Alberto Garzón Espinosa's Blog, page 11
September 16, 2015
No a las guerras
Las tareas asistencialistas de los Estados siempre son bienvenidas. No sobran, por decirlo así. Y es evidente que tenemos la obligación moral y política de acoger a las personas que huyen de las guerras. Nosotros somos un pueblo que también sufrió el exilio, y padecimos tanto la insolidaridad como la solidaridad de pueblos vecinos y hermanos. Hemos aprendido, o al menos deberíamos haberlo hecho. Pero conviene también que seamos conscientes de las causas; del por qué la gente huye de sus tierras, dejando atrás recuerdos y vidas enteras. Porque podría ser, como de hecho ocurre, que esas personas estén huyendo de las guerras que la OTAN crea por todo Oriente. Podría ser, y de hecho así es, que se esté dando con una mano –y mal, con subasta y precio- lo que con la otra se está quitando. Quizás convenga, en definitiva, ser más claros y menos líquidos. Podríamos comenzar por dejar de decir aquello de “Bienvenidos Refugiados”, que está bien, para volver a insistir en el “No a la guerra”.
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September 13, 2015
El desempolve del laborismo británico
Cuando Tony Blair popularizó la tesis de la Tercera Vía, apoyado fundamentalmente por los trabajos de Giddens, las economías occidentales vivían en el contexto de la llamada Nueva Economía. Las nuevas tecnologías parecían propulsar un nuevo régimen de acumulación y el incipiente pensamiento posmoderno parecía jubilar los conceptos de izquierda y derecha, disolviéndolos en un tótum revolútum de eficiencia y optimización racional. Pero la crisis de las puntocom en los 2000 y la crisis financiera de 2007, entre otras, parecieron tirar por la borda los fundamentos del nuevo pensamiento de la posizquierda inglesa. El capitalismo en crisis necesitaba soluciones y las encontraba en las políticas liberales de siempre. La Tercera Vía murió, ahogada en neoliberalismo. Quizás por eso ahora el laborismo británico busca su legitimidad en los orígenes, en un espejo limpio de los polvos del fin de la historia. Corbyn no es el enterrador de la Tercera Vía, sino la consecuencia de sus contradicciones.
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Ahora en común
Ayer los participantes de la I Asamblea de Ahora en común estuvieron todo el día debatiendo qué hacer de cara a las elecciones generales. Hubo alto consenso en la idea de convocar primarias abiertas en los territorios y para la Presidencia del Gobierno. Pienso que si esa posición se ratifica por las diferentes asambleas territoriales estaremos ante un gran paso. Emergería así la posibilidad de sumar a muchas de las fuerzas sociales mediante procesos democráticos con los que garantizar candidaturas rupturistas y plurales. Todo esfuerzo es poco para conseguir una candidatura unitaria con la que ganar el país y detener el proceso constituyente dirigido por la oligarquía. Si esas primarias son democráticas y hay un programa rupturista, las gentes de Izquierda Unida nos presentaremos y allí nos pondremos codo con codo a trabajar con todo hombre y mujer que quiera construir una sociedad más justa. Esta no es una pelea de siglas o partidos sino de un orden social; nos jugamos un régimen entero.
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September 10, 2015
La tarea comunista y la unidad
Prólogo al libro La lucha por la unidad, 80 aniversario del discurso “la lucha por la unidad en plena reacción” de José Díaz. Se publica en septiembre de 2015, con introducción de Alejandro Sánchez Moreno.
La historia de José Díaz es también la historia del movimiento obrero español e internacional en el primer tercio del siglo XX. Es la historia de un cambio de estrategia y táctica, si bien no de objetivos. Así, los lúcidos llamamientos de José Díaz a la unidad popular estuvieron siempre vinculados al cambio de estrategia de la Internacional Comunista precisamente en los momentos en los que emergía el fascismo como el más feroz de los peligros.
Se ha hablado mucho de la importancia del Frente Popular y del destacado y generoso papel que jugó entonces el Partido Comunista de España, el cual, no obstante, logró multiplicar los representantes comunistas en el parlamento español. En el imaginario de la sociedad española, y particularmente en las izquierdas, queda la digna defensa que hizo el movimiento obrero frente a las agresiones fascistas tanto en las instituciones como en las calles. Y los textos de José Díaz nos iluminan sobre aquellos momentos y nos muestran, en particular, su capacidad de saber ver más allá del ciclo electoral de 1936.
De ahí que el libro que tiene el lector entre manos sea esencial para la formación comunista. Especialmente en un momento como el actual en el que ahora la amenaza más acuciante no proviene de una fuerza visible y aterradora como el fascismo sino de una fuerza invisible y descentralizada que aspira a terminar de reducir al ser humano a mero apéndice inerte de la maquinaria capitalista. Y es que el proceso de mercantilización se abalanza ya sobre todos los aspectos de la vida misma, cubriendo desde el ámbito laboral hasta el del consumo de las imágenes pasando por el Estado Social y las conquistas sociales del movimiento obrero.
Actualmente las reformas institucionales que se están llevando a cabo en España y en toda Europa tienen como objetivo sentar las bases jurídico-políticas de un nuevo orden social. Está iniciado un proceso constituyente dirigido por la oligarquía que busca adaptar nuestras instituciones a las necesidades de un capitalismo en crisis y, por ello mismo, cada vez más salvaje. Ese orden social se caracteriza por la precariedad laboral, el ajuste económico permanente y el autoritarismo. Por esa razón puede decirse que vivimos un momento político en el que, como dijera José Díaz, «nos jugamos toda una situación, nos jugamos todo un régimen». Y uno puede llegar a la lógica conclusión de que si el diagnóstico sobre la gravedad del momento es similar, por sus efectos sobre las gentes trabajadoras, entonces debiera ser también similar la receta con la que actuar. Dicho de otro modo, ¿es también ahora la Unidad Popular la respuesta?
Lo cierto es que si bien hay consenso en torno al papel clave que jugó el Frente Popular y el PCE en la victoria electoral republicana de 1936, aunque desgraciadamente no fuera suficiente para frenar a la bestia fascista, no hay tanto debate ni consenso en torno a los fundamentos que justifican, desde las coordenadas ideológicas del marxismo, la apuesta política por la Unidad Popular. Y este es el ejercicio que humildemente quisiera poner en práctica con este prólogo, con el fin de poner un granito de arena a favor de la Unidad Popular en un momento histórico tan determinante.
Desgraciadamente, muchos de los análisis políticos sobre la crisis actual escritos desde las izquierdas parecen estar desconectados de la dinámica de la estructura económica. No es que en ellos no se hable de economía sino que no se establece el vínculo entre los fenómenos políticos y la dinámica del propio sistema capitalista. Así, los análisis resultantes pierden su carácter histórico y se ahoga la posibilidad de ver la crisis –o cualquier fenómeno económico o político- en un contexto más amplio. Es como si el pensamiento posmoderno, que no sólo rehúye de los grandes relatos sino también de cualquier análisis materialista, hubiera contagiado también a los pensadores de izquierdas. En cierta medida esto es resultado de que el llamado marxismo occidental, surgido sobre todo a partir de la II Guerra Mundial, se concentró casi totalmente en el estudio de las superestructuras.
Sin embargo, considero imposible entender el momento actual sin atender al menos a tres aspectos. El primero, cómo se ha modificado la estructura social en las últimas décadas. El segundo, cómo ha variado la concepción del mundo de las gentes que conforman nuestra comunidad política. El tercero, cómo se desenvuelve el plano internacional, esto es, las relaciones dentro de la economía mundial. Sostengo que sin estudiar estos tres aspectos de análisis, cualquier intento de interpretar los fenómenos sociales es simplemente construir castillos en el aire. Ahora bien, no se trata de asumir que el hecho económico es el único hecho determinante. Se trata, más bien, de aceptar que el análisis de la coyuntura se encuadra siempre en una estructura económica, y que dentro de ella se produce un juego recíproco de acciones y reacciones entre el aspecto económico y otros factores. Esa es, creo, la mejor tradición de análisis y la herramienta más potente para explicar los fenómenos sociales actuales.
La amenaza actual
El sistema capitalista tiene una lógica que, en resumidas cuentas, se caracteriza por la búsqueda permanente de espacios de valorización para el capital. Fuerzas motoras de ese proceso, y que operan además como brújula, son la competencia y la tasa de beneficio. Con estos ingredientes, el capitalismo va transformando nuestro mundo cotidiano y nuestras propias vidas, produciendo cambios económicos, políticos, sociales y culturales. La mercantilización de todo aparece entonces como horizonte final de la propia lógica del capitalismo.
No obstante, la mercantilización de todo es una lógica, una tendencia, que puede ser mitigada e incluso revertida desde la política. La propia construcción del Estado Social en las sociedades occidentales tras la II Guerra Mundial es un ejemplo de ello; de cómo el movimiento obrero pudo articular respuestas institucionales a la lógica del capital que sirvieron para poner una camisa de fuerzas a dicha lógica. No obstante, sin hacerla desaparecer.
Rota la camisa de fuerzas por la propia crisis del régimen de acumulación fordista y por los cambios geopolíticos –notablemente, por la caída de la URSS que operaba como contrapeso de las posiciones más liberales al otro lado del muro-, el capitalismo más salvaje volvió de nuevo a manifestarse. Ahora lo hacía, además, sin las grandes resistencias que habían existido a principios del siglo XX. La construcción de un nuevo régimen de acumulación, tempranamente llamado posfordista o flexible, se caracterizó por la ampliación de los espacios de valorización del capital en términos geográficos, políticos y temporales. Sin embargo, con un pobre resultado en lo que a estabilidad económica se refiere. Las crisis financieras y económicas se volvieron una normalidad, hasta el punto de que se han ido sucediendo cada vez más rápido y con mayor gravedad.
La crisis de 2007-08, llamadas de las hipotecas subprime, fue así la manifestación de las enormes contradicciones que encerraba el nuevo régimen de acumulación posfordista en el mundo occidental y, muy particularmente, del nuevo tipo de relación financiero-productiva a nivel mundial. En el caso europeo, además, tales contradicciones se sumaron a las específicas del modelo de crecimiento y el tipo de inserción en el sistema-mundo de los países de la periferia europea.
Es como respuesta a todas estas crisis por lo que la oligarquía ha iniciado profundos cambios institucionales que consisten en ampliar aún más los espacios de valorización del capital. En concreto, dicha tarea consiste en más privatizaciones, un mayor grado de explotación laboral y un nuevo marco jurídico-político que apuntale el orden social neoliberal –y aquí pueden incluirse desde las limitaciones a la intervención económica recogidas en los textos constitucionales hasta las leyes represivas. Pero también es en respuesta a ello por lo que han emergido distintas respuestas populares.
Karl Polanyi desarrolló su teoría del doble movimiento porque entendió que cada vez que el libre mercado aumenta su papel como regulador de la vida, en su sentido más amplio, se producen respuestas populares por parte de quienes sufren esas transformaciones. Es una especie de relación causa-efecto. Por eso pienso que cualquier análisis marxista debe no sólo tener en cuenta la dinámica del sistema capitalista y las transformaciones que se producen en la estructura económica sino también la composición de la estructura social sobre la que recaen los costes de la transformación. De lo contrario será imposible saber quiénes son los sujetos históricos, o la base social, que tendrá que empujar hacia una transformación socialista.
Estrategias de clase
Cuando Díaz fue elegido secretario general, en 1932, el PCE todavía estaba atrapado por la sectaria política de alianzas que mandataba por entonces la Internacional Comunista. La llamada tesis sobre el tercer período imponía que el único instrumento válido era el Frente Único por la Base, una estrategia que impedía la negociación con otros partidos de izquierdas –a los que se acusaba de colaboracionistas con el fascismo. Era el resultado de las directrices del VI Congreso de la Internacional Comunista y de su consigna de clase contra clase.
Fue en 1935 cuando el VII Congreso de la Internacional Comunista dio un cambio y promovió la creación de frentes populares junto con otras fuerzas de izquierdas. El auge del fascismo en todo el mundo y la ineficacia de la política aprobada en el anterior Congreso fueron los motivos fundamentales de ese giro. No obstante, la primera experiencia de este tipo en España se dio años antes, en las elecciones de 1933 y en la circunscripción de Málaga –en la que dentro de un frente popular el PCE obtuvo el primer diputado comunista en el parlamento.
En realidad, las diferencias entre ambas estrategias son más que notables. De un lado la consigna de clase contra clase presupone que la clase trabajadora como sujeto histórico se organiza únicamente en los partidos comunistas. Pero, ¿no eran acaso también clase trabajadora los campesinos y obreros que militaban y participaban en otras fuerzas políticas de izquierdas? En ese caso, ¿no estaría la clase fragmentada políticamente? Por otro lado, la consigna de frente popular ya no hablaba de una clase social en concreto sino más bien de un aglutinante interclasista que se justificaba de acuerdo a la emergencia de un peligro mayor. En ese caso, ¿cómo influir desde la tradición comunista en esos espacios mucho más amplios?
Volveremos a estas cuestiones, pero, como se puede ver, ambas estrategias parten de un análisis de clases, y esto es lógico en una tradición como la marxista en la que la lucha de clases es el motor de la historia. La cuestión es, ¿y hoy? ¿cómo están las clases sociales estructuradas? ¿qué tipo de Unidad Popular puede construirse?
Sin duda alguna, debemos partir de que el mundo real no está separado entre capitalistas y trabajadores; esa dicotomía nos sirve para entender la lógica de la producción bajo el capitalismo, pero es una abstracción. A nivel concreto las fracciones de clase y las posiciones de clase complejizan la realidad. Sin embargo, es importante añadir también que las clases sociales no son, como aparecen en la cultura popular, el resultante de clasificar a los ciudadanos por sus niveles de renta o riqueza. Esa interpretación, de tipo gradualista, es producto de la influencia del pensamiento económico neoclásico y, desde luego, del pensamiento positivista que deriva en el uso intensivo de estadísticas y encuestas con objetivos clasificadores. Pero no es en su aspecto clasificatorio en el que debemos concentrar nuestra atención, sino en su aspecto funcionalista, es decir, en el papel que juegan los individuos en el sistema productivo.
Y lo cierto es que en las últimas décadas las transformaciones del capitalismo han producido, a su vez, transformaciones en la estructura social. No es que hayan desaparecido las clases sino que se han complejizado las relaciones de clase, multiplicándose con ello las posiciones de clase. El régimen de acumulación posfordista ha desestructurado la clase trabajadora, expandiendo la precariedad laboral y las figuras irregulares y autónomas. El trabajo mismo se ha flexibilizado a instancias de las necesidades de un capitalismo cada vez más flexible y que, precisamente por eso, hace cada vez más difícil que los trabajadores puedan tejer proyectos de vida. Al mismo tiempo, las grandes industrias del capitalismo occidental se han deslocalizado a los países subdesarrollados, convertidos ahora en fábricas de bajo coste, gracias a los salarios de miseria, que producen mercancías que vuelven a Occidente envueltas en signos y símbolos que se consumen en sí mismos. El advenimiento de la posmodernidad no es, en realidad, una época nueva sino la manifestación extrema de las tendencias ya existentes en el seno de la modernidad y del propio capitalismo, esto es, una suerte de hipermodernidad.
En este contexto, el neoliberalismo emerge como un proyecto ideológico de clase que se caracteriza por aunar los intereses de las distintas facciones de la clase capitalista. Es una revuelta de la oligarquía contra los mecanismos de redistribución conquistados por el movimiento obrero, tales como el Estado Social. Y es esa oligarquía, cuyo poder financiero es implacable contra países y regiones, la que empuja hacia la configuración de un nuevo orden social y de un nuevo orden jurídico-político, es decir, lo que precisamente hemos llamado proceso constituyente dirigido por la oligarquía.
Mientras tanto, como hemos dicho la clase obrera aparece complejizada, dividida en múltiples posiciones de clase y carente de un hilo cultural y político que la una. Y sin una conciencia de clase que le permita actuar como clase. Así es como gentes que comparten una misma relación antagónica con un adversario común se encuentran desconectadas entre sí frente a ese adversario que sí está unido en sus intereses y sus acciones de clase. Es entonces cuando emerge la necesidad de una unidad de clase o de unidad popular.
El pueblo y la tarea comunista
La estrategia de clase contra clase nunca tuvo sentido desde el punto de vista materialista. Puesto que lo que se producía era un enfrentamiento entre instituciones que en todo caso representaban clases sociales, y no un enfrentamiento directo entre clases sociales. Había que ser muy dogmático -y muy poco riguroso- para tachar de burgués a un campesino anarquista, por ejemplo. Lo que realmente sucedía, como también actualmente, es que las clases sociales estaban fragmentadas políticamente –en varias organizaciones tales como el PCE, el PSOE o la CNT, por poner algunos ejemplos. Ello significa que el enfrentamiento entre instituciones podía estar ocultando un enfrentamiento dentro de la misma clase social.
Y este es un hecho terrible sobre el que hace falta llamar más la atención. Cuando la política se observa únicamente desde los ojos de las instituciones –las organizaciones políticas- se produce un desplazamiento del foco de análisis desde la estructura económica –que observa la clase social- hacia la superestructura –que observa la organización política. Así, la incoherencia dentro del marxismo sólo puede disimularse asumiendo que el partido es en sí mismo la clase. Un salto sin rigor que tiene consecuencias letales para el movimiento comunista y para el movimiento obrero en general.
La conciencia de este hecho por José Díaz fue total. No en vano, tras los acontecimientos de Asturias, Díaz propuso la unificación sindical entre su sindicato, la CNT y la UGT. También propuso la creación de un comité de enlace entre el PCE y el PSOE, e incluso llegó a proponer la creación de un único partido de la clase obrera. José Díaz parecía convencido de que la necesidad histórica de la unidad popular era también un deseo de las gentes trabajadoras, y en uno de sus discursos así lo dejó claro al afirmar que «si no comprendéis el momento que vivimos, si no os ponéis a la altura de las grandes masas, que piden a gritos el Frente Único y la Concentración Popular para vencer al fascismo, cometeréis el crimen más grande que pueda cometerse contra las masas obreras y antifascistas que decís defender».
La opción de Díaz y del PCE fue la de optar por la unidad popular, que aunaba a la clase trabajadora en torno a un enemigo común. De hecho, la unidad popular sería la cristalización política del pueblo como sujeto. Pero pueblo no es una categoría analítica que se refiera a alguna clase concreta, sino que es más bien un aglutinante de diversas clases que nunca aparecen definidas con precisión. En realidad, este es un debate que no podemos tener aquí por cuestiones de espacio. Sin embargo, quiero señalar que la categoría pueblo puede englobar a diferentes fracciones y posiciones de clase que se alían en función de sus intereses en un determinado momento histórico. Y si tenemos claro que la dinámica del capitalismo aspira a arrasar las conquistas sociales del movimiento obrero, es decir, la Sanidad, Educación y Pensiones públicas, entonces hay que ver cómo nos organizamos tácticamente para defender esas conquistas y empezar a construir la alternativa.
Hay que insistir, como la práctica política de Díaz haría, en que este no es un debate sobre la superestructura –partidos e instituciones- sino sobre la estructura –condiciones materiales de vida. Un ejemplo sirve para ilustrarlo. Cuando paramos desahucios, no preguntamos a quienes nos acompañan si se sienten ciudadanos, de izquierdas, de abajo, socialistas o anarquistas; sabemos que en el conflicto hay heterogeneidad desde lo subjetivo, pero nos concentramos en las condiciones objetivas. La tarea comunista es la de la emancipación del ser humano, todo lo cual quiere decir que existe un compromiso moral y político con las clases populares atacadas en su vida por la dinámica del capitalismo.
Esa es la fuerza que hace que los comunistas estemos en los conflictos sociales sin esperar a cambio una rentabilidad electoral. Pero sabemos que nuestra pedagógica presencia en esos espacios es la que permite sumar a las gentes al proyecto comunista, hegemonizando políticamente los conflictos y sus interpretaciones. Y es que la conciencia de clase emerge en esos espacios cuando el intelectual orgánico, en términos gramscianos, es capaz de convencer y enseñar políticamente a las personas que están en el conflicto. Esa es, a mi juicio pero también al de Lenin y Gramsci, el principal rol del partido. He ahí la utilidad instrumental del partido, y por tanto éste siempre ha de ser tan flexible y dinámico como la realidad política lo requiera.
Además, la construcción de la unidad popular no es sólo una cuestión de acuerdos y actitudes entre dirigentes y militantes sino, también, una relación entre símbolos. Así, el PCE de los años treinta –como el resto de partidos- tuvo que aceptar que sus símbolos propios pasasen a segundo plano para que el símbolo resultante de la unidad pudiera ser la referencia. En ese sentido, toda construcción unitaria pasa por el mismo proceso, que no es sencillo en tanto que los símbolos encierran también un fuerte componente emocional además de político.
De hecho, las propuestas de unificación que lanzaba José Díaz, incluida la más ambiciosa de crear un partido único de la clase obrera, tenían siempre una contestación evidente en quienes acusaban al dirigente sevillano de querer liquidar el partido. Esta idea se repetiría posteriormente en muchos otros procesos, también actualmente. Y muchas veces es el resultado de confundir la tarea comunista con la institución comunista. Al fin y al cabo, la tarea comunista es la de construir una sociedad socialista sin clases y con justicia social mientras que la institución comunista es cualquier instrumento, temporal por definición, que sirva a ese propósito. Pero hacer de los instrumentos un fin en sí mismo es una perversión que suele repetirse a lo largo de la historia con consecuencias desastrosas para el movimiento comunista.
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September 8, 2015
La candidatura unitaria está más cerca
Una candidatura unitaria para las elecciones generales está hoy más cerca. Soy optimista. Durante meses he estado reuniéndome con partidos políticos, movimientos sociales y alcaldes y alcaldesas del cambio, entre otros, y todos han estado de acuerdo en la necesidad de que haya una candidatura unitaria de ruptura; una candidatura para cambiar el rumbo suicida de la política neoliberal en nuestro país; una candidatura para no condenar a las próximas generaciones a una vida de precariedad e incertidumbre vital. ¿Acaso queremos que nuestras mayores aspiraciones laborales sean las de encontrar trabajos temporales y contratos por horas? ¿Acaso creemos que lograremos construir una sociedad más justa si no luchamos juntos?
Estamos más cerca, pero no hay garantías. Y por eso nos seguimos dejando la piel en el proceso. Aún hay muchos obstáculos que superar, pero estamos convencidos de que vamos a ser suficientemente inteligentes como para superarlos. En un mundo como el nuestro, en el que la política se ha espectacularizado y en el que a algunos medios solo parecen interesarles los mensajes simplistas y morbosos, las complicaciones se disparan. Cada día nos levantamos con noticias sobre política que no hablan de política sino de politiquería. Algunos medios han publicado en las últimas horas unas supuestas negociaciones abiertas entre Podemos e IU. Nos dicen que unos son humillados y otros exigen, que unos ceden y otros chantajean… Convierten así la política en un reality show con el fin de mantener expectante a la audiencia, aunque nada de todo eso tenga fundamento, aunque nada de todo eso sea política.
Estas informaciones buscan, en el fondo, reducir la posibilidad de una candidatura unitaria, necesaria para cambiar el país, a una pelea de barro entre personajes públicos, precisamente para obstaculizar el cambio posible y necesario. Pero lo cierto es que no hay negociaciones abiertas con Podemos, ni en despachos oscuros ni en plazas públicas. En mi organización, Izquierda Unida, hemos aprobado –a mi juicio, de forma inteligente- contribuir a construir espacios de confluencia con los que unir a las izquierdas del país en torno a un proyecto de ruptura democrática; espacios de confluencia construidos desde abajo y con mecanismos participativos como las primarias abiertas. Eso es lo que vamos a hacer y para lo que vamos a trabajar sin cesar.
Estoy convencido de que antes de mediados de octubre tendremos ya articulados muchos de esos espacios, y convencido también de que finalmente en diciembre habrá una candidatura unitaria. Los tonos y actitudes de todo el mundo me hacen pensar de ese modo tan optimista. Nos jugamos demasiado, todo un régimen, toda una vida, como para fracasar en este intento. Esto no es una batalla entre partidos ni una batalla entre siglas, es una batalla por un orden social. Lo hemos repetido muchas veces, y seguiremos haciéndolo. Estamos ante uno de esos momentos de la historia política en los que se pueden decidir los diseños institucionales para los próximos treinta años.
Nos jugamos las próximas generaciones, no solo las próximas elecciones. Hagamos pues prevalecer nuestros valores y principios de izquierdas por encima de la espectacularización de la política y de las miserias de un mundo hipermoderno que aspira a mercantilizarlo todo, incluida la política. Nuestras organizaciones han de estar al servicio de la transformación social, y sin duda eso hacemos y haremos en Izquierda Unida. Os pido, amigos y amigas, que seamos críticos con las informaciones que publican algunos grandes medios empresariales, cuyos intereses políticos no siempre están al descubierto; que seamos críticos también con nuestros dirigentes, incluido conmigo mismo, para conseguir así que todos los procesos sean lo más participativos y acertados posibles; y, por último, que elevemos la vista más allá del árbol para ver ese bosque que es nuestra vida y que está amenazada por quienes, por encima de todo y de todos, gustarían ver a su oposición fragmentada, dividida y peleada.
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September 6, 2015
La dignidad de la lucha
En los últimos días he estado reunido con representantes de trabajadores de Movistar, Vodafone-Ono, Coca-Cola, Telemadrid, Correos, Elcogas-Endesa, Indra y otras muchas empresas más. Miles de trabajadores despedidos y otros tantos que mantienen el puesto pero a costa de perder derechos y dinero. Cada conflicto tiene sus singularidades, pero todos están cortados por el mismo patrón. A saber, precariedad y destrucción de empleo. Las dos últimas reformas laborales han sido la punta de lanza del sufrimiento de mucha gente, y la precariedad se ha extendido haciendo imposible tejer proyectos de vida. Son trabajadores que sufren acosos y amenazas de sus jefes e indiferencia del Gobierno. Hay familias rotas y situaciones terribles. Pero ellos no se resignan; luchan. Y en el paraíso de las transnacionales ellos son el haz de luz que alumbra la dignidad. Ante ello, no cabe otra cosa que solidaridad y el compromiso de lucha por una izquierda más fuerte y que transforme esta realidad.
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September 3, 2015
La vergüenza de la Unión Europea
Aylan era un niño sirio de tres años que viajaba con su familia huyendo de la guerra. Murió junto con su hermano, su madre y siete personas más intentando llegar a Grecia desde Turquía. La foto de su cadáver en la orilla del mar es sencillamente terrible, y una muestra más de las vergüenzas de esta Unión Europea y de sus dirigentes. La foto nos conmociona porque hace visible lo invisible. En julio de 2008 nueve bebés murieron ahogados cuando intentaban llegar a España en una patera huyendo de la pobreza. No había fotos. Como suceden las decenas de miles de muertes de personas que huyen de la sangre o la miseria y buscan alcanzar nuestras costas. Y recibidos como escoria. Nuestro pueblo también sufrió el exilio político y la emigración económica. A veces fuimos recibidos con honores y otras nos llevaron a campos de concentración. Deberíamos haber aprendido. Por eso me da vergüenza que uno de los países más insolidarios ahora sea precisamente España. No por mis conciudadanos, que son solidarios. Sino por nuestro Gobierno, que pasará a la historia de la vergüenza.
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August 27, 2015
Goya y la modernidad
El periodista de ElConfidencial.com Peio H. Riaño me pidió elegir un autor cuya obra estuviera presente en el Museo del Prado, con el objetivo de usarlo para reflexionar sobre la actualidad política. Escogí a Goya para reflexionar sobre la modernidad y nuestro tiempo actual, hipermoderno. Para justificar mi elección, escribí el siguiente texto.
Goya es un autor complejo, que vivió entre dos mundos. Nace a mitad del siglo XVIII, época absolutista, y muere en 1828, con el liberalismo y las incipientes ideas ilustradas entrando en España. Su vida y su obra refleja en una medida importante ese espacio social y político de transición, con todas sus contradicciones.
El grabado de El sueño de la razón produce monstruos, de 1799, es una representación muy clara de la tradición de la ilustración y del desarrollo de la modernidad. Nos invita a arroja luz sobre los espacios de oscuridad, es decir, nos llama a acabar con la ignorancia, con la falsedad, y con las creencias irracionales en las que suelen esconderse las viejas instituciones religiosas y los absolutismos. La razón aparece, entonces, como el lenguaje universal que traerá la liberación. Además, lo hará de forma inevitable. No en vano, la inquebrantable fe en el progreso es hija directa de la Ilustración y la modernidad.
Sin embargo, esa creencia absoluta en la razón y en la modernidad hará que los Estados-nación que primero lleguen a defenderlas –como el francés- opten por modernizar al resto del mundo, así sea con sangre. Un nuevo tipo de imperialismo, moderno, surge en el mundo. Goya percibe en persona la contradicción de todos esos procesos de transformación social. Y comienzan las primeras dudas sobre la modernidad, sobre esos instrumentos técnicos que han venido a mejorar el mundo y que sin embargo están siendo claves en las matanzas y el dolor. Los Fusilamientos de la Moncloa son probablemente el punto de inflexión, momento a partir del cual esas dudas se visualizan también en su obra. Pero también todas las barbaridades que refleja en sus grabados sobre la Guerra de la Independencia.
En cierta medida, esas dudas sobre la modernidad se han extendido hasta niveles impensables en aquellos años. La Segunda Guerra Mundial fue, probablemente, el punto más evidente de que la razón instrumental podía llevar a lo mejor y a lo peor. Quebrada la fe del progreso devino el final de la modernidad, y entraron en crisis todos los proyectos nacidos con la modernidad. Entre ellos, el concepto de izquierda. Y es que incluso el socialismo es hijo de ese pensamiento ilustrado que Goya abraza para después desconfiar, expresado muy bien en el materialismo histórico: un mundo que avanza irremediablemente hacia una sociedad sin clases.
Tras aquellas conmociones del siglo XVIII, Goya se refugió en una religión intimista. El ejemplo de San Pedro mártir en oración. Una especie de retirada espiritual empujada por la resignación. Algo que creo que la izquierda, en cierta medida, ha hecho también en las últimas décadas. Una izquierda que hoy evoca la resistencia, pero que no nos interpela con claridad sobre el futuro. El marxismo, que sigue siendo el mejor instrumental analítico para entender nuestra sociedad, en muchas organizaciones ha quedado fosilizado precisamente por la actitud melancólica y resignada de sus aparatos.
Dice Fredric Jameson que hoy es más difícil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Probablemente refleja con acierto el imaginario social actual. Yo que creo que nuestro reto principal es conseguir elaborar una nueva visión en la izquierda; una nueva cosmovisión que entienda la necesidad de superar un sistema económico criminal y en un contexto caracterizado por un sistema que ha llevado hasta el límite la lógica mercantilizadora; un sistema que más que posmoderno es hipermoderno.
Es verdad que ese repensar de la izquierda requiere abandonar la fe en el progreso lineal, así como hacerse consciente de que muchas de las tecnologías que venían a ayudarnos se han convertido en nuestras amenazas a escala planetaria, que nos han llevado a una sociedad de riesgos –expresión de Beck. Pero también creo en la necesidad de recuperar los valores iluministas de la modernidad, para huir de la ignorancia, de la falsedad y de la demagogia. Pues es verdad que la modernidad tiene su cara oscura, pero también es la madre de la democracia, el Estado Social, los Derechos Humanos y los avances sanitarios. Así, la respuesta de la izquierda no es el populismo y la desconfianza en las masas; la respuesta es el marxismo crítico sin dogmas ni catecismos, y un horizonte socialista-republicano.
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August 24, 2015
Una candidatura unitaria, más cerca
Cuando decimos que en este ciclo electoral nos jugamos las próximas generaciones estamos diciendo, en suma, que en los próximos años se definirán las instituciones que regularán nuestras vidas para las próximas décadas. En ese sentido, el bipartidismo y el régimen tienen ya una hoja de ruta que pivota sobre una futura reforma constitucional.
Sin duda, ingredientes seguros de esa reforma serán la ley electoral –menos proporcional, más regresiva- y la reforma del modelo de Estado –incluyendo el apuntalamiento de la monarquía. Pero más grave es que será una forma de consolidar legalmente un nuevo orden social basado en la precariedad y la crisis permanente. En realidad, una forma de adaptar las instituciones jurídico-políticas a las necesidades de este capitalismo en crisis. Al fin y al cabo, lo que sucede es que nuestros gobernantes decidieron en su momento, y reafirman ahora, mantener nuestra economía con un rol periférico y dependiente. Y ahora han optado por dar otra vuelta de tuerca, empobreciéndonos aún más con la esperanza de que podamos ser más competitivos frente a economías de trabajo basura. Menos Estado Social y más ley de la selva, en definitiva.
Eso es lo que nos jugamos, el carácter del cambio. Porque cambio habrá, por supuesto. Nuestras instituciones no serán ya por más tiempo las mismas; se modificarán, habrá unas nuevas. La duda es si ese proceso constituyente –que diseña nuevas instituciones- estará dirigido por la oligarquía o si por el contrario estará dirigido por el pueblo. La diferencia será total. ¿Aceptaremos ser un país de trabajo y vida basura? ¿Aceptaremos la privatización de nuestras conquistas? ¿Aceptaremos el socavo total del Derecho del Trabajo y otros Derechos arrancados al poder? O, por el contrario, ¿asistiremos a la reconquista de lo saqueado en los últimos años y a la puesta en marcha de procesos de reconstrucción económica para nuestro país? ¿construiremos instituciones democráticas que recuperen la soberanía para lo popular y sirvan para reintroducir en esclavitud al poder salvaje de los mercados y otros poderes ajenos a lo democrático?
La disputa es enorme. Y de ahí que hayamos insistido una y otra vez en la Unidad Popular -electoral y no electoral. Las distintas fuerzas políticas que abogamos por un cambio dirigido desde abajo tenemos diferencias entre nosotras. Es normal, sano y democrático. Ni proponemos exactamente las mismas cosas ni tenemos las mismas tradiciones políticas; a veces incluso ni idioma ni lenguaje coinciden. Pero sí compartimos la convicción de que un orden social más justo y democrático es ahora una necesidad para nuestra sociedad, de la misma forma que sabemos que tenemos la obligación de evitar que la Europa de los mercaderes haga de España un país de indignidad laboral, social y política.
Las próximas elecciones generales no deben verse como una simple oportunidad para sumar más diputados con los que llevar a cabo tareas institucionales. Sin capacidad de transformación ningún diputado será suficiente. Es momento, más bien, de entender la profundidad de la disputa política; de estar a la altura del momento histórico.
De ahí que haya que felicitarse de que en determinados territorios se hayan alcanzado ya acuerdos que van por esa línea. Catalunya es el primero; un lugar donde las fuerzas rupturistas (Podemos, ICV, EUiA, entre otras) caminan juntas y que, tras haber aceptado sus diferencias, tienen claro lo que les une. Es un ejemplo a seguir. Y ojalá en el resto de territorios del Estado también los procesos de Unidad Popular –conformados mediante procesos participativos, abiertos y desde abajo- se vayan abriendo camino para garantizar que, al final, en todas partes haya una única candidatura en la que nos sintamos referenciados quienes defendemos una ruptura con el régimen del 78. Es sumamente importante que en el próximo Congreso quede reflejado de forma amplia el deseo de gran parte de la población de iniciar un proceso constituyente al servicio de la mayoría social.
Las palabras de Pablo Iglesias en el día de hoy alimentan esa posibilidad y, a mi juicio, devuelven el optimismo al panorama actual. Si finalmente se consigue que los procesos de unidad popular, en los que participamos las gentes de IU y de otras formaciones a lo largo de todo el Estado, se encuentren con las gentes de Podemos, estaremos ante la posibilidad real de cambio en este país. Porque llegados a ese caso habremos puesto los intereses de nuestro país y de las generaciones futuras por encima de las disputas partidistas y los matices que nos separan a unos y otros. Será entonces cuando podamos hacer causa común de la defensa de un programa de cambio, nítido y honesto, con el que defender las conquistas que nuestros padres, madres, abuelos y abuelas lograron con sumo esfuerzo.
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Entrevista: “Había alternativas a lo que ha hecho Syriza en Grecia”
Publicado en laRepublica.es
laRepublica.es: Buenas tardes, en primer lugar, aprovechando su perfil de economista, hagamos una reflexión. Hace pocos días, se hacía viral un vídeo en el que Pablo Iglesias afirmaba que dentro del capitalismo europeo, los gobiernos tienen poco margen de maniobra, y que Podemos no podía aspirar a hacer mucho más de lo que ha hecho Tsipras en Grecia antes de dimitir. ¿Cree usted también que dentro del capitalismo existe una posible salida social?
Alberto Garzón: Buenas tardes. Creo que habría que partir de dos consideraciones esenciales para este análisis. La primera, que bajo el sistema capitalista siempre hay una disociación entre la racionalidad del mercado y la racionalidad política, es decir, entre la economía y la política, o entre el poder y el gobierno. Las políticas neoliberales de las últimas décadas han ampliado esa brecha, de tal forma que la política ha quedado ampliamente subordinada a la lógica de mercado. La consecuencia es que el mercado enmarca lo posible en política, define los límites del llamado pragmatismo. Pero eso no es una inevitabilidad histórica, sino una consecuencia lógica del desarrollo del capitalismo.
La segunda, que la globalización ha permitido, con la ayuda de las nuevas tecnologías, crear un tablero de juego en el que el capital puede, en tiempo real, valorizarse en cualquier parte del mundo a través de la especulación financiera. Impera el ciclo corto del capital (D-D’) y a él, y su lógica, queda subordinado todo lo demás, incluida la política. Naturalmente ello conlleva el riesgo –y su materialización en el tiempo- de enormes crisis financieras, además de otros efectos.
Estos dos elementos, el dominio de la valorización corta del capital y la disociación entre gobierno y poder, son el contexto concreto de nuestra época actual. Aquí es donde nos encontramos.
Eso significa que el capitalismo, en su desarrollo como sistema-mundo, encuentra obstáculos en todas aquellas esferas en la que existan impedimentos a la valorización del capital. Por ejemplo, el Estado Social. Esto quiere decir que el Estado Social –y en realidad todas las conquistas del movimiento obrero, como la propia democracia y muy especialmente el Derecho del trabajo- son obstáculos a superar por parte de la racionalidad de mercado. De ahí que las políticas neoliberales estén centradas no en disminuir el peso del Estado –esa tesis es falsa- sino en desmantelar las conquistas obreras y las instituciones políticas que pudieran obstaculizar la valorización. Siempre en aras, como comprobamos en los discursos oficiales, de mantras como la competitividad–que no es otra cosa que la participación eficiente en la lucha por valorizar capital en el mercado.
LR: Por lo tanto, a diferencia de lo que asegura la socialdemocracia, usted afirma que no existe salida dentro del modelo capitalista.
AG: En una época como la actual –bien distinta a la de la posguerra y el llamado capitalismo dorado- las tesis socialdemócratas están agotadas. Si uno acepta la lógica de la racionalidad de mercado, está condenado a asumir sus consecuencias y, lo que es sintomático, la inferioridad de la racionalidad política. Es decir, está condenado a asumir que en el mundo –en realidad, en el sistema-mundo capitalista- nada puede estar por encima de la lógica de mercado. Hemos visto recientemente los fracasos y frustraciones de la socialdemocracia europea, como en Francia, Grecia o España, y hemos comprobado que si el tablero de juego es el definido más arriba, sencillamente no hay espacio para la socialdemocracia.
Lógicamente esto es una grave crisis de la democracia, porque queda ampliamente deslegitimada. Al fin y al cabo, la gente empieza a ver al rey desnudo; empieza a ver, y a entenderlo intuitivamente, que los mercados –la lógica de la valorización- dominan a la política –la lógica democrática- y que eso convierte a los Parlamentos y sus instituciones en teatros de sombras. No desprovistos de funciones –de nuevo, tesis falsa- sino en meros gestores de un marco definido por arriba.
LR: ¿Cómo nos libraríamos entonces, en el hipotético caso de que movimientos sociales llegaran al gobierno central, de esa presión de Bruselas, tal y como le ha ocurrido a Syriza?
AG: No es Bruselas la que ejerce la presión. Bruselas es el espacio geográfico donde se reúnen los representantes y miembros de la oligarquía, y donde se decide el cambio institucional necesario en los países para que la lógica de mercado no encuentre obstáculos. Allí se deciden los ajustes y allí se decide la forma concreta del proceso constituyente en cada país –la adaptación de las instituciones a las necesidades del capitalismo-. Pero la presión es de la propia lógica del sistema, de su dinámica.
Y la única forma de enfrentarlo es con una correlación de fuerzas favorable. Pero no con una correlación de fuerzas política, o no sólo, sino con una correlación de fuerzas económica. Si uno tiene el control de una país con fortaleza productiva y con cierta autonomía, entonces tiene un amplio margen de maniobra.
LR: ¿Como ocurrió en Venezuela?
AG: Exacto. Una de las claves fundamentales de la Venezuela de Chávez –probablemente la mayor- fue el petróleo; y de Cuba, la compra de azúcar por parte de la URSS –a precios muy por encima del precio de mercado. Es decir, si una opción política es capaz de imponer la racionalidad política por encima de la racionalidad de mercado, entonces tendrá margen. Pero eso no se consigue con una declaración, por muy radical y ortodoxa que sea, sino con una estructura económica que sostenga esa posibilidad. Dicho de otra forma, para estos análisis hay que centrarse en la estructura económica y no tanto en los aspectos de la supraestructura.
Y España, como en Grecia o Portugal, han tenido una inserción en la Unión Europea que ha definido un creciente proceso de dependencia económica con respecto a centros económicos en el extranjero. Ninguno de los países del sur –con excepción parcial del norte de Italia- tiene una estructura económica capaz de servir como motor de un crecimiento autocentrado. De hecho, todas las economías tienen tendencias hacia el déficit por cuenta corriente, lo que implica una dependencia brutal de las importaciones y de la financiación exterior. Dicho de otra forma, para mantener nuestro nivel de vida nuestra economía depende directamente del consumo de bienes extranjeros y de la financiación exterior. Los procesos neoliberales de desindustrialización acometidos en las últimas décadas sólo han empeorado esa situación, convirtiéndonos en una economía muy dependiente. Tenemos, con un análisis más concreto, algunas ventajas comparativas en determinados ámbitos. Pero la desgracia es que la mayoría de ellos no es de alto valor añadido.
LR: ¿Qué pasos tendríamos que dar para esa soberanía económica?
AG: Lo que técnicamente necesitamos es un proceso de reindustrialización y de fortalecimiento de nuestra economía en términos de mayor inserción tecnológica. Políticamente eso no puede realizarse, de ningún modo, en la actual Unión Europea con sus tratados instituyentes neoliberales.
Las opciones son tres. En primer lugar, la salida del euro. Frente a lo que algunas tesis defienden, no supone la recuperación de la soberanía. ¿Acaso España era soberana con la peseta? Esa medida, de implicaciones inmediatas, sí supone la recuperación de la política monetaria y de sus instrumentos. Pero no modifica la estructura económica, con lo que habría que financiar las importaciones con una nueva moneda –más devaluada. Lo probable es el ajuste brutal –bajadas espectaculares de salarios y pérdida muy considerable del nivel de vida material- y, en todo caso, la esperanza de recuperarse en una década a partir de una concepción casi stajanovista del trabajo. Personalmente considero que la frustración que acompañaría sería difícilmente gestionable por la izquierda, pero mucho más fácil por la derecha y sus tesis populistas.
En segundo lugar, una alianza europea sur-sur. Se trataría de avanzar en la configuración de un nuevo sistema de integración regional, a partir de otras bases –no neoliberales, sino de solidaridad interregional. Algo así como un ALBA Europeo. De momento sólo si en Grecia volviese a gobernar la izquierda, podría estar en una disposición ideológica para iniciar ese camino. España, Portugal e Italia están lejos de ese momento. A mi juicio, es la salida adecuada.
En tercer lugar, utilizar la presión política para doblegar las instituciones europeas desde dentro. Aquí la presión política depende de la capacidad económica de cada país. España es el 11%-12% del PIB de la zona euro, mientras que Grecia no llega al 2%. La capacidad –que siempre es de chantaje- es mayor en nuestro país.
LR: Hablando de Grecia, ¿cree realmente que Syriza no tenía más salida que aceptar los recortes?
AG: Alternativas había. El llamado plan de rescate de Grecia no es una solución ni para la economía griega ni para los ciudadanos de Grecia. Sólo es una forma más de continuar un proceso constituyente dirigido por la oligarquía que consiste en desmantelar los obstáculos a la valorización del capital. Ello conllevará una mayor frustración ciudadana, porque no habrá mejora económica para la mayoría social. El tercer rescate fracasará como hizo el segundo y el primero.
Nosotros votamos que no a ese plan de rescate porque creemos que es lo coherente, pues no cabe justificar ni por imperativo legal los recortes. Si somos una fuerza rupturista, tenemos que demostrarlo y actuar en consecuencia. En todo caso, apoyamos a Syriza en la convocatoria de las elecciones, igual que apoyamos la convocatoria del Referéndum (que fue significativo). Siempre es positivo que el pueblo tenga la voz.
Estaremos atentos a los movimientos de Varoufakis y de la izquierda de Syriza. Es muy importante para nosotros que en Grecia pueda consolidarse un contrapoder de izquierdas que vaya más allá de los partidos.
LR: Cambiando de tercio, usted ha afirmado en varias ocasiones que “no sólo nos jugamos las próximas elecciones, nos jugamos las próximas generaciones, porque lo que está en disputa es un orden social”, ¿puede desarrollarnos esta reflexión?
AG: Yo afirmo que estamos viviendo un proceso constituyente dirigido por la oligarquía, es decir, un proceso de adaptación de las instituciones jurídico-políticas a las necesidades del capitalismo actual. Lo que explicaba con más detalle al principio. La economía no se gestiona en el vacío, sino en un entramado institucional determinado; ello quiere decir que ahora mismo no elegimos sólo unos pocos diputados para gestionar nuestras sociedades sino diputados para definir el nuevo marco institucional –constituciones, estatutos, tratados europeos, rescates… Eso definirá el próximo orden social; probablemente como mínimo para las próximas tres décadas. De ahí que considere que lo fundamental es oponerle un proceso constituyente dirigido desde abajo, es decir, por las clases populares que buscamos otro sistema económico y político. La crisis de legitimidad de la democracia representativa liberal contribuye a crear un caldo de cultivo en el que se rompen los viejos relatos oficiales y la gente está más abierta a escuchar las alternativas.
LR: ¿Tiene nombre ese modelo económico y social? ¿cuál es su proyecto?
AG: Mi horizonte es socialista, sin lugar a dudas. Un sistema donde la economía esté esclavizada a la política, donde la racionalidad política haya dominado a la racionalidad de mercado. No me interesan las cuestiones de debate semántico; me interesa que el criterio que defina la producción, la distribución y el consumo sea social y democrático y no algo tan abstracto como la rentabilidad.
LR: Y hablando de socialismo, una de las grandes señas de identidad de la izquierda socialista en este país ha sido la lucha por un estado sin monarcas, republicano, donde el jefe del estado fuese elegido de forma democrática, sin embargo, muchas personas y varias organizaciones de izquierdas han asumido el mensaje de “eso ahora no es importante”, ¿qué opinión le merece este punto de vista? ¿acabaría usted con la monarquía de tener el apoyo social suficiente en un proceso electoral?
AG: La monarquía es uno de los pilares del régimen español, actualmente junto con el bipartidismo. Es una de las instituciones clave en el diseño del proceso constituyente dirigido por la oligarquía, en tanto que es una institución con enorme capacidad e influencia. Sin duda, la opción del bipartidismo es avanzar hacia una nueva constitución monárquica con una nueva ley electoral –mucho más regresiva- y una reforma del modelo de Estado. Todo ello junto con la adaptación institucional económica para las necesidades del capitalismo, es decir, a un modelo laboral de precariedad permanente y sistemática y con un Estado Social mucho más debilitado.
Así pues, la monarquía es parte del proceso que hay que combatir. Por esa misma razón nunca vería a la monarquía como un elemento individual, pues este proceso constituyente dirigido por la oligarquía podría ser perfectamente republicano. De ahí que no considere que la monarquía es el problema; sino parte del problema.
LR: La izquierda más ideologizada está dividida entre los que entienden que una suma de siglas y personas es ahora más necesaria que nunca dados los buenos resultados obtenidos en Madrid o Barcelona, y los que opinan que confluir con organizaciones abiertamente socialdemócratas o capitalistas es el fin de los movimientos obreros políticos en España. ¿Qué opina usted? ¿apostaría Alberto Garzón por una suma de Podemos, Equo, Izquierda Unida, el PCE, la CUT, el PTD, el Partido Feminista y otras organizaciones para superar lo que supuso la fundación de Izquierda Unida como organización aglutinadora de clase?
AG: No pienso que el debate actual sea de naturaleza jurídica –la forma en la que se registra una candidatura- o simbólica –qué siglas aparecen en cada papeleta. El debate es de mayor profundidad, puesto que tiene que ver con los procesos económicos que subyacen a nuestra vida cotidiana y a nuestro futuro. Si estamos viviendo un proceso constituyente dirigido por la oligarquía, ¿qué vamos a opinar nosotros? ¿qué vamos a hacer?
Evidentemente eso implica definir los sujetos. ¿Quiénes somos el nosotros? ¿Somos la gente, los ciudadanos, los trabajadores, los comunistas? Y ahí es donde quiero dejar clara una cuestión. El marxismo es una herramienta de análisis que nos permite entender cómo funciona nuestro sistema económico, y ha de servirnos muy especialmente para que en cada momento concreto entendamos cómo es la estructura social y de clase de un país. Ahora bien, muchas críticas a los procesos de confluencia provienen de un marxismo fosilizado y melancólico –en el sentido freudiano, incapaces de entender qué han perdido en los últimos años. Es ese marxismo del que Marx renunció –cuando dijo Yo no soy marxista-, porque es dogma, es catecismo. A esa interpretación yo no le presto ni un segundo de atención.
Es como cuando se critica el uso del concepto ciudadano y se defiende el uso alternativo de, por ejemplo, clase obrera. O cuando se critica el concepto abajo por no usar izquierda. ¿Se critica porque hay un debate teórico de fondo o porque hay un problema de identidad? ¿Le importa a un desempleado de larga duración este debate o por el contrario prefiere morir de hambre a ser llamado ciudadano de abajo? Eso es lo que le pasa al marxismo fosilizado, que tiene un problema de identidad y se convierte en parodia de sí mismo. En realidad, no sólo es que el marxismo y el socialismo sean herederos de la Ilustración –que creía en la creación de ciudadanos. O que el significante abajo defina una fractura social, una división económica en el seno de la sociedad, que el significante izquierda no. Es peor, es que convertir los debates teóricos –sobre la clase social- en un problema semántico es pura pobreza intelectual. Y cuando se intenta reducir en 140 caracteres, más aún. Adolescencia teórica.
Respondamos pues, ¿quiénes somos nosotros? No se trata de entrar en el debate sobre quién es el sujeto histórico –o poner en cuestión la modernidad y el materialismo histórico. Lo que necesitamos es definir cuáles son las clases sociales que están en el conflicto y cómo se establecen las alianzas en torno a un proyecto político de emancipación. El mundo real no está separado entre capitalistas y trabajadores; esa dicotomía nos sirve para entender la lógica de la producción bajo el capitalismo, pero es una abstracción. A nivel concreto, como aparece descrito en el 18 Brumario, las fracciones de clase y las posiciones de clase complejizan la realidad. Yo no le veo utilidad a un marxismo esquemático y reduccionista en el que la gente se siente cómoda en su defensa simbólica pero que no sirve para describir la realidad; yo quiero un marxismo crítico, como el de Marx, que sea útil para entender nuestro mundo –y para poder transformarlo.
Así pues, entendamos que la categoría pueblo puede englobar a diferentes fracciones y posiciones de clase que se alían en función de sus intereses en un determinado momento histórico. Y si tenemos claro que la dinámica del capitalismo aspira a arrasar las conquistas sociales del movimiento obrero, es decir, la Sanidad, Educación y Pensiones públicas, entonces hay que ver cómo nos organizamos tácticamente para defender esas conquistas y empezar a construir la alternativa. No es, insisto, un debate sobre la superestructura –partidos e instituciones- sino sobre la estructura –condiciones materiales de vida. Un ejemplo sirve. Cuando paramos desahucios, no preguntamos a quienes nos acompañan si se sienten ciudadanos, de izquierdas, de abajo, socialistas o anarquistas; sabemos que en el conflicto hay heterogeneidad desde lo subjetivo, pero nos concentramos en las condiciones objetivas. Esa es, a mi juicio, la filosofía. Y es, por cierto, lo que hizo que el PCE de mediados de los años treinta decidiera –a instancia de la Internacional- la conformación de los frentes antifascistas (en ese caso incluso interclasistas).
LR: ¿Cree por tanto que ha llegado el momento de hacer más amplia IU manteniendo el espíritu ideológico que le irradió el PCE?
AG: Sin duda, más allá de diciembre habrá que repensar la izquierda y sus instituciones. En el caso de IU no es nuevo, pues ya en 2009 se estableció la necesidad de refundarse. Aunque no se hiciera. Necesitamos instrumentos políticos al servicio de las clases populares, y ahora mismo la propia gente es la que está diciéndonos que las formas actuales de IU son claramente insuficientes. Pues el objetivo del PCE y de IU es transformar la sociedad, cambiar el mundo, no aspirar a porcentajes electorales minoritarios.
LR: Sabemos que su tiempo es limitado, no le entretenemos más, muchas gracias por concedernos esta entrevista.
AG: Gracias a vosotros.
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