Leonardo Padrón's Blog, page 30

April 11, 2015

Olvidados

Salvador y Manuela ni sospechan que sus padres han tenido que pedir dinero en la calle para alimentarlos. Salvador tiene dos años y medio de vida. Su hermana, un año menos. No, sus padres no son indigentes. Son estudiantes venezolanos que viven en España para realizar una Maestría en Criminalística. Pero se quedaron sin divisas.

A finales del año 2014 los estudiantes venezolanos residentes en el exterior encontraron en su bandeja de correo una información escalofriante. El Cencoex (antiguo CADIVI), ente oficial encargado de otorgar las divisas para pagar sus estudios, les notificó que sus recursos no serían aprobados. Debajo de la hojarasca verbal latía la sentencia: no tenemos más dólares para ustedes. Una multitud de estudiantes fue arrojada al limbo económico. El efecto de la medida ha sido devastador.

Mónica, la madre de los niños, dice que hasta se le acabaron las lágrimas. Miguel Angel, el padre, da los detalles: “Ya no pudimos pagar más la universidad, el seguro médico, ni los servicios básicos. Estamos hasta el cuello de deudas. Para pagar la renta de febrero tuve que vender mi laptop y mi celular. Para pagar marzo vendimos la cuna de mi hija y su ropa usada. El dueño del apartamento me dice que aún no me ha botado por los niños”. Este itinerario de la humillación lo cuentan con miedo. “Tememos las represalias por habernos atrevido a alzar la voz. Ya mi familia ha sido objeto de amenazas”, remata Miguel Angel.

Salvador y Manuela, sus hijos, aún no entienden lo que pasa a su alrededor. Menos mal. No merecen ser salpicados por la indolencia de la revolución bolivariana.


***


Son más de 25 mil estudiantes venezolanos en el mundo. Diez mil de ellos en los Estados Unidos. Cuatro mil en la tierra de Cervantes. El resto esparcido por Europa y Latinoamérica. Se estima que el 80% está a la deriva. Sin dinero para continuar sus estudios. Parecen náufragos. Sobrevivientes en proceso. Estudiantes que salieron del país a ser mejores, a formarse académicamente, a profesionalizar su vocación. No pidieron becas ni dádivas. Iban a pagar sus estudios con sus propios recursos. Pero estamos en un país extraño. No somos libres para disponer del dinero propio a nuestro antojo y albedrío. El socialismo construyó una alcabala para controlar nuestras divisas. El tema exhibe ribetes de agravio superlativo cuando hablamos de educación. Según la lluvia de testimonios, la realidad ha alcanzado cotas de drama y crisis humanitaria.


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Andrea Balzan intentaba un Master en Dirección y Planificación de Turismo. El Cencoex ha hecho que su maestría se convierta –vaya paradoja- en un doloroso turismo laboral: lavar platos en una cafetería, cuidar a una señora mayor, pasar horas en la calle entregando volantes bajo el frío invernal. “Con lo que te pagan, te da a duras penas para comer tres días”, precisa. Ya fue dada de baja en la universidad por incumplimiento de pago. Un sueño en escombros. Otros estudiantes han tenido más suerte en sus universidades. Les amplían el lapso de espera, hacen eventos benéficos, son compasivos. Ya saben de la situación venezolana. Tratan de no apagarles el último bombillo en la sala de espera.

Son miles los estudiantes que están a punto de perder su estatus migratorio y, peor aún, su carrera, su tiempo invertido, su dinero. Andan aferrados a ese hilo cada vez más delgado que algunos llaman esperanza.


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Una estudiante me confiesa que tuvo que vender las dos últimas prendas de oro de su madre para alimentarse. Algunos han tenido que pasar noches en el Metro de Madrid, dormir en un McDonald’s, recibir el año en una plaza pública. El inventario es abrumador: ser desalojado de tu casa, vivir de la caridad de amigos y desconocidos, ir a centros de acopio de ropa, vender lo que tengas en Venezuela para intentar resistir, chequear el correo cada media hora esperando la reconsideración del Cencoex, buscar trabajos ilegales, ser rechazado por estar sobrecalificado, recibir una miseria por ser extranjero, limpiar baños, lavar carros, pedir ayuda en las calles. Mendicidad en unos casos, temple en todos, dignidad en muchos, agobio y entereza en partes iguales. Más de una muchacha ha llegado a decir que lo único que le falta es prostituirse. La desesperación tiene muchos rostros.


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Le han escrito cartas a Insulza, a Maduro, al director del Cencoex, al Defensor del Pueblo. Este último habla de solicitudes fraudulentas (aquí alude al ya antiguo caso de los cursos de idiomas en Colegios de Irlanda, caso ya cerrado, por cierto), jura que mediará, que instalará comisiones de enlace. Juega con las cifras. Dice que son sólo 18 mil estudiantes. Que el 83% lo que hace es estudiar idiomas (¿Los 4 mil estudiantes venezolanos que residen en España estarán tratando de aprender el idioma?). Que el 60% no vuelve al país. En fin, habla como un fiscal que investiga a una red de delincuentes. Su tono es tan enfático que se vuelve sesgado, tendencioso. Una vez más, Tarek William Saab demuestra su vehemencia para defender al gobierno, no precisamente al pueblo. Porque los estudiantes también son pueblo, ¿o no?

Mientras tanto, la crisis está allí. Los estudiantes se han organizado, han protestado por las redes, han procurado todas las formas posibles para exponer el abandono en el que están. Se sienten varados. Anclados. Olvidados.

Estudiantes que, sin querer, han arruinado a sus padres por tratar de cubrir sus gastos con el excesivo dólar negro. Estudiantes que no tienen cómo comprar el pasaje de regreso. ¿Se merecen tanta humillación unos ciudadanos que sólo aspiran a cultivarse académicamente? Vale insistir: el dinero que esperan no es del gobierno. Son sus ahorros, sus bienes. Pero así es el socialismo venezolano. Así de irresponsable.


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El letal artículo 8 de la Providencia 116 del Cencoex establece que el otorgamiento de divisas está sujeto a la disponibilidad del Banco Central de Venezuela y a las prioridades que establezca el gobierno venezolano. Ya hemos visto que una carta de Maduro en el New York Times es prioridad. Una campaña multimillonaria para recoger 10 millones de firmas contra Obama también. O una ostentosa fiesta en Madrid para celebrar los logros de la revolución. Pero la salud hospitalaria no es prioridad. Ni la inseguridad. Y, por supuesto, tampoco la educación. Aquí la única prioridad es el poder. Mantener el poder a como de lugar.


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Laura Díaz tiene apenas 23 años, los estudios interrumpidos y una deuda de 30 mil dólares: “Vendimos los cuatro corotos que teníamos, la cama, la televisión, y una mesa que habíamos encontrado en la basura. Pasamos de estudiar en una de las mejores universidades del mundo a limpiar los carros de otras personas. Nos arruinaron la vida emocionalmente y, patrimonialmente, nos dejaron en la calle”.

Yenai Avendaño es la coordinadora de los estudiantes de la Universidad de Texas. Destila rabia: “Hemos sido víctimas del escarnio y la descalificación. Hemos tenido que ahogar nuestras frustraciones agrupándonos y exigiendo una respuesta. La respuesta ha llegado pero con sarcasmo, cinismo y con el firme propósito de anular la importancia que un estudiante tiene para un país en vías de desarrollo”.

Esta penuria colectiva viene antecedida por “la más dura experiencia de senderismo que jamás me pude imaginar”. Así resume en una frase Irene Trequattrini, una odontóloga que aplicó para un Master en Murcia, España. Alude al vía crucis del papeleo para estudiar en el exterior. Legalizar y apostillar títulos, notas, programas de estudio, colas – en la siniestra madrugada caraqueña – a las puertas del Ministerio de Relaciones Interiores y Cancillería, esperar la carta de aceptación, pedir la aprobación de divisas, comprar el boleto aéreo (aquí cabe una carcajada o un insulto, da igual), demostrar que se tiene suficiente dinero para costear los estudios en el exterior y un etcétera fatigante. Casi siempre los estudiantes terminan viajando sin aún recibir las divisas. Casi nunca las reciben a tiempo. Comienzan a endeudarse con la universidad, con el casero, con la vida. Vertiginosamente.

A la travesía se le agrega ahora la funesta disposición del artículo 8. Las divisas ya no van a llegar. Piden reconsideración. Esperan. Preguntan. El Cencoex los ubica en un estatus que llaman “EA” (En Análisis), durante meses, y así van corriendo la arruga de su negligencia, mientras los estudiantes llegan al borde de sus posibilidades.


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Hablo con Laura Ortiz. Representa a los estudiantes venezolanos en Barcelona: “no sé si aguante más, no puedo concentrarme en los estudios, es insoportable esta situación”. Aun así, es la depositaria de las angustias de los estudiantes de su comarca. La llaman a cada hora. Piden su consejo, su asesoría, su optimismo. Le dicen: “me van a sacar del piso, Laura, ¿qué hago?; “Dónde puedo buscar comida el lunes, Laura”; “nos han convocado a la escuela para que expliquemos por qué dormimos los cuatro en una habitación”; “se me enfermó el chamo de lechina y la seguridad social no me atiende”; “no podemos usar la calefacción porque la luz es cara, así que debemos pasar frío”; “salgo a vender cuchillos de colores todo el día y nadie me compra, qué frustrante, yo un administrador de empresa”; “me dijeron en la universidad que si no pago, que no vuelva, Laura”; “me puse en la puerta del Consulado de Venezuela a pedir dinero porque no podía asumir la enfermedad de mi hija”.

Se le caen los ejemplos de la boca. Me habla de sus lunes en colas para buscar la comida que le dan en un Banco de Alimentación. De la degradación. Y, entonces, se le quiebra la voz. Nos callamos los dos. Baja la mirada. No puede más. Pero tendrá que poder. Porque el resto de los estudiantes confía en ella, en su temple. Igual que en el de Carlos Moreno quien, desde Utah, es el coordinador general de la Organización de Estudiantes Venezolanos en el Exterior: “Tengo 1 año y 5 meses buscando respuestas, no solo para mí, sino para los más de 20 mil estudiantes que están igual o peor que yo”. El mismo afán lo tiene Henrry Narveiz, el coordinador de los estudiantes residentes en España y quien no admite hundirse en la derrota.

Todos esperan que algo ocurra. Que el gobierno venezolano asuma su compromiso. Que dejen de ser los olvidados.

Mientras tanto, la indignación no cabe en el idioma.


Leonardo Padrón

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Published on April 11, 2015 21:31

March 21, 2015

Bandidos de un solo brazo

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A veces uno se encuentra las historias en los paradores de carretera. En el Km. 25 de la vía Caracas-Valencia son muchos los conductores que suelen detenerse en Maitana, un típico merendero de la ruta. Allí me encontraba una mañana desayunando. El lugar estaba repleto. El rumor de los comensales cubría cada rincón. De pronto, un ladrido estentóreo, gigantesco, paralizó a la clientela. El ladrido provenía del baño de caballeros. Todos fijaron la vista en la pequeña puerta. Un hombre surgió, con cara de espanto, y alertó que adentro había un perro. Un perro furioso, sin duda. Se forjó un silencio expectante, temeroso. Hasta que un grupo de hombres rompió en carcajadas cómplices celebrando la actuación del compañero surgido del baño. Todos tenían algo en común: les faltaba un brazo. Al imitador del perro también. Ese hombre respondía al nombre de José Longa y es el miembro estrella de los Bandidos de un Solo Brazo.

La travesura la ha replicado en distintas ciudades del mundo. En un restaurante de Japón la gente salió corriendo despavorida ante lo que parecía el ataque de un perro rabioso. Aclarado el “equívoco”, le rogaron –celulares listos para grabar- que repitiera la asombrosa imitación del ladrido que, dado el calibre de su garganta, pareciera provenir de un animal de gran magnitud. Las visitas a esas ciudades las ha hecho con el equipo de softbol al que pertenece. Eso me cuenta Longa, un impresionante shortstop de 42 años que posee un solo brazo y 11 guantes de oro.

Ese día, en Maitana, nos estrechamos la mano y comencé a conocer su historia.


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José Longa ha vivido siempre en la UD-3 de Caricuao, una populosa zona del oeste caraqueño. Allí nació, sin mano izquierda. Cuenta que su madre parece haber ingerido un medicamento contraindicado para mujeres en estado de gestación. Ni modo. Su padre, entonces, lo llenó de beisbol. Tuvo la intuición de que ese sería el antídoto contra los obstáculos de la ruta. Lo paraba frente a una pared y lanzaba la pelota contra la superficie. Tantas veces como fuera posible. Fueron muchas las ocasiones en que la pelota lo golpeó en el rostro. Y el pequeño Longa lloraba. Pero cada día lograba atajar más rebotes. Por arriba, a los lados, rastreros. Así aprendió una acrobacia clave: sacarse el guante a toda velocidad para lanzar la pelota con la misma mano. La única mano posible.

En su parroquia, jugar beisbol era más importante que tener dos manos. “El que no hace deporte en Caricuao se tiene que mudar de ahí”, me comenta con orgullo en las vocales.

Su infancia fue una zona de caimaneras incesantes, de partidas con chapitas, con peloticas de goma, mucho bateo y corrido, mucha cancha de básquet y mucho volibol. Cuando los niños lo veían lo subestimaban, algunos lo llamaban “el mocho”. Hasta que comenzaba a batear durísimo, atajar rollings como nadie y lanzar perfecto a la primera base. Entonces empezaron a pedirlo en cada equipo callejero y a llamarlo por su apellido, Longa. Con respeto. Con aplauso en la voz.

A los cinco años ya jugaba con los Criollitos de Venezuela. Y comenzaría a tejerse su destino para luego ser el mejor campocorto en la historia de los Bandidos de un Solo Brazo.


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A principios de 1994, un neoyorquino llamado Victor Rosario se dirigía a su trabajo en el departamento de seguridad del Jackson Memorial Hospital, en Miami. Victor sufría de movilidad reducida. Ese día reparó en la gran cantidad de personas con discapacidad que acudían a terapia. Gente que había perdido los dedos, la mano completa, el antebrazo o toda la extremidad. Algunos en un accidente de tránsito, por una herida de bala, una caída estrepitosa o en una maquina de moler carne. Una idea comenzó a circular por su mente. Armar un equipo de pelota con gente de la misma condición.

Días después fue a un casino a probar suerte. Se sentó frente a una máquina tragamonedas. Bajaba la palanca del costado, veía los cilindros dar vueltas, los símbolos buscando repetirse, la suerte en lidia. Sintió alguna similitud entre él y la tragamonedas. Recordó entonces el antiguo nombre que tenían esas máquinas: Bandidos de un solo brazo. Una frase que resumía un aspecto y una noción: tragaperras con una palanca lateral (el brazo) y una notable habilidad para despojar de su dinero al jugador. Bingo. Ese sería el nombre del equipo de softbol que quería conformar. Los jugadores, en su caso, le robarían la partida a la adversidad. Bandidos, a su manera.


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Una mañana de 1996 los parques y las estaciones del metro de Caracas amanecieron llenas de pendones que decían: “Se solicitan atletas con un solo brazo para organizar el primer equipo de Venezuela de softbol de personas con discapacidad. Interesados llamar al número…”. Un abogado venezolano, Oswaldo Flores Jr., había decidido replicar la experiencia norteamericana. Todo el mundo le habló de Longa y su prodigiosa habilidad. Fue muy fácil hallarlo.

Longa aceptó. Venía de una dolorosa frustración. Un día tenía una cita con los scouts de los Atléticos de Oakland. Les habían referido al muchacho que, con un solo brazo, era ambidiestro en el bateo e insuperable en el campocorto. Era la cita más importante de su vida. Pero justo en la víspera se lesionó la rodilla jugando básquetbol. Una pequeña tragedia. Quizás ese día se truncó su posibilidad de llegar a las Grandes Ligas. Ahora lo llamaban para conformar un equipo singular, distinto a todos. Eso cambió su destino.


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Bandidos de un solo brazo, capítulo Venezuela, es el segundo equipo fundado en el mundo. Ya han participado en 14 campeonatos mundiales, de los cuales han ganado 8, y en 4 han sido subcampeones. Las cifras lo dicen: son un equipazo. Su mayor rival en los torneos es República Dominicana en una liga donde también están Colombia, Nicaragua, Puerto Rico, Estados Unidos, Corea, China Taipéi y Japón. El próximo mundial será justo en Dominicana, julio mediante.

El nombre del equipo ha sido cuestionado por potenciales patrocinantes. La involuntaria alusión al mundo del hampa confunde a los desprevenidos. En un país donde el delito es rutina, hay metáforas que pueden resultar inconvenientes. Aún así han preferido ser fieles a sus raíces. Oswaldo Guillen y Ugeth Urbina los han ayudado a financiar sus giras, amén del respaldo del Instituto Nacional de Deportes y de su primer patrocinante, SITSSA, una empresa estatal de transporte terrestre.

En Venezuela hay cuatro equipos más de softbol de personas con discapacidad. Es el único país en el mundo con esa abundancia de equipos. Son ramificaciones de los Bandidos: Gigantes de Anzoátegui, Estrellas de Una Sola Mano, Potencia de Aragua y Bandidos de Lara. Se están multiplicando.

Longa me habla de “ese décimo pelotero que es Dios”. Los Bandidos poseen un lema: “Cuando los deseos son más fuertes que las limitaciones”. Es su mantra.


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Longa acaricia su muñón mientras habla. Me relata una de las mayores humillaciones que ha vivido. Un día, recién graduado de bachiller, fue a buscar trabajo en una popular tienda. Llevó los requisitos. Llenó la planilla. Todo encajaba en el perfil. Menos algo que no habían advertido: su ausencia de mano izquierda. Lo rechazaron en el acto. Bañado en llanto se fue caminando por el hombrillo de la autopista, desde La Trinidad hasta Chacaíto. Decidió concentrarse en lo que mejor sabía hacer: jugar pelota.

La familia de Longa es una raza de shortstops. “Remigio Longa, mi papá, jugó con Luis Aparicio. Él es campocorto, como mi tío, Anibal Longa, que jugó con Los Tigres de Aragua en 1965. Y como mi hijo Abraham”.

Longa hace las jugadas de rutina con alardes circenses. Hay que verlo. Cómo cubre los huecos en el campo, su alcance, su brazo para fusilar corredores en primera base. “Siempre he tenido buen brazo”, me dice. La frase parece una paradoja cuando quien la dice tiene un solo brazo.

“Cada vez que jugamos contra un equipo convencional nos ven y dicen ‘Ay, pobrecitos’. Se les nota en la cara. Cuando les vamos ganando por más de 4 carreras empiezan a respetarnos y entienden que no deben subestimar a nadie”. Es la lección que dejan a cada sitio que van.


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Un día tuvo la oportunidad de participar en un juego con Hugo Chávez, quien solía refrescar su popularidad en caimaneras, casi siempre televisadas. Esa mañana, en el dugout, vistiéndose para el juego, le pidió a Chávez el favor de que le amarrara los zapatos. Chávez se desconcertó y le dijo que se lo hiciera él mismo. No había advertido su discapacidad. Longa le dijo que no se preocupara y con un gesto le reveló “sin querer” su condición. Chávez saltó de un brinco. Le amarró los zapatos. Longa, entonces, con pasmosa destreza, los desató y los ató de nuevo, sin ayuda. El presidente no pudo más que sonreír: “Me jodiste”.


***


José Longa posee un solo brazo, una esposa, tres hijos, y once guantes de oro. Es profesor de educación física y ha fundado una organización con su nombre: “Los niños con discapacidad tienen que vivir lo que yo he vivido. A mí me han pasado doscientas cosas buenas y tres malas”. Está buscando a algún cineasta que se detenga en la historia de su equipo.

Su oficio natural es dar jonrones y capturar pelotas imposibles. Ser una estrella cuando tenía la planilla llena para ser un hombre frustrado. En realidad, su principal oficio es ganarle la partida a la adversidad todos los días.

Justamente el mismo oficio que nos toca hoy a todos los venezolanos.


Leonardo Padrón

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Published on March 21, 2015 21:31

March 13, 2015

El Des-Concierto seducirá a Santiago de Chile

barra prueba 548 x 20El escritor y dramaturgo Leonardo Padrón, la cantante y actriz Mariaca Semprún y el guitarrista y compositor Aquiles Báez unen talentos para ofrecer este espectáculo los días jueves 4 y 5 de junio de este año 2015, a las 19:30 (hora de Chile) en el Teatro de la Universidad de Chile en la ciudad de Santiago.


barra prueba 548 x 50Entradas a la venta en www.daleticket.cl


Presentado por Grupo Multieventos

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Published on March 13, 2015 10:25

March 7, 2015

Noticias del mar revuelto

El viento anda de visita en la isla de Margarita. Es su costumbre en marzo.

Un niño intenta armar un papagayos con una bolsa de plástico rota, un hilo rojo y varillas de bambú. Es lunes. No está en el colegio. Su padre prepara un jugo de papelón con limón para los pocos clientes que ese día buscan una dosis de gastronomía criolla en “El Rincón de las Empanadas” en Pampatar. El niño está concentrado en la faena. Muerde su lengua mientras su chola izquierda, rasgada y vieja, se balancea al son de su pie. Su padre lo azuza a moverse de sitio. El niño sale disparado con su precario papagayo y trata de convencer al viento. Al fondo, la madre ofrece empanadas reposadas o hirvientes, con carne mechada o molida, la Ricky Martin o la de cazón. Es lunes y hay un niño fuera de la escuela y uno se llena de preguntas que nadie responde.


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Cualquier pretexto sirve para viajar a Margarita. Allí, los males que nos aquejan parecen menores. Quizás es efecto de los aires yodados del Caribe. Con los pies en la arena, las noticias sobre un rocambolesco golpe de estado se las lleva la resaca. La crisis-país no combina con palmeras. El hastío de las cadenas presidenciales parece no alcanzarte. Es una sensación fugaz. Un espejismo. Solo eso.


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A la isla llegan las tribulaciones de tierra firme. Pero Margarita sabe generar sus propios titulares. Los pescadores de Juan Griego hablan de la inseguridad del mar. No se refieren a corrientes traicioneras. Cuentan de gente que los asalta en alta mar y les roba los motores de sus lanchas. Esas que usan para pescar. Para ganarse la vida. Los llaman piratas. Malandros de agua salada.

Si hablas con un vendedor de ostras te contará de la devastación ocurrida en Playa El Agua: “Eso ahora es un peladero de chivo”. En los primeros días de febrero, efectivamente, el gobierno llegó con maquinaria de demolición, unos cuantos guardias nacionales y no dejó un solo establecimiento en pie. “A ese gente no le dejaron ni recoger sus peroles”, te cuentan. Ese restaurant donde usted alguna vez pasó el día y fue atendido a la orilla de la playa, bajo un toldo y sobre unas tumbonas, ya no existe. Muchos de esos locales tenían más de 15 años de existencia. Pero llegaron las palas mecánicas, las armas largas y el grito tronante de un militar. Mucha gente se agolpó para defender las instalaciones. En una de ellas, el militar a mando se llevó al dueño del local a un rincón: “Si hay un herido, te imputamos como a Leopoldo López y vas preso”. Así de directo. El hombre no tuvo más remedio que decirle a su gente que nada malo iba a pasar. Se fueron. Y comenzaron a caer los pedazos de pared, las vigas, el techo, los desvelos, los sacrificios, los ahorros de una vida.

Todo en aras de un supuesto plan turístico de alto calibre. Quienes han visto la maqueta quedan boquiabiertos. Quienes conocen la realidad confiesan que ya no hay dinero y que todo corre el riesgo de quedarse en escombros. Algunos hablan de desastre social y ecocidio. Otros dicen que lo que allí ocurrirá será la envidia de las islas vecinas. Cuentan de un proyecto que convertirá a Playa El Agua en otra Miami Beach. Y uno no puede menos que recordar a la revolución –luego del deslave de 1998- prometiendo convertir al litoral central en un Cancún caribeño.

“Estamos de acuerdo con el plan de reordenamiento de este sector, pero el gobierno nos excluyó dejándonos en la indigencia y el abandono”, comenta uno de los afectados.

La realidad y la ensoñación se sumergen en el mar revuelto de la incertidumbre. Lo único cierto es que hoy más de 2.500 personas se quedaron en la calle y que ya nada es como antes.

En facebook hay un video que muestra cómo una grúa con su pala dentada y furiosa derrumba una palmera. ¿También las palmeras? ¿En serio?


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Pero también hay buenas noticias en el mar oriental del país.

En Porlamar acaba de nacer la primera Feria Internacional del Libro del Caribe (FILCAR). Como toda primera vez, al principio hubo susto y vacilación por parte de editores, patrocinantes y de los propios escritores. Trasladar a Margarita grandes lotes de libros y personas pasa por la zozobra de los pasajes, los fletes y la inflación. Aquí toda escasez se convierte en abundancia de problemas. Pero, a contravía de los pronósticos, la feria nació con excelente salud. Durante seis días, en una isla marcada por las tribulaciones económicas, algo tan pequeño y poderoso como el libro se convirtió en una buena noticia.


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Desde el día de la inauguración, el número de visitantes fue la primera sorpresa. El pregonero elegido fue Francisco Suniaga, un escritor que ha sabido ejercer con lustre su origen insular. Suniaga dejó claro que hoy la isla es menos isla que hace 40 años, y enfatizó que, a pesar de tanta calamidad nacional, el nacimiento de la feria era “la representación fáctica de la isla del futuro”. Ese país que siempre podemos ser. Antonio López Ortega, epicentro de esta iniciativa junto con Pedro Augusto Beauperthuy, rector de de la Universidad de Margarita (UNIMAR), supo contextualizar el milagro: “Más allá de la fiesta o la celebración, no podríamos ocultar que el libro, y en general toda la industria gráfica en Venezuela, vive momentos apremiantes. Los signos de depresión se han agravado, sin que haya mediado ninguna respuesta. Es suficientemente notoria la escasez de papel periódico, la imposibilidad de importar libros, la ausencia de preferencias, bonificaciones o tratamientos especiales. No hay papel para imprimir, ni tintas, ni repuestos para las imprentas, ni planchas. Y, sin embargo, al menos tres ferias hechas con mucho esfuerzo –la FILU de Mérida, la FILUC de Valencia y el Festival de la Lectura de Plaza Altamira en Caracas– cumplieron sus propósitos en 2014 y se mantienen vivas pese a dificultades de todo orden. Se me dirá que no deja de ser una extrañeza organizar ferias en estos tiempos tan adversos, pero eso habla también de la necesidad de mantener el espacio edificante de la lectura contra todos los maleficios y condenas que lo rodean”.

Es así. El libro y su poder, a pesar de la mediocridad que nos circunda. El libro como isla. Y nosotros, sus provechosos náufragos.


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Desde la terraza del hotel contemplo una vista de 360 grados de Porlamar. Un amigo me señala distintas edificaciones paralizadas. Un horizonte de elefantes blancos. Y siempre el mismo latiguillo que restalla en la mente: “Margarita podría ser tanto”.


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Me topo en la feria con Eduardo Liendo, quien acaba de publicar su novela Contigo en la distancia, un viaje a la nostalgia en autobús.

-¿Cómo estás, Eduardo?

– “Apartando lo malo, bien”.

Una respuesta digna de estos tiempos. Metros más allá está otra gran novelista, Ana Teresa Torres. Diómedes Cordero aparece con la cabeza llena de relámpagos blancos. Una de nuestras mejores poetas, Yolanda Pantin, revisa algunos stands. El programa de la Feria es versátil, ambicioso. Sergio Dahbar dicta un taller de periodismo. Sumito Estévez presenta un nuevo libro de cocina. Roland Carreño su libro de modales. Lugar Común vende unas estupendas rarezas. Menena Cottin se rodea de niños. El Nacional bautiza sus libros. Milagros Socorro deja establecido su poder histriónico en una charla. Más allá, vemos llegar a Rafael Cadenas. Faltaron editoriales, autores, novedades, sí, pero todo lo que ocurrió fue importante, necesario.


***


No dejó de suceder lo típico: el académico insigne que se queda dormido en las charlas; el que confunde el nombre de los escritores; el que levanta la mano y hace una pregunta de diez minutos; la muchacha que te entrega su manuscrito llena de pudor; el que solo está interesado en saber a qué hora es el brindis.

Pero sobre todo hay abundancia de esa raza, tan esquiva a veces, tan urgente siempre: lectores.


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Algo peculiar ocurrió en muchos de los foros: la política asomó su rostro. Si se trataba de un tributo a Zapata, era ineludible hablar sobre el agravio que Chávez le infligió. Si la tertulia iba sobre libros y música, alguien invocaba un saludo a los presos políticos. Si se hablaba con Luis Chataing del libro escrito por Laura Helena Castillo sobre su documental “Fuera del Aire”, era inevitable debatir sobre censura y libertad de expresión. En los pasillos, unos estudiantes relataban la Operación Morrocoy implementada por el CNE en La Asunción el último día de inscripción de los nuevos votantes. Más allá, otros jóvenes buscaban firmas para respaldar el polémico documento de la transición. En mitad de un saludo, nos llegaba la noticia de las hilarantes medidas de Nicolás Maduro contra USA o el cierre de los teatros donde se presentarían Laureano Márquez y Emilio Lovera (el clásico miedo de los regímenes al humor). Hoy cualquier evento literario, gastronómico, o meramente social, cualquier conversación sobre semáforos, quesillos o bromelias, tiene un desenlace agotador por recurrente: la política nacional. Estamos seriamente intoxicados.

Por eso la urgencia de fabricar buenas noticias apelando al país sano, activo y creador que subsiste bajo el pantano de las corruptelas, la ineptitud y el autoritarismo. La Feria del Libro ocurrida en Margarita es una buena, gran, luminosa noticia.


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El mismo día que regreso de la isla, la prensa de Porlamar reseña el cierre de 159 comercios por problemas económicos. Las malas noticias no dan tregua.

Pero el viento insiste.


Cerca del mar revuelto, un niño lee la primera página de un libro que su padre adquirió en la feria. Un libro que será su papagayo personal. Su país posible.


Leonardo Padrón

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Published on March 07, 2015 20:31

February 21, 2015

Pero tenemos Tania

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Vamos por la carretera de Nirgua. En el paisaje triunfa cierto aire a desolación. A asunto no terminado. A pueblo que iba a ser y no fue. Un letrero anuncia con pompa el nombre de un comedero: “Restaurant: Talento, Clase y Estilo”. En el vehículo, nos vemos con  desconcierto. Alrededor solo hay un vertedero de basura, dos perros que muestran el costillar, monte y orfandad. Al rato, otro letrero más honesto nos hace su oferta: “Sopa, Seco y Jugo”. A 50 metros, un nuevo negocio: “Dios oye, venta de empanadas”. Tanto misticismo nos intimida y seguimos. Un rancho en ruinas, a orilla del camino, ostenta un cartel: “Se vende”. Faltaría agregar: “Verlo es comprarlo”, tal como reza la literatura del ramo.


Las carreteras del país ofrecen la exuberancia de sus verdes y la precariedad de sus habitantes. Aun así, sigue siendo una experiencia feliz acodarse a la orilla y comprar limones gigantes, huevos de dos yemas, mandarinas dulces, ajíes que inventaron el rojo, lentejas perfectas, budares y asadores. El paisaje va modificando su ortografía mientras lo recorres. Ya en Tocuyito la oferta de la ruta se llena de grasa y aceite, cascarones de carros, “Silenciadores Marlexis”, “Lubricantes y algo más”, licoreras, venta de repuestos y parabrisas. Un microbús nos rebasa y muestra su nombre: “Forever Marleidi”. Un aviso del ministerio de Transporte intenta señalar el camino, pero le falta la exacta mitad: “La Aranz, Las Lomas de…”. Más allá, sobre la pared de una humilde casa, reina un mural: “La Venezuela que queremos”. No alcancé a detallar la nación prometida.


La vida está llena de letreros. El país es hoy un letrero ruinoso y descolorido.


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El chofer nos cuenta que ya su compañía no hace viajes nocturnos. A esa hora la dama y señora de la carretera es el hampa. Nos comenta que solo los suicidas se atreven a ir a Choroní de noche. Sortea huecos mientras habla de ciertas rutas que te conducen como una calle ciega hacia el robo, el secuestro o la muerte. Turismo extremo involuntario. Clientela en alza.


Entre la precariedad y nuestra dispendiosa geografía nos desplazamos con un aditivo extra. Dentro de la van viaja con nosotros la irrepetible actriz Tania Sarabia. Vamos quejándonos de todo, pero tenemos Tania. Un contundente antídoto contra la depresión.


***


Ya desde Bejuma, Tania ha estado relatándonos cuentos, anécdotas. Nos habla de un episodio ocurrido en una emisora de radio regional donde un niño llamó para pedir que lo complacieran con una canción de rancia estirpe llanera. El locutor le hizo la pregunta de rigor: “¿Cómo te llamas y a quién le dedicas la canción?”. El niño contestó sin parpadear una duda: “Me llamo Toñito y  la canción se la quiero dedicar a mi papá, a mi mamá, y al querido de mi mamá que vive en Bachaquero”.


Las carcajadas duraron casi un kilómetro.


***


Ese día nos dirigíamos, desde Barquisimeto a Caracas, al ensayo técnico del estreno de la obra que concibió la fecunda Jorgita Rodríguez para celebrar los 40 años de Tania Sarabia sobre las tablas. Para representar a los personajes más emblemáticos de su carrera convocó a un portentoso grupo de actrices: Gledys Ibarra, Caridad Canelón, Carlota Sosa, Amanda Gutierrez, Maria Alejandra Martín, Mariaca Semprún y Mariángel Ruiz. Uno de sus eternos interlocutores en el humor, Claudio Nazoa, fungiría como comodín en la obra. Y quien suscribe, el rol de maestro de ceremonias. Todo bajo la dirección del Profesor Briceño. El título de la obra surgió de una brillantez de Laureano Márquez, luego de un regalo que le hiciera a ella cuya dedicatoria rezaba: “No tendremos leche, pero tenemos Tania”.


Durante el ensayo, el Teatro Santa Rosa de Lima vive una experiencia inédita. Mariaca Semprún se sumerge en la piel de Purificación Chocano, de “Acto Cultural”, para representar a la Historia Universal del Hombre. En la penumbra de un pasillo, María Alejandra Martín repasa su parlamento como si realmente la grácil Matilde de “El día que me quieras” entrara casi levitando en el patio de las Ancízar. En el baño, Caridad Canelón se coloca un adminículo para remedar el viril bulto de “La Toyota”. Carlota Sosa se extiende sobre una silla replicando el breve éxtasis sexual del fantasma de “Ay, Carmela”. Gledys Ibarra ensaya a la Lucrecia de “Profundo” de forma milimétrica. Mariángel Ruiz apura su regreso desde el Delta del Orinoco mientras Amanda explica bajo una franela de Senos Ayuda por qué la costilla de Adán estaba piche. Tania las observa, conmovida por el tributo y la generosidad de sus compañeras. En la noche, como debe ser, se roba el show cada vez que aparece.


Jacinto Benavente decía: “Todo el mundo es teatro y todos somos en él comediantes”. Sí, pero nadie, absolutamente nadie como Tania Sarabia.


Y así, reaparecen en escena los entrañables personajes que durante cuatro décadas han seducido a los venezolanos. En el proceso entendimos que homenajear a Tania Sarabia era también invocar a muchas de las mejores páginas del teatro nacional; a José Ignacio Cabrujas y su acuciante forma de querer al país; a Fausto Verdial y sus Hombros de América, contándonos el desarraigo de los españoles que ahora, hoy, es nuestro desarraigo; a tantas horas de teatro y tanta jornada digna.


En una sala de teatro también cabe el país de nuestros afanes.


***


Las dos primeras funciones, a casa llena, terminaron con una ovación de diez minutos, un alboroto de lágrimas y una Tania extática ante el saldo de lo logrado por su impecable trayectoria. El suyo ha sido el manifiesto de una devoción invicta.


Porque, sí, en este país somos bochinche, trampa en cadena nacional, retórica y guiso, una región de amnésicos y vivarachos, una ristra de víctimas y delincuentes. Pero a pesar de tanto desatino, aún tenemos unas cuantas verdades, un sol rotundo, la terquedad de un gentilicio y una nutrida lista de ciudadanos que son cruzada, actitud y pasión por esta tierra.


Cansados de nosotros mismos, también vale la pena vernos en los rostros de todos aquellos que han hecho de la nación un asunto querible. Por eso tener a Tania es un asidero, un salvoconducto, la iluminación a pesar de tanto sótano. Una forma de alejarnos de tanto rufián y tanto agravio. Tania nos demuestra que también podemos ser ética y coherencia.


***


Quizás a veces, demasiadas, se impone la estafa. Quizás mañana lo más notorio sea una estridencia presidencial, un tumulto de pistolas o ese exceso de obituarios en que nos hemos convertido. Pero que se oiga el empecinamiento de quienes no aceptan la desgracia como paisaje. Que la patria no sea solo este mantel roto y rodeado de moscas. Lumbre en los teatros, en las fábricas, en los colegios. Lumbre para los que construyen. Todo, menos silencio y resignación. Crear es un coraje. Debemos animarnos a terminar de ser un país. No esta infraestructura para el insulto y la vileza.


Ciertamente, el escarnio nos gobierna. Venezuela es hoy un escándalo de ladrones en pleno brindis. Tanta impunidad delictual nos pone ocres. Necesitamos que el miedo no siga bajando las santamarías. La gente se nos está volviendo lejanía y pasaporte. Por eso vale la pena subrayar que los méritos aún se pueden celebrar entre butacas y desconocidos, entre afectos y domingos, porque una vida como la de Tania Sarabia, que desborda talento y versatilidad, merece ser celebrada. Aquí, en mitad de tanto cinismo y tanto fraude, un espíritu tan genuino y honesto como el de ella termina siendo un documento inspirador y poderoso.


Necesitamos decencia. Y el teatro es decencia. Y un hombre pintando. Y una muchacha urdiendo una metáfora es decencia. Como el que abre su panadería y deja que nos conmueva el olor a pan. Como el que sabe cultivar bromelias y nos convence. Como el carpintero de mesas para el pan y el poema. Como todo aquel que hace su trabajo bien.


Hoy, en esta buhardilla de la historia que somos, donde lo absurdo se disfraza de ley, no podemos declinar. No debe ser un avión tucano nuestro destino. ¿Cómo se habla de asonada, de momento grave para la patria y luego te desean feliz carnaval? ¿Dónde combinan la playa y un golpe de estado? Esta confusión no puede seguir siendo nuestro espejo. Merecemos algo que nos devuelva los buenos días. Que exista otra vez el letrero de “bienvenidos” en esta deshecha carretera que es el país.


Nos hemos vuelto un tema rugoso. Una estadística de guerra. Pero tenemos un mejor país en la espalda de los titulares. Por eso, vale la pena depositar la mirada en aquellos que son civilidad a toda prueba. Por eso, brindemos por los tercos en la decencia. Por eso, hoy, 40 años después de tanto teatro con su huella, nos podrán quitar muchas cosas, pero tenemos Tania. Una mujer que nació con el don de ser muchas mujeres, pero sobre todo, de ser rotunda, luminosamente  venezolana.


Leonardo Padron

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Published on February 21, 2015 20:35

February 7, 2015

Cinco sótanos contra el sol

“De las tumbas quiero irme/ no sé cuándo

pasará/ las tumbas son pa´los muertos/ y de

muerto no tengo ná”.


Bobby Capó en voz

de Ismael Rivera.


 


El padre de Gerardo Carrero se llama Gerardo Carrero. Habla sin parar. Como un tren furioso. Todo él es un despeñadero de palabras que intentan dibujar la apremiante situación de su hijo preso en el SEBIN. Le molesta el lugar común que dicta que nadie quiere más a un hijo que la madre. Es la quintaesencia del fervor paterno. Tiene el temple de la gente de montaña. Una roca. Hasta que se cansa de serlo en alguna frase y el dolor es como un animal en sus ojos. El padre de Gerardo Carrero se llama Gerardo Carrero. Tiene un koala a la altura del pecho que se le mueve como si quisiera mudarse de sitio. El lo ajusta a cada rato, lo atrapa, lo devuelve a la posición original. Será que le protege el corazón. Tendrá allí la piedra de su ánimo. No sé. El padre de Gerardo Carrero se llama Gerardo Carrero y tiene las palabras exactas que le caben en su rabia. Ni una más.


***


A Gerardo Carrero lo detuvieron el 8 de mayo del 2014 en un campamento de protesta de casi 350 carpas asentado frente a la sede de la ONU en la Avenida Francisco de Miranda. Su delito: exigir la libertad de los estudiantes detenidos. Las autoridades arrasaron con el sitio mientras todos dormían en la boca de la madrugada. Hubo 243 detenidos esa noche. Carrero fue trasladado al SEBIN del Helicoide. Un día inició una huelga de hambre y el castigo fue inolvidable: lo guindaron esposado de una reja, le forraron las muñecas con papel periódico (para evitar marcas) y lo golpearon con una tabla. Estuvo doce horas en esa posición, humillado y obligado por las circunstancias a orinarse encima de su propia ropa. Luego decidieron llevarlo a la sede del SEBIN en Plaza Venezuela. Bienvenido a La Tumba. Una pésima noticia.


***


El padre viaja incansablemente a la capital a visitar a su hijo, a preguntar por su caso, a hablar con gente, alguien tiene que ayudarlo, alguien tiene que saber cómo. Del Táchira a Caracas y de Caracas al Táchira es mucho autobús todas las semanas. Tuvo que dejar de trabajar para ocuparse de todo. Su hijo tiene los brazos llenos de ronchas y pus, me comenta una estudiante que lo ha visto en las audiencias. Gerardo está desde el 26 de agosto del 2014 en La Tumba. Así le dicen los propios carceleros. Es un sustantivo bien fundamentado. A ese sitio no llega el sol. No puede. No alcanza. Son cinco pisos bajo tierra. Cinco sótanos contra el sol.

Allí la noche es un contrasentido: una luz blanca. Nadie la apaga nunca. Una luz que insiste durante el día. Una luz que ofusca. Ya Gerardo olvidó los detalles que diferencian al día de la noche. Las semanas son un acopio amorfo de tiempo. No sabe si cuando come desayuna o cena. Ya no entiende cuándo tener sueño o cuándo despertarse. Todo es un solo día. Larguísimo. Apenas lo han asomado al sol tres veces en tanto tiempo. Y le toman fotos para que parezca que así es siempre. Pero no. Es teatro. Alguien le dio una pista para entender las vueltas de la tierra: “cuando dejes de escuchar el sonido del Metro, son más de las once de la noche”. Porque el Metro de Plaza Venezuela pasa cerca. Por algún lugar de arriba. Pero a él no le gusta decirlo. Capaz y sus carceleros prohíben que el Metro pase más por esa estación.

Lo mismo temen los otros dos estudiantes sumergidos en La Tumba: Gabriel Valles y Lorent Gómez Saleh, deportados el 4 de septiembre del 2014 por Colombia en tiempo record e imputados por conspiración, terrorismo e instigación a delinquir.

Plaza Venezuela es un hervidero de carros, mototaxistas, perrocalienteros, peatones apurados, gente en diligencia. Es el centro exacto de Caracas. Nadie sospecha que cien metros bajo tierra están confinados a la tortura blanca tres estudiantes de este país. Sobre la superficie, en el ardor del asfalto, sus padres deambulan sin cesar por el hilo de su angustia.


***


Yamile Saleh visita a Lorent, su hijo, los días permitidos, lunes y viernes de 11 am. a 3 pm. Yamile también ha dejado de trabajar. Solía dedicarse a la alta costura, pero la cabeza no le da para pensar en telas y zurcidos. Tiene cinco meses sin agarrar una aguja. Ha consumido todos sus ahorros. Al fin y al cabo es su único hijo. Ella es madre soltera. Anda muy sola en todo esto. Le tocó mudarse. La acosaban telefónicamente por ser “la madre del terrorista”. Le decían: “Ya sabemos quién eres y dónde vives”. No aguantó. Quiere irse del país apenas termine la pesadilla. Si termina. Aún así, carga los colores de la bandera en un delgado collar. Viaja todas las semanas desde Valencia con dos álbumes de fotos de su hijo con personalidades del fuero internacional. Cuando se le ocurre hablar con los medios, recibe represalias. Mientras me cuenta se le salen las lágrimas: “Mi hijo tiene siete años en esta lucha. Me abandonó a mí. No terminó su carrera de Comercio Internacional. No ha hecho lo propio de su edad: la playa, el cine, los amigos”. Yamile repite su historia en todas partes. Se reunió con Tarek William Saab, el nuevo Defensor del Pueblo, quien parece querer demostrar que su antecesora, Gabriela Ramírez, fue un derroche de omisiones a los deberes de su cargo. Al menos Tarek William ha recibido, sin distinciones ideológicas, a muchos de los agraviados por el régimen. Le prometió a Yamile, no la libertad de su hijo, pero sí un mínimo de dignidad. Ella espera que cumpla, asomada día y noche en su insomnio.

Le comento del video de Lorent, exhibido en TV, donde habla por skype de planes de lucha inadmisibles, altisonantes, contrarios a la vida. La madre admite ciertos excesos, y otros los mete en el paquete de un montaje. Pero no se trata de si es culpable o inocente, ella no pide su liberación, solo ruega que lo saquen de La Tumba. Ha aprendido de derecho, de custodios y tribunales. Su vocabulario está atestado de palabras nuevas. La vida le dio un vuelco a la modesta costurera que hoy solo habla de derechos humanos.


***


La tortura blanca es impoluta. No deja huellas. No hay batazos en el hígado. Todo ocurre con la asepsia de los cirujanos. Todo pasa adentro, en los sótanos del cuerpo y de la mente.

El frío, por ejemplo. En los calabozos de La Tumba no descansa el frío. El aire acondicionado les escupe su respiración de hielo a toda hora. Es como una nevera eterna. Blanca, glacial, callada. La cama es de cemento. Tan tosca como dura. El padre de Gerardo me cuenta que su hijo come en el suelo, y es como pensar en un perro. Sus esfínteres dependen de un timbre. Debe pulsarlo y esperar que alguien lo conduzca al baño. Los estudiantes presos no se ven. Se gritan para saberse del otro lado. Las celdas tienen cámaras y micrófonos ocultos que registran lo que hacen, cómo se mueven, lo que piensan en voz alta. Su salud se ha llenado de diarreas, fiebres y vómitos. Les asusta lo que comen. Les prohíben la visita de sus abogados y médicos. No tienen teléfonos. No ven noticias. Tienen meses sin oír una canción. El silencio es su techo, su pared, su piso. No hay espejos. No saben ya cómo son. No tienen colores que ver, porque allí el mundo es blanco y kaki, como el uniforme que visten. La vida mide apenas 3×2 metros cuadrados. La sensación es de estar enterrados vivos. De irse aproximando en cámara lenta hacia la muerte.


***


Un día le lanzaron a Gerardo un papel roto en varios pedazos. Lo armó con paciencia. El saldo del rompecabezas era una frase: “Leopoldo te abandonó”. A los tres los hostigan psicológicamente: “¿Aún no se han suicidado?”. Persiguen su quiebre. Una delación, eso buscan. “Terminen de portarse bien”, les dicen los custodios. Lo cual significa, en castellano carcelario, implicar a alguien en una declaración como conspirador, golpista o terrorista. No importa quién sea: Leopoldo López, María Corina Machado, Henrique Capriles, Alvaro Uribe. Con firmar un papel basta. Y ya. Salen de La Tumba. A otra cárcel. Les juran que con sol.

Pero no. No hablan. No incriminan a nadie. Y la tortura se extiende como una mancha de aceite invisible por todo el sótano.


***


El papá de Gerardo sigue viajando todas las semanas a verlo. Su único equipaje es la rabia. Dice que su hijo le prohíbe sacar pendones o volantes con su nombre. “Si no están los nombres de todos los estudiantes presos, no”, le advierte. La madre de Lorent está agotada de verse llorar. Lo mismo la madre de Gabriel Valles.

Muchos organismos y personas han acudido a todas las instancias para denunciar lo que en ese umbral del infierno sucede. Pero, según comentan, cuando se trata de estudiantes y presos políticos el silencio de los tribunales es la regla.

Por encima de La Tumba pasan centenas de peatones todos los días sin saber que cinco sótanos más abajo se encuentran tres estudiantes venezolanos envueltos en una luz blanca bastante parecida a la muerte.

Es inadmisible que exista un lugar tan siniestro en nuestro país. Es la tumba blanca de los derechos humanos.



Leonardo Padrón

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Published on February 07, 2015 20:31

January 24, 2015

Etapa culminante

Hay años que parecen comenzar por la mitad. Como si ya el tiempo les hubiera marcado el rostro. Años que se estrenan con la emergencia de un reloj de arena que se ha roto y va perdiendo su contenido a toda velocidad. Es la sensación que estamos viviendo los venezolanos en este primer párrafo del año 2015. La crisis, plena de sub-tramas, perfora los días con la atrocidad de una bala perdida. Se agota el tiempo.


***


Macaracuay. La joven, con el bebé enfermo a cuestas, se acerca a la cabeza de la gigantesca cola de gente que espera que el Bicentenario abra sus puertas. Objetivo: pañales. Habla con el militar que custodia el orden. Le pide una excepción. Que no tiene con quién dejar a su hijo, que no lo puede someter a esa enormidad de tiempo, que por favor. Los cercanos oyen su pedimento y replican: “¡Haz tu cola!”, “¡No seas viva!”, “Cuidado con una vaina”, le dicen al guardia. Ella entiende que es inútil. Ve al primero de la cola y parece reconocerlo. Pero no atina a precisar de dónde. Al día siguiente, ese mismo hombre le vende a la desesperada mujer un bulto de pañales, que no suele pasar de 130 bolívares, en la escandalosa cifra de 1.500 bolívares.


Más nunca olvidará al bachaquero estrella de la zona.


***


El presidente se dirige a una breve dosis de pueblo dispuesta en Miraflores para darle la bienvenida al país. Una veintena de seguidores grita: “¡Vamos, Maduro, al yanqui dale duro!”.


Mientras, en las agencias internacionales se afanan en transmitir profusos análisis sobre el acercamiento entre Obama y Raúl Castro.


Esa sensación de estar en otra latitud de la historia.


***


Un día, en la isla de Margarita, ensayo un atajo para llegar a la playa sin tanto tráfico. Siguiendo el dato de un amigo remonto una colina. Llego a un pueblo. Pierdo la pista. Busco a quién preguntarle el rumbo que me llevará al mar. Pero la resolana quema y las calles están solas. No hay nadie en los porches de las casas. Las esquinas son una foto vacía. ¿A quién le pregunto? Manejo lentamente buscando el perfil de un peatón, algún niño que vuelva del abasto, una señora al ras de las trinitarias. Nada. Parece un pueblo fantasma. El atajo se ha convertido en extravío. Hasta que veo una silueta que camina al otro extremo de la calle. ¡Salvado! Freno a su lado y le pregunto cómo llegar a mi destino. El hombre, con tres gestos, me informa que es sordomudo y sigue su camino. Me quedo perplejo, y sonrío. No sé cuáles son las posibilidades, estadísticamente hablando, de que algo así ocurra. Me toca buscar la ruta de salida por mis propios medios.


Así el país. Nadie nos va a indicar el rumbo. Nadie debe hacerlo. Nos toca a nosotros mismos.


***


Graciela estaba contenta porque por fin había encontrado aceite para cocinar. La marca le resultaba desconocida, pero era un detalle menor. Entonces se fijó en el aspecto del aceite. Raro. Probó un poco. Más raro aún.


El noticiero narró el episodio final: en varios supermercados del estado Táchira han estado vendiendo aceite vegetal mezclado con aceite de motor. Un crimen.


En un país desesperado, los inescrupulosos hacen fiesta.


***


Primera angustia del mes: los pronósticos de los especialistas se están cumpliendo. La economía ha entrado en caída libre. No hay otro tema de conversación. El país entero se ha convertido en una larga cola. Que no avanza. Que se asfixia en su marasmo. Que tiene años formándose. El socialismo del siglo XXI nos ha convertido en ciudadanos precarios: si no tienes cédula de identidad no podrás alimentarte. Si no tienes el tiempo para envejecer en una cola no podrás alimentarte. Si quieres seguir comiendo lo que comías antes no podrás alimentarte. Olvida tus hábitos, busca lo que haya, madruga, defiéndelo con las uñas, forcejea, compra un puesto en la cola, y no tomes fotos, no asomes tu rabia, conviértete en resignación. Esta revolución exige sacrificios. La humillación es uno de ellos.

Las colas de ciudadanos son el nuevo paisaje urbano. Hay un evidente menoscabo de la dignidad. El gobierno, en un ritornello exasperante -por falso- habla de guerra económica. Pero con registrar un poco la historia se detecta que las colas de seres humanos en pos de comida son escenas comunes en los experimentos de modelos económicos fallidos que ha intentado el mundo.


***


En las relaciones afectivas la mentira puede trocar en cáncer. Dejar de creer en el otro es una grave lesión. Así ocurre entre los venezolanos y el gobierno. Como la esposa que se sabe de memoria los pretextos del marido ante cada llegada tarde. La mentira se ha convertido en el acto reflejo de la revolución bolivariana. Maduro y su gabinete insisten en que la gira presidencial fue exitosa. Le ponen fanfarria, cadena, globitos de colores a la noticia, pero nadie les cree. Estamos ante el éxito más clandestino del planeta.


El poder siempre miente, pero Maduro ha acumulado méritos para hacer historia. Los venezolanos hemos sido recurrentes en un error: elegir espejismos. Ya nos hemos dado de bruces contra la mentira demasiadas veces. Basta. No caben más frustraciones. Hemos llegado al punto de quiebre.


***


Este año va a pasar algo. Es la sensación general. La frase recurrente. No hay almuerzo, reunión, ascensor o transporte público donde no se ventile esa noción. Todo está tan grave que muy pocos estiman que la cuerda donde se sostiene el país pueda soportar tanta tensión.


En la televisión se suele anunciar el arribo de la etapa culminante de una telenovela. La historia misma suele dar los síntomas de que se acerca a su desenlace. Los personajes comienzan a descubrir secretos, los conflictos se aproximan a su temperatura de cocción, las escenas se acompañan con música trepidante. El espectador entiende, entonces, que el relato se avecina a su fin. Pero la televisión también sabe mentir. Muchas veces el anuncio de “etapa culminante” le da paso, semanas después, a un locutor que advierte la llegada de los “capítulos decisivos”. Quince capítulos más tarde se promocionan los “capítulos finales”, para luego prolongar la espera con la “semana final”, hasta que se agotan los señuelos y llega el tan anunciado “¡Capítulo Final!”.


Venezuela ha pasado, desde hace más de diez años, por varios momentos donde se sienten los acordes de una inminente resolución. Y luego nada ocurre. La frustración se expande y los fogones del chavismo transpiran humo con más fuerza. Se impone, entonces, ser prudentes. Leer los síntomas con cautela. Al trasluz, en su envés, entre líneas.


En todo caso, así está hoy el país. En clima de etapa culminante.


Hay un detalle acuciante: nadie sabe cuál es el rostro del “después” que se acerca. ¿Acaso la salida de Maduro es la coronación definitiva de Diosdado Cabello? ¿Se avecina una junta de gobierno conformada por civiles y militares? ¿Son posibles unas elecciones presidenciales antes de lo previsto? Si la transición viene, ¿cuál será su rostro?


***


Hace una semana murió en París uno de los poetas argentinos más desconocidos e importantes del siglo XX: Arnaldo Calveyra. La prensa internacional se llenó de reseñas y antiguas entrevistas. Ante una pregunta de El País de España sobre Argentina, Calveyra confesó: “Este país está preso. Por la gente mediocre. La gente mediocre ha tomado el poder. Es un misterio por qué ha sido poseído por la mediocridad. La gente (…) tiene en la cabeza una relación perversa y entiende que no se puede gobernar sin robar”. Suena perturbadoramente familiar. Es un escalofrío que nos vincula. Como la muerte de los fiscales Alberto Nisman y Danilo Anderson.


Mediocridad. Allí residen buena parte de los problemas que nos aquejan. En un reportaje publicado por El Nacional titulado “El bajo perfil del equipo contra la crisis” se demostraba que las personas convocadas para recuperar la economía del país poseían más lealtad ideológica que eficacia profesional. “El ser mejor dejó de ser valioso”, sentenció Robert Lespinasse, ex presidente de la Sociedad Venezolana de Psiquiatría. La capacidad y aptitud para un oficio no parecen ser indispensables para acceder a algún puesto en la administración pública de un país en emergencia económica.


***


El país es un avión en picada. Y nadie de la tripulación se ocupa de pedir que nos amarremos los cinturones. Se siente el vahído en el estómago. El mareo de la caída.


La oposición también está en su punto de máxima tensión. Si no sabe asumir la responsabilidad histórica que se le presenta habrá fracasado para siempre.


En estos días tanto Henrique Capriles como María Corina Machado han hablado sobre la vuelta de tuerca que están propiciando para ensamblar una auténtica unidad en la oposición. El intento se siente genuino. No hay otra opción. Estamos viviendo el momento más crítico de nuestra historia contemporánea. Salvar el país es imperativo. Ya al venezolano le importa un carajo la retórica política, la ideología, el color de la camisa, el número de estrellas en la bandera. Solo le importa volver a ser normal.

Queremos un país normal.


La música de los desenlaces está en el aire. Todo parece indicar que hemos llegado al punto de quiebre. O nos ahogamos en el mar de la felicidad socialista o nos salvamos a través del instinto de supervivencia que suele redimir a las sociedades en crisis.


Ya ocurrió la segunda angustia del mes: la Memoria y Cuenta que ofreció el presidente al país fue un desatino monumental.


Todo se precipita.


Se agota el tiempo.


Leonardo Padrón

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Published on January 24, 2015 20:31

Ex presidente Andrés Pastrana: “Un Imposible de lujo”

Ya comenzamos las grabaciones de la 7ma. Temporada de Los Imposibles y hemos tenido la oportunidad de entrevistar a un personaje capital en la historia política de Colombia: el ex presidente Andrés Pastrana. Fue una memorable conversación.

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Published on January 24, 2015 20:30

December 13, 2014

Un pasillo rodeado de nubes

Voy al canal de televisión donde he trabajado 18 años. Llevo el último capítulo de una telenovela. El final de una extensa faena. Antes era complicado conseguir puesto en el estacionamiento. Ahora, eliges dónde pararte. La gran edificación parece un pueblo abandonado. Como si una peste mortal hubiera arrasado con todo. No están los de siempre. Quedan rastros, más que rostros. En el pasillo central donde reinaban fotos de estrellas de la animación y la actuación ahora solo hay polvo, aire, demasiado espacio libre. Puedes caminar cinco minutos sin tropezarte con nadie. En una oficina, dos ejecutivos conversan sobre la partida de sus hijos al extranjero. “¿Y por qué no te vas con ellos?”, le dice uno al otro, con la sensación neta de que en ese sitio ya no cabe el futuro. Todas las conversaciones tienen una atmósfera de última vez. Antes, ese sitio era puro vértigo laboral, productores en carrera, cabinas de edición colapsadas, pautas de cuarenta escenas diarias, vestuaristas afanadas, cola en la sala de maquillajes, cantantes internacionales en los pasillos, actores en el apogeo de sus personajes, novelas en estreno, trajes olorosos a premier. Hoy: silencio, estudios vacíos, y todo reducido al remake de una vieja novela. Es el funeral del presente.


​​​​***


​​Comentar que ibas de viaje a USA, en un tiempo no muy lejano, generaba una recatada lista de encargos: un teléfono inteligente, un iPod, un cargador. Hoy día la lista se desborda, aunque los encargos son mucho más modestos. Y desesperados. Hasta una de tus ex puede aparecer encomendándote su desodorante favorito. Es lo que pasa cuando somos una potencia en proceso (La Revolución dixit). Antes procuraba hacer tiempo para ir a Barnes & Noble, Best Buy, o a las extintas Borders y Virgin. Libros y discos, ese siempre ha sido mi Disney personal. Pero hoy la necesidad soslaya al placer. Debes resolver la emergencia: productos de aseo personal y medicinas, pues el gobierno venezolano no anda muy pendiente de la salud del hombre nuevo, ni de su pulcritud. Los nuevos templos del turismo son los CVS y Walgreens. Un must en la agenda de cualquier viajero criollo. Son los Farmatodo del Imperio. Orlando y sus parques temáticos deben esperar. La Orca del Sea World perdió el rating ante el acetaminofén.


Esta vez saldé la emergencia el primer día de mi viaje. Entré a la farmacia con un leve aire de emoción. Me aturdió la exuberancia de sus anaqueles. Recorrí los pasillos atiborrados de cosméticos con un cóctel de nostalgia y envidia. Y, de repente, una sensación de triunfo me invadió: había conseguido la marca de champú que mi mujer me encargó. Me sentí heroico. Le tomé foto a las opciones. Porque otros países tienen eso: opciones. Champú para cabello reseco, lacio, ondulado, brillante. El clásico, el reforzado, el de acción prolongada, el avanzado, el extremo. Con olor a melón, a rosa, a imperio. Para los tímidos, los ni ni, los fitness. Para daño extremo, para cuidado diario, para fortaleza instantánea. Por primera vez me fijé en los adjetivos de la industria cosmética, en su abrasiva versatilidad. Le mandé fotos a mi pareja: “¿Cuál de tantos?” Y su respuesta, vía whatsaap, fue dictada por la urgencia y la alegría: “Cualquieraaaaa!”.


Un “a lo que hemos llegado” me corrió por el idioma. La emoción de haber conseguido el vellocino de oro se transformó, a los quince minutos, en una viscosa humillación. Es vergonzosa la imagen de centenas de venezolanos convertidos en ávidos trashumantes por las farmacias del imperio, buscando solventar lo que la revolución ha convertido en cotidianidad: la carestía.


Salí del CVS con un resuello de sentimientos encontrados. Y con la certeza de que esa mosca en el ánimo no la espantaría fácilmente.


​​​​***


​En la víspera de una ciudad siempre hay un avión.


Hay dos tipos de pasajeros solitarios: los que se recluyen en sí mismo (mirada sedentaria, alergia a los grandes ventanales) y los que conducen los ojos como caballos de trote, de aquí a allá, posándose en cada rincón de la realidad.


En el avión, el hombre a mi lado no duerme, no come, no lee, no oye música. Solo se trenza las manos y clava los ojos en el piso. Se ajusta la camisa, se rasca la barbilla, le crece el cabello. Hace nada. Todo el tiempo. Nada. Está solo consigo mismo. Piensa tanto que hace ruido.


De pronto, me atraviesa con la mirada, como si le estorbara. Con un mohín me indica que afuera anda la luna, más cerca de lo debido, repleta. La contemplación de la belleza exige, en ocasiones, ser compartida. Intentas tomarle una foto. Pero la luna no permite que su magnitud sea replicada tan fácilmente. Lo comentas con el vecino. Pero ya está ahí otra vez, solísimo con él mismo. Sin mirar a nadie. A nada.


El pasillo del avión es una soledad indeleble.


​​​​***


A veces puedo pasar más de una hora eligiendo los libros que me acompañarán en un viaje. Es una decisión clave. Calculo si se hastiarán de mí en el camino. En ocasiones hay alguno que nunca abro, pero me alivia saber que está a mi lado. Hay libros que comienzo a leer en un avión y jamás retomo. Como si su continuación solo estuviera destinada a un pasillo rodeado de nubes.


Los aviones se han convertido en mi mejor salón de lectura: sin internet, sin llamadas telefónicas, con la larga noche que aúlla detrás de las ventanillas a mil kilómetros por hora.


Esta vez viajan conmigo Vidas escritas de Javier Marías y Manual del Contorsionista de Craig Clevenger (la primera línea, un anzuelo: “Puedo contar mis sobredosis con los dedos de una mano”). Hasta que abrí las puertas de un libro feroz en su belleza, raro, rarísimo, La mujer desnuda, de Armonía Somers, la sorprendente uruguaya con olor a Djuna Barnes, Clarice Lispector y Onetti. Finalmente me aparejo con ella. Y vivo algo bastante parecido a una conmoción. Tenía años sin asomarme a una prosa así, tan anómala y hermosa. Temí que al bajar del avión el libro se volviera un recuerdo inaccesible.


​​​​***


Miami desde el aire: un sereno mantel de luces rectas. Una ciudad que no conoce la palabra montaña.


​​​​***


​​Una coyuntura me reunió con Delia Fiallo, la reina madre del género más popular en la televisión latinoamericana: la telenovela. Tenía casi diez años sin verla. A sus 90, exhibe una lucidez que parece haber vencido ese naufragio que es la vejez. Le comento de las exequias del género en el país que la acompañó a triunfar. Habla de Venezuela con dolor y sentido de pertenencia. Desde su sitial, inamovible, cuenta de los plagios que han cometido en tantas latitudes con sus tramas. Lo narra más como anécdota que rencor. Es como si cada argumento robado sólo corroborara su importancia. Delia es un pájaro. Ocupa un breve espacio físico, pero su aleteo imantó por décadas a millones de televidentes. Su tiempo es el de la historia.


Conozco esa misma tarde a Patricia Maldonado, la autora de Floricienta, toda una especialista en historias juveniles. Hablamos de gentilicios. De Argentina y Venezuela. Me cuenta que allá existe la misma división entre familias y amigos. Los kirchneristas y los oligarcas (¡cuántos oligarcas hay en el mundo!). Del control de divisas. De la compra de medios. De la creciente escasez de medicinas. “Nos estamos pareciendo tanto que ya la llaman Argenzuela”, me dice.


Chávez y Kirchner: dos pasillos que desembocan en el mismo fracaso.


​​​​***


​Menú único en la conversación de los viajeros venezolanos: la patria rota. El postre es puro desasosiego.


Cuando vuelves confirmas que el país y su crispamiento están escritos en los neones apagados de la ciudad capital. En el sobresalto de lo que puede pasar en la próxima esquina. En la mirada de las mujeres en cada cola. Pero ser ciudadano de un país es también una determinación: desacatar la tragedia que nos rodea, inventar otros titulares, ladearse para que quepan el ánimo y la posibilidad de redención.


Carestía es el segundo nombre de Venezuela. Escasean la comida, los remedios y la paz. Se achican la sensatez, los gestos de concordia y el apego a la justicia. Hay insuficiencia de rumbo. Anarquía en la brújula. Vidrios rotos en el mapa. Sobra desafecto y oportunismo. Es el momento estelar de los rufianes. Pero toda infamia amerita un capítulo final. La única carestía que no nos podemos permitir es la de la esperanza. Aunque la más de las veces es un pasillo oscuro, rodeado de nubes.


Las nubes suelen desplazarse. Con el viento. Eso dice la geografía. Se invita al público a dejar de ser público y convertirse en viento. Eso pide nuestra historia.


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​Esta página vuelve en enero. Los buscará. Siempre en domingo. Mientras tanto, ensayemos la contraseña que dice “Feliz Navidad”.


Leonardo Padrón

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Published on December 13, 2014 21:37

November 29, 2014

Extremos

La violencia es el beso de encuentro entre los extremos de un país.


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“La oposición es un nido de fascistas”, grita el gobierno y repite el vendedor de naranjas sin tener muy claro qué significa la palabra. “El régimen es quien reproduce los mecanismos del fascismo”, aclara la oposición. “¡Asesinos!”, acusa uno. “¡Dictador!”, refuta el otro. “¡Pelucones miserables!” gruñe el presidente. “¡Maburro ignorante!”, se excede alguien. La revolución condena a las camisas rojas que cuestionan la línea oficial: “¡Traidores!”. En la oposición unos quieren elecciones, diálogo y protesta. “¡Traidores!”, los llaman los que prefieren guarimbas, estallido social y golpe de estado.


El ping pong de los insultos es el verdadero deporte nacional.


La violencia es la invitada de honor. El lenguaje es un pantano infecto donde todos chapoteamos.


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Sí, protestar pacíficamente es un derecho inalienable. Derecho confiscado desde hace tres lustros. Nos han ahogado la voz a punta de bombas lacrimógenas. Por eso vale la pena esforzarse en ser asertivos en la protesta. La resistencia debe pensarse como un ajedrez, no como un ring de boxeo. A veces es más eficaz deslizar un silencioso peón que saltar con el caballo. Evaluar las consecuencias del próximo movimiento. Toda estrategia exige sensatez.


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El episodio: una movilización llamada “La marcha del millón de máscaras” tenía previsto desembocar en el borde de la Plaza Altamira, el mismo lugar donde ese día ocurría la clausura del Festival de Lectura de Chacao. Las máscaras no llegaron al centenar pero igual activaron la inmediata respuesta de la GNB. Algo previsible dado el instinto represivo del régimen. La convocatoria, además de poco exitosa, desembocó en la clausura precipitada del festival y en el unánime malestar de editores, escritores, lectores y paseantes. Un clima de autogol inundó el aire. El rechazo apareció también en formato 2.0. Entonces, furiosos tuiteros de la resistencia extrema, apostados bajo seudónimos, intentaron una masacre cibernética contra gente que, en rigor, convive con ellos en el mismo lado de la decepción que es hoy este país.


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Trate usted de no cuestionar nada que haga la oposición radical. Será radicalmente vapuleado. Con la velocidad de un chasquido de 140 caracteres pasará a ser un traidor, un colaboracionista, un patriota cooperante y, en mi caso, un pusilánime escritor que solo acecha por los portentosos dividendos que le dará la venta de sus libros en una plaza. (Por cierto, no conozco un solo autor venezolano que viva exclusivamente de sus derechos de autor). Al parecer de este grupo, solo es válida la protesta de calle, máscara o capucha mediante. Si usted no tiene el rastro de un perdigón en su rostro, si no ha caído preso en la turbamulta que confunde a estudiantes con infiltrados y mercenarios, si se atreve a ir a una obra de teatro en vez de trancar su propia calle, será síntoma evidente de que es un conformista, una escoria camuflada, un oficialista encapillado que no le importa la falta de reactivos químicos ni la violación de los derechos humanos.

No basta todo lo que haya escrito o declarado sobre los venezolanos asesinados, los estudiantes torturados, los presos políticos o la libertad de expresión. No importan las marchas acumuladas en sus zapatos. No cuentan los ataques recibidos en cadena nacional por el propio Nicolás Maduro, su gabinete ministerial, sus hackers y anclas televisivas. No bastan las amenazas de muerte. Su verbo solo servirá escrito en una pancarta, envuelto en una capucha y al ras de una bomba molotov. El resto es basura.

¿Saben cuántos artículos de sus viernes le ha dedicado Laureano Márquez a la lucha por la democracia? ¿Saben de las multas millonarias que ha debido pagar? ¿Imaginan la faena diaria que durante 25 años ha librado César Miguel Rondón por sumar decencia a este país desde su cabina de radio? ¿Saben de los 18 juicios que le ha montado el gobierno a Ibéyise Pacheco? ¿Sospechan a lo que se ha expuesto el periodista Chuo Torrealba desde sus programas de radio o televisión? (Por cierto, ahora, como es el secretario general de la MUD ha perdido, para los radicales, toda credibilidad y consistencia.) Según parece, solo son dignos de encomio los “guerreros” de la Plaza Altamira. Son poco menos que Los Templarios. Los únicos que realmente han dado la talla en esta larga contienda contra el autoritarismo revolucionario.

El calibre de los insultos que se puede recibir de estos héroes de la resistencia parece un calco del usado por la “Tropa” chavista para embestir a la oposición: atacan en masa, difaman, exhiben la misma procacidad, farfullan los mismos adjetivos.

¿Será que ya el país entero se ha demonizado en un solo discurso de violencia?

Los extremos se tocan la punta de los labios.


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Uno de los mayores orgullos que ostenta el país democrático en estos tiempos turbios es el coraje demostrado por los jóvenes estudiantes. Han dejado el pellejo en la contienda. Sería inaceptable no valorar su arrojo. Pero, lo dicho, son tiempos turbios. Incluso en las entrañas de la lucha estudiantil hay serias confrontaciones. Disputas de fondo sobre la forma. Es un error empaquetar a todos bajo la misma insignia. Como me apuntó un joven y resonante líder: “El movimiento estudiantil es una figura que muchos usan para intereses particulares. Por eso en las actividades que hacemos ponemos los logos de los centros de estudiantes respectivos”. Vale la pena preguntarse si al menos una de las 40, 60, 80 personas que protestaron ese día ostentaba algún logo de la UCV, USB, UNIMET o UCAB, por ejemplo. ¿Representaba ese grupo al movimiento estudiantil o quizás a un sector muy puntual con el cual los primeros –por cierto- han tenido no pocos desencuentros?


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Escribió Sinar Alvarado: “Altamira, en Caracas, es el inofensivo patio de juegos de ciertos “guerreros” antichavistas. Que vayan a Fuerte Tiuna si son tan guapos”. Pero tales personajes arguyen que Altamira es un símbolo. Y así escamotean riesgos más “heroicos”. Aunque pareciera que Caracas está cansada del ritornello sobre el cemento de la pobre plaza.

En todo caso, un festival de libros es una lúcida forma de hacer contrapeso a los que monta el gobierno, donde el 80% del material bibliográfico es ideología dura. Tan claro tiene el régimen el tema que ha producido abundante material impreso para diseminar el credo bolivariano y ciertas telarañas marxistas. Cada palabra de Chávez ha sido editada y regalada en millones de ejemplares para agudizar el adoctrinamiento.

En ese festival, vacuo para cierto sector, se expusieron libros de autores que intentan combatir la mediocridad imperante, asomar un poco de sintaxis, ciudadanía y contexto histórico a este desquiciado jeroglífico que hoy somos.

Cuando un ciudadano desprecia el rol de los libros en la construcción de la sociedad se está colocando al margen de la civilización. Así de simple.


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“Simón Bolívar era socialista”, dijo el inefable en tantas de sus cadenas. “Simón Bolívar no andaba leyendo libritos”, grita la otra punta de la cuerda. Mientras tanto, el prócer bosteza de hastío. Pide que no lo manipulen tanto. Asombra que algunos asuman a Bolívar solo como un hombre de acción. Las debilidades de nuestro sistema educativo son alarmantes.


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Aclaratoria ¿necesaria?: ninguno de los que cuestionamos lo ocurrido el 23N estamos en contra de las protestas. Son imprescindibles. Y no deben cesar. Es un derecho constitucional. El cuestionamiento se hace por ejercerla en el marco de una actividad cultural, con un desenlace más que previsible. Quizás sea más efectivo asomar pancartas y consignas en las humillantes colas a las que se ve sometida la población en las farmacias y supermercados del país.


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Pregunta al desgaire: ¿por qué en los días sucesivos no hubo ni la sombra de una protesta alrededor de la Plaza Altamira? ¿Se acabaron los motivos?


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“Detrás de eso hay un laboratorio”, apuntan algunos. ¿Es así? ¿Pertenece a un partido político de la oposición o al mismo gobierno para generar más desunión? Quién sabe. Aquí cada vez uno sabe menos.


Solo parece triunfar una certeza: la cultura del chavismo, construida desde el discurso de la violencia y la intolerancia, ha permeado al país. Estamos peor de lo que imaginamos.


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El país de los extremos hace mucho ruido. Sin embargo, el verdadero drama está en el medio, en los millones de ciudadanos que sufren una devastadora crisis económica y un sistema político que busca clausurar sus libertades básicas.


Es urgente apostar por la cordura, sobre todo cuando reinan la cólera y el incordio.


Estamos todos alterados. No nos está gustando nuestro país. Andamos rabiosos. Abrevando en los excesos.


Los tiempos son tan oscuros que para algunos la comarca de las ideas es un estorbo. Entonces gritan, se ponen estentóreos, quieren cambiar la realidad con soluciones radicales. Qué nos importa equivocarnos si la patria lo permite todo.


Estamos viviendo el letal beso de los extremos.


Leonardo Padrón

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Published on November 29, 2014 20:30

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