Leonardo Padrón's Blog, page 26

November 23, 2015

Esa vieja música

Siempre he pensado que la mejor prueba de nuestra soledad es la cédula de identidad. Ahí estamos como somos: solos. Y, de paso, con muy poca fotogenia. En esa opaca foto nadie aparece abrazado a su pareja, o reunido en un gran sofá con padres, tíos y primos, ni siquiera con un buen amigo que haya tenido a bien acompañarte. Esa es la verdad más rotunda que poseemos, la que cargamos escondida en la cartera: somos unos solitarios. Y lo peor, pasamos la vida entera tratando de que no se nos note, disimulándolo. Creo que ese artificio, en rigor, nos ha hecho más tristes, menos serenos en nuestra relación con el mundo.


Todos la llevamos en la oscuridad de nuestra ropa, muy cerca de los ojos, a ras del nombre. Esa es su gran paradoja: acompañarnos. Y lo hace con devoción. Nosotros, a su vez, pasamos la vida tratando de que nos suelte la mano. Hemos llenado el mundo de ruido y nos hemos apretado en las ciudades, pero sobre todo, procuramos desesperadamente que ese abrumador espacio que es la cama se pueble con otra respiración, alguien que tosa, ría, se despierte en la madrugada buscando el vaso de agua a tientas, y en algún momento nos roce con el pie, casi por equivocación, seguramente porque la cama en realidad no es tan grande. Ese milimétrico roce de la piel parece salvarnos de ese abismo cotidiano que es la noche: la escenografía más operática de la soledad. Somos devastadoramente frágiles. Se nos siente la costura con demasiada facilidad.


Octavio Paz, en esa vieja joya de su lucidez llamada El Laberinto de la Soledad, lo escribió para siempre: “Nacer y morir son experiencias de soledad. Nada tan grave como esa primera inmersión en la soledad que es el nacer, si no esa otra caída en lo desconocido que es el morir”. La distancia entre esas dos grandes soledades, eso que llamamos la vida, la ocupamos febrilmente en adulterar la madera de la que estamos hechos. Ahí está el error. No asumir que somos soledad. Ella navega por nuestra sangre, llueve en nuestros ojos, deambula por nuestras neuronas y glándulas con la confianza de una antigua inquilina. Cualquier intento que hagamos por desterrarla será sólo eso: vano y esforzado intento. El más persistente en la especie humana ha sido el de hacer pareja. Nosotros, que somos uno, tratando de ser dos. Eso que llaman hacer vida en común, convertirse en plural. Y de pronto, un día nos molesta que el otro o la otra explore tus gavetas, decida tus ganas, invada tu desorden, colonice tu cuarto, elija tus amigos o asesine con impecable puntería tu humor. Y por supuesto, tu ropa está menos sola, pero francamente arrinconada en el closet; tu cepillo de dientes ahogado entre esencias, cremas y pomadas; conversas en tus comidas, pero el arroz se salpica de reclamos, el pollo a la naranja se abruma de facturas por pagar, la ensalada se fastidia de predecibles discusiones. Y a pesar de que ser plural nos allana tanto la vida, parece que nos alivia la carga, nos aflauta la sonrisa, le hace guiños a cada tanto a la felicidad. Extraños animales que somos. Justo es decirlo, no hay gesto humano más entrañable que el de mezclarse con otro, fusionarse con otro. Entendernos, acoplarnos, gustarnos, verbos de exquisita ejecución. Pero no hablo de la lógica de la comunicación, de sociología, de la obvia necesidad o el placer de la convivencia. Hablo de esos últimos minutos del día, cuando el vértigo de la cotidianidad baja su persiana, cuando colocamos la cabeza sobre la almohada. En ese justo momento, así ocurra la cálida y solidaria presencia de un cuerpo a nuestro lado, en ese momento estamos solos, pensando en nuestro día, en cuánto de victoria o fracaso hay en nuestros ojos. Y si nos duele la cabeza, sólo a nosotros nos dolerá.


Se parte de la premisa de que la cercanía del otro espanta a la soledad. Comer con otro, conversar con otro, reír con otro. Nos resulta insoportable estar con nosotros mismos. Nos agobia no tener a quién decirle cuánto frío hace, qué buena fue la película de anoche, mira cuánto éxito o cuánta desdicha tengo en la vida. El silencio de nuestra casa nos rompe los tímpanos. El escandaloso traje de nuestro ego cómo podría brillar sino frente a otros. Y he aquí la ironía: muchas veces buscamos al otro sólo para hablar de nosotros. No tenemos el coraje de ufanarnos o llorar con nosotros mismos. En realidad, los espejos asustan, siempre los atravesamos con prisa, hay demasiada verdad en su piel. El hecho es que pertenecemos a la soledad, pero nos aterra sentirla. Más aún, con fogosa estupidez, nos avergüenza que nos sepan solos. La hemos llegado a estigmatizar con saña y eficacia. Como si fuera una enfermedad, una marca turbia en la frente, un sinónimo de la desdicha. Es común la pregunta que el periodista, con alevosa malicia, le hace a- pongamos- una hermosa actriz: “¿En estos momentos estás sola?”. Y la actriz, enredada, nerviosa, procurando ocultar esa “falla” en su currículo, excusa su vida: “No, no estoy sola, tengo a mis hijos, que son lo más bello del mundo.” Justificar la soledad es, como toda redundancia, inútil. Quizás, lo que podríamos es darle una vuelta de tuerca a nuestra relación con ella. Todos somos solos y eso, en vez de agobio, debería otorgarnos otra lectura del mundo. Entender el discurso interior de la soledad podría hacernos mejores: en todo caso, más serenos y menos petulantes. Cuando el navegante asume la hondura del mar, lo atraviesa con más respeto y sabiduría.


Según parece, para vencer a esa inquietante palabra, el hombre inventó la sociedad, las peluquerías, el bar y la religión. Desde que nos despertamos nos mezclamos en la calle, en la oficina, en la barra. Pero aún así, a pesar de tanto esfuerzo, el vínculo con el otro no es fácil. No son pocos los que van al psiquiatra solo para tener a alguien a quien narrarles el cuento de su vida, con la seguridad de que el psiquiatra no podrá manifestar desinterés o aburrimiento, porque para algo se le paga. No son pocos los que se suicidan porque no hubo el amigo a tiempo. No son pocos los que se casan –aun sin el detalle grande de amar- porque necesitan resolver el sonido que los aturde que no es otro que el sonido de la soledad. Nos hemos afanado en una batalla estruendosa y perdida de antemano. Por eso a veces me pregunto en mitad de su teatro, de su terrible rostro, si no es posible vincularse de otra manera con esa vieja música. Descubrirla, como descubrimos a nuestro codo derecho cuando alguna fisura en su superficie nos recuerda que existe y es nuestro. Quererla, no con el ritual del artista que la necesita para acceder al misterio, sino con su franca dosis de cotidianidad, con sus mediodías, con sus domingos por la tarde, con su mes a mes. Lo digo sólo por una sospecha: al fondo de la soledad, de su rudo paisaje, de su dura disciplina, está el verdadero sonido de nuestra vida, el rumor de nuestra huella digital, el humo de nuestra razón de ser. Necesitamos a alguien que no se vaya nunca. ¿Acaso ese alguien no es la propia vastedad de nuestro ser? ¿Es que no nos hemos dado cuenta que la soledad carga en su poder el perturbador monólogo de nuestra historia, el manuscrito inédito que nos podría explicar quiénes somos realmente en el kilómetro cero de la vida?


Leonardo Padrón


Por CaraotaDigital – nov 19, 2015

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Published on November 23, 2015 06:09

November 15, 2015

Atrapados

Se nos anda desgajando el ánimo todos los días con las noticias de la diáspora. Los amigos que se van, los vecinos en estampida, los jóvenes que queman las naves, los académicos con maestrías insignes, los profesionales de alto rango, las parejas de formación universitaria, toda esa cantidad de gente anda empuñando la garrocha de la desesperación y saltando hacia el exilio. Algunos logran caer del otro lado, otros quedan suspendidos en el aire, o aterrizan mal, se doblan el pie, se lesionan, pero caen vivos y donde querían: fuera de la pesadilla.


Discutimos en artículos, crónicas, programas de radio y foros públicos sobre esa herida en progreso que es hoy el éxodo de los venezolanos. Lo colocamos como el gran dilema de miles de hogares. Pero ese dilema, hay que decirlo, sólo lo tiene un sector de la población. Un sector apreciable pero reducido, pues para ejecutar esa operación de alto impacto que es el exilio  ciertas condiciones aplican.


En rigor, son muchos más los que están atascados en la pesadilla. Y también necesitan salvarse. Pero no poseen la garrocha del pasaporte.


Hablo de una muchedumbre que anda con la penuria y el hartazgo apretujados en la misma frase. Gente que no habla de España, Panamá o Chile. Es un dilema al que no tienen acceso. Ni montándose unos sobre otros verán las costas de Miami. Se empinan. Se encaraman. Y nada. No ven otra cosa que incertidumbre. Por más que lo deseen, no pueden irse. El mundo es del tamaño de su barrio, pueblo o caserío. El pescador de Manzanillo, el agricultor de Timotes, el peón de Zaraza, el indígena de Canaima, el obrero de Cabimas, cada uno de ellos y su multitudinario entorno están atrapados en esta emboscada de la historia. Muchos son gente que ya no cree en nadie. Que hace ocho horas de cola para comprar un kilo de pollo en mal estado. Son los que ruegan a Dios. O los que piensan que Dios está demasiado distraído. Los humildes y callados. Los que conocen la violencia desde la infancia. Gente que no sabe ni sabrá lo que es una visa, un Walmart, una clínica en Houston o un colegio en Madrid. No hay puertas de escape para ellos. Ni escaleras de emergencia. Ni foto posible sobre el piso de Maiquetía. Gente que se queda porque no queda otra. Porque la vida no les alcanza para más.


Irse, para ellos, no es el dilema de sus insomnios.


También están atrapados aquellos que bracean en la vejez, sin fuerza ya para intentar un código postal en otro idioma. O los que tienen ataduras familiares. O los que se intimidan ante lo desconocido. O los que, sencillamente, no les da la gana de irse. Es una muchedumbre.


Y están los otros. Los que gritan patria con dólares a 6,30. Los descarados. Los que viven en clubes, avionetas y capitales del primer mundo en nombre de Chávez. Los que no les importa vender comida podrida. Los que aplauden cada vez que alguien se va. Los altisonantes. Los que malandrean desde el poder. Los que decidieron saquear la última gota de petróleo en nombre de un resentimiento.


Se nos anda desgajando el corazón.


Son tantos los atrapados que somos todos. Incluso los que están afuera. Todos tan distintos y tan en el mismo sitio.


Leonardo Padrón

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Published on November 15, 2015 13:30

November 8, 2015

Salvoconducto

Se supone que debería comenzar esta columna con un tema neurálgico: la realidad nacional. Algo que aluda al desatino de quienes regentan el poder. Una reflexión sobre cualquiera de los escándalos habituales. Pero tengo aflicción en los dedos, que es decir en el ánimo, porque ellos – los diez, todos los dedos- son la prolongación de mi talante. El alfabeto me ayuda a entender. Pero hoy no. Hoy siento al país como una intoxicación moral y quizás toca refugiarse en la intimidad del yo.


Entonces, te propongo un salvoconducto.


Ensaya un método. Desfragmenta tus hábitos. Cambia de silla. Elimina el polvo, allí donde has sido sombra o motín. Muda la televisión para el cuarto que nunca visitas. Si el cine no es tu vicio, estás a tiempo. Habita el teatro. Sé curioso, descubre la música de los libros. Trota hacia el sol.


Cuenta las nubes. Convierte el cielo en frecuencia. Amuebla tu casa con tus delectaciones. Llena de sexo los rincones. Duerme al lado de los buenos recuerdos. Escribe algo de pie. Canta en italiano, así no sepas. Aprende a cocinar. Ensaya distintos nudos para la hamaca. Camina de forma exacerbada. Cuenta hasta tres, hasta cien. Practica a oscuras esa lengua excluida: la tolerancia.


Haz de tu ventana un reino. Y asómate. Detente en la ciudad. En su imagen estremecida. Dibújala. Mejórala.


Recorre tu edificio. Convierte el ascensor en una experiencia social. Abraza a tus vecinos. Pregúntales si sufren de hipertensión, si les gusta algún deporte, si prefieren un escocés.


Descubre la acústica de la noche. Tararea la belleza del mundo. Pon en orden tus contradicciones. Sé bueno en la lluvia. Sé simple.


En serio. Ensaya un método. Que la disonancia del mal no sea estorbo. Haz de tu resistencia un prototipo. Baila a pesar del odio. Convierte las amenazas en salitre. Se tú mismo el antídoto. Busca el coraje en los detalles. No eludas la realidad, transfórmala. Arrójate a la poesía. Describe el apocalipsis y prepara su despedida. Escribe tus deseos. Sé granítico. Es tiempo de alegrías laterales. Sé una admonición de ternura. Eres el magma de la noche.


Si no sabes cómo, insiste. Si lloras, abrázate al futuro. Se legítimo en tu furia, en tus árboles. Anótalo todo rigurosamente. Sé memoria. No olvides nada. No concedas. No exacerbes. Lucha contra el exilio de tu voz. Convierte la risa en profecía. Pon los antidepresivos al borde del albañal. Sustituye la neurosis por denuncia y té verde. Hazle un pozo a la mala conciencia.


Presta atención a la masa doliente que hay en la calzada. La que escupe el metro. La que sube las escaleras de la pobreza. Pronuncia tu rabia. Rebélate con ironía. Sé quirúrgico en tu ética. Sé torrencial en la luz. Renuncia a la sangre en los adjetivos. Busca a los optimistas y hazles café. Que no cesen. Que su música no pare. Verás gente ambigua. Desconfía. No borres ni un solo teléfono. No olvides ningún rostro. Nos vamos a necesitar todos. Vive tu época. Constrúyela.


Sálvate. Transforma el país.


Leonardo Padrón

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Published on November 08, 2015 13:08

November 7, 2015

¿Quién dijo miedo?

“No temas ni a la prisión, ni a la pobreza, ni a la muerte. Teme al miedo”.


Giacomo Leopardi.


¿Quién dijo miedo? El gobierno. Dijo ¡Buu! Asústate. Si no votas por mí llegará el apocalipsis, el diluvio, la sangre. Ajá. Y esto en lo que hoy chapoteamos, ¿qué es? ¿El mar de la felicidad, versión Venezuela? ¿O uno de los círculos del infierno de la Divina Comedia de Dante? El régimen, ante la estampida de sus seguidores, los amenaza con el advenimiento del caos. Vota por nuestros diputados o el destino será tenebroso.


Como si no fuéramos ya inquilinos de la oscuridad.


“¿Qué sería del poder sin el miedo? Sin el miedo que el propio poder genera para perpetuarse”. Esta frase es nada menos que del mismísimo Eduardo Galeano, alguien que solía mostrar su entusiasmo con el proyecto de Hugo Chávez. Vaya paradoja. Ahora sus palabras sirven para describir al calco la estrategia que el comandante, no tan eterno, y ahora su errático heredero han implementado para preservar las mieles del poder.


***


El ambiente es de zozobra químicamente pura. La cercanía de las elecciones parlamentarias ha llevado las expectativas al límite. Estamos en el punto de ebullición. Es la imagen del agua asomando sus primeras burbujas en la olla. Andamos con una sensación de noveno inning con las gradas ardiendo, de juego de fútbol acercándose al minuto 90, de película próxima a los créditos finales, de equilibrista trastabillando en la cuerda floja. Esto ya no da para más, es la opinión general. Nos encontramos en el sótano 5 de la crisis y muchos aseguran que ya no quedan más pisos hacia el fondo de la tierra. Pero seamos justos, es una sensación en la que tenemos meses (¿años?) viviendo. Y no hay cuerpo -ni país- que aguante tanta tensión.

El fracaso de la gestión presidencial es ensordecedor. Hay alboroto en los pasillos del partido de gobierno. Hay disidentes tronando en voz alta. Y Maduro solo opta, cual guapetón de barrio, por amenazar. Grita. Farfulla. Se pone estentóreo. Está apelando a la última carta posible: el miedo.

Entonces anuncia que el país entrará en clima de guerra si la revolución pierde, que la tragedia se abatirá sobre todos, que las avenidas se llenarán con el tronar de los “caballos de hierro”, que él mismo se lanzará a la calle. Ante tal retórica, sin duda, hay gente que se espanta, se repliega. Es una vieja fórmula: la amenaza como herramienta de control social.

Czeslaw Milosz decía que el miedo era el principal habitante de Europa en el siglo XX. Los estados totalitarios hacen uso frecuente del miedo para sojuzgar a las masas. Y ante la ruina monumental que hoy somos, no le queda otra opción al régimen. Si a eso le sumamos el triunfo de la oposición que anuncian las encuestas y el hervor de la crisis económica, es natural que el país entero se pregunte- con extrema inquietud- qué va a pasar en diciembre.


***


Me encuentro a un amigo en un cóctel. Me comenta que hace poco fue secuestrado cuando regresaba a su casa. Lo lanzaron a la parte posterior de su camioneta. El corazón se le convirtió en miedo. Rogaba que no lo mataran. Los criminales negociaban el monto del rescate con sus familiares. Estaban como apurados. Entonces le comentaron: “Chamo, es que ahorita estamos chambeando full porque no sabemos lo que va a pasar en diciembre”.


***


En una conversación vecinal con el director de Polibaruta, este asomó un dato que fue sintomático de la zona de oscuridad a donde hemos llegado. Decía que a la hora de analizar los delitos se llegaba a la conclusión de que gente que antes no delinquía, ahora lo hace. Al oír eso me arrasó la tristeza.

Hay venezolanos que han comenzado a delinquir para sobrevivir a la penuria económica. Hombres que se inician arrebatando un celular a cualquiera en la calle, para luego venderlo por una cantidad de dinero que resolverá la compra de útiles y uniformes de sus hijos y el mercado de los próximos días. Habrá calmado su vergüenza ante la posibilidad de no cumplir con su rol de proveedor del hogar. La conciencia, pues, la esconderá en la última gaveta. Avalado por la impunidad, reincidirá una y otra vez. Escalará niveles en el calibre de los delitos. Obtendrá dinero de manera tan fácil que se asombrará. Sentirá que sus dificultades se comienzan a resolver. Se tornará insaciable. Lo convencerán que con un arma es más seguro. Quizás un día, ante una imprevista resistencia o ante su propio miedo, disparará el arma. Habrá nacido un asesino. ¿Cuántas veces al día está ocurriendo este fenómeno en las calles de Venezuela?

Al hombre nuevo se le han llenado las manos de sangre. Y eso, a cualquier sociedad, le da miedo.


***


Tengo una reunión pactada en el café de un centro comercial. Llego temprano. El interior del local está abarrotado. Me toca sentarme en las mesas que colindan con la calle. Están separadas de la calzada apenas por una baranda. Me siento expuesto, vulnerable. Siento, en una palabra, miedo. Miedo de que pueda asomarse un delincuente por la baranda y atracar a los que allí estamos. Al instante, surge un hombre de roído aspecto, tiene las manchas del asfalto en la cara, su ropa es un andrajo total. Observa a los clientes y, en un tris, alza el pestillo de la baranda y entra al local. “Listo, me atracaron”, pensé. Pero al soplo entendí que era un zombi de la pobreza extrema, un indigente. Me pidió dinero para comer. En su boca apenas pendía un diente negro que amenazaba con caer al vacío en cualquier momento. Le dije la verdad: “No tengo sencillo, amigo”. Su respuesta no tuvo desperdicio. Con gesto rápido sacó del bolsillo posterior del pantalón su cartera y me dijo: “Tranquilo, yo te cambio. ¿Cuánto tienes ahí?”.


A veces el miedo puede transformarse en carcajada.


***


¿Recuerdan cuando antes todas las noticias de la crónica roja cabían en la última página del periódico? Hoy, en cambio, hay más delitos que papel periódico, lo cual de por sí es un delito. Pero el hecho es que ni las redes sociales se dan abasto. Nuestra violencia es un desagüe sin pausa.


Un miércoles de octubre la prensa anunciaba un crimen, tan trágico como rutinario: “Mataron a un comerciante y secuestraron a su hermana”. La reseña dejaba la sensación de que la fatalidad se había ensañado con la familia Eiriz Vega. No sólo acuchillaron al dueño de la casa, no sólo desvalijaron la casa y se llevaron el carro, sino que además se llevaron secuestrada a la hermana de la víctima. La nota de la periodista Angélica Lugo en El Nacional resaltaba un dato perturbador: “hasta el cierre de esta edición la mujer de 21 años permanecía secuestrada”. Me quedé largo rato reflexionando sobre el dolor de esa familia. A cualquiera le podría pasar algo así. El miedo revoloteó alrededor como un pájaro sombrío.


Sorpresa. Dos días después el evento vuelve a ser noticia con una vuelta de tuerca inesperada. La joven plagiada era cómplice en el homicidio de su hermano. Fingió su secuestro. Era amiga de los tres delincuentes. La atraparon en un hotel del centro de Caracas vendiendo el carro hurtado. ¿Qué hace que una mujer sea capaz de asaltar su propia casa y matar a su hermano?


Lo que da miedo es la dimensión amoral que hoy gravita sobre los venezolanos.


***


A propósito de las arengas presidenciales donde se derraman tantas palabras sobre la paz, una línea de Gonçalo Tavares: “Una sola bala pesa más en la existencia individual que un discurso de diez mil palabras”.


***


El miedo a vivir en Venezuela. El miedo a tanta incertidumbre. El miedo del Fiscal Nieves a ser un preso como la jueza Afiuni. El miedo a la noche. El miedo a disentir. El miedo a ser despedido de un ministerio por tener una foto de una marcha opositora. El miedo a perder el dinero de las misiones, ese que te exige gritar “viva la revolución”. El miedo a los colectivos armados. La obediencia como efecto del miedo.


El miedo del régimen a perder su reino. Al hartazgo convertido en voto castigo. A su precaria existencia sin Chávez.


En esta campaña, la única oferta electoral del gobierno es el miedo. Dicen ¡Buu! “Si no estoy yo en el poder, viene la penuria”, remachan. Por tradición, sólo amenaza el que se siente perdedor. Igual que la estrategia del kirchnerismo en las elecciones argentinas. Es lo que requiere el Estado para controlarnos. “El miedo manda”, decía Galeano.


Pero hay que olfatear la calle. Encuestar la rabia, la humillación, el cansancio. Hoy pareciera imponerse un solo miedo: el miedo a que este desastre se prolongue. Ya la gran mayoría no cree en las amenazas de siempre. Entonces, ha llegado la hora de decir, retadora y libremente: ¿Quién dijo miedo?


Ya hoy no se trata de tener miedo, sino de quitarlos del medio. Con la legítima herramienta del voto. Por una sencilla razón: tienen 17 años estorbando el derecho de un país entero a ser normal.


Y es el momento. ¿Quién dijo miedo?


Leonardo Padrón

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Published on November 07, 2015 20:31

November 6, 2015

Se Busca un País

Se Busca un País es una presentación que tiene como epicentro el más reciente libro de crónicas de Leonardo Padrón. Es una reflexión sobre las tribulaciones del presente y las posibilidades del futuro, recorriendo las crónicas más resonantes y celebradas del libro . El país como gran protagonista en un encuentro interactivo con la audiencia.


Se Busca un País muestra un enfoque muy positivo, de gran receptividad en el público. Es emotiva, concientiza y posee un aderezo especial de humor. “Se busca un país” es sin duda una excelente puesta en escena que sugiere cómo encontrar un país que absolutamente todo queremos y merecemos.

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Published on November 06, 2015 05:36

October 31, 2015

Gira en Venezuela de la conferencia Se Busca Un País

Se Busca un País es una presentación que tiene como epicentro el más reciente libro de crónicas de Leonardo Padrón. Es una reflexión sobre las tribulaciones del presente y las posibilidades del futuro, recorriendo las crónicas más resonantes y celebradas del libro . El país como gran protagonista en un encuentro interactivo con la audiencia.


Se Busca un País muestra  un enfoque muy positivo, de gran receptividad en el público. Es emotiva, concientiza y posee  un aderezo especial de humor. “Se busca un país” es sin duda una excelente puesta en escena que sugiere cómo encontrar un país que absolutamente todo queremos y  merecemos


La información detallada de la gira es la siguiente:



PUERTO LA CRUZ, domingo 08 Noviembre, Hotel Punta Palma. Hora 7:00 PM

Entradas a la venta en:


Papelón Bistró, Av Américo Vespucio diagonal a Caribbean Mall


Eventos Mare, Av Américo Vespucio en el Campo de Golf


Aventura Café, CC Aventura Plaza al lado del Banco Exterior


Información por el teléfono 0424 8476762 / @elgarcia27


 



VALENCIA, viernes 13  Noviembre, Quinta La Victoria. Hora 7:00 PM

Entradas a la venta en:


www.ticketmundo.com


Quinta Victoria, Urb. La Alegría, Av. 101, Avenida Bolívar Norte, al lado del restaurant Frida


Información por el teléfono 0414 4247939 / 0414 4222676 / @movida_en _valencia


 



BARQUISIMETO, sábado 14 Noviembre, Auditorio Julio Perez Rojas. Hora 6:00 PM

Entradas a la venta en:


www.ticketmundo.com


Optica Láser (Torre Milenium)


La Hamburguesería (CC Los Cardones)


Servicio de Transferencia


Información por el teléfono 0412 7735127 / @imiproducciones


 



PORLAMAR, sábado 21 Noviembre, Teatro Gasparico Lagunamar. Hora 7:00 PM

Entradas a la venta en:


Librería Tecnibooks


Opticasa, CC Costa Azul


Hard Rock Café


Información por el teléfono 0416 6960222 / @laviarapida


 



MARACAIBO, miércoles 02 Diciembre, Teatro Bellas Artes. 7:00 PM

Entradas a la venta en:


www.mdticket.com


Garbo, Galerias Mall Lago Mall


Acuario – CC Sambil, CC Lago Mall y CC MetroSol


Grenners, CC ReyCall Ciudad Ojeda


Información por el teléfono 0424 1123133

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Published on October 31, 2015 16:24

October 26, 2015

La ciudad en nosotros

También los hombres son ciudades, dijo alguna vez Oswaldo Trejo. La frase no es solo un hallazgo lírico sino  una certeza inquietante. El hombre es, sin duda, la caja de resonancia de la comarca que habita. Es el argumento de su propia ciudad. El animal urbano entraña, en su definición, una forma de vida. Por eso muchas veces se impone traducir la marca que la ciudad ejerce en nosotros, la manera en que se infiltra en nuestro talante y en la curva de nuestras vocales. Por eso tantos escritores se han detenido en una misma palabra: Caracas.


Caracas, la reina de la injuria y la lujuria, la entrañable y violenta, la del pasado demolido y el presente en vértigo, posee una no oficializada legión de devotos. Algunos más enfáticos que otros, más furiosos o esquivos. La hemos escrito desde el apego, la nostalgia y la desazón. La hemos inventariado en crónicas, celebrado en poemas, desfragmentado en cuentos y novelas, procurado en ensayos. A Caracas también se le pinta, se le detiene en fotos, se le convierte en documental y película. Se le canta. Se le hiere y desgobierna. Caracas se derrumba un poco todos los días. Se reinventa de mes en mes. Es una mutante escenografía de cinco millones de personas que conviven en su asfalto hirviente y roto.


La indiferencia es su documento prohibido. Parece imposible vivirla y desechar la experiencia. Todo lo contrario. Se  inmiscuye en el blanco de la página. Y de eso da testimonio un monumental trabajo que ha llevado a cabo Ana Teresa Torres reuniendo una exhaustiva muestra de fervor a la ciudad que abarca a casi una centena de escritores de todas las épocas, estilos y maneras. Y así la ha titulado: Fervor de Caracas. Una imprescindible antología literaria sobre la ciudad de nuestros afanes.


Una antología que funciona como un diario de la ciudad. Un diario, de variadísimos tonos, que tiene la habilidad de descartar la  cronología para apostar por una estructura de instancias urbanas. Cada página agrega una nueva inflexión para conformar el rompecabezas de Caracas y lograr su biografía íntima a través de la voz de sus escritores.


En esta reunión de textos hay un verdadero coctel de hallazgos: la palabra antigua, el reclamo, el mapa de sus ventanas, lo amoroso y la advertencia, la crónica risueña, el tramo de novela, la montaña como emblema, la luz de sus mangos, la sensación de paraíso, la mudanza eterna, el paisaje que convive con el escombro, la aflicción por la ciudad que ya no es, el abecedario de lo baldío, los ecos de las dictaduras que ha padecido y hasta las esquinas bautizadas con el nombre de los árboles o espantos que las rigen.


Y como bien lo dice Ana Teresa Torres en el pórtico, la lectura de este libro “contiene una breve historia del lenguaje literario venezolano en el que saltan insospechados ecos y coincidencias”. No solo es prodigioso encontrar tantas formas de querer a Caracas, sino tantas maneras de contarla, estilísticamente hablando. Iniciar la ruta con la prosa seminal de José de Oviedo y Baños, pasar al adjetivo febril de Adriano González León, toparse con Aquiles Nazoa junto a Guillermo Meneses, poner a convivir a Vicente Gerbasi con Rodrigo Blanco Calderón o Jacobo Borges, leer la Caracas de Elisa Lerner y páginas después la de Gisela Kozak, Victoria de Stefano o Jacqueline Goldberg, ir del siglo XVIII al XXI, de Méndez Guédez a Salvador Garmendia o a Luz Machado, asomarse a la gentil ciudad de Efraín Subero, a un poema de Igor Barreto, o a la nostalgia epistolar de Andres Bello. Oír los aguaceros caraqueños en la palabra de Yolanda Pantin, empujar el portón de Teresa de la Parra y desembocar en la corrosiva mirada de José Ignacio Cabrujas. Contar a Caracas desde tantas voces es, por decir lo menos, una tentadora experiencia literaria y un portentoso tributo al valle esencial.


Aquí se asoma la mínima épica de sus calles. Aquí se reseña tanto el rumbo de las garzas y mendigos como el tejido vital de los inmigrantes. Aquí están el sol, sus frutas y su óxido. Todo con ese olor a fugacidad que es su impronta. Como nosotros, inquilinos de una ciudad que nunca termina de ser, pero que llevamos en las uñas del fervor, intentando entender la difícil ecuación de su belleza, esquivando el beso letal de su violencia, y sabiendo que no podremos renunciar a ella, ni siquiera convirtiéndonos en distancia y adiós.


William Niño Araque, uno de sus principales devotos, anota lúcidamente en el epílogo: “Caracas entera puede ser entendida como un descomunal texto en prosa, generalmente inacabado” y esa es la Caracas que atraviesa estás páginas, multiforme, virulenta y entrañable, sin poderla abrazar del todo, fustigante, mundana, esnobista y andrajosa. Con su vieja música de grillos y ranas anocheciendo en nuestras palabras.


Fervor de Caracas es un gran mapa literario de nuestra ciudad tutelar. Ana Teresa Torres ha descolgado la voz de decenas de escritores para conformar una cartografía sentimental de la ciudad a través de su memoria, su transitoriedad, sus exilios y estallidos, y su terca posibilidad de ser alguna vez la ciudad que hemos ambicionado.


Recorrer sus páginas es una excursión sin desperdicio. Caraqueño hasta la fiesta y el dolor, no puedo menos que celebrar el empeño de Fundavag Ediciones y la rigurosidad que hay en este trabajo de Ana Teresa Torres que agrupa textos que abarcan cuatro siglos de fervor por una Caracas irremediable en la tinta de nuestros demonios y pasiones.


He aquí una forma de poseerla. De recorrer amorosamente la ciudad que hay en nosotros. La ciudad que somos. Bienvenida sea.


Leonardo Padrón


 

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Published on October 26, 2015 14:51

October 24, 2015

Uno se pregunta

Todo asombro nace con una pregunta en la punta de la lengua. En estos tiempos donde lo cotidiano es tan rocambolesco es inevitable hacernos preguntas.


Pero, como lo dijo Maurice Blanchot, la respuesta es la desgracia de la pregunta.


Uno ve al  presidente de la república y a sus ministros explicando el por qué de las penurias del venezolano y la mirada se lesiona, se transforma en más perplejidad.


Uno comienza a entender ese instrumento que es el cinismo.


Y uno se pregunta cosas.


Por ejemplo, uno se pregunta: ¿el hombre nuevo es esa tristeza en dos pies que hace colas infames en busca de alimento?  ¿O es el que dispara quince veces por un celular? ¿O el que vende su conciencia por una casa con camioneta?


¿Puede un país ser país bajo el himno del odio?


¿Es la intolerancia el sitio para ser ciudadanos?


Uno se pregunta por qué no hay agua ni azúcar ni café donde hay petróleo.


Y asoma un rictus, agita las palabras. Uno alza la mano y quiere opinar y le gritan traidor, vendido, intrigante.


Uno insiste. A pesar de todo. Y abre signos de interrogación.


¿Es la soledad de Nicolás Maduro tan espantosa que no tiene a nadie que lo aconseje?


¿Por qué tanto desatino? ¿Por qué la sinrazón?  ¿Por qué tanto desenfreno verbal si su arte es el error?


¿Quién se pasea hoy por los pasillos de La Casona?


¿Es todo esto un accidente histórico? ¿Una consecuencia de nuestra ligereza para hacer política?


Decía Goethe “todo es más sencillo de lo que se puede pensar y a la vez más enrevesado de lo que se puede comprender”.


Y uno anota. Hace una lista. Al azar. Sin orden preconcebido.


Se pregunta, por ejemplo, ¿por qué Maduro amenaza con cárcel al empresario más productivo del país y no a sus correligionarios que quebraron empresas expropiadas?


¿Por qué no hace lo mismo con las bandas criminales que tienen convertido al mapa en un pozo de sangre violenta?


¿Por qué fanfarronea con la persona equivocada?


Se perciben las llagas del resentimiento. Se ven a simple vista. Desde lejos. Con los ojos cerrados.


¿Por qué si tenemos el sistema electoral más transparente del mundo el gobierno no permite la presencia de observadores internacionales para las próximas elecciones parlamentarias?


¿Cuánto orgullo les da a nuestros militares que las decisiones más trascendentes para el país se tomen en La Habana?


¿Se creen ellos mismos el cuento de la guerra económica?


Y si tienen identificados a los responsables de la guerra ¿por qué no los neutralizan? ¿Será que el espejo sólo les devuelve su propia  imagen?


¿Quién es el gurú de la insensatez que ha diseñado las nuevas medidas de control de precios?


Maduro anuncia que tiene listas “mil celdas para quien se ponga cómico el 6D” y uno se pregunta: ¿si tiene tal abundancia de calabozos por qué las cárceles sufren de hacinamiento, por qué la policía se queja de que no hay sitio para los criminales y los tienen retenidos en oficinas y escaleras?


Nadie responde. Todos voltean hacia la ventana más remota. Los micrófonos se apagan. Terminó la cadena. Permiso. Hora de irse.


En la cola del supermercado una mujer se esconde del sol con un pañuelo sobre su cara. Una muchacha chatea su hartazgo por teléfono. A la otra le cuelga un hijo del cuello. Dos hombres se preguntan la hora y el cansancio. Son muchas las miradas enterradas en el asfalto. Falta tanto para llegar al final de la cola.


¿Podemos seguir soportando episodios como el visto por Héctor Manrique en un Farmatodo donde una adolescente de 13 años, luego de un largo e inútil ruego, tuvo que levantar su sueter y mostrar su pantalón ensangrentado para que la cajera accediera a venderle unas toallas sanitarias?


La humillación de los venezolanos ha alcanzado cotas  sobrecogedoras. ¿Seguimos ofreciendo nuestras mejillas? ¿Es la resignación pasaporte para algún futuro?


¿Por qué algunos camaradas hacen gala de una riqueza obscena en Miami y ciertas islas del Caribe mientras el gran resto depende del último número de su cédula para comer completo?


El tema no es el salario, presidente, sino el poder adquisitivo. ¿Será que no sabemos explicarnos o le genera irritación entenderlo?


¿Hasta cuándo seguirán insultando la inteligencia de los venezolanos? O peor aún, ¿somos inteligentes los venezolanos? ¿Seguiremos siendo tan proclives a los hechizos populistas?


Nos tropezamos en exceso con la misma piedra. Pero bien lo escribe Elisa Lerner: “la amnesia es una falta de ética”.


La noticia dice que un grupo de delincuentes asaltó un gimnasio  en la Av. Roosevelt con armas largas y una granada. Una granada contra unos hombres haciendo flexiones y sentadillas. ¿Se justifica tal ostentación? ¿Nos toca aceptar que ya las granadas son rutina?


No se oye la respuesta. Nadie dice nada. El Defensor del Pueblo prefiere “no especular”.


Las granadas, ¿una moda como alguna vez lo fueron las hombreras o los huevos de codorniz?


¿Dónde ocurre realmente la guerra?


Dice Erich Fromm: “uno no debe confiar en que nadie nos salve, sino conocer bien el hecho de que las elecciones erróneas nos hacen incapaces de salvarnos”.


Uno se pregunta por qué en una crisis donde cada dólar cuenta el presidente de Venezuela se va a Antigua, Barbuda y Granada y desfila regalando computadoras por todo el camino real. Muy loable, muy papá Noel, muy incoherente.


Uno se pregunta por qué si todos los estudios sentencian que 8 de cada 10 delitos en Caracas se cometen en motos no se aplica una ley que restrinja la circulación de estas parejas letales que han hecho del crimen en dos ruedas el más eficaz y mortal.


¿Cuál será el destino de los impertinentes? ¿Adónde irán los días gastados en tanto reclamo? ¿Que pasará con todas las cuartillas que exigen una mínima dosis de democracia?


¿A qué cárcel irán los aficionados a la tolerancia?


Uno se pregunta por los estudiantes presos, torturados y desaparecidos en el año 2014. Por Franklin Brito y su mortal huelga de hambre. Por la vida de aquel joven que reveló ser violado en la cárcel con un rifle por unos militares. Por los salvajes golpes de un casco propinados a la costurera Marvinia Jiménez por una funcionaria de la “Guardia del Pueblo”. Por el daño causado a la jueza Afiuni. Por el agravio mayúsculo contra Vivas, Forero y Simonovis. Por la cárcel de Ledezma. De Ceballos. Por la estridente sentencia a Leopoldo López. Uno no olvida a los tuiteros presos. A los venezolanos arruinados o en el exilio. ¿Cómo combina todo eso con los derechos humanos?


Uno se pregunta, con Fernando Savater, por esa otra “oligarquía del estatismo populista y su cárcel ideológica”.


Uno se pregunta si vale la pena que por una doctrina arcaica un país entero se parta en pedazos.


¿Por qué no tratar de hacerlo bien y ya? Gobernar: fabricar serenidad. Una buena porción de bienestar. Algunos le dicen progreso.


¿La revolución acabó con las jerarquías de poder? No. Construyó las suyas. ¿Acabó con las desigualdades? No. Estrenó otras y de pasó inauguró el control sobre los ciudadanos.


¿La clase media es una raza en extinción?


Uno se pregunta por la crisis eléctrica, por la frontera convertida en estrategia electoral.


Y el futuro, ¿realmente lo vamos a alcanzar?, ¿cómo vamos a desmantelar a tanta gente armada?, ¿cómo volver a confiar en el otro?


Bienvenida la devoción por lo posible.


Una expedición hacia el coraje, eso necesitamos. La ambición de ser mejores.


Se impone recuperar la calidad de nuestros sueños.


¿Cuántos volverán a la hora que toque reconstruir el país?¿Cuántos estarán a la hora del primer ladrillo?


Lo único nítido, visible, es la incertidumbre.


A veces la única explicación es el miedo. El país es una plaza oscura. Un carro que se aproxima. Un hombre que saca un arma. El latido último que te regala la muerte.


Czeslaw Milosz hablaba del abaratamiento de la vida humana. Eso es lo que nos ha pasado. No menos.


Uno se pregunta hasta dónde la tristeza.


Si yo escribo a favor de un país distinto, si me reúno a conversar sobre esta desazón, si me mofo de la retórica y la cursilería, si ejerzo el derecho a pensar, ¿soy un perjuro, un renegado, un tipo sin derecho a patria?


¿Por qué el único argumento de los espíritus autoritarios es la amenaza?


La ineptitud gubernamental es una forma de tortura a la sociedad que la padece.


Chávez conspira, Chávez es un héroe. La oposición conspira, la oposición es un nido de terroristas.


En las facultades no hay presupuesto. En los laboratorios faltan reactivos. No hay toner para imprimir las guías de estudio. Nos encaminamos hacia el desierto, la indigencia cultural.


A la revolución le estorba un país que fabrique ideas. Nos quieren anestesiados, lerdos.


¿Podemos volver a ser un país normal?


¿Caben más preguntas en esta intoxicación colectiva?


Caben.


Pero ya es hora de exigir las respuestas. A ellos. A nosotros.


A la zozobra.


El final. ¿Quién lo escribe?


Tú. Acércate. Ponte de pie. Apura el paso. Vamos a permitirnos ese lujo.


“Florecemos en un abismo”, dice Rafael Cadenas.


Leonardo Padrón

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Published on October 24, 2015 21:31

October 19, 2015

“Necesitamos urgentemente una gran dosis de decencia” Entrevista de Leonardo Padrón para Newsweek

Por Carlos Flores


Imagino que Leonardo Padrón preferiría estar echando cuentos sobre poesía, festejos y anécdotas personales, en vez de hablar de política, ladrones, hipócritas y otros componentes de esta enajenación que, ¿gobierna?, a Venezuela. Pero itiswhatitis… y en tiempos como éste la intelectualidad debe saltar y disparar granadas de sentido común a todos los confines del campo de batalla. Ojo, no le llamen intelectual, a Padrón… eso suena tan extraño como decirle: ¡epa, poeta! Y es que, a pesar de ser ambos –y tal vez un pelo más-, Leonardo sigue siendo la clase de persona que no se desvela por semejantes boberías. Lo desvelan, seguramente, otras cosas. Por ejemplo, la crónica que debe escribir cada quince días para el diario El Nacional y que, para no pocos lectores, se está convirtiendo en brújula para hurgar en los caminos que Padrón subraya y que, tal vez, desenmarañen la dirección oculta del país que tanto busca.


En tu artículo, “Un lento y feroz comienzo” publicado el 11 de octubre en El Nacional, noté como una sensación de “¡ya, carajo, a dejarnos de boberías y afrontar lo que es; no más pajaritos preñados ni peleas innecesarias (no más carajitadas), no me vengan con quejas ni lloriqueos: esto no será perfecto, pero es el único camino –con espinas y culebras- pero por ahí se comienza a salir del pantano!”. Y al final hay una búsqueda de esperanza, un huequito por donde se puede ver el brillo de “lo posible” -que no solo quieres inyectarle a lector sino a ti mismo-… Más allá de periodista, como amigo, te pregunto –tras el leer tu artículo- algo que por lo general es fácil de responder, pero no en esta caja sellada y resonante llamada Venezuela… Leonardo, ¿CÓMO ESTÁS?


-Como la mayoría de los venezolanos, balanceándome entre el agobio y la esperanza. No puede ser más crítico el momento que vive el país. Hay una severa depresión en la psiquis de los venezolanos. Las penurias se han vuelto cotidianas. Cada día se acentúael agobio ante el descalabro monumental que hoy somos.La Venezuela contemporánea no había conocido un momento tan oscuro, tan sórdido. Pero a mi particularmente me salva ese empecinamiento crónico en la esperanza. Y no es una expectativa gratuita, naif, sin asidero, al contrario, creo que hay razones objetivas, formales, contundentes, para el optimismo. Los optimistas son los que transforman el mundo, decía Guizot. Se acercan unas elecciones parlamentarias que terminarán recogiendo la opinión de los venezolanos sobre la gestión de Nicolás Maduro. Gestión, a mi parecer, no sólo muy errática sino absolutamente irresponsable, llena de cobardía, enormes desatinos, tozudez ideológica, ineptitud y terribles incoherencias. Viene una fecha para que todos opinemos, para que propongamos otra versión de país, para que apostemos de nuevo por la democracia, por una asamblea realmente representativa de las apetencias de los venezolanos, donde haya espacio para proponer, corregir, cuestionar, y sobre todo, opción de ponerle freno a la demencia. Insisto, no es tiempo de riñas intestinas en la oposición. No importa hoy quién grita más duro, quién es más carismático o quién merece el liderazgo. Se trata de un asunto de supervivencia. El país no puede más. El 6 de diciembre se impone firmar la fecha de defunción de la revolución bolivariana.


Esto de estar acosados, encerrados y sometidos a un ruido tan fuerte como distorsionado y maléfico, nos cambia la perspectiva de muchas cosas: vida de colas, de rollos, de amenazas, de rebusques, de tratar de ganarle a la centrífuga de lo cotidiano, al pleito político y las diferencias múltiples… pero de pronto explotan grandes noticias, como las de Alberto Barrera, Rafael Cadenas; hasta la monedota de chocolate, y entonces uno como que espabila y, al menos por momentos, la cosa es light y bonita y chévere… chévere, esa palabra la usamos cada día menos… ¿de qué crees que nos estamos perdiendo, como país, al tener toda nuestra atención puesta –casi como autómatas- en “la situación actual”?


-Hay tanta estridencia que se nos olvidan las pequeñas alegrías. Es que la política se nos metió en la nevera. Eso tiene el socialismo: es experto en vaciar neveras, en arrasar con las despensas, en amplificar la precariedad. Entonces se nos olvida el resto de la vida. La vida aquí sigue teniendo sus respiraderos, sus pequeñas victorias, sus momentos luminosos, su gente que persiste, que no deja de crear y trabajar. Todavía hay razones para la sonrisa. Este segundo premio internacional a la obra de Alberto Barrera es una gran noticia. Lo de Cadenas te confieso que ni me sorprende. El merece el premio Nobel de Literatura. Así de simple. Se lo han dado a poetas de menor categoría. Cadenas es un poeta mayor de la lengua. Y están nuestros músicos, ganándose cada vez más Grammys. O el mismo sistema de orquestas juveniles e infantiles, que no es producto de esta revolución- experta en usufructuar conquistas- sino de eso que llaman la cuarta república. Pero más allá de lo mediático, en la zona anónima del país, que es la más grande, hay mucha gente empeñada en ejercer sus talentos de la mejor manera posible. A la mediocridad hay que ofrecerle resistencia diaria.


Vamos a tratar de pensar en cosas positivas, en futuro… ¿cuáles crees que serán las cosas simples, pequeñas, que vas a agradecer que ocurran, cuando el tren de la historia comience a mover los vagones lejos de esta estación oscura hacia otras vías más claras, libres y prósperas?


-Creo que se impone recuperar el derecho a la intemperie, que no es poca cosa. A vivir la calle. Volverán las tertulias en las tascas y restaurantes. Ocurrirán las bienvenidas. Porque confío en que muchos volverán. En Caracas y en las otras ciudades del país reaparecerá el neón. La noche, volveremos a habitar la noche. Los libros. Anhelo volver a entrar a las librerías y conseguir los sellos editoriales del mundo entero, como antes. Hacer mercado será de nuevo un hábito simple, un asunto cotidiano e intrascendente. La pasta, el café y el arroz dejarán de ser un asombro.La gente volverá a comentar la novela de las nueve. Los artistas internacionales visitarán de nuevo los estudios de los canales de televisión. El periódico dejará de ser ese asunto anémico de ocho páginas. Nuestros domingos se llenarán de periódicos en la cama. Las insufribles cadenas nacionales se convertirán en anécdota del pasado. En fin. Tantas cosas. Tantos detalles de la vida por recuperar. Balzac decía que lo mejor de la vida son sus ilusiones. Por ellas vamos.


Uno de los peores males que le ha caído al país es el odio fraterno. Enemistad, odio, a consecuencia de parcialidades políticas…en tu caso, ¿piensas con frecuencia en amigos que ya no lo son, acaso familiares, que ya no forman parte de tu realidad, a consecuencia de esta división? ¿Considerarías, en un futuro, tratar de extender la mano para sanar estas heridas mutuas?


Te voy a ser honesto, de vez en cuando pienso en eso con dolor, con decepción. Hay gente por la que apuestas afectivamente y luego descubres que poseía estructuras éticas muy frágiles. La especie humana puede ser muy cínica, muy utilitaria. He perdido desde amigos muy cercanos que los creía moralmente sólidos hasta antiguos referentes intelectuales cuya posición actual todavía me abisma. No va a ser fácil la tarea de la reconciliación nacional. Tanta impunidad nos ha hecho mucho daño. La gente que ha saqueado al país debe responder ante la ley, cuando toque. Ahora, la única forma de reconstruirnos como nación es apostar a uno de los mayores ejercicios del espíritu que es el perdón.


De ser un país polarizado… nos hemos convertido en un país jodido. Así, a secas. Todos por igual (o al menos la gran mayoría). Esto tal vez pueda traducirse en que por primera vez -en mucho tiempo- el único triunfo apunta a una salida que lleve a mejoras en la calidad de vida de los venezolanos… y la unidad es entre el pueblo que está asfixiado… y el aire se agota, ¿crees que esto estaba en planes del régimen?, ¿crees que tener a la gente así era su propósito o tal vez tenían las mejores intenciones, solo que la incompetencia los arropa?


-Hay gente que garantiza que este desastre es parte de un diseño, una forma de dominación de la sociedad civil, una estrategia que consiste en tener a la población disminuida, sojuzgada, replegada, sumisa. El estado convertido en el gran amo, dueño y rector de nuestras vidas, decidiendo cuántos dólares puedes tener o cuántas veces puedes tomar café. Decidiendo el tamaño de tus miedos. Pero cuando oyes el discurso de los dirigentes de la revolución les sientes la naftalina, los criterios llenos de óxido y telaraña. Seguir dividiendo al mundo en imperialistas y proletarios, en gente de derecha y de izquierda, en pueblo y oligarquía, no sólo es un anacronismo, sino un simplismo espantoso. Somos víctimas de un gobierno que no sabe gobernar. No puedes gerenciar a un país desde el resentimiento. No puedes privilegiar la militancia política sobre la meritocracia. Aquí hay mucha gente ostentando cargos importantes en la administración pública que sencillamente no están preparados, no estudiaron para eso. Resulta pavoroso, pero sobre todo vergonzoso, la forma en que en los mismos diez nombres se rotan los cargos a cada rato. Como si el país fuera un juego de volibol. Tamaña irresponsabilidad ha llevado al país a la ruina. La revolución bolivariana es un paradigma de mediocridad.


-El país se ha vuelto, entre otras cosas, cínico. Hay malos ejemplos aquí y allá. ¿Cómo ves la generación de relevo?, los chamos adolescentes que les ha tocado experimentar esta realidad y desconocen que hay otras posibilidades… y, en lo personal, ¿cuánto te refugias en tus chamos para obtener ese oxígeno de vida, de pureza, tan necesario para seguir tratando de domar dragones en el campo de batalla?


-A todos nos asusta, no solo el saqueo de las arcas, sino de los valores. La ciudadanía como concepto ha sido arrasada. Ha habido una demolición de la ética ciudadana. Hoy, más que nunca, se impone la ley del más pícaro, del más ladino. Sin duda, hoy los padres juegan un rol clave en esta brújula rota que es el país para señalarles a los adolescentes lo que es válido o legítimo y lo que es miseria moral. Tú me nombras a mis hijos y ciertamente para mí estar con ellos es recuperar el oxígeno. Sé que la pureza de su edad se les ha contaminado de política, violencia y escasez. En mi adolescencia la política era un tema distante, demasiado adulto. Hoy nos ha invadido todos los resquicios. Pero los hijos son, no sólo el oxígeno, la vuelta a la pureza, al sentido lúdico de la vida, acierta dosis de ingenuidad, sino una razón crucial para no claudicar y no terminar de entregarle el país al malandraje.


Estaba pensando que en esta etapa tan dura del país, te ha tocado producir lo que seguramente serán algunos de tus textos que serán más recordados en el futuro, ejemplo: La Casa Grande. Supongo que cuando un escritor se ve obligado a montarse en el ring y le toca mirar y sentir el desmoronamiento de su propio país, bajas la guardia y fluye la esencia humana, donde todos estamos conectados…


Te confieso que nunca pensé que iba a dedicarle tantas cuartillas de mi escritura al país. La oscuridad es tanta que hasta la poesía, en mi caso, es ahorita una sombra titubeante. Pero la escritura también sirve para intentar entender el caos. A través de la palabra peleo contra la opacidad, salto ese muro que es el silencio y me pregunto por mi propio agobio. La obra personal se tiñe de esta inmensa claustrofobia existencial que hoy somos, es inevitable. Un escritor no puede enmudecer en los momentos más acuciantes de su ser social, todo lo contrario. Callarse, replegarse, sería ominoso.


-Leonardo, lo que viene, digamos el próximo –y necesario- capítulo, tiene que ver, con el nuevo arranque, con colocar las primeras piedras… ¿cuál crees que será la clave del éxito en medio de este reto-país?


-William Blake decía que el simple entusiasmo es todo en todo. Toca emprender la reconstrucción con un ánimo sobrehumano. Toca el coraje de deslastrarnos de nuestros más acendrados vicios como colectividad. Toca reprendernos severamente, terminar de crecer como nación, plantearnos otras reglas de juego, exigirnos al límite.


¿Cuáles palabras tal vez quisieras borrar de tus textos en el futuro?, ¿acaso algunas que tengan que ver con este capítulo trágico de Venezuela?


-Estamos intoxicados de todo el glosario militarista. Esas permanentes metáforas de guerra, contienda y batalla. Hay que dejar descansar a la palabra patria. Por Dios, ¡qué manera de saquearle la reputación a esa palabra! Son muchas las palabras que ameritan llenarse de silencio: Bolívar, batalla, pueblo,revolución, imperio, oligarquía, burguesía, conspiración, pranes, secuestros, granadas, descuartizamientos. Sobre todo hay una palabra que se ha convertido en epidemia en este país: muerte. Ya es hora de que la muerte deje de ser la reina de esta oscura fiesta.


¿Cuál es la gran moraleja que nos dejará todo esto; la que no podemos olvidar, la que debe servirnos para crecer y madurar como país?


Creo que ya tuvimos una última sobredosis de mesianismo. Debeos cancelar con urgencia nuestra fascinación por el caudillo, algo que nos ha conducido, desde los tiempos de la independencia, a una larga historia de frustraciones y fatalidades. Chávez debe ser el último encantador de serpientes de nuestra historia. Vendrán otros líderes, pero debemos exigirles ponderación y humildad. Ya basta de seguir apostando por el redentor de los pobres.


Han transcurrido varios años y Venezuela ha cambiado para bien. Las cosas están mejorando… y tú estás escribiendo una telenovela y tal vez quieres reflejar algo de esta nueva y buena Venezuela, ¿cómo serían los héroes de tu obra?


-Últimamente le tengo cierto escozor a esa palabra: héroe. Esta absurda revolución se ha encargado de prostituir también esa palabra. Aquí dos o tres tipejos se paran en una calle a disparar contra un puñado de gente desarmada y terminan teniendo una estatua y siendo catalogados como los Héroes de Puente Llaguno. Un funcionario del gobierno es asesinado por meterse en mala hora en un peligroso barrio a conseguir alguna droga y se vuelve un héroe. Otro es apuñalado en su casa bajo circunstancias de alta sordidez y le cambian el nombre a una calle de Caracas para ponerle el suyo. No necesitamos héroes, es algo más simple, necesitamos gente de bien, ciudadanos dignos, éticos, humanos. Decencia, necesitamos urgentemente una gran dosis de decencia. Esos serían mis protagonistas: personajes decentes, venezolanos sanos espiritualmente, que les entusiasme vivir allí donde el bien es una fiesta.


Carlos Flores / @CarlosFloresX


Director Editorial de Newsweek en Español Venezuela

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Published on October 19, 2015 14:02

October 10, 2015

Un lento y feroz comienzo

Será un lento y feroz comienzo. Lento por lo eterno que todavía es. Feroz por todo lo que hay en el camino, dilapidado, roto, exánime. Por la gravedad de las heridas, por la cantidad de escombros, por la cólera que hay untada en las paredes. Un comienzo del tamaño de un día, de un año, de una generación. Ya no importa la dimensión. Importa que ocurra. Ya los venezolanos no pueden tener otra cara más honda que la desesperación. Es tiempo de resolver las estridencias. Hemos sido un atajo de errores. Un país equivocado. ¿Qué país no ha sido un error alguna vez? Hay errores que han costado seis millones de cadáveres. Hay errores que patean la historia y la rompen en dos. Nosotros también. Somos un error de la talla de los caudillos elegidos: enfermos de gloria y ego, intoxicados de resentimiento, frenéticos, deslucidos en su hacer. Somos un error tercermundista, con soluciones frágiles, inciertas y cambiantes. Pero debemos intentarlo otra vez. Ser mejores que nuestro último error. Ser enmienda. Rectificación. De eso nos va la vida hoy.


Ya basta de escaldar nuestras lesiones con tanta saña, de desgastarnos hablando mal de nosotros mismos, enumerando nuestras miserias a voz en cuello, en televisión, en los restaurantes, en las colas de la farmacia o el supermercado. No aguardemos la foto unánime y feliz de nuestros dirigentes. La oposición entera no cabe en el ángulo de una cámara. La oposición son muchas caras, mucha gente, muchos lugares del país. Todo ciudadano de bien se opone a este paisaje de ruina que hoy somos. Todo obrero, maestro, vecino, artista, oficinista, ama de casa o estudiante se opone a  este cataclismo, a esta zona de guerra, a este punzante saqueo de nuestras arcas. Todo venezolano decente se opone a tanto agobio y sordidez. Todo venezolano cuerdo rechaza un nuevo triunfo de la incompetencia. Hoy, ¿quién lo duda?, legiones de simpatizantes del chavismo están alarmados ante este naufragio monumental.


No esperemos por la aparición del hombre predestinado, del esclarecido que sacudirá a las masas como un flautista de Hamelín en clave de música latina. No dependamos de la llegada de una docena de expertos en campañas electorales, ni de la condena planetaria al régimen. No aguardemos por un futuro premio Nobel que invocará la perfecta estrategia de la redención nacional. Nuestro caos nos pertenece. Entre todos lo hemos hecho prosperar. Con la rapiña y ambición del régimen, con la desidia e impericia de muchos de nosotros. Por eso, entre todos toca remediarlo.


Y ya no importa si a algunos no les gusta la vehemencia de Chuo Torrealba, los arcaísmos de Ramos Allup o la intensidad de María Corina Machado en el flanco de la oposición. No se trata de seguir condenando a Henrique Capriles por lo que hizo o dejó de hacer o a Leopoldo López por la salida a la calle o la entrada a la cárcel. No importa si entre ellos existen desencuentros o apetencias propias. Ni si algunos son poco creativos o asertivos. No interesa ya si no nos entusiasma cómo habla uno o grita el otro. En todo caso, y he aquí el oro, son gente que cree en la alternancia y el disenso. Gente que propone otra forma de vida. Donde el mérito es un valor. Donde el conocimiento importa más que el color de la camisa que vistas. Donde la tolerancia se impone sobre los dogmas. Donde la libertad no es solo un sustantivo que calza en un himno. No interesa ya si este se ha dormido o aquel comete deslices. No importa si alguno suena a reliquia del pasado, a eslogan de derecha, a guerrillero arrepentido, a tecnócrata sin carisma. Importa que son ciudadanos fuera de un cuartel o de una trasnochada ideología (que termina también siendo un cuartel). No importa si señalan la luz en bosques distintos. Lo crucial es que creen en la luz. Y que cada día optan por apostar, no por claudicar. Nuestros líderes están plagados de defectos, como nosotros, como nuestras parejas o amigos. Pero se trata de que nos encontramos en estado de emergencia nacional. O nos salvamos o nos hundimos todos.


Será un lento y feroz comienzo cuando por fin el noticiero, exhausto de su vaho eterno de malas noticias, de su olor a formol y granada, asome una noticia distinta a la de estos últimos 17 años. Una noticia que hable de una nueva oportunidad. Y el camarógrafo triste por la tristeza de todos los días será otro en su mirada. Y el redactor, y la productora, y los televidentes, la doméstica de pies hinchados, el ejecutivo expropiado, el maestro de ruinoso sueldo, el bachiller sin útiles, el mecánico sin repuestos, el médico sin insumos, en fin, todos, qué digo todos, el país entero, agotado en su aliento de animal herido, cansado de sus muertos, de la quejumbre, de las colas y la miseria y el arroz que no hay, que otra vez no llegó, que quizás mañana o tal vez más nunca,  y de la voz en cadena que recita mentiras, que decreta una felicidad imposible, un olor a rosas que no están, un mar que ya no es la utopía, sino una estafa más, como esta turbia historia de militares enriquecidos, de gente yéndose de donde no quiere irse, de gente agazapada detrás de sus puertas, con miedo a la vida porque ahora huele a muerte, de gente que ahora es menos, que ahora tiene un presente donde no cabe el futuro, de gente tensa hasta romperse, de gente que antes sonreía en sus pasillos de cerveza y salsa brava, de gente que no sabe dónde poner la esperanza, de gente que sencillamente no sabe y ya, que eso es mucho, de tan vacío, de tan desierto, gente que se está cansando de ser gente. Todos, sentirán la noticia de una nueva oportunidad.


Será un lento y feroz comienzo cuando todo lo que es empiece a no ser, cuando las marchas y las consignas galácticas se evaporen en el clima de una nueva multitud, cuando las amenazas y el oprobio se conviertan en afonía, cuando los carceleros renuncien a su faena, cuando las rotativas abandonen su ruido de mulo domesticado, cuando el odio se vaya volviendo humo y derrota.


Pero para eso habrá que registrar los rincones del país, atizar al perezoso, seducir al indiferente, convocar a los descreídos, a los indecisos, abrazar al decepcionado, insistir con el reticente y convertirnos todos en una tormenta inacabable de votos en las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre de este pavoroso 2015. Convertirnos en protagonistas de nuestro derecho a volver a ser un país.


Habrá que inventar la mañana. Habrá que hacer el mismo gesto y convertir a la sonrisa en un ejército de ocupación. Habrá que dejarse de silencios y miedos. Y así todas las puertas se abrirán de par en par. Y la vecina bailará sin música, y estremecerá sus ventanas, y todo aquel en la calle, en la orilla, en la calzada, será un gesto de bienvenida y euforia. Habrá que hacer una canción urgente, una melodía de recién llegados, y apurar un tren que aún no existe, un pasillo grande para el regreso grande de los que alguna vez fueron adiós.


Será un lento y feroz comienzo cuando la niña que tose y la mujer que desanda la farmacia y la urgencia, y el padre colérico, expulsen un grito de fin de la pesadilla, y se toparán con una plaza habitada por abrazos de los que ya no había. Y cada quien,  lustroso en la alegría repentina, sudoroso a fiesta que se acerca, voluminoso en la sonrisa, asomado en sus propios ojos, dirá que todo pasó, que el huracán fue un mal rato de casi dos décadas, que la vida se estrena otra vez.


Será un lento y feroz comienzo de diciembre. Lento por la larga cuenta regresiva que ya somos. Feroz por todos los obstáculos que tropezaremos. Será un día preciso. Está allí. Afuera. Se le puede señalar con el índice. Ese día es nuestro. Nadie nos lo va a quitar. Será apenas el comienzo. No la resurrección de los justos. No la multiplicación de los panes y las harinas y el café. No el acto final del odio. No la paz conclusiva. No la ultima marea. Será solo eso: el comienzo. Lo que necesitamos con urgencia. Un comienzo. Así sea duro, largo y difícil. Para dejar de ser un país fallido. Un territorio que no funciona para vivir.


Un comienzo. Nuestro comienzo. Lento, feroz y absolutamente posible.


Leonardo Padrón

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Published on October 10, 2015 22:46

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