Andrés Accorsi's Blog, page 249

September 25, 2011

25/ 09: 21


Esta juega al límite, muy finito, entre historieta latinomericana y yanki. El autor es el puertorriqueño Wilfred Santiago (a quien visitamos en este blog allá por el 21 de Octubre de 2010), que vive y trabaja hace mil años en EEUU, que creo que no tiene obra publicada en castellano, y que no sé si escribe en nuestro idioma, o directamente en inglés.
21 narra la biografía de Roberto Clemente, el más destacado beisbolista que diera Puerto Rico, y además un verdadero héroe de la vida real, con final trágico y todo. Santiago elige el camino lineal: arranca en la niñez de Clemente y termina con su fatídica muerte, en un accidente de aviación (como su admirado Carlos Gardel), con sólo 38 años. Los matices están dados por la historia política de Puerto Rico, el eterno debate entre los que quieren que la isla sea independiente y los que quieren mantenerla bajo la protección de los EEUU. Santiago esgrime argumentos a favor y en contra de ambas posturas, pero sin profundizar en ninguno de ellos, porque está claro que la suya no es una historieta de tinte socio-político, sino que este elemento aparece como uno más, como un recurso para ilustrar el contexto en el que crece y vive Roberto Clemente.
La personalidad del ídolo tampoco da mucho jugo paar convertirla en un elemento de peso en la trama. Clemente era un muchacho recto, siempre lejos de la joda y los excesos, pero muy cerca de la sensibilidad, y sobre todo de la solidaridad. En las secuencias finales, cuando Clemente ya está recontra-consagrado como beisbolista, Santiago nos lo muestra en una infatigable cruzada por ayudar a los que menos tienen. Afectuoso con su familia, respetuoso con su mujer, cordial con sus compañeros, sin el menor resentimiento por los malos tratos y la discriminación que sufrió por ser de raza negra, Clemente aparece como un hombre íntegro, cuyo principal rasgo es la bondad (además del talento para el beisbol). Santiago se las ingenia para perturbarlo mínimamente (sólo en sueños) con un trauma infantil relacionado con la temprana muerte de su hermana Anairis. El resto, todo para adelante, sin fisuras ni dobleces.
¿Dónde reside, entonces, la fuerza del relato? En la epopeya 100% real de este prodigioso deportista y del equipo del que formó parte durante muchos años, los Pittsburgh Pirates, que desde bien abajo, con sacrificio y humildad ganaron torneos importantísimos frente a equipos mil veces más grossos. En la primera mitad de la novela, en la que el beisbol tiene menos presencia, el ritmo es más lento, y si bien no llega a aburrir, por ahí sobran escenas (y personajes) referidas al entorno familiar de Clemente. Pero cuando el ídolo pasa de un club canadiense a los Pirates (y aprende inglés), los partidos cobran protagonismo y Santiago aprovecha al máximo las posibilidades dramáticas que le brindan los mismos para centrarse –como decía más arriba- en el carácter épico del personaje central. Y ahí sí, la tensión, la emoción y la diversión te llevan a no querer que la novela se termine nunca. Hasta que, inevitablemente, esta termina de modo abrupto, como la vida de Clemente y deja un regusto tristón, mezclado con la alegría de ver cuántos de los sueños de este pibe llegaron a hacerse realidad en los 38 años que habitó nuestro mundo.
Fiel a su costumbre, Wilfred Santiago pela en 21 un estilo totalmente distinto al que mostrara en sus obras anteriores. Esta vez, va para el lado más cartoon, con una cierta onda Scott Morse/ Marc Hempel, mezclada con el trazo más melancólico y oscuro de Stassen. El resultado es muy bello y muy original. Santiago también experimenta en dos rubros donde cuelga varios home-rounds: la integración de referencias fotográficas a su estilo visual, y la incorporación de texturas (supongo que digitales) a su trabajo de línea con blanco, negro y tonos de amarillo similares a los de Valizas, de Santullo y Vergara. El giro hacia una estética tipo cartoon le da terreno a Santiago para extremar los recursos expresivos, con lo cual logra increíbles momentos no sólo en los partidos de beisbol, sino también en la secuencia del choque que termina con la muerte de otro hermano de Clemente, y su funeral, que es breve, pero sumamente emotivo. Como en In My Darkest Hour, Santiago lima brillantemente en las secuencias oníricas, donde se juega cartas bravas, dignas de Dave McKean.
Munido de un bate, la camiseta 21 (de ahí el título de la obra) y un montón de buenas intenciones, Roberto Clemente conoció la pobreza y la riqueza, el fracaso y el éxito, la gloria y la tragedia. Y con todo eso, Wilfred Santiago armó una novela gráfica hermosa, inmejorable tributo a la vida y la obra de un auténtico superhéroe de carne y hueso.
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Published on September 25, 2011 16:42

September 24, 2011

24/ 09: HATE JAZZ


Otra vez me encuentro con una obra de autores argentinos que residen hace mil años en Europa y que trabajan pensando casi exclusivamente en ese mercado. El guionista es, sin embargo, muy famoso en nuestro país: nada menos que el maestro Horacio Altuna. El dibujante, en cambio, casi no se conoce por este lado del mundo, y es Jorge González, a quien ya nos cruzamos en este blog allá por el 11 de Junio de este año.
Hate Jazz es una novela gráfica en la que se entrelazan varias historias, todas ellas protagonizadas por músicos de jazz newyorkinos, que además tocan todos en el mismo boliche, el Dolphin´s. El primer tramo se centra bastante en Clarence T., un músico heroinómano que quiere cobrar a como dé lugar unos mangos que le deben, obviamente para gastárselos en droga. La tensión crece en pocas páginas muy intensas, y cuando llega el momento de resolver esa "trama-dentro-de-la-trama", Altuna hace un juego de manos impredecible y asombroso, que pone en el centro de la historia a Cecil, el pianista mediocre que afana sus solos, y que hasta ahora pintaba para segundón.
En el segundo tramo, el foco se desplaza hacia Chester, el saxofonista part-time que para la olla laburando también como taxista. Chester oculta un secreto bastante jodido, que va a salir a la luz en una historia de humillaciones, perversiones y dignidades que afloran mal y tarde. Vas a llegar a un punto en el que esta sub-trama te va a hacer ruido, vas a decir "pero… no daba para que este tipo hiciera esto". Ahí bancá y seguí leyendo, que unas páginas después, todo se explica con absoluta coherencia.
Y la tercera sub-trama es la menos original: dos hermanos (un contrabajista y un baterista) enfrentados por una mina que está buenísima y coquetea con los dos. Todo se resuelve en pocas páginas también muy intensas, pero sin mayores sorpresas. Sin ser light ni pasatista, es la trama en la que la violencia es menos tremenda, la menos sórdida, la más fácil de digerir si no fuera porque se parece mucho a un montón de otras historias de triángulo romántico con hermanos.
Para el final, cuando faltan 7 páginas para terminar la novela y recibir la ovación de la hinchada, Altuna hace una de más: nos revela que todo esto sucedió minutos antes del ataque a las Torres Gemelas (seguro lo escuchaste nombrar estas últimas semanas), nos muestra estos sucesos y explora mínimamente cómo afectan a los personajes que habían llegado vivos hasta el final de Hate Jazz. El final mezcla una ironía filosa acerca de cómo los yankis se ven a sí mismos con un homenaje a la ciudad de New York. No termino de entender si Altuna se está solidarizando con el pueblo newyorkino o cagándose de risa de su vulnerabilidad, pero bueno, será que este último tramo no me enganchó tanto como para prestarle demasiada atención.
Desde la primera viñeta hasta la última, Hate Jazz hace gala de una belleza y un impacto visual únicos, cortesía de la magia de Jorge González. Una vez más lo vemos inspirado más allá de cualquier límite, con un trazo y una paleta que nos recuerdan a Lorenzo Mattotti, Nicolás De Crécy y Miguelanxo Prado, más un montón de rasgos absolutamente personales, irreproducibles. González nos hace escuchar la música de los jazzeros, el pulso de la ciudad, los bocinazos de los taxis, el derrumbe de las torres. Nos mete en la historia de tal modo que nos involucramos con los cinco sentidos y nos entregamos por completo al ritmo del relato, perfectamente controlado por los autores. Esto es una joya visual, un premio para nuestros ojos.
Sin dudas, recomiendo Hate Jazz. Es un comic adulto, arriesgado, fuerte, con historias de violencia, furia, sexo, droga y (en vez de rockanroll) jazz. Es uno de los mejores guiones que escribió Altuna en su ilustre carrera, y a la vez tiene un cierto gustito a Carlos Sampayo, un genio a la hora de mostrarnos historias sórdidas ambientadas en New York o historias con músicos como protagonistas. Y está dibujada como la hiper-concha de Dios por un Jorge González deslumbrante, que combina virtuosismo con solvencia narrativa como muy pocos logran hacerlo. Papa MUY fina.
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Published on September 24, 2011 14:39

September 23, 2011

23/ 09: RANITAS


Otra vez mi paseo por la historieta latinoamericana actual me lleva al pantanoso terreno de la autobiografía, esta vez para conocer las filias y fobias de Nicolás Peruzzo, autor uruguayo de interesante trayectoria en el under, que ahora debuta con una novela gráfica de aspiraciones más masivas.
En Ranitas, Peruzzo se las ingenia para hablar mucho sobre sí mismo y a la vez generar la empatía y la identificación de un montón de gente que atravesó situaciones similares, en los mismos años (segunda mitad de los ´90 y principios de este milenio) y en la misma ciudad (Montevideo). Tallking ´bout my generation, dirían los Who. Peruzzo hilvana varias anécdotas inconexas que tienen que ver con su tránsito de la adolescencia pajero-kilombera hasta sus primeros pasos en el mundo del comic, en un tono claramente jodón. Con margen para la denuncia y un cierto compromiso con temas sociales, con algunas reflexiones muy notables (como la de "Las bandas que dejaron de ser tuyas") y sobre todo con humor, bastante ácido y explosivo, al estilo Hate.
Parte de la consigna de Ranitas es el diálogo directo con el lector. Peruzzo (que se dibuja a sí mismo como el batracio del título) nos habla de frente, nos da explicaciones, nos blanquea cosas que sintió (o le pasaron) cuando se sentó a armar este libro, con onda y honestidad. Incluso se hace cargo de su escaso virtuosismo para el dibujo, algo de lo que hablaremos después. Lo más logrado, para mi gusto, es el principio: la forma en que Peruzzo nos muestra las diferencias entre lo que hizo y lo que le gustaría haber hecho en algunos momentos clave de su infancia y adolescencia, un juego al estilo El Otro Yo del Dr. Merengue, realmente muy bien plasmado. Y lo otro maravilloso es cuando Peruzzo frena el relato para brindarnos una especie de guía por los boliches nocturnos que frecuentaba en los años en los que transcurre Ranitas, con data posta, conjeturas, vivencias, anécdotas… Muy ingenioso.
En general, todo el libro se lee bien, rápido, y aunque no conozcas los boliches y las bandas uruguayas de esta época, seguro vas a encontrar muchas situaciones y opiniones en las que te vas a ver reflejado. A menos que tengas más de 50 años, cero humor y cero idea de lo que es la secundaria, los recitales de rock, los grafittis, y la horrible sensación de que tus amigos se van a vivir a otros países porque en el tuyo no tienen futuro.
En cuanto al dibujo, Peruzzo se hace cargo de sus limitaciones y las pilotea con bastante solvencia. Lo mejor dibujado es –lejos- esa historieta dentro de la historieta en la que hace un team-up con Michaelangelo (la tortuga ninja), una secuencia de acción que rompe el esquema realista, o testimonial, pero con mucha onda. El resto, va fluctuando bastante, en parte porque las distintas secuencias que componen el libro fueron dibujadas a lo largo de varios años y en un orden distinto al que se publican en Ranitas. Pero está bien. Tiene algún afanito menor, y varios desafíos mayores, de los que Peruzzo sale bastante bien parado, sobre todo en la secuencia de "los rugbistas", que es como le dicen los uruguayos a los rugbiers.
El subtítulo de "catarsis y rock´n roll" le queda perfecto a este trabajo de un autor que se anima a pelar, a exponerse, a confesar y a compartir cosas de su vida, de su ideología, de su forma de entender la historieta. A veces con estridencia y siempre con huevos y con ganas de joder. Pero siempre a años luz de la inmadurez y la pelotudez adolescente, porque estamos frente a una obra que es –ante todo- fruto de la reflexión. Vale la pena.
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Published on September 23, 2011 13:46

September 22, 2011

22/ 09: EL CUERVO QUE SABIA


Retomo mi intento de puesta al día con el material argento y me encuentro con esta obra maestra de Kwaichang Kráneo, originalmente serializada en el blog Historietas Reales, ese al que varios lectores salieron a matar con argumentos pedorrísimos en los comentarios a un post reciente.
El Cuervo que Sabía tiene un sólo problema: es 100% anti-pochoclo. Y eso lo condena a pasar desapercibido frente a una masa consumidora que, en caso de olvidarse de los prejuicios y darle una chance, encontraría acá una cautivante anti-epopeya de ciencia-ficción que bien podía ser parte del ciclo de Edena, la saga noventosa (y fundamental) de Moebius. Hay acción, hay sexo, hay cosas que explotan a la mierda, y sin embargo Kráneo des-enfatiza estos elementos para quedarse con otros que le interesan más. Principalmente la búsqueda, el rito iniciático, el tránsito a la madurez de un personaje perfectamente delineado, riquísimo en sus matices, al que cualquiera que lea el libro quiere ver volver en una próxima aventura.
De pronto, el neuquino cambia las reglas de la ciencia-ficción del post-holocausto. De pronto, esta ambientación (habitualmente yerma y sombría como la imaginación de Gerardo Sofovich) se convierte en un escenario de conmovedora belleza, fértil para que crezcan (en vez de horrendas criaturas mutantes) los sentimientos, la conciencia y el intelecto ya no de "los humanos", sino del único ser humano que parece quedar vivo: el fascinante Mono (por "único", en latín). Mono es como una especie de anti-Kamandi. No busca el origen del gran desastre que acabó con la Humanidad, no lucha contra bichos, no rescata a chicas en peligro ni libera a tribus sometidas. Se hace un montón de preguntas, claro, pero tienen que ver más con su vida interior que con la vida (o más bien, sobrevida) de su entorno.
Los personajes, acostumbrados a una vida hiper-tecnificada, le otorgan un enorme valor a la información. Kráneo también, y la forma en que la dosifica y se la brinda al lector es uno de los grandes hallazgos de la novela. Con ideas zarpadas, climas pausados, buenos diálogos, y una sensación de vitalidad, de celebración de la vida a pesar de todo, el guión de El Cuervo que Sabía es placer puro.
Y aún así, lo que te parte el cerebro es el dibujo. Moebius (ya lo nombré) es sin duda una referencia obligada. Pero el trazo de Kráneo, esas pinceladas vigorosas, dinámicas, que parecen cobrar vida propia, en las que la línea cambia todo el tiempo de grosor y teje majestuosos claroscuros, nos remiten rápidamente a Oswal. Esto es algo así como un Oswal del futuro. Y después, hay cositas en el ritmo del relato y en la forma en que se mueven los personajes que me hicieron recordar a dos autores que no sé si Kráneo admira, ni siquiera si los conoce: Paul Pope y Jeff Lemire. Y Ana Miralles, claro, que era –hasta Kráneo- la más "moderna" de los seguidores de la línea de Oswal. Con toda esa sumatoria de nombres, te darás cuenta de que esto está muy, pero muy bien dibujado, y además sostenido por una narrativa a prueba de bombas atómicas.
Por su carácter anti-pochoclo, tengo la sensación de que El Cuervo que Sabía no va a ser un éxito. Ni siquiera entre los nuevos seguidores de Kráneo, los que los descubrieron cuando empezó a colaborar en la Fierro (ese otro antro de perdición, acusado de dar asilo a dibujantes improvisados y sn talento). Y la verdad es que sería una injusticia que este libro no arrasara con todo, porque tiene un vuelo, una originalidad y una calidad muy, muy poco frecuentes. Uno de esos orgullos, de esos motivos para esperanzarse por el futuro, ya no de la Humanidad (que según Kráneo se hará mierda en unos 150 años) sino en el de la historieta argentina, que –mientras siga gestando autores de este nivel- tiene garantizada la gloria por los siglos de los siglos, amén.
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Published on September 22, 2011 13:32

September 21, 2011

21/ 09: KAMUI: LA ISLA DE SUGARU


Otro trip a principios de los ´90, cuando en España el manga se publicaba en sentido occidental de lectura y en el formato tipo prestige (comic-books gruesitos y con lomo), de modo que una obra de unas 480 páginas (como esta) abarcaba siete tomos. Más grandes y más finitos que los actuales y hasta con cartas de los lectores, algo que hoy suena a bizarreada, mal.
La Isla de Sugaru es una de las sagas del ciclo conocido como La Leyenda de Kamui, una de las varias etapas por las que el maestro Sanpei Shirato guió al ninja Kamui, su más famosa creación, originada en la década del ´60 en la gloriosa revista Garo. Ambientadas en el período Edo, las aventuras del ninja renegado son un clásico indiscutido del gekiga, aunque en Occidente se las ha publicado más bien poco.
La Isla de Sugaru es un manga bravo, de difícil digestión. Cuando van menos de 15 páginas, ya vimos a dos tipos perseguir a una mina por el bosque, cagarla a trompadas y someterla sexualmente. En las 465 restantes, tendremos decapitaciones, mutilaciones, crucificciones, torturas y gente morfada por los tiburones, en dosis bastante tremendas. Lo que más hay es gente (y perros) convertidos en merienda para tiburones. Shirato se ceba mal con eso y nos muestra con lujo de detalles cómo los hermosos pececitos despedazan con sus dientes a los humanos, cómo les arrancan de a poco los miembros con sus letales dentelladas, hasta dejarles poco más que la cabeza y un charco de sangre. Para el otro lado también hay: nunca viste tantos tiburones arponeados y trozados como en este manga.
Y por supuesto, hay traidores miserables (la revelación de la identidad del más turro de todos es el único punto flojo del argumento), señores feudales despóticos y ninjas que tratan de cazar y matar a Kamui, simplemente porque eso les ordenó el jefe de su clan. Kamui va a zafar de todo y de todos (hasta de una quinceañera que se quiere casar con él) mediante su ingenio, pero sobre todo mediante su dominio sobrehumano de todas las técnicas de combate de los ninjas. Y acá es donde Shirato la rompe: la destreza física y la habilidad de Kamui para el combate están plasmadas de un modo hipnótico, vertiginoso, y son en muchos tramos el elemento que hace avanzar a la trama. La machaca física es muy, muy abundante, pero está bien compensada con los momentos más tranquilos, esos en los que Shirato se cuelga a contemplar los paisajes, los animales (majestuosa la secuencia de las aves rapaces en el último tomito), los detalles de la vida cotidiana de aquella época, perfectamente reproducidos.
La co-protagonista es Sugaru, otra ninja renegada, casi tan hábil como Kamui, pero Shirato la hace bien: no es un guerrero con tetas, sino una mina hecha y derecha, que además pertenece (secretamente) a un clan ninja. Todos los personajes están bien trabajados, excepto el que termina por revelarse como el villano grosso, ya que tuvo (a lo largo de la saga) seis millones de oportunidades de boletear a Kamui casi sin despeinarse y no las utilizó. Algo falla en la motivación del personaje, o por ahí Shirato pegó un volantazo de último momento y cambió (para desorientar al lector) la identidad del traidor.
El dibujo del sensei es absolutamente glorioso. Su dominio de las manchas negras y las tramas mecánicas te pone los pelos de punta, pero se queda chiquito cuando estalla la violencia y se viene el festival de las líneas cinéticas. Ahí Shirato saca mucha diferencia. Por supuesto, están cuidados también los climas, las expresiones faciales, los fondos. Todo es un placer y todo impacta a full. La narrativa es impecable, con los tiempos que se ralentizan y se aceleran, las secuencias mudas desarrolladas con enorme sabiduría, y todo se entiende de modo claro y cristalino, lo cual habla a favor de quienes adaptaron este manga al sentido de lectura occidental.
La Isla de Sugaru, con su trama recontra-heavy de redención y venganza, es aventura para adultos de altísima calidad. La violencia y la crueldad le ganan por goleada a la ternura y –como en todo gekiga- el humor brilla por su ausencia. Aún así, Sanpei Shirato nos mete de lleno en una saga de increíble intensidad, con margen para un cierto vuelo poético y con el espacio suficiente como para que se luzca un dibujo absolutamente magistral. Un lujo.
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Published on September 21, 2011 15:20

September 20, 2011

20/ 09: WOLVERINE: BLOOD HUNGRY


Parece mentira, no? Veintiochomil meses de blog y nunca reseñé un comic de Peter David, el querido Gordo, uno de los guionistas fundamentales del comic yanki de los ´90, que hoy no sólo conserva casi intacta su vigencia, sino que además sigue teniendo bochas de fans. Pero bueno, acá está el Gordo, con un comic de hace 20 años, originalmente serializado de a ocho paginitas por quincena en la revista Marvel Comics Presents.
El guión de Blood Hungry es 100% mainstream: sencillo, redondito, con la ventanita del final abierta para que el villano pueda volver, y con un par de escenas bastante emotivas, como para que la machaca no quede tan expuesta, para que el conjunto parezca un poco menos cabeza. Acá nos espera el Wolverine de Madripoor, el que opera por afuera de la órbita de los X-Men (aunque luce el traje amarillo y marrón, que nunca debió haberse sacado) y que se transa a Tiger Tyger, una sensual capo-mafia con mínimos códigos a la hora de controlar los negocios turbios de la islita. Tyger parece buena en comparación con el General Coy, el otro líder del hampa de Madripoor, que no tiene el más mínimo reparo a la hora de ganar guita por zurda. Y los dos parecen carmelitas descalzas cuando entra en escena Cyber, un hijo, nieto y bisnieto de puta, que viene a ofrecer un poderosísimo alucinógeno, que le dará a quien lo controle la manija definitiva sobre el crimen de Madripoor.
Hete aquí que (en un giro típico de esta época) Wolverine y Cyber se conocen de hace mil años, y tienen en su pasado una historia muy heavy (que David intencionalmente narra en flashbacks muy borrosos, cuando Wolvie está bajo los efectos del alucinógeno), en la que el canadiense se llevó la peor parte, lejos. Ahora es hora de vengarse, pero claro, no cualquiera le gana a Cyber. El combate entre los dos amos del adamantium va a ser bravísimo, y se va a resolver con un as que David pelará de abajo de la manga, pero de modo lícito, porque nos mostró còmo y cuándo se lo guardaba. El libro abre y cierra con dos escenas muy lindas, con lo más parecido a un vuelo poético que se le puede pedir a un comic de Wolverine, y lo más atractivo del desarrollo son (como suele suceder en los comics del Gordo) los diálogos. El General Coy y Tiger Tyger se llevan los mejores bocadillos, pero Cyber y Logan también tiran muy buenos retruques, chistes y comentarios ingeniosos.
Digno y todo, el guión palidece por completo frente al dibujo. Porque acá explota Sam Kieth, y cuando explota Sam Kieth se va todo al carajo y más allá. Lo que hace acá el creador de The Maxx es indescriptible. Exagera groseramente la anatomía, lleva a los extremos las expresiones faciales, se cuelga con unos detalles imposibles, unos cross-hatchings enfermizos, tramitas, texturitas, los pelitos de Wolverine, las roturas de la ropa… Kieth no mezquina nada y sobredibuja a morir, pero en su estilo bizarro y pasado de rosca. Sólo el rostro de Tiger Tyger muestra alguna pretensión de realismo. El resto, pasa todo por el distorsionado prisma de esta bestia del dibujo. Y si se va a la mierda en las secuencias normales, imaginate lo que pela cuando nos muestra los recuerdos de un Wolverine drogado con el alucinógeno de Cyber. Surrealismo es poco.
Kieth además juega muchísimo con la narrativa. Abre casi todos los episodios de 8 páginas con splash-pages monumentales, lima en algunas composiciones tanto en las luchas como en las escenas más tranqui, y a la vez mecha páginas donde la narrativa es ajustadísima, como un mecanismo de relojería, que son esas donde más se luce el infalible timing para la comedia del Gordo David. Visualmente, Blood Hungry es una salvajada de enorme belleza plástica. Me lo imagino en blanco y negro, o recoloreado con las técnicas actuales, o pintado en acuarelas por el propio Kieth, y me derrito de la emoción. Sin dudas, este fue el trabajo que le levantó el perfil a Kieth y lo convirtió en un favorito de la hinchada, con luz verde para emprender obras mucho más jugadas (como The Maxx, claro) y vender fortunas.
No lo pongo en la lista de los imprescindibles, pero si sos fan de Peter David, de Sam Kieth, o de Wolverine, seguro ya lo tenés y ya lo subiste a un pedestal del cual se complica bajarlo, incluso 20 años después.
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Published on September 20, 2011 13:36

September 19, 2011

19/ 09: VIÑETAS CORDOBESAS


Este finde estuve en Córdoba. La excusa esta vez fue el Viñetazo, un evento organizado por el grupo V de Viñeta, que debutó el año pasado con una edición impresionante, sólida y atractiva por donde se la mire.
Este año no se pudo recrear la magia del 2010, ni arrimar siquiera. La primera complicación vino por el lado del calendario. Originalmente, se armó todo para el viernes 16, sábado 17 y domingo 18. Después se acordaron de que ayer (domingo 18) había elecciones de intendente y concejales, y se decidió cambiar el domingo por el jueves. El resultado fue una sensible baja en la cantidad de público, ya que el jueves hubo poquísima gente en todas las actividades, que además fueron pocas.
Por otro lado, en Córdoba hay una Feria del Libro bastante grossa, en una plaza re-céntrica, con entrada libre y gran afluencia de público. La Feria ofreció una excelente muestra de trabajos de Ciruelo y varias charlas y talleres a cargo de los autores de Llanto de Mudo, y del astro mendocino, el gran Chanti. Como pasó en La Paz, la integración entre el evento comiquero y la Feria del Libro fue muy poca y para nada armónica. Por ende, el evento más masivo (la Feria) no retroalimentó al menos masivo (el Viñetazo), mientras que el fan del comic dividió su tiempo, su atención y su presupuesto entre el Viñetazo y la Feria.
Por si faltara algo para distraer al comiquero de lo que el Viñetazo tenía para ofrecerle, el viernes se realizaron en el CCEC (Centro Cultural de España en Córdoba) una serie de talleres a cargo de varios referentes de Historietas Reales: Max Aguirre, Federico Reggiani, Kwaichang Kráneo, Fabián Zalazar, Hernán Cañellas y Fran López movilizaron a una tropa hacia actividades que no tenían nada que ver con el Viñetazo y que por momentos lo eclipsaron.
Pero todo esto hubiese sido casi anecdótico si el Viñetazo se hubiese hecho –como el año pasado- todo en un solo lugar. Esta vez primó el (a mi juicio erróneo) concepto del multisede, y así fue como el majestuoso centro cultural El Buen Pastor (sede de todas las actividades del 2010) este año albergó sólo a algunos stands promocionales (donde no se vendía nada), dos muestras (una colectiva y una sólo de Chanti) y un ciclo de charlas, que obviamente explotó con Jorge Lucas, con Robin Wood, y no mucho más. Muchas de las charlas tuvieron una concurrencia escasa, producto de los horarios, supongo yo, porque un jueves a las 16 es medio al pedo organizar charlas, más allá de quién las dé.
¿Los talleres? Se hicieron, pero muuuy lejos del Buen Pastor. Y con poca gente. ¿Y si querías comprar algo? Tenías que caminar unas ocho cuadras, atravesar la Feria del Libro y llegar a una especie de patio con varios niveles, subir varias escaleras, y recién ahí encontrar los stands, donde obviamente se vendió muchísimo menos que el año pasado. Sobre todo jueves y viernes, que hizo mucho calor (no daba para patearse esas ocho cuadras, ni ahí) y que los autores invitados no aparecieron ni a saludar. El sábado, con Lucas, Wood, Carlos Gómez, Diego Parés, la visita de algunos de los autores que vinieron a dar talleres al CCEC, los autores invitados por Llanto de Mudo (Gustavo Sala y Luciano Saracino) y un clima más agradable, los patios semi-desiertos del Obispo Mercadillo se poblaron un poco más y se empezaron a parecer un cachito más a un ámbito de reunión comiquera. Andá a saber cómo llegó la gente hasta ahí, porque en TODA la gráfica del Viñetazo y en los cronogramas que se repartían, sólo se mencionaba como sede al Buen Pastor, pero bueno, el sábado apareció algo así como un público.
Por suerte, la mayoría de los integrantes de V de Viñeta se dieron cuenta rápido del error brutal que significó repartir el Viñetazo entre tres sedes, y con humildad y buena voluntad, laburaron extra para tratar de que las sedes medio mortadela repuntaran con el correr de los días. Y como siempre, la posibilidad de compartir charlas, morfis y caminatas con los amigos y colegas, más el contacto con los fans, editores y comerciantes de Córdoba, hicieron llevaderos los tres días, incluso cuando pasaba poco y nada. Ojalá el año que viene el Viñetazo se parezca mucho más al de 2010 que a este, que sin ser desastroso, quedó bastante lejos del nivel de la primera edición.
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Published on September 19, 2011 05:51

September 18, 2011

18/ 09: HISTORIETAS DEL SOTANO Vol.1


Hace ya un tiempo, alumnos y profesores de la escuela Sótano Blanco (fundada por el ídolo Juan Bobillo) empezaron a subir historietas a la web, en un blog llamado Historietas del Sótano. Y hace un tiempito, una selección de los trabajos subidos al blog se convirtió en el primer tomo de una antología, que hoy se consigue en comiquerías.
Como sucede muchas veces, los autores suben al blog historietas pensadas y realizadas a color, y el libro, al editarse en blanco y negro, nos muestra otra cosa, que muchas veces no está a la altura de lo que concibieron los artistas. Acá hay varias historietas que sufrieron bastante el paso de color a grises y bueno, es algo contra lo cual habrá que remar, cada autor con las armas que tiene a mano. Pero eso no es el punto débil de esta antología. Lo más flojo son (como suele suceder) los guiones. Porque son demasiado fumados, porque en poquitas páginas no logran desarrollar las consignas, o simplemente porque están mal escritos, con una redacción confusa o faltas de ortografía.
Veamos qué se puede rescatar.
La de Marcelo Sosa (dibujante de inmenso talento) sufre de las cosas ya mencionadas: guión flojo y difícil pasaje a blanco, negro y grises. Además, la narrativa tiene serios problemas. La de Rodrigo Luján, en cambio, es un lujo: la pérdida del color casi no jode, el dibujo es hermoso y el guión cierra por todos lados y hasta te logra conmover. Un lujito.
Otro guioncito redondo es el de El Moro Blanco, una historieta muda de Juan Bobillo, a la que el blanco y negro le resta muchísima onda, pero igual es hermosa. La de Feliciano García Zecchín es otra con buen guión, buen dibujo y casi intacta tras el pasado a grises. Muy buen material, lástima las faltas de ortografía. Y cierran las tiras de Coca, Ramón y Fernet, otra maravilla de Bobillo que espero ver pronto recopilada en álbum y a color.
Después tenemos varias historietas pensadas para blanco, negro y grises. La de Cutro es casi buena. La de Keki Unpuntito tiene (creo que por primera vez en la trayectoria de esta heroína del under) un buen guión. La narrativa es complicada, pero por lo menos la historia te atrapa. La de la dupla Ricardo Ferrari-Diego Aballay (consagrada en Italia) funciona bárbaro porque tiene pocas pretensiones. Las seis páginas alcanzan perfecto para contar la historia, la narrativa es cristalina, los textos están buenos y el Chueco Aballay dibuja en blanco y negro puro, con clase y de taquito. Las de Salvador Sanz y Pedro Mancini están my, my bien dibujadas, pero los guiones son medio etéreos, cercanos a la mera paja visual. Y el resto, es todo bastante olvidable.
Por ser el primer número de una antología, se re-banca. Estamos frente a un proyecto que vale la pena apoyar, porque de pronto nos permite leer a tipos muy grossos como Bobillo, Sosa, Aballay, Sanz, El Bruno, Feliciano… y además descubrir a autores nuevos, chicos y chicas del siempre fértil semillero nacional. Un semillero que lamentablemente da más dibujantes que guionistas, pero bueno… vamos de a poco, que de a poco también se llega.
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Published on September 18, 2011 08:38

September 17, 2011

17/ 09: CORRERIAS DEL SR. Y LA SRA. RISPO


Por fin me toca leer este libro que desde que apareció allá por Junio no paró un segundo de cosechar excelentes críticas y espectaculares ventas. Finalmente puedo dar mi veredicto al respecto y es que Diego Parés se lo tiene muy merecido. Este libro es una verdadera fiesta, un deleite de principio a fin, repleto de talento, de onda y de mucho ingenio.
Lo más loco de todo es que estamos ante una especie de criatura de Frankenstein. De las 128 páginas que componen este libro, la gran mayoría habían aparecido a modo de historietas cortas en Barcelona, Fierro, o Lule le Lele. Historietas cortas obviamente autoconclusivas, sin "continuará". Pero a Parés se le ocurrió una forma inteligentísima de hilvanar esas peripecias breves con secuencias inéditas para dar forma a una alucinante (tum-tum, tum-tum) "novela gráfica", término que al autor le molesta, pero que sirve en algún punto para definir a esta aventura extensa del matrimonio más salvaje de la historieta argentina. Cuando lo leés, es casi imposible imaginarte (o percibir) que esto que se lee así, de un tirón, presa de un vértigo y un frenesí incomparables, originalmente tenía varios principios, varios desarrollos y varios finales. Evidentemente, ese laburo de conectar las historias cortas con secuencias nuevas está tan bien hecho, que resulta casi imperceptible.
Lo que más me llama la atención de esta epopeya de Parés es la libertad que derrochan estas páginas. La grilla es clásica, la puesta en página sumamente acotada por el formato de tiras, y aún así, el libro transmite la sensación de que acá puede pasar cualquier cosa, de que no hay límites, de que para Parés vale todo a la hora de involucrarte en este festival del delirio y la guarangada. Y lo otro muy, muy notable es el ritmo, la velocidad, el clima de trip al carajo imposible de frenar. Parés no se cuelga en boludeces. Sus argumentos avanzan a paso firme, a fuerza de secuencias muy logradas y de diálogos afilados, con la dosis justa de disparate. Y cuando se cuelga, lo hace tan obvio, que eso pasa a ser parte importante del relato. Por ejemplo, cuando los personajes hacen una pausa en la aventura e interactúan en el backstage de la misma. O en esa secuencia de tres páginas en las que sólo vemos una caída ("solo" es un decir, porque Parés aprovecha esa caída para mostrarnos un montón de cosas…).
Y lo mejor llega al final, en esas 10 páginas en las que Rispo se llena las bolas y en un arrebato de violencia, emprende la masacre más cómica de la historia de este medio. Si hasta ahora los excesos venían por el lado de las porongas, acá Parés agarra para otro lado y brinda una inolvidable cátedra de incorrección política, como para terminar de redondear una historieta de impresionante intensidad.
Para que la fiesta sea completa, sólo falta mencionar la apabullante calidad del dibujo de Parés, que deja la vida en cada viñeta. Hay una secuencia increíble, dibujada sin lápiz, con una línea más chunga, más sucia, que es la de los hongos alucinógenos. Una genialidad. Y la del backstage, que incorpora grises aplicados con aguadas, para dar una imagen más amistosa y a la vez más sofisticada (aunque los personajes siguen haciendo las atrocidades de siempre). El resto es el clásico dibujo de Parés: dinámico, suelto, con gran atención por las texturas, la iluminación, el movimiento, las expresiones faciales y corporales (fundamentales cuando pesa tanto el slapstick), siempre hábil para sintetizar y darle la bola justa a lo que realmente importa mostrar. Fuera de joda, este es uno de los lanzamientos absolutamente fundamentales en lo que va de 2011. Si te gusta la historieta humorística, lo tenés que tener, de una.
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Published on September 17, 2011 20:13

September 16, 2011

16/ 09: CNHRF 10


Hoy me toca algo inédito: discutir con un jurado. Carlos Barocelli, Raúl Acosta y Max Cachimba se juntaron un día a evaluar a los trabajos que competían en el Concurso Nacional de Historieta Roberto Fontanarrosa 2010, y eligieron los que a ellos más les gustaron. Este libro incluye al ganador, al que salió segundo, al que se llevó un premio especial destinado a la producción rosarina, y varios más, destacados por el jurado.
El primer premio se lo dieron a Gabriel Keppl, por la historieta Knock Out. El guión está realmente muy bueno, original, ingenioso, con vueltas de tuerca que no te ves venir. Muy bueno el color, bien resuelta la narrativa, pero el dibujo en sí bastante del montón. Hay varios mejores, sin salir de este librito.
El segundo premio se lo llevó Diego Tripodi, por su historieta El Angel del Ascenso. Acá también, el guión es atrapante, redondito, muy ingenioso, pero el dibujo no está al nivel de otros trabajos de Tripodi, conocido sobre todo porque labura para editoriales chicas de EEUU y porque alguna vez publicó en la Comiqueando.
Y el ganador en la categoría Historieta Rosarina fue Giuliano Longuetti, cuyo trabajo parece el de un chico menor de 15 años. De no ser así, no tiene mucho sentido que se haya premiado esa historieta, floja por donde se la mire,
Pero entre las que no ganaron nada, hay varias muy buenas. La de Tony Ganem defrauda apenitas en el final, pero está obscenamente bien dibujada y es –otra más- muy, pero muy original. La del cordobés Ziga, al revés: el guión te hipnotiza hasta el final, con una estructura que parodia a un montón de películas yankis, y el dibujo podría estar un cachito mejor, sobre todo el color que es medio fulero. Cualquiera de esas dos podría haber ganado, tranquilamente.
Rocafulbo (de Rold) ya no es tan buena, ni en guión ni en dibujo. Victoria, de Juan Kern y Gastón Flores, hace gala de un dibujo impresionante, pero el guión no dice demasiado y además sufre su excesiva brevedad. La de Ruminant mezcla un guión bastante interesante, atractivo a pesar de su sobredosis de clichés. Con un dibujo extraño, pero bastante bien logrado. El Humano, de Gonzalo Ruggeri, se queda en una buena idea, pero falla en el desarrollo. Y se luce, obviamente, en el dibujo que es espectacular.
Presente, de Gabi Rubi, tal vez sea lo más flojo del tomo. Por suerte son sólo dos paginitas. Un Nuevo Deporte combina una buena idea, con buenos dibujos, pero no está bien traspasada a la historieta. Era una idea bárbara para un artículo ilustrado, o para un monólogo de stand-up. Igual me gustó bastante.
Y me quedan tres excelentes, que para mi gusto están mejores que las galardonadas por el jurado. El Doble de Lupo, de Pedro Sanna, es la más fontarrosesca de todas. Está bien pensada, bien escrita y bien dibujada. No entiendo por qué no ganó. El Invencible, de Pedache, es otra historieta sólida y original, a prueba de balas. Supongo que no ganó por ser en blanco y negro. Y lo mismo se aplica a El Destino de El Destino Sporting Club, un grotesco brillante, escrito y dibujado por Industrias Lamonicana, con un nivel recontra-profesional.
En síntesis, este librito trae muy, muy buen material, sumamente disfrutable. No sólo para conocer a nuevos valores de la historieta argentina. También para cebarse con historietas realmente grossas, al nivel de lo que se publica en cualquier medio importante. El glorioso Negro estaría más que orgulloso de que su nombre figure grandote en la portada.
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Published on September 16, 2011 16:27

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Andrés Accorsi
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