Leonardo Padrón's Blog, page 17
February 9, 2017
La alumna que retrató a un país
Pasó un domingo, día feliz para cualquier estudiante del planeta porque no hay pizarrón ni escrutinio. Pasó frente a las cámaras de televisión, lo que entrañaba el posible fogonazo de una fama fugaz. Pasó ante el Presidente de la República, que no es poca cosa, sino todo, porque ante él uno quisiera decir lo que nos falta e indigna, lo que nos mata, lo que nos ha vuelto penumbrosos. La estudiante, diáfana en sus 16 años, nítida en sus mejillas, se hizo voz de todo un colegio, más aun, de un país entero con todos sus kilómetros cuadrados de agobio y penitencia.
Una estudiante que no ostentó carnet de la patria alguno, sino su simple carnet de estudiante del Liceo Benito Canónico de Guarenas. Una estudiante, con sonrisa de arcángel, que ha hecho el milagro de sanar las heridas de su colegio en dos minutos treinta segundos de honestidad comunicacional. Dulbi Tabarquino, en la recta final de su bachillerato, tuvo su oportunidad de oro y, con el respeto que supone dirigirse a la autoridad máxima del país, y quién sabe si con su corazón “bolivariano y revolucionario” (que así categorizó al gobierno), hizo una rápida lista de los agravios que sufre el liceo donde estudia. Habló de su arruinada estructura física, de los robos cotidianos, de la falta de comedor para “450 estudiantes que no tenemos ni desayuno ni almuerzo en el liceo”. Y entonces Maduro, magnánimo y horizontal, campechano al modo Chávez Frías, le preguntó por qué no tenían comedor. Ella tartajeó una sonrisa, miró a su izquierda como pidiendo permiso y soltó el latigazo: “Nos suspendieron el sistema hace dos años” (¡dos años!). Maduro, cómplice, proactivo: “¿Y ustedes qué han hecho?” Dulbi restalló otro latigazo: “Hemos hecho las solicitudes, pero no hemos tenido respuesta”. Una frase idéntica a la que millones de venezolanos pronuncian cada vez que reclaman una ineptitud gubernamental. Maduro, solidario, tutor de sueños, brincó al instante: “¡No se pueden quedar en la solicitud, ustedes se tienen que movilizar, ir a la calle, que se sienta su palabra y conquistar sus derechos en la batalla!”. Ohh.
Crujieron los televisores.
Levantaron vuelo los pájaros de los árboles.
Se detuvieron los vehículos en el hombrillo.
Las rotativas pararon.
¡Oigan lo que ha dicho el mismísimo presidente!
Sin duda, es el bocadillo que se espera de todo militante nacido en “las catacumbas del pueblo”. Pero no del hombre que ordena evitar la más mínima marcha a cualquier institución pública, llámese CNE, TSJ o Miraflores. No del mismo personaje que ha arrojado a decenas de estudiantes a los sótanos del SEBIN por querer “conquistar sus derechos en la batalla”, y ha comprado – con dinero nuestro- toneladas de bombas lacrimógenas, perdigones y “plomo del bueno” para esparcir sus efectos mortales en los rostros, pechos y espaldas de estudiantes, tan estudiantes como Dulbi, y de miles de opositores que han decidido “movilizarse, ir a la calle”, como el propio Nicolás Maduro, el solidario, recomienda frente a las cámaras de televisión.
¿Puede la nueva moda del liqui liqui presidencial cubrir la superficie de tanto cinismo derramado? Apenas a 48 horas del consejo de Maduro a Dulbi, dos gruesos piquetes de la PNB impidieron el paso de médicos, enfermeras, laboratoristas, estudiantes (otra vez estudiantes, como Dulbi, Nicolás, como Dulbi), y miembros de distintas ONG que trabajan en función de adecentar el sistema de salud del país.
Para poner todo más democrático aún, a los policías se le agregaron treinta motorizados (¡ah, los colectivos!) que con su clásica cordialidad disolvieron la marcha de los gremialistas de la salud. La propuesta de Nicolás a Dulbi, entiéndase, es solo un parlamento inspirador para los ámbitos de un programa de televisión. No debe aplicarse en la vida real.
Para nadie es un secreto el estado ruinoso de nuestros hospitales. En muchos de ellos también se está cayendo el techo (como en el salón de clases de Dulbi), no sirven los ascensores o, peor aún, ni siquiera hay agua, camas, jeringas, reactivos. Hay gente enferma que está desesperada por falta de medicamentos. Desesperada. Con todas sus letras. Los doctores se sienten abochornados por tanta indigencia. Porque en los hospitales ya no se dispensa salud. Y ni siquiera hay seguridad o comida (como en el liceo donde se desmayan los compañeros de Dulbi).
¿Qué necesitan los médicos y enfermos de este país para que sean oídos sus ruegos? ¿Tendrán que esperar a que el productor de “En Contacto con Maduro” paute un programa en un hospital público? ¿Así, de domingo en domingo, se irán resolviendo los abismales problemas del país? ¿Cuántas décadas necesitaríamos para llegar a la zona de oxígeno?
Al día siguiente de la exhortación de la futura bachiller se presentó un piquete de obreros a corregir las ruinas y el abandono de su centro escolar. Ese mismo día, un canal de televisión privado reseñaba la protesta de padres y representantes de la escuela básica José Apolinar Cantor en Maturín: cinco años sin servicio de agua potable para 700 alumnos, falta del servicio de alimentación escolar, fallas de luz, techos llenos de filtraciones y el continuo acoso de delincuentes. El mismo retrato de Dulbi Tabarquino. Con una notoria diferencia. Maduro no se enteró. La denuncia no fue en su programa. Ergo, nadie los atenderá en su urgencia. Sin rating no hay paraíso.
Aquel domingo, Maduro pedía un informe y la joven le decía que ya estaba hecho y presentado. Maduro descolgaba una frase de trámite y ella añadía los problemas de inseguridad, de luz eléctrica, de falta de pupitres, de pintura. El presidente lamentó (dice, asegura, jura él) haber tenido que ir a ese sitio para enterarse del estado de las cosas.
Señor Nicolás Maduro, termine de enterarse, usted es el responsable del estado de las cosas. El día que renuncie a su adicción a los micrófonos y a la salva de aplausos de sus fieles camaradas a sueldo, quizás pueda descubrir que no es solo el techo del liceo de Guarenas el que se está cayendo, ni sus liceístas los únicos que se desmayan de hambre.
Es todo un país desmoronándose ante sus ojos. ¿Será que los tiene cerrados?
Una niña de 16 años retrató al país entero en dos minutos y medio. Y Nicolás Maduro jugó ante las cámaras a que resolvía algunos entuertos.
Pero, hay que recordarlo, camaradas, el hambre y la miseria no serán televisadas.
Leonardo Padrón
POR: CARAOTADIGITAL – FEBRERO 9, 2017
February 2, 2017
Quejumbre
Tengo que escribir este artículo y no consigo la primera frase. Me asomo a las palabras y todas están de espaldas, esquivas, agotadas. No quieren hablar del país. No desean repetir el mismo estribillo de cada jueves. Mis años me han enseñado que si me quedo suficiente tiempo ante la página en blanco, las palabras comenzarán a aparecer, una tras otra. Nada garantiza que sean las mejores. A fin de cuentas, a este país lo tiene consumido la tristeza. Y uno está adentro.
***
Esta mañana me contaron la escena de un linchamiento perpetrado a un ladrón de motos. Los mototaxistas de una zona de Petare lo atraparon cuando intentaba, pistola en mano, quitarle a uno de ellos su herramienta de trabajo. Lo rodearon entre todos. Lo golpearon con rabia, con palos y bates, con inquina. Ya tenía un brazo desprendido. Ya era un amasijo de sangre. Le desprendieron el otro. Pedía clemencia y recibía patadas en las encías. Entonces uno de los motorizados agarró un peñasco grande, con las dos manos, y lo levantó hacia el cielo con la intención de dejarlo caer sobre el cráneo del delincuente. Los demás lo detuvieron: “¡Aquí no!”. Y se lo llevaron a rastras hacia el monte, fuera de las miradas curiosas y de los celulares. Hasta ahí me contaron.
Me quedé mudo.
¿En cuántos países de la tierra están linchando delincuentes en este momento? Solo me vinieron a la mente otras ciudades de Venezuela.
¿En qué nos estamos convirtiendo?
***
También recordé los videos que circulan por las redes donde las bandas delictivas, armadas hasta el hígado, amenazan con nombre y apellido a un hombre que no ha pagado su peaje para seguir vivo. En otros videos simplemente se ufanan de su arsenal. Esos videos no solo los veo yo, también los organismos de seguridad. Y no pasa nada.
Estamos viviendo dentro de una película de Tarantino.
***
En las pantallas de la televisión venezolana el humor fue dado de baja. Así como las historias de amor de factura nacional. Ya nadie hace rutina y entusiasmo a las nueve de la noche con los amores imposibles de dos actores del patio. Los estudios de televisión se han ido apagando como piezas de un domino derruido. Y si observas con atención los noticieros, sabrás que la realidad también fue dada de baja.
En la parrilla de programación de los canales solo persiste un programa: la revolución. La paradoja: en el rating pierde escandalosamente.
Toda sobredosis es un hartazgo.
***
La política. ¡Ah!, la política. Esa telaraña que nos ha envuelto con su viscosidad. Esa intoxicación que hoy somos. El chavismo nos expulsó de nuestra cotidianidad y nos arrojó a otra donde todo rima con miseria. Buscamos antídotos contra la tragedia en curso, pero ya ni siquiera hay algo tan simple como un protector gástrico. Estamos en mitad de la intemperie mientras hace aguas la oposición en su expresión política. En su mea culpa debe encontrar la brújula con un norte que nos convoque a todos.
La gente, las personas, los ciudadanos, aquí estamos, maltrechos. Curarnos pasa por escucharnos. Por organizarnos. Pasa por dar un paso adelante. La metáfora de la tribu en la necesidad de sobrevivir. Mutar y conquistar.
Para ser de nuevo un sentido de existencia.
***
Y volví a escribir quejumbre. Ofrezco disculpas.
Toda página blanca es un peligro, sobre todo cuando no deseas que el sufrimiento sea el plan de vida de tu país.
Mutar y conquistar.
Un método en la intemperie.
Leonardo Padrón
POR: CARAOTADIGITAL – FEBRERO 2, 2017
January 28, 2017
La hora cero
Estuve veinte días fuera del país con motivo de las fiestas navideñas. Veinte días donde sabía que los riesgos de morir asesinado se reducían en un 95%. Claro, el mundo ya no es un lugar seguro en ninguna de sus esquinas, pero la muerte ha conseguido en Venezuela a sus más entusiastas aliados. El fantasma del terrorismo islámico aun no nos ha alcanzado, pero igual ya no nos damos abasto con nuestros propios criminales, que son cuantiosos y diligentes. La muerte aquí obtiene sus mejores estadísticas porque el hampa no tiene días feriados en Venezuela. A la manera de Los juegos del hambre atravesamos nuestra propia jungla en zozobra, acechados, como trofeos de una cacería que nunca acaba. La sensación de estar en permanente riesgo de muerte es extenuante. El futuro en Venezuela no es un almanaque normal. Se cuenta en salidas y vueltas al hogar, en latidos por metros cuadrados, en noches ganadas a los depredadores.
A Venezuela la gobierna el hampa, en el sentido más amplio de la palabra.
Ustedes entienden.
Porque el que no respeta las reglas de una democracia está infringiendo la ley. El que permite que sus aliados saqueen las arcas públicas también delinque. El que gobierna y deja que las calles se conviertan en sangre es poco menos que un homicida culposo. El que tiene el poder para castigar y no lo ejerce es socio del delito.
Ante la violencia, el que la consiente es un criminal.
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Durante mis días de asueto lo único que logré abolir en mi cerebro fue el sonido del chavismo. Porque el chavismo suena. Suena a bramido y amenaza. A escarnio y cadena nacional. A ideología rancia, afectación y retórica militar. El chavismo es, sobre todo, el sonido de un resentimiento. Dentro del país es imposible escapar a su ruido. De esa eufonía descansé. Más allá de sus fronteras puedes prender la radio y oír música. Ver televisión y contemplar un programa completo. Sin cuñas alienantes, ni consignas de odio. En las redes sociales las tendencias no las dominan los robots políticos y el insulto. En las calles no hay colectivos que agredan a sacerdotes o diputados. Mis tímpanos reposaron. Del resto, la ansiedad por el país seguía intacta. Incluso, se acrecentaba. Como quien sale de vacaciones y sabe que hay ladrones merodeando en los jardines de su casa, forzando las cerraduras y ya quizás probándose tus prendas y lanzándose de brazos abiertos en tu cama. Por eso, no dejé de asomarme a la marea alta de nuestras noticias.
En el extranjero, los venezolanos se tratan como gente de tierra arrasada. En cada conversación alguien insiste en hablar de la enfermedad. Porque hoy el país es una enfermedad.
Sin canciones para disimular en ningún lugar a la redonda.
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Un joven venezolano cuyo oficio de inmigrante es embalar cajas en un Door to Door de Miami me cuenta su historia mientras coloca -como si armara un lego- papel higiénico, café, leche, libros, aceite, jabón y atún dentro de una caja.
“Mi novia llora todos los días. No se acostumbra”, me dice. “Aquí no hay vida social. Solo trabajo y gastos”, me dice. “En otra vida trabajaré en lo que me gradué”, se lamenta.
Ya más nunca seremos iguales. Tenemos la piel magullada. Se nos notan los rosetones, la lentitud, los rasguños en el habla.
De ser una futura Cuba, ahora somos su posdata. Vida en los márgenes. Historias de sofá cama. Gente que no tiene lecho propio. Que va de casa en casa, de amigo en amigo, mientras reúne algún dinero y un código postal. Mientras alcanza estatus de ciudadano.
Hay gente que le perdió la pista a la moneda nacional. Gente que no entiende cuánta cara de asombro debe poner cuando menciono el precio de un cartón de huevos. Gente que ya no sabe cuánto significa carísimo.
Por primera vez no me toca el hombro la nostalgia. Hoy, afuera, siento alivio y oxígeno. Sucede que uno se cansa de jugar a la ruleta rusa. Una parte de mí ya no quiere volver. Otra parte quiere insistir con su morral de ataduras y querencias.
A duras penas.
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Coloco en las redes una foto de la cena de Navidad. La foto es austera. Sin alardes. Tres vasos plásticos rojos con algún líquido impreciso. Una furtiva hallaca sobre más plástico. Y las sonrisas de dos parejas que no van más allá de ser las expresiones para una foto. Siempre mentimos un poco en cada foto. Estiramos los pliegues, replegamos el abdomen, congelamos el espejismo de una perfección que nunca triunfa. Dos o tres personas se sintieron ofendidas. Ante tanta miseria colectiva debemos esconder los rituales y celebraciones. Un paro general de la alegría, pretenden algunos.
Como si eso derrocará al dictador y su jauría.
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Esta vez ya ni siquiera mis amigos desplegaron sus análisis de cómo salir de la pesadilla. Ni siquiera se hizo el inventario de errores. Como si ya la condena fuera irreversible. Ya nadie nombró a Ramos Allup, a Capriles, o a Voluntad Popular. Todos asumían al país como un error consumado.
Tristes al fondo de los tragos.
El país como un rastro de comida oscura entre los dientes.
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Cierras paréntesis y toca regresar. En el aeropuerto de Miami una multitud atesta los mostradores de la línea aérea Santa Bárbara. Hay un caos en proceso. De tres aviones en servicio, dos se han dañado (cada uno con capacidad para 200 pasajeros). Solo se encuentra operativo el más pequeño. Las matemáticas no dan. ¿Cómo encajar 500 pasajeros dentro de un avión donde caben 100?
Es una muchedumbre varada, huérfana de atención. Nadie da información oficial ni ofrece disculpas. Hay pasajeros que están desde el día anterior y aún no saben qué va a pasar con ellos. Muchos entregaron sus maletas y no tienen cómo cambiarse de ropa o cepillarse los dientes. Los lobbys de los hoteles cercanos están colapsados por la imprevista avalancha de pasajeros abandonados a su suerte. Ya hay varios vuelos acumulados. Hay hartazgo, rabia, gente desesperada. Nadie sabe qué día logrará regresar al país. La agenda de vida de 500 personas debe reescribirse. Un caraqueño me comenta: “¡Y de paso tenemos que pasar por el purgatorio para llegar al infierno!”.
Ni siquiera afuera el país funciona.
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El aterrizaje es forzoso. El país te recibe, pero no hay brazos abiertos, sino caídos, magullados, famélicos. Debes prender tus radares de nuevo. Olvida el asfalto de Florida, que no conoce de huecos. No hay una sola calle de Caracas que no esté herida. Zanjas, agujeros, alcantarillas rotas. Otra vez debes estar atento al zumbido de los motorizados. Ve a los lados, adelante, atrás, no te descuides, oculta tu celular, maneja rápido, huye de la noche. Otra vez las colas en farmacias y supermercados. Otra vez los medios invadidos por insultos y amenazas. Has vuelto al sonido del chavismo.
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Y entonces, al primer amanecer, viene la muerte a decirte que sigue siendo la dueña de las calles.
Se repite la ecuación: asesinan a una figura mediática y se activan los estribillos de protesta. Pasa esta vez con el joven periodista de Televen, Arnaldo Albornoz. Todos los que tenemos ventanas públicas agitamos nuestra rabia porque lo conocíamos. Pero también se estremecen las ventanas íntimas de miles de anónimos ciudadanos que mueren acribillados en sus propios hogares, en el asiento de sus carros, en las esquinas de sus barrios o edificios. Durante 48 horas el nombre de Albornoz será tendencia en las redes. Decimos ya basta y no pasa nada. Nos ofuscamos durante tres días y no pasa nada. Declaramos nuestra irritación, levantamos pancartas, y no pasa nada.
Luego nos mudaremos a otra mala noticia.
***
Mientras, el régimen se hace el loco, el sordo, el ocupado.
Ocupado en no perder su botín.
Por eso su principal programa de gobierno es la amenaza. Nos amenaza el presidente por adversarlo. Nos amenaza la ineptitud de cien ministros. Nos amenazan los colectivos armados con sus cabillas ideológicas. Nos amenazan las megabandas con sus armas largas y humeantes.
Al régimen no le importan nuestros muertos, enfermos y exiliados. No lo conmueven el hambre, la ruina y la tristeza nacional.
El régimen está ocupado dibujando su propio espejismo.
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El hampa nacional tiene muchos rostros.
El hampa tiene una pistola en la sien de cada uno de los venezolanos.
Nos asaltaron la vida.
Los seguidores del chavismo tienen que terminar de entenderlo: Chávez ya no vive. Solo vive el mercadeo político de su recuerdo. La revolución mutó en saqueo histórico. Y lo que sigue es más ruina. A estas alturas del desastre, es imperativo plantearnos si realmente vamos a aceptar otro año más de vandalismo y exterminio. Si vamos a tolerar más errores y requiebros de la oposición. Si vamos a hacer de la paciencia la mortaja de nuestros sueños.
Si eso ocurre, habremos transgredido nuestra dignidad y, presos en la resignación, le regalaremos el sentido de nuestra existencia a la jauría.
No acepto que mi destino lo determine un accidente llamado Nicolás Maduro. Ni su camarilla de resentidos, ahora millonarios. No nos lo merecemos. Ninguno de nosotros.
¿Seremos capaces los venezolanos de convertir nuestra miseria en un acto definitivo de redención? ¿Alcanzaremos a reaccionar masivamente? ¿Lograrán estar finalmente al nivel de las circunstancias los líderes de la oposición? ¿Sabremos comprarle el ticket de regreso a la democracia y colocarle una lápida a la dictadura que nos gobierna?
Nos va la vida en esas preguntas.
Sobre todo en sus respuestas.
Es la hora cero de Venezuela.
Leonardo Padrón
January 26, 2017
Recado a la oposición
No voy a llover sobre mojado. Ya bastante se ha hecho el inventario de los autogoles que la oposición se ha infringido en los últimos tiempos. Pero, como también se ha dicho, esa es la oposición que tenemos: heterogénea, compleja, tenaz pero errática, voluntariosa aunque tornadiza, democrática, sí, pero contradictoria y voluble. Con ella debemos capear esta devastación que es el chavismo. Es impensable hacer tabula rasa y comenzar desde cero. Ya hay algunas conquistas y amplios deslices que deben servir como aprendizaje. Lo que no implica que la dejemos naufragar. Es derecho nuestro, incluso deber, alertar a sus líderes cada vez que ocurra un extravío o traspiés. La duda que nos abarca a todos los que hemos transitado por los pasillos de la oposición y descolgado algunas opiniones es ¿cuánta atención realmente le ponen a los cuestionamientos ajenos y propios?
La oposición tiene dos feroces enemigos: el gobierno y sus propias entrañas. Allí, en la orilla que adversa al régimen de Nicolás Maduro, hay gente de talante extremo que combate con más fiereza aun a nuestros propios dirigentes. Gente que los descalifica día y noche, como una farmacia de turno. A estas alturas, luego del fracaso del diálogo y otros fiascos no menores, pudieran sentirse legitimados en su saña. Siempre habrá gente que pontificará sobre cómo hacer las cosas. Este texto aspira no incurrir en esa ligereza. El país está repleto de sabios de tribuna.
No soy analista político ni pretendo serlo. Las palabras que he borroneado con insistencia sobre el país y sus avatares nacen desde mi derecho ciudadano a opinar y reclamar, desde la necesidad de entender y el compromiso de proponer. Para algo debe servir todavía mi cédula de identidad. No solo para que fichen mi frecuencia de consumo en las farmacias y establecimientos de comida.
Un líder debe poseer una genuina dosis de humildad, más allá de la embriaguez de saberse empoderado para conducir a las masas por su carisma y poder de convocatoria. Hemos recibido una muy nociva sobredosis del hiperego de Hugo Chávez. Diecisiete años de gigantografías, loas absurdas y adjetivos desmesurados. Los que se creen ungidos por un don sobrehumano, cual mesías bíblico, suelen oír solo el sonido de su voz y el aplauso irreflexivo de sus seguidores. Se me ocurre que nuestros líderes opositores han incurrido en pecados cercanos. Andan emboscados en su propia arrogancia. Los irrita la crítica. Oyen, pero no escuchan.
Ya aquí nadie escucha.
En esta etapa del país donde la política se ha metido en nuestras despensas y enfermedades, en nuestras vidas de pareja, en nuestro derecho a seguir vivos, la oposición debe escuchar con verdadera atención a todas y cada una de las parcelas que constituyen la realidad venezolana: al académico y al obrero, al estudiante y a los empleados públicos, a los magisterios y a las esquinas. Cuando se acercan a un poeta o albañil, no solicitan su opinión, sino su apoyo. Recuerdo un episodio, en el ya lejano octubre del 2016, donde sus voceros anunciaron a la prensa que convocarían a todos los miembros de la sociedad civil para oír sus criterios e incorporarlos en las propuestas de lucha. La idea tuvo la brevedad de los arcoíris. Un saludo a la bandera. Refrigerio para las gradas. Nada trascendente y definitivo ocurrió.
La orfandad continúa. Y la decepción. La gente lleva en su costal de heridas una rabia que no tiene desembocadura orgánica. Una rabia peligrosa. La rabia que se convierte en linchamiento. O en éxodo. O en claustro y resignación. Una rabia que se parece bastante a la desesperanza, ese pantano del que luego cuesta tanto salir.
Mi terco optimismo y la necesidad de no sucumbir a la inacción han respaldado decenas de veces los llamados de los partidos políticos de la oposición a marchas, eventos y faenas colectivas. Por eso me siento con derecho a exigirles mayor solidez y coherencia. A demandarles lucidez y efectividad. Como todo ciudadano de este país que quiere salvarse del abismo.
Contra una dictadura, con tantos mecanismos de coacción, hay que ejercer mejores estrategias. Es hora de cancelar las ingenuidades y los malabarismos políticos. Es urgente que se impongan el buen juicio y el ingenio. No se puede hablar de unidad donde hay tantas goteras. Ya basta del G4, o el G9. De unos sí y otros no. Ya basta de repetir acciones que terminan en desencanto. De marchas que se convierten en contramarchas. Reúnanse puertas adentro, todos, en un inmenso examen de conciencia. Y que del mea culpa salga humo blanco. Privilegien al país. Que sea la primera y la última de sus prioridades. Consulten a los mejores en todas las áreas. Decanten los errores. Desalojen los egos. Revoquen la soberbia. Contra la violencia del régimen hay que activar, no solo el coraje, sino la astucia y la imaginación.
Agradecemos sus sacrificios, nos duele cada una de sus prisiones (como las de los ciudadanos anónimos que salieron a protestar, que firmaron o marcharon, y terminaron muertos, presos o despedidos de sus trabajos), repudiamos el acoso del que son objeto, aplaudimos su entrega, entendemos el tamaño de los obstáculos y lo inescrupuloso y vil que es el adversario, pero les solicitamos urgentemente reinventarse, resolver sus diferencias de forma y fondo y, por pura atención a las leyes de la física, les pedimos que remen todos hacia el mismo sitio. Así, según dicta la lógica, será mucho más fácil alcanzar la meta requerida.
Señores dirigentes de la oposición: volteen a los lados, hay millones de personas no solo esperando por ustedes, sino dispuestas a acompañarlos en la reparación profunda del país. Ya no hay tiempo para más frustraciones, devaneos o inconsistencias. Los muertos, los hambrientos y los arruinados no pueden seguir aumentando. Hay que detener el dolor y la hecatombe. Es urgente, reitero. Limpien la casa a fondo, propongan una nueva ruta, recuperen la conexión con la gente a través de ideas audaces e impredecibles. Escuchen. Escuchen atentamente al coro de voces que los demanda. Vamos a apostar duro por la democracia. Vamos a recuperarla. Vamos a salvarnos entre todos. ¿Les parece?
Leonardo Padrón
POR: CARAOTADIGITAL – ENERO 26, 2017
January 19, 2017
70 años de Crónicas en Venezuela
La historia del país desde el año 1946 a través de sus procesos electorales y contada a través de 48 trabajos realizados bajo el género de la crónica.
Esta publicación, que forma parte de la colección dedicada al periodismo y editada por Banesco Banco Universal, pone a disposición de los lectores desde los personajes que protagonizaron las primeras elecciones universales y secretas, hasta el último llamado a las urnas para elegir a la actual Asamblea Nacional a través de momentos muy particulares de cada campaña electoral. Ciudadanos anónimos, candidatos ganadores o aspirantes con menos fortuna, aparecen en los relatos del libro que integra el Fondo Editorial Banesco y que fue editado por Cyngular.
January 5, 2017
Las cifras de la vergüenza
Ya el régimen de Nicolás Maduro se quedó sin un solo argumento de barniz democrático. Ahora viene la última etapa. La que no necesita razones ni pretextos. Eso que podríamos llamar el desenfado de las dictaduras. El imperio del porque me da la gana. Uno de los rubros más notables en ese sentido es la forma cómo esta ruindad que nos gobierna reprime a líderes y ciudadanos opositores. Allí no ha habido escrúpulo alguno. Cárcel es la amenaza favorita en el verbo de Maduro. Sebin es una de las palabras más usadas por Diosdado Cabello en su siniestro programa de televisión. A cada tanto invoca las siglas que distinguen al organismo represor del gobierno con tono de ladrido y castigo. Blande la palabra como si fuera una espada, una daga, una sentencia. Ese es su verdadero mazo.
En estos días he estado leyendo “Archipiélago Gulag”, el monumental texto de Alexander Solzhenistsyn, un documento altamente perturbador sobre el horror vivido por millones de personas en los campos de trabajo forzado que organizó el bueno de Stalin, ese discípulo del diablo que a veces cita Maduro en sus peroratas. En el primer capítulo, titulado El Arresto, evoca el momento que le cambia la vida a tantas personas bajo un regimen autoritario: “El arresto es un fogonazo cegador, un golpe que desplaza el presente convirtiéndolo en pasado”. Páginas más adelante agrega una reflexión medular: “Durante varias décadas, en nuestro país, las detenciones políticas se distinguieron precisamente por el hecho de que se detenía a gente que no era culpable de nada y que por lo tanto no estaba preparada para oponer resistencia. Se había creado una sensación general de fatalidad”. Esa fatalidad fue creando en el pueblo ruso un estado de indefensión y resignación. Solzhenistsyn discurre sobre cómo la sumisión terminó atrofiando el cerebro de millones de ciudadanos. Fatalidad y sumisión son dos términos que debemos combatir en el presente venezolano.
Por eso creo que a propósito de la liberación de 7 presos políticos en el despertar del 2017, vale la pena insistir en que el gesto es insuficiente, avieso y cínico. Inquieta que ciertos organismos como la Unión Europea y otras instancias internacionales “celebren” la liberación de esa minúscula, pírrica, insignificante cantidad de presos. Algunos de ellos, sin duda, enmarcados en negociaciones de trastienda. Alfredo Romero, director ejecutivo del Foro Penal Venezolano, colocó el evento en la perspectiva adecuada. Lo ha denominado el ‘efecto puerta giratoria’. Maduro libera por un lado a unos cuantos nombres y, por el otro, sus cancerberos encarcelan a más gente. Casi siempre son más los que arroja a un calabozo que los que suelta. Por lo tanto, es un gesto falso. Una estafa. Romero precisa: “Mientras en octubre liberaron a 2 personas, 15 nuevos presos fueron encarcelados (…)En el 2016 fueron liberados 43 presos políticos, pero a la vez fueron encarcelados 55”. En síntesis, el promedio mensual de presos políticos nunca baja de 100. La cantidad de rehenes con los que el régimen chantajea a la oposición sigue siendo inmensa y nada nos hace dudar que vaya a seguir creciendo. Las matemáticas nos hacen concluir que ni una sola de las liberaciones debe ser tomada como un genuino gesto de rectificación o voluntad de diálogo.
Pero hay cifras que asustan y duelen aún más a los ciudadanos de este malogrado país. Según el Observatorio Venezolano de Violencia se registraron 28.479 muertes violentas en el pasado 2016. Es una cifra escandalosa. Son 28.479 venezolanos, con nombre y apellido, con un proyecto de vida, que ahora están bajo tierra y cuyas familias quedaron marcadas por la tragedia. Una cifra que Nicolás Maduro nunca mencionará. Que ni siquiera parece alarmarlo, conmoverlo, avergonzarlo. Una cifra que nos coloca en un muy bochornoso segundo lugar en la lista de los países con mayor violencia letal en el mundo. Solo en Caracas se habla de 5.741 muertes de tal tenor, convirtiendo al 2016 en el año más violento de la década.
El dato donde la vergüenza se incrementa, donde todas las alarmas deberían encenderse, es ese donde la OVV indica que la violencia nacional se ha incrementado por una razón tan terrible como inédita: los delitos vinculados al hambre. Hoy por hoy, en Venezuela se roba, se saquea, se asesina, se decapita, se masacra, entre otras turbias razones, por la epidemia que hay en todo el país de estómagos vacíos, familias desnutridas y niños sin un breve vaso de leche o un mordisco de arepa en sus platos. La desesperación ha borrado la frontera de lo permisible. Ya no somos un país de ciudadanos, sino de supervivientes. Y cuando los seres humanos andan en estado de supervivencia los códigos de vida se vuelven inescrupulosos, laxos, anárquicos, violentos. Muy violentos.
Podríamos seguir borroneando cifras de estupor. Los 10.500 niños que murieron en nuestros hospitales el año pasado. La caída del casi 50% de las reservas internacionales. Las espantosas cifras de la inflación. Las del abismo económico. Las de venezolanos que huyen despavoridos del país. Las de los millones y millones de dólares robados a las arcas del país por los círculos del poder chavista.
Mientras estas cifras se incrementan, el tan prometido Hombre Nuevo de la revolución bonita se muere de hambre y se llena de violencia. Ese mismo Hombre Nuevo que conceptualizó el Che Guevara como indispensable para la construcción del comunismo y que invoca Nicolás Maduro en todos sus discursos. El mismo que toda revolución anuncia en su promesa de paraíso terrenal. Otra estafa más. Una de tantas. El hombre nuevo, vaya ironía, es un hombre famélico, corrupto, desesperado, dispuesto a trasponer su moral para sobrevivir en la jungla socialista donde el hongo de la ideología y la ineptitud lo carcome todo. El hombre nuevo tiene la boina roja y la mirada hueca de tanto esperar un cielo que nunca llega. El hombre nuevo se envilece ante la devastación de las leyes del mercado. El hombre nuevo mata para vivir. El hombre nuevo es una de las tristezas más viejas en la historia del comunismo. Y hoy Venezuela escribe su propio capítulo en ese absurdo y trasnochado libro. Un capítulo de cifras rojas y vergonzosas.
Termino con una frase de Solzhenitsyn: ”Para nosotros, en Rusia, el comunismo es un perro muerto, mientras que, para muchas personas en Occidente, sigue siendo un león que vive”. Un león anacrónico y asesino de las libertades individuales. Un león que, nosotros también, tenemos la obligación de convertir en un perro muerto.
Leonardo Padrón
POR: CARAOTADIGITAL – ENERO 5, 2017
December 22, 2016
¿Feliz Navidad en dictadura?
Comienzo por citar un reciente tuit del periodista Pedro García Otero: “Este hombre tiene alma de esbirro. No hay un día que no amenace con cárcel a alguien”. Se refiere a Nicolás Maduro, obviamente. El mismo que hace pocos meses se ufanaba de los “consejos” que generosamente le había dado el autoritario presidente turco Tayyip Erdogan, quien ha demostrado con creces su espíritu represivo. A estas alturas, son muchas las anécdotas del mismo talante que pueden compartir. Ya el Foro Penal Venezolano y otras ONG lo han ratificado: desde que Maduro llegó al poder ha aumentado ostensiblemente la represión en Venezuela. Y, efectivamente, el estribillo favorito de Maduro es ese: la cárcel. Cada descalabro de su gestión -y vaya que son frecuentes- se lo endosa siempre a alguien más. Es un reflejo automático. Y entonces se enfurece, escupe tesis des-cabelladas, gruñe insultos, patalea y termina arrojando a alguien al calabozo. Su mediocridad la convierte en presos. Su ineptitud o estrategia (marque usted con una equis) es un atentado permanente contra la libertad y bienestar de los venezolanos. Colapsa la tecnología de los puntos de venta (por razones de todos sabidas), y grita “!complot, conspiración, golpe de estado!” y encarcela a los directivos de Credicard. Se incendia Ciudad Bolívar por los cuatro costados, gracias a su descomunal desatino conocido como el “billetazo”, y culpa de los muertos, heridos y arruinados a dos dirigentes de Causa R. Cuando la cola del pan arrecia, amenaza con cárcel a los panaderos. Así como convirtió en presos, tiempo atrás, a varios gerentes de Farmatodo por las históricas colas de personas en busca de artículos básicos a las puertas de la franquicia (y las colas siguen, campantes). Con la misma vehemencia enuncia que las figuras opositoras que lograron sorprenderlo y protestar en las narices de Miraflores, deberían ir presos. Así como siguen presas personas que ya poseen libretas de excarcelación (Yon Goicochea, 14 policías de Polichacao, etc). Así como pregona celda y oscuridad para los gerentes de las entidades bancarias donde no haya efectivo disponible para los clientes. “Así, así, así es que se gobierna”, reza el coro de sus asalariados.
Todo se resuelve, según la rústica sabiduría de Nicolás Maduro, con cárcel. Por eso cada vez que dice paz, la palabra fracasa en la orilla de sus dientes. Por eso todos sabemos que cualquier diálogo es veneno en sus tímpanos. No le interesa la gente que piensa distinto. Le estorba. Es su escuela. Es la doctrina Fidel. Cárcel para los disidentes. Cárcel para el que estorbe. Los dictadores no dialogan, monologan. Y eso tenemos hoy en Venezuela, en pleno siglo XXI, un dictador de pura cepa. Ya no caben eufemismos.
El país que fue en el siglo pasado referente de democracia en el continente es hoy una pobre comarca en ruinas, con sus habitantes -corrijo, supervivientes- hundidos en una demoledora depresión. No hay un solo venezolano en estas navidades que no esté triste y confundido. Hay hambre. Hay cansancio. Hay estupor. Hay un sentimiento general de desolación. Hay miedo por todo lo que falta.
Hoy, en estas fechas decembrinas, llena de rituales y mensajes que apelan a la bondad y la alegría de la especie humana, los venezolanos parecemos estar desalojados de la fiesta universal. Resulta incómodo decirle “Feliz Navidad” a alguien en la calle, en el mercado, en el ascensor. Es un deseo que parece condenado al fracaso. Suena cínico. Excesivo. ¿Feliz Navidad en Dictadura? Es mentira.
Los venezolanos no estamos capacitados para tener una Feliz Navidad este año. El dictador nos la quitó. Y lo hizo de forma tosca y salvaje. Habrá que apelar a alegrías modestas, pequeñas, casi inadvertidas. El afecto pudiera ser un territorio seguro. Estar con los nuestros. Aferrarse a las nimias cosas que también nos constituyen. No renunciemos a la música. Ni a la piel. Vale la pena abrazarse en estos días. Valorar cada sonrisa que aparezca. Fabriquemos trincheras de solidaridad. Hagamos un compromiso entre todos los venezolanos, un compromiso de coraje y determinación, para desterrar esta tragedia política que ha arrasado con nuestras vidas y convirtamos este diciembre del 2016 en la última navidad que viviremos en dictadura.
Leonardo Padrón
POR: CARAOTADIGITAL – DICIEMBRE 22, 2016
December 15, 2016
Entre el disparate y la orfandad
Ya las palabras no alcanzan para narrar la devastación existencial del venezolano. La gente está boquiabierta ante los colosales desatinos del régimen. Nadie entiende por qué tanto empeño de Nicolás Maduro y su cortejo en hacer mal las cosas. Cada día ocurre un nuevo agravio, una mayor humillación. Muchos dicen que las acciones del gobierno no vienen dictadas por la incompetencia. Insisten en que son parte de un plan mayor para arrasar definitivamente con la economía de mercado y, más temprano que tarde, con la propiedad privada. Ese es el manual de procedimiento de todo rancio gobierno comunista, acotan. Quizás. Puede ser. En todo caso, ambas razones, dogmatismo o improvisación, solitarias o sumadas, nos han convertido en la patria del disparate.
El inventario de despropósitos es holgado. A niveles de sobredosis. Pero si solo hablamos de la última semana, se desborda el asombro. Hoy el billete de Bs 100 se convirtió en delito. Un comerciante con mercancía en sus galpones es un forajido. Una empresa experta en procesar pagos electrónicos se torna criminal al colapsar ante la desmesura que hoy surca al país. Un político que llama ladrón a los ladrones recibe amenaza de cárcel. En una semana, el régimen destruyó lo que quedaba de nuestra moneda. En una semana, vuelven a cerrar las fronteras con Colombia y Brasil. En una misma semana, el TSJ – el brazo más inescrupuloso de la dictadura- ratifica en el CNE a dos rectoras que han sido simples espalderas del siniestro Jorge Rodríguez. En una misma semana, el régimen les regala una nueva cola a los venezolanos. La cola de los bancos. Una cola teñida de absurdo y consternación. Como si ya no hubiera suficiente menoscabo en nuestra dignidad. Como si no bastara tanta degradación.
La patria del disparate ahorca hoy a todos sus ciudadanos. Incluso a aquellos de a pie que tienen su camisa roja y la voz rota de tanto gritar “Chávez vive!”. El estupor es un charco viscoso en la mirada de todos los venezolanos. Nadie concibe tanto descalabro. A los analistas se les extinguieron los calificativos y las equivalencias. Aunque algunos asoman un vocablo: Zimbabue, la desgracia africana.
Por el otro lado, donde antes cobraba fuerza el espíritu de cambio y esperanza, hoy solo hay escombros. El diálogo político se convirtió en un hosco silencio. Las palabras, como herramienta de civilización, se fueron agostando, diluyéndose, convirtiéndose en humo. Triunfó el idioma de los gorilas. La barbarie impuso de nuevo su gramática. Los malandros con carnet demostraron su eficacia para burlarse de todas las reglas de juego. Y sí, nunca es malo recordar que la única regla de un malandro es no respetar ninguna regla. La polilla revolucionaria atacó velozmente la mesa del diálogo y la hizo crujir ante millones de venezolanos. Los sabihondos de la política, los que satanizaron cualquier intento de resolver la crisis nacional a través de la palabra y no de la sangre, gritaron su “se los dije” con los decibeles de una fiesta.
El hecho es que hoy solo hay afonía y entumecimiento. Los dirigentes opositores perdieron la capacidad de respuesta mientras los personeros del régimen se envilecen aun más. La gente se siente huérfana. Los venezolanos necesitan que sus líderes vuelvan a serlo con urgencia y canalicen tanta rabia y sufrimiento. Necesitan que las encuestas del descontento, tan unánimes y lapidarias, se materialicen en una solución.
Ese es saldo final que nos queda de este rocambolesco año 2016: una Venezuela que se balancea mortalmente entre el disparate y la orfandad.
Leonardo Padrón
POR: CARAOTADIGITAL – DICIEMBRE 15, 2016
December 8, 2016
La inaceptable postergación
Se están agotando las fechas del calendario. Esas fechas donde se ha ido depositando la cada vez más abollada esperanza de los venezolanos. Se está abusando del sortilegio de los números. El 1S, el 26O, el 3N, el 6D, son siglas que solo han tenido como resultado un mayor desaliento. Ahora un hombre que encarna la voz de Dios nos habla del 13E. Y uno no puede menos que sonreír con indignación. Monseñor Celli, enviado del Vaticano, anuncia la reanudación del diálogo para el año que viene. Porque podrán faltar cinco o seis semanas para ese viernes 13, pero real, simbólica y psicológicamente es un nuevo año, es 2017 y no 2016, con una navidad entera por el medio, con la economía en ruinas, con los precios desatados, con la delincuencia enajenada. Entiendo que los tiempos de la iglesia son bíblicos, pero los tiempos del venezolano son apocalípticos. Hoy no nos interesa la eternidad como concepto teológico, nos interesa la supervivencia. Me pregunto, quizás retóricamente, ¿quién no termina de entender la emergencia en la que estamos sumergidos? ¿Por qué no se pueden reunir de nuevo hoy y mañana a dirimir las soluciones a tanto desatino, incompetencia y abuso? ¿Qué tienen que hacer los dialogantes este próximo viernes o el sábado en la tarde, a golpe de 3 pm? ¿Compras navideñas, almuerzo en el Hato Grill, descanso con arenita y playita? Los signos de la crisis son tan desesperantes que exigen la urgencia de una encerrona. No importa, nosotros les llevamos las pizzas y los refrescos, les resolvemos sus diligencias cotidianas, los excusamos ante sus familiares. Aunque ya nada de eso tiene sentido.
El comunicado de “los acompañantes del diálogo nacional” dice que ha habido “evidentes resultados positivos”. ¿En serio? ¿Para quién? ¿Cinco o seis presos políticos liberados es un resultado positivo? ¿Y los catorce presos políticos que están en huelga de hambre en el Sebin? ¿Y el centenar que espera por un gesto de justicia? ¿Y las elecciones regionales que aplazaron para quién sabe cuándo? ¿Y el robo del Referéndum Revocatorio? ¿Y el discurso de amenaza constante de Nicolás Maduro? ¿Y el irrespeto a las decisiones de la AN? El comunicado también anuncia que las Mesas Temáticas del Diálogo continuarán trabajando mientras tanto. Cuesta creerlo. Y, peor aún, si prosiguen será al son del rictus burlesco de Jorge Rodríguez.
Sin duda, el único que se alegra con la nueva promesa que encarna el 13E es el régimen. Así el conflicto se posterga. Las decisiones se aplazan. Y podremos tener la “Feliz Chavidad” que, hasta con ausencia de signos de puntuación, nos deseó el Ministro de Educación. Si ya es difícil decir “Feliz Navidad”, imagínense el calibre de la afrenta del ministro. A menos que quiera recordarnos que la navidad de escasez, miseria y crimen que va a vivir el pueblo venezolano este diciembre tiene la huella digital de Hugo Chávez.
En días pasados, me contaba un amigo que vio a un hombre que portaba una canilla de pan y una bolsa plástica llena de huesos chupados de Pollos Arturo’s. Ese sería su almuerzo. Ya con la dignidad y la higiene abolidas. El milagro era la canilla de pan. Hace dos semanas, en una calle de Colinas de Bello Monte, la policía atrapó a un joven que llevaba un extraño botín en sus manos: una paloma y un espejo retrovisor. La paloma era fuerte candidata a convertirse en su cena. El espejo era quizás una forma de contemplar un pasado que ya no volverá. Ayer en la televisión, un locutor anunciaba el extravío de un hombre de 71 años que salió de su casa bajo un fuerte estado depresivo, sin cartera ni celular. Se lo tragaron las calles de Macaracuay. Me quedé detenido en las cuatro palabras que lo hicieron huir de sí mismo: un fuerte estado depresivo. ¿Quién duda que ese es el estatus emocional de millones de venezolanos? ¿Tanta depresión merece ese relajamiento en la Mesa de Diálogo?
En enero, cuando se repongan los inventarios de los comercios que estén en condiciones de abrir, todos entenderemos que a la crisis le faltaba estrenar sus peores capítulos. Y los venezolanos verán a su alrededor un país aún más incomprensible. Y la comida, la medicina, la ropa, los pasajes, todo se convertirá en artículo de lujo. Todo será inalcanzable. Me disculpa, Monseñor Celli, pero el 13 de enero es una fecha demasiado remota. A ese ritmo, la cínica frase de Maduro prometiendo que en este país se dialogará hasta el 2020 puede hacerse realidad. Las emergencias no son relativas. Los líderes de oposición debieron haberse colocado en la puerta del salón del Hotel Meliá, interrumpir el paso y decir que de ese lugar no salía nadie hasta que las exigencias se concretaran. No lo hicieron. Y ya, sobrepasados por los hechos, decidieron no seguir el juego. No les quedaba otra opción. Finalmente, la mesa no soportó tanta falta de seriedad y se rompió. Ahora a la oposición le tocará -faena ardua-recuperar su poder de convocatoria, recoger los vidrios rotos, depurar los errores y liderar en las calles el reclamo de una multitud desesperada y hambrienta.
La dictadura sonríe. El país cruje. Bien lo dijo Bertolt Brecht: las convicciones son esperanzas. Hoy el repudio al régimen es masivo. El hartazgo reina en más del 80% de la población. Los demócratas somos una rotunda mayoría. Necesitamos comenzar a ejercer esa decisiva ventaja. El diálogo, con la promesa de resolver la crisis en paz, ha fracasado. Los mediadores fueron también atropellados por la falta de escrúpulos del régimen. La oposición debe reunificar sus métodos y abrir un nuevo capítulo, de real contundencia, en esta fatigante lucha. Seguir postergándonos es una soberana irresponsabilidad.
Leonardo Padrón
POR: CARAOTADIGITAL – DICIEMBRE 8, 2016
December 3, 2016
Los otros
Nunca como en estos tiempos había sido tan difícil ser venezolano. La cédula de identidad se ha vuelto una lámina opaca y ruinosa. Nuestra historia reciente nos ha confrontado severamente con nuestro gentilicio. De ser un mapa de ciudadanos ostentosos, alegres y altivos somos hoy un territorio por donde deambulan a sus anchas el hambre, la aflicción y la violencia. De ser los más simpáticos del continente somos los más ruidosos en la depresión. Estamos viviendo el desencanto de ser venezolanos en el siglo XXI. Y para muchos eso ha significado quemar las naves, bracear hacia el exilio, buscar otra orilla para reinventarse la vida. Los anfitriones de antes son los desterrados de hoy. Los huérfanos de patria.
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¿Pero dónde queda la patria? ¿Queda en Chacao, en los cerros de Petare, en Naguanagua, en el hervor de Maracaibo, en la curva infinita de Choroní? ¿Queda en la postal del Salto Ángel? A todas estas, ¿cuántos venezolanos hemos estado realmente en sus aguas? ¿Cuántos selfies nos hemos hecho con un araguaney a nuestras espaldas? ¿Hemos construido nuestra infancia rodeados de tucanes y estepas llaneras? Una estricta mayoría solo entona esas palabras en canciones y arrebatos de frontera. Entonces, ¿dónde está eso que llamamos patria, que hace que tanta gente muera por ella, se despeche por ella, o se oculte de ella? ¿Está en ese tótem caraqueño que es el Ávila? ¿Está en los pinchos de sospechoso origen del Estadio Universitario? ¿En la entrañable Polarcita? ¿En la garganta de Oscar D’León, en las arepas de medianoche, en el humor eterno, en esa tragedia que llaman la viveza criolla? ¿Está en el miamoreo, en el buenos días con queso guayanés, en el chalequeo sin pausa? ¿En el oropel devaluado del Miss Venezuela? Quizás está en todos esos lugares y en ninguno. Quizás la patria es como el alma, un algo intangible, un territorio invisible que circula por nuestras emociones de forma escurridiza y magnífica.
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Hoy son muchos los que se han ido del país con las cenizas de lo vivido en el equipaje. Unos han sabido pasar la página, como quien supera una capitulación amorosa luego de un largo desfile de sollozos. Otros se han quedado atascados en la nostalgia. Y hay quien ha preferido renunciar de raíz a su propia raíz. Todas son formas de supervivencia. Porque irse de tu geografía tiene mucho de orfandad. Y ante ese frío mortal cada quien decide abrigarse como quiere. O como puede.
En estos años, tan marcados por la sensación de fracaso como sociedad, hemos aprendido a odiarnos. Y denigramos de lo nuestro. Y nos parece risible ser hermanos de la espuma, de las garzas y de las rosas (que tampoco es que son muy autóctonas las rosas). Y vemos por encima del hombro nuestro propio pasado. Y nos acusamos de vulgares y rústicos. Y decimos que somos demasiado maracuchos o excesivamente caraqueños.
Muchos afirman que el país donde nacieron ya no existe. Y es verdad. Pero tampoco es el de Guaicaipuro, ni el de Bartolomé de las Casas, ni el de Miranda o Boves, ni el de Teresa de la Parra o Rómulo Betancourt. Ni siquiera el de Reverón, Cabrujas o Vicente Gerbasi. No es el país de nuestros ancestros, ni será el de nuestros nietos. Los países van cambiando, como la gente, como la historia. Como esa embocadura de noticias que es la tecnología.
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Hay quien argumenta que es absurdo quedarse en un país que se hunde cien metros cada día. Que salvarse es lógico. Y sí. Uno tiene derecho a salvarse. Pero también tiene derecho a decidir si lo hace adentro o afuera.
Hay quien justifica su decisión de irse juzgando a los que se quedaron. Y también existe el terrible viceversa. Hay quien se atreve a prohibirle a todo el que esté afuera que opine, sugiera o se duela. Y está el que a millas de distancia decreta la mejor vía para llegar triunfalmente a Miraflores.
Hay tantas maneras hoy de ser venezolano.
Condenarnos unos a otros es un ejercicio infecundo y pernicioso. En rigor, es tan difícil irse como quedarse. Es imposible sobrevivir sin heridas a cualquier decisión que se tome. Sabemos que el verdadero exilio es emocional. Que la mente se va primero que los pies. Que el corazón gestiona sus propios pasaportes. Que podemos divorciarnos del país así sigamos durmiendo bajo su misma luna. Y también ocurre que hay quien ya en otra orilla no deja de destilar la punzante noción de desarraigo. Ocurre que el afuera te puede deformar la mirada. O afinártela. Todo depende de la forma en la que te asomes al país. Y de la ventana que elijas.
Pero el rizo se hace más doloroso cuando terminamos condenando a un gentilicio entero por los desvaríos de un grupo de bandoleros que corean estribillos revolucionarios. Y por nuestra torpeza o desencuentro para conseguir el remedio a esta desventura monumental.
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Nadie puede abandonar a un país del todo. Adonde vayamos, él irá con nosotros. Nos acompañará en la manera de descolgar nuestra risa, en la cadencia del habla, en el ímpetu de los abrazos, en el baile y en el paladar, en esa forma de ser cercanos y excesivos. Seguiremos siendo caribes en las calles de Lisboa o Montreal. Caraquistas o magallaneros en los suburbios de Berlín o en el metro de Nueva York. Vinotintos en la derrota y en el gol de última hora. Ruidosos y entrañables. Permisivos, sensuales e irresponsables. Pónganos usted el huso horario, la dosis de nieve, el idioma que desee, igual seremos lo que no tenemos más remedio que ser, a mucha honra para millones, a tanta pena para otros: venezolanos. Como lo diría un colombiano: supremamente venezolanos.
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El hecho es que se nos anda desgajando el corazón por los amigos que parten cada semana, los vecinos que migran en manada, los profesionales que saltan al vacío del quién sabe. Hoy discutimos en todas partes sobre esa herida en progreso que es el éxodo venezolano. Pero ese conflicto -hay que decirlo- solo lo tiene un sector de la población, pues para ejecutar esa operación de alto impacto ciertas condiciones aplican.
En cambio los otros, millones de otros, están rudamente entrampados en una pesadilla de distinto calibre. Una muchedumbre que sobrevive con el golpe seco de la resignación en su pecho. Esos otros no hablan de España, Panamá o Chile. Es una duda a la que no tienen acceso. Se montan unos sobre otros y no ven las costas de Florida. Se empinan. Se encaraman. Y nada. No ven más que incertidumbre en el paisaje de sus próximos años. Por más que lo deseen, no pueden irse. El mundo es del tamaño de su barrio, pueblo o caserío. Del grosor de su bolsillo. El pescador de Juan Griego, el agricultor de Timotes, el jornalero de Zaraza, el indígena de la Goajira, el motorizado de Catia, cada uno de ellos y su profuso entorno están atrapados en esta emboscada de la historia. No hay puerta de escape para ellos. Ni escalera de emergencia. Ni foto posible en el aeropuerto de Maiquetía.
Irse no es el dilema de sus insomnios.
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Los otros son muchos rostros. Rostros que hacen ocho horas de cola para comprar migajas de comida. Que ruegan a Dios de lunes a lunes. O que piensan que Dios está demasiado distraído. Los que no saben ni sabrán lo que es un Walmart, una clínica en Houston o un colegio en Madrid. Son los que se quedan porque no queda otra. Porque la vida no les alcanza para más.
Y están también los otros. Los que gritan patria con dólares a 6,30. Los que viven en clubes, aviones y capitales del primer mundo en nombre de Chávez. Los inescrupulosos. Los que decidieron saquear la última gota de petróleo en nombre de un resentimiento.
Se nos anda desgajando el corazón todos los días.
En nombre de los que lograron irse y no volverán. De los que apuestan por la migración del retorno. De los que reniegan del país. De los que lo añoran hasta el temblor. De los que se han enriquecido hasta la indecencia. De los que ya son cadáveres de un pillaje llamado revolución. De los que insistimos porque queremos. O porque no hay más remedio que insistir.
***
Son tantos los otros que somos todos. El país. Todos. Tan distintos y tan en la misma palabra: Venezuela. La palabra que vamos a recuperar a pesar de tanto. La palabra que nos arropa y empina. La que decimos cuando preguntan de dónde venimos. La que pronunciamos cuando nos interrogan sobre tanta nostalgia. La palabra donde hemos sido mejores y necesitamos volver a serlo.
La patria, eso tan intangible y contundente, cabe en cuatro sílabas. Y todos, nosotros y los otros, los otros que somos todos, nos contenemos en ella. Y la convertiremos, así sea con dolor y terquedad, en una forma de victoria. No tenemos otra opción. No hay otra contraseña posible.
Leonardo Padrón
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