Fran Zabaleta's Blog, page 54

March 25, 2013

Nada se esquece, unha lectura que engaiola

Esta é unha desas semanas nas que me dou conta cabal do afortunado que
son por ter a oportunidade de dedicarme ao que me dedico. E non falo por
unha vez de escribir, senón da miña "outra" vocación: a de editor. E é
que acaba de saír de imprenta o último libro da colección Autores
independentes de Redelibros, Nada se esquece, de Puri Ameixide.Laura Souto, unha rapaza dunha pequena vila galega a mediados da década dos setenta, narra as vivencias coas que vai construíndo a súa identidade e a súa visión do mundo: as súas primeiras lembranzas, as grandes preguntas sobre o sentido da vida, a morte dun ser querido, a descuberta do amor e do sexo, os plans para o futuro, achados e perdas con que se tece unha vida.Nada se esquece é, xa o adiviñastes, unha novela de aprendizaxe, unha incursión por ese
territorio incógnito onde se forxa a nosa personalidade, a nosa forma de
estar no mundo. Pero o máis importante é que se trata dun libro
delicioso. É unha desas obras que transpiran un non-sei-que, un
aire a sabedoría, unha sutileza e unha tenrura que nos
atrapan. Tiven a fortuna de coñecer a Puri Ameixide grazas a Redelibros,
a nosa rede social de literatura, e de compartir con ela un fin de
semana literario nunha casa rural hai xa uns cantos meses. Foi alí cando
me dixo que se animaba a publicar esta novela que agora chega ás librerías e que
levaba uns cantos anos agardando o seu momento nun caixón. Non
sabedes canto me alegro de ter algo que ver na súa decisión, aínda
que só sexa a de servir de catalizador. Porque este é un deses libros
que se gozan e, sobre todo, que se recordan.E é, tamén, unha demostración máis de algo que cada vez teño máis claro: que temos que desterrar xa as
nosas concepcións petrificadas sobre o mundo editorial. Que ao redor de nós, non me cansarei de dicilo, estase a producir unha verdadeira
revolución editorial. Desde que comezamos coa colección de Autores
Independentes de Redelibros non paro de asombrarme da gran cantidade
de talento, de verdadeiro talento, que agocha este país. Novelas como Mi padre comía botones, de Juan Sacha Full (un libro inclasificable, sorprendente, fresco), El asedio, de Miguel Otero Furelos (elixida mellor obra en castelán do 2012 polos usuarios de Redelibros), Fugaz coincidencia de José Estévez López (que en apenas tres meses xa acadou a terceira reimpresión, e suma e segue); libros de poesía como  Viaxe sen cancelas, de Xesús Bermúdez (lúcido, profundo, emocionante); ou libros de relatos como Podería falar de nubes, de Francisco Castiñeira ("Un dos mellores libros de 2012, un autor que hai que seguir moi de cerca", según o crítico Xosé M. Eyré) ou Eu son deus e outros contos, de Pere Tobaruela (un autor consagrado e recoñecido que nos mostra nestes relatos a súa vertente máis inxenua e pícara) son demostracións evidentes de ese talento do que falo, pero sobre todo son a proba de que esta nova vía de edición é perfectamente válida, pois ten capacidade para o máis importante: chegar aos lectores, atrapalos, atopar o seu recoñecemento, establecer esa comunicación bidireccional que é a basa da literatura e da creación. Si, desde logo, esta é unha boa semana, e a publicación de Nada se esquece unha excelente nova. Para min, que tiven a honra e a fortuna de editala. Pero, sobre todo, para vos, que tedes a sorte de non habela lido aínda, de poder gozala por primeira vez. Para todos nós, en realidade, como parte que somos deste universo literario galego. Porque Nada se esquece é unha novela das que merecen quedar no noso acervo común.
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Published on March 25, 2013 00:06

March 18, 2013

Una escapadita

De vez en cuando conviene recordar que existe el sol. Sobre todo este año, con este invierno al que le ha salido vocación de lapa, que se aferra a la piel como si temiera quedarse solo. Necesitaba comprobar que siguen existiendo el sol, el calorcito y la brisa marina, confirmar que todavía hay lugares en los que se puede salir a pasear en manga corta sin terminar en el hospital. Y los hay, vaya que sí. Para los que no os lo creáis, me he traído las pruebas... ¿Alguien sabe de dónde son las fotos? (Hay más tras el salto).
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Published on March 18, 2013 02:04

March 10, 2013

Google, la revolución cotidiana y una sorpresa en Amazon

Esto de Google es alucinante. Sí, soy conciente de los peligros intrínsecos a un gigante tal, los riesgos de que se convierta en el único filtro de la realidad (que al cabo son ellos los que deciden qué resultados vemos cuando buscamos algo en internet) o los posibles problemas derivados de que almacenen nuestros correos y, por tanto, nuestros datos personales, gustos, aficiones, cuentas bancarias y todo lo que en algún momento transmitimos a través de gmail. Sé que se trata de una empresa y que como tal su fin último es el beneficio económico, de acuerdo. Pero, aun así, lo que han conseguido en una década es asombroso. Un hito en la historia de la Humanidad, si lo pensamos un poco. Y no creo estar exagerando: desde que han hecho su aparición, nos hemos acostumbrado de tal modo a convivir con lo portentoso que cada vez cuesta más asombrarnos, la maravilla nos parece cotidiana. Ni siquiera sabría qué destacar, tal es la cantidad de servicios revolucionarios que han puesto a nuestro servicio.Porque, en realidad, lo que han puesto a nuestra disposición es un buen pedazo del mundo. Por solo citar un ejemplo: hace ocho o nueve años, la mayor parte ni siquiera habíamos oído hablar de los ahora omnipresentes GPS. Recuerdo que allá por 2005 compré uno para orientarme en la montaña. Se trataba de un aparato de considerable tamaño y cuyos mapas, difíciles de encontrar y complicados de descargar, eran representaciones topográficas, simples líneas en blanco y negro que costaba lo suyo interpretar. Si entonces me dicen que en breve iba a llevar en mi bolsillo (en el móvil, en la tableta) un mapa fotográfico extremadamente detallado de todo el planeta, un globo en miniatura, me parecería ciencia ficción. Y solo es uno de los muchos ejemplos de la revolución constante que Google ha traído a nuestras vidas.Esta semana, sin embargo, han conseguido volver a sorprenderme. Sabía que llevaban tiempo escaneando y digitalizando millones de libros de todo el mundo y que han creado la mayor biblioteca de la historia. En sí mismo, esto ya es algo digno de asombro, una más de esas maravillas a las que nos tienen habituados. Pero hace unos días descubrí hasta dónde llegaba en realidad esta biblioteca universal. Como sabéis, llevo una temporada documentándome para la nueva novela. Y como me gusta que los datos sean lo más rigurosos posible, me está pasando lo de siempre: un libro me lleva a otro, este al siguiente y el siguiente al infinito, cada cual más extraño y difícil de localizar. Y como además lo paso de vicio, pues no hay forma de avanzar en la novela... Pero no es eso de lo que quería hablaros. El caso es que localicé referencias de dos libros, uno publicado en Cuba en 1868 y otro en Madrid en 1923, que tenían una pinta estupenda. Pero claro, ninguno de los dos los iba a encontrar en la biblioteca de la esquina, ya no digo en la librería. Así que me puse a buscarlos por internet. Y me quedé alucinado. Porque Google los había digitalizado, pese a tratarse, os lo aseguro, de dos volúmenes de un interés nulo para el 99,99% de los lectores. Había dado por hecho que digitalizarían los libros que mayor demanda pudieran tener, novela principalmente. Pero en ningún momento se me pasó por la cabeza que perdieran el tiempo con algo a priori tan abstruso como lo que yo estaba buscando. Y ahora viene lo bueno: uno de ellos estaba a disposición del que lo quisiera gratuitamente, con lo que me lo descargué al momento; el otro no se podía descargar, no sé por qué.... ni me preocupó. Porque Google me encaminó a una librería del Reino Unido que se dedica a imprimir bajo demanda los volúmenes que le solicites. Y no es la única. De modo que por unos diez euros, en cuatro días recibí en casa un opúsculo histórico de 1923 publicado en castellano y enviado desde Inglaterra. ¿No os parece asombroso? ¿Es que ya nadie se acuerda de aquellos tiempos en que si queríamos echarle un vistazo a unos documentos tan específicos como estos había que desplazarse a un archivo histórico, léase Simancas o Indias, con el correspondiente carnet de investigador en el bolsillo?Como decía antes, me da la sensación de que nos hemos acostumbrado de tal modo a convivir con lo portentoso que ya nos parece cotidiano. Google será una empresa y su actividad abarca tantos terrenos que es un peligro potencial, no lo dudo. Pero reconozcámosle lo mucho que nos ha dado, lo mucho que nos facilita la vida cada día. Porque posiblemente estamos ante la empresa más influyente y más revolucionaria de la historia.En fin. Aunque no tiene nada que ver, termino hoy con otro hecho que también me tiene maravillado. Y es que entre las miles de novelas históricas que hay en Amazon, ¿sabeis de quién son las tres mejor valoradas por los lectores? Sí, en efecto, podéis imaginar la sonrisa de oreja a oreja que se me quedó cuando lo vi: ¡las tres mías! Medievalario, La cruz de ceniza y El bando perdedor. Eso sí que es asombroso, y no lo de Google... ;-) Os dejo con la imagen, ¡desconfiados!
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Published on March 10, 2013 23:55

March 3, 2013

El oficio de escribir

Esto de escribir me encanta, qué le voy a hacer. Y mirad que de vez en cuando echo pestes, mejor que no estéis cerca cuando se me cruza una escena o cuando un personaje se niega a moverse y se queda ahí parado, que ni para adelante ni para atrás, hasta aquí hemos llegado. Sucede más veces de las que me gustaría, una sensación de que todo lo escrito hasta el momento no tiene sentido y que mejor habría sido dedicarse a cualquier otra cosa, qué se yo, submarinista en los Mares del Sur o pirata en el Caribe, cualquier trabajillo normal, en vez de esta obsesión. En esos momentos, y pueden durar semanas, se me emborrona el humor y se me tuesta el cerebro, que no hay forma de ver nada con claridad y solo puedo pensar en que en mala hora se me metió en el magín el empeño de escribidor. Hasta que, cuando menos me lo espero (preferentemente, cuando estoy a punto de quedarme dormido, o cuando no tengo nada a mano para tomar nota), ahí está como un destello la idea luminosa que todo lo aclara, el camino despejado, cómo no me habré dado cuenta antes, si esto es lo que sucede, está clarísimo, por aquí continúa la historia.El caso es que me encanta. Me encanta escribir. Me encanta ir comprobando cómo un mundo entero va tomando forma bajo mis dedos. Cómo ese magma informe hecho de lecturas, datos, ideas, impresiones y sueños va día a día adquiriendo consistencia, se van perfilando los espacios y las atmósferas, los paisajes van definiendo sus colores y sus olores, los personajes van cobrando vida, como chiquillos que tantean el mundo, afianzándose unos con timidez, otros con desparpajo, hasta que un buen día te miran a los ojos y te sueltan aquello de: "Déjame, que ya soy mayorcito...". Y sabes que es hora de dejarlos volar, sí, de dejar que metan la pata y se equivoquen, que aprendan de sus errores aunque te duela, aunque quieras evitarles el dolor y el error. Me encanta adentrarme cada día en ese mundo que está surgiendo de la nada, tantear esos caminos abiertos. Y lo digo, digo que me encanta, en sentido literal: cada mañana, cuando me pongo a escribir, doy un salto en el tiempo y en el espacio y me sumerjo en otra realidad. De repente los contornos de mi mesa de trabajo desaparecen, dejo mi cuerpo atrás y vuelo a otra dimensión, quién sabe si a un castillo medieval, a una ciudad asediada o puede que a un barco en plena tormenta, a bregar hombro con hombro en medio del vendaval, azotado por olas tan grandes como montañas, para mantenerse a flote un poco más. Hasta que de repente suena el teléfono o una parte de mi cerebro se fija en la hora que es, qué tarde y la comida sin preparar... Sí, me encanta escribir. Disfruto como un niño pequeño día tras día con esta obsesión que me permite vivir tantas vidas, tan intensamente. Y todavía habrá quien diga que el mío es un oficio sedentario...
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Published on March 03, 2013 22:52

February 24, 2013

Sobre reyes impotentes, meretrices y halcones

No, lo siento, no voy a hablaros sobre la actualidad, pese a lo que el título pudiera sugeriros. Muy al contrario, voy a retroceder hasta el siglo XV, hasta un país tan conflictivo y sumido en la miseria por la estulticia de sus gobernantes que, eso sí, se diría el actual. Hoy os quiero dejar con un fragmento de En tiempo de halcones, mi nueva novela. En concreto, la entrada en escena de todo un rey, nada menos que Enrique IV, aquel Trastámara al que las hablillas populares tildaban de impotente. Vaya usted a saber por qué, que ya se sabe que en estas cuestiones es mucha la malicia de las gentes, y más cuenta lo que place al oído que lo que de cierto hay. El caso es que llevo varias semanas queriendo daros noticias sobre la novela, concretar fecha de publicación y demás. Todavía no puedo hacerlo, que es mejor no adelantar acontecimientos, no vaya el diablo a torcerlos. Pero, en cualquier caso, espero poder informaros en breve. Y, mientras tanto, os dejo con uno que fue, cosas veredes, rey de este desdichado país. Que así nos ha ido y así nos va.  En el sur, en estas tierras de amplios horizontes y pequeñas aldeas de casas blancas que relucen como sábanas al sol, ante la contemplación de los campos dorados y las interminables extensiones de olivos, encinas y alcornoques, aspirando el aroma de jaras, aulagas y tomillos, don Enrique IV, rey por la gracia de Dios —pues Dios es gracioso, quién lo puede dudar, cuando a tal monarca corona— de Galiza, León, Castilla, Toledo, Córdoba, Murcia y Jaén, señor del Algarve, de Algeciras, de Vizcaya, de Molina y de quién sabe cuántas más tierras y señoríos, se siente satisfecho y con la mente por una vez despejada. Sus pulmones se expanden, beben con voluptuosidad el aire cálido de la primavera mediterránea. Le gusta el calor. Le gusta la brisa ardiente que acaricia su piel, la fuerza inclemente del astro solar en su rostro. Le gusta abrir los ojos y contemplar el horizonte de pequeñas colinas, perderse en ensoñaciones melancólicas como si, por un momento, no fuera rey sino simple labriego, sin más preocupaciones que las que el día le traiga. Pues así se imagina el rey la vida del campesino, una tranquila sucesión de jornadas, pequeñas cuitas y faenas sencillas, de serenos atardeceres en el exterior de sus viviendas, con el alivio de la brisa nocturna en el rostro y los hijos en derredor. Ay, los hijos. El pensamiento encalla en su magín y le tuerce involuntariamente el semblante. Es cuestión tan espinosa que solo recordarla se siente abatido, como imagina se sentiría Sísifo al empujar una y otra vez aquella gran piedra ladera arriba. Tiene treinta y tres años el rey, la edad de Cristo en su aflicción. Y afligido está por no tener hijos. Mas, sobre todas las cosas, por las miradas de burla que cree distinguir en ocasiones a su alrededor, cuando alguien osa sacar a relucir tan espinosa cuestión. Trece años ha estado casado con doña Blanca de Navarra sin engendrar criatura alguna. La reina Blanca era gruesa de cuerpo, fofa y sumisa como un perrillo faldero. Con ella, el débito conyugal le suponía un esfuerzo tan enojoso... Como una pesadilla recuerda los tres años en que cohabitaron sin lograr conjunción sexual, pese a que Enrique, entonces príncipe, se dio a la obra con verdadero amor y voluntad. Y con grandes auxilios, así por devotas oraciones a nuestro Señor Dios como por otros remedios, que de todo hubo, plantas, bebedizos y hechizos de curanderos y nigromantes.Todo en vano. ¡Malhaya las lenguas viperinas que por el reino cantan su impotencia! ¿Pues no circulan por doquier atrevidos cantares y coplas de palaciegos que le ridiculizan y sugieren pecaminosas relaciones con donceles? Tan enojoso matrimonio ha sido disuelto ya por el obispo de Palencia. Bendito él, que bien claro ha dejado escrito en la sentencia que Enrique tiene frecuentes relaciones con meretrices de Segovia. Un honesto eclesiástico las visitó y juró que el rey había habido con las tales hembras trato y conocimiento de hombre a mujer, así como cualquier otro hombre potente, y que tiene una verga viril firme, tan bien dotado como un asno, y da su débito y simiente como otro cualquiera varón. Más aún, dijo una, “es todo un relinchón cachondo”, ahí es nada. Otrosí afirmaron dichas mujeres que creían que, si el dicho señor príncipe no conocía a la dicha señora princesa, era por causa de algún hechizo u otro mal similar, pues cada una le había visto y hallado varón potente. Ay, los hijos, siempre los hijos. Pues Enrique ha desposado en segundas nupcias a la portuguesa Juana de Avis y Aragón, hija, hermana y ahora esposa de reyes. Dieciséis años tenía la hermosa cuando se convirtió en su mujer, tres años ha. Una belleza morena, de talle cimbreante y alegre carácter. Nada más verla la deseó como varón desea a hembra. Y, sin embargo, Juana no ha parido hijos. El reino murmura y el rey se siente afligido.Qué trabajos, ser rey.
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Published on February 24, 2013 22:49

February 17, 2013

El asombroso desperdicio de fabricar un libro con papel

Cómo cambian las cosas. Hace ya un buen puñado de años, en los primeros de la década de 1970, nadie en este país había oído hablar de ecología, conservación de la naturaleza o zarandajas por el estilo. En Estados Unidos y algunos países europeos comenzaban a aparecer los primeros movimientos en defensa de la naturaleza y acababa de crearse Greenpeace en Canadá para protestar contra las pruebas nucleares, pero para el común de los mortales todo eso sonaba a chifladuras de unos cuantos jamados. Así, literalmente. ¡A quién se le ocurría tamaño disparate, que el hombre pudiera llegar a destruir la naturaleza! Lo que hoy es un concepto de aceptación mayoritaria (aunque todavía queda algún iluminado que niega el cambio climático), entonces era la norma. La simple idea de que pudiéramos destruir el equilibrio natural sonaba a pura arrogancia.  Una imagen de aquellos años se me ha quedado grabada. Por entonces, mis padres acababan de comprarse una casa a treinta kilómetros de Vigo, y allá nos íbamos exiliados todos los fines de semana. Y lo de exiliados es casi literal, porque por aquel entonces esos treinta kilómetros eran una distancia considerable que suponía un largo trayecto en el 124 familiar por una carretera repleta de curvas. El lugar, hoy a un suspiro de Vigo, sonaba a aldea remota, de pistas de tierra y, por supuesto, sin servicio de recogida de basuras. Y ahí va la imagen que se me ha quedado grabada en la cabeza. Los domingos, de vuelta ya de la casa familiar, mi padre solía detener el coche en el primer puente que encontraba para... tirar la basura al río. Ay. Hasta me duele escribirlo. Imaginar tal comportamiento hoy suena a desprecio absoluto por el medio ambiente, a animalada propia del más cerril de los paisanos. Lo curioso es que era justamente lo contrario. Años después, hablando del tema con mi padre, confesaba que ahora se sonroja de solo pensarlo, pero que entonces lo hacía con la mejor intención, para que el agua arrastrase la basura y no se quedara acumulada en el monte formando uno de esos vertederos de basura espontáneos que tanto proliferan por nuestra tierra. Lo hacía con la mejor intención, insisto... y con el mayor de los desconocimientos. Afortunadamente, hemos avanzado un buen trecho. Es posible que hoy muchos sigan tirando la basura al monte... pero al menos ya saben que lo que hacen es una burrada. En fin.      Todo lo anterior viene a cuento de una imagen que últimamente no se me aparta de la mollera: los libros de papel. ¿Os habéis parado a pensar en el tremendo, en el asombroso desperdicio que supone fabricar un libro con papel, un libro que además puede contener un solo texto? Ya, esto puede parecernos lo más normal del mundo, pero os aseguro que cada vez lo será menos: ¡un solo texto, sin posibilidad de cambiarlo, nos guste o no, sea bueno o malo! Acostumbrados cada vez más a la versatilidad de las pantallas, ¡un solo texto! ¿Somos conscientes de que para fabricar una tonelada de papel son necesarios unos 15 árboles adultos, sin contar el agua y el petróleo que requiere? ¿De que solo en España se publican unos 85.000 títulos al año? ¿De que en los últimos cincuenta años se ha perdido en el mundo una superficie de bosque equivalente al tamaño de China y la India juntas? ¿De que la selva amazónica se deforesta al ritmo de un campo de fútbol por segundo? Son datos que hablan por sí mismos, pero el uso del papel, ya sea en libros, libretas, folios, papel de cocina o higiénico, servilletas, etc., es tan habitual que nos parece lo más normal del mundo. Como a mi padre, hace cuarenta años, tirar la basura al río. Pero quizá no falte demasiado para que lo que ahora nos parece normal se convierta en impensable. Mientras, habrá que repensarse aquello de "donde esté un libro de papel, su tacto, ese olor tan característico, que se quiten los libros digitales"...
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Published on February 17, 2013 22:47

February 10, 2013

Si el dinero no importara...

La pasada semana, un ministro de este país declaró a la prensa que los universitarios no deben estudiar lo que quieren, sino lo que es necesario. Lo que les emplee, no lo que les guste. Sus palabras removieron algo dentro de mí. Porque, si yo le hubiera hecho caso a este señor, nunca habría estudiado Historia. Nunca habría tomado la mejor decisión que pude tomar en mi vida: dedicarme a lo que me hace disfrutar cada día. Si yo le hubiera hecho caso a este ministro, jamás habría unido mis dos grandes pasiones, la literatura y la Historia, y no me dedicaría hoy a escribir novela histórica. Quizá eso no hubiera supuesto una gran pérdida para la literatura, pero sí habría sido una gran pérdida para mí. Porque esta, qué le vamos a hacer, es la única vida que tengo, y no me imagino dedicándome a otra cosa. No quiero dedicarme a otra cosa. Hace años, cuando daba clase (de Historia, claro) en un colegio, de vez en cuando algún alumno me pedía que le aconsejara sobre qué estudiar, a qué dedicarse. Siempre les respondía lo mismo: que estudiaran lo que más les gustase, lo que les apasionara, sin pensar en las posibles salidas profesionales. Que si algo les gustaba de verdad, no había opción mejor. Mis padres menearon la cabeza cuando les dije que iba a estudiar Historia y sin duda pensaron que con tales planes, lo iba a pasar mal para ganarme la vida. Pero me respetaron... y fue la mejor decisión que tomé en mi vida. Cierto que no siempre sabemos lo que queremos y que, probablemente, ese sea el verdadero problema, tener claro a qué nos gustaría dedicarnos. Pero, si lo sabemos, si algo nos apasiona, ¿cómo podemos darle la espalda sin renunciar a nosotros mismos?Esta semana, las palabras en la prensa de este señor, ministro para más señas, me hicieron pensar: triste individuo. Triste individuo el que aconseja a todo un país, a una generación entera, que no persiga sus sueños. Que no luche por lo que le gusta, sino por lo que le da de comer. Triste mundo aquel en el que las mujeres y los hombres no disfrutan, no tratan de disfrutar, con lo que hacen. Se me vino a la cabeza, qué cosas, que la recomendación iba muy en consonancia con una ideología muy rancia y elitista que sigue considerando que los ciudadanos solo son esa masa informe cuya única función es la de producir. Sin plantearse nada más. Sin pensar. Sin reclamar. Sin soñar.Dos días después, sin aparente relación, me llegó este vídeo que os recomiendo con insistencia. Qué curiosas coincidencias tiene la vida. Porque en él se resume, de forma brillante, todo aquello de lo que os estoy hablando... (Os dejo con él tras el salto, dadle a "Leer más").
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Published on February 10, 2013 22:56

February 3, 2013

La literatura es un arma cargada de esperanza

Discúlpenme vuesas mercedes el remedo del verso de Gabriel Celaya, pero a estas alturas me temo que la frase no solo es cierta: es imprescindible. En estos tiempos de políticos corruptos hasta la médula, en este mundo gobernado por partidos serviles con el poder financiero e individuos intrínsecamente inmorales, rodeados de cretinos que solo buscan su propio provecho y empeñados en destruir cuanto nos ha convertido en una sociedad digna de tal nombre tras cientos de años de duro aprendizaje, en estos tiempos, digo, la literatura es nuestra única esperanza. No hablo de que gracias a literatura podamos evadirnos de una realidad tan negra, aunque sin duda esa es una de sus muchas cualidades. Hablo de la literatura como semilla de revolución. Porque el homo sapiens, esa especie que hace un suspiro se arracimaba alrededor de las hogueras mientras a su alrededor se extendía la inmensidad aterradora de la noche, es un ser hecho de historias. Son las historias, desde los tiempos en que se contaban al calor de la lumbre, las que nos enseñan. Son las historias las que nos educan, las que modulan nuestros pensamientos y nuestra forma de ser, las que crean en nosotros el sentimiento de pertenencia a una tribu, a una cultura, a una sociedad, las que nos muestran el mundo. Aprendemos conceptos e ideas gracias a la reflexión, a la investigación y al analisis, es cierto. Pero solo gracias a la literatura asimilamos y difundimos plenamente esos conceptos, esas ideas. Porque la literatura, las historias, estimulan la empatía, nos permiten meternos en la piel del otro y, de ese modo, hacerlo nuestro, apropiarnos de sus ideas, sus reflexiones, sus sentimientos: comprenderlo. Y, al comprenderlo, nos comprendemos mejor a nosotros mismos, que al cabo todos nos regimos por los mismos patrones. Las historias nos rodean. Lo han hecho siempre. Están en boca del vecino cotilla, en las películas, en el relato que nos hace un amigo de un viaje, en los libros. Las utilizamos para entretenernos, para evadirnos. Pero, mientras nos entretienen y nos evaden, también nos transforman. Profundamente. Con ellas cambia nuestra percepción del mundo, con ellas se difunden las nuevas ideas. Las revoluciones se alimentan de ideas, y estas se divulgan y se asumen a traves de los libros. Solo un ejemplo de los muchos posibles: fue La cabaña del Tío Tom, de Harriet Beecher Stowe, la novela que hizo que miles de estadounidenses no solo creyeran racionalmente en la necesidad de la abolicion de la escavitud, sino que se sintieran turbados por su brutal injusticia e implicados emocionalmente en la lucha para acabar con ella. ¿Cuántos libros te han cambiado, han iluminado tu mente, te han hecho ver con nueva luz esto o aquello, a ti mismo, a los otros? Por eso la literatura es un arma cargada de esperanza. Por eso, en estos tiempos de desaliento y pesimismo, la literatura nos puede ofrecer el futuro. Puede alentar el cambio. Necesitamos buenas obras literarias que nos confirmen que otro mundo es posible. Que alienten la ya imprescindible revolución. Y las necesitamos ahora. 
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Published on February 03, 2013 22:45

January 27, 2013

Sic transit gloria mundi

Llevo unos meses devorando libros de Historia. Documentándome para mi próxima novela, pero sobre todo disfrutando de todo ese caudal de hechos y procesos que nos han traído hasta aquí. Hasta este preciso instante de la Historia que nos parece tan único, tan especial... y que no es más que un suspiro en el vendaval del tiempo. El otro día me crucé con un dato, en principio sin mayor trascendencia, que sin embargo se me ha quedado dando vueltas por ahí dentro: los neandertales, esos primos que convivieron un tiempo con nuestros antepasados cromagnones hasta que la evolución los derrotó, se pasearon por estas tierras europeas durante doscientos mil años. Grosso modo, entre el 230.000 y el 28.000 AP (Antes del Presente). Esperad que lo repito: doscientos mil años, ahí es nada. Cuesta imaginar lo que dieron de sí todos esos años, décadas, siglos, milenios... Y hoy apenas quedan restos de ellos, ya no como individuos, sino siquiera como especie, más allá de algunos huesos, unos cuantos útiles de sílex y poco más. Quizá imaginemos, es un estereotipo bastante difundido, que los neandertales eran unos tipos bastante toscos, cubiertos de pelo y que se dedicaban a soltar gruñidos todo el día. Sin embargo, las últimas investigaciones paleontológicas sugieren que fueron una especie muy evolucionada, un ser muy parecido a los actuales humanos, y posiblemente, en algunas facetas, más inteligente que nosotros, los homo sapiens. Fueron los primeros en excavar y enterrar en sepulturas, los primeros en construir armas y herramientas y los primeros en desarrollar un lenguaje complejo. Una investigación publicada el año pasado y desarrollada por un equipo de científicos británicos, portugueses y españoles dirigidos por el profesor Alistair Pike, de la
Universidad de Bristol, sugiere que algunas pinturas de las cuevas del
norte de España (Altamira, Tito Bustillo, etc.) estarían datadas hace 40800 años, unos diez mil antes de lo que se creía hasta ahora. Si esto se confirma, no solo serían las manifestaciones pictóricas más antiguas de la
humanidad,  sino que podrían haber sido realizadas por neandertales. Da lo mismo. El caso es que durante doscientos mil años (lo siento, pero me sigue asombrando: ¡¡doscientos mil años!!), miles, millones de seres humanos muy similares a nosotros ocuparon estas tierras, vagaron por ellas, en ellas cazaron, durmieron, amaron, creyeron en sus dioses, conspiraron, soñaron y, posiblemente, crearon. Y de todos esos sueños, de todas esas vidas llenas de días y esperanzas, de fríos y placeres, solo nos han llegado unos cuantos restos, unos cuantos huesos, puede que unas cuantas pinturas. Nada más. Ni una sola gesta heroica de tal o cual magnífico cazador, ni un solo recuerdo de tal o cual conquistador, filósofo, pensador, explorador, aventurero. Ni un solo nombre, ni una sola historia de las muchas que sin duda se repitieron durante miles de años al calor de la lumbre. Nada. En doscientos mil años. ¿Cuántos años llevamos nosotros, el hombre contemporáneo, sobre la tierra? Unos treinta mil, de los que recordamos vagamente los últimos cuatro o cinco mil. Tiempo inmenso para nuestras vidas, durante el cual se levantaron y cayeron imperios, se crearon y se olvidaron mitos, dioses, religiones, filosofías. Pero apenas un suspiro, cinco mil años, dos mil, doscientos... Alguna vez me han preguntado si dedicarse a escribir no escondía un deseo de pasar a la Historia, de ser recordado, si nunca había soñado con la inmortalidad literaria. Rotundamente, no. Nunca. Jamás descubrí en mí el menor interés por que nadie me recuerde una vez haya muerto. Aunque suene egoísta, ¿qué puede importarme el mundo cuando yo ya no esté, qué me puede importar que alguien, dentro de trescientos años (un suspiro), recuerde mi nombre y lo asocie a un libro? Estos días, con los neandertales en la cabeza, solo puedo ratificarme en esa vieja convicción: escribo para disfrutar ahora, para soñar hoy. Para vivir haciendo lo que más me gusta. Para viajar con la imaginación, para ser siempre como un niño aferrado a sus fantasías. Escribo para vivir mil vidas, para entender la mía, mi ahora, escribo para gritar revolución y para transformar nuestro mundo. Escribo porque estoy vivo. Y eso, la vida, mi vida, ese pequeño y asombroso milagro cotidiano, tan poco importante a escala cósmica, tan fundamental para mí, es lo único que me importa, lo único que quiero explorar.Como curiosidad (sin ninguna importancia, queda claro tras lo anterior): esta es la entrada número 200 del bloc. Año y medio. Creo que ya podemos hablar de que la nuestra es una relación consolidada, ¿no? ¡Ah! Y, por si a alguien se le había ocurrido la idea, no, la siguiente novela no estará ambientada en la Prehistoria...
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Published on January 27, 2013 22:48

Las cosas en su sitio: sic transit gloria mundi

Llevo unos meses devorando libros de Historia. Documentándome para mi próxima novela, pero sobre todo disfrutando de todo ese caudal de hechos y procesos que nos han traído hasta aquí. Hasta este preciso instante de la Historia que nos parece tan único, tan especial... y que no es más que un suspiro en el vendaval del tiempo. El otro día me crucé con un dato, en principio sin mayor trascendencia, que sin embargo se me ha quedado dando vueltas por ahí dentro: los neandertales, esos primos que convivieron un tiempo con nuestros antepasados cromagnones hasta que la evolución los derrotó, se pasearon por estas tierras europeas durante doscientos mil años. Grosso modo, entre el 230.000 y el 28.000 AP (Antes del Presente). Esperad que lo repito: doscientos mil años, ahí es nada. Cuesta imaginar lo que dieron de sí todos esos años, décadas, siglos, milenios... Y hoy apenas quedan restos de ellos, ya no como individuos, sino siquiera como especie, más allá de algunos huesos, unos cuantos útiles de sílex y poco más. Quizá imaginemos, es un estereotipo bastante difundido, que los neandertales eran unos tipos bastante toscos, cubiertos de pelo y que se dedicaban a soltar gruñidos todo el día. Sin embargo, las últimas investigaciones paleontológicas sugieren que fueron una especie muy evolucionada, un ser muy parecido a los actuales humanos, y posiblemente, en algunas facetas, más inteligente que nosotros, los homo sapiens. Fueron los primeros en excavar y enterrar en sepulturas, los primeros en construir armas y herramientas y los primeros en desarrollar un lenguaje complejo. Una investigación publicada el año pasado y desarrollada por un equipo de científicos británicos, portugueses y españoles dirigidos por el profesor Alistair Pike, de la
Universidad de Bristol, sugiere que algunas pinturas de las cuevas del
norte de España (Altamira, Tito Bustillo, etc.) estarían datadas hace 40800 años, unos diez mil antes de lo que se creía hasta ahora. Si esto se confirma, no solo serían las manifestaciones pictóricas más antiguas de la
humanidad,  sino que podrían haber sido realizadas por neandertales. Da lo mismo. El caso es que durante doscientos mil años (lo siento, pero me sigue asombrando: ¡¡doscientos mil años!!), miles, millones de seres humanos muy similares a nosotros ocuparon estas tierras, vagaron por ellas, en ellas cazaron, durmieron, amaron, creyeron en sus dioses, conspiraron, soñaron y, posiblemente, crearon. Y de todos esos sueños, de todas esas vidas llenas de días y esperanzas, de fríos y placeres, solo nos han llegado unos cuantos restos, unos cuantos huesos, puede que unas cuantas pinturas. Nada más. Ni una sola gesta heroica de tal o cual magnífico cazador, ni un solo recuerdo de tal o cual conquistador, filósofo, pensador, explorador, aventurero. Ni un solo nombre, ni una sola historia de las muchas que sin duda se repitieron durante miles de años al calor de la lumbre. Nada. En doscientos mil años. ¿Cuántos años llevamos nosotros, el hombre contemporáneo, sobre la tierra? Unos treinta mil, de los que recordamos vagamente los últimos cuatro o cinco mil. Tiempo inmenso para nuestras vidas, durante el cual se levantaron y cayeron imperios, se crearon y se olvidaron mitos, dioses, religiones, filosofías. Pero apenas un suspiro, cinco mil años, dos mil, doscientos... Alguna vez me han preguntado si dedicarse a escribir no escondía un deseo de pasar a la Historia, de ser recordado, si nunca había soñado con la inmortalidad literaria. Rotundamente, no. Nunca. Jamás descubrí en mí el menor interés por que nadie me recuerde una vez haya muerto. Aunque suene egoísta, ¿qué puede importarme el mundo cuando yo ya no esté, qué me puede importar que alguien, dentro de trescientos años (un suspiro), recuerde mi nombre y lo asocie a un libro? Estos días, con los neandertales en la cabeza, solo puedo ratificarme en esa vieja convicción: escribo para disfrutar ahora, para soñar hoy. Para vivir haciendo lo que más me gusta. Para viajar con la imaginación, para ser siempre como un niño aferrado a sus fantasías. Escribo para vivir mil vidas, para entender la mía, mi ahora, escribo para gritar revolución y para transformar nuestro mundo. Escribo porque estoy vivo. Y eso, la vida, mi vida, ese pequeño y asombroso milagro cotidiano, tan poco importante a escala cósmica, tan fundamental para mí, es lo único que me importa, lo único que quiero explorar.Como curiosidad (sin ninguna importancia, queda claro tras lo anterior): esta es la entrada número 200 del bloc. Año y medio. Creo que ya podemos hablar de que la nuestra es una relación consolidada, ¿no? ¡Ah! Y, por si a alguien se le había ocurrido la idea, no, la siguiente novela no estará ambientada en la Prehistoria...
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Published on January 27, 2013 22:48