Leonardo Padrón's Blog, page 20

August 25, 2016

1S: La toma de conciencia

Creo que solo hay una manera de asumir en términos ciudadanos los objetivos del 1 de septiembre: La Toma de Caracas debe convertirse en el mayor evento simbólico de la democracia venezolana. Sería un error asumir ese día con las apetencias terminales del 11 de abril del 2002. Sería garrafal pensar que ese día cae el gobierno, renuncia Maduro, Tibisay fijará la fecha del revocatorio para el próximo lunes o cualquier estridencia ausente de sentido común. De igual forma, y para que el simbolismo tenga ese carácter totalizador, lo que ocurra el próximo jueves debe involucrar a todos los habitantes de este país que, hoy por hoy, se sienten maltratados en su dignidad humana, humillados, disminuidos, agredidos, hartos, inseguros y abrumados. Debe ser un evento que trascienda la comarca política, que vaya más allá de la MUD, que abarque a toda la sociedad civil, incluso, a la sociedad militar que no está de acuerdo con el autoritarismo incompetente y corrupto que gobierna al país.


Son muchas las dudas que surgieron desde la propia orilla de la oposición con el llamado de la Mesa de la Unidad a realizar el 1 de Septiembre una protesta general. Es lógico pensar que una nueva marcha o acto de masas pueda contener también la dosis de un nuevo fracaso. Nada más fácil para un gobierno represor que sacar a pasear sus tanquetas y colectivos motorizados para bloquear el derecho constitucional a la protesta. Nada más sencillo que infiltrar a alguien que lleve un arma en su koala, trajeado con una franela de Primero Justicia o una gorra de Voluntad Popular, y detone la violencia en cualquier punto de la marcha. El régimen tiene una dilatada experiencia en esas lides. Ellos mismos se ufanan diciendo que en la calle es donde son mejores. Pues, quién sabe. En todo caso, es en el poder donde son peores. Pero esa amenaza debe ser neutralizada con la participación nítida, absoluta y multitudinaria de todos los venezolanos que quieren un país de bien.


Habrá que agradecer, sí, la iniciativa y el riesgo político de los convocantes del 1S. Pero recordemos que, esencialmente, se trata de nosotros. De todos y cada uno de nosotros. Los que tanto nos quejamos de la magnitud del desastre. Por eso es responsabilidad nuestra dimensionar el gesto de los partidos políticos y transformar la convocatoria en un monumental referéndum a cielo abierto. Ese día no deben importar las zancadillas dilatorias de Tibisay Lucena, ni los graznidos de Jorge Rodríguez, ni los bufidos de Nicolás Maduro apostando a ser más malo que un dictador turco. La Toma de Caracas debe convertirse en la mayor Toma de Conciencia del atormentado venezolano del siglo XXI.


A una misma voz, las calles del país deben llenarse no solo con líderes políticos, sino también con el concurso de todos los gremios que hoy sufren los efectos mortales de la crisis. Las esquinas del mapa entero deben abarrotarse con la presencia y queja de nuestros médicos, con la decencia herida de nuestros maestros y profesores, con el reclamo de los campesinos, agricultores y ganaderos, con la voz de hartazgo de los obreros y las amas de casa, con el grito rebelde de todos los estudiantes, con el derecho a vivir de su trabajo que tienen comerciantes, panaderos, transportistas y empresarios, con el verbo en alto de los periodistas y reporteros gráficos, con el quejido de las miles y miles de familias viudas de la inseguridad, con la firmeza milenaria de nuestros indígenas y ancestros, con el grito atrapado de los presos políticos, con la nostalgia recóndita de los venezolanos en el exilio, con la proclama de serenidad y bienestar que merecen las próximas generaciones.


Ese día, el 1 de septiembre, debe convertirse en un gigantesco e inolvidable manifiesto de democracia. Debe resonar en todo el planeta. Debe llamar la atención del mundo libre. Debe hacer que giren el rostro los indiferentes, que se avergüencen los sin vergüenza, que reflexionen los dogmáticos, que calmen su furia los rabiosos, que aquieten sus manos los saqueadores. Y, en definitiva, que los hombres que hoy gobiernan Venezuela, tan ebrios de poder, tan arrogantes y todopoderosos en sus errores, tan sordos a la quejumbre de toda una sociedad, entiendan que ha llegado el momento de detener su delirio, que la historia pide a gritos cerrar un capítulo y estrenar otro. Y hay una manera, una propuesta de oro que surca la constitución nacional. Porque si no bastara el demoledor referéndum a cielo abierto, entonces que se nos pregunte a todos, uno por uno, si deseamos seguir por esta ruta de equívocos y tropiezos que nos ha convertido en miserables a los ojos de la tierra. O si preferimos estrenar una nueva oportunidad de ser venezolanos.


Permítanme repetirlo: la responsabilidad de manifestar inequívocamente el hartazgo y el repudio a un sistema político que ya agotó sus posibilidades está en cada uno de nosotros. Por eso, debemos convertir al jueves 1 de septiembre en el día de la Toma de Conciencia de toda Venezuela. Ese es el próximo gran paso para lograr la activación del Referendum Revocatorio este año. Y quizás vengan otros obstáculos, pero cada vez serán más débiles. No hay margen para el desánimo. La democracia será reconquistada. Paso a paso. Sin violencia. Sin caer en emboscadas. Sin claudicar ni un solo día. Para convertir a la dignidad en la canción feliz de los próximos años.


Leonardo Padrón


por: CaraotaDigital – agosto 25, 2016
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Published on August 25, 2016 03:30

August 20, 2016

El espía que nunca lo fue

Hay una ciudad que posee un lago cuya agua es cuatro veces más salada que el agua del mar. Se llama Salt Lake City y es la capital de Utah. Allí nació hace 24 años Joshua Holt, devoto de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, gerente de una tienda de celulares y carpintero a ratos. Ese hombre hoy está detenido en Venezuela por presuntamente poseer armas de guerra y ser espía del imperio norteamericano.


Y todo comenzó por una historia de amor.


***


Se estima que el 60% de los habitantes de Utah son mormones. 1.8 millones de personas. Joshua Holt lo es. En una misión mormona realizada en Washington compartió con muchos compañeros de habla hispana. Le gustó la idea de aprender español y, vía internet, accedió a una página web donde mormones latinoamericanos intercambiaban experiencias. Allí se topó con Thamara Belén Caleño, venezolana nacida en Ecuador y residente de Ciudad Caribia, una villa fundada por Hugo Chávez y donde casi el 100% de sus pobladores son seguidores del proceso revolucionario. De hecho, Thamara es simpatizante del chavismo. Pero ese no era un tema a considerar para Joshua.


Las conversaciones se tornaron cálidas, incesantes, eternas. “Hablaban día y noche”, cuenta la madre del joven americano. Joshua, blanquísimo, gringuísimo, se había enamorado de la radiante morena. El contacto se inició en enero, el amor se volvió vertiginoso, en mayo se conocieron físicamente en República Dominicana y ya el 11 de junio Joshua y Thamara se estaban casando en Caracas.


Diecinueve días después ambos se encontraban presos en un calabozo del Sebin por el supuesto porte de un rifle de asalto AK-47, 148 ojivas de plomo y una granada de guerra en la maleta del asombrado mormón.


Todavía Joshua guardaba restos del bronceado adquirido en su semana de luna de miel en Margarita.


La historia de amor mutaba en pesadilla.


***


Se sabe lo peligrosa que es Ciudad Caribia. Los taxistas se niegan a llevar pasajeros a sus calles. El riesgo de perder el vehículo o la vida es muy alto. Una madriguera de delincuentes, así denominan algunos expertos la ciudad socialista que surgió en el 2011 a pocas zancadas de la autopista Caracas-La Guaira. Sin duda, Joshua Holt estaba tentando su suerte al quedarse allí unos días mientras esperaba que a Thamara y sus dos hijos les saliera la visa americana para construir, junto a él, otra vida en Riverton, Utah. Pero la visa para un sueño no llegó a tiempo. Llegaron, en cambio, las unidades de combate de la Operación de Liberación y Protección del Pueblo (OLP). Y con ellas, el rostro más pavoroso de esta historia.


La crónica de los hechos da cuenta de un operativo que perseguía capturar a los culpables de un sicariato ocurrido contra Omar Jesús Molina Marín, militante del PSUV. El asesinato, según el entonces ministro de Interior y Justicia, Gustavo González López, habría sido ejecutado por una banda paramilitar denominada “Los Sindicalistas”. En el operativo fueron abatidos “seis peligrosos sujetos” y detenidas 7 personas. Dos de ellas eran Joshua y Thamara. Fueron una posdata inesperada.


La policía, cuentan testigos, entró en el domicilio de Thamara sin orden de allanamiento. Se llevaron a la desconcertada pareja y luego los soltaron. A los 45 minutos volvieron por ellos. La madre de Thamara, que vive allí, asegura que les sembraron el AK-47 y la granada.


Pero la narrativa oficial afirma que la presencia de Joshua obedece “a la misma estrategia empleada por sujetos de otras nacionalidades que se infiltran en los edificios de la Gran Misión Vivienda Venezuela desde donde planifican atentados contra la vida de líderes revolucionarios”.


Vaya. Lo que era una telenovela rosa con ingredientes religiosos ahora se convertía en una película al mejor estilo de Jason Bourne.


***


Los padres de Joshua Holt poseen el fenotipo del norteamericano promedio al oeste del río Mississippi. Al hablar con Jason y Laurie se percibe que los domina el estupor ante la historia que está viviendo su hijo en suelo venezolano. Les parece absurdo que alguien pueda considerarlo un espía, un portador de armas de guerra o algo por el estilo. Laurie confiesa que no sabe cuánto pueda aguantar. Su miedo crece a cada minuto. Joshua tiene más de un mes detenido y apenas han logrado hablar con él una vez por teléfono. La madre recuerda que la conversación estuvo ahogada por su llanto, pero también por el de su hijo, quien les pedía desesperadamente que lo sacaran de allí.


Jason y Laurie siempre tuvieron un mal pálpito. No les resultaba extraño el afán de Joshua por casarse con Thamara pues el concepto de familia es central en la religión mormona. Los noviazgos no demoran en transformarse en boda. Pero habían oído de los aterradores niveles de inseguridad del país caribeño. Para ellos y su hijo la política no es relevante en su agenda cotidiana. Lo que de verdad surca la vida de Joshua Holt es la religión, aseguran.


“Joshua es la alegría de la casa. Cada vez que entra a un sitio, brilla el sitio. Nos cuesta conseguir una foto donde no esté sonreído. Su placer es ayudar a la gente y leer las escrituras”, cuenta su madre, orgullosa y mormona. Le atormenta que su hijo sufre de cálculos renales, que desde hace días está tosiendo sangre, que ha perdido mucho peso y que su futuro sea tan incierto. Doce años de pena se le otorgan a los culpables por portar armamento de guerra.


Los padres de Joshua no terminan de entender lo que está pasando. No tienen idea de los avatares de la política en Venezuela. Necesitan ayuda para descifrar tantas incógnitas. Y apareció Thomas Reams, un mormón casado hace 16 años con Liliana, una oriental nacida en las entrañas de Maturín.


***


Thomas Reams conoció a Liliana bailando salsa y merengue. Desde que aprendió los giros de la música latina comenzó a frecuentar salones de baile. Allí la descubrió. Liliana tenía ya años en la Ciudad del Lago Salado, adonde arribó con su primer esposo, un maracucho con quien tuvo tres hijos. Pero llegó el divorcio. Y el amor le ofreció otra opción bajo el nombre de Thomas Reams, director de finanzas de una escuela de enfermería, pero sobre todo, amante de la música de Oscar D´Leon. Ya había escuchado Mata Siguaraya decenas de veces antes de conocer a Liliana.


Ambos están en permanente colaboración con la comunidad venezolana en Utah. En el 2012 se hablaba de 9 mil compatriotas residentes en esa rocosa zona de los Estados Unidos. Pero estiman que hoy la cifra ronda los 12 mil. Liliana asevera que diariamente llegan de tres a cuatro familias, huyendo del apocalipsis venezolano. Casi ninguno sabe qué va a ser de sus vidas. Ellos se esmeran en conseguirles ropa, alimentos, albergue. ¿Cómo no iban a ayudar a los padres de un joven mormón detenido en Venezuela bajo la presunción de ser espía del imperio?


Thomas no conoce a Joshua. Pero ya es íntimo amigo de su familia. Con él, pueden llorar en español.


***


Mientras tanto, los días pasan. Ante la alusión oficial a un video donde Joshua Holt aparece disparando un arma, los padres del joven americano casi ríen: “En Utah todo el mundo toma prácticas de tiro. Es un pasatiempo típico. Aquí todos cuelgan sus videos de entrenamiento en el facebook”.


Joshua Holt también posee licencia de piloto. Lo cual, según el gobierno, es gravísimo. Pero para sus padres es incluso un aprendizaje no resuelto, pues nunca llegó a volar un avión en su vida. Otro argumento para inculparlo en lides extremas habla de su viaje a Washington. Ellos aclaran que la misión mormona que realizó su hijo fue en Washington, el estado, no en Washington DC (District of Columbia), capital de los Estados Unidos, ubicada entre los estados de Maryland y Virginia. Cada Washington muy distinto al otro y muy remotos entre sí.


La trama pierde verosimilitud con el avance del tiempo. En Caracas, un vecino de Thamara dejó caer un comentario singular: el hecho de que hubieran conseguido a un gringo casado con una chavista en plena Ciudad Caribia activó la imaginación de las autoridades.


***


Hace una semana hubo una marcha en Salt Lake City. La comunidad se movilizó en apoyo a un compatriota que se encuentra sumergido en una celda del Helicoide, a miles de kilómetros de su casa. Los padres han hablado con senadores, abogados, diplomáticos. Están desesperados.


Seamos claros, en Venezuela cualquier persona puede ir a prisión. No importa si ha cometido un delito o no. Eso es accesorio. A veces sirve, como podría ser este caso, para justificar la tesis gubernamental de que la invasión de los marines ya comenzó. A veces funciona para castigar a opositores, estudiantes o periodistas. En general, ocurre por la necesidad de conseguir cualquier otro culpable que no sean ellos mismos.


Esta es la historia, aun no resuelta, de un espía que nunca lo fue.


Leonardo Padrón

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Published on August 20, 2016 21:31

August 18, 2016

Enfermos

“La vida en este país se parece mucho a la vida en un barco que se hunde”, escribe Coetzee en su novela La Edad de Hierro, una historia cuyo tiempo transcurre en el apartheid suráfricano. Pero es una frase que podríamos decir los venezolanos en este deshecho siglo XXI por el que, a duras penas, transcurrimos. Ya nos superan en perplejidad las historias de hambre que observamos. Cenar pan y café es un lujo para muchos hogares. El penar de las colas en busca de alimentos ha trastornado por completo la dinámica del país. La gente malbarata días enteros de su vida en filas minadas por la humillación, los insultos y el hartazgo. Días que deberían servir para ejercer la normalidad. Pero lo que durante siglos se consideró normal, se nos fue por ese albañal que es la revolución. Ya no caben más patadas en el asombro. Se siguen sumando nuevos seres humanos a la delincuencia. Las noticias que deberían paralizarnos las hojeamos con costumbre. Por ejemplo, en estos días, así como al desgaire, varias noticias se daban codazos para llamar la atención, sin mucho éxito. Una poseía un titular crispante: “Hallados dos cadáveres degollados en la pasarela Dividivi de la carretera Cúa-Charallave”. La foto que acompañaba la noticia era aún más sobrecogedora: la imagen nocturna dejaba ver dos cuerpos que espectralmente colgaban de sus pies. Como estalactitas hechas de piel humana. No tenían manos. Habían sido degollados, mutilados y acuchillados. A los asesinos se les acabaron los verbos de la violencia que usaron contra estos dos hombres.  Con el mismo estupor, luego comprobé cómo tal noticia terminó sepultada ante la avalancha informativa de un lunes cualquiera. Dos días después, en las redes sociales, me topé con una foto que ya lo decía todo. No era necesario leer el titular. Un hombre, en cuclillas, cuchillo en mano, destajaba el cadáver de un perro callejero en las inmediaciones del mercado de Quinta Crespo. Era la escena de un país acosado por el hambre, sin duda. Pero aún así, en algún canal de televisión por cable, un joven animador, haciendo gala de lo que él debe suponer un sensacional sentido del humor, retozaba con los resultados de una encuesta que realizó donde le preguntaba a los televidentes si el cadáver del animal era el de A) Un perro; B) Un cabrito; C) Un chivito, D) Otro. Los diminutivos eran del inefable comediante. Confieso que en estos casos el humor, más que cruel, se torna indecente, ofensivo.


Un país así no va para ningún lado. Si permitimos que la indolencia crezca, como crecen las uñas invisiblemente en las noches, estamos perdidos. No es solo una marcha multitudinaria la que nos va a rescatar. Ni un nuevo mesías. Ni basta con esperar que alguien nos indique el rumbo. Y esperar que nos guste lo que ese alguien proponga. Aquí cada quien tiene su responsabilidad. Toca vernos crudamente en el espejo y hacer el diagnóstico: somos una sociedad infectada. Estamos enfermos. Toca sacudirnos rudamente la conciencia. Activar las alarmas de eso que llaman alma. Desterrar las bacterias de la resignación. Toca curarnos con urgencia. Antes que ya nada valga la pena. Ya no importa si eres un irreversible hijo de Chávez o un demócrata de tradición. Ya no es tema si te dicen camarada o me llamas oligarca. Sencillamente, no se nos puede olvidar que somos seres humanos. Y como tales debemos volver a comportarnos.


Todo infierno tiene una puerta de salida. Toca salvarnos o extinguirnos en el fuego de esta pesadilla.


Leonardo Padrón


por: CaraotaDigital – agosto 18, 2016

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Published on August 18, 2016 10:10

August 11, 2016

El remolino Tibisay

Las palabras que Tibisay Lucena dirigió al país el día martes 8 de agosto tuvieron el efecto de un remolino: las aguas quedaron seriamente revueltas. Sobre el país se observan, desperdigados, leños de desesperanza y furia, algunos estribillos de “yo se los dije” y otros de victoria oficialista. La conclusión es que el país amaneció gravemente lesionado el día siguiente. La rectora Tibisay Lucena quedará inscrita en el imaginario de los venezolanos como una de las mayores villanas de esta historia. Quizás fue un rol que no eligió, pero su desempeño ha sido tan eficiente que han prolongado ad infinitum su permanencia en el elenco. Se ha comportado como una actriz de reparto que cuando le toca interpretar sus escenas claves derrocha todo su potencial y entonces se roba el show, adquiere visos protagónicos, y buena parte del país reconduce su encono hacia ella. Tibisay, por instantes, logra que nos olvidemos de Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, protagonistas incuestionables de esta saga sobre la sordidez del poder.


Tibisay, en su cuarto de hora estelar, se puso docta, profesoral, jugó a que nos educaba, asumió su mejor tono institucional, señaló láminas de PowerPoint, en paralelo, ensayó matices, descolgó un chiste inesperado, se victimizó, intentó exhibir su talento para personajes de carácter y entonces se encrespó, exhaló ira, tronó enfática, tajante, remedando el tono de Constitución Méndez, la mejor malvada que escribiera Cabrujas y que interpretara alguna vez Caridad Canelón. Tibisay nos paseó por un muy amplio catálogo de emociones, todas un tanto oscuras, hay que decirlo. Tibisay se convirtió en remolino, se ganó el aplauso público de su mentor, Jorge Rodríguez (digamos, su Arquímedes Rivero en este melodrama), y logró herir el optimismo de millones de venezolanos que apostaban por un desenlace donde triunfara la voluntad democrática.


El remolino Tibisay ha puesto en situación de emergencia al país entero. Su discurso, lleno de recovecos, engaños y omisiones, se llevó por el medio el dique de contención que significa la posibilidad del revocatorio este año. La impaciencia del país es hoy exasperación. El hambre no aguanta más argumentos técnicos o dilatorios. La nevera del venezolano está trágicamente vacía. Obviamente, la de Tibisay no. Y menos la de sus jefes. La gran pregunta es: ¿a cuántos capítulos está el episodio al que nadie quiere llegar: el tan temido momento de la revuelta social?


En mitad de la resaca, por un lado, Capriles y la MUD, con el temple que exige la circunstancia, insisten en que el juego sigue vivo, que aún hay chance, que no pisemos el peine de la depresión por diseño, que el revocatorio se logrará con una masiva presión popular. Por otro lado, muchos sienten que una vez más hemos sido emboscados por las trampas de un régimen que ya ha perdido todos los escrúpulos. Se escuchan prédicas de distinta índole. Unos piden calle desde hoy, otros la implementación urgente del artículo 350, algunos retoman el argumento de la Constituyente y hay hasta quien prefiere botar tierrita, no jugar más y rehacer la maleta del exilio. Es el efecto del remolino Tibisay.


El liderazgo opositor está ante su prueba de fuego mayor. Su propuesta actual desconcierta a no pocos. ¿Por qué esperar hasta el 1 de septiembre para salir a la calle? ¿Y mientras tanto qué? ¿Adónde se dirá que va esa marcha y adónde realmente llegará? ¿Se estrellará de nuevo contra los pelotones de la GNB? ¿Una vez más se diluirá bajo una lluvia de bombas lacrimógenas? ¿Nos quedaremos circulando lánguidamente por las calles de Miranda sin apenas asomar la nariz en el municipio Libertador? ¿O volveremos a la cruenta película de los perdigones, heridos y detenidos? ¿Quién asegura que esta vez los que, desde el interior, se unan a la “Gran Toma de Caracas” no se toparán de nuevo con alcabalas infranqueables, autopistas bloqueadas y estaciones del metro clausuradas? ¿Volveremos a tropezarnos una y otra vez con la misma piedra?


Sin duda, la MUD no la tiene fácil. Le toca lidiar con las artimañas del gobierno y con el desánimo de muchos. Sería mezquino negar su tesón de ribetes épicos y sus logros de los últimos meses. Pero movilizar de nuevo a todo el país, reventar sus calles de entusiasmo, construir el gran momento de presión popular, pasa por una reformulación de sus estrategias, por corregir errores repetidos, por oír al ciudadano de a pie, al vecino, al académico, al que no es político y por encarar las emboscadas con imaginación, sorpresa y novedad.


Tiene razón Maduro, estamos ante una situación de guerra no convencional porque ellos tienen el poder, el dinero, las armas y la indecencia necesaria mientras nosotros solo tenemos desasosiego, hartazgo, frustración y, sí, una rotunda mayoría que desea ejercer su vocación democrática. ¿Quién ganará?


Los tiempos y los antecedentes exigen una estrategia completamente nueva.


Pedro Luis España ha dicho que la nueva pobreza que ocupa al venezolano es la desesperanza. Derrotarla es la primera y la más importante de las batallas. Derrotarla con una acción tan brillante como Tibisay Lucena dice que es el CNE. Derrotarla con coraje creativo, para que la multitud que somos logre imponer sus derechos constitucionales. Solo así tendremos posibilidad de recuperar realmente a ese país que en mala hora dejamos saquear hasta la ruina.


Leonardo Padrón


por: CaraotaDigital – agosto 11, 2016

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Published on August 11, 2016 11:48

August 4, 2016

La absurda historia de Pancho y Gabo

Era domingo 19 de junio, día del padre. La familia Márquez Lara no tenía otra forma de celebrarlo que a través de internet. Todos estaban en distintas geografías. Así, el padre, Ricardo Márquez, recibió el abrazo de sus tres hijos vía skype. Pero hubo un momento en el que se le torció la sonrisa, justo cuando su hijo menor, Pancho, le comentó que ese mismo día iría manejando desde Caracas al Estado Portuguesa a prestar apoyo logístico en el proceso de validación de firmas para el referéndum revocatorio. A la alarma del padre se sumó la de María Luz, la madre. Él los tranquilizó, no tendría por qué haber problemas, era una jornada que lo entusiasmaba, además iría con Gabo, su gran amigo y mano derecha en la Alcaldía del Hatillo. A las 6 pm envió un mensaje diciendo que ya estaba por llegar a su destino. El señor Ricardo sintió entonces que el día del padre terminaría de forma plácida y sin contratiempo alguno.


Estaba totalmente equivocado.


A las 9 de la noche su teléfono en San Diego, California, sonó con la aspereza de las malas noticias. Una amiga de la familia les comunicó que ambos muchachos, Pancho y Gabo, habían sido detenidos por la GNB en la alcabala del antiguo peaje de Apartaderos en el Estado Cojedes. Hubo un segundo de perplejidad. ¿Detenidos por qué? Según dictan la lógica y la ley, en todos los confines del planeta, cuando a alguien lo llevan preso es porque ha cometido un delito. En este caso, el delito era casi un chiste.


Al revisar el carro de Francisco Márquez los guardias se habían topado con una buena cantidad de volantes con el rostro de Leopoldo López y Bs. 2.990.000 en efectivo. Ambos elementos tenían su razón de ser: 1) Pancho y Gabo son militantes del partido Voluntad Popular, ergo, era bastante coherente que llevaran panfletos con la imagen de su líder político. 2) Para apoyar a los ciudadanos del estado Portuguesa que quisieran firmar por el revocatorio se necesitaba una logística que entrañaba alquiler de transporte, toldos, comida, hidratación y un consabido etcétera. Ese era el único objetivo de tal dinero. Claro, en esta Venezuela devaluada, donde el papel moneda encarna de modo trágico la hiperinflación en curso, resulta apabullante esa cantidad de dinero en efectivo. Pero en ninguno de esos actos hay el más mínimo rastro de algún delito tipificado por la ley.


Igual van preso, caballeros.


¿Necesitan el argumento de un crimen para justificarse ante la opinión pública? Anoten allí: legitimación de capitales e instigación pública. Y punto. Pa’l hueco!


***


Son ya 46 días de encierro en una celda sin ventanas, sellada y sin resquicios, cocinándose a fuego lento en el hervor de Guárico. Son ya 46 días de humillación y privación de libertad en circunstancias que agreden sin tregua la condición humana. Es lo que están viviendo Francisco Márquez (Pancho) y Gabriel San Miguel (Gabo) en el Centro para Procesados 26 de Julio, en San Juan de Los Morros. Y, fíjense, oh contradicción, a pesar del nombre de la cárcel, ellos aún no han sido procesados. Pero en nuestro país, lo sabemos, la justicia circula por canales extraños.


Mientras tanto, la vida les ha cambiado dramáticamente a Pancho y Gabo, dos jóvenes de 30 y 24 años que solo pretendían colaborar para que la gente de Portuguesa ejerciera sus derechos democráticos.


Apenas al entrar a prisión les raparon el cabello y los confinaron a una celda con camas de cemento, sin luz natural ni artificial. En el techo, como un tesoro, avistaron un agujero producido por una granada tras un motín. Por allí se cuela clandestinamente el sol. Pancho y Gabo cuentan que siguen el curso de ese delgado rayo de sol como si fuera un surtidor de agua, una bocanada de oxígeno, una mínima ración de vida normal. Sobre sus cabezas escuchan permanentemente el paso de guardias armados que deambulan en el techo, como un recordatorio del sojuzgamiento que viven. Una norma de esa prisión es someter a los cautivos a un aislamiento de un mes, un larguísimo mes sin contacto con la realidad, sin libros, sin poder recibir cartas, sin asideros de ningún tipo para lidiar con la adversidad. Algo que no puede menos que calificarse de tortura psicológica. Felizmente, en algún momento pudieron sortear tanta rigidez y lograron tener acceso a algunos libros y cuadernos que les sirvieron para escribir cartas de desahogo.


Pancho y Gabo apenas han podido hablar con sus abogados durante lapsos de 30 minutos. (Reza en la ley que la visita debe ser tan larga como sea necesario para la defensa). Tienen dos semanas que no hablan con ellos a 1 día de su acto conclusivo. Sus familiares solo han podido verlos una vez en 46 días, lo cual agrava la angustia de todos a su alrededor. En la celda han convivido con jóvenes detenidos por los saqueos ocurridos en Cumaná a mediados de junio. Incluso uno de ellos resultó ser miembro del PSUV. Las penurias del cautiverio los han convertido en amigos. Uno que otro momento de liviandad ha ocurrido y así, en ocasiones, Pancho les da clases de inglés mientras uno de los jóvenes orientales les enseña el arte de tocar el cuatro. Todos deben lidiar día y noche con el pútrido olor de la única letrina que hay en el calabozo. Ya hay presos que presentan cuadros de diarrea y sangramiento. Apenas reciben 10 minutos de agua diaria para asearse. Todo es extremo. Todo es precario.


Y ese es el mismo lugar que cuando lo inauguró el 27 de febrero la ministra Iris Varela proclamó –rimbombante, henchida de orgullo, patriótica como pocos– que era“un centro que viene a demostrar lo que es la voluntad de un gobierno que respeta absolutamente los derechos humanos y que trata a los privados de libertad con condiciones de dignidad, como nunca antes se registró en nuestro país”.


Cabría averiguar qué significa la palabra dignidad para la ministra Varela.


***


En el año 2012, Pancho, que acababa de culminar un Master en Políticas Públicas en la Universidad de Harvard, sorprendió a su entorno cuando decidió, en vez de aceptar las ofertas de trabajo que le llovieron en Estados Unidos, volver a su país y ejercer su vocación de servidor público en un momento de gigantesco colapso social. Más aún, anunció en su muro de Facebook que había comprado un pasaje aéreo a Venezuela, sin ticket de regreso. One way. Hoy, a pesar de su injusto e inesperado presidio, no hay un milímetro de arrepentimiento en su decisión.


Por su parte, Gabo, quien actualmente estudia una maestría en Derecho Constitucional en la UCAB, posee una templanza que supera sus cortos 24 años. En la fundación Lidera descubrió la importancia del servidor público. Hoy, como Pancho, ha logrado concitar el respeto y aplauso de todos los que lo conocen. Su madre, Marybel Rodríguez, profesora jubilada, ha transitado este dolor con la soledad de la viudez. Y lo confiesa desde el ahogo: “La vida me cambió desde la noche del 19 de junio a las 10 y 30 pm cuando Gabriel me avisó que los habían detenido. Él me aseguró que al día siguiente, a más tardar a mediodía, estarían libres”. Eso nunca ocurrió.


El padre de Pancho, filósofo y ex jesuita, lo ha expresado con el énfasis de quien no solo quiere sino también admira: “Francisco y Gabriel pertenecen a esa generación de jóvenes que se dieron cuenta que hay que formarse para trabajar en política, que hay que crear dentro de sí mismos lo que se quiere crear afuera, que la política es garantizar la dignidad de la gente, que no haya ignorados ni excluidos”.


María Luz Lara, la madre de Pancho, no se cansa de esgrimir argumentos de coraje y sensatez. Necesita a su hijo libre y agita los espacios del cielo y de la tierra para que ello ocurra. Es una doctora experta en alergología e inmunología que subraya la devoción de su hijo por su país de origen. Le parece inconcebible que tanta vehemencia amorosa esté tras las rejas.


Hoy, 4 de agosto, cumplen 46 días encarcelados en una prisión concebida para criminales de alta peligrosidad, habiendo sufrido un largo inventario de violaciones de sus derechos humanos desde el mismo domingo en que fueron detenidos. Pancho tiene varios días sufriendo altas fiebres y se sospecha que puede ser dengue, algo previsible en un calabozo atestado de mosquitos y humedad. Gabo también está presentando síntomas parecidos.


El viernes 5 de agosto se vence el lapso para presentar el acto conclusivo del Fiscal. Los abogados lo dicen a voz en cuello y en su clásica jerga: las actuaciones están viciadas de nulidad producto de la violación de las garantías procesales y constitucionales. En síntesis: No hay delitos. No puede haber culpables. Todos los procesos de detención y reclusión han sido ilegales. Pancho y Gabo nunca debieron ser detenidos. Merecen estar libres. Merecen recuperar su vida. Merecen sentir que a veces la justicia ocurre en Venezuela.


Leonardo Padrón


por: CaraotaDigital – agosto 4, 2016

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Published on August 04, 2016 03:30

July 31, 2016

La difícil voz

La paradoja es la dueña del país. La tierra de gracia: inventario de desgracias. Las rutinas: episodios en vías de extinción. Venezuela es noticia en el mundo porque se ha convertido en un país raro y hdoloroso. En todas las esquinas se habla de crisis humanitaria mientras el gobierno empuña un discurso que poexcluye la realidad. Nicolás Maduro pregona el diálogo con la gramática del insulto. Alardea del arranque de los 15 motores productivos y solo se escucha la turbina de la escasez. Es justamente en este momento histórico -en el que nos sentimos irreconocibles-que cobra mayor sentido el rol del periodismo ante el ser colectivo.

Hemos visto cómo la celebración del día del periodista tuvo más aire de quejumbre que de fiesta. Obvio. No hay mucho que celebrar en un país donde el periodista es visto por el poder como un enemigo mortal. En rigor, el periodista siempre ha sido una espina incómoda para los gobernantes de turno. Un mal necesario, dirán algunos. Ha sido así siempre: mientras el poder fabrica espejismos, el periodista suele derribarlos. Todo buen periodista es, por definición, un antídoto contra la mentira.


​​​ ***


Pero en Venezuela esta tensa relación entre periodismo y poder ha alcanzado ribetes de gravedad extrema. Cualquier inventario de los agravios sufridos en estos tiempos arroja un saldo de escombros. Uno de los episodios más punzantes fue el cierre de RCTV, uno de los canales de televisión de mayor linaje en Latinoamérica. A otros canales se les obligó a bajar la cabeza (y a veces, a abrir las piernas) con la misma amenaza de no renovación de la señal radioeléctrica. Otros más fueron comprados con el turbio dinero de la corrupción. Compraron el silencio de sus teclados, la opacidad de sus criterios y el blackout de sus cámaras. La radio ha sufrido una mortandad igual de pavorosa. Son decenas de emisoras clausuradas y otras que subsisten bajo el signo de la ilegalidad por tener la concesión vencida. Si giramos la mirada hacia la prensa escrita, el paisaje es igual de alarmante. Basta invocar el asedio a un icono de la prensa escrita como El Nacional; la puñalada a Tal Cual; el cierre de El Carabobeño, con 82 años de historia; la condena a 4 años de prisión del director del Correo del Caroní, por los reportajes sobre la corrupción en Ferrominera, hasta el informe de la ONG Expresión Libre que ha inventariado en los últimos 3 años el cierre de 22 periódicos por falta de papel. 22 obituarios contra la libertad de expresión.

Mientras tanto, el presidente de Conatel, William Castillo, con insuperable desparpajo, declara esta semana en Chile que en Venezuela hay absoluto respeto a la libertad de expresión. Mientras tanto, Ultimas Noticias borra de sus archivos digitales un reportaje ganador de premios internacionales que puso al descubierto a los verdaderos protagonistas de la violencia el 12 de febrero del 2014.


​​​***


En el inventario de bajas también están los propios periodistas. Cada cierre de un medio implica el despido de enjambres de comunicadores. Algunas figuras emblemáticas han sido desterradas de la televisión por la mala costumbre de ser incómodos y penetrantes. Otros han tenido que reinventarse desde un distinto huso horario o código postal, porque han sido perseguidos y amenazados con cárcel. Todavía están demasiado frescas las agresiones físicas a periodistas y reporteros gráficos en las calles del centro de Caracas el pasado 2 de junio, cuando solo buscaban informar sobre las protestas de un pueblo con hambre.

Hacer el inventario agota. Y asombra. No solo por la inquina del gobierno contra todo lo que huela a información veraz, sino por la actitud de cientos y cientos de periodistas que no se han permitido vender ni un milímetro de conciencia. En cambio, han tenido que asumirse como corresponsales de guerra en un campo de batalla.

“Prensa burguesa”, esa es la etiqueta que Nicolás Maduro le ha endilgado al periodismo independiente. Un adjetivo que unta, como mantequilla, a todo lo que puede. Entonces, en un chasquido de dedos, todos los comunicadores se vuelven sospechosos, traidores a la patria, sumisos amanuenses del imperio.


Decía Victor Hugo que la prensa es el dedo indicador. El que señala la realidad. Pero para que funcione, debe ser ejercido en libertad. A los periodistas venezolanos les ha tocado, en estos 17 años, replantearse el oficio, aguzar sus métodos, templar el carácter. Nunca había sido tan peligroso informar en este país. Así mismo, ha sido lamentable ver a ciertos periodistas sucumbir a las veleidades del poder. Astilla el ánimo ver cómo aquellos que alguna vez fueron referentes, hoy -desde sus nichos (la dirección de un periódico, un programa de televisión) – hacen de su talento un ejercicio de cinismo y un maridaje inescrupuloso con el régimen.


“También la verdad se inventa”, escribió alguna vez el poeta Antonio Machado. La hegemonía comunicacional pretende eso: una verdad distinta. Los medios oficiales se han hecho expertos en dibujar paraísos artificiales. Silenciar lo inconveniente y satanizar las críticas, he allí sus primeras tareas en agenda.


Pero todo periodista genuino es un adicto a la verdad. Interpelar, denunciar al que patea los derechos humanos, al gorila que tortura, al gobernante sin escrúpulos, ese es su manual de uso. Por eso siempre tendrá una creciente colección de enemigos.


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Un buen periodista debe enamorarse de su idioma como su mejor amante. Debe convertir a la calle en su sala de redacción. Sacudir las telarañas que generan la costumbre y la pereza. Reinventarse a cada tanto. Olvidarse de la objetividad artificial y de la subjetividad tarifada. Dudar siempre. Ser más obstinado que su propio miedo. Defender endemoniadamente la libertad de expresión.


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El periodismo, en esta sobredosis que es hoy la aldea global (Kapuscinski desecha la metáfora de McLuhan y habla de cosmopolitismo global), se ha llenado de aliados pero también de riesgos. Sucumbir a los cantos de la tecnología en desmedro de la investigación es uno de ellos. Se celebra la aparición de tantos portales de noticias, pero vale la pena advertir que a veces, demasiadas veces, parecen clones de sí mismos. Portales donde se replican unos a otros informaciones cargadas de levedad, prisa y sequía de datos. El gran riesgo es que así el periodismo se vuelve uniforme, predecible, y peor aún, mediocre.


En tiempos de periodismo cibernético ya no importa seducir al peatón que se detiene ante el kiosco de la esquina. Ahora se busca que el dedo del navegante haga click en un titular excesivamente aliñado, para que se asome y así cantar victoria. Cuidado. La verdadera victoria es un reportaje bien hecho, un artículo sólido, una crónica indispensable, una noticia dada con responsabilidad. Cuidado con las trampas que se riegan en el camino buscando la atención del lector. Son trampas en ambas direcciones.


​​​​***


El periodismo es una profesión que debe reflexionar sobre sí misma permanentemente. No puede tener recelo en señalar sus propios errores o negligencias. Distorsionar la verdad en aras de una lectoría mayor es un delito moral. Difamar, arrojar dicterios, condenar sin pruebas es una acrobacia de baja calaña que no debe llamarse periodismo.


Hoy en día, como me lo comentara Jorge Lanata, muchos estudiantes de periodismo están “más preocupados en ser famosos que en ser buenos, no se dan cuenta que siendo buenos igual serán famosos. Lo que pasa es que ser bueno lleva más trabajo”.


Uno de sus desafíos, en estos tiempos de avalancha informativa, es no abandonar la noticia que apenas nace. ¿Cuántas veces un escándalo de corrupción muere a los pocos días, sepultado por las nuevas estridencias de la realidad? El reportaje que merece seguimiento es abandonado porque ante el domingo se impondrán las noticias del lunes y luego el revuelo del martes y más tarde los tubazos del miércoles. Y entonces la denuncia inicial se vuelve remota y queda cubierta por el olvido. ¿A quién ayuda eso? Al ministro experto en sobreprecios, al militar con las manos en la harina, al petrolero amigo de los guisos.


​​​ ***


Nunca como hoy es tan cardinal el rol del periodista en Venezuela. Le toca ser el custodio de la verdad en un territorio donde la mentira posee mucho dinero, exceso de micrófonos y kilos de poder. Los ojos del periodista deben tasar la degradación y la honestidad, el abuso y el aviso, la barbarie y la justicia. Para sobrevivir al acoso del autoritarismo debe reinventarse, hacer pactos indeclinables con el ingenio.



El periodismo necesita con urgencia recuperar la libertad de decir. Le ha tocado lidiar con un Estado que niega todas las crisis y cuando las reconoce se las endosa, no pocas veces, a los mismos medios. Así, la inseguridad es solo una sensación que los Runrunes de Bocaranda multiplican. El desabastecimiento está magnificado por La Patilla. La escasez de medicinas es una matriz de opinión alentada por El Nacional. La crisis hospitalaria es un delirio febril de César Miguel Rondón. La emergencia eléctrica, pura insidia de El Carabobeño. Argumentos que intentan disimular, inútilmente, el fracaso del Estado.


​​​​***


Venezuela es un jeroglífico que desea descifrarse. En tal coyuntura, al periodista le toca ser el traductor de la complejidad, apostando su propio pellejo dentro de un turbio laberinto de intereses. Arthur Miller dijo alguna vez que un buen periódico es una nación hablándose a sí misma. Y justamente eso necesita el país, no sucumbir a la afonía, no perder la voz que denuncia y cuestiona. Por eso celebramos y esperamos que los hostigados y golpeados periodistas venezolanos sigan manteniendo -tercamente- su pacto a fuego con la difícil voz de la verdad.


​Leonardo Padrón

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Published on July 31, 2016 02:01

July 28, 2016

El hechizo

La llegada de Chávez al poder no solo dividió trágicamente en dos la historia del país, también desmembró a las familias, vecinos y amigos. Lo sabemos. Aunque, en lo particular, tengo algunos amigos chavistas, confieso que hay amistades que se quedaron accidentadas en el camino por el hirviente tema de la polarización. Otras se convirtieron en distancia y silencio para evitar confrontaciones. Era como colocar el vínculo en una caja fuerte y preservarlo de la tormenta.


En estos días, una amiga, querida, muy querida, chavista hasta los tuétanos, con quien me unen 30 años de cariño y con quien había pactado tácitamente en sembrar distancia para no dañar nuestra relación, apareció por mensajería de texto, con el tono cálido de siempre. Mi sorpresa tuvo rápida aclaratoria.


Mi amiga estaba deshaciéndose de algunas obras de arte y buscaba compradores. Mi deducción la redactó el sentido común: “¡Qué fuerte todo esto, que uno tenga que vender las obras de arte que posea!”. Y me respondió: “¡Así es, fin de mundo!”. La mesa estaba servida para desembocar en la conversación de todos los venezolanos: la espantosa crisis económica. Le hice énfasis en la forma obscena en la que muchos voceros del gobierno se han enriquecido, en las colas humillantes y en el pran como el único “hombre nuevo” de la revolución. No objetó ni una línea. Solo atinó a responder: “¿Y los bachaqueros? No sé cómo harán para salir de ellos si sacan a Maduro”. Intenté explicarle que ellos eran consecuencia de un modelo económico equivocado que había distorsionado por completo las reglas de juego. Le hablé de la crisis moral que hace que el propio pueblo explote económicamente a su igual. Y entonces replicó con un parlamento clásico de la vieja izquierda: “el endiosamiento del TENER es producto del capitalismo”. Estábamos llegando a una calle ciega. Calle que se volvió oscura y peligrosa cuando me atreví a comentarle que nunca habría redención moral con tamaño atajo de corruptos en el poder y que Chávez era el autor intelectual de este desastre, poco menos que una estafa galáctica. Craso error. Me exigió que no irrespetara la memoria de sus amores y que el problema nuestro (el de la oposición, supongo) es que nunca entendimos que Chávez fue un padre para todos. “O casi todos”, se atrevió a conceder.


Preferí no explorar el tema de la paternidad irresponsable, tan abundante en nuestro continente. Entendí que estaba ante una persona hechizada. Aun hoy, en este calamitoso julio del 2016. Aún a pesar de esta dolorosa y rocambolesca pesadilla que padecemos todos y cada uno de los venezolanos. El reencuentro fue un fracaso. Se despidió con un “Chao, vale, que duermas bien”, lleno de espinas. Y ya. Olvidó o prefirió no decirme nada más con respecto a su urgencia de vender la serigrafía de un gran artista nacional. Supongo que habrá amanecido al día siguiente con la misma urgencia de TENER algo de dinero para luego TENER algo de comida.


Hay ciertos verbos que el socialismo quiso execrar de la dinámica de la vida humana. Y nunca pudo. En el intento se ha llevado por el medio a países enteros, con un pavoroso saldo de muertes, destierros, presidios y tristezas.


Se vende serigrafía a precio de oferta. En última instancia, se cambia por un saco de Harina Pan y 5 kilos de azúcar. Interesados, favor no hablar de Hugo Chávez.


Leonardo Padrón


CaraotaDigital – julio 28, 2016

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Published on July 28, 2016 02:30

July 21, 2016

“Ese carajito aquí no entra”

Uno sigue sin entender eso que llaman la revolución. Confieso que me declaro incompetente. No me alcanzan las neuronas. No logro entender qué tienen de revolucionaria la arrogancia y la indolencia. No concibo cómo se empeñan en negar lo obvio. Resulta cínico e inútil el manto de silencio que intentan colocar sobre un tema que alcanza cotas de tragedia: la escasez de insumos médicos para atender a la población enferma que plena los hospitales públicos. Saben que no hay mayores recursos, que los médicos y enfermeras se intoxican de impotencia, que a veces pacientes y doctores tienen que trancar calles para hacerse oír. Y nada. Solo hay algodones. Algodones en los oídos del gobierno. Hasta la ONU le pidió públicamente, con un tono que invocaba compasión, que aceptara la ayuda humanitaria. Nada. Como piedras. Una indolencia tan recurrente que sobrepasa la crueldad. Todo para no aceptar públicamente la magnitud del derrumbe de la salud en Venezuela.


Enfermarse, hoy por hoy, es contrarrevolucionario, es un gesto imperialista, una estrategia de la canalla burguesa en momentos de guerra económica, enfermarse -incluso- es un gesto muy poco solidario con el legado de Chávez, es meter a los compañeros camaradas en un paquete, es ponerlos a intentar resolver lo insoluble, es colocar en evidencia las mentiras ministeriales. La señora Luisana Melo, flamante ministra de la salud, supone que aquí la única que se enferma es la derecha colonialista, fascista y uribista, no la gente, la gente común y normal, la gente que tose, que se hincha, que se desmaya, que agoniza en las salas de espera de los hospitales.


En estos días ocurrió un suceso absurdo por todos sus costados. “Aquí ese carajito no entra”, fue la frase que la funcionaria de turno escupió para ordenar a los militares de turno que le prohibieran la entrada al popular cantante Nacho y el equipo de Caraota Digital al Hospital Universitario de Valencia. Nacho se había ocupado en acumular medicinas a través de donaciones que su esposa, en su más reciente embarazo, pidió a sus amigas. Ella (Inger), sensibilizada por la crisis humanitaria en curso, no lo dudó un segundo. En vez del baby shower de rigor, entendió que se imponía cambiar la tradición por algo más urgente para tanta gente atrapada en este colapso que ya cuesta llamar país: medicinas para los niños enfermos en hospitales. Y también pañales, y teteros, y sueros, y colchones, y tensiómetros. La lista de necesidades, lo sabemos, es tan larga como el asombro que genera tanta precariedad.


Ya en ocasiones anteriores, el músico había intentado donar insumos a otros hospitales y orfanatos, cumpliendo incluso con el engorroso e innecesario protocolo de solicitar el permiso por escrito. Decimos innecesario porque las enfermedades agradecen a la celeridad como aliada. Ya en el Hospital Domingo Luciani le habían impedido el gesto. Ya en otro hospital de Valencia había logrado que le trancaran la puerta en sus narices. Cada hospital cerca de su radar de conciertos estaba advertido.


En esta ocasión, médicos de guardia, adjuntos, especialistas y residentes clamaron a voz en cuello para que las autoridades militares dejaran pasar al renombrado cantante de música urbana con el imprescindible cargamento de salud. La intransigencia fue absoluta. La orden era taxativa: “No pueden pasar!” “¿Pero por qué?”. “Son opositores”. “Bueno, pero qué importa”, les decían los presentes, “se trata de niños”. Y me parece que debemos ser más específicos, para que se entienda la magnitud del crimen, se trata no sólo de niños, sino de niños enfermos de cáncer. En la unidad oncológica de la zona de pediatría hay 10 niños hospitalizados (porque solo hay 10 camas), y otros 75 niños itinerantes que deben cumplir ciclos de quimioterapia con la debida periodicidad que exigen la enfermedad y sus protocolos médicos. Niños que van desde un año de edad. Niños que necesitan antibióticos, anticonvulsivos, probioticos, anestésicos locales, cremas para regenerar el tejido de la piel, antiemeticos (para evitar los vomitos). En definitiva, medicamentos para atenuar los dolores, para hacer más llevadera una enfermedad que ya es suficientemente cruel, y más cuando ocurre en seres humanos que apenas están estrenando la vida. Pero no. ¿Eso qué importa? Aquí lo que importa es la bendita revolución. Lo que importa es “evitar que los opositores monten su showcito” (uno hasta los puede oír, hasta puede adivinar la entonación, el fraseo cargado, la mirada oblicua). El argumento podría tener algún sentido político si el estado fuera capaz de solventar las carencias del hospital, si de cualquier otro lado, no importa cómo, aparecieran los medicamentos. Pero no. Eso no ocurre. Ni va a ocurrir. Los niños, que se jodan, que sigan sufriendo su tragedia. Lo importante, camaradas, es la imagen de la revolución.


A estas alturas, esa imagen resulta más bien sumamente oscura, turbia: el ministerio de salud de la revolución es hoy el verdugo de los enfermos de todo un país.


Hoy, la salud de todo un país está en terapia intensiva.


Leonardo Padrón


CaraotaDigital – julio 21, 2016

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Published on July 21, 2016 08:24

July 16, 2016

La justicia y los lobos

Armando Cabrera jugaba dominó un sábado a las 7 pm en un club cuando un amigo lo llamó para decirle que lo habían matado. El se lo tomó a guasa: “No me manden flores, mándenme dólares” No le dio relevancia. Total, este país se especializa en falsos rumores. Al día siguiente, otro amigo lo llamó para hacerle una fe de erratas crucial: “Armando, la noticia no es que te mataron, sino que tú mataste a alguien”. En ese instante, se enteró que para buena parte del país ya calificaba como homicida. El asombro lo cubrió de pies a cabeza. Buscó a alguien que le creara una cuenta en las redes: “No uso Twitter, no uso Internet, soy un dinosaurio en ese sentido”. Pero necesitaba responderle al periodista que lanzó la noticia.


“Presunto actor mata a un transexual”, fue el titular que comenzó a replicarse en distintos portales web. El adjetivo parecía un chiste. La presunción recaía sobre su oficio, no sobre el delito. “A lo mejor ese periodista me fue a ver en alguna obra, no le gusté como actor y dijo: ¡a este coño de madre hay que meterlo preso!”, bromea Armando mientras reconstruimos su inesperado calvario.

Lo grave fue la inescrupulosa reproducción de una noticia sin asidero ni investigación previa. En el portal Sin Etiquetas el periodista Gustavo Henao escribió: “El hecho ocurrió el pasado sábado 14 de mayo en horas de la madrugada en la calle Tamanaco con avenida Pichincha de El Rosal. El agresor fue Armando Cabrera, un actor venezolano que después de haber solicitado sus servicios sexuales, le disparó tres veces por la espalda dentro de su vehículo color gris. Luego la arrojó y huyó”. Otro portal tituló: “Asesinato de transexual cometido por actor Armando Cabrera podría ser pasional”. Así. Sin un milímetro de pudor, sin la cautela que dicta la ley mientras no se ha comprobado un delito, la prensa lo sentenció. Algunos le endosaron una inexistente declaración donde argumentaba que lo había matado en defensa propia.


Era un hecho. Estábamos ante un homicida.


El estupor recorrió a todo el gremio actoral. ¿Armando Cabrera un asesino? Nadie podía creerlo. Pero, ¿podrían estar equivocados tantos portales de noticia y periodistas de sucesos?


***


Armando Cabrera es un lobo solitario. En el ámbito teatral es conocida su afición a los excesos y su frecuente incursión en los submundos del sexo callejero. “Como nadie me malcrió, yo me hice malcriado”, me comenta, con sorna. Aunque ha hecho gala de cierto talante autodestructivo, nadie que lo conoce lo imagina capaz de hacerle daño a ningún otro ser humano que no sea él mismo.


Al día siguiente, Armando Cabrera respondió a la citación del CICPC. Su intención era descifrar el equívoco. Pero terminó encerrado en un calabozo por la presunta comisión del delito de homicidio calificado.


Comenzaba su temporada en el infierno.


***


Los 47 días exactos que Armando Cabrera pasó en los calabozos de El Llanito son imborrables. Él, un gigante de casi 1,90 mts de estatura, tuvo que convivir en un espacio de 1 x 5 mts con otros detenidos en un flujo que descendía a cuatro y ascendía a once personas en sus días pico. Los primeros días no lograba dormir ni comer. “¿Dios mío, qué hago yo aquí?”, se preguntaba mientras se espantaba el llanto e intentaba dormir en el suelo, ovillado sobre su propia dimensión. “Me bañé apenas cinco veces en más de un mes de reclusión. El baño era una cosa espantosa”, relata. Tanto, que prefería descargar sus intestinos en potes de comida china. En la celda terminaron acumulando 17 botellas plásticas de jugo llenas de orín, pues comenzaron a demoler el baño: “Tardaron más en matar las 200 millones de cucarachas que en tumbar el baño”.


Se suele decir que las amistades se prueban en la cárcel y en el hospital. Así lo comprobó. Su sobrina de 26 años, su único familiar en Caracas, sufría tanto al verlo allí que los efectivos debían consolarla. Basilio Álvarez, un actor y director de teatro con el que ha trabajado largamente, se convirtió, según sus palabras, en su ángel personal. No dejó de visitarlo ni de llevarle insumos para la supervivencia. Armando, que confiesa no ser amante de la lectura, le imploró: “Tráeme libros”. Basilio seleccionó ciertos libros y dejó que otros libros lo eligieran a él. Así, entraron a esa minúscula celda autores como Dostoievski, Vargas Llosa, Javier Cercas, Alejandro Dumas o Carlos Ruiz Zafón. El pésimo lector, en 47 días, se tragó 16 libros. Vaya manera de descubrir el prodigio de la lectura. También leyó innumerables cartas de aliento que Basilio se encargó de pedirles a sus amigos. No eran cartas, eran bombonas de oxígeno.


Un día ocurrió una buena noticia. Uno de los detenidos recibió un pequeño televisor. Armando lamentó que el dueño del aparato solo sintonizara TVES, aunque todos convenían en, llegada la hora, cambiar de canal para ver la novela Viva La Pepa y esa antídoto a la tristeza que es El Chavo.


Mientras tanto, Armando Cabrera seguía siendo un sórdido asesino para el resto del país.


***


Lo que llevó a la policía a detener a Armando Cabrera fue el testimonio de “La Guara”, una mujer de la calle que aseguró ver cuando montó a “Piolín” en una camioneta gris y 100 metros más adelante la lanzó a la calle, mortalmente herida. Según su relato la víctima, antes de morir, mencionó el nombre del homicida. Como en las películas.


No se le pudo hacer el examen de parafina pues habían transcurrido más de 72 horas desde el suceso. Pero los datos de la acusación no coincidían con su realidad. Armando Cabrera no tiene camioneta, sino un Camry del 96. (“¿Será entonces que tengo otro carro oculto con el que salgo a matar transexuales en la noche?”, replicó con acritud). Nunca en su vida ha poseído un arma. Y si así fuera, no hubiera podido accionarla pues la movilidad de la mano derecha no le da ni para prender un yesquero. A finales de febrero lo atracaron y le fracturaron salvajemente el brazo. El daño aún persiste. Su traumatólogo corroboró el episodio. Más aún, a la hora del crimen dormía en su casa. Una prueba de telefonía celular comprobó el dato. El celular, la mano, el carro: salvoconductos.


En conclusión, mientras alguien asesinaba a un transexual en el Rosal, él roncaba sin saber que tres días después estaría preso por ese crimen.


Finalmente, la justicia decidió liberarlo. No hay una sola prueba para declararlo culpable. Armando Cabrera ha vuelto a la vida, con 11 kilos menos y el aliento de la redención encima: “El que salió de ese calabozo es mejor que el que entró”. Dios no deja de asomarse en sus palabras. En la cárcel descubrió algo decisivo: su esquema de prioridades estaba equivocado.


El misterio: ¿Por qué alguien insiste en culparlo!? ¿Qué busca? ¿Encubrir al verdadero homicida? ¿Por qué surge su nombre? Sin duda, era un cliente habitual, un sospechoso en potencia. ¿Es, simplemente, un chivo expiatorio?


***


Conversando sobre este punto de quiebre en su vida, Armando invoca un proverbio cherokee. Aquel donde el abuelo le habla al nieto sobre la batalla que ocurre entre dos lobos que hay en el interior de todos. Uno: el lobo de la ira, la envidia, el resentimiento y el ego. El otro: el de la bondad, la serenidad y la compasión. Cuando el nieto pregunta cuál suele ganar la batalla, el abuelo responde “el que tú alimentes mejor”.


Y entonces, con entusiasmo, me cuenta que leyendo “Historia del Rey Transparente” de Rosa Montero descubrió el verdadero significado de la palabra compasión. (“Ahora, Leola, te regalo la mejor de las palabras, la única por la que no se mata, ni se aprisiona, no se humilla, ni se calla, no se juzga, y esta es la compasión, porque la compasión te hace meterte en la piel del otro, ser como él es, sentir como él siente”).


Armando ahora habla de libros.


***


El sábado pasado Armando Cabrera fue a visitar a sus ex compañeros de prisión. Les cocinó una fabada, les compró cachitos y se los llevó. La convivencia generó un vínculo.


Hoy está en libertad condicional bajo régimen de presentación y tiene prohibido circular fuera de Caracas sin pedir consentimiento. Es la burocracia de la ley. Una posdata del castigo que debe pagar por un crimen que no cometió. Toneladas de lodo cayeron sobre su nombre gracias a una prensa que se engolosinó con el morbo de una noticia jugosa para ganar un click en sus respectivos portales. Una noticia jugosa, pero falsa.


Uno de sus abogados me confesó que “esas publicaciones amarillistas, de una u otra forma, causaron la detención preventiva de Armando Cabrera. Una fiscal y el tribunal de guardia, al ver todas esas publicaciones, se abstuvieron de darle la libertad que le correspondía; no tomando en cuenta que se presentó de forma voluntaria, demostrando que no había peligro alguno de fuga, principio fundamental para poder restringir su libertad, cuando no hay suficientes elementos probatorios”.


Michel Hausmann, quien lo ha dirigido ya en seis montajes, colgó en el muro de su Facebook una interpelación medular: “Espero que esta experiencia sirva para la reflexión (…) Para pensárselo dos veces antes de redactar un titular escandaloso. Nosotros, en el teatro, lo único que tenemos es nuestra credibilidad ante el público. El público cree las historias que contamos, los personajes que creamos, la obra que escribimos, el drama que representamos, la risa que ofrecemos. Ustedes, señores periodistas, son juzgados con la misma vara: sus lectores, como nuestros espectadores, deben creerles. Sin embargo, debo admitir que nuestro trabajo es menos riesgoso que el de ustedes: cuando nuestro trabajo en el teatro es mediocre, simplemente perdemos nuestro público; cuando el suyo lo es, arruinan vidas”.


Armando Cabrera ha sido un dragón en una obra infantil, Herodes en Jesucristo Superestrella, Tevye en El Violinista sobre el Tejado, padre de Mónica Spear en El Desprecio, Max Bialystock en Los Productores y el Rey Claudio en Hamlet. Ha sido muchas personas en la ficción. En su propia vida ha sido un hombre solitario, víctima de sus propios laberintos. Alguien que ha pasado demasiado tiempo con el lobo oscuro que todos tenemos. Ha sido un hombre frágil que encontró en el teatro su lugar en el mundo. Ha sido muchas cosas, pero jamás un asesino.


Ninguno de los periodistas que lo colocó en el paredón de fusilamiento redactó la decencia de una frase para retractarse de lo dicho.


En esta historia hubo dos asesinatos: el de Keiduin Alexander Suárez, “Piolín”, un transexual de 28 años de edad, abaleado por alguien aún desconocido y en libertad. Y el de Armando Cabrera, asesinado moralmente por la forma más perniciosa del periodismo: el amarillismo y la invención.


Leonardo Padrón

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Published on July 16, 2016 21:31

July 14, 2016

Pandemia

Estas palabras las escribo bajo el efecto de una charla de la que acabo de salir con especialistas sobre el tema de la inseguridad. Confieso que estoy poco menos que estremecido. Las cifras de homicidios y secuestros son cada vez más alarmantes. Digamos mejor, pavorosas. Nicolás Maduro tiene razón, este país está en guerra, pero no económica, es una guerra brutal que ejecuta la delincuencia contra la población civil. Y lo que más indigna, enfurece y subleva es la indolencia del gobierno al respecto. Es tan sencillo como que no le interesa la vida de los venezolanos. Realmente, no le interesa. Y tampoco le interesa que nos informemos bien sobre la devastadora violencia que nos arropa. Lo que pasa es que toda sangre derramada tiene dolientes. Y bastante ha hecho la prensa independiente para averiguar e informar sobre la dimensión del fenómeno. El país entero está en alarma.


La inseguridad tiene que volver a ser un tema protagónico en la agenda de penurias que poseemos. Cuando un gobierno tiene un historial de 24 planes de seguridad implementados, de forma coyuntural e improvisada, sabe que cada nuevo plan no hace sino confirmar el fracaso del anterior.


Pero quizás lo más doloroso es la honda herida que ha sufrido el país en sus basamentos morales. Hay más gente convirtiéndose en delincuente que en maestro o en médico. Eso es una tragedia para cualquier sociedad. Los delincuentes, según confesión de muchos, viven cada día como el último de sus vidas. Matar es su forma de vivir. Sus expectativas de vida no sobrepasan los 25 años de edad. Eso los convierte en unos kamikazes de la violencia. Matan con ensañamiento, con rabia por la vida. Y eso los hace más crueles. La violencia se ha vestido de horror.


El agravamiento de la crisis económica no hace otra cosa que desarrollar la delincuencia. Así como los analistas económicos pronostican un segundo semestre del 2016 en rojo profundo, igual lo hacen los expertos en seguridad. Más hambre traerá más sangre. Ese es nuestro panorama. La orfandad es aplastante.


Muchos funcionarios se lamentan, puertas adentro, de la poca voluntad del Estado para asumir una genuina lucha contra las bandas delictivas. Más aún, el Código Orgánico Procesal Penal ha terminado siendo un aliciente para el crimen. La impunidad es la norma. Norma que los propios ciudadanos fortalecemos cuando no denunciamos los delitos sufridos. Es impresionante: por cada 10 secuestros apenas uno es denunciado. No denunciar nos termina haciendo cómplices del criminal.


Apenas en junio de este año van 500 homicidios en la Gran Caracas. Una cifra apocalíptica. Ninguna otra ciudad del planeta nos iguala. Que de las 50 ciudades más violentas del mundo 8 pertenezcan a Venezuela es una vergüenza. Y es también la certeza de que la violencia en nuestro país es una pandemia.


Insisto. El tema es neurálgico. Tal sobredosis de sangre es la principal razón del exilio más grande de venezolanos en su historia. El delincuente ha convertido a todos y cada uno de los ciudadanos en su gran botín. Cada día que pasa sin que el gobierno tome profundas medidas para enfrentar la violencia lo convierte en cómplice. Y lo sabemos. Todo cómplice es, por definición, culpable.


Leonardo Padrón


CaraotaDigital – julio 14, 2016

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Published on July 14, 2016 03:30

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