Leonardo Padrón's Blog, page 13
September 14, 2017
Entre huracanes te veas
Los venezolanos hemos vivido un exceso de adversidades en los últimos tiempos. El entrenamiento ha sido extenuante y sin pausa. La política y la ruina se han unido en una misma frase. La muerte se ha vuelto asunto cotidiano y sórdido. El hambre. El narcotráfico y la dictadura. Los enchufados y la ruindad. Tantos escombros en el camino. Tanto episodio turbio en estos tiempos.
Pero los que por casualidad o destino andamos en estos días en Miami nos estrenamos en otro evento de dimensiones tan abismales como inéditas. Se trata de la señora naturaleza en uno de sus peores alardes. Irma, el huracán con categoría de monstruo. Irma, la inmensurable. Irma, la terrible. Sé qué hay muchos venezolanos residentes de Florida que ya son veteranos en el tema. Algunos tienen dos, tres, hasta cinco huracanes en su haber. Este vecindario, lo sabemos, es zona de huracanes. Pero para quienes andamos de paso o quienes estrenan sus primeros días como residentes la experiencia resultó abrumadora. Nunca, en mi caso, había presenciado un despliegue de información y advertencias tan intenso. Particularmente resultaba impactante oír a Rick Scott, el gobernador de Florida, quien aparecía con preocupante frecuencia en las pantallas de TV anunciando con tono sombrío y grave la inminencia de un evento apocalíptico. Era imposible no ponerse nervioso luego de escucharlo. Urgía a la población de Miami Dade County a evacuar la zona, hacía una minúscula pausa, levantaba la vista directamente a cámara y enfatizaba: “Now!“. Las advertencias provenían también de los propios narradores de noticias y otros personeros del estado, pero ninguno tan enfático como Rick Scott (no olvidaré su nombre). Su tono era gélido, mortuorio. Y a cada tanto sumaba más condados a su alarma. “Mandatory evacuation” era el estribillo que nadie quería oír, pero él insistía en decirlo. Era un mandato. Una obligación. Irse. Huir cuanto antes. Lo más rápido posible. “NOW!”, volvía a decir, elevando el tono. En algún momento llegó a decir que todo el estado- más de 20 millones de personas- debía estar preparado para partir hacia tierras más seguras: “All Florida residents should be prepared to evacuate”. La histeria general se activó y fueron muchos los que tomaron carretera sin destino fijo. Irma, todopoderosa e impredecible, se burlaba de los miles y miles de personas en fuga cambiando su rumbo, extendiendo su cono mortal, ensayando cambios de velocidad y giros inesperados. Hubo gente que transitó dos días de carretera en colas dignas de Julio Cortazar para igual terminar en una comarca vapuleada por los vientos, la lluvia diluviana y la ausencia de luz eléctrica.
Así como los venezolanos que vivimos el terremoto de 1967 en Caracas, aquí hoy todo el mundo tiene su testimonio, su cuento, su costal de anécdotas de cómo vivió la experiencia de Irma, la inabarcable. En mi caso, luego de ver cómo se vaciaban los supermercados, y tener un obvio deja vu revolucionario, no tuve más remedio que abandonar Downtown para huir hacia el condado más cercano. Ya no había vuelos hacía ninguna parte. Ya no había gasolina. Las rutas de escape se agostaban. El tráfico de la peregrinación era desusadamente lento. Tus amigos más persistentes te azuzaban a huir más lejos. Mientras tanto, Irma se acercaba, dejando con su furia convertidas en escombros a buena parte de las islas de Barbudas y Saint Martin. Sin duda lo peor de la experiencia -para quien no sufrió pérdidas de vidas humanas, casas o vehículos- fue la agobiante espera de la llegada del descomunal huracán, catalogado como el más grande que habría surcado alguna vez el Atlántico. Los superlativos eran numerosos para referirse a Irma. No había medias tintas. Y entonces vino esa otra instancia del evento: la clausura del lugar que habitas. Ese colocar maderas o láminas de metal (los llamados shutters) para tapiar todas las ventanas. Ese quedarse sin ojos hacia el exterior. Esa ceguera voluntaria. Ese replegarse hacia adentro, ya sin luz eléctrica, sin internet, sin Rick Scott y sus énfasis, sin comunicación alguna con el exterior, y estar a expensas de un solo sentido: el oído. Porque en la oscuridad todo es sonido. Viento ululante. Revuelo de hojas y ramas volando. Crujir de tallos que caen. Y uno preguntándose de qué tamaño será la voracidad del monstruo cuando llegue al lugar que habitas. Si todo se inundará. Si el blindaje aguantará. Si la comida alcanzará. Si de verdad todo será tan apocalíptico como predicen. Todas esas interrogantes oscilaban sin cesar entre las siete personas que nos refugiamos en el segundo piso de un apartamento en Weston, dos niñas y un perro incluido. Por largas horas nuestra única rendija para observar el mundo exterior fue el ojo mágico de la puerta. Así de minúsculo. Nunca conseguimos las dos pilas que nos faltaron para tener radio y todo se volvió incertidumbre. Ante un momento de calma, la pregunta era, ¿ya pasó todo o acaso estamos justo dentro del ojo del huracán? Ese momento de ceguera general es quizás el más apremiante. Por eso en un rapto de ansiedad, mi pareja y yo decidimos salir de la casa y correr hacia el carro para prender la radio y saber algo, lo que fuera, de lo que estaba ocurriendo sobre nuestras cabezas. Durante esos eternos cinco minutos dentro del carro, los árboles que nos rodeaban se mecían frenéticamente de un lado a otro. Como fieras. Como latigazos coléricos del viento.
Ya desde el día anterior se leían en las redes noticias desconcertantes, surrealistas: como la presencia de tiburones girando en las vueltas del huracán, sacados de cuajo del mar (una noticia falsa, obviamente) o caimanes y serpientes cruzando calles y semáforos (una noticia cierta en un lugar que está cimentado sobre pantanos), o el evento convocado en Facebook por una persona invitando a la gente a dispararle al huracán como si se tratara de un intruso que puedes derribar con un fusil de asalto AR-15 o con una Glock 37. Esto último, por cierto, animó a más de 25 mil personas a decir que lo harían e hizo que las autoridades emitieran un comunicado alertando de la inutilidad y a la vez del peligro de disparar balas a un huracán. Cada noticia era más extravagante que la anterior, cada ancla del Weather Channel preocupaba más que el otro. Y la ausencia de información sobre la devastación ocurrida en Cuba – la antesala a la Florida- hacia todo más incierto. En ese largo desfile de horas en encierro forzado se desempolvaron los juegos de mesa, las conversaciones pendientes, el humor terapéutico y el tamaño del miedo de cada quien. La naturaleza nos ponía a prueba de una forma escandalosa e inolvidable. Fueron muchos los destrozos a lo largo de todo el estado de la Florida, aún hay millones de hogares sin luz eléctrica y las pérdidas materiales siguen siendo una peripecia aritmética aun incalculable. Pero ni siquiera llegó a ser como se temía. No se hundió Miami, a pesar de que los adjetivos de alerta que desgranaban los periodistas eran dramáticos. “Catástrofe” fue una de las palabras que más atravesaron por los tímpanos de cada habitante del estado. Se esperaba lo peor y no ocurrió con esa magnitud. Felizmente. Para muchos incluso fue una experiencia leve, benigna. Para los habitantes de los Cayos, el punto más al sur de la Florida, en cambio, la tragedia se cumplió como estaba prevista. Quizás lo más impresionante en el después del huracán ha sido el sol inmediato que se asomó en el cielo de Miami, como si todo hubiera sido una película y te hubieras salido repentinamente del cine. Y luego la caravana de camiones de la compañía eléctrica que llenaban las autopistas dispuestos a sustituir transformadores caídos o cables hundidos en las aguas. Con inusitada rapidez las autoridades comenzaron a limpiar escombros, apartar la inmensa selva de árboles que se derrumbó y atenuar los daños en la medida de lo posible.
Vivir esta experiencia con ojos venezolanos te hace establecer analogías inmediatas. Era inevitable entonces pensar en lo que sucedería en Venezuela si una contingencia de tal magnitud nos ocurriera. Nosotros, tan improvisados, tan desguarnecidos , tan precarios. Y uno no podía dejar de recordar el horror de la vaguada que asoló al estado Vargas en 1998 y la arrogancia de un recién estrenado presidente, aquel llamado Hugo Chávez, que imitando torpemente a Simón Bolívar retaba a doblegar a la naturaleza a punta de verbo y soberbia. Ocurrió exactamente lo contrario. La naturaleza le calló la boca al fatuo teniente coronel y sabemos que todavía hay cadáveres bajo el lodo de aquella tragedia. Desde entonces, quedó girando dentro del país y destruyendo todo -paso a paso- ese mísero huracán que ha sido la revolución bolivariana. Ya todo el mundo ha hecho la comparación. El huracán Nicolás. Tibisay ha sido peor que Irma y otros etcéteras parecidos. No agrego nada nuevo. Lo que me inquieta es pensar cuándo dejaremos de estar bajo el ojo del huracán y cuánto tiempo emplearemos luego en recuperarnos de la devastación.
Dieciocho años de huracán no es sobredosis. Es apocalipsis. No otra cosa.
Leonardo Padrón
POR: CARAOTADIGITAL – SEPTIEMBRE 14, 2017
September 7, 2017
La incierta calma
Que nadie se llame a engaño. Que el régimen no tome como victoria las calles vacías ni el grito apagado de los manifestantes. Que no se atreva a hablar de paz conquistada. Que no crea que “una vez más” venció al país (y no hablo de “país opositor” porque ya el adjetivo es tan estrecho como insuficiente). Que la pandilla del régimen no se solace en un brindis de triunfo. Porque aquí nadie puede brindar por nada mientras la ruina continúe su trágico discurso. Porque la gente sigue muriendo, menguando o partiendo. Porque el hambre permanece inalterable en los estómagos del venezolano. Porque nadie con poder de decisión ha movido un dedo para detener el derrumbe del país.
En definitiva, así hoy no haya marchas, trancones, consignas al aire, disparos a los pulmones, bombas lacrimógenas estallando, gente cayendo herida en el pavimento, perdigones ardiendo en la piel, los venezolanos seguimos bajo estado de emergencia. No ha habido un solo año de pausa, estabilidad o sosiego desde que el chavismo entró a nuestras vidas. El huracán Hugo, seguido de esa penosa degeneración que hoy nos azota, han convertido en catástrofe una nación latinoamericana que tanta admiración causaba apenas dos décadas atrás. Éramos el futuro. Hoy somos tierra devastada gracias a un huracán que tiene 18 años girando y girando de manera devastadora sobre nuestra miserable cotidianidad. Somos un paisaje de vidas caídas, escombros y severa depresión. Poca cosa queda en pie. Quizás ese viejo roble llamado dignidad. Y bajo su sombra, la rabia y el dolor han aprendido a convivir. Pero el desaliento que hoy fustiga al país no se puede convertir en resignación. No debe. Nadie puede acostumbrarse a la humillante vida que Nicolás Maduro le prodigó a los venezolanos. Nadie. Moralmente sería inaceptable.
La calma de hoy no es calma. Si escuchamos con atención, hay un río subterráneo rugiendo su cólera en cada rincón del mapa. Los criminales siguen destapando botellas de champaña, envanecidos en su aparente dominio de las circunstancias. Pero ya aquí nadie tiene el control sobre nada. El caos ha adquirido autonomía de vuelo. Y ellos están cada vez más solos en su borrachera de poder. Mientras tanto, el ruido de fondo se mantiene. El ruido de la ira. Es el “no más” escribiéndose en cada pecho. Es la incierta máscara de la calma. Es nuestro propio huracán en ciernes.
Si algo debemos terminar de entender los venezolanos es que hemos batallado sin descanso, entrado en profundos declives anímicos, vivido alegrías que se esfuman como burbujas y nos han vapuleado la esperanza decenas de veces, sí, pero a pesar de tanto, debemos prohibirnos la resignación. No nos podemos acostumbrar a tanta indecencia. No podemos permitir que conviertan nuestras vidas en un trapo sucio y mohoso arrojado al basurero de la historia. Ese sí sería el fin del país.
Por eso, insisto, nadie está en calma. Nada está en calma. El ruido de fondo es tan nítido como inquietante.
Leonardo Padrón
POR: CARAOTADIGITAL – SEPTIEMBRE 07, 2017
August 31, 2017
Desde la urgencia
Nunca había sido tan difícil ser venezolano. Uno se mueve dentro de la palabra y solo hay dolor y espinas. Nos han apedreado el gentilicio de una manera abrumadora. De tanto gritar patria, con los labios goteando veneno, la dictadura ha roto las costuras más íntimas del mapa. Vaya forma de demoler el alma nacional. Vaya manera de hacernos famosos en el mundo entero. Ya no sabemos de autoestima ni confianza. La esperanza supura sangre en sus bordes. Algunos aseguran que ya no puede ser peor, pero en realidad sabemos que la cebolla tiene aún capas más oscuras. El país avanza a pie firme en su proceso final de destrucción. El régimen argumenta que es una potencia, un orgullo, un hito, mientras asesina y encarcela puñados de gente. Proclama el advenimiento del paraíso terrenal y en simultáneo nos convierte en éxodo. Habla de emancipación mientras arruina cada metro cuadrado del país. Dice abajo el imperialismo y se eleva el hambre. Grita “prohibido el odio” y lo que se escucha es “viva la venganza”. Cada rodilla en tierra significa bienvenidos a la sumisión. Si el régimen fuera sincero promocionaría una franela que dijera “Patria o muerte del opositor”. Y otra que rece: “Todos somos Venezuela, menos el 85% de la población”. Repudia las sanciones y eleva las persecuciones. Ha descubierto que en nuestra soberanía alimentaria también caben Rusia, China y Cuba. Y tú, camarada, recuerda que revolución es amor, denuncia a tu vecino, entrénate para una guerra que no existe. A los escépticos se les advierte: “Los 15 motores de la economía existen. Tenemos las pruebas”. En las arengas revolucionarias triunfa un eco que dice: “Que vivan los estudiantes, pero solo los nuestros”. En fin, todo es paradoja y cinismo. El país es ya una contradicción insostenible.
Nunca había sido tan difícil ser venezolano, repetimos. Pero tampoco jamás había sido tan necesario. ¿Acaso nos queda otra opción distinta a insistir, a pesar de sentirnos tan desvalijados? ¿Tan huérfanos de lideres? En este desierto que nos ha tocado atravesar, el sol quema cada vez más. Es cierto. Pero ningún pueblo entrega su alma por completo. Siempre hay un punto de redención. Exánimes, casi sin aire, debemos reinventarnos dentro de la tragedia. Sin duda, no bastan las palabras y su perfume engañoso. Se necesita un plan, una estrategia, una revisión de la tormenta. Se impone la táctica de reaparecer luego de la demolición. Ya solos no podemos. Quedó claro. No sabemos lidiar contra la barbarie. No somos tan primitivos. El mundo ha girado su rostro hacia nosotros y su estupor es absoluto. Cada día se suma un nuevo país que condena la dictadura de Nicolás Maduro. Nos hemos vuelto un problema en el hemisferio. Vivimos entre el límite y la exasperación. Sin un milímetro de solemnidad, nos queda la exigencia de la resurrección. ¿Cómo se ejerce esa palabra? ¿Dónde está su clave maestra?
Desde la urgencia hacemos señas. Desde el borde. Venezuela merece una nueva oportunidad. Construirla es la inmensa tarea que nos toca.
Después del dolor, la vida.
Leonardo Padrón
POR: CARAOTADIGITAL – AGOSTO 31, 2017
August 24, 2017
Prohibido el odio
Amanecieron ojerosos de tanto pensar en una solución. ¿Cómo callar la cólera que surca al país de cabo a rabo? ¿Cómo ponerle una sordina a la indignación nacional? Y entonces propusieron una “ley contra el odio y la violencia política”. Ahora, en Venezuela, el odio será un crimen cuya pena puede ser de 15 a 25 años de cárcel. Hay una falla de origen en tal propósito. Según la hoy todopoderosa Delcy Rodríguez el axioma es sencillo: si odias, eres de oposición. Es una ley de costuras gruesas diseñada para que el miedo enmudezca tanto dolor convertido en furia. Toda manifestación de “intolerancia”, todo insulto, todo juicio de valor ético a cualquier camarada será sancionado. Todo aquello que genere “caos y zozobra en la población” será considerado un crimen de odio. La ley desborda cinismo a manos llenas. Ellos, los dueños del poder y las armas, los protagonistas de la represión más salvaje que ha vivido el país, son ahora las víctimas. Gente pura y santa henchida de bondad para con el prójimo.
Y sí, pareciera que hay mucho odio derramado en todas partes. Pero, ¿quién trajo las semillas? ¿Quién lo ha cultivado con tanta persistencia?
Como el cinismo es gratis, su réplica también. Por eso me permito elaborar un borrador para complementar la propuesta del presidente Maduro. Apenas asomo nueve artículos. Agregue usted el número diez. Mi ley contra el odio, la intolerancia y la violencia política diría así:
1. Se le prohibirá a todo funcionario público denigrar en cadena nacional de su adversario político. Así, términos como “oligarcas”, “escuálidos”, “terroristas”, “asesinos”, “mariconsones”, “derecha putrefacta”, serán eliminados del vocabulario habitual para evitar que los ciudadanos puedan contagiarse de tanta ojeriza y encono. El primer observante de dicha medida debe ser la máxima autoridad de la República. Siempre se ha dicho: el ejemplo entra por casa.
2. Se le prohibirá a todo funcionario del gobierno con show de televisión propio utilizar dicho espacio para injuriar, ofender, mancillar, caricaturizar, ridiculizar o criminalizar a su adversario político. Por lo tanto, sobrenombres de tinte adolescente como “Nido de Paloma”, “María Asesina”, “Capriloca”, “Cejota”, “El monstruo de Ramo Verde”, y otros, serán vedados en dichos espacios. Abstenerse también de elaborar videos contra líderes opositores con montajes burlescos y musiquita chancera que suscita el bullying del público asistente.
3. Se le prohibirá a todo funcionario del régimen exhibir su prosperidad de manera elocuente, bien sea a través de sus trajes de marca, sus relojes insuperables, sus camionetas blindadas o con imágenes de sus familiares viviendo en países que no pertenecen a la plenitud revolucionaria y son solo accesibles a través de abundantes divisas extranjeras. Tanta bonanza es sospechosa. Recuerden, camaradas, ser rico es malo. Sobre todo si los demás se dan cuenta. Eso activa el odio.
4. Se le prohibirá a la honorable GNB y a la sin par PNB asesinar en nombre de la revolución. No podrán disparar contra manifestantes desarmados, encarcelar a estudiantes, torturar a los presos políticos, humillar a sus familiares, allanar residencias sin permiso judicial y destrozar las rejas y carros de las residencias. Todas estas acciones pudieran generar cierta animadversión en quien las recibe y por consiguiente transformarse en rencor oscuro. Prevenir el odio es la mejor manera de atacarlo.
5. Se aplicarán las medidas económicas requeridas para abatir la hiperinflación, pulverizar –esta vez sí es en serio- al dólar paralelo, acabar con la carestía de alimentos y surtir de medicinas a farmacias y hospitales. Así se evitará que la población venezolana anide sentimientos de enemistad hacia todo aquel que conspira contra su salud y alimentación. “El que come no odia, el que se cura olvida rencores”, diría algún proverbio chino.
6. Se implementará un nuevo plan de seguridad (¿por cuál vamos ya?) para neutralizar –juramos, rodilla en tierra, que esta vez sí es verdad- a las bandas criminales que enlutan diariamente a la sociedad venezolana. Hemos detectado que la abundancia de asesinatos y secuestros, junto a la impunidad reinante, generan crecientes sentimientos de odio de la población contra el gobierno encargado de velar por la vida de sus habitantes.
7. Se exhortará a los “patriotas cooperantes” a que cesen en sus hábitos de delación de vecinos y viejas amistades por poseer una pancarta opositora, una máscara antigás o cualquier objeto de signo contrario al que dicta la mercancía revolucionaria. Hemos detectado, luego de exhaustivos estudios, que todo el mundo odia a “los sapos”.
8. Se prohibirá cualquier retaliación política contra todo aquel que piense de forma contraria a los intereses revolucionarios. La amenaza y la venganza son ingredientes del odio. Vote por quien usted quiera, jamás le quitaremos su bolsita CLAP, jamás lo botaremos del trabajo, jamás lo hostigaremos ni perseguiremos. Si usted fue chavista y ya no lo es, no importa. Si alguna vez fue fiscal general o diputado al parlamento y ahora cambió de opinión, no lo perseguiremos, no le pediremos a Interpol que lo atrape como si se tratase de un criminal. Relájese.
9. Y, por último, pero no menos importante, respetaremos la Constitución, de arriba abajo. Respetaremos a la Asamblea Nacional elegida masivamente por el pueblo. Respetaremos el derecho a disentir. Respetaremos el derecho al voto, la independencia de poderes, la alternancia democrática, la libre circulación de ciudadanos dentro y fuera del país, y el respeto al libre pensamiento.
Sí, lo sé, todos esos artículos pergeñados por quien suscribe pertenecen al mundo de la ficción. La realidad se nutre de una certeza incuestionable: el odio también es revolucionario.
Leonardo Padrón
POR: CARAOTADIGITAL – AGOSTO 24, 2017
August 17, 2017
¿Y después de la depresión?
Andamos con el ánimo devastado. Tratando de entender cómo lamernos las heridas. Porque son demasiadas. La tormenta ha sido tan larga y feroz que solo nos rodean escombros. No hay un árbol de pie en la faena por la democracia. La dictadura lanza graznidos de victoria. Mientras, sus manos chorrean sangre de venezolanos de todas las edades. El final de este tumultuoso capítulo de protestas que se inició en abril del 2017 exhibe cadáveres demasiado jóvenes, gente herida para siempre y hogares destruidos. Una de sus primeras consecuencias es la nueva y brutal estampida de emigrantes. Muchos con el cuerpo aun lleno de perdigones están hoy armando la maleta del mientras tanto o el más nunca. Deambulan resignados entre el hogar y el pasaporte, con el horizonte tapiado de bombas lacrimógenas. En gran parte de la sociedad civil ondea el humo de la depresión. En los círculos familiares y chats vecinales solo se habla de desánimo y frustración. Sobra quien le endose la factura de este terremoto a la MUD, uno de nuestros culpables preferidos. Sin duda, la coalición opositora tiene una gran responsabilidad en el tamaño de nuestro desaliento. Ellos mismos no lograron entender la naturaleza amoral del enemigo. Ni siquiera en sus pensamientos más maliciosos (que escasearon, lamentablemente) avistaron que la dictadura sería capaz de asesinar a más de 150 personas con tanta desvergüenza. Quizás es hora de entender que estamos lidiando contra un cártel internacional cuya principal droga es el poder. Algo inédito. En países como Colombia o México los carteles de la droga han permeado la clase política y el mundo empresarial, pero ninguno se ha hecho dueño de un país entero. Venezuela es la mercancía. Ellos, los dealers.
Piedras contra balas. Escudos caseros contra francotiradores. La constitución versus la aberración. El voto versus la trampa. Así nos ha tocado enfrentar a esta dictadura que ha convertido a la bajeza en su primer mandamiento. Los relatos de ensañamiento y maldad contra tantos venezolanos superan cualquier capacidad de asombro. Una batalla desigual, asimétrica, cuyo único soporte ha sido el tesón de millones que empuñaron el gentilicio como gasolina. Este capítulo, qué duda cabe, lo ganó la barbarie.
Otro nuevo capítulo se nos presenta en el horizonte inmediato: la elección de gobernadores. Y entonces, desde el fango de la frustración y el desánimo, buena parte del país esgrime su indignación. ¿Para qué elecciones si igual nos robarán cualquier triunfo? ¿Cómo competir, desde nuestra ética colectiva, contra seres humanos entrenados para la estafa? Hace apenas una semana pensé en la figura del laberinto. Allí andamos, extraviados, sin brújula. La dirigencia opositora no tiene, ni por accidente, ese talento para la jugada aviesa, no sabe de vilezas, la atolondran las emboscadas. Sus pecados son otros. Como ese fraude semántico que terminó siendo la tan publicitada hora cero.
En los códigos del mundo de la droga, todo aquel que pretende abandonar la maquinaria o redimir su destino, será perseguido implacablemente hasta que pague su “traición”. Lo que ocurre hoy con la fiscal general Luisa Ortega Díaz nos recuerda ese turbio sacramento. Ver a Iris Varela salivando odio frente a las cámaras y prometiéndole a su ex camarada que vestirá el color fucsia de las presidiarias fue solo el tráiler de lo que hoy le ocurre: allanan su casa, convierten al esposo en delincuente, encarcelan a su doméstica. Van por ella. Como van por todos nosotros.
Tengo días pensando en la próxima celada que nos han montado. Uno podría evitar la posibilidad de tropezarse de nuevo con la misma piedra. Pero es quedarse demasiado quieto. Es mucho silencio para tanta tragedia en desarrollo. Y, a fin de cuentas, no se trata de claudicar. Seguimos siendo una descomunal, inocultable mayoría. Pero hoy tenemos una resaca tan profunda que estamos fuera de base, aturdidos, llenos de impotencia y despecho. Por eso ellos decidieron anticipar las elecciones regionales. Porque saben que muchos opositores castigarán a sus líderes con la abstención. En este fangoso ajedrez, es el momento perfecto del régimen para fingir ante el mundo que, al fin y al cabo, también hace elecciones. Buscará lavar su rostro, tan salpicado de sangre.
Me pregunto, siendo el escenario electoral el único donde somos mejores y mayoría, ¿les regalamos la jugada? ¿Nos rendimos de una buena vez? ¿Dejamos el país entero en sus manos?. Cierto, pasa que nosotros no somos asesinos, ni torturadores, ni gente resentida y sudorosa a venganza. No sabemos ser así. Somos ciudadanos demócratas, civiles que creemos en las leyes, las elecciones y la constitución. Quizás toca seguirle mostrando al mundo y a nosotros mismos lo que mejor sabemos hacer: insistir, persistir, resistir. Desde el lenguaje de la civilidad. Desde todas las letras de la democracia. Ellos seguirán delinquiendo. Seguirán encarcelando gente. Haciendo rastrillo las leyes. Saqueando las arcas del país. Desesperados por su supervivencia, sin importar lo que eso implique en términos delictivos. ¿Y nosotros? ¿El país? ¿Entregamos lo que queda? ¿Sin levantar una sola pared, sin ofrecer resistencia? En esta ocasión nos tocaría volver al terreno donde poseemos nuestra mejor arma, la que tiene millones de “balas”: el voto. Lo sé. Van a jugar sucio de nuevo. Van a inhabilitar a todo el que les apetezca. Van a cambiar las reglas de juego cada media hora. Y nosotros, en cambio, jugaremos limpio. El mundo observa cada vez más de cerca. Están cada vez más desenmascarados. La oposición, sí, está llena de espasmos y cicatrices. Hay cruces de muerte en las veredas. Pero somos millones. No se nos puede olvidar. Se trata de insistir en el triunfo de la lógica. O de la historia.
Después de la depresión, toca insistir. Lo otro es la muerte del país. Y su mordisco negro.
Leonardo Padrón
POR: CARAOTADIGITAL – AGOSTO 17, 2017
August 10, 2017
Somos lo accesorio
Hay una condena mundial, estruendosa, a la dictadura de Nicolas Maduro, nuestro Erdogan tropical. Ya en los noticieros de USA hablan de él como “el dictador”. Se acabaron los eufemismos y las buenas maneras. Los voceros del gobierno norteamericano lo mencionan todos los días con frases que destilan repulsión. Al mismo tiempo, cada vez se suman más jefes de estado y cancilleres de la región a decir las cosas por el nombre que merecen. Pero dictadura que se respete no se detiene en pudores y escrúpulos. Hay una asamblea elegida por todo el país y ellos la sacan a patadas eligiendo la suya en unas elecciones donde hasta la compañía que puso las máquinas dijo que eran tan falsas como la muerte del billete de 100 Bs. No les importa el tamaño del desprestigio. No parpadean cuando se les tilda de asesinos y torturadores. Se regalan espadas de Bolívar cuando los sancionan internacionalmente. Se reúnen en pequeños mítines celebratorios cuando los catalogan de narcotraficantes. Irrumpen como bandoleros ebrios de violencia en el espacio más sagrado de la República. Se reparten cargos y ministerios, comisiones y dólares, de una forma tan rocambolesca como ilegal. Son los forajidos públicos del Nuevo Mundo.
El mundo los repudia. Y mientras tanto, ellos eructan su cinismo.
En la otra orilla, la oposición vuelve a sufrir un cisma, las estrategias se agotan de nuevo, las agendas personales relumbran, la opinión pública sataniza a sus líderes, la anarquía coloca su música y la esperanza se astilla de nuevo.
Y mientras tanto, el país sigue dándose golpes contra los filos rocosos del abismo. La ANC se ocupa de ejercer sus venganzas políticas, de encarcelar alcaldes y estudiantes, de destituir fiscales, mientras las neveras de la población siguen vacías, los precios se vuelven pornográficos, la violencia sigue su fiesta letal y los que pueden se lanzan fuera del país como un barco que hace agua por todos sus flancos.
En Margarita la ocupación hotelera no llega al 10% en plena temporada vacacional; la represa del Guri, uno de nuestros mejores orgullos, colapsa; la inseguridad agarra tanta confianza que asesina personas en pleno Aeropuerto Internacional de Maiquetía; las líneas aéreas del mundo evitan volar o detenerse en Venezuela; la canasta familiar llega a la absurda cifra de un millón y medio de bolívares; los centrales públicos apenas cubren 2% de consumo nacional de azúcar; para comprar un caucho se necesitan más de 6 salarios mínimos, los economistas declaran con alarma que la inflación de agosto superará el rictus del asombro, y conseguir la más simple de las medicinas sigue siendo una proeza para cualquier venezolano.
Mientras la dictadura baila su frenesí porque regresaron las fotos de Chávez al hemiciclo, todo se desmorona a velocidad de avalancha.
Pero, tranquilos, tenemos patria y revolución. Lo demás es accesorio.
Leonardo Padrón
POR: CARAOTADIGITAL – AGOSTO 10, 2017
August 3, 2017
El laberinto
Aún no nos hemos recuperado de la nauseabunda farsa de las elecciones de la ANC y ya entramos en otra dimensión de nuestra crisis existencial. Todavía el país sigue llorando a los 16 venezolanos asesinados el domingo 30 de julio y nuevos conflictos aparecen en el horizonte. De paso, la vieja aliada del CNE, Smartmatic, ha soltado una bomba atómica sobre los ya inverosímiles resultados que anunciara Tibisay Lucena en un siniestro acto de prestidigitación electoral. El pronunciamiento del mismísimo presidente de Smartmatic es mucho más crucial de lo que parece. Nadie se cree los 8 millones de votos que jura el régimen. Ni sus propios simpatizantes, que hoy se ven entre sí con una incómoda sonrisa que se balancea entre la complicidad y el estupor. Hablando de sonrisas, célebres por torvas, hasta el propio Andrés Izarra –ex ministro de tantas negligencias- desde su refugio europeo, subrayó la duda. Duda que es certeza en el mundo y que destroza por completo cualquier dosis de legitimidad que quieran otorgarle a esas elecciones. Maduro, que no escatima en torpezas, dice que si no hubieran existido güarimbas los votos habrían llegado a diez millones, dejando muy atrás al propio Chávez, el único de todos ellos con genuino arraigo popular y ya extinto en el planeta tierra.
Todo eso está ocurriendo mientras en el horizonte inmediato aparece un asunto neurálgico: las elecciones regionales. En ese sentido, la jugada del régimen fue inteligente. Poner en el libreto inmediato esa circunstancia ha hecho que hoy el país opositor se enfrasque en una furiosa polémica sobre si debemos ir o no a elecciones regionales. Y entonces llueven opiniones de toda índole: unos piden calle y más calle, se preguntan dónde quedó el 350, exigen no olvidar a los más de cien muertos que hay sobre el asfalto y sienten como una ofensa cualquier nuevo escenario electoral luego de lo ocurrido con la Constituyente, algunos gritan “¡gobierno de transición ya!”, aunque sin explicar muy bien cómo harían los miembros de ese otro gobierno para no terminar en la cárcel o asilados en alguna embajada próxima a su domicilio, como ocurre hoy con los nuevos magistrados. Otros piensan que es indispensable participar en las elecciones y no regalarle 23 gobernaciones a la dictadura. Afirman, no sin razón, que no se pueden establecer equivalencias entre las elecciones de la ANC y las regionales. En el reciente fraude el gobierno corrió solo, sin contendores, sin veedores internacionales y sin los miles de testigos de oposición que supervisaron las parlamentarias de diciembre del 2015. Así, íngrimos en el cuarto oscuro de su impudicia, pueden sacar incluso más votos que habitantes en el territorio nacional. Pero el asunto cambia cuando la refriega es real. Por algo evitaron ir a elecciones regionales en el 2016, por algo nos escamotearon el referéndum revocatorio, por algo han decidido descarar la dictadura.
Y así vamos. Mientras la mafia que ha secuestrado el poder se pelea a dentelladas por ver quién preside la ANC, el resto inmenso de ciudadanos colisiona ante el dilema de las regionales:
– “¡La propuesta de Ramos Allup de participar en las elecciones de gobernadores es una traición al pueblo!”, proclama alguien.
– “¡Traición es dejar que nos quiten 23 gobernaciones!”, replica el otro.
– “¡¿Cómo vamos a ir a elecciones con este mismo CNE que acaba de meternos 8 millones de votos inexistentes por el buche?!”, grita el cuñado.
– “¡Con ese mismo CNE les ganamos las parlamentarias del 2015, ¿o es que no te acuerdas?!”, insiste un vecino.
– “¿Pero de qué vale ganar todas las gobernaciones si después los van a inhabilitar o encarcelar?”, argumenta una señora.
– “¡Cierto, además hay que hacer valer el mandato que el pueblo impuso el 16J. Esos políticos son unos vendidos! Calle y más calle!”, persiste el más joven.
– “¡Hay que participar, sino los malandros se apoderan de todo. Esa siempre ha sido su estrategia, desmotivar al pueblo!”, subraya otro vecino.
– “!Yo no pienso validar ese CNE tramposo!”, reitera el cuñado.
– “¿Y entonces, les vamos a regalar también las gobernaciones y las alcaldías”, se desespera el presidente de la junta de condominio.
Y así estamos. En el remolino de una discusión que en ocasiones parece bizantina. Mientras tanto, la represión se incrementa, las torturas a los prisioneros continúan, Ledezma y López vuelven a ser pasto de sus carceleros, las líneas aéreas internacionales abandonan el país, el dólar parece un cohete a la luna, la escasez nos ladra en el estómago y todo hace pensar que la pesadilla estrena nuevos capítulos.
No somos un país, somos un laberinto.
Leonardo Padrón
POR: CARAOTADIGITAL – AGOSTO 03, 2017
July 27, 2017
El choque de trenes
El sobresalto se ha convertido en nuestro clima natural. Tenemos años –muchos, demasiados años- refiriéndonos a cada tiempo que se aproxima como “el gran desenlace”, “los días cruciales”, “la cuenta regresiva”, los capítulos culminantes”. Y, para asombro de todos, cada momento de tensión final le abre la puerta a un nuevo capítulo. Como si se tratase de una telenovela que se niega a culminar y enrosca su trama infinitamente. El infierno de Dante y los nueve círculos que retrata en la Divina Comedia son apenas literatura ante las distintas capas de horror que hemos ido descubriendo los venezolanos. Nunca una pesadilla había tenido tantos sótanos. Nunca en nuestra historia moderna habíamos lidiado con tanta adversidad colectiva. La revolución chavista se ha convertido en una catástrofe de dimensiones colosales. El dolor nos ha tumbado la vida a culatazos y patadas.
En estos días previos al domingo 30 de julio, fecha que parece marcar el fin de un país y la llegada de Cuba a tierra firme, se asomó la posibilidad de una negociación entre la dictadura de Maduro y la oposición democrática. Dicha negociación no buscaría otra cosa que evitar el choque de trenes. Se trataría de procurar que las herramientas de la discusión volvieran a ser las palabras y que no nos entregáramos, suicidamente, al argumento de las armas y la fuerza bruta. El solo asomo de la palabra negociación, tan satanizada, tan estigmatizada, gracias a las torpezas y/o vilezas de sus propios oficiantes, encendió las alarmas de muchos. Pero, a pesar de su ya mala reputación, el diálogo se jugaba una última oportunidad: o nos comenzamos a entender o nos terminamos de matar. El espíritu reinante en algunos era procurar un entendimiento que nos alejara de la barbarie y nos acercara al abecedario de la civilización. Pero fuentes cercanas a los dialogantes dejaron escapar la noticia: la negociación baja la Santamaría, la ANC va con todo, se impone la ruta de los radicales del régimen, bienvenida la confrontación, las sanciones, lo que sea, “nos seguimos volviendo locos”.
Si efectivamente eso es así, si ya no hay nadie apostando a una solución pacífica de la crisis, entonces volvemos a la teoría más inquietante de todas: el choque de trenes. Nuestro destino inmediato se inclina con angustia hacia los vientos de guerra. Aunque ya muchos sentimos que tenemos rato padeciendo los efectos clásicos de una guerra: asesinatos y terror, confrontación y anarquía, asalto a edificios y hogares, crueldad y tortura, hambruna, escasez, hiperinflación, gente huyendo en estampida del país. Pero las propias voces del régimen anuncian que el 30 de julio, luego de las elecciones para la constituyente, no quedará piedra sobre piedra en el país. Lo anuncian como si se tratase del juicio final a todo venezolano decente y honesto que quede sobre el mapa. Lo anuncian con un hilo de sordidez derramándoseles de las palabras. Son el coco, la operación Tun-Tun en todo su esplendor, la fiesta perfecta para tanto odio y resentimiento social. El caso es que frente a ellos hay una inmensa cifra de venezolanos hastiados de tanto ultraje y humillación, de tanto abuso y escándalo. El problema para ellos es que, a estas alturas, es muy difícil que el país democrático abandone las calles. No después de todo lo que hay derramado en el pavimento. Es mucha la sangre muerta, los muy heridos y los demasiado presos. Son tantos los agravios. Y nadie puede olvidar la gesta civil del 16 de julio. Es sencillamente imposible que la manifestación de 7 millones y medio de venezolanos alrededor del mundo repudiando la dictadura pueda ser ignorada o soslayada. ¿A qué país piensan gobernar Maduro y Cabello si su siniestro plan funciona?
Esta vez sí pareciera cierto que nos acercamos al final de algo. Pero sentimos que la frase la hemos enunciado demasiadas veces. Si la constituyente llegara a imponerse, se abrirán nuevos capítulos de resistencia. No vislumbro a esta combativa sociedad alzando una bandera blanca de rendición. Pero, sin duda, serán días aun más difíciles y oscuros. Si la revolución insiste en aferrarse al poder fraudulentamente será un triunfo momentáneo y jamás estarán tranquilos en la propia turbulencia que han creado. Decretaron el caos y el caos los envuelve. Quizás Maduro duerma como un bebé, pero como un bebé aterrado. Son demasiados fantasmas en la misma habitación. Mientras tanto, el mundo lo condena y las intrigas palaciegas están a la orden del día. Shakespeare deambula por Miraflores.
Ya Maduro ha demostrado que tiene un pésimo olfato político. Ojalá apele a la lucidez desesperada que impone el instinto de supervivencia. Ojalá entienda que avanza hacia un campo minado que será trágico para todos. Gobernar escombros es un fracaso imposible de disimular. No funcionaron los 15 motores, ni las leyes habilitantes, ni las comisiones rimbombantes, ni tanta arenga fidelista en cadena presidencial. Solo hay humo en todas partes. El humo del fracaso y de la guerra.
¿Queda alguien sensato de aquel lado del país donde se atrinchera el régimen? ¿Alguien que tenga el coraje de decir que se equivocaron? ¿Alguien que conceda que es hora de negociar su retirada? Evitar el choque de trenes sería un supremo acto de inteligencia. Todavía hay chance.
Leonardo Padrón
POR: CARAOTADIGITAL – JULIO 27, 2017
July 20, 2017
El país que comenzó un domingo
Hoy, en el siglo XXI, la verdad siempre tiene una cámara que la grabe. Por eso resulta poco menos que risible ver a Nicolás Maduro diciendo que la consulta popular realizada por los venezolanos el pasado 16 de julio de 2017 apenas alcanzó 600 mil votos. Da risa, pero –seamos sinceros- también es un insulto. No se puede ser tan ciego o tan cínico. Como bien le respondieron a través de las redes, sí, conseguimos 600 mil votos, pero solo en el exterior. Los otros 7 millones de votos fueron en el propio patio de la revolución: en Venezuela. Ni vale la pena ocuparse de las declaraciones de otros dirigentes del chavismo encargados –penosa tarea- de minimizar la gigantesca rebelión civil que ocurrió ese domingo. Una millonaria manifestación de repudio al régimen de Nicolás Maduro que fue ejercida, demostrada y grabada en todo el planeta. Millonaria en votos, se entiende. Desde pueblos remotos e impronunciables en Canadá o Italia, entonando cánticos en el metro de Santiago de Chile, reconociéndose unos a otros en las calles de Honduras, Zurich y Nueva York, en la puerta del Sol en Madrid, un poco más allá en Tenerife, hondo y lejos en Australia o anticipando los relojes en Dubai. Y así, por donde había vida civilizada, mesa y bolígrafo, allí había un venezolano formando parte del lapidario plebiscito contra la dictadura que hace trizas al país desde hace ya largos 18 años. Quizás no ha habido un día en nuestra historia así. Nunca como ese domingo hubo tanta bandera venezolana en las calles del mundo. Nunca una diáspora pronunció su dolor y su entusiasmo de forma tan unánime y multitudinaria.
Porque el azar escribe como escribe, con esa prosa espontánea y tajante, me tocó ejercer mi voto en Miami. Ya venía impactado por lo que transmitían las redes. Por las colas de ciudadanos tejiendo vueltas a las manzanas de la Candelaria, en Caracas. O por la masa apretujada y sin miedo en la Bombilla de Petare. Gente mucha, en ese barrio popular, naufragando en las limosnas del salario mínimo y las bolsas de comida CLAP. En fin, ya venía con el ánimo en alza cuando finalmente llegué a la Universidad de Miami en Coral Gables. Y entonces mi entusiasmo trocó en asombro. El estacionamiento del campus universitario estaba colapsado. Sé que la mayor cantidad de emigrantes venezolanos han recalado en Florida. Que Miami es la urbanización de clase media más grande de Venezuela. Ahora bien, una cosa es tropezarte a un venezolano aquí y otro allá, conseguirte a una familia cumanesa en el Publix, saludar a cada instante a maracuchos y larenses en el Sawgrass o en un Walmart, comer arepas en Downtown o abrazar amigos en el Doral, y otra sensación muy distinta es verlos a todos juntos, a conocidos y miles y miles de desconocidos que, con la bandera en la gorra y el nudo en la garganta, hacían ese día una cola infinita. Era no solo la cola del exilio, del arraigo en ristre y la nostalgia en vilo, sino la cola del futuro, del camino de regreso a los abuelos y primos, del reencuentro con el origen. Confieso que estuve conmovido sin pausa durante las dos horas que estuve serpenteando por la inacabable fila de votantes bajo un sol calcinante. Es demasiada gente la que se ha ido del país. Manadas enteras de familias que andan con la lágrima en la orilla de las pupilas, que han tratado de entender lo que pasó con sus vidas, que desde lejos observan el itinerario de nuestra desgracia y no se resignan a ser distancia y convertirse en olvido. Con cada venezolano que hablé había un estropajo de dolor en los adjetivos. Y uno se pregunta, ¿es así de indolente el poder?, ¿envanece tanto que le das la espalda a la tragedia que causas?, ¿es así de inescrupuloso el dinero a manos llenas?.
Una cosa es teclear la frase “el éxodo más grande de nuestra historia” y otra es verle los ojos, escucharle el paso a cada emigrante, sentirles el acento, la sonrisa oriental, el guiño zuliano, la picardía caribe, la prosa caraqueña, en definitiva, el gentilicio asomado en todos los rostros. Punza el alma ver el tamaño de la herida derramada por códigos postales que no nos pertenecen.
Pero ese domingo inolvidable que nos regalamos entre todos, ese domingo del 16 de julio donde, en todos los rincones de la tierra y en cada calle y suburbio del país, pronunciamos nuestra necesidad de ser libres, donde subrayamos el gen democrático que nos define y donde afirmamos nuestro repudio a tanta estafa disfrazada de paraíso, ese domingo no puede, no debe, ser en vano. Nadie olvida las muertes de los cien días, ni las anteriores, ni la prisión de tanto venezolano de bien, ni la ruina de tantos hogares, ni los perdigones en la cara rotunda de la decencia. Por eso nos toca hacer valer la fiesta de ese domingo. Convertirla en asunto permanente. En presente inmediato. Siete millones y medio de personas dijimos tres veces sí. Fue una proeza de la sociedad civil. Nadie nos la puede arrebatar. Pero habrá que seguir pujando para cobrar su saldo. Nos toca lidiar con los que aún no entienden o prefieren no entender. Hoy por hoy, la única negociación posible es esa donde Nicolás Maduro y su equipo de gobierno se conviertan en adiós. Así que, bienvenida sea la transición, o como quieran llamarla según lo dicte la glosa política. Para lograr los pasos siguientes necesitamos tener la misma disciplina y determinación que mostramos como sociedad en la ya histórica jornada. El documento leído tres días después (miércoles 19) por los partidos políticos de la MUD, titulado “Compromiso Unitario para la Gobernabilidad” suena inobjetable en su decisión de querer reconstruir al país desde bases profundas y coherentes. Señores del régimen: bajen las armas, cancelen la violencia, destierren la arbitrariedad. Entiendan que ya no se puede obligar a un país entero a tanto desafuero. Asuman que se les venció el tiempo. Sería sabio y honroso obedecer la voluntad de las multitudes.
A líderes y ciudadanos, a jóvenes y adultos, a todos, nos tocará apagar el fuego que dejó la jauría, recoger los escombros, ordenar la casa. Nos tocará la parte luminosa de la historia luego de tanto fango en las uñas y quejumbre en las entrañas. Nos tocará parir un país desde cero. Eso queremos. A eso estamos dispuestos. Quedó claro, muy claro, el pasado domingo 16 de julio. Y hablaremos entonces, en los libros de historia que están por escribirse, del país que comenzó un domingo.
Leonardo Padrón
POR: CARAOTADIGITAL – JULIO 20, 2017
July 13, 2017
El país toma la palabra
Usted puede darle el nombre que quiera. Puede decirle consulta popular. O soberana. O, como dicta la tradición, llamarlo plebiscito. También puede asumirlo como la gran encuesta nacional, la que recogerá la opinión de todo el país electoral, el país que tiene edad para votar y elegir, para respaldar o rechazar, para elegir otro destino o persistir en la pesadilla. En realidad no importa el nombre que le de. Importa el sentido que tiene ese día. Importa que todos nos hemos puesto de acuerdo para -en un mismo domingo- expresar nuestra opinión, para responder tres preguntas que contienen el talante definitivo de nuestro futuro. Importa que la democracia, a pesar de lo sangrante y herida que está, le pide hoy a los ciudadanos que la invoquen, que digan lo que piensan sobre sus gobernantes, que lo expresen de la forma más sencilla posible: con un lápiz, con su cédula laminada y su verdad. Para que el mundo, y nosotros mismos, y los hombres que rumian su poder en Miraflores, oigamos la opinión de todos y cada uno de los que forman parte de un mapa, un gentilicio, una razón de ser llamada Venezuela.
Ellos dicen que no es legal, ni vinculante, que es sedicioso, que solo procura violencia, que si el CNE no participa no vale, que necesita el visto bueno del TSJ, de los hermanitos Rodríguez, del Contralor, del Foro de Sao Paulo en pleno, y hasta algún gesto inequívoco del eterno. Ellos andan nerviosos, inquietos, desajustados. No duermen bien, botan el café, se tropiezan con las vocales. Buscan esquinas oscuras en la constitución, le tuercen la oreja a los artículos, inventan leyes y sentencias de última hora. Quisieran saltarse el domingo 16 de julio, expropiarlo, que sea declarado un día postizo, inexistente, falso en el calendario. Ruegan por un milagro que los ayude a frenar la avalancha, el tsunami, la tormenta. Porque lo que asoma en el horizonte para Nicolás Maduro y su siniestro régimen es un desastre natural de enormes proporciones. Estamos hablando de millones y millones de personas, venezolanos todos, que expresarán de forma cívica, pacífica y organizada su ya basta, su no queremos más dictadura, su exigimos democracia y elecciones libres. Gente en todos los municipios y rincones, en todos los estados y esquinas, en decenas de ciudades en el resto del planeta, que marcará tres veces sí. Sí para expresar su rechazo a la Constituyente. Sí para demandar a la Fuerza Armada Nacional obediencia a la constitución y respaldo a la Asamblea Nacional que nosotros mismos elegimos. Sí para renovar los Poderes Públicos, para conformar un Gobierno de Todos, para realizar elecciones libres, para restituir el vapuleado orden constitucional. Tres veces sí para ser enfáticos, para que no queden dudas, para dejarle claro a la dictadura nuestro multitudinario deseo de volver a vivir en democracia.
Todos los muertos que han caído bajo la metralla del régimen, todos los que han recibido perdigones y bombas lacrimógenas en sus ojos, piernas y rostros, todos los que se llenan de oscuridad y oprobio en las cárceles, todos los que han recibido patadas y golpes en su dignidad, todos los ultrajados y robados por los colectivos y la Guardia Nacional, todos los que se tuvieron que ir del país, todos los que se quedaron sin presente ni sospecha de futuro, todos los que han sido saqueados, allanados, violados, humillados, amenazados, intimidados, burlados, todos, absolutamente todos, tendrán la oportunidad de expresar su opinión. Incluso los indiferentes, los temerosos, los replegados. ¿Acaso hay algo más vinculante que el sentir del propio país expresado en cada uno de sus individuos? ¿Hay algo más democrático y honesto que pedirle a todos los ciudadanos que manifiesten su opinión, sin manipularlos, sin obligarlos o amenazarlos con despedirlos de su trabajo o no darles la limosna de los CLAP?
Eso es lo que va a pasar el domingo 16 de julio, en más de dos mil puntos soberanos y más de catorce mil mesas de votación en toda Venezuela. Eso es lo que va a pasar en más de 70 países del mundo y 430 ciudades del exterior, por donde andan tantos venezolanos, errantes y melancólicos, huérfanos de país y de rumbo, con la nostalgia atragantada en el alma. Es imposible no participar en el evento más democrático de los últimos tiempos. Es un nuevo e inmejorable chance para ser protagonistas de nuestra historia. Es un gesto colectivo que expresará nuestra aspiración de volver a ser un país normal y decente, y no la región más sórdida del continente. Hemos marchado sin descanso. Hemos dejado la piel en la calle. Hemos manifestado de todas las formas posibles. Han sido más de cien días de protesta febril, más de noventa muertes dolorosísimas, mas de mil heridos y cientos de presos políticos. Ahora nos toca enfrentar una cifra más pequeña pero decisiva. Nos toca decir tres veces SÍ. Tres veces en una planilla. Millones y millones de personas diciendo tres veces SÍ.
Y que se exprese el deseo multitudinario de los ciudadanos. Que el país tome la palabra. Que la dictadura termine de entender que se ha vencido su tiempo. Que es el momento de irse y darle el paso de nuevo a la democracia.
Es hora de levantar el sol.
De atizar la dignidad.
De volver a empezar todos de nuevo.
Leonardo Padrón
POR: CARAOTADIGITAL – JULIO 13, 2017
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