Leonardo Padrón's Blog, page 18
December 1, 2016
Sin argumentos
Así andamos en estos días los que presumimos (o pecamos) de ser unos optimistas crónicos. Nos quedamos con los bolsillos vacíos. Sin argumentos para rebatir a los de talante apocalíptico. Sin evidencias de mejoría o cambio en el penumbroso horizonte que está ante nuestros ojos. Queda demostrado, cada día, con rigurosa exactitud, que en este país la palabra “asombro” es un espacio más grande que la imaginación y la propia geografía nacional. Cabe de todo en el asombro cotidiano. Cabe el estupor ante las masacres de Barlovento, Cariaco y Tumeremo (que no se nos olvide ninguna). Uno se asombra ante la vertical velocidad del dólar paralelo. Uno anda boquiabierto ante el dólar escándalo, el dólar absurdo, el dólar ilógico que hoy destroza nuestros ahorros. Y también asombra que la reacción oficial, la única respuesta del régimen, sean solo las cansinas e irresponsables declaraciones de siempre. Asombra que se endose la responsabilidad de la debacle económica a un ciudadano venezolano que en sus ratos de ocio juega a un mortal casino llamado Dólar Today. ¿Puede más un empleado de un remoto Home Depot que todo el fulgurante gabinete económico de la nomenklatura revolucionaria? Asombra oír a Nicolás Maduro, siempre retórico, siempre rimbombante, siempre mintiendo, anunciando pulverizaciones que nunca ocurren o despegues económicos que se vuelven burbujas de jabón. Asombra tanta incompetencia. Asombran nuestras muy terribles, espantosas y crecientes cifras de deterioro. Asombra Nicolás Maduro todas las veces. Asombra que pretenda solucionar el caos a punta de discursos predecibles y vacuos. Y uno ve cómo se pone vehemente y proclama nuevas comisiones, nuevos ministerios, más motores. Y cómo decreta el ahora sí. Y todos sabemos, incluyéndolo, que solo es una mentira más en su Himalaya de engaños. Chávez muere y él lo llama indestructible y eterno. Fidel muere y también lo llama indestructible. Nuestra economía muere y la llama indestructible. Los venezolanos mueren asesinados, de mengua o de hambre, otros se van en estampida, sus pares ya no quieren saber nada de él, las encuestas gritan su rechazo y él llama a la revolución indestructible. Maduro asombra y alarma.
Pero también asombra el desatino de nuestros líderes opositores. Y confieso que, por el conocimiento humano que tengo de algunos de ellos, me parece injusto tildarlos de traidores, vendidos o colaboracionistas. Los epítetos que les han arrojado son tan copiosos como estridentes. Un costal entero de tomates verbales y crispados. Yo, por mi parte, lo que ya no le acepto a la dirigencia opositora es que su reloj no tenga la misma urgencia que la del ciudadano común. El reloj del hambre. El minutero de la ruina. La cuenta regresiva de la supervivencia. Sin duda, el intento de diálogo ha pecado de ingenuidad, de falta de malicia, de improvisación, incoherencia y unos cuantos etcéteras. Se necesitan nuevas reglas, y quizás, como lo han asomado algunos, nuevos interlocutores. Se necesita prender las luces de emergencia. Estamos haciendo agua por todos lados, señores. Basta de dilaciones. Basta de depender de la agenda de los mediadores. No es cuando ellos puedan. Los que estamos hundiéndonos somos nosotros. Falta –entonces- carácter, reciedumbre, templanza. Falta activar el YA.
Todo el país sabe que el primer remedio para salvarnos del naufragio es cambiar de gobierno. Nicolás Maduro no sirve como presidente de la República. Su larga y extenuante lista de ministros no sirve. No conocen su trabajo. No saben lo que hacen. Asombra lo incompetentes que son. ¿Conclusión lógica? Hay que despedirlos. Nuestro voto es su carta de despido. Por eso evitan cualquier evento electoral. Pero ya. No queremos más pretextos. Basta de hablar de guerra económica, el imperio y la oligarquía. Basta de tanto cinismo y mediocridad. Hay que despedir a los militares de los cargos públicos y devolverlos a los cuarteles. Hay que sacar a la camarilla revolucionaria de la administración del Estado. Es hora de regresar al siglo XXI (si es que alguna vez estuvimos en él). De asaltar el tren de la modernidad. De volver a ser normales.
El mañana de nuestra emergencia es hoy. Ese es el único argumento que flota como una nube urgente sobre el país. A nuestros líderes opositores les pedimos que se alisten para el último inning. Pónganse de acuerdo puertas adentro y salgan con determinación a resolver lo que todos estamos exigiendo. El fin de la pesadilla. El inicio de otro tiempo para Venezuela. Si necesitan pueblo que los respalde, lo van a encontrar. Somos una rabiosa e impaciente mayoría. En realidad, sólo estamos esperando por ustedes. Ya no hay más argumentos. El mañana es hoy.
Leonardo Padrón
POR: CARAOTADIGITAL – DICIEMBRE 1, 2016
November 24, 2016
Sobrinos
Si te acusan, a ti o a los tuyos, de alguna indecencia notable, de un delito mayúsculo, con pruebas, juicio y sentencia, y tu reacción es el silencio, un larguísimo, un vergonzoso silencio, solo alimentas la certeza del pecado. Si eliges el disimulo y volteas hacia el oeste, con gestos ampulosos; si profieres arengas morales, cuando todo apunta su índice sobre sangre de tu sangre, sangre que criaste; si discurres felonías en el campo de tus propias miserias; si gritas torpezas y ocurren sobrinos; si bailas salsa y ocurren sobrinos; si le das la espalda al clamor popular y ocurren sobrinos, entonces algo malo, muy oscuro, terriblemente fétido, hay en palacio.
Los tíos de los turbios muchachos, culpables y confesos muchachos, resultan ser la pareja presidencial de un país acorralado por la crisis más honda de su historia. No son unos tíos cualquiera. Son los tíos más poderosos del país. Unos tíos que regentan malamente el destino de millones de personas. Unos tíos salpicados en su sistema circulatorio por una noticia que posee la intensidad de una bomba radiactiva.
Si eres tío, pero también presidente, y le prohibes a la prensa oficial que hablen de tus sobrinos, el recelo colectivo se potencia. Si eres tío y como presidente amenazas con pararte de la mesa de diálogo porque la AN conjuga sobrinos con perico, el recelo colectivo se derrama exponencialmente. Nadie puede censurar al sol. Y la noticia de los sobrinos narcotraficantes brilla como una bola de fuego gigantesca en el mundo de los escándalos mediáticos.
Y resulta, oh ironía, que el mismo régimen que prohibió la transmisión de narconovelas en la televisión nacional sufre ahora la vergüenza mundial de ver cómo un sector de la familia presidencial es juzgada culpable por conspirar en la venta y tráfico de cocaina de alta pureza.
Es el imperio de las paradojas.
Porque el mismo régimen que prohíbe hablar públicamente del dólar paralelo ha sometido su negra economía a los vaivenes de esa moneda de estigma carcelario.
Es el mismo régimen que, en su afán por censurar, ordena ocultar las colas en los mercados.
El mismo régimen que estigmatiza el libre mercado y la propiedad privada y por tal razón recibe terremotos semanales en su economía patrocinando la fábrica de pobres más rápida del siglo.
Es el fracaso escribiendo su prosa en código de paradoja.
Es el fracaso en gerundio de un resentimiento.
Es el fracaso de una familia donde mucho se debe haber hablado de ética revolucionaria, de Lenin y Marx, de Fidel y Camilo Cienfuegos, para que los más jóvenes terminaran emulando la triste saga de Pablo Escobar o el Chapo Guzmán, en tono de pésimo remedo.
Eres el heredero de una farsa galáctica. Y ocurren sobrinos.
Haces todo tipo de acrobacias y vilezas para ocultar el desastre.
Y ocurren sobrinos.
Leonardo Padrón
POR: CARAOTADIGITAL – NOVIEMBRE 24, 2016
November 17, 2016
Una pequeña propuesta
Un día de silencio. Eso quisiera proponer. Un día de abstinencia verbal. Un momento de introspección política. Una jornada de reflexión. Que afuera quede el rumor, los dicterios, la voz reactiva, el disparo desde la cintura. Que callen por 24 horas los discursos encendidos, la arrogancia, la estridencia. Incluso las voces asertivas. Que la lucidez se convierta en pausa. Tanta sabiduría, que se oculte un poco. Total, ya nadie entiende nada. Ya todo clama por su propia inutilidad. La confusión y el desconcierto son los anfitriones de la escena nacional.
Un día para dejar de gritarnos. Un día sin cuchillos en la prosa. Prohibidos los insultos en 140 caracteres. Clausurada la rabia digital. Abajo las emboscadas. Buscar un rincón de reposo. Una almohada contra la furia. Suspendidos los monólogos. Para oírnos, mejor detenernos en una pared blanca.
He aquí nuestra tragedia. No nos estamos dando chance de oírnos adentro. No le vemos la cara directamente a los errores. No nos ocupa procesarlos. Seamos oposición o régimen. Diálogo o anti-diálogo. Preferimos poner más palabras sobre las ya inservibles. Hojarasca y pólvora. Gritos, vituperios, ruido. Nada que sea útil para un país que se rompió en mil pedazos.
Entonces, pedimos encarecidamente, que calle por un día el idioma. Que todo sea pensamiento. Bajen sus armas los opinadores, los articulistas, los blogueros. Que se muerdan el labio los políticos. Que escampen los diputados. Que el TSJ se tome un día libre para acumular su propia basura. Que el presidente conozca esa decencia que es el silencio.
Se impone un momento de repliegue para dejar que hable la realidad. Hagan silencio y escucharán el sonido del hambre (las tripas que crujen, las manos que atacan la basura, la gente que no pide dinero sino algo de pan). Que se escuche solo el grito del enfermo. Que nos llegue nítidamente la voz del médico repitiendo que no hay. Lo que sea que cura, no lo hay. Que tengamos el coraje de oír las balas rompiendo la piel de los nuevos muertos. Que se escuche el petróleo bajo tierra, enloquecido, manoseado, saqueado. Que se sienta la santamaría que baja por última vez y anuncia otra empresa en off. Que se entienda el sonido de las maletas cerrándose para despegar. Que se perciba, en este silencio en cadena nacional, el opio de la depresión colectiva. Apaguemos los micrófonos, las cámaras, abandonemos la zona de wifi. Cierra tu voz. Quedémonos quietos. Shhhhh. 24 horas. Y pensemos.
A ver si así terminamos de entender que hay un país muriéndose. Que no se puede dialogar tanto sin conseguir al menos una palabra que sirva. Mejor callarnos todos un momento, un minuto no, un día entero. Necesitamos recogimiento. Calmar el estruendo. Aplacar los adjetivos. Ver alrededor. Sopesar todo lo que se ha dicho y lo que no se ha hecho. Contemplar con sinceridad el desastre. Ver, entre los escombros, los sacos de injuria de uno y otro lado. La maledicencia general nos cubre. Nos hemos descalificado con saña y capricho. Somos el mambo del odio. La gramática salvaje. Nos hace falta la inteligencia que amerita todo silencio. Para trascenderlo. Y entender que aún la más aviesa dictadura no puede tener una relación tan profesional con la humillación como forma de gobierno sin que los ciudadanos reaccionen. Así sea en el último instante.
Un poco de silencio. Nos haría falta. Para calmar el estruendo como forma de ser. Para lograr de una buena vez, con un tanto de concentración, la coherencia necesaria para sacar a Venezuela de la más oscura de sus pesadillas.
Hacer silencio. Y pensar.
Leonardo Padrón
POR: CARAOTADIGITAL – NOVIEMBRE 17, 2016
November 10, 2016
Tantas víctimas
Los cuentos de la diáspora son cada vez mayores y más dolorosos. Estar unos días en Florida y mezclarse con la comunidad de inmigrantes venezolanos estruja el alma. Cada rostro es una historia brusca. Una desgarradura en ebullición. La gente tiene al país en el temblor del abrazo, en los rincones de cada frase. La nostalgia se les ha convertido en un bosque bruñido. Una oscuridad que se toca con los dedos.
La breve gira de “Se Busca un País” por Estados Unidos remueve nuestras propias aguas. Mariaca Semprún, Claudio Nazoa y yo nos conseguimos con venezolanos cada veinte metros. Literalmente. No hay exageración. La realidad ya es una hipérbole. Una trabajadora del aeropuerto de Miami nacida en Acarigua, un vendedor en Walgreens que se crió en Vista Alegre, un restaurante en Brickell donde trabajan 23 venezolanos, un dueño de un bar en la International Drive con acento maracucho. Están en todos lados. La lista es interminable. Todos cargan una cicatriz distinta pero el origen es el mismo. El adiós.
En Orlando, la primera persona con la que nos topamos nos recibe con tanta gentileza en su mirada que aún antes de cruzar la primera palabra sabemos que es venezolana. La mujer, en sus 40, es de Valencia. No hubo mayores preámbulos. Su historia escuece el ánimo. Es una politóloga, con indudable dominio de la materia, que hoy trabaja como Housekeeping Manager en un modesto hotel. Su vida cambió cuando una tarde fue secuestrada, golpeada, pateada y arrojada al hombrillo de la autopista. Tenía dos meses de embarazo. La violencia de las patadas mató a la criatura que llevaba en su vientre. Devastada, decidió irse del país, sobre todo cuando entendió que el secuestro tenía implicaciones políticas. Hoy intenta rehacer su vida con templanza y optimismo. Sigue conectada a los avatares de la realidad política nacional. Es implacable en sus juicios. Su nostalgia también es implacable.
Así la historia de un músico que emigró y ha tenido que vivir en el sofá de sus amigos durante cinco meses. Raciona su presencia para evitar el hartazgo que produce toda visita prolongada. No pasa más de 3 semanas en cada sofá. Ya se le confunden los amaneceres. Ha tenido que trabajar como taxista, modo Uber, o recogiendo escombros. Este último oficio, pesado, lleno de polvo y piedra, lo ha compartido con antiguos ejecutivos de empresas que alguna vez fueron prósperas en Caracas. A la faena se les suma luego un equipo de mujeres que barre y lava el residuo de los escombros. Todas venezolanas. Una de ellas era gerente de una planta de Polar. En fin, profesionales de alto calibre, artistas, universitarios, gente formada, inteligente, sensible, que ha visto cómo se le derrumbó el plan de su vida por este saqueo en proceso llamado revolución.
Es mucha gente. Demasiadas historias. Y cada día son más. Venezolanos que se arrojan al quién sabe. Venezolanos que no le duelen ni un segundo a Nicolás Maduro. Nunca los nombra. Los ignora. Les son indiferentes. Así como ignora a los desesperados que revuelven la basura en pos de un mordisco de pan. Así como desconoce a los penitentes de la salud. Así como cierra los ojos ante su propia mediocridad. Todo sea por el poder. Porque el poder debe seguir en manos de la revolución. Criminal, negligente y corrupto el poder, pero revolucionario.
No, la historia no los absolverá. Ya ha comenzado su condena: el repudio general de todo un país. Hasta ahora, lo único que han logrado es postergar el juicio final. Pero la historia ya está escribiendo la sentencia. No se salvarán. No hay manera.
Afuera, en el exilio, miles y miles de venezolanos esperan por ese día. Sienten que la justicia tarda, pero muchos confían en que llegará. Son tantas víctimas que es inconcebible el triunfo de la impunidad.
El país, sin duda, debe ajustar cuentas con sus verdugos. Sobre la mesa aparecerán líneas de perdón, opciones de reconciliación y el penumbroso tejido de las negociaciones. Pero la justicia también debe hablar. Insisto, son tantas víctimas.
Leonardo Padrón
POR: CARAOTADIGITAL – NOVIEMBRE 10, 2016
November 3, 2016
El paredón de fusilamiento
Y entonces aquí estamos de nuevo, irascibles, revueltos, desmadrados, henchidos de rabia, bramando insultos contra nuestros pares, condenando a diestra y siniestra todo lo que ayer era referente y aplauso. Esto somos, jueces inclementes, tribunal supremo y verdadero de la política nacional. Nosotros, los que nunca nos equivocamos. Nosotros, los intachables. Nosotros, los grandes estrategas. Todo aquello que no suceda a nuestro tiempo y concierto es dislate, traspiés, error. Y vamos colocando en el paredón de fusilamiento a cada líder cuya voz desafine o se aleje, así sea por minutos o días, del clamor ciudadano. Somos la opinión pública. Somos la razón unánime. Nada que se aleje de nuestros dicterios está permitido. Y así, en un chasquido de dedos, el ídolo se convierte en fantoche, el paradigma en traidor, el sensato en paria. Nunca nos equivocamos, porque somos el pueblo y así reza el lugar común. Si gritamos estampida se nos debe complacer. Si pedimos estridencia y remolino, no otra idea se puede someter a consideración. Somos grito y consigna callejera, somos arrebato, somos pasión y desenfreno. ¿Para qué la mesura? ¿A quién le importa la prudencia? No, no vemos el bosque, nos importa el árbol. Estamos impacientes. Ya han pasado 17 años. No nos pidan esperar una semana más. Eso es una grosería, una desmesura. Queremos ya el capítulo final. El choque de trenes. Nuestra indignación cívica contra sus colectivos armados. Nuestras banderas contra sus balas. Nuestras gorras y franelas blancas contras sus caballos de hierros. No importa, moriremos, dejaremos charcos de sangre con nuestra firma estampada, todo sea por el gran día donde marcharemos a Miraflores y los villanos del régimen saldrán en tropel, espantados, temblando, tropezando con sus millones de dólares, sus lujos, sus privilegios, dejando todo a un lado, saltando por la ventana, abandonando la casa del poder y logrando, en un tris, que todo vuelva a ser como antes. Así de perfecto será ese día. Por eso, señores líderes de la oposición, no nos arruinen la fiesta, es cuestión de 24 horas para cambiar la historia, o menos, lo que dura una marcha, lo que asusta un gentío. Una semana es demasiado. No queremos que conversen. Con Satanás no se dialoga, ni siquiera porque lo dicte el sentido común. No queremos ahorrarnos ni un solo muerto.
Así suenan las redes sociales. Así se escucha la calle.
Sin duda, en estos días, está ocurriendo que la gente solo ve lo que quiere ver. Lo que no calza con sus criterios o deseos es herejía y traición. Lo que no combina con su reloj es estafa. En estos momentos hay una sobredosis de ansiedad tal en el venezolano que hace que veamos el minutero de la realidad de una forma distorsionada. Los días nos parecen años. Y reaccionamos impulsivamente, sin ponderación. Por eso, cada vez que veo cómo comenzamos a despedazarnos entre nosotros por alguna decisión política de mayor o menor ambigüedad, siento que logramos que Nicolás Maduro saque a bailar de nuevo a la primera combatiente. Salsa o cumbia, ya eso no importa. Cada vez que la oposición desgrana sus mejores insultos contra sus pares, cada vez que nos distraemos del objetivo real para concentrarnos en nuestra propia destrucción, le hacemos un gran favor a la dictadura.
Permítanme insistir. No es momento de destejer todo lo ganado. Es sano calmar las aguas para llevarlas a buen cauce. Cada vez falta menos. No perdamos la coherencia. No ayudemos al régimen en su afán de destruir lo que nos da tanta fuerza: la unidad. Somos ciudadanos democráticos. Y a punta de democracia los sacaremos del poder. No otra es la ruta. Con sus márgenes de error o incertidumbre. Pero no podemos convertirnos en nuestro propio paredón de fusilamiento.
Leonardo Padrón
POR: CARAOTADIGITAL – NOVIEMBRE 03, 2016
October 29, 2016
“Se busca un país” de Leonardo Padrón se presenta en Estados Unidos
Este 04 de noviembre en Miami, 05 de noviembre en Tampa y 06 de noviembre en Orlando Leonardo Padrón presenta junto a Mariaca Semprún y Claudio Nazoa “Se Busca un País”. Luego de la exitosa gira realizada en las principales ciudades de Venezuela en el año 2016, “Se Busca un País” llega a los Estados Unidos para cautivar al público venezolano allá residenciado .
“Se Busca un País” es un espectáculo que propone una lectura del país desde sus zonas luminosas. En estos tiempos donde todos los discursos públicos apuntan a subrayar lo mal que estamos, la crisis que surcamos y lo oscuro del porvenir preferimos hacer énfasis en nuestras fortalezas y en el reforzamiento de una actitud más propositiva en términos colectivos. Para ello se apela al arte, una herramienta siempre poderosa y de gran capacidad de sugestión.
“Se Busca un País” traza un viaje por el país lúcido y creativo. Ese viaje se realiza a través de tres instancias: el humor, la música y la reflexión. Es un espectáculo concebido por el poeta y cronista Leonardo Padrón, donde ha convocado la gracia y la irreverencia de uno de nuestros grandes humoristas, Claudio Nazoa; el talento y la impecable voz de Mariaca Semprún.
Ellos, se encargarán de pasearnos por la riqueza y versatilidad de nuestra música a través de canciones entrañables, por esa huella digital que tanto nos caracteriza como es el humor y por la necesidad de reflexionar en positivo sobre el país que merecemos y que exige nuestra disposición.
Es una apuesta por las sonrisas que también somos. Por los puntos de luz que no podemos olvidar. Por el engranaje definitivo con lo mejor de nuestro gentilicio.
Información general de las tres presentaciones por el teléfono 786 4317931
Entradas a la venta en:
1) Miami 04/11 – Lugar Presentación: Flamingo Theater Bar, en Brickell
@lafontanaristorante@saborvenezuela
@saborbrickell @sakeroomexpress
2) Tampa 05/1 1 – Lugar Presentación: Casa 21, 4235 W Waters Ave. Tampa
Delivery tickets al 786 4317931
3) Orlando 06/1 1 – Lugar Presentación: Señor Frog’s
@churromaniaorlandofl @yogurtbrezee @comunidadvenezuelausa
Información por teléfono (786) 431-7931
Es un evento de L&R Production @Productionlyr
País por cárcel
A las 4 de la madrugada sonó el teléfono. Marcelo se removió en la cama y apagó la alarma. Creyó que el amanecer había llegado precozmente. Pero el teléfono insistió. Su mujer le aclaró que era una llamada. Entonces respondió. “¿Puedes venir a ayudarnos? Nos están allanando”, le dijo una voz que aún no reconocía. Marcelo Crovato es abogado penal. Los problemas de sus clientes no tienen horario. Se levantó de la cama para cumplir con su labor. Nunca pensó que esa llamada le iba a cambiar la vida.
Era el 22 de abril del 2014. Un período de protestas de calle y feroz represión. Marcelo vivía en pleno Chacao, el ojo del huracán en tiempo de guarimbas. Mientras se vestía recordó que ese sería apenas el segundo caso que tomaba de ese cliente. En rigor, era al revés, Marcelo Crovato era el verdadero cliente, pues Ignacio Porras era el dueño de la lavandería que frecuentaba.
Su destino quedaba apenas a dos cuadras. Al llegar, los funcionarios lo interpelaron con aspereza: “¿Usted qué busca aquí?”. Mostró su credencial de abogado: “Fui requerido por la persona que ustedes están allanando”. La frase no cayó bien. La razón del procedimiento era vaga: “Esta gente está apoyando a los guarimberos”. Apoyarlos podía limitarse a darles agua, alimento, cobijo, o simplemente abrirles la puerta del edificio para evitar la furia de la razzia policial. Al rato, le pidieron que los acompañara al comando para terminar de hacer las actas. Incluso le ofrecieron un puesto en una de las patrullas: “para que se venga más cómodo”. Una trampa. Cinco horas después, en el comando, le anunciaron que estaba detenido por los delitos de instigación a desobedecer las leyes, intimidación pública, asociación para delinquir y obstrucción de vías.
En breve fue parte de un circo. Encapuchado y esposado, junto a 8 personas más, lo habían colocado detrás de Rodríguez Torres, entonces ministro del Interior, quien ofrecía una rueda de prensa: “He aquí a los terroristas organizadores de las guarimbas en el municipio Chacao”. A Crovato se le secó la boca. Se vio tentado a quitarse la capucha y denunciar el exabrupto. Pero entendió que las consecuencias podrían ser funestas. A fin de cuentas, todo era un error.
El error se prolongó tanto que terminó recluido en Yare, una siniestra prisión destinada para delincuentes comunes.
“Esto no tiene sentido”, es la frase que ha retumbado durante 2 años y medio en la mente de Marcelo Crovato, abogado del Foro Penal Venezolano y uno de los tantos presos políticos del régimen de Nicolás Maduro.
***
Cuando Elky Arellano vio por televisión que su marido era acusado de terrorista y que iría a la cárcel entró en crisis. Se le abrió el piso. No pudo dormir esa noche en la cama de siempre. No le pasaba la comida. Se mudó con sus hijos de 3 y 6 años de edad a casa de la abuela. Ellos no entendían la ausencia repentina del padre que los llevaba al colegio, al parque, a todos lados y, de repente, la nada. Por instinto, mintió. Les dijo que su padre se había ido de viaje de trabajo. La mentira crecía al ritmo que se prolongaba el tiempo en prisión. El mayor comenzó a romper su ropa, tuvo desajustes de conducta, entró en depresión. Un día, le comentó al menor: “Papá no va a volver, porque está muerto y nadie nos lo quiere decir”. Un psiquiatra le recomendó decirles la verdad. Y lo hizo, pero jamás se atrevió a llevarlos a ver a su padre en la sordidez de una cárcel como Yare.
***
Una paradoja inquietante acompañaba el traslado de Marcelo Crovato a prisión. Él había sido el director de Yare 1 y 2 en 1999. Un antecedente que podía convertirse en sentencia de muerte. Si algún prisionero se enteraba que ahora era un recluso más en Yare 3 podía cobrarle alguna vieja factura.
Como abogado que era, insistía en su derecho a leer su expediente. Se negaban reiteradamente, hasta que un día dejaron caer sobre sus ojos un fajo de mil páginas y le advirtieron que solo tenía diez minutos para leer esa montaña de papel. Crueldad, lo llaman.
Marcelo Crovato estuvo 10 meses preso en Yare 3. Dormía en una colchoneta tan delgada como un papel. La comida era infame. El desayuno era una arepa triste, sosa, sin relleno. Prefirió comer solo lo que le trajera su esposa. Intentó lidiar con el ocio mortal de los encierros. Aprendió a tejer bolsos y carteras. Tragaba libros como si fueran caramelos para el cerebro. Llegó a hacer sudokus con una velocidad pasmosa. Se convirtió en el abogado interino de muchos presos. Los asesoraba, les redactaba documentos. Pero aún así, Marcelo cada día descendía un peldaño más en el pozo de la depresión. La separación de sus hijos le tenía el ánimo destrozado. Cuando lograba hablar con ellos por teléfono, tenía luego que esconderse. En las cárceles no son bien vistas las lágrimas. En una ocasión, un recluso le permitió entrar en su celda, le prendió un viejo ventilador y lo dejó solo, rumiando su llanto.
Un día advirtió una extraña mancha en su pie. No le gustó lo que vio. Pidió con urgencia un chequeo. Lo ignoraron olímpicamente. Angustiado, se declaró en huelga de hambre. Al psiquiatra del penal le expresó que la única solución a todo lo que le ocurría era una espada. El médico no entendió. Él le explico el código de los samuráis. Le detalló la forma adecuada para suicidarse. Las alarmas se activaron. Entonces apareció la asistencia médica tantas veces negada. Tres médicos concluyeron lo mismo: había serias posibilidades de que fuera cáncer de piel. Era el peldaño que le faltaba para llegar al hueco más oscuro de la depresión. Dejó de asearse. La barba le creció desprolija. Se echó al abandono. Al poco tiempo se declaró en huelga de hambre nuevamente. Los reclusos le decían: “Come, abogado, nosotros no vamos a decir nada”. Fue tajante: “Si traiciono la huelga de hambre ustedes no me van a respetar”.
Todos esperaban lo peor. El suicidio o la muerte por inanición. Un día un recluso le anunció lo inesperado: “Abogado, te vas”. Él pensó que era un chiste. Al rato se escuchó un grito en el penal: “¡Agua en la torre!”, el código que alerta sobre la entrada de custodios. Traían la noticia. En un acto de “clemencia”, la Fiscalía le otorgaba la medida de casa por cárcel. Cuando iba en la ambulancia que lo trasladaba a Caracas, susurraba tangos y canciones de scouts. Luego de diez meses salía con 25 kilos menos, psicológicamente arrasado por un suplicio injusto y con sus derechos humanos violados. Hablamos de un hombre cuyo delito era justamente defender los derechos humanos de tantos estudiantes torturados y presos.
***
Marcelo Crovato vive ahora los rigores de la prisión en su apartamento de 90 mts2. Está de nuevo con su esposa e hijos. Ha vuelto a dormir en su cama y usar su propio baño. Pero tiene prohibido pisar la calle. Marcelo vive en un viejo edificio cuyas ventanas dan a las paredes de otro edificio que está tan cerca que todo lo convierte en sombra. Ni estirando el cuello logras ver un trozo de ciudad. No hay ni un centímetro de sospecha del Ávila. La sensación de claustrofobia es brutal. Y ya lleva un año y 7 meses en esa situación. Le falta aire, espacio, vida. A estas alturas, aun no se ha realizado la audiencia preliminar de su caso. Todo está paralizado. Es un hecho, Marcelo Crovato sigue preso.
Por esa razón el peso de sostener el hogar recae totalmente en Elky, quien también vio minada su salud luego del devastador evento. No les alcanza lo que gana para alimentar a cuatro personas. Marcelo ha seguido tejiendo bolsos para obtener algo de dinero. El grupo familiar entero está bajo tratamiento psiquiátrico. Todos se sobresaltan cuando suena la puerta: “¿Será el Sebin?”. Les aterra que lo regresen al infierno. Sus hijos aún no entienden por qué los domingos cuando salen a jugar futbol su papá se tiene que quedar en casa, paralizado, inerte. No entienden tantos agravios contra un hombre inocente.
***
Para colmo, la mala suerte le busca camorra. Un día Marcelo veía televisión en la sala de su casa. Tenía la puerta abierta como un gesto cortés con la mujer policía que esa tarde vigilaba desde el pasillo el cumplimiento de su pena. Ella fue un segundo al baño del vecino. En el campo visual de Marcelo apareció una pistola. Eran cuatro delincuentes. Lo maniataron y encerraron en la habitación de sus hijos. No atinaban a creerle que fuera un preso político. Hasta que apareció la mujer policía y hubo un disparo, forcejeo, golpes. Huyeron robándose lo poco que había para llevarse. Como si faltaran malas noticias.
***
Quien me relata toda esta historia es su esposa. Él tiene prohibido declarar a los medios. Su vida, su carrera profesional, su relación con el mundo ha sido dinamitada. Así, cómo él, están los otros presos políticos que tienen casa por cárcel. Su historia ratifica que los derechos humanos en Venezuela siguen hundidos en el sótano de las vilezas. Hoy, con todo lo ocurrido en estos días, ya casi nadie niega estar bajo una dictadura. Pero para Marcelo Crovato la dictadura empezó el 24 de abril del 2014.
Por este venezolano, por los más de cien presos políticos, por los que viven la hora más disminuida de sus vidas, por los hambrientos, por los enfermos sin asistencia, por las víctimas de la violencia, por todos los que hoy somos sufrientes del régimen de Nicolás Maduro, no podemos claudicar ni un minuto en la ambición de recuperar nuestros derechos fundamentales y la libertad de elegir o cambiar a nuestros gobernantes. Nuestro derecho a tener una vida. Porque esta revolución no lo es. Esto es oprobio. Esto es cárcel. Y ya millones de venezolanos decidieron romper los barrotes. Porque el país no acepta más casa por cárcel.
Leonardo Padrón
October 27, 2016
Río crecido
La “Toma de Venezuela” fue un éxito. Los escépticos, que eran muchos, no daban crédito a sus ojos. En Caracas, la autopista se convirtió en una apoteosis de gente. Mientras bajábamos por la Avenida Luis Roche de Altamira siguiendo la desembocadura de su cauce se iba engrosando el rumor de la multitud hasta llegar a una imagen jubilosa: cientos de miles de personas tapizaban el asfalto de la ciudad. La imagen no dejaba de crecer. La muchedumbre se fue haciendo cada vez más compacta. La instrucción era concentrarnos a la altura de la Carlota. Pero después nadie más sabía qué iba a pasar. No se sabía quién hablaría ni en qué orden. Todo el mundo estaba expectante mientras las consignas contra el régimen de Maduro surgían espontáneamente. En la atmósfera había un aire a momento histórico, a día crucial. La señal de los celulares colapsaba y no sabíamos muy bien qué estaba pasando en el resto del país. Los líderes de la oposición fueron llegando por distintas vías hasta la plataforma de un camión que les serviría de tarima. Las condiciones técnicas parecían precarias. El sonido no lograba abarcar a la multitud y se temía que ese simple pero decisivo detalle empañara el trascendental momento. Los primeros voceros políticos cumplían, a duras penas, su papel de calentar el ambiente. Se esperaba la vocería principal. La gente quería oír a los que han asumido el rol protagónico en el manejo del país opositor. La expectativa crecía. ¿Cuáles serían sus palabras? Chúo Torrealba fue la primera voz importante. Apenas comenzó a hablar de la agenda para los próximos días (juicio político a Maduro, huelga general el viernes 28, etc) la gente entendió que no, que ese miércoles 26 de octubre no sería la marcha a Miraflores. Hubo un rugido general de decepción. Comenzaron las arengas de rechazo: “¡Hoy es el día!”, “¡Pura Paja!”, “¡Pa´Miraflores!”, “¡Si no pasa nada se acaba la Unidad!”. Fueron momentos de altísima tensión. Muchos manifestantes nos veíamos las caras entendiendo que estábamos dentro de un río crecido que pedía desbordarse hasta la propia sede del gobierno. Lo que allí se concluyera sería crucial para la historia inmediata del país. El mal sonido no contribuía a poner orden en los ánimos. Dentro de la multitud había una dinámica propia, un contrapunteo: los que insistían en ir a Miraflores y los que pedían que se callaran para poder escuchar los discursos. Cuando Ramos Allup tomó el micrófono surgió un silencio inmediato, asombroso. Pero su línea era, sin duda, la ya acordada por todos los partidos políticos de la oposición. El veterano dirigente adeco, hoy en la cresta de su popularidad, pidió cabeza fría, insistió en hacer las cosas con coherencia. Algunos aplaudían, otros rechazaban. La gente no terminaba de estar convencida de lo que oía. Henrique Capriles tomó su turno y también generó un silencio absoluto. Sus palabras eran muy esperadas. Insistió en que ellos no jugaban al golpismo, ni habían convocado a la gente para hacer dibujo libre, que la marcha a Miraflores tenía que ser con todos los estados del país, no solo Caracas. Y le puso fecha y una condición. En síntesis: O el régimen nos devuelve el Revocatorio o el 3 de noviembre el gigantesco país opositor irá a Miraflores. La gente seguía lidiando con sus ganas de resolverlo todo de una buena vez ese mismo miércoles o la sensatez de obedecer a los líderes de la oposición. Triunfó la agenda. Sin duda, Ramos Allup y Capriles lograron que no se descarrilaran los ánimos, a pesar de no pocas manifestaciones de rechazo. Todos volvimos a nuestras casas con nuevos objetivos en la agenda de lucha. Objetivos inmediatos, cercanísimos, democráticos y pacíficos.
Mientras tanto, en el resto del país también había triunfado la “Toma de Venezuela” pero con una feroz posdata de represión y sangre. El propio Capriles dio el balance en horas tempranas de la noche: ¡120 heridos en todo el país! El Foro Penal ofreció cifras preliminares de 208 detenidos. Colectivos y autoridades desataron su furia represora en 13 ciudades del país. Los videos que registran la violencia del régimen comenzaron a circular por todas partes. Quizás el más bochornoso fue el protagonizado por la policía de Tarek El Aissami donde una decena de uniformados golpea y patea salvajemente a una mujer embarazada de dos meses que yace en el suelo, inerte y desesperada. Todos esperamos que el Nuncio enviado por el Papa vea con detenimiento cada uno de los videos que evidencian la manera de dialogar de la dictadura.
En todo caso, algo quedo muy claro este miércoles 26 de octubre. A este río crecido de democracia no lo para nadie. Los días del régimen de Nicolás Maduro parecen estar contados.
Leonardo Padrón
POR: CARAOTADIGITAL – OCTUBRE 27, 2016
October 20, 2016
La huella de la resurrección
Hago memoria de todos los artículos y crónicas que he publicado en los últimos años y allí está el país, arrumbado en un largo puñado de hojas, hojas que se parecen mucho entre sí, que acumulan una fatiga enorme, que destilan la extravagancia de estos tiempos donde la normalidad ha sido encerrada en un oscuro calabozo. Mis páginas se parecen a las de tantos otros escritores y articulistas que han sentido la necesidad de inventariar la tragedia venezolana. Allí se han convocado palabras que huelen a agobio, a quejumbre, a ruido de perdigones, protesta, represión, sangre y oscuridad. Son documentos sobre el hedor del autoritarismo convertido en costumbre. Lo que veo en el espejo retrovisor de mi escritura es la monotonía del desastre. La gramática de un país que solo ha sabido fracasar en estos últimos 17 años. Los ácaros transitan por una montaña de papel aburrida de sus propias quejas, agotada de hablar de abusos presidenciales, irresponsabilidad, negligencia, corrupción, violencia, intolerancia. Los sustantivos que definen al chavismo. Logro atisbar algunos textos que intentan subrayar el optimismo en mitad del tremedal. Veo el alfabeto y sé todo lo que va a surgir de ahí en las futuras páginas: más denuncias, más dolor, más adjetivos de alarma. Es como el expediente de una denuncia que nunca termina de escribirse.
Lo que hay en esos textos es el informe de una democracia que todos los días ha ido recibiendo disparos a quemarropa, cuchilladas en lo bajo, golpes y vejación extrema. Es el inventario de una masacre. Hoy esa democracia agoniza sobre el charco sangrante de su propia Constitución. Y solo hay dos opciones: 1) Colocarle la lápida, rezarle el rosario y entregarle el resto de nuestras vidas, sueños y proyectos a la mafia cívico-militar que hoy ostenta el poder o 2) Lanzarnos urgidos a la búsqueda de su resurrección.
Ya los exiguos velos del pudor han ido cayendo. De parte y parte. Ya Maduro es cada vez más Erdogan, más Castro, más Pinochet. Ya los analistas y voceros de la oposición han puesto sobre la mesa la palabra dictadura. Ya los ministros de la revolución amenazan, descaro mediante, con no entregarle a la gente las migajas de comida que trae el CLAP, ni más apartamentos, ni más dádivas populistas, si se atreven a firmar el Referendo Revocatorio. Tibisay Lucena se olvida olímpicamente del reglamento electoral y les regala seis meses más de sueldo y poder a los gobernadores chavistas, postergando –a la brava- las elecciones regionales. El TSJ coloca más peñascos en la ruta del referendo y anula todo lo que tenga el sello de la Asamblea Nacional, elegida con millones de votos de venezolanos. Si comprimes las siglas del SEBIN nos queda SN, dos letras que evocan a la tortuosa Seguridad Nacional, el organismo represor de la dictadura de Pérez Jiménez. Y así, desembozados, pletóricos de armas largas, salen, no a reprimir la oleada criminal que desangra al país, sino a llevar a prisión a activistas de la oposición, concejales, alcaldes, estudiantes y periodistas cuyo único pecado es trabajar por restituir la democracia.
Así de grave está todo. Un enjambre de corruptos y fracasados que luchan con rabia en las uñas por permanecer en el poder y un resto inmenso de venezolanos que desea cancelar la pesadilla. Aun nos queda un resquicio. La semana que viene este país tiene marcada en su agenda tres días que pueden servirnos perfectamente para reescribir la historia. Desde el miércoles 26 hasta el viernes 28 de octubre nuestro único compromiso es abarrotar las calles, colmar los centros electorales, proclamar con nuestras cuatro huellas el repudio a tanta humillación y mediocridad. Hay que demostrarle una vez más a Nicolás Maduro que su tiempo finalizó. No pudo con la responsabilidad. Eso pasa, camarada. La vida tiene sus derrotas. Ya es hora de que el chavismo se convierta en oposición. Eso quizás lo sabrán hacer mejor. Han demostrado que son eficientes en eso de llevarle la contraria al bienestar.
Insistimos. Para sacar a la normalidad del calabozo donde se encuentra encerrada, solo hay que apelar a una herramienta: nuestra huella dactilar. Cuatro veces nuestra huella dactilar. Para iniciar la urgente resurrección del país.
Leonardo Padrón
POR: CARAOTADIGITAL – OCTUBRE 20, 2016
October 15, 2016
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