entre otros perturbadores temas- un punto de inflexión sobre este eterno análisis en el que se ha convertido el país. El gobierno como la figura del hombre maltratador, el hombre que abusa y expolia las virtudes de su víctima. El macho elemental que hiere y lacera. Eso somos hoy los venezolanos: gente maltratada, violentada en nuestro derecho a vivir con cierta dignidad.


Un país abusado.


Ese sábado, artistas de distintas generaciones se dieron cita en el lugar. Una vez más el teatro lograba entonar una fiesta del espíritu en mitad de una ciudad abatida. Acodado a una barra estaba un actor, popular en los años 80 gracias a un afortunado personaje de una telenovela. Hoy en día, su militancia a favor del chavismo le ha otorgado una prosperidad que casi ningún artista posee. Muchos hicieron el mismo comentario: la va a pasar mal, en cada sala que entre va a encontrar el dardo del cuestionamiento a su país de camaradas enriquecidos. De hecho, su cara, que me la tropecé dos o tres veces, no era precisamente una celebración. No hubo mejor respeto que la indiferencia.


Síntomas de la gran metrópolis que hoy somos: al terminar las funciones todo el mundo parte hacia su casa. Con la prisa como brújula. Nadie propone o inventa un desvío. Ir a otro sitio sería abusar de la suerte. No hay que tentar más de una vez a la pistola de la ruleta rusa. El propio centro comercial parecía echarnos a patadas, apuraba su oscuridad, urgía al desalojo. Antes, cuando no teníamos tanta patria, era habitual la cena en un restaurant, la tertulia con los amigos, el alboroto de la noche. Ya no hay presupuesto para los ritos. No hay ánimo. Todos corrimos como cucarachas espantadas por la luz. Más bien, por la oscuridad.


Para entrar y salir del CCCT la escena fue la misma. Estacionados en la terraza abierta, tuvimos que atravesar la ceniza blanca de la calima, tosiendo, con los ojos en ardor, pañuelos en la nariz. Era una escena espectral. De gente enferma y apurada.


Manejo a vértigo por la avenida Río de Janeiro. Atravieso la nube nocturna con el alma en vilo. Mi mujer, harta, exclama: “Es como si estuviéramos siempre huyendo de algo. Es triste, es humillante”. Apenas pude asentir. El silencio hizo su gesto habitual y nos tragó.


***


Amanece de nuevo. Pero no parece. César Miguel Rondón lo comenta en su programa de radio: “Ya ni siquiera el cielo de Caracas existe”. La sensación de claustrofobia se eterniza. La calima tiene varios días siendo tendencia en las redes sociales. Todo el mundo habla de ella. De la metáfora que entraña. De cómo nos resume. El sistema montañoso del país arde y el aire expande sus residuos.


Abro el periódico y leo la declaración de la Ministra para la Mujer e Igualdad de Género, Gladys Requena: “A pesar de las dificultades este pueblo está disfrutando plenamente de una vida feliz en un país que garantiza la felicidad”. No sé si reírme o explotar. Ya uno no sabe mucho. Solo que el poder está lleno de cínicos y lisonjeros profesionales. Cuando una ministra es capaz de declarar tamaño bufido solo busca complacer al jefe de su quincena. En esta Semana Santa del año 2016 la verdadera liturgia fue el miedo. Los que nos quedamos lo hicimos respirando muy quedamente, andando a tientas sobre los desechos de esto que insisten en llamar patria.


***


Cuando uno indaga sobre el origen de la Calima, (o Calina, elija a su gusto) descubre varias razones. Incendios forestales, sequía. Una de ellas suelen ser las tormentas de arena, generalmente presentes en los países del Mediterráneo. No es el caso. ¿O sí?

Tormenta de país.

El otro origen es la contaminación. Y también aplica, pues nadie niega que estamos intoxicados, chamuscados en la molienda de nuestro intento de vida.

Opresión. Bruma en los vocablos. Agobio en los rincones. El apogeo de la crisis. Si no hemos tocado fondo, igual se le parece. Deambulamos en una tormenta de arena.

El poeta Tomas Tranströmer dice: “Lentamente comienza a rodar el carro de las nubes”. Solo nos queda ambicionar la luz de ese verso.


***


En esta neblina se impone creer en algo. Para combatir el limbo. La sensación de causa perdida. Se impone creer en los ciclos históricos. Creer en los asideros, por más frágiles que sean. Creer en la extenuada tierra que nos hospeda. Creer en la sensatez como ciudad final. Creer en la belleza, a pesar de los sótanos. Creer en la lumbre de lo amoroso. Creer en los amigos, lejanos y presentes. Creer en el refractario fuego del sexo. Creer en la poesía y sus animales de oro, como los llamaba Juan Sánchez Peláez. Creer en el teatro y la verdad que ocurre sobre su madera. Creer en la lucidez como capítulo decisivo. Creer, sobre todo, en que las pesadillas terminan solo cuando despertamos.

Despertar. Salir de la calima. Eso queda. Con el extravagante ánimo de quien funda el mundo de nuevo.

Y que el amanecer deje de ser un forastero en nuestras vidas.


Leonardo Padrón

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Published on April 02, 2016 21:31

March 31, 2016

Un día cualquiera

Dulce estaba feliz. Después de dos días de colas extenuantes en un Bicentenario se rindió al atajo que un bachaquero le ofrecía: una paca de 20 paquetes de Harina Pan por 10 mil Bs. Le parecía una enormidad de dinero pero le resolvía una larga tanda de desayunos y cenas a su familia quizás por dos meses. La arepa volvería a ser una agradable rutina en su hogar. Lo consultó con su marido y se decidieron. Sacó la plata del tarro donde antes guardaba el café. Se citó con el vendedor en una calle aledaña a un centro de salud en Petare. Esperó diez, quince, veinte minutos. Hasta que Quincy llegó en un carro achacoso y tronante. La transacción fue rápida, con la misma presteza con la que actúan los buhoneros de la droga. Así se sintió Dulce, como si estuviera comprando una bolsa de perico. Por un instante conoció la ansiedad de los clandestinos. Ya sola, cargando su pesado bulto de Harina Pan, caminó hasta la avenida acechando la proximidad de un taxi. Estaba feliz, satisfecha. Y allí, en el breve horizonte de la calle, apareció una unidad disponible. Cuando abrió la puerta de atrás para montar la harina, llegó una moto con dos tipejos del barrio. El parrillero se bajó, pistola en mano, y le explicó: “Oye, mamita, yo estoy necesitado de Harina Pan, ¿tienes algún problema?”. Dulce ni parpadeó. El miedo le paralizó el pecho. Pensó cien opciones en un segundo. Y solo logró decir: “No, mi rey, ningún problema, si tú la necesitas, llévatela”.

Dulce se quedó con las manos vacías. Sin dinero y sin las arepas de los próximos dos meses para sus hijos. Un temblor de lágrimas se le quedó atascado en el pozo de los ojos. El taxista se marchó. Ese día, un día cualquiera en Petare, Dulce sintió en la nuca el frío de una rabia desconocida.


***


Maryelis y Jolguer habían estado tomando unas cuantas cervezas en una pequeña tasca de la Candelaria. Ambos se estaban coqueteando con desparpajo. Sabían que era su noche. La promesa del sexo gravitaba alrededor de la mesa. Los besos crecieron en intensidad y decretaron la emergencia de la piel. Jolguer pidió la cuenta y sin mayores metáforas insinuó una cama, un cuarto, un hotel cercano. Eran las dos de la madrugada.

Al llegar al hotel, alquilaron una habitación con ese rizo de complicidad que siempre se establece con los encargados de cobrar lo requerido y darles una llave dictada por el azar. Los amantes nunca se preguntan por qué un portero elige tal o cual habitación para ellos. Muchas veces la decisión la rige el albur o la disponibilidad. A menos que seas un cliente habitual y ya tengas el gusto por una habitación determinada. Pero este no era el caso. Jolguer tomó la llave y condujo a su pareja a la habitación. La nota de prensa no aclara si llegaron a desnudarse, ni cuántas caricias se lograron regalar. Solo apunta que del baño de la modesta habitación salieron dos asaltantes para arruinarles una perfecta noche de sexo.

A Jolguer, nombre ficticio, lo llevaron a su casa y le robaron el resto de su dinero, los celulares, las prendas que aparecían en cada gaveta y hasta el televisor que mañana daría la noticia.

Lo que iba a ser una jornada de lujuria y placer se convirtió en un episodio funesto que les arruinó la libido a la pareja, quién sabe por cuánto tiempo.

La esquina donde vive Jolguer se llama Peligro.


***


Alfredo manejaba su vehículo a las 7 de la noche por la 4ta avenida de Los Palos Grandes. Iba tranquilo, hasta se permitió una mirada para contemplar fugazmente las estrellas sobre el cielo de Caracas. De repente, una camioneta lo interceptó. Se bajaron 7 hombres vestidos de CICPC. No era un operativo de seguridad. Sino de inseguridad. Sin mayores palabras lo montaron en la parte de atrás de la camioneta. Lo ruletearon por toda Caracas. Mientras lo golpeaban, buscaban secuestrar a otra persona. Le pedían dinero sin cesar. Lo llevaron a su casa. La registraron de arriba abajo. No tenía ni un dólar. Eso tenía molestos a los secuestradores. Se llevaron los aparatos tecnológicos, cadenas, lo que representara algún valor. Lo volvieron a montar en la camioneta y lo soltaron en cualquier lugar. Le arrojaron las llaves del carro. Le tocó caminar largamente hasta llegar al sitio donde se había quedado su carro.

En su mente se repetían las palabras de los criminales: “Agradece. Hoy volviste a nacer”. Mientras, un hilo de sangre se descolgaba de su cabeza directo hacia la depresión.


***


Tres postales de la desazón colectiva. Tres anécdotas menores en esta interminable fábrica de malas noticias. Tres pequeñas escenas de un día cualquiera en la ciudad más peligrosa del mundo.


Leonardo Padrón


Por CaraotaDigital – mar 31, 2016

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Published on March 31, 2016 08:49

March 25, 2016

La inesperada simpatía por el diablo

​Hay lugares donde la historia avanza. El enemigo número uno de la revolución cubana aterrizó el 20 de marzo en el aeropuerto de La Habana, paseó por sus calles, entró en su hermosa catedral, se tomó una foto en la Plaza de la Revolución (con el Che de paisaje de fondo), comió en un conocido paladar, entonó sus palabras en el Gran Teatro, disfrutó de un juego de beisbol en el principal estadio de la isla, en fin, estuvo a sus largas y anchas, como sólo lo puede hacer alguien que es esperado con los brazos abiertos. El enemigo número uno, digámosle Goliat, se dio incansables apretones de mano con el supuesto David latinoamericano. “Dialogar”, “promover vínculos”, “estrechar acercamientos”, “dar pasos en común”, “reconstruir puentes”, todo eso lo verbalizó Raúl Castro en el discurso que dio junto a Barack Obama frente a la prensa internacional. Al líder del mayor imperio del mundo y cabecilla del capitalismo salvaje se le trató como el nuevo mejor amigo. La nomenklatura cubana tuvo el tacto de esconder debajo de la alfombra roja la retórica de confrontación que posee ya más de medio siglo de uso exasperado. En la más recóndita gaveta guardaron el “Yankees Go Home!” y estrenaron la serpentina del “Welcome Home!”. Con la garbosa sonrisa de Obama y sus paraguas negros, pues, que sean también bienvenido todos los dólares posibles. Es crucial. Un asunto de estado. La chequera grande, Venezuela, está en serios y aparatosos problemas. Quedan muy pocos cheques en el talonario. Urge abrazar al enemigo público número uno.

Y así, el adversario histórico, la amenaza eterna, derramó sonrisas, exudó las galas de un caballero, trajo a su familia (suegra incluida), caminó bajo la lluvia, saludó a los balcones, citó a Martí, le ofrendó flores, celebró la belleza de la Habana Vieja, trajo a 40 personas, (entre demócratas, republicanos y empresarios) y recalcó su satisfacción ante tanto rostro que con formato de bienvenida le hablaba en cubanísimo acento.

Mientras tanto, el gobierno venezolano se sumió en un silencio estruendoso. Los voceros oficiales que días atrás reclamaban, altisonantes, la renovación del decreto que sanciona a ciertos dirigentes del chavismo por violación de los derechos humanos y que conlleva calificar al país como una amenaza, han sosegado, ¿o postergado?, sus trompetas incendiarias. Los cartelitos, vallas y franelas que rezan #ObamaDerogaElDecretoYa desaparecieron nuevamente. Ese tono pendenciero que mezcla altivez y nacionalismo en cuotas desproporcionadas ha sido amortiguado. No hay cadenas patrioteras. No hay rebullicio de consignas antiimperialistas bajo el balcón del pueblo. No hay marchas ni viajes a Cuba para reclamarle tanta insolencia a Barack Hussein Obama (tal como hicieron en Panamá, que hasta más caro les salía). Sin duda, la orden de Raúl Castro fue tajante: “¿Por qué no te callas, Nicolás?…al menos, mientras nos abrazamos con la visita”.

En muchos medios de comunicación y portales de internet están floreciendo artículos, crónicas, reportajes sobre las incidencias de la visita de Obama a Cuba. En el periódico El País de España reseñan el alborozo de un mesonero que le tocó atender a Obama y su familia en el restaurante más famoso de la isla. Todo es risas, emoción, fotos. Vendrán más artículos, reseñas e infidencias conmovedoras. Mucha tela a disposición. Del paso del ogro por la isla lo que quedó fue su blanquísima sonrisa empotrada en su rostro afroamericano, su ecuanimidad política, su ponderación y sus ansias de que la Guerra Fría termine de convertirse en una foto en blanco y negro, una barajita para el álbum de los errores y de los nostálgicos fundamentalistas.

Mientras tanto, aquí, en el caldero de la revolución bolivariana, en este tren ideológico de motores casi extintos, se quedaron sin idioma. Las consignas encrespadas se desinflaron en el aire. Las banderas contra el imperio reposan en lugar desconocido. Nadie grita insultos contra Wall Street. Nadie habla en estos días de rebelión popular contra la inminente invasión de los marines. Ni del furor antimperialista de Miranda, Guaicaipuro o José Leonardo Chirinos. Lo sucedido en La Habana descolocó a los castristas del patio. Nadie se esperaba que fuera tan cordial el diablo de este cuento. Es casi una casualidad poética que justo días después los mismísimos Rolling Stones canten sobre el suelo de La Habana su más legendaria canción “Simpatía por el Diablo”. Y, ténganlo por seguro, los doscientos mil cubanos estimados en el concierto le harán coro a Mick Jagger. El azufre de Obama ha terminado siendo una buena noticia. Todo un desastre para el viejo libreto de la izquierda latinoamericana.

Hay lugares donde la historia avanza. Venezuela es una melancólica excepción.


Leonardo Padrón

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Published on March 25, 2016 08:31

March 17, 2016

Entre cobardes y rumberos

Todo está muy enredado. La incertidumbre nos acompaña a todas partes como una sombra nerviosa. Eso que llaman serenidad es solo una vieja nostalgia. La perplejidad se nos ha convertido en un evento cotidiano que estrena nuevas capas todos los días. La crisis que estamos viviendo posee varios nombres, amerita clasificaciones, sufre de exceso de tramas. A este panorama se le agregan escándalos sangrientos como la masacre de Tumeremo. Y quizás lo más indignante es que el gobierno tiene una sola forma de reaccionar ante las muchas calamidades que nos rodean: huyendo.


La desafortunada declaración del gobernador Rangel Gómez negando de entrada el asesinato en masa de 17 mineros del estado Bolívar es una verdadera ofensa a los familiares de las víctimas, a la comunidad que gobierna y al país en general. Esa fue su primera reacción ante la noticia: huirle a la verdad. Tanto así, que ya estamos iniciando la segunda quincena de marzo y el gobernador aún no se ha dignado a presentarse en el sitio de los acontecimientos. Ausentarse es otra forma de huir. Cuando Diosdado Cabello, ese otro presidente en ejercicio, declara que la oposición ha convertido la tragedia en show mediático también está huyendo. Cuando Maduro se encadena en televisión para reciclar los cartelitos de #ObamaDerogaElDecretoYa le está huyendo a la colosal crisis que azota al país. Cuando Aristóbulo Istúriz le endosa la culpa del dólar negro, la inflación y el desabastecimiento a una página web llamada Dólar Today está huyéndole a la crucial responsabilidad que posee el gobierno en el desastre que hoy somos. Y, en esta situación fangosa que nos ocupa, tener el poder y huirle a la verdad, disimularla, escamotearla, es sencillamente cobardía. Hay momentos en la vida en que se debe tener el coraje de verse al espejo y asumir la responsabilidad de tus errores. Pero, según parece, en Miraflores están prohibidos los espejos.


Es asombroso. Resulta que la revolución no es culpable de nada. Ellos son puros, perfectos, inmaculados. Casi santos. Gente de conducta irreprochable. Siempre hay un otro. Uno que no pertenece al club. Alguien de intenciones aviesas y satánicas dispuesto a mancillar el triunfo de la revolución. La lista es infinita: el imperio, Uribe, Ramos Allup, los medios de comunicación, la derecha maltrecha, Dólar Today, Rajoy, el eje del mal, la CIA, la iguana, el “monstruo de Ramo Verde”, los humoristas, JJ.Rendón, los caricaturistas, los tuiteros, los guarimberos de Miami. En fin, ya la lista produce un larguísimo bostezo. Por eso, decidieron renovarla. Luego de una minuciosa pesquisa apareció otro gran villano: el rentismo petrolero. 17 años después se dan cuenta de algo que durante décadas venían advirtiendo los analistas más calificados. Pero como bien lo apuntó Chúo Torrealba hace poco, los revolucionarios en vez de hacerle caso a Uslar Pietri y sembrar el petróleo, en un alarde de originalidad “se rumbearon el petróleo”.


Vamos a estar claros, aquí todos los gobiernos se han rumbeado el petróleo. Todos han chapoteado en el oro negro sin escrúpulos, sin conciencia, sin visión de futuro. Pero lo que han hecho Hugo Chávez, su triste heredero y sus acólitos de camisa roja con esa involuntaria riqueza que nos fue otorgada ha sido pavoroso. No dudaron en invitar al festín a sus amigos de la cuadra. Cuba y Nicaragua fueron los primeros en lanzarse de cabeza a la piscina de nuestros dólares, mientras Evo Morales y los Kirchner se apuraban en ponerse los trajes de baño. La cola de invitados se hizo inacabable. Chávez hizo el rol del típico anfitrión millonario que no escatima champaña, ni langosta, ni mariachis y donde cada invitado entraba y salía a cada rato con un cotillón de dólares extravagante y monumental.


Y aquí estamos, el resto del país, treinta millones de personas deambulando por los restos de una fiesta a la que no fuimos invitados, padeciendo la resaca que ellos no tienen, buscando entre los escombros de la bacanal lo que quede de comida, descubriendo que ya casi ni luz eléctrica hay, asombrándonos con las tres gotas de agua que quedan en el tanque, y viendo –con alarma- cómo el pillaje sigue saqueando el saldo restante. Mientras esto ocurre, ellos siguen huyéndole a la realidad, disfrazándola, y endosándole la responsabilidad del desfalco y la ruina a los que, sin pausa, han denunciado el escándalo en el que se convirtió esa orgía de corrupción, dinero y sangre llamada la revolución socialista del siglo XXI.


Leonardo Padrón


 Por CaraotaDigital – mar 17, 2016
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Published on March 17, 2016 13:52

March 12, 2016

Cansados y violentos

“Este es un año de cansancio. Verdaderamente es un año muy viejo/ Este es el año de la necesidad”.

Antonio Gamoneda.


Hace algún tiempo Laura Restrepo escribió un artículo legendario titulado “La cultura de la muerte” a propósito del drama del sicariato en Colombia. La frase inicial era demoledora: “Una nueva generación de colombianos no sabe que es posible morirse de viejo”. Esa línea, en su perturbación, en su carácter sísmico, la podemos trasladar a nuestro país, hoy, en este cuarto lustro del siglo XXI. Cuando entrevisté a la novelista para Los Imposibles y desbrozamos el tema de la violencia crónica en su país me hizo énfasis sobre el “intolerable contubernio de la vida con la muerte”. Ambas frases me rondan sin pausa. Eso es justo lo que estamos viviendo los venezolanos. Nunca como hoy ha sido tan fácil morirse en este país.


“Los padres nos estamos quedando huérfanos de hijos”, dijo hace poco una madre venezolana, acercándose –sin saberlo- a la inquietante afirmación de Restrepo.


Nos ha sobrepasado la violencia. Estamos asistiendo a la deshumanización de nuestra existencia. La muerte se coló en los productos de la cesta básica. Somos más fugaces que nuestra propia condición. La periodista Thays Peñalver escribió una frase muy gráfica, aunque destinada a envejecer en términos aritméticos: “A más de medio millón de venezolanos les metieron una bala en el cuerpo en poco más de una década”. La escribió hace cinco años.


Plo, plo. Que mueran las estadísticas.


***


Cualquier excursión por las redes sociales puede revelar un pasillo siniestro: la pornografía de la violencia. El horror tiene camarógrafos. Puedes toparte con un video de minuto y medio de un criminal destajando a su adversario en pedazos. O la imagen hórrida de la cabeza cercenada de alguien apodado “El Junior”, dejada como escarmiento frente a la puerta de la casa de su madre en Cúa. O el video de una poblada en Petare quemando vivo a un violador hasta convertirlo en carbón. Todo eso pasa por tus ojos sin buscarlo. Por más rápido que desvíes la mirada, la centella del horror quedará gravitando en tu memoria. No es el templo del cine gore. Es Venezuela, año 2016.


Minutos más tarde, en las redes, te toparás con un video que muestra a una multitud que pelea entre sí para acceder a un supermercado que acaba de abrir sus puertas. Hay ancianos que caen al suelo, niños que pierden la mano que los sostenía, mujeres que lanzan un chillido de dolor, empujones, malicia y encono contra tus semejantes. Es el caos estableciendo territorio, sembrando su bandera. No hablamos de un día excepcional. Son escenas cotidianas. Es un martes de pañales y café o un jueves de pollo y harina. Tanto las escenas filmadas de degollamientos, quema o linchamiento de personas como los testimonios de la indignidad que significa comprar comida hoy en Venezuela nos dan cuenta de algo. Esta es una sociedad formalmente enferma.


La violencia tiene muchos códigos. La sangre es uno. El hambre es otro. La degradación humana es su consecuencia.


***


“Le supliqué al guardia que me dejara pasar, pero no dejó y mi nieto se murió”. Ese es el hiriente titular de un reportaje firmado por la periodista Eleonora Delgado, publicado el 7 de marzo en El Nacional. El incidente ocurrió en la frontera del Táchira. Una frontera cerrada por orden presidencial desde hace medio año. Jean Carlos, el nieto de la denunciante, sufría de leucemia y tenía 7 meses recibiendo en Cúcuta su quimioterapia. El niño ardía en fiebre, convulsionaba y tenía los labios morados. No importó. El guardia fue taxativo, robótico. La orden era inalterable. El niño y su abuela no pasaron. A la mañana siguiente murió. Pero, vaya alivio, el guardia conservó su puesto.


Y uno se pregunta, ¿noticias como esas no las lee Nicolás Maduro? Si las lee, ¿no le asombran, no le duelen, no le sobreviene un ramalazo de culpa, por más mínimo que sea? A ver. Seamos comprensivos. Quizás no tiene tiempo por estar pensando cómo ganarle al menos un día, una escaramuza, un round de tres minutos, a los autores de la supuesta guerra económica. Pero sabemos que le sobra vida para hacer cadenas presidenciales en el despilfarro de horas-hombre más grande de trabajador alguno en el mundo. Le sobran relojes para enhebrar insultos y amenazas al país opositor. Se le derraman las noches y las almohadas para ver películas del Hombre Araña o contar cuántas veces lo nombran en la televisión española. Y no, al parecer, no tiene una pírrica media hora de su tiempo presidencial para alarmarse, para reaccionar, con la muerte absurda de este niño, con la desesperación de los enfermos, con las lágrimas y arañazos de las amas de casa, con el trauma indeleble de los secuestrados, con el penar de aquellos que deciden irse, con las noticias oscuras y sangrantes que ocurren frenéticamente en el país. ¿De verdad no se estremece de vergüenza ni un instante? Cualquier ser humano, en el sentido humano del adjetivo, se tiene que remover al leer las noticias, al revisar las redes sociales, al escuchar el larguísimo y hondo quejido de la gente. Para decirlo con el viejo verso del poeta Caupolicán Ovalles: “¿Duerme usted, señor presidente?”


Un jefe de Estado en propiedad de su rol no debe disimular sus responsabilidades. No debe gastar un solo dólar en conmemoraciones inútiles. No debe hacer chistes pueriles. Su primer mandamiento es, debe ser, resolver el derecho a la vida de la gente que gobierna.


Diga, señor Maduro, ¿quién responde por la muerte de Jean Carlos? ¿O por la de los 22 venezolanos que han muerto intentado cruzar el puente que une a Venezuela y Colombia buscando remedio a su salud? ¿Y la de los muchos otros enfermos que han fallecido en el resto del país porque se quedaron sin tratamiento para sus urgencias? ¿Cuántos muertos habría que achacarle a usted por su incompetencia para garantizarle mínimamente la vida a los enfermos de “la patria”?


El régimen insiste hasta el paroxismo en imputarle a la oposición la responsabilidad en la muerte de 43 venezolanos durante el convulso año 2014, atizado de protestas y guarimbas. ¿A quién le carga el enjambre de cadáveres que hacen cola en la morgue cada fin de semana? ¿De quién son los muertos de la pasmosa inseguridad? ¿Seguirá diciendo el señor Maduro, con un cinismo inmejorable, que la “derecha venezolana” les da armas a los delincuentes? ¿Será Leopoldo López también culpable de la sangría cotidiana que sufren los venezolanos?


La indolencia es una forma de crueldad.


***


Hoy el horror agrega una palabra a nuestro largo prontuario: Tumeremo. 28 personas desaparecidas. La certeza más terrible, la de los testigos, asegura que han sido masacradas, desmembradas y enterradas en una trinchera oculta. 28 personas es mucha gente. Mucha sangre. Hoy las minas del sur son el titular donde la muerte ha hecho su nuevo festín. ¿Y con qué se topa uno? Con un gobierno que hace malabares para atenuar el espanto. Con la triste declaración de Ileana Medina, secretaria de organización del partido Patria Para Todos, quien despacha la tragedia con una afirmación irracional: “Esas muertes tienen como fin afectar los 14 motores de la economía que activó el gobierno”. Agota leer algo así. Cansa. Todo cansa.


***


Así andamos. Intoxicados de malas noticias, agotados de tanto perseguir nuestros alimentos, alarmados de las violaciones que hace el régimen al dictado de las mayorías. Cualquier aproximación a la realidad venezolana es caminar sobre un paisaje de escombros. El glosario de nuestros días está repleto de términos que aluden a la zona más oscura de la especie humana: homicidios, linchamientos, saqueos, secuestros, descuartizamientos, sicariato. En rigor, la violencia es hoy la primera combatiente del país.

Ha ocurrido una mutación en el alma del venezolano. Tanto escupir palabras de guerra desde la tribuna presidencial terminó inundando al país. Cansan los titulares de nuestro infortunio. Cansa la lista de policías y civiles asesinados. Cansa la cola, la larga cola, la reptante cola, la noche cola, la madrugada cola. Y, como música de fondo, los lemas oxidados de un socialismo convertido, nuevamente, en fracaso. El exceso de ideología nos tiene empachados, hartos.

Ya no podemos más. Es obvio que los actuales dirigentes no son aptos para la administración de la vida en Venezuela. Es urgente cambiar el estado de las cosas. Hay dos signos preocupantes: Hay gente cansada y hay gente violenta. No esperemos a que el cansancio termine de cruzar la calle que lleva a la violencia.

Sería el capítulo más doloroso de nuestra historia contemporánea.


Leonardo Padrón

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Published on March 12, 2016 20:31

March 10, 2016

18 pequeñas alegrías revolucionarias

La gente es un caso. Le gusta quejarse. Es un asunto casi vocacional. Digo más, es uno de los deportes más placenteros del venezolano en estos tiempos. No sabemos apreciar lo que tenemos. Los pequeños momentos de gozo que nos son dados. Recuerden, lo han dicho los grandes maestros espirituales, en los detalles está la felicidad, en lo nimio, en lo inadvertido. El proceso revolucionario del comandante eterno nos ha llevado a dimensiones inéditas de la alegría y no hemos sabido valorarlas. Hemos sido ingratos.

Por eso he decidido hacer una breve lista de 18 placeres que antes no existían en nuestra vida y ahora, gracias a la gestión del camarada presidente y su -siempre en rotación- gabinete de ministros, podemos experimentar en toda su intensidad y valor.

1) Llegar vivo al hogar. Se ha dicho hasta el cansancio: nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Cada vez que cerramos la puerta de nuestra casa y comprobamos que, efectivamente, no hemos sido secuestrados ni baleados, sentimos en toda su magnitud el placer de estar vivo. Aleluya.

2) Abrir el grifo y que salga agua. Antes era un gesto tan rutinario que no nos causaba la más mínima emoción. Ahora, cada vez que abrimos el grifo o la ducha y oímos el sonido del crucial líquido, uno se alegra, sonríe, hasta le mejora el ánimo. En el fondo, sientes que es tu día de suerte.


3) Abrir el grifo y que salga agua incolora, inodora e insabora. Ya es un estado superior de la felicidad. Es un placer más complejo, más extraño. Pero también sucede. Su goce es indescriptible.


4) Prender la televisión y que no haya cadena. Es un placer escaso. Hay ciertos viernes en que ocurre. Valoras la experiencia de ver lo que realmente quieres ver. En ocasiones hasta puedes ver el programa completo.


5) Que si hay cadena, sea de las cortas. Tipo micro. Sucede. Aparece el caballo blanco cruzando la pantalla, la musiquita modo fanfarria militar, sueltas tu interjección habitual y entonces, cuando oyes la voz del locutor en off, entiendes que es una cadena de las cortas, de las de 5 o 10 minutos. Tu ser se llena de un alivio casi etéreo. Es un momento hermoso.


6) Que si hay cadena, y es de las largas, Maduro cometa un desliz verbal, un desatino conceptual, una barrabasada, en síntesis, que meta la pata. Es de las alegrías más abundantes. No sé por qué, pero uno se alegra.


7) Que consigas Harina Pan o café o azúcar o papel tualé el mismo día que lo saliste a comprar. Tiene la dimensión de un milagro. Es de los placeres más esquivos. Cuando ocurre, sientes que –efectivamente- Dios provee.


8) Que cuando se vaya la luz y vuelva (porque a veces vuelve), después de ese sonido fuerte y seco del apagón, tu televisor prenda. Da contentura. Y uno entiende cuánto quiere a su televisor.


9) Manejar desde Bello Monte hasta Los Palos Grandes y no caer en ningún hueco. O desde La Trinidad hasta San Bernardino. Da igual la ruta. Un día sin caer en un hueco. Es casi un # hashtag para la felicidad.


10) Leer la noticia de un enfrentamiento entre una banda y la policía y descubrir que esta vez no les explotó la granada. Al menos sientes que, por una vez, algo les salió mal a los malandros. La sonrisa es mínima, imperceptible, pero ocurre.


11) Que en la búsqueda desesperada de un remedio por las redes sociales lluevan los RT´s y de paso alguien aparezca anunciando que tiene dos cajitas del medicamento. Sientes que el prójimo es perfecto. Que la solidaridad es una fuerza poderosa. Vuelves a creer en la humanidad.


12) Cuando consigues el kilo de arroz a 400 Bs y no a 500 Bs. Dices JA! Lo sabes: le ganaste una al bachaquero de Artigas.


13) Conseguir un amigo que tiene un primo que trabaja en la Duncan. Uno hasta puede dar brinquitos. Se recomienda administrar la alegría.


14) Que vayas en el carro y pase a tu lado el entierro de un malandro, escoltado por cien motorizados, y que nada te pase. Es como para convertir en franciscano al más ateo.

15) Cada vez que Ramos Allup le replica a Diosdado Cabello en una sesión de la Asamblea Nacional y las cámaras transmiten el momento. Es el Nirvana.

16) Estás en el exterior, pagas un almuerzo con tu cupo viajero y te pasa la tarjeta de crédito. Nunca da tanta alegría gastar dinero. Ojo, no sabemos si eso volverá a ocurrir en el futuro. Disfrútalo mientras puedas.


17) Cuando, a la llegada al aeropuerto de Maiquetía, estás en la correa de equipaje esperando tus maletas y ¡aparecen sanas, salvas y cerradas! Hay gente que hasta se abraza.


18) Listémoslo de nuevo: el inesperado éxtasis de llegar vivo a tu casa. Ufff.


Son 18 pequeñas alegrías que sólo se viven en revolución. No seamos malagradecidos.


Leonardo Padrón


Por CaraotaDigital – mar 10, 2016

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Published on March 10, 2016 05:59

March 3, 2016

Primitivos

No son días fáciles estos. Es una frase que podría haberla repetido –lunes a lunes- durante los últimos tres lustros de país. Pero estos días recientes han sido particularmente rudos. La sensación es de asfixia. Nos está faltando el aire para resoplar el hartazgo de tanta mala noticia. Uno, y cuando digo uno digo casi 30 millones de cédulas, se siente rodeado, emboscado por la adversidad. Por un lado, andamos contando las horas para el gran apagón eléctrico del país. Y no es que nos guste el tono sombrío de ciertos profetas. Es el propio ministro del área quien lo asoma en sus declaraciones. La oscuridad está decretada para las próximas semanas. Por otro lado, el agua aparece sólo en ciertas horas, sólo en pocas zonas. ¿Y la comida? Pues, ya sabemos, ¿para qué reincidir en la triste cola que hoy son los venezolanos? Mientras tanto, no tosas, no te engripes, no te me pongas hipertenso, cuidado con una infección, olvida tu cáncer. Un enfermo hoy es un paria. Un excluido. En rigor, a todos nos sacaron del cauce. No estamos donde suele estar la sociedad. Este lugar, este espacio donde intentamos la vida, es muy raro, distinto, tiene demasiadas coordenadas de penuria y humillación. Resulta francamente doloroso ver cómo un pequeño enjambre de militares y sucesores de ese cisma llamado Hugo Chávez han convertido a un país como Venezuela en un mendrugo de pan. Eso somos: un punto de trigo que se desmorona.


Uno ve cómo – lunes a lunes- el propio gobierno deshilacha la constitución, el libro sagrado que nos rige. Se acabó la legalidad. No hay reglas de juego. Olviden las normas. Aquí solo manda el ladrido de los autócratas. La democracia, como la vida, ya no vale mayor cosa. Es solo un remoto sustantivo. Se cancelaron los disimulos. El turbio enunciado de Diosdado Cabello adquiere cada vez más sentido: “Ustedes tenían que haber rezado para que Chávez siguiera vivo, porque él era el muro de contención de muchas ideas locas que se nos ocurren a nosotros”. Y así, el no tan eterno murió y sus herederos continuaron la fiesta a su estilo: de forma demencial. Y ya no hay estado de derecho, ni sentido de justicia, ni constitución que importe. Que las palabras sirvan para torcerle el cuello a la cordura. Cancelado el derecho de las mayorías. ¿Qué importa lo que hayan decidido 7.707.422 almas? Aquí el rumbo de nuestros días lo decide el grupúsculo que hoy tiene las llaves de Miraflores, Fuerte Tiuna y Pdvsa. Y han decidido que ya nadie más imagine, procure o proponga. Que nadie más aspire. Ellos han convertido la democracia venezolana en el pozo séptico de nuestros mejores sueños.


No son días fáciles estos. Cuando ves que el Tribunal Supremo de Justicia se envilece públicamente. Cuando un “periodista” del canal del estado grita frente a un grupo de enardecidos a sueldo: “¡Si entregamos el gobierno es a plomo!”. Cuando deciden ignorar olímpicamente los mandatos de la Asamblea Nacional. Cuando la policía golpea a un hombre que protesta a través de un papagayo. Cuando a una señora humilde le roban el mercado que logró hacer después de ocho horas de cola. Cuando en una panadería, a cinco adolescentes que celebraban la ventura de un diploma les quitan, a mano armada, sus celulares. Cuando un niño muere luego de cinco días de convulsiones por falta de un medicamento.


El saqueo de nuestros dineros, bienes y derechos ha sido tan monumental que los propios autores han entendido que su única salvación es ser aún más salvajes. La indignación de los ciudadanos ante la delincuencia es tal que ha comenzado una epidemia de linchamientos y ejecuciones extrajudiciales. Las bandas armadas exhiben sus armas por las principales calles de las ciudades como si fueran un delirante fotograma de Mad Max. El Estado ha fracasado. La ley de la selva vuelve a tener vigencia. El apocalipsis le muerde la cola al concepto del hombre primitivo. Sobrevivirá el más fuerte, el mejor armado, el más feroz. Y el joven arrasa con el anciano de la fila. Y la turba derriba la cerca. Y el camión es volcado y asaltado con gritos y piedras. Esa es la palabra que queda refulgiendo con pánico sobre el asfalto de nuestras vidas. Aquí estamos, de nuevo, después de tantas constituciones: primitivos. Y en un rincón de la historia, una vez más arrumbada sobre su propio espejismo, la revolución de los pobres. Hoy imponen su violencia los nuevos piratas del siglo XXI, maestros en el arte del desvalijamiento y el saqueo. La depredación avanza. Todo en el sacrosanto nombre de la clase obrera y trabajadora. Un lema que se ha convertido en una forma de estafa a millones de personas.


No son días fáciles estos.


La civilización, a ese tesoro debemos volver.


Leonardo Padrón


Por CaraotaDigital – mar 3, 2016
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Published on March 03, 2016 02:30

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Leonardo Padrón
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