Sergio Gutiérrez Negrón's Blog, page 34

September 15, 2012

breve relación de la destrucción de Satélite; dos pedazos de un conato de novela










La reserva que se está armando en torno a la presencia de mi
hermana en Satélite germina a raíz de su silencio. Es decir, de su
retraimiento, de su alejamiento, de la autonomía con la cual existía dentro de
la casa. El hecho de que en la mayoría de los reportajes publicados, luego de
la calamidad, se obviase su nombre es signo de lo poco que se relacionó con el
resto del grupo, de esa cualidad de estrella fugaz que la distinguía. Es,
quizás, el mejor homenaje que se le pudiese hacer. Entonces, ¿escribo esto sólo
porque me lo pediste? No, en verdad, no. Lo escribo como un modo de recordarla
a ella, que fue para mí la razón de ser de Satélite. Si han pasado ya diez años
del incendio que creo yo marcó el final definitivo de ese, ¿ese qué? ¿esa
estadía?, también han pasado diez años de la última vez que la vi, mi
hermanita, desapareciéndose una semana antes de que terminase todo, como si
hubiese presentido lo que vendría a continuación.Sé que me dijiste que te hablase de mí. Pero creo que no es
necesario. Tomó tiempo aceptarlo, ves. Aceptar que hay personas que nacen para
roles protagónicos, y que otros somos simplemente los extras de nuestras
propias vidas. Y no hay nada malo con eso, no me malinterpretes. Quizás para
alguien más yo fui el centro de la acción. Aunque eso es ser demasiado
esperanzada, ¿no? De todos modos, y esto lo decía Noe (cada vez que contaba
alguna anécdota que había escuchado a través de las otras muchachas del
convento, o por la radio, o de la cual había leído): ¿qué mejor forma de hablar
de uno que hablar del otro? 





El año pasado estuve trabajando en otra novela por alrededor de seis meses. Sin embargo, cuando llegué al centenar de páginas (103 para ser preciso, 26milcientoydospalabrasdolores ), comencé a sentirla extraña y la dejé. Me dolió un tanto ese fracaso. Ahora, digo que fue necesario, supongo, para poder escribir la nueva, "dicen que los dormidos". Nada de esto importa. Y quizás fue pura vagancia. Lo que importa es que había olvidado esa novela sin nombre (Temporada en la cornisa, A las afueras del incendio, Mañana verás las llamas, Un país para los solos; nunca decidí), hasta que la encontré orita. Y releyéndola me emocioné. Un proyecto para el año que viene. Aquí dos pedazo que le arranqué. El de arriba es del comienzo de la tercera parte, con una narradora nueva, de la que sólo hemos escuchado de otros personajes. Abajo la historia que le cuenta otra persona al periodista que se envuelve en todo el asunto. La premisa central del libro, contada en diferentes claves, gira en torno a la fundación y la violenta destrucción de una comunidad (Satélite) que crean unos doce jóvenes en un monte en Jayuyas en los noventas: un conato de utopía.








La mañana que lo dan de alta Jorge no quiere despertarse. Jorge abre los
ojos y dice que no, que no quiere, pero la enfermera le dice que sí, que ya
está curado, que ya puede comenzar a andar, que ya lo que necesita es voluntad
y las terapias y podrá volver a su vida, le dice que es joven, que no puede
permitirse el desliz hacia la depresión, que eso es lo más peligroso de
accidentes tan feos como el de él, más que los huesos quebrados, más que el
pulmón pinchado por una costilla rota, más que la sanación del fémur y  la
cadera, es la depresión a lo que él le debe temer. Pero Jorge –me dice Ana–
sigue diciendo que no, y cómo una enfermera tan pequeña –porque Ana se la
imagina pequeña– va a sacar de la cama a un hombre como Jorge. Así que la mujer
se retira y regresa con el psicólogo del hospital, un hombre bajo, calvo, de
barba canosa, que le coloca una mano en el hombro, y le dice ya, ya. Eso no
más. Ya, ya. Como si fuese un bebe en llanto. Ya, ya. Y Jorge se calma, se
calma y le pregunta cuántos días lleva ahí.Caminar es más sencillo de lo que esperaría. Con la ayuda del bastón,
puede obtener un ritmo cercano al que tenía naturalmente. Los terapeutas le
dicen que si asiste a todas las citas que le han puesto en el calendario,
curará de inmediato. Cuestión de meses. Jorge llega a la casa en taxi y toca a
la puerta, pero nadie le responde. Ha perdido la llave durante los
días—¿semanas?—que estuvo en el hospital. Intentando evitar lastimarse, se
sienta en el escalón que conecta el desvío en la acera a su puerta. Son
aproximadamente las once de la mañana y supone que tendrá que esperar unos
treinta minutos en lo que su madre sale de su empleo, en el mercado que está en
el barrio Santa Juanita de Bayamón, y llega a casa.Por hacer algo, se pone a pensar en su trabajo en la oficina de
telemercadeo. Por hacer algo, se pone a pensar en Nydia. En cómo Nydia llegó
cuando él ya llevaba aproximadamente seis meses en la compañía, en cómo ocupó
el cubículo a su lado sin decir nada y, acto seguido, sacó de su cartera una
fotografía de un niño y, con una tachuela, la fijó en la pared de madera
prensada. Él no quiso decir nada, porque sabía que normalmente la gente duraba
sólo uno o dos meses en aquella compañía, en lo que se estabilizaban un poco y
podían retomar cualquier otro empleo. No todo el mundo era buen vendedor. Los
que sí, duraban hasta un año, antes de ascender en la misma compañía, o aplicar
a un mejor puesto de vendedor en el que el cliente estuviese cara a cara. El
resto, al que Jorge perteneció por mucho tiempo, eran estudiantes recién
graduados de la escuela superior, hombres en la medianía de edad que buscaban
consolidarse luego de años del derrotero de la adicción—así habían entrado dos
o tres con él—e, inclusive, hombres y mujeres recién salidos de prisión. Estos
últimos, que sólo descubrió porque su jefa los señaló una vez con desagrado y
le dijo que los contrataban por algún tipo de política municipal, le eran los
más interesantes. A diferencia de los otros empleados, incluyéndolo, que
fabricaban vidas menos banales, o más risqué, los excarcelados
contaban cosas veredes. Fueran estas aburridas o emocionantes. Peligrosas o
bobas. Contaban la vida que habían llevado antes de caer en la perrera con
lujo de detalles. Cómo la casa en la que vivían con su madre tenía un techo de
cinc, y cómo la ayudaron a hacerlo de cemento, justo a tiempo para que cuando
pasara alguna tormenta, su madre estuviera a salvo. Cómo el primer carro que
habían tenido había sido equis ye, cómo lo
habían arreglado, o lo habían destruido en algún accidente. Por mucho tiempo,
Jorge ocupaba la mesa en la que se sentaban uno o dos de éstos. O los invitaba
a acompañarlo, a pesar de que luego no compartían palabra alguna. Él no tenía
que hacerle preguntas, no tenía ni tan siquiera que cederle su atención
abiertamente. Cualquier cosa podía catalizar el flujo de pensamientos: un grano
de arroz sobrecocinado, el sabor de una Coca Cola, el color de una camisa que
alguien vestía. Tan rápido como llegaban desaparecían. Los mejores duraban dos o tres
meses, se hacían excelentes vendedores y se iban, a intentar hacerse de su paso
en la ‘libre comunidad’. Otros desaparecían sin más ni más.Entonces, llegó Nydia, que sólo había estado adentro por
menos de un año. Llegó Nydia y él le preguntó su nombre, lo aprendió, y
concluyó que ella no era cómo el resto de los excarcelados. Que, en su caso, la
cárcel había sido un error. O, como más, una estación de paso, un poblado que
sólo existe como punto de receso para algún tren. Nydia, que fue privada de la
custodia de su hijo por un problema de drogas de su juventud. Nydia, que ahora
tenía que escribirle cartas al niño, que residía en Nueva York, con su padre y
su abuela. Nydia, que un día lo miró y le preguntó a Jorge si éste le podía
hacer un favor—me dice Ana—y que él respondió con un por supuesto.“¿Qué necesitas?” “¿Me puedes llevar al cine? ¿Sacarme en una cita?”Y Jorge, sin duda, lo hizo. La llevó al cine. La llevó a comer a un
restaurante al que nunca había ido, pero por el cual aprendió a hacerle el nudo
a una corbata. Habló con ella toda la noche. La devolvió a casa, en su carro
viejo, y se despidió de ella con un beso en la mejilla sabiendo que nunca había
estado tan enamorado de una persona. Nydia y su cabello corto, casi al raso,
color madera de roble; Nydia en su figurita de menos de cinco pies y dos
pulgadas, delgada; Nydia y sus pies grandes, siempre en sandalias, y sus manos
tan cuidadas, y su pequeño tatuaje de un magnolio sobre el omoplato derecho.Cuando llega su madre –me dice Ana– Jorge le pide que lo lleve un
momento a la oficina, le explica que tiene que recoger un cheque, sabiendo que
este último dato la motivará a hacerlo. Durante todo el camino, ella le explica
lo difícil que se le están haciendo pagar las cuentas, o lo mucho que le hacen
falta unas vacaciones, o de una oferta para irse en crucero de la cual ha leído
últimamente, y Jorge asiente, queriendo ayudarla, pero también consciente del
nuevo collar de oro que tiene alrededor de su cuello, de las uñas de acrílico
recién hechas que apuntalan sus dedos, de los zapatos brillosos que pisan el
acelerador del vehículo. Le dice que verá qué puede hacer, y ve como ella le
sonríe, como ella le dice que está tan contenta que ha salido del hospital, y
se disculpa por no haberlo ido a ver el último mes que estuvo internado.Al llegar, cruza por el patio de almuerzo. Ninguno de los otros
empleados, lo saluda. Está casi seguro que ni lo reconocen. Ve a la muchacha a
la que viene a visitar Julio, fumando un cigarrillo, mirando hacia la
carretera. Por un momento, me dijo –me explicó Ana– quiso detenerse y
preguntarle por él, pero decidió seguir en su misión, buscar a Nydia, decirle
que está bien.El interior del edificio es casi como el de una tienda de mascotas. Tras
sobrepasar la recepción, se abren una serie de cuartos con paredes de vidrios,
dentro de los cuales hay una red de cubículos en los que se posicionan los
vendedores. Los jefes caminan entre ellos, como guardias de prisión. En el
centro de estas siete peceras, está la oficina del jefe mayor, un representante
español de la corporación,  cuya sede está en Barcelona o en Madrid.
Jorge camina al tercero de estos cuartos, entra y saluda a su jefa. Que lo
recibe con un abrazo, le pide que espere un segundo, y le da un sobre con los
cheques atrasados que tenía. Le pregunta cuándo volverá al trabajo. A pesar de
que él no lo ha consultado con su médico, le responde que la semana que viene.
Ella sonríe. Él le pide que lo disculpe un segundo y camina al cubículo de
Nydia. Pero se equivoca. Así que va a la otra fila de al lado, incrédulo de su
desliz, pero tampoco está allí el cubículo de ella. Va a la otra fila, y a la
otra, y a la otra, y en ninguna puede ver la fotografía del niño en el triciclo
amarillo fijada en la pared.  Regresa a la jefa y le pregunta por
Nydia. Ella le dice que se ha ido, que renunció hacía ya un mes. Lo dice
relajada, como acordándole a alguien lo que almorzó la tarde anterior, pero se
percata de cómo va cambiando el rostro de Jorge, y le dice que se fue sin decir
nada, que no renunció inmediatamente, sino que llamó una semana más tarde para
decir que no regresaría. Jorge le pregunta que de dónde llamó, que por qué
renunció, pero ella no le puede responder, le explica, es ilegal. Él insiste,
alza su voz un poco más de lo necesario, algunos vendedores se asoman de sus
cubículos, a mirar la conmoción, alguien lo mira desde afuera del vidrio. Él
intenta modular la voz, pero no puede. Le pide a su jefa por el teléfono de
Nydia. Ella se disculpa. Le pide por su dirección y ella menea su cabeza. Él da
un paso hacia atrás. Pierde el control de su bastón y, con éste, su balance.
Intenta recuperarse, intenta agarrar uno de los escritorios que están a su
lado, pero se le va la tierra de abajo y se ve cayendo, casi en cámara lenta,
y, antes de azotar el suelo, antes de que se lancen sus compañeros a ayudarlo,
se dice “no veré a Nydia nunca más”, y siente que algo se le rompe adentro.“Y crac”, le dijo Jorge a Ana. 



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Published on September 15, 2012 16:24

Un hombre llega a un pueblo. 

Un hombre llega a un pueblo. 
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Published on September 15, 2012 15:38

September 13, 2012

nuestro nombre ampara un extraño, dixit paz





Todos los días oímos frases de este tenor: cuando Fulano se
exalta es ‘irreconocible’, se ‘vuelve otra persona’. Nuestro nombre ampara
también a un extraño, del que nada sabemos excepto que es nosotros mismos. El
hombre es temporalidad y cambio y la ‘otredad’ constituye su manera propia de
ser. El hombre se realiza o cumple cuando se hace otro. Al hacerse otro se
recobra, reconquista su ser original, anterior a la caída o despeño en el
mundo, anterior a la escisión en yo y ‘otro’.




Octavio Paz, en El arco y la lira (1956)

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Published on September 13, 2012 14:31

August 26, 2012

on why theoretically savvy love always becomes stupid love, dice la Ronell


You said whaaaat?

Love signals the ‘permission granted’ status of shared stupidity, a descent into the bestial abandon of an ecstatic language. As sheer surrender, loves opens the channels for the imbecilic effusions of being-with. Laws legislating social intelligence and sense-making operations are suspended for the duration of language-making scenes of love. This could also mean that you have to get real down and prodigiously stupid to fall for love, or that stupidity is a repressed ground of human affectivity that only love has the power to license and unleash*.




Stupidity, Avita Ronell





*Igual de estúpido que citar a alguien para decir que el amor es siempre estúpido.  Senda tontería. Pero esta señora me da gracia.

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Published on August 26, 2012 08:56

eve, the first western scientist, dixit la Ronell


¿Qué se le habrá perdido?, preguntaría mi difunta abuela.


Eve is evil because she wants to know, she wants to investigate, and yet she is shown to have made a stupid mistake for which we are still paying. Her stupidity resided in her need to know, which has been depreciated into mere curiosity. Eve was the first knowledge seeker; her need to know exposed her as stupid because what she did not know or understand was the prohibition placed on knowing by her husband and his maker. Eve, for her part, knew she was barefoot and ignorant—but it would have been even smarter not to let on that she knew or saw the limit. She discovered and named the limit; she experienced the limited, even at home base in paradise. Sher was always already Madame Bovaryy thethered to Charles, the man.




Revealing the audacious and necessary transgression inherent in knowing, Eve would not play stupid, displaying an unwillingness or incapacity (a stupid mistake) for which she has been definitely punished. Indeed, if you are not willing to play stupid, you are making incredible deals with the devil.




de Stupidity,  Avita Ronell (jugando con Nietzsche)

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Published on August 26, 2012 08:53

August 21, 2012

gestos, una columna

Acá cuelgo mi columna del día de hoy de la sección Buscapié de El Nuevo Día, 21 de agosto del 2012. El link original lo pueden encontrar acá.





Pancarta para una producción alemana de "Un virtuoso del hambre" / "Un artista del hambre" de Franz Kafka. 



Un cuerpo enflaquecido, con las costillas asomándose a través de una finísima capa de lo que se figura piel, los ojos entornados, ocupando un espacio público en ayuno político: digamos que en huelga de hambre. Un grupo de personas en plena caminata, enjutos en silencio; una pancarta. Una extensa yarda de tela de equis color con equis diseño aleteando en lo alto de un asta, en plena ráfaga. Una viga de madera cruzada en la parte superior por otra viga paralela.



A la yarda de tela le llamamos bandera, a las vigas, cruz, e igual nos persignamos ante ambas. Un breve índice de actos u objetos, nos dirían, cuya validez recae en el no significar por ellos mismos. El cuerpo del ayunador político, a diferencia del artista del hambre kafkiano, no hace hincapié en su ser cuerpo, sino en algo que recae fuera de sí. El grupo de personas no marchan para que un público sea capaz de percatarse de que el marchar entra en las actividades humanas.



Todas estas son ecuaciones simbólicas, como a las que se refería correctamente Alejandro García Padilla cuando afirmó que un voto por los partidos minoritarios sería siempre ya simbólico.



Las mismas ecuaciones siguen en juego cuando se dice que una cantidad equis de reglas “constituye” a un país; o que alguien (un gobernador, una legisladora) representa a un pueblo o a una comunidad; o, inclusive, decir que las palmas y las pavas sirven para otra cosa que para echarse sombra. En fin, la política como el esparcimiento de los símbolos.

Eso sí, ya habrá dicho alguien, también, que cuando un símbolo se instala como representante de sí mismo deviene en ídolo: mera imagen o semblanza sin sustancia.



Un ejemplo, de la manga, sería el propio AGP, que frente a una tarima ni goza de profundidad ni refiere a mucho más que a sí mismo; una cara que solía ser bonita, y ya. Aunque quizás ahora comienza a hacerse estandarte de la imberbe ñoñería politiquera de siempre.



Insisto: en su difusa candidatura política, AGP por fin la pegó en algo: los votos a las minorías serán siempre ya simbólicos.



Precisamente.



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Published on August 21, 2012 08:22

August 20, 2012

de coaliciones, columna

Acá cuelgo mi columna del mes de juliode este año, que había olvidado colgarla. El link original acá.



 





 Ante el toma y dame electoral que ha sido la política puertorriqueña por el pasado medio siglo, hace falta el surgimiento de una coalición que ofrezca una verdadera opción en las papeletas.



Una coalición compuesta por todos aquellos grupos políticos que se han mantenido al margen, y los partidos que aparecen cada cierto tiempo, prometedores pero efímeros.



Una coalición que aúne a sus seguidores, de las capacidades y las bondades de las grandes mentes políticas que tienen en sus rangos. Así, grupos de larga data con una base de apoyo presente, aunque dispersa, como lo son esos pertenecientes a los múltiples y frondosos brazos de la izquierda, podrían comenzar a figurar en un plano político práctico que viene necesitando de su intervención real desde hace tiempo.



Dado: el un-dos-tres-pescao colorao de todos los cuatrienios no es la única forma de hacer política. De hecho, quizás que lo menos se hace en los escenarios de las alcaldías y legislaturas es la política, entendida como ejercicio democrático por el bien común. Parecería que todo lo contrario.



También entiendo que hay otras políticas, más productivas y reales, que son llevadas a cabo en la calle, en el trabajo social de ciudadanos que no están casados con ningún partido.



Una coalición política no significaría el fin de desencuentros, de la crítica. Jamás de la crítica. Las complacencias -todas ellas, incluyendo la comemierdería de la izquierda rezagada- son las panaceas por la que apuestan estos dos consensos insípidos que cada vez parecen más intocables: la alternancia populo-penepeísta y el desencanto chic e irresponsable de la mercadotecnia.



No obstante, una opción real cada noviembre, una que englobe diferencias, podría ayudar a dar un espaldarazo a ese otro trabajo político antes mencionado, y quizás así crear una grieta en este cinturón de fuerza en el que nos hemos metido.



Lo que se necesita es probar la posibilidad de otra cosa. Y, tal vez por eso de la esperanza, se me hace que la única forma de hacer esto es mediante convenios, alianzas que, brevemente, jueguen al abandono de los egos, de las ínfulas proceristas, a eso del bien común.

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Published on August 20, 2012 18:53

July 30, 2012

la red, una columna

Acá cuelgo mi columna del mes de junio de este año, que había olvidado colgarla. El link original acá. 



Construcción del primer cable transatlántico del telégrafo, en 1839.






Mientras más avanza la tecnología que nos da acceso a
Internet, más parece tomar las cualidades de lo natural, de lo obvio, del “it
goes without saying” que rige estos tiempos del consenso neoliberal.



Raramente visualizamos cómo funciona la Red, cómo todos nuestros secretos
electrónicos se hacen sonidos y ondas al salir de nuestras computadoras, antes
de transformarse en números y luces.



Pocas veces nos detenemos a pensar en el viaje cotidiano de nuestros afectos
digitales; en ese trayecto soterrado compuesto de millas y millas de fibras
ópticas que nos conectan a los centros de los proveedores de Internet. Fibras
que, de allí, lanzan toda nuestra vida virtual por esos tejidos de cables
submarinos y subterráneos que cada vez más y más mundializan el planeta.



Mucho menos pensamos en lo que yace detrás de la mal llamada “nube
informática”, del “cloud”: centros de datos alojados en edificios con dueños
que insisten en mantener su anonimato, títulos de propiedad radicados en
jurisprudencias específicas.



Me parece importante hacer hincapié en ello, por más simple que parezca: el
Internet es una cosa, con mayúscula y tornillos. Y ya habrá dicho algún
pensador alemán, o algún trovador, que aquello que más tenemos a la mano es lo
que más esquivo se hace al pensamiento. También es aquello que más exige ser
pensado.



Es la omisión de esta materialidad lo que le falta a la mayoría de los debates
relacionados con la libertad de información en la Red, con el acceso a Internet
como derecho humano, etcétera. Aun hoy, sus profetas y pregoneros hablan del
mundo virtual como si de un “wild west” futurista se tratase, como un espacio
de emancipación universal, separado del mundo, donde se alcanzará la
libertadora opción del “like” y del “status update”.



Si vamos a integrarnos progresivamente, si vamos a insistir, penosos y nuevos
Marinettis, que el futuro de las guerras y revoluciones, las relaciones y las
artes, los empleos y servicios públicos yace en ese mundo virtual,
lo menos que podemos hacer es aprender la dura aritmética de su funcionamiento.




Acaso sea éste, pues, uno de nuestros deberes.











Y yo insisto que no. Que el futuro
de las guerras y las revoluciones, los empleos y los servicios, las relaciones
y las artes aun tiene que ver con los cuerpos, con las carnes que ocupan
espacios concretos, a pesar de que parezca de otro modo.




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Published on July 30, 2012 18:08

July 15, 2012

nunca habré podido recomponerte enteramente, traducción de "El coloso" de Sylvia Plath





Esta mañana me levanté y
emprendí a traducir El coloso de Sylvia Plath. Pedazos de éste no sólo figuran
como el epígrafe de mi novela nueva, “dicen que los dormidos”, sino que
también son el texto “madre”, o primario, del que surgió la historia, el estilo
y el aire del escrito—que está a un chin-chin del punto final. Anteriormente,
tenía el poema en inglés, pegado en fragmentos, pero como que no cuadraba con
el ritmo del texto, así que procedí a buscar algunas traducciones en español.
Ya había leído la de María Julia de Ruschi Crespo, publicada en Buenos Aires,
en el 1988, en el libro Tulipanes y otros
poemas
; y, por internet, me tropecé con la española de Jesús Pardo,
publicada aparentemente por Visor Libros
en Madrid, en un libro titulado simplemente Antología.
Ninguna de las dos me encanta, aunque me inclino más por la de Ruschi Crespo.
En fin, terminé haciendo mi propia traducción, con un vocabulario y
construcciones verbales que aunque fieles al inglés original, son más parecidas
a los giros estilísticos del texto que encabezarán. Un ejemplo sería la primera oracción, en la que recurro al
incómodo “Nunca habré podido recomponerte enteramente”, en vez de los más
sintácticamente correctos “Nunca conseguiré recomponerte”  o “Nunca podré reunirte íntegramente” que
ofrecen los traductores para el verso “I shall never get you put together
entirely” de la Plath; entre otras pequeñas divergencias. 








Eniweis, acá y acá pueden acceder las dos traducciones, y acá el original. La mía la cuelgo a continuación. En cuanto a "dicen que los dormidos", colgaré el principio en las próximas semanas. 


















El coloso de Sylvia Plath













Nunca habré
podido recomponerte enteramente



juntarte,
pegarte, y articularte como se supone.



Gritos de mula,
quejas de cerdo y obscenas carcajadas



provienen de tus
grandes labios.



Peor que en un
corral.








Tal vez te consideras un oráculo,



vocero de los muertos o de algo parecido a un
dios.



Ya van treinta años que llevo esforzándome



por deshacerme del fango acumulado en tu garganta.



Y no he aprendido absolutamente nada.






Subiendo por diminutas escaleras con baldes de pegamento
y cubos de lisol



me arrastro como una hormiga en pena

por las hectáreas descuidadas de tus cejas

para arreglar las inmensas placas de tu cráneo y despejar

los calvos y blancos túmulos de tus ojos








Un cielo azul salido de alguna Orestíada



se hace sobre nosotros. Ay Padre, tan solito.



Eres tan medular e histórico como el Foro Romano.



Me siento y almuerzo en una colina de cipreses.



Tus huesos estriados y tus cabellos espinosos se
derraman








En su antigua anarquía, alcanzando el borde



del horizonte. Crear una ruina así



tomaría mucho más que un rayo. Durante las
noches,



me acuclillo en la cornucopia



de tu oreja izquierda, a las afueras del viento,








Y cuento las estrellas rojas, y esas otras que
son como de color ciruela.



El sol sale por debajo de la columna de tu
lengua.



Mis horas están casadas con la sombra.



Ya no me quedo a la escucha del roce de una
quilla



contra las empalidecidas piedras del
desembarcadero.





Tr. Sergio Gutiérrez Negrón






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Published on July 15, 2012 11:05

June 22, 2012

the last great literary movement of the west, dixit levinson






From its inception as an institution in modernity,
literature has been thus the cultural agent of either revolution or
conservation, or of both. It comes to a close, however, when we can no longer
discriminate between the two. When we cannot distinguish ‘literature as
intervention’ from ‘literature as conservation,’ when aesthetic innovation,
revolt, disturbance, and difference represent entrances into the market, into
the Same itself, literature ceases both to sustain and disrupt the social
dichotomies upon which the globe banks and thus concludes its modern function.
I do not mean to suggest that literature now never plays these foundational
roles. Rather, it does not enjoy any privileged right to those functions, and
must compete for them with other forms. This is what we face today, the closure
of literature. And this is why the Latin American Boom should be understood as
the last great literary movement of the west and as the expression and
thematization of the end of that movement.





The Ends of Literature: The Latin American 'boom' in the Neoliberal Marketplace de Brett Levinson. 
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Published on June 22, 2012 16:17