Leonardo Padrón's Blog, page 32

September 11, 2014

Palabras de Julio Tupac Cabello en la presentación de “Métodos de la lluvia”, en Books & Books, Miami

No por casualidad, en uno de los primeros textos de Métodos de la Lluvia, Leonardo evoca a Symborska. Justamente con un poema llamado Frontera, y que discurre, como el agua misma, sobre los falsos límites, los vientos y la indomable libertad del espíritu.


“No hay tierra prohibida para la ruta de las nubes”.


Wislawa Symborska era una poeta polaca que vivió de la fuga, e hizo de ella un viaje de libertad. Y en estos tiempos en los que la venezolanidad ha sido tan cruelmente invitada a abandonar sus nidos, los más recientes poemas de Leonardo descubren que hay en esa excecración -para paradoja de los esbirros- también un viaje, no sólo al dolor y a la soledad, sino a la inacabada universalidad del espíritu.


El Leonardo Padrón de Métodos de la lluvia es el mismo de siempre y es a la vez uno distinto. Sigue siendo ese lírico declarante del amor y el enamoramiento. Ese cultor de la soberbia belleza de la mujer.


“Has llegado tan impuntualmente a mi vida, que he decidido corregir todos los relojes hacia tu posibilidad”.


Ese suspiro permanente que se asombra ante las emociones, como quien ve caer y detallar gota a gota el agua sobre la ventana.


Pero ahora otro poeta se hace prominente. Hay cierta temperatura decantada en sus últimos versos. Un tempo pausado y sin estridencias, que dice sin inseguridad versos riesgosos y abarcadores, con esa sabiduría que tan solo da el tiempo; que no se molesta en divergir, en polemizar ni en pontificar, porque si hay algo que dan los años es la aceptación de los misterios.


“El tiempo es una cena que no termina, un señor que no te quita la mirada”.


Las canas de Leonardo, para bien y para mal, han dejado de ser un guiño pícaro que simbolizaba su precocidad. Nos han quedado de esos tiempos los poemarios Balada o Boulevard, preciados y atesorados versos como canciones en antología, que proponían liras o estructuradas posturas artísticas, puntos de vista plantados, como bien le corresponde a un fundador del grupo Guaire.


En Métodos de la lluvia estamos en presencia de un poeta que se asume con una universalidad inesperada. Da un paso adelante y dice, se sale de los bordes, se ejerce, deja de cantarle a los suyos, y nos canta a todos.


En la crónica y en la telenovela, Leonardo exploró con abundancia y placidez su conocimiento sobre lo que de la poesía puede hacernos ver a muchos el mundo distinto. Quién puede olvidar que sus protagonistas olían a durazno, eran fotógrafos o llevaban su más ruda y accidentada femineidad pese a las circunstancias.


A la par, Leonardo seguía escribiendo frente a su hoja en blanco la poesía de la que habita sólo en su interior y tantos por tanto admiramos.


Recientemente, llegó otro reto. Asumir con absoluta frontalidad el ejercicio intelectual de la política. La toma de posiciones. La reflexión sesuda de lo publico.


Y como si todo se conjugara, en Métodos de la lluvia, aquella encantadora intimidad de la que hacían alarde sus versos en otra etapa, la poesía se ha vuelto universal. Su intimidad nos habla de la intimidad de todos, hispanoparlantes, venezolanos, suecos o eslavos.


“Ese ojo profundo que se asoma en la palabra nunca”.


Hay en los versos de esta obra una motivación menos apasionada. Un poeta que habla tercamente sentado desde la acera que le corresponde. Tranquilo con su acera y con las palabras que le tocan. La seducción ya no juega primero. Sino que la protagoniza en yuxtapuesto el espíritu hecho vocablo.


“Somos lo que prohibimos, y también lo que anhelamos ser”.


Un amigo me dijo una vez en una fiesta, escuchando a un malhablado criticar a Leonardo por escribir telenovelas, que en el fondo, todos queríamos ser Leonardo Padrón.


Es un intelectual que lleva la densidad de la academia con una inaudita ligereza caribeña. El conocimiento en él no es polvo sino risa. Encima, es un enamorado sempiterno, que ama en público y declara sus historias con indecoro.


Quién no quisiera serlo. Pero a pesar de su extensa colección de imposibles entrevistados, es él el imposible.


Métodos de la lluvia es una obra acabada. Me atrevería a decir añosa, pues hay en ella una mirada que toma muchos kilómetros y vivencias para proferir, con tanta sencillez, tanta esencia.


Si yo fuse uno de ustedes, no solo la leería, sino que la dejaría descansar, para volver a ella varias veces. Hay en estos poemas más de un perfil, más de un ángulo, más de un peldaño de profundidad. Y no todos pueden percibirse en el primer fulgor de su lectura.


Los dejo con esta joya de la física, que pasa de líquido a gaseoso, y que siempre vuelve con la lluvia.


Gracias


Miami, martes 9 de septiembre de 2014

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Published on September 11, 2014 10:26

August 31, 2014

Un hombre rodeado de agua

Apenas tenía doce años cuando, desde un ferry que iba a Margarita, su papá avistó la isla de Cubagua y le soltó a rajatabla: “A que no nadas de aquí hasta allá”. El hijo, con el desenfado de los adolescentes, le dijo que sí, pero sólo se quedó viendo con atención esa larga distancia azul. Veinticinco años después atravesaba a nado 63 kilómetros de mar abierto. Era la primera gran hazaña de Antonio Saint Aubyn, un cumanés de apellido francés y genes portugueses que todos llaman Toño y muchos sospechan que tiene más alma de anfibio que de humano.

Esta vez, dos años más tarde, decidió ampliar el desafío y, como si le hablara a su padre, se dijo: “A que ahora nado desde Margarita hasta Puerto La Cruz”. Estamos hablando de 105 Kms. Mucha agua de por medio. Dos veces y media la distancia del maratón de Nueva York. Algo que no había realizado nadie en Latinoamérica. Se preparó durante siete meses. Día tras día. Recorrió el trayecto por partes. Memorizó el comportamiento de la marea. Todo en paralelo a su trabajo en el colegio San Lázaro donde es instructor de natación de niños de edad pre-escolar hasta jóvenes de 18 años. Mientras adiestraba a los demás en su arte, su mente se zambullía en la enormidad de agua salada que separa la costa de Margarita de la arena del Paseo Colón de Puerto La Cruz.

Antonio Saint Aubyn está rodeado de agua desde los seis años de edad.


***


Vivir a dos casas del Polideportivo de Cumaná selló su destino. De paso, todas sus vacaciones fueron bajo agua, en la playa de Juana Josefa. Toño fue, como todo niño, fanático de los deportes, desde béisbol hasta kárate, pasando por ajedrez. Pero cuando tocó el agua por primera vez algún mandato interior lo convocó para siempre. Comenzó a ganar medallas con gula. Se quedó abismado ante el titular que anunciaba la medalla de bronce conquistada por Rafael Vidal en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles en 1984. La proeza fue lograda en la competencia de 200 metros mariposa. Toño, con solo nueve años, erigió a Vidal como su ídolo. 200 metros mariposa sería su prueba favorita llegando a ser campeón nacional en las categorías infantil, juvenil y máxima, para convertirse luego en Campeón Suramericano en Brasil en 1993. Replicaba a su héroe.

Luego vino la idea de las aguas abiertas. Un desafío totalmente distinto. Una necesidad de pasar más tiempo en el agua que en la tierra.


***


Su infancia fue el abono. Solía pescar con su abuelo en un bote y en cada regreso, ya relativamente cerca de la orilla, se lanzaba al mar para volver a nado. Poco a poco esas “lanzadas” fueron cada vez más lejos de la costa. Toño recuerda a su abuelo Jorge como un estímulo crucial. Les ofrecía a él y a un primo dos bolívares por cada medalla que ganaran en el colegio. Fueron tantas las medallas conquistadas por Toño que el abuelo “olvidaba” pagarle. Sino la ruina sería inminente.

Su primer aguas abiertas oficial fue el paso a nado de los ríos Orinoco y Caroní en 1992. Allí, desde Las Barrancas de Fajardo en Monagas hasta San Félix en el estado Bolívar, donde ambos ríos se juntan y forman un tumulto de remolinos, olas y turbulencias insospechadas. Novecientos nadadores suelen combatir el temperamento de ambos ríos. Ese año llegó en primer lugar absoluto y volvió a ganarlo dos años después. Compitió, incluso, con Soraya y Simón, sus dos hermanos. Lo ha hecho 22 veces. Un exuberante preludio para el mayor de los desafíos: nadar a pulso desde Margarita hasta Puerto La Cruz. Una proeza que iniciaría el 18 de julio y terminaría al día siguiente: 37 horas y 59 minutos después. Solo decirlo produce extenuación.


***


Ese día se levantó a las 4:30 de la madrugada. Apenas comió medio pan y algo de fruta. “La hora de la salida era a las 6:00 am, pero el autobús que habíamos contratado nunca llegó. Salimos a la Av. 4 de mayo a parar un micro bus público y allí nos fuimos para el puerto del Guamache, sitio de salida”, me cuenta. A las 7 am, finalmente, su cuerpo se sumergió en las aguas del Caribe y comenzó a dar brazadas a un promedio de 3,5 KPH. Lo acompañaban 25 personas en el mar. Un kayak, donde iban su entrenador y su hermano, marcaba la ruta. En una embarcación navegaba su esposa, azuzándolo, eufórica. En otras, amigos, nadadores de oficio, alumnos, padres de sus alumnos, personal del Instituto Nacional de Espacios Acuáticos, una televisora de Cumaná (Telesol), dos médicos y cuatro jueces que vigilarían el cumplimiento de las reglas exigidas. En un dingui iba la hidratación y la comida. Todo el oriente del país estaba a la expectativa. En Margarita se apiñaron para verlo partir. En Puerto La Cruz la gente se ponía de acuerdo para irlo a recibir. No se hablaba de otra cosa. En los restaurantes, de una mesa a otra, se comentaba cuánto tiempo llevaba recorrido, cuánto le faltaba. Algo curioso: nadie pensaba que no lo lograría. Justo ese día yo estaba en Puerto La Cruz y la noticia revoloteaba a mi alrededor como un moscardón.


***


El agua salada se siente más liviana que la de una piscina, pero el resto es pura adversidad: las olas, los caprichos de la corriente, la monumental oscuridad de la noche y los animales marinos. No era clásica ruta de tiburones, aunque en ocasiones se habían reportado algunos. Un agua mala lo picó justo en la cara, pero no era precisamente algo que lo iba a sacar de su objetivo. Un puñado de delfines lo escoltaron en cierto tramo. A los 30 kms, frente a Punta Araya, un dolor se le estacionó en el brazo derecho. Desde entonces, las brazadas tuvieron que ser más cortas. Los médicos le procuraron analgésicos, pero el dolor nunca desapareció. Su único remedio fue una letanía: “Esta es mi oportunidad y no la voy a dejar pasar”. Cuando llegó la noche, falló la planta eléctrica. La visibilidad fue totalmente nula. Tuvieron que recurrir a una solución casi artesanal: utilizar stops de bicicletas para iluminar la ruta. Toño nunca durmió. Se hidrataba cada 20 minutos. Se alimentaba con proteínas y carbohidratos en forma de gel. A veces llegó a comer sólido: tortilla española, tortilla de avena, pasas, cambur y un tubito de Ovomaltina. “Fue glorioso”, recuerda. El segundo día almorzó en alta mar una bandeja de pollo y pasta. Una ola gigante engulló el plato cuando apenas iba por la mitad. En dos ocasiones llegó a vomitar por culpa de un suero que le cayó mal. Ya tenía la piel arrugada de un hombre de 107 años. Habitar el agua tiene sus bemoles.

En estos desafíos comer, descansar, preguntar la distancia restante, tomar un respiro, bromear un poco, todo, se reduce a un verbo: flotar. No está permitido sujetarse a ninguna embarcación. En ese maratón de agua, supone uno, hay mucho tiempo para pensar. En su libro De qué hablo cuando hablo de correr, Murakami da una pista: “A menudo me preguntan en qué pienso cuando estoy corriendo (…) Mientras corro simplemente corro. Como norma, corro en medio del vacío. Dicho a la inversa, tal vez cabría afirmar que corro para lograr el vacío”.

El cumanés Antonio Saint Aubyn, ante la misma pregunta, responde algo equivalente. Se ocupa de nadar en la nada. Piensa poco. En la meta. En la próxima ola. En el frío. En el bendito dolor del brazo. En la meta otra vez. Siempre en la meta.


***


“¿Qué era lo peor que te podía pasar?”, le pregunto. “Rendirme”, responde sin tardanza. Confiesa que muchas veces el cansancio tomó la palabra y era entonces cuando el grupo que lo acompañaba le proporcionaba el suero del entusiasmo: “Vamos, Toño, sí se puede!”; “Te falta poco!”. Funcionaba. Algunos nadadores lo acompañaron en tramos cortos para darle apoyo psicológico. Era como una soledad en equipo.

Ya en la parte final de la travesía, de Mochima a Puerto La Cruz, la vida se le complicó otra vez. Debía ser el tramo más fácil, pero el mar decidió lo contrarió: “En los últimos 25 Kms tuve siempre la corriente en contra y un fuerte oleaje que me dificultó nadar con comodidad y me afectó el desplazamiento”. Alguien del grupo le mintió diciéndole que estaba cerca de la meta, solo para insuflarle arresto.

Algo imprevisto pasó. Se le sumaron infinidad de embarcaciones: yates, lanchas, peñeros, dinguis. Más de 80 personas. Todos en clave de solidaridad. Así lo cuenta Yvette Hernández Padrón, periodista que lo acompañó todo el trayecto: “Se sumó gente de Sucre y Anzoátegui, la selección de canotaje, el INEA, la Guardia Costera, el Gobernador, reporteros del Diario El Tiempo. Nuestro dingui era el motivacional: ´Vamos Toño, vamos Campeón!´. Así todo el tiempo. Difícilmente se borre de nuestra memoria lo que allí vivimos”.

Cuentan que un ferry detuvo su navegación un tiempo para no producir oleaje al paso del nadador. Todos abocados a colaborar con la imagen deseada: Antonio Saint Aubyn tocando tierra firme después de dos épicos días de nado.

Culminó la hazaña entre los gritos de una multitud. Abrazó a su familia, a sus amigos, caminó hacia la ambulancia, comenzó a temblar y se quedó dormido de repente. Había sufrido una crisis de hipotermia. Se despertó en el hotel ocho horas después, con un hambre pavorosa, totalmente insolado y una irreversible sensación de victoria.

Ya Antonio Saint Aubyn tiene claro cuál será su próximo objetivo. Justo el año siguiente, en la celebración de los 500 años de Cumaná. Por ahora es un secreto rodeado de agua.


***


¿Será que al país le toca mirarse allí? El mapa nacional es poco más que un mar de leva. Turbulencia pura. Remolinos. La otra orilla, la de la calma, se ve a demasiados kilómetros de distancia. Nos toca aprender de resistencia, bracear duro, saber flotar e hidratarnos cuando toca, pero sobre todo insistir, así nos tuerza la cara el dolor. Pensar en la meta. Nadar en la nada. Hasta conseguirlo todo.

“A que conseguimos reconstruir el país”, debe ser la letanía, el desafío, el reto mayor, en mitad del agua oscura que nos rodea.


Leonardo Padrón

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Published on August 31, 2014 04:30

August 16, 2014

Romeo y Julieta en el Sebin

Gloria nunca imaginó que iba a conseguir su gran historia de amor en el tremedal de las protestas que surcaron al país durante el primer semestre del año 2014. Recuerda nítidamente el día que se acercó  al campamento que se organizaba en Santa Fe. A fin de cuentas, esa era su urbanización, el sitio donde creció. Veía cómo algunos jóvenes llevaban colchonetas, carpas, comida. Bajó de su edificio con sus manos pintadas de blanco y su pancarta. Esa vez apenas advirtió a Eitan, un joven bachiller que bajaba por el otro lado de la calle. Pero él sí se detuvo en ella. Tanto que días después coincidieron en el campamento y luego de abordarla le describió la ropa que llevaba la primera vez que la vio. Gloria negó ser ella. Solo quería constatar cuánto había reparado en su estampa. Coqueteaba de la forma elusiva que emplean las mujeres. Era el 4 de mayo. Justo esa noche ella cumplía 20 años. Ambos estaban en ese lugar movidos por la misma pulsión: solidaridad con los estudiantes detenidos por protestar contra el gobierno de Nicolás Maduro. El primer día que Eitan se quiso sumar, la mamá lo frenó en seco: “¿Para dónde vas tú?”. El replicó: “Mamá, ya yo tengo 18 años, estoy en mi derecho”. Gloria, por su parte, recibió una frase visionaria de su madre: “Gloria Stella, estás buscando lo que no se te ha perdido”.


***


No pertenecen a ningún partido político. Ella estudia diseño de modas. El ambiciona estudiar Ingeniera Mecánica en la UCV el año que viene. Ella tiene la cabellera negra y un carácter tajante. El tiene la mirada verde, una sospecha de bigote y una leve aura de inocencia. Ella participa en competencias de canto cada vez que puede. El trabaja en una tienda y es miembro activo de la Iglesia de Cumbres de Curumo. Ahora es que tiene edad para votar. Ella ya lo ha hecho dos veces.


Eitan cuenta el día que la Guardia le arrancó un amigo de los brazos. La tarde que –huyendo- traspasó un techo de asbesto y cayó de espaldas sobre un lavandero. O cuando el dueño de un solar los amenazó con una granada fragmentaria y terminó señalándoles una ruta de fuga. Habla con orgullo de cómo fue él quien le puso electricidad al campamento. Gloria recuerda a la señora que la ocultó en su casa una noche entera, sin siquiera conocerla. El enfrentamiento a piedras con los grupos paramilitares armados. Cada uno tiene sus anécdotas por separado. Hasta que vino la historia en plural.


***


La noche del cumpleaños de Gloria él le ofreció su carpa para quedarse en el campamento. Ella se negó, suponiendo que era una invitación demasiado directa. Pero no es ese su estilo. De hecho, hoy en día lo tilda de lento: “El es quedadísimo. Hasta tuve que decirle: ¿y tú no me piensas pedir el pin?”. Finalmente pasaron una noche juntos en la carpa. Un día después, una lluvia feroz los puso a prueba. El luchaba contra el vendaval, amarraba plásticos, se les empapó la ropa y la comida, a ella la picó un extraño insecto. Un pequeño desastre.  Ella intentaba estudiar porque tenía examen al otro día. El parloteaba a cántaros. Se quedaron dormidos sin sospechar que ese 8 de mayo el ministro del Interior, Rodríguez Torres, había ordenado el desmantelamiento de todos los campamentos del país a una hora con sabor a emboscada: 3 am.


A Gloria la despertó un tumulto de manos zarandeando la carpa. Había llegado la Guardia del Pueblo. “Nunca en mi vida había sentido tanto miedo. Eran como 400 guardias contra 6 personas”, recuerda mientras hunde la mirada. La  Guardia se concentró en los muchachos. Ella quiso escabullirse pero alguien la vio: “¡La femenina, agarren a la femenina!”. Ese era el término que usaban. Ambos cayeron detenidos.


En la acusación se habla de porte ilícito de armas e instigación al orden público. Ellos – juran con énfasis – nunca vieron una pistola 9 mm en esa carpa. “Libertad Santa Fe” fue el último campamento de la resistencia. De los  detenidos esa noche sólo les dictaron privativa de libertad a Gloria y Eitan. Destino: 45 días de reclusión en el Sebin.


***


El 10 de mayo aun pernoctaban en el Comando de la Guardia del Pueblo, esposados uno al otro, lidiando con sus lágrimas y la larga noche que apenas empezaba. Eitan obedeció a un impulso y le preguntó a Gloria: “¿Quieres pasar el resto de tu vida conmigo?”. Ella se aturdió con tamaña frase. “¿En serio me estás preguntando eso?”. Aun ni siquiera eran novios. Luego del silencio que cabe en una hora él insistió, y Gloria –mujer siempre- demoró su respuesta hasta que le dijo que claro, que por supuesto. El teniente de guardia se burló de ellos.


Finalmente desembocaron en los calabozos del Sebin. El estaba en una celda donde había 9 jóvenes y luego se atestó con 17 detenidos. Ella en otra con cinco muchachas, incluida la líder estudiantil Sairam Rivas. Los dividía una pared. Estar separados les generó algo bastante parecido a la desesperación. A los dos días, un funcionario le entregó a Gloria una  carta cuyo remitente estaba a cinco metros de distancia. Ella gritó de felicidad.


***


Mientras me relatan su historia sacan al unísono dos manojos. Son las cartas que se escribieron durante sus 33 días de cárcel. Es un momento inesperado. Gloria me extiende una carta de él, profusa, escrita en una letra menuda y atropellada. Allí Eitan derrama sin recato su amor. Habla de los hijos que tendrán. De la casa que hará con sus propias manos. De todo lo que habrá en cada habitación, del jardín posible, de la sala de juegos. Gloria sólo conserva cuatro de las muchas cartas que él le escribió. Por un equívoco lamentable su mamá quemó el resto. Eitan, por su parte, me acerca las veinte cartas exactas que Gloria le escribió, conservadas con un afán conmovedor. Son hojas atestadas de corazones y calcomanías, con una letra redonda y apasionada.


Dos manojos de cartas fabulosamente cursis. Con la edad perfecta para serlo. Como lo dijo Fernando Pessoa: “Pero al fin y al cabo/ sólo las criaturas que nunca escribieron cartas de amor/ sí que son ridículas”.


***


En la segunda carta Eitan le propuso a Gloria otra forma de comunicación: la percusión. Cinco golpes a la pared significaban: “¿Estás ahí, estás bien?”. Cuatro golpes: “Te amo”. Tres golpes eran “te mandé algo”. Dos golpes: “recibido”.  Los compañeros de celda no soportaban la frecuencia de sus diálogos de cemento: “¡Chamo, pareces un enfermo!”. A veces, fingían los golpes sólo para verlo corriendo hacia la pared, jurando que era Gloria quien lo llamaba. Ya a esas alturas, tanto los funcionaros del Sebin como sus compañeros de celda habían asumido el arquetipo shakesperiano. “Te lo manda Romeo”, le decía un comisario a Gloria mientras le entregaba un chocolate. “Carta de Julieta”, anunciaba con complicidad algún empleado de limpieza mientras le daba a Eitan un minúsculo sobre que ella había armado con la página de alguna revista. Gloria confiesa: “Yo nunca en la vida había escrito nada”.


Un día un funcionario llamó a Eitan y le dijo que había interceptado una carta de Gloria para él. Se la leyó en voz alta: “Amor, te confieso que he tenido relaciones con funcionarios del Sebin. De hecho, he estado con dos al mismo tiempo”. A Eitan se le paralizó el rostro y el funcionario descolgó una carcajada. El humor, lo sabemos, también puede ser cruel.


***


El día que a Eitan le llegó la noticia de su excarcelación -gracias a los infatigables oficios del Foro Penal Venezolano- solo pensó en Gloria. Pidió despedirse de ella. Cuando le dijo que salía en libertad, Gloria sintió un desamparo monumental. Le sobrevino la magnitud de su soledad. No más golpes de amor en las paredes. No más el sonido de su voz al fondo de la otra celda. Sentía que la estaba abandonando. Eitan le aseguró que ella también saldría en las próximas horas. Y tuvo razón: al día siguiente llegó su libreta de excarcelación. Libertad bajo fianza. Hoy están sometidos a un régimen de presentación cada treinta días. El cargo por porte ilícito de armas continúa.


Mientras me cuentan su historia, Eitan no deja de voltear ante cada persona que pasa o se sienta en la mesa vecina al café donde conversamos. Se siente vigilado permanente. Gloria confiesa que sufre de rabia reprimida, que una pesadilla puntual la despierta a las tres de la madrugada, que no ha vuelto a dormir con la luz apagada. Ambos están bajo terapia. Les hablan de shock postraumático: “Ya más nunca  seremos los mismos”.


***


Hoy parecen una pareja de larga data. “Ella se obstina por todo”, apunta él. “El no me deja hablar”, justifica ella. Eitan: “Yo soy el Gandhi de la relación”. Gloria: “Tengo un carácter muy fuerte”. Son apenas noventa días de noviazgo. “Y los que faltan. Paciencia!”, acota ella, con un sentido de pertenencia mutua que implica aprender a convivir con los defectos del otro. Pero durante toda la conversación no se soltaron las manos. Gloria cuenta que le critican que se haya enamorado de un niño de 18 años. Como si fuera toda una señora de 20 años. Les reprochan la vehemencia: “Tienen tres meses y ya quieren vivir toda la vida juntos”. Ella argumenta que nadie sabe por lo que pasaron. Nadie. Fue mucho el miedo que experimentaron juntos. Y el apoyo mutuo. Inmenso.


Lo mejor de esta crónica es que el título es un exceso. No hay desenlace trágico. No hay veneno, ni equívoco, ni mortandad. En definitiva, no hay Shakespeare. En mitad de la furia de las protestas, los perdigones y las bombas lacrimógenas, nació una historia de amor. No hubo mejor antídoto para la pesadilla que vivieron por reclamar un mejor país.


Su madre le dijo aquella noche: “Gloria Stella, estás buscando lo que no se te ha perdido”. Encontró la cárcel y a Eitan Alberto del Campo García. Ambos mejor conocidos en los calabozos del Sebin como Romeo y Julieta.


Después hablan de los escritores de telenovelas. La vida imita a la televisión, dijo alguna vez Woody Allen.


Leonardo Padrón

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Published on August 16, 2014 21:00

August 3, 2014

Caracas, la urgente

La ciudad de Caracas ha completado 447 larguísimas vueltas al sol transcurridas en una geografía portentosa. No es difícil suponer los ojos aturdidos de Diego de Losada cuando, luego de una fatigante expedición desde El Tocuyo, se le reveló la monumental cordillera que dividía al mar Caribe del verdor de un valle irrepetible. Fundar una ciudad en este espacio de guacamayas acuciantes y laderas nostálgicas era imperativo. Toda belleza incuba el apremio de una conquista. Hoy, los más recientes hijos del valle, estamos confundidos. No sabemos si celebrar o no. Caracas es, en este año 2014, el resumen de nuestro fracaso como país. Detrás de la liturgia de la fecha hay quejumbre, dolores que se abultan y un elenco de problemas que acribillan la música natural de las celebraciones.


Caracas cumple 447 años. Y no vamos a hablar de sus orígenes, porque sabemos que esta ciudad reniega de su pasado a martillazo limpio. Hoy se nos impone la urgencia de su futuro. Y el presente, lacrado por el caos, es el primer mandamiento de ese futuro. Todos los caraqueños nos preguntamos por qué los tantos regentes que ha tenido esta ciudad no terminan de construirla. Seguimos siendo, como lo decía Cabrujas, “un mientras tanto y por si acaso”.


No existe memoria para apiñar tantas promesas olvidadas,  proyectos inconclusos o gestiones deshonestas. En su mientras tanto, Caracas sigue dispensándonos sus prodigios, esperando agónicamente por nosotros.


***


Me suelo ufanar diciendo que nací en Caracas, que me gradué en el Liceo Caracas y que soy militante de Los Leones del Caracas. Proclamo con tres datos biográficos, sin duda irrelevantes, mi devoción por la ciudad donde ejerzo la vida.


Caracas es el lugar donde me he enamorado todas las veces, donde aprendí a jugar beisbol y lamer mis propias heridas, donde garabateé mi primer poema y  asesinaron a mi mejor amigo.


Es la ciudad donde me deslumbré con las páginas de Salvador Garmendia, Juan Sánchez Peláez y Rafael Cadenas. La ciudad donde descubrí el sabor de las arepas en la madrugada. La ciudad que me permitió un amor juvenil en Lomas de Urdaneta y otro en El Cafetal, un amigo en La Vega y otro en el Alto Pinar, quinientos viajes en el autobús de la línea San Ruperto, una cantidad inapreciable de perros calientes en sus esquinas, una lista febril de conciertos en el Poliedro y, sobre todo, una ciudad donde entendí el significado de la palabra democracia. Ese ejercicio de libertad al que no pienso renunciar por más que los fanáticos de Lenin y Fidel se afanen en pulverizarla.


Es la ciudad donde aprendí a ser peatón y estrellé mi primer vehículo. Aquí he sido tantas veces feliz que no conozco mejor escenografía para mis desánimos. Soy de esta vehemencia del asfalto donde los motorizados me observan con desprecio por el rasante hecho de poseer un carro. Pertenezco a esta luz incrédula y magnífica que tanto persiguen fotógrafos y pintores. Correspondo a este desconcierto colosal donde conviven la calle del hambre, el afán de la moda, la Torre de David, las garzas del Guaire, los ejecutivos del petróleo, los travestis de la Libertador, la gastronomía de los Palos Grandes y el crack de las barriadas.


Soy aquel habitante de El Paraíso que caminó exhaustivamente la Avenida Baralt y los laberintos de Casalta descubriendo en sus esquinas a Ismael Rivera y Hector Lavoe, pero también a Oscar D´León con la Dimensión Latina y al Sonero Clásico del Caribe. El mismo que descubrió los gritos de jonrón en sus calles, cuando la primera base era el tronco de un árbol centenario y la tercera el faro de un Chevrolet del 68.


Hoy, esta generación no conoce los entresijos lúdicos de la calle. Sus avenidas se han convertido en zona de prisa y fuga. Hoy, mi sentido de pertenencia a esta ciudad ha sido vapuleado por sus gobernantes y malandros, a veces, escandalosamente mezclados en la misma cédula de identidad.


Esta es, sin duda, una ciudad cada vez más difícil de querer. Un malentendido que camina con largas zancadas hacia el abismo.


Hoy mi ciudad es mi claustrofobia. Mi estridencia y mi dialecto íntimo.


***


Vivimos en una capital bombardeada por la virulencia política. Los ojos del Comandante Galáctico nos vigilan desde vallas y paredes mientras sus discípulos invaden terrenos y malversan bienes. La anarquía nos gobierna tras el hachazo que nos partió en miles de pedazos.


La inseguridad ha definido el biorritmo de la ciudad. Somos inquilinos del miedo. Ya los amantes no se tardan a besos en el carro. Es el amor exprés, consecuencia del secuestro exprés. Ya ni se puede ser un diletante de la amistad en las esquinas.


Hoy la misión primaria de los caraqueños es pugnar con la cultura de la muerte. La ciudad nos ha empujado a las paredes de nuestro hogar. Le robaron la noche, le expropiaron su bohemia. Los centros comerciales, plazas de la posmodernidad, tienen la respiración entrecortada.


El paisaje urbano por excelencia es la violencia. La muerte es la primera y última noticia del día. Boris Muñoz habla de: “ese infinito hilo de sangre que ha hecho que Caracas también sea conocida como la capital de la crónica roja”. Apunta la existencia de dos ciudades que “como hermanas enemigas, a veces logran ignorarse, pero nunca dejan de entrecruzarse”. Dos mitades que se repelen y complementan.


Somos cada vez menos gregarios, y por lo tanto, más solitarios. Menos ciudad, y por eso, más isla y guarida. Nuestra vigencia está severamente cuestionada por la escasez de agua en los grifos, luz eléctrica para trabajar o aceite de maíz para cocinar. La Caracas del siglo XXI anda salpicada de estudiantes protestando en masa, madres en la orilla de la morgue, silicona en los glúteos de la vanidad y toneladas de reguetón en las esquinas.


Caracas es una herida en el costado. Unos ojos que destilan gas lacrimógeno. Un semáforo en eterna luz roja. Un buhonero que vende leche en polvo y balas perdidas.


Caracas, la del cielo que desata envidias. Basurero de las grandes ideas, pero también custodia de nuestras ambiciones. Caracas la chic y la chaborra. La risueña y la amarga. El valle bipolar que cantan Yordano, Masserati 2 litros y Mariaca Semprún. La nostalgia impoluta de Ilan Chester, Aldemaro Romero  y Billo Frómeta.


Alguien ha dicho que el principal lugar común de esta ciudad es la desconfianza. Y, ciertamente, el recelo esta empozado en nuestras miradas. Aprendimos a vernos de reojo.


***


Es muy fácil hacer una lista de razones para condenar a Caracas.


Nos ha entrenado para tratarla con ironía y hostilidad. Es tan cómodo devolverle los insultos que hemos aprendido a hacerle el odio. Vale la pena el ejercicio contrario: ensayar argumentos para quererla. El desafío de sus ocupantes es reconciliarnos con sus virtudes y exigirle un destino más acorde con las pulsiones de toda metrópolis contemporánea. Olvidamos hacerle el amor.


Yo, por ejemplo, siempre he abonado mi entusiasmo a la leyenda de que en sus aceras deambulan las mujeres más hermosas del planeta. Sea verdad o exceso, me gusta creerlo y muchas veces siento constatarlo.


En esta ciudad es posible honrar la exigencia del paladar más mundano y puntilloso. Se puede exhibir la misma ligereza de vestuario tanto en febrero como en julio o noviembre. El clima de Caracas no es percance, sino  bendición.


Su reina madre es la montaña, ese portento que llamamos Ávila. Nuestra postal invicta. La desembocadura de todas las miradas. El talismán que los viajeros se llevan en las maletas de la nostalgia. La brújula y el monumento mayor de la ciudad.


Caracas es una ensalada de gentilicios: los cubanos de ahora, los chinos recién llegados, los haitianos del carrito de helados, los colombianos de siempre, los españoles eternos, los italianos sin regreso. Una tierra de inmigrantes que hoy tuerce su cara para buscar una puerta de salida al exilio. Escribió el poeta Juan Calzadilla: “El que huye de la ciudad huye de sí”.


Caracas necesita más piropos así como más gerentes que sepan de urbanismo, de cultura callejera, de civilidad y sentido común. Caracas solicita coherencia a grandes dosis.


***


Yo anhelo una ciudad donde pueda volver a ser peatón en sus 25 kilómetros de longitud. Mis hijos no caminan su ciudad. Van de un lado a otro atrapados en la burbuja de un carro con aire acondicionado. Ambiciono para ellos un asfalto donde puedan jugar caimaneras o manejar bicicleta sin el riesgo de terminar secuestrados. Que este cielo lujoso sea el techo de sus juegos, así como lo fue de los míos.


La ciudad posible necesita de nosotros. De nuestra apetencia por ella.


La ciudad posible ocurre, por ráfagas, en los mercados callejeros, en las ferias de libros, en los festivales de música y teatro, en las plazas iluminadas y otra vez verdes.


La ciudad posible debe tramar la convivencia entre conductores y motorizados. Donde el maltrato le ceda el paso al respeto. Necesita ciclistas y músicos ambulantes, cafés y restaurantes al aire libre. Una urbe donde se recupere el placer de la tertulia. Donde no se nos escape el sol en colas perpetuas para buscar comida o regresar al hogar. Donde la calle sea coctel y vorágine para el asombro y la maravilla.


Una ciudad, sobre todo, donde la vida le gane la batalla a la muerte.


Quiero la Caracas que se despliega en los folletos del entusiasmo turístico. Esa Caracas descrita por fabuladores y mitómanos. Esa Caracas siempre fotogénica y ávida de mejores caricias.


La ciudad posible nos espera en algún lugar del futuro y en la terquedad de los optimistas.


Merecemos que este pavimento de nuestro agobio vuelva a ser sucursal y cielo.


Toda ciudad es la suma de su gente y la impronta de su geografía. Por eso, en honor al carisma indestructible de Caracas, se impone  refundarnos.


Somos seis millones de personas que aspiramos a la concordia definitiva. Ese supremo acto de civilización que nos devuelva la posibilidad de vivir sin abismos en una de las ciudades más luminosas del Caribe.


Debemos exigir lo que merecemos ser: ciudadanos de la alegría y no de la furia. Caraqueños que recuperaron la risa y el apego.


Caracas, la ciudad bendita que alguna vez se nos perdió en la traición de sus propios habitantes.


Caracas, la posible. La urgente.


Leonardo Padrón

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Published on August 03, 2014 04:30

August 2, 2014

El aniversario de los testarudos

Kapucinski dijo una vez que “la gente común conoce la historia del mundo a través de los grandes medios”. Por eso quiero empezar estas líneas con una infidencia que garantizo muy poco original: yo aprendí a leer al país a través de las páginas de El Nacional. Mi primer acercamiento a la tinta de un periódico tenía su logo, su nombre, su modo. Porque los periódicos tienen, sí, un modo de ser, una personalidad, una manera de conversar con sus lectores.


Yo podría dejar en claro mi apego por El Nacional a través de un copioso anecdotario. Refrendar la necesaria rutina de comprarlo todos los días. Intentar una lista de los grandes periodistas que han transcurrido a través de sus páginas. Hablar también del imprescindible Zapata, de la inolvidable columna de Cabrujas, de las irreverentes entrevistas de Nelson Hyppolite Ortega y Elizabeth Fuentes, de la camada de invalorables articulistas que han alimentado sus folios. Y pienso, por ejemplo, en el lirismo de Adriano González León, en la mordacidad de Juan Nuño, en la mirada analítica de nombres como Simón Alberto Consalvi, Milagros Socorro, Alberto Barrera Tzyska, Elías Pino Iturrieta o Tulio Hernández. El inventario es mucho más extenso. Un largo orgullo de firmas. Podría hablar de los trabajos de investigación, de los reportajes incisivos, del deleite de los domingos embozado en sus tantos cuerpos. Incluso invocar la alegría que exhibí sin pudor cuando me publicaron mis primeros poemas en el Papel Literario. Podría proponer un empalagoso coctel de adjetivos para celebrar sus 71 años de existencia. Pero todos sabemos que esta vez cumplir años no ha sido fácil.


El periodismo venezolano tiene ya demasiado tiempo navegando en un exasperante mar de leva. Se ha sumido en una espinosa lucha contra un sistema de gobierno que le tiene alergia a la verdad, fundamento cardinal del periodismo. Hemos visto caer sucesivamente y en cámara lenta a medios de comunicación que fueron referencia y paradigma durante décadas. Los francotiradores del poder han afinado la puntería: primero la televisión, después la radio y ahora concentran su mirada en la prensa escrita. Disparan y ella se deshoja. Las rotativas crujen. Las cuerdas vocales de nuestros medios de comunicación se han ido quebrando, torciendo o cambiando de timbre. Somos un país que se está quedando afónico.


Hoy, El Nacional, más que un periódico, parece una isla. Una sala de de redacción llena de testarudos que insisten aferrados a sus computadoras y principios. Celebrar el aniversario de este periódico hoy no tiene las mismas connotaciones que hace diez o veinte años. En rigor se celebra, además de una persistencia, un acto de coraje. Eso que también se puede llamar coherencia. Mientras alrededor contemplamos la dolorosa metamorfosis de medios que fueron referencia del periodismo independiente en Latinoamérica, El Nacional asume, con los riesgos que implica, nadar a contracorriente. Y se está quedando cada vez más solo.


Hoy el periodista en Venezuela es una suerte de perseguido político. Uno de los villanos del elenco, según el criterio novelesco del régimen. Pocos llegaron a imaginar que, en pleno siglo XXI, la figura del periodista venezolano fuera tan satanizada, hostigada y amenazada. La historia lo ha dejado claro: manipular a la opinión pública es parte de los mandatos de toda revolución socialista para sobrevivir a su propio anacronismo. Sin duda, el periodismo siempre ha sido incómodo para el poder. Su afán de registrar hasta encontrar perturba siempre a los gobiernos de turno. Su necesidad de confrontar, de opinar, de burlar la censura – esa que nace por decreto, por mampuesto o por coacción- es una premisa ética. Un periodismo que calla no es periodismo, es ofensa. Un periodismo sumiso no es cátedra, es cortejo y carantoñas. Un periodismo que no interpela es  sinvergüenzura y complicidad. Un periodismo que se vende o claudica no es periodismo: es negocio, miedo, transacción.


Ciertamente, decir la verdad nunca había sido tan peligroso como hoy, pero tampoco tan apremiante. Urge reflexionar sobre el rol histórico que está jugando el periodismo en la actualidad. La revolución de los tres apellidos, bolivariana, socialista y chavista, ha decidido cerrar gradualmente las brechas por donde se cuelan las grandes verdades. El Nacional es hoy una rendija amenazada. Posee la responsabilidad de haber ayudado a construir la memoria colectiva del país y por eso no puede abandonar el compromiso que tiene con sus lectores. Contar lo que está pasando: esa es una misión a la que no puede renunciar. El periodismo es un oficio de alto riesgo, pero mucho más en un país donde la libertad está en vías de extinción. Se procura imponer la verdad oficial del régimen, una versión donde estamos repletos de pasajes aéreos, justicia, baterías para carros, harina precocida y derechos humanos. En esa versión del país no hay sangre en las calzadas, ni presos políticos, ni carestía, ni falta de divisas. Es el país ficticio que hoy postulan tantos medios. La muy indecorosa hegemonía comunicacional.


Volviendo a Kapucinski, él decía que los cínicos no sirven para este oficio. Pero sirven para comprar periódicos enteros, implantar líneas editoriales, censurar artículos, masacrar la nómina, e incluso, disfrazarse de antipoder. Hoy es el momento histórico de las excepciones. Por eso, aun en la mayor anorexia de páginas que ha vivido en sus 71 años de existencia,  El Nacional insiste, con su largo equipo de testarudos, decidido a no defraudar nuestro acto reflejo de buscarlo en todas las esquinas del país apenas el sol nos toca los ojos.


Leonardo Padrón

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Published on August 02, 2014 13:51

July 19, 2014

Entre el humor y la desdicha

En la entrevista que le hiciera a Emilio Lovera para la sexta temporada de Los Imposibles, ya hacia el final,  le pregunté: “¿Cuál crees que es la gran virtud de los venezolanos?” Su respuesta fue: “Reírse de su propia desgracia”. “¿Y el gran defecto?”. Emilio, entonces, dejó caer una frase tan lúcida como lapidaria: “Seguirse riendo después que se río la primera vez”. Dicho en otros términos: La insana costumbre de quedarnos viviendo en el muladar de la risa. El chiste que parodia la realidad parece bastar para lidiar con nuestros agobios. Dice Angel Gustavo Infante que el humor criollo es “una marca que viene de lejos- quizás del primer mestizaje- y circula en nuestro torrente sanguíneo como el RH positivo de una idiosincrasia que no se amilana ante las adversidades”.


¿Bastará eso para salvarnos?


***


Hace apenas dos semanas estuve en Maracaibo. No hay mejor lugar para toparse con la hipérbole de nuestro humor. El chofer encargado de transportarnos a Tania Sarabia, Claudio Nazoa y a mi poseía una elocuencia digna de su gentilicio. No dejaba de contarnos situaciones que se columpiaban entre la indignación y la risa. Nos habló del médico cubano de Barrio Adentro que chequeó a su tía por más de una hora y finalmente proclamó su diagnóstico: “Oye, mima, lo mejor para aliviar el dolor de huesos es aceite de transformador”. Ella se quedó impávida. Sin atinar a discernir si era un chiste sobrevenido o un tajante remedio. Pero la ira de nuestro conductor se incrementaba al hablarnos de la nefasta industria del bachaqueo. Ya no hay domésticas, comentó. Ganan mucho más dinero haciendo colas para comprar comida que será revendida en Colombia a un precio escandalosamente provechoso. También escasean los taxistas. Prefieren como pasajero a la gasolina que llevan en sus tanques hacia la frontera. Otro caso insólito: la venta de dinero. En Maicao y Cúcuta compran billetes de 100 Bs. por 140 Bs. en billetes de baja denominación. Conclusión: los billetes de 100 Bs. están a punto de extinguirse en Táchira y el Zulia. El chofer nos habla de las numerosas gandolas que transportan gasolina al país vecino, controladas con total descaro por los militares. Cuentan que un hombre de verde, recién llegado a la zona, comenzó a indagar la magnitud del negocio. Le mandaron varios recados que se resumían en uno solo: “Es peligroso hacer preguntas”. Al honesto militar no le quedó más remedio que convertirse en silencio y vergüenza.


En el lobby del hotel, otro marabino nos resumió el dilema con pasmosa simpleza: “En tiempos de crisis solo hay dos tipos de personas: los llorones y los que venden pañuelos. Si eres de los últimos, te hacéis millonario”.


***


El infortunio de la revolución bolivariana ha generado una monumental fábrica de chistes. Los comediantes no se dan abasto. El absurdo viene adobado por las irrisorias decisiones  gubernamentales. Ciertos portales de internet han sido creados solo para atesorar las respuestas del humor criollo al caos.


Una de las vías de comunicación por excelencia es el vidrio posterior de los vehículos. La gente hace humor ambulante. Va por las calles ventilando pequeños triunfos o su réplica ante el ahogo económico. En una calle de Caracas, el propietario de un Toyota Corolla exhibe su contentura, en letras grandes: “Mi bolsillo es libre! Mi hija es abogado!”


Otros vehículos encaran directamente varias aristas de la crisis. Una camioneta 4 x 4 reza en su vidrio trasero: “Cambio sacos de cemento por pañales XXL”.


Las paredes de las calles son la página en blanco del hombre urbano. Allí se protesta, se ama, se advierte. Muchas paredes se convierten en testimonio de nuestra pésima relación con la gramática, agregando un pellizco de asombro por su contenido: “Proivido asel brugería”. Según parece, son tiempos devaluados para brujos y profetas, a pesar de los asideros masivos e irracionales que muchas veces generan.


Algunos carteles parecen una cruda analogía de las exigencias del régimen con sus subalternos: “Se necesita empleada. ½ tiempo. Que no sepa hacer nada pero que obedezca”.


***


Unos adolescentes se divierten con la idea de un Mundial de fútbol organizado en Venezuela. Ríen imaginando titulares de prensa: “Müller y Klose fueron secuestrados saliendo del hotel”. Se ponen excesivos y crueles: “Messi no participará en la final porque lo mataron paseando por el Hatillo”. Hay también reflexiones: “Seguro ni siquiera llegan a construir los estadios”. Ensayo defender al país: “En condiciones económicas normales se podría”. Pequeño silencio. Como no se trata de tejer espejismos, completo la frase: “Claro, lo más seguro es que alguien se robaría el 60% del presupuesto y solo alcanzaría para construir dos estadios”.


Me duele saberlos tan conscientes de nuestra mala reputación. Ya no existen burladeros. Ni siquiera en la infancia. Opto por cambiar el tema. “¿Vieron que por primera vez un pitcher criollo, Félix Hernández, abrió un juego de estrellas en las Grandes Ligas y que en el mismo juego Miguel Cabrera dio un jonrón en su primer turno al bate?” Intento una pizca de Hirudoid en nuestra vapuleada autoestima. Una palmada fugaz en el ánimo.


***


En un merendero popular, un cartón exhibe una advertencia con letras torpes: “Baño Dañado. Es decir, no sirve”. La precisión es un mérito. Son tiempos confusos.


Un descomunal hueco en una calle está coronado por un aviso, con tres flechas rojas que apuntan hacia abajo. El letrero dice: “Patria. Entrada Gratis”. Sin comentarios.


El testimonio más conmovedor, en un país acostumbrado a la diatriba, es el que profirió Alan Joseph Torres Chávez en su cuenta de Facebook: “Quizás este comentario no sea tan importante para muchos de ustedes y se pierda entre los demás comentarios, la mayoría ni lo leerá, tal vez sea criticado pero en fin solo quería decirles que vendo empanadas”.


El anterior mensaje suscitó 3.584 “me gusta” y un despliegue de apostillas y carcajadas. ¿Es Alan un insigne jodedor o un cándido irreversible?


En el mismo rubro, pero con más pragmatismo, te topas en una carretera con una casa y un letrero sucio que anuncia, casi luctuosamente: “A partir del 1 de junio las empanadas subirán a precio SICAD 2”.


Nos asfixian la vida, pero hay que echar vaina.


***


Dicen que hemos perdido la capacidad de asombro. No se inquieten, siempre hay chance. La reseña de los dos hermanos ajusticiados en un quirófano del Hospital Clínico Universitario le dio la vuelta al mundo. La noticia del único aeropuerto del planeta donde hay que pagar impuesto para respirar fue reseñada por BBC Mundo. No sabes lo que te perdiste, Gabo. La perplejidad es una metralleta sin pausa. En el Hospital Central de San Cristóbal pidieron a los deudos que trajeran su propia segueta para poder realizarle la autopsia a sus seres queridos. Imagino el asombro en mitad del llanto. El aturdimiento. La ira. La vergüenza del empleado del servicio de anatomía patológica. La nota cuenta que los familiares de las víctimas debieron realizar una colecta, “una vaca”, para comprar la segueta. No es difícil imaginar a la madre arrasada por el dolor. Un hermano. Una novia. Cada quien registrando su cartera. “Yo tengo solo 300 Bs.”. “Tendré que ir a un cajero”. “¿Cuánto cuesta una segueta?”. Frases que posiblemente fueron dichas, mezcladas con el abatimiento. Luego la comisión para ir a comprarla. Quizás se empleó la misma dinámica que se usa para comprar el licor en una fiesta. Pero esta vez no hay celebración. Solo un objeto frío que no romperá un candado, sino el costillar de un cadáver humano. Al dolor de la muerte, se le agrega la macabra diligencia. Cuentan que les costó mucho conseguir una ferretería abierta un sábado en la tarde. Prohibido llorar. Primero hay que  comprar la segueta.


El mismo día, un diputado oficialista dice en televisión, exultante: “La prioridad es el ser humano. Y en revolución aún más”.


Hay furias donde no cabe el humor. Solo la desdicha.


***


En una calle de una ciudad del interior un letrero anuncia tranquilidad para los conductores que se estacionen en el sector: “Su carro está siendo vigilado por satélite”. Al lado se puede ver a un niño que no llega a los doce años, con actitud solemne y una camisa blanca que lleva escrito en grandes letras: “Soy satélite”.


Los avisos clasificados dan para todo. Y si a ello le juntas el país que hoy padecemos podemos conseguir avisos como el publicado en el diario regional La Noticia: “Le hacemos la cola para comprar batería, gas, farmatodo, etc. También le pagamos los servicios de agua, luz, banco, etc. Empresa seria y responsable”. Y acto seguido da los teléfonos donde ser contactados.  Recuerden al maracucho del lobby: hay gente que no llora, sino que vende los pañuelos


Es un axioma: el humor nacional va de la mano con el infortunio.


***


Todo nos devuelve al diagnóstico de Emilio Lovera: seguir riéndonos después de haber reído la primera vez. He allí el error.


“De la esperanza soy socio”, me dice mi imperturbable corredor de seguros. Esta vez, antes de irse de mi casa me soltó: “Estamos mejor que en Palestina”. Me recordó a un comerciante en Maiquetía que se consoló con una humorada: “Al menos la cola para pagar el ozono avanza más rápido que la de Mercal”. Las opciones contra el naufragio se nos están quedando rezagadas detrás de la jodedera nacional. Me agotan tanto los chistes sobre la MUD como los insultos. Ya basta de políticos declarando a los medios que hay que unirse. ¿Por qué no terminan de ponerle lugar y fecha a esa imprescindible reunión? Maduro seguirá atropellando el idioma ad infinitum tal como atropella nuestros derechos humanos. Así que la burla termina siendo un precario antídoto.


Ciertamente, el humor nos acerca a la esperanza, pero como bien dice Laureano Márquez, este país “mas que un chiste, es una ausencia de seriedad”. Tenemos un compromiso histórico e inaplazable: tomarnos en serio alguna bendita vez para poder reconstruirnos a lo largo y ancho del mapa. Y no seguir columpiándonos peligrosamente entre el humor y la desdicha.


Leonardo Padrón

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Published on July 19, 2014 21:35

July 5, 2014

En el lugar equivocado

“Vi una madre cubrirse el rostro con sus cabellos para siempre.”


                                                                     Vicente Gerbasi


                                     


Mami, cuando te pregunten qué necesito, diles que barajitas para llenar el álbum”. La frase la puede haber dicho cualquier niño del planeta. Una frase habitual en julio del 2014, en pleno clímax del Mundial de Fútbol. Sólo que, esta vez, quien la dice es Marco Coello, joven venezolano de 18 años quien ya cumple cinco meses preso. ¿Su delito?: Haber participado en la marcha del 12 de febrero, día de la juventud, en protesta por los estudiantes detenidos en Los Andes. El candor de la petición, que refleja el nivel de aspiraciones de alguien que aún sigue atado a los entusiasmos lúdicos de la vida, contrasta escandalosamente con el dictamen de la juez 16 de control, Adriana López, quien ratificó los cargos impuestos por el Ministerio Público contra el joven: incendio, daños, instigación a delinquir y agavillamiento.


Marco Aurelio Coello será juzgado junto a Christian Holdack, estudiante de diseño, y a Leopoldo López, líder del partido político Voluntad Popular. Dice el dictamen, apelando a un término infrecuente, que Leopoldo fue el “determinador” de los delitos que ambos jóvenes presuntamente cometieron.


Pero resulta revelador descubrir que el joven estudiante de 5to. año de bachillerato nunca en su vida había visto a Leopoldo López. Lo conoció el día de la audiencia preliminar. Su propia madre asegura que más determinador en su vida podrían ser Lionel Messi o Juan Arango. Ni siquiera le interesa la política. “Yo algún día quisiera construir edificios enormes como esos de Dubai”, le confesó alguna vez. Hoy está detrás de las rejas. Esperando el juicio. Mientras, sus compañeros de estudio andan en caravana por la ciudad celebrando su graduación como bachilleres. Él no. Él perdió el año, la libertad, y buena parte de su inocencia. ¿Su delito? Haber estado el día equivocado en el lugar equivocado.


***


“Mami, mañana voy a la marcha”, con esas seis palabras Marco sorprendió a su mamá la víspera del 12 de febrero. “¿Pero tú no tienes clases mañana?”, le replicó Dorys de Coello. El joven le explicó que iría a la marcha después de asistir al curso extra cátedra que realizaba todos los miércoles en el Multicentro Empresarial del Este. Dorys intentó disuadirlo. Su padre también. No funcionó. Pero se calmó un poco cuando supo que su hijo iría con un compañero de clases y su mamá. Estarían con una persona adulta que, era de prever, canalizaría cualquier vehemencia o exceso. Le dio un último consejo: “Ve por los laterales, así, si se presenta un problema te puedes resguardar en alguna tienda”. Su aprehensión estaba reforzada por un detalle significativo: Era la primera marcha a la que asistiría Marco Coello en su vida.


***


El día de la marcha, Dorys estaba en la rutina de su trabajo. A las 2:30 pm vio el reloj y se extrañó de no haber recibido ningún mensaje de su hijo. Atribuyó el hecho al colapso típico de los celulares en las concentraciones. Mucha gente en un mismo sitio termina generando una gran incomunicación. Pero una hora después la extrañeza derivó en preocupación. La marcha, suponía bien, debía haber terminado hace ya un buen rato. Al llegar a la casa, prendió el televisor y sintonizó la señal de NTN24. Justo en ese instante, la periodista Idania Chirinos anunciaba: “Confirmado, hay dos heridos y un fallecido en los alrededores adonde llegó la marcha”. Una ráfaga fría paralizó a Dorys de Coello: “Cuando Idania iba a leer los nombres, yo cerré los ojos y me encomendé a Dios. Luego anunció que el gobierno había decidido cortar la señal del canal.”. La madre de Marco entró en un limbo de desinformación. Hizo muchas llamadas hasta que finalmente a las 6 pm localizó a un compañero de estudios que le habló de la foto de su hijo que circulaba en las redes sociales: rodeado por seis hombres que se le enciman, torso desnudo, franela aferrada en la mano izquierda, semblante entre el susto y la impotencia. Solo una madre tiene fielmente catalogadas las expresiones del rostro de un hijo. Y esa era, según Dorys de Coello, la foto irrecusable de la desesperación.


Su relato de la travesía para ubicarlo a través de varias dependencias del CICPC y del SEBIN se resume como la noche más larga de su vida. Pensó que el incidente no iría más allá de una breve detención. Hasta que alguien le dijo: “Su hijo está comprometidísimo”. Se quedó perpleja. El estilo de vida de Marco no combinaba con una frase de ese tenor. Ella no sospechaba la magnitud de lo que ocurría. Solo logró verlo después de estar 48 horas incomunicado. Desde entonces, la pesadilla ya lleva cinco meses de extensión.


***


Marco Coello apenas tuvo diez minutos para relatar a sus padres lo ocurrido: al llegar al final de la marcha, le dijeron a la madre de su compañero que subirían una cuadra más. Ella los tenía a golpe de vista. Los veía sentados cerca de la estación del metro. Cuando comenzaron las detonaciones, salió corriendo a buscarlos. Hubo más y más disparos. Finalmente la señora alcanzó a su hijo. En la confusión, Marco los perdió y sin darse cuenta corrió hacia otro lado. Era la primera vez que acudía a esa zona de la ciudad. Estaba totalmente desorientado. Y acorralado. En un extremo había una barricada de policías con escudos protectores, en el otro se multiplicaban los encapuchados con armas. Se defendió, como muchos, lanzando piedras. Ya se hablaba de un fallecido y varios heridos. Él corrió. Quería regresar por el sitio por donde había llegado. Justo donde comenzaban los destrozos frente al Ministerio Público y la quema de vehículos. Una bomba lacrimógena estalló a su lado. Casi al borde de la asfixia, alguien le dio un trapo húmedo y un envase plástico con agua. Segundos después, lo agarraron. Junto a Christian Holdack, a quien no conocía.


A Marco se lo llevaron detenido con quince jóvenes más. Fueron presentados en el tribunal 26 de control donde a diez de ellos les otorgaron medida cautelar y a los seis restantes les dictaron privativa de libertad. Marco, aún no entiende por qué, fue uno de esos seis. Allí nació lo que se conoció en las redes como #Los6del12F. Todos coincidieron en afirmar que fueron golpeados brutalmente, rociados con gasolina, y amenazados con  armas de fuego. A Marco, que mide 1,98 mts. de altura, le envolvieron el cuerpo con un gran trozo de goma espuma, lo golpearon con extintores de incendio y bates. Le exigieron firmar una confesión donde se responsabilizaba de la violencia acontecida. En un arresto de coraje, le dijo a uno de los funcionarios: “Si quieres mátame, pero no voy a firmar porque yo no he hecho nada”.


Simplemente, había estado en el lugar equivocado.


***


“Yo todavía no logro entender lo que está pasando”, me insiste su madre. Ellos son tres hermanos: la mayor tiene 36 años y el otro, de 28, ya no vive en el país.  Marco es su único hijo en casa. “A mí no sólo me están quitando mi hijo, sino mi pana. Trotábamos, jugábamos tenis, veíamos películas juntos, conversábamos mucho”. Se le rompe la voz. Reconoce que solo en las noches se permite llorar. Hace semanas, le escribió una carta a la comisión de Unasur presente en el país. Intentó que sus palabras llegaran a manos de la canciller colombiana María Ángela Holguín, por razones obvias: es mujer y madre. Nunca obtuvo respuesta.


Desde que su hijo está en prisión ella ha perdido diez kilos, el sueño y la vida que tenía antes. Sabe que Marco debe pasar las noches con gente detenida por homicidio o secuestro. Delincuencia común conviviendo con un muchacho común. Marco es un joven de talante festivo, pero la reclusión le ha erosionado severamente el ánimo. Ha sufrido crisis depresivas. Le han tenido que llevar asistencia médica. “En cinco meses le ha cambiado la mirada, la forma de abordarte. Es otro”, asegura su madre.


Los tres agónicos días que duró la audiencia donde esperaban salir en libertad tuvieron un pésimo resultado. El propio Leopoldo López en su comparecencia dijo que, en última instancia, lo dejaran a él detenido pero liberaran a Marco Coello y Christian Holdack. La juez, inmutable, ordenó que los tres deberán esperar su juicio tras las rejas.


Un golpe mortal. Depresión, insomnio, angustia.


***


A pesar de eso, su madre me comenta dos episodios donde aún reconoce al joven que salió de su casa a marchar el 12 de febrero. Marco reza. Reza todas las noches. En una de las dos visitas semanales que tiene permitida le comentó: “Estos panas no creen mucho en esto. Yo les digo: el que quiera rezar un salmo venga conmigo”. El menor de todos dándoles fortaleza espiritual a los demás. En otra ocasión, una señora le llevó un peluche en forma de puerco espín. Le insistió en que era un símbolo necesario para limpiar las malas energías. Con él duerme, aferrado a lo que aún le queda de niño. Sin importarle la burla de los policías.


***


El Mundial de Fútbol tiene hipnotizada la atención de millones de personas. Y nadie puede condenar eso. Mi conversación con Dorys de Coello duró lo que dura un juego de fútbol, con su respectivo tiempo de alargue: 94:08 minutos.  Me cuenta que es el deporte favorito de su hijo: “Tiene en casa un balón firmado por Messi y Ronaldinho. Viajó toda una noche por carretera con su hermana a Maturín en una oportunidad que ambos estuvieron en Venezuela. Los vio, le firmaron el balón y se devolvió”. Messi estaba en el área chica de sus ambiciones.


Hoy Marco Coello pide barajitas para llenar el álbum del Mundial 2014. Graduarse. Montar bicicleta. Ir de nuevo al cine con su novia. Pide su vida de siempre.


Sólo que está en el lugar equivocado.


Leonardo Padrón

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Published on July 05, 2014 21:35

June 22, 2014

Después

En Venezuela, la vida es un después.

Nuestro talante ciudadano tiene una tajante línea divisoria: antes y después de Chávez. Nadie escapa a la certeza de que, después de lo ocurrido durante estos años, nunca seremos los mismos.

Muchos apuestan por el país que surgirá después del ocaso de la revolución bolivariana. Otros piensan que no habrá después. Que la semilla del chavismo es invulnerable.

Perdimos la opinión que teníamos de nosotros mismos. Ha quedado al descubierto que nos hemos sobrevalorado. En el mismo gentilicio donde creíamos que reinaban el humor, la generosidad y la concordia también hacen fiesta el odio, la violencia y el rencor.

Caídas las máscaras, ahora somos un después.

Tamaña tribulación.


***


Una mañana, en mi breve viaje a Miami, visité un local de comida criolla. Son muchos los exiliados que han sobrevivido apelando a la nostalgia del paladar. La gastronomía también es un pasaporte de regreso. Al entrar al sitio veo a una joven que limpia las mesas con afán. Me saluda y, sin mediar protocolos, me cuenta su vertiginosa historia. Tiene apenas tres meses en territorio norteamericano. Se fue al rompe. Vivía en pleno Chacao, allí donde pastaron las bombas lacrimógenas y las guarimbas durante semanas eternas. La vida se le convirtió en un sobresalto. No solo era así la permanencia en el hogar, sino el ejercicio de su vocación. Trabajaba en el Ministerio de Finanzas y había manifestado varias veces su desacuerdo con ciertas políticas. Craso error. Le comenzaron a hacer la vida imposible. Se sintió emboscada entre su trabajo y su casa. No conseguía aire limpio para respirar. Agarró de la mano a su esposo e hijos y saltó al exilio en caída libre. Hoy espera la aprobación de su estatus como asilada política. Es economista, con sólidos estudios de postgrado. Con un coraje admirable, reconstruye su vida en una ciudad que se ha hecho experta en hospedar urgencias. Por ahora, esa joven mujer limpia mesas, con una dignidad a prueba de balas y prejuicios. Después, estrenará su nuevo destino.

Esa es una de tantas historias. Miami, Houston, Toronto, Santiago de Chile, Bogotá, Sidney. En todas partes estamos. Construyendo un después.


***


Consuelo nació en revolución. Aprendió a decir camarada, pintar banderitas y aplaudir a Fidel antes de llegar a los quince años. Sus padres se descolocaban al oírla hablar así, pues nunca confiaron en los barbudos de Sierra Maestra. Pero aprendieron a callar mientras su hija se convertía en odontóloga. Años después, Consuelo sintió asfixia, claustrofobia. Quería salir de la isla. Inventarse otra vida. La oportunidad se la presentó Venezuela a través de la Misión Barrio Adentro. La idea era vivir en una barriada popular y prestar sus servicios profesionales a la comunidad. Eran trabajos simples: extracción de cordales, reparación de caries, limpiezas dentales. Su nueva vida comenzaba. Al principio se asombró de la variedad de productos que ofrecían los supermercados y la vistosidad de los centros comerciales. Pero después todo empezó a cambiar. Durante cuatro meses vivió prácticamente en toque de queda: el consejo unánime era evitar la noche caraqueña. La paga era realmente exigua y a veces pasaba días donde solo comía pasta. Desde Cuba vigilaban sus movimientos. Limitaron al extremo su vida social. La claustrofobia volvió. Se decidió. Buscó la gente adecuada. Hizo una inversión riesgosa de dinero y logró huir del país a través de una peripecia esencialmente clandestina. Llegó a USA, consiguió varias manos solidarias y desde hace tres años ejerce su profesión. La sensación de asfixia cesó.

La frase que detonó su rebelión fue: “Después de Cuba, ¿otra vez Cuba?”.


***


4:30 pm. Las distintas vías de acceso a FIU (Florida International University) están abarrotadas. Tres son las razones: 1) La remodelación de una de las entradas; 2) El acto de graduación de una larga camada de estudiantes y 3) La celebración, gracias a Venezuelan Studies Initiative, de una charla a cargo de César Miguel Rondón, basada en su libro Armando el rompecabezas de un país. Llegar hasta el lugar se convierte en un embrollo que, como compensación, me permite recorrer a pie los soberbios jardines de la universidad. El recinto académico lo plena un abundante grupo de venezolanos. Muchos de ellos ya tienen años instalados en el sur de la Florida y han convertido ese enorme sol que apenas descansa en su nueva respiración. Estudiantes, académicos, profesionales de diversas áreas, están allí para asomarse, a través de la ecuánime voz de Rondón, a un enjundioso diagnóstico del país. Más allá de la distancia, todos quieren descifrar el momento histórico que vivimos y poner en orden su apuesta por la comarca original. Temas centrales como la política, la justicia, la economía y los valores van dibujando su comprometida silueta a través de un ensamble de voces expertas que César Miguel ha entrevistado en su ineludible programa radial. El saldo que se bosqueja al final es inquietante. Tanto, que la salva de preguntas no tarda en activarse. Sus respuestas y pronósticos no eluden panoramas escabrosos, no trazan espejismos. A pesar de eso, su coda es la que sólo puede destilar un optimista crónico y se emparenta con las palabras últimas del prólogo del libro: “El rompecabezas se ESTÁ construyendo, la acción es continua y no acepta pausas. Es decir: nos implica, nos convoca y nos compromete a todos. Sin excepción”.

Después de la desazón, bienvenida la acción.


***


Leo Un ángel impuro, la más reciente novela de Henning Mankell. Su protagonista, Hannah, después de una compleja travesía, termina regentando el burdel más famoso de una región hostil de África. Un día, una pulsión inexplicable la lleva a escribir lo que ocurre en su interior. La primera frase que se atrevió a anotar fue: “Anoche soñé con lo que ya no existe”. Me detuve en esa línea, me sedujo su enigma, su olor a misterio. La subrayé y sentí la necesidad de expandir su belleza en las redes sociales. Pero entendí lo que iba a pasar. Preví los comentarios que los usuarios del twitter harían. Efectivamente, surgieron a mares las acotaciones que enlazaban la frase al mástil de la realidad nacional. “Anoche soñé con lo que ya no existe” estimuló respuestas como: “Con la libertad/ con el papel tualé / con la democracia/ con la luz eléctrica/ con Venezuela”.

Después del tajo que somos, hasta la literatura se decodifica de forma tendenciosa. Habitamos la impureza. El lenguaje es también una quejumbre.


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El miércoles 18 de junio, mientras muchos veían el juego donde Chile eliminaba a España del Mundial, un turista alemán era eliminado del mundo por la metralla de un delincuente venezolano a las puertas de un hotel cinco estrellas.

Saldo: dos muertos, dos heridos, y un nuevo estupor nacional. En la noche, en cadena televisiva, el presidente refiere el caso como “extraño” y pone tonito. Tonito y mirada. Le faltaron un verbo y dos esdrújulas para achacarle el crimen a la oposición.

El sábado anterior asesinaron a un hombre a las puertas del Arizona Grill, un restaurante de El Rosal. La noticia relata que había llegado con su familia a almorzar al local y minutos después salió a la calle a atender una llamada telefónica. Dos hombres arribaron en una moto, el parrillero se bajó y lo sacó de la vida con varios disparos.

Ambos hechos nos recuerdan la alta tasa de mortalidad que poseen las aceras de nuestro país. La calle puede ser también nuestra tumba. Lo sabemos. Somos mucho más hogareños que antes. Hibernar es una obligación, un acto de inteligencia. Las especies siempre buscan sobrevivir.

Una de las razones menos señaladas por la que tanta gente decide emigrar es para recuperar su relación con el aire libre. Hace semanas cenaba con mi pareja y un par de amigas en un restaurant en Doral, Miami. La conversación era tan animosa que prácticamente acompañamos a los dueños a cerrar el local. Prolongamos la tertulia en la acera. Habíamos cruzado la frontera de la medianoche, la calle estaba solitaria, y de pronto me di cuenta que estaba viviendo una experiencia que ya no recordaba: conversar al aire libre, parado en una esquina, obsequiado por la brisa nocturna, sin prisa en el diálogo, sin esperar el bufido de un delincuente.

El miedo. Eso somos hoy. Miedo que respira, que se atasca en el tráfico, que se cuela en las palabras. “El miedo es una fuente de trabajo extraordinaria”, dice un personaje de Mankell. El autor sueco agrega un dato para redondear: “Se había convertido en un empresario del sector del miedo”. Y, una vez más, es imposible no insertar esas líneas en el mapa nacional. El régimen ha hecho del miedo su mejor plan de gobierno.

Después de 25 mil muertos en un solo año, solo reina el humo del miedo en la calzada.


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Después de tantos discursos prometiéndonos el paraíso para luego aterrizar en el desagüe. Después de más de tres mil detenidos por invocar sus derechos. Después de cuarenta y dos epitafios escritos en sangre y protesta. Después de una metra en la orilla del ojo de un estudiante y una larga lista de torturados. Después de la prisión y el acoso a líderes políticos. Después de expulsar de la televisión a un popular y crítico humorista. Después de la oscura intimidación al venezolano que ejerce su albedrío de no ser “revolucionario”. Después de tantos anaqueles vacíos, tantas aerolíneas despidiéndose, tanto falso magnicidio. Después de convertirnos en una abundante escasez.

Después del infierno, ¿qué paisaje seremos?

Apenas tengo una certeza irrenunciable:

Después del país, siempre el país.


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Dice Luis Enrique Belmonte: “Que mi patria es el botón verde/ sobre la corteza del árbol que retoña/ después de un grave incendio”.

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Published on June 22, 2014 04:30

June 8, 2014

Hola, Miami

En 1984 los venezolanos aprendieron a decir Adiós, Miami. Antonio Llerandi había realizado una película con ese título que hacía mofa del nuevo rico venezolano, desarmando en añicos la frase que los signaría: ‘“Tá barato, dame dos”. Apenas un año atrás había ocurrido el viernes negro y una generación entera tuvo que redefinir sus conceptos de consumo. La propia película fue emboscada por el control de cambio en mitad del rodaje en plena Miami y su título fue una expresión (¿nostálgica?) que terminó devolviéndose como un boomerang sediento de venganza treinta años después. Hoy los venezolanos, quiéranlo o no, aprenden a decir “Hola, Miami”. Es un saludo apurado, jadeante, expresado con temor y prisa, y que deja atrás la mayor de las posesiones: el país. Es decir, el asidero ontológico, la cobija del arraigo. Ya Florida no es el cielo del shopping. Ahora es la ruta de fuga más cercana. La salida más inmediata para escapar de la lluvia de balas y la ruina económica. Miami es la verdadera guarimba: el refugio.


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Es jueves. En los estudios de Telemundo hay un hervidero de actores con un libreto en la mano. Así como en Miami está delimitada la temporada de huracanes, pasa lo mismo con la temporada de castings. Las sillas no se dan abasto. Algunos caminan de un lado a otro mientras repasan la escena que deben representar. Los demás conversan sobre el precio de los pasajes, anécdotas de la inseguridad nacional y aspiraciones en proceso. Son, en gran medida, actores venezolanos, algunos de ellos, estelares, con décadas de oficio y éxito. Hoy comienzan desde cero. Por el pasillo se cruzan directores y productores también venezolanos. Por un instante, triunfa el tumbao vernáculo sobre la “neutralidad” mexicana que la industria exige. Es algo fugaz. Al pasar al casting, los vale, los chévere, los vaina, se quedan afuera, en algún lugar de la antesala, desvaneciéndose. Pero aquí el casting no es solo para conquistar un rol en una telenovela, sino también para ganarse otro destino.


En la noche, al ras de un whisky, una legendaria actriz venezolana me traza una dura analogía: “Para un personaje casteamos 50 actores, tal cual los espermatozoides. Solo uno corona, los demás a mover la cola devolviéndose hasta el próximo coito”. Engulle el trago final y remata: “Miami es un cementerio de actores”.


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Todo exilio es un libro que se abre por primera vez.


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Son días agitados. Me han pautado una vertiginosa gira de medios para promocionar “El Des-Concierto”, el ensamble de música y textos poéticos que junto con Mariaca Semprún y Aquiles Báez llevamos dos años paseando por distintos escenarios. Los periodistas, apenas pueden, saltan a hablar del tema rating, del tema obsesivo, del tema insomnio: el país. Me muevo de Brickell al Doral, a Weston, a Coral Gables, a Coconut Grove. Cada emisora de radio, cada canal por internet, cada periódico, es un onda expansiva de modismos caraqueños, de aspavientos criollos, de chistes orientales. Voy a un restaurante italiano: el maître es maracucho. Me hospedo en un hotel: el gerente es venezolano, y la mujer del frontdesk, y la chef (que hace arepas), y el mesonero, que es de los llanos, y la artista plástica que expone sus cuadros en la galería aledaña, todos son del mismo mapa, ese mapa que estalló en fragmentos gracias a la revolución bolivariana, fragmentos que van y rebotan y aterrizan y buscan reacomodo en el resto del planeta. A efectos geográficos, Miami queda un poco más allá de Terrazas del Ávila.


Tengo varios días en USA y no he logrado practicar mi tambaleante inglés. Volteo a los lados. Llamo al 911. No, no es la solución. Prendo la TV. Ahí está el inglés. Difícil dialogar en otro idioma con un aparato de 23 pulgadas.


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Decía Cervantes: “unas veces huían sin saber de qué, y otras sin saber a dónde”.


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Dos gallos se enfrentan a muerte. Cada uno tiene su truco para vencer. Un gallo negro, cerrero, ostenta el borde de una navaja en su pata derecha. El blanco, fibroso y altivo, posee una hojilla. Doscientas gargantas gritan arengas de combate. El dinero de las apuestas se encrespa con cada arremetida de los gallos. El lugar es un caldo de voces que chocan, se montan una sobre la otra, se tensan hasta el aullido. Al chasquido de una contraseña, varios apostadores mutan en policías.


Fue una redada gigantesca. El Nuevo Herald tituló: “Cientos de acusados por una pelea de gallos abarrotan la corte de Miami-Dade”.


Al día siguiente, 158 personas eran formalmente acusadas de cometer crueldad con los animales, un delito de tercer grado que es penado en USA y es tradición en muchos países latinoamericanos. Los abogados no se daban abasto, ni los alguaciles. Debieron mudar la audiencia a un lugar más amplio, pues la gallera parecía reproducirse.


Cada uno de ellos fue multado con $ 1.150. Algún testigo lejano vio el rebullicio que se repetía cada semana en el lugar y decidió llamar a la policía. Y entonces, durante una mañana entera, la Corte de Miami se convirtió en una sucursal del realismo mágico.


Toda persona que se muda de país lleva consigo el canto de sus costumbres.


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Tarde o temprano sucumbes a un local de hamburguesas rápidas. Quizás inducido por un pernicioso hábito. Pides un combo. Pides mayonesa. El empleado suelta una cascada de sobrecitos. Un exceso, sin duda. Devuelves seis, ocho. Recuerdas la pavorosa escasez de tu país. Piensas en la hipertrofia del Imperio. Ves una valla que dice: “Think Big”. Tu vista recorre durante cinco minutos una agencia de carros repleta de todos los modelos inimaginables. Aterrizas en un Publix y las cebollas y las fresas sufren de gigantismo. La Harina Pan se cae de los estantes. Todo lo hay de forma extravagante. Piensas en tu supermercado de siempre, tu periódico flaquísimo, tu farmacia llena de ausencias. Y todo desemboca en la peor frase dicha alguna vez por Rafael Ramírez, superministro de la revolución, dueño de cinco cargos y abundante cinismo: “Nuestro modelo económico es un éxito”.


La hipertrofia versus la escasez. El todo o la nada.


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Mi visita coincide con un fin de semana emblemático en USA. Se celebra el Memorial Day, en honor a los veteranos y caídos en batalla. Tres días libres movilizan a miles de americanos. En Miami Beach suelen realizar el “Urban Beach Weekend”, un festival monumental de hip hop que trastoca por completo la respiración de la ciudad. Este año 300 mil jóvenes afroamericanos invadieron el sur de la Florida. La policía, los negocios, los hoteles, todo se pone en alerta. El hip hop es un género musical de alto riesgo: los vehículos “tuneados” llenan las calles, la música se reproduce con furia, los disturbios abundan, y la droga y el alcohol bailan sin parar dentro de la sangre. Durante tres días todo es tomado por la vehemencia de la raza negra. Las calles de South Beach parecen una sucursal de Atlanta o New Orleans.


En el hotel donde me hospedo las madrugadas se llenan con el rumor de discusiones y risotadas, torsos desnudos, cuerpos que alcanzan los dos metros de borrachera. Durante tres días, la hispanidad se replegó para dar paso al slam de miles de afroamericanos y la música callejera.


No spanish. Only Hip Hop.


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Fiesta en casa de Tata. Reencuentro con viejos amigos. El aire acondicionado sucumbe. De pronto, todo se convirtió en un olor conocido. A las dos horas, parecíamos estar en una fiesta en Higuerote: sudor y cerveza a raudales. Leonardo Aranguibel dispuso la banda sonora de la noche: ecléctica y sorpresiva, pero básicamente un ejercicio de nostalgia. Pasamos de Led Zeppelin a Sandro, de Trino Mora a Rubén Blades y a Cadáver Exquisito. Entre fotos, chistes y cerveza tibia fuimos otra vez el país invencible donde alguna vez nacimos.


Doral también es sinónimo de Higuerote. El GPS de los venezolanos es una turbulencia geográfica.


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Si afinamos la mirada, descubriremos que los nuevos ricos de antes, multitudinarios y arrogantes, han sido sustituidos por los boliburgueses de hoy, afanados en lucrarse a lo grande con la fraudulenta revolución venezolana. Miami, con mala cara, los ve pasear por sus calles mientras ellos siguen comprando a larga distancia medios de comunicación, empresas y conciencias. Socialistas a control remoto. Muy remoto.


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Cada encuentro con el gentilicio en Miami activa un discurso automático. Los amigos te prodigan claves para aprender a lidiar con la ciudad. Los comentarios no gastan tiempo en anestesia. Te hablan de una ciudad aniquiladora, dura, poco indulgente, depredadora en su dinámica y donde cientos de venezolanos se han dado de bruces. El hecho es que muchos se han visto obligados a decirle adiós a Venezuela, a cambiar su oficio, su rutina y su siempre, sin querer hacerlo. Todo por eso tan poderoso que se resume en “el futuro de los hijos”. Otros, los más jóvenes, asumen el riesgo con el entusiasmo de los aventureros.


Treinta años después del estreno de Adiós, Miami en los cines nacionales, luego del entierro de la generación que inundó los malls con la gula atestada de dólares, el venezolano vuelve a Miami, esta vez sin boleto de regreso, buscando trabajo en esos mismos malls, cargando las luces y trastos de una vida entera, sin saber mayor cosa del mañana, con la mirada torcida por la nostalgia y dos palabras impuestas por los escombros del presente: “Hola, Miami”.


A toda ciudad extranjera hay que saber saludarla. Es un requisito indispensable. Decir adiós es también abrir puertas. Unos se van del país, otros nos quedamos. Cada quien con su razón exacta. El arraigo cruje.


Leonardo Padrón

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Published on June 08, 2014 04:30

June 2, 2014

Leornardo Padrón, Mariaca Semprún y Aquiles Báez llevan su Des-Concierto a Miami

Caracas.- El escritor y dramaturgo Leonardo Padrón, se fue a la ciudad de Miami, donde presentará el próximo fin de semana su última propuesta sobre las tablas llamada EL DES-CONCIERTO, en la que une talentos con la actriz y cantante Mariaca Semprún y el guitarrista y compositor Aquiles Baez.


Se trata de una velada muy especial que se pasea por la emoción, la nostalgia, el humor y la sensibilidad. Gracias al explosivo encuentro entre música y poesía, el público podrá disfrutar de famosas canciones de todos los tiempos a través de la portentosa voz de Mariaca Semprún, el virtuosismo de Aquiles Báez en la guitarra y los mejores poemas amorosos y urbanos de Leonardo Padrón. Todo en un incesante mestizaje de géneros y texturas sonoras.


La travesía recorre el bolero, la bachata, el pop, el jazz, el hip-hop, la música académica y lleva al público a algunas melodías de La Novicia Rebelde y La Lupe, dos musicales de rotundo éxito en Venezuela. En el recorrido, el país también se asomará en las palabras de Leonardo Padrón. Esto es El Des-concierto, un juego de emociones sonoras que conmueve hasta la ovación.

Leonardo Padrón, renombrado poeta y escritor caraqueño, ha sido reconocido por sus resonantes crónicas dominicales y prestigiosas telenovelas, y se ha ganado el cariño de la audiencia venezolana, alcanzando altos niveles de rating con producciones como La mujer perfecta, Cosita Rica y El país de las mujeres.


Por su parte, Mariaca Semprún además de ser una reconocida actriz en la escena de la telenovela venezolana, se ha dedicado a la actuación y al canto por más de 10 años. Su interpretación en los musicales La Novicia Rebelde y La Lupe le han valido el aplauso unánime de la crítica y el público.


Finalmente, Aquiles Báez es uno de los guitarristas, compositores y productores musicales más prolíficos de la escena venezolana. Con 14 discos en su haber, ha compartido tarima con grandes figuras de talla internacional como Simón Díaz, Paquito De Rivera, Ilan Chester y Alfredo Naranjo. El año pasado lanzó al mercado su producción A mis hermanos.


Las presentaciones de El Des-Concierto serán en Miami el Viernes 6 de Junio en el restaurant Braseros de El Doral y el Sabado 7 de Junio en Mariachi Gourmet de Weston. Los interesados se pueden comunicar a través del teléfono en Miami 786 2743401.


EL UNIVERSAL


domingo 1 de junio de 2014  
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Published on June 02, 2014 09:12

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Leonardo Padrón
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