Sergio Mars's Blog, page 8

March 7, 2024

Una educación mortal

En 2020 Naomi Novik dio inicio a una nueva serie, en principio orientada hacia el mercado juvenil, la trilogía de la Escolomancia, con «Una educación mortal» («A deadly education»).

Superficialmente, se trata de una más de las historias que últimamente proliferan, a la estela todavía de la serie de Harry Potter, sobre escuelas de magia. La diferencia radicaría en el carácter oscuro de la historia (que no necesariamente maligno). Algo de eso hay. De hecho, en muchos aspectos puede interpretarse «Una educación mortal» como una crítica a determinados aspectos de la creación de J. K. Rowling. Bajo eso, sin embargo, hay mucho más, como no podía ser de otra forma con una autora que ya lleva años demostrando su capacidad para entretejer significados adicionales en subgéneros aparentemente tópicos.

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Para empezar, «Escolomancia» es un término que proviene del folclore rumano y antecede con mucho a las escuelas de magia de la fantasía moderna (cuyas primeras manifestaciones datan de la década de 1950). La Solomonărie era un supuesto enclave subterráneo de Transilvania en el que el diablo instruía a alrededor de diez estudiantes a la vez para convertirse en magos (solomonaris) y a la postre llegar a controlar el tiempo a lomos de dragones. Hacia finales del siglo XIX, esta tradición eslava fue divulgada en Alemania (donde se transformó en «Scholomance») y el Reino Unido (a tiempo de influir en Bram Stoker y ser referenciada en «Drácula«).

En la serie de Novik, la Escolomancia es una gigantesca escuela subterránea a donde son transportados los niños mágicos de todo el mundo al cumplir los catorce años (al menos los que tienen suerte). Allí, durante cuatro años, aprenderán las artes mágicas (hechizos, pociones y construcción de artefactos encantados), mientras se esfuerzan por sobrevivir ante una incesante sucesión de peligros que culminan el día de la graduación con una gran batalla contra monstruos que aguardan para comérselos. De normal, una cuarta parte de los alumnos no sobrevive para graduarse… y aun eso es preferible al cuarenta por ciento que moriría en el exterior durante esa etapa crítica de su vida, porque el mundo está repleto de maleficaria, criaturas cuyo único propósito es nutrirse del maná de los mágicamente adeptos.

Dentro de la escuela, además, no existen muchas normas. La existencia es una continua batalla por la supervivencia en primer lugar y por la adquisición de conocimientos y habilidades que aseguren la supervivencia posterior (e, idealmente, el reclutamiento por parte de algún enclave). Constituye una auténtica lucha darwiniana, en la que no faltan alianzas y frentes comunes, pero también egoísmos y traiciones. Si entras como parte de un grupo ya consolidado, genial, tus posibilidades son relativamente buenas. Si no, más vale que juegues bien tus cartas, porque el fracaso solo conlleva un resultado: la muerte.

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La protagonista de la historia es Galadriel (El según su propia preferencia), una chica de tercer año que no es precisamente de las más populares. De hecho, se ha ganado a pulso la fama de brusca, e incluso corren sospechas de que podría tratarse de una malefice (una bruja que obtiene el maná de matar a otros animales… o brujos). El no posee contactos. Su madre es una hippie galesa, muy bien considerada como sanadora, pero totalmente ajena a la política de los enclaves e incluso a la noción de cobrar por sus servicios. Su padre murió, sacrificándose durante su graduación para que su madre, embarazada de ella, pudiera huir; y la familia paterna, de un próspero enclave de la India, la ha repudiado porque veían en ella el potencial para convertirse en la mayor malefice de la historia.

Su vida, además, se complica cuando Orion Lake, el azote de la maleficaria y el favorito de todos en la escuela, la salva (sin tener en cuenta su opinión) del ataque de un devoralmas. Desde ese momento sus cuidadosos planes y estrategias se vendrán abajo, y se verá obligada a reaccionar, porque el fin de curso se acerca y luego solo restará un año para no solo integrar una alianza potente que le permita sobrevivir a la graduación, sino obtener el suficiente renombre (positivo) para que la consideren siquiera como candidata en algún enclave.

La novela se estructura en torno a dos ideas principales. La primera constituye una crítica a muchos de los tópicos recurrentes del subgénero de las escuelas de magia en general, con una subversión completa del concepto del Elegido. Porque El es una Elegida, sí, pero para causar la ruina del mundo. Su educación es una pelea constante por escoger el camino correcto, aunque su afinidad apunta invariablemente hacia el asesinato en masa. Por otro lado, el peligro en la Escolomancia es real y despiadado. El mundo que imagina Novik es cruel e implacable, y la estancia en la escuela supone tanto una lucha continua contra las adversidades como una competencia salvaje entre pares, lo que se traduce en un brutal rito de madurez de cuatro largos años.

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Además, pronto empieza a manifestarse el otro subtexto de la obra, que es la denuncia de la brecha de clase en el plano educativo, de la desigualdad de oportunidades, del esfuerzo diferencial que una misma tarea exige a los que no cuentan con recursos, ni con redes familiares o influencia social, respecto a los privilegiados. La divisa del mundo mágico no es tanto el dinero como el maná, y la diferencia entre poseer cantidades poco menos que ilimitadas y tener que sacrificarte por obtener lo más básico es literalmente una cuestión de vida o muerte.

En torno a todo ello Naomi Novik estructura una historia de transformación y crecimiento personal, no solo por lo que respecta a la protagonista, sino en menor medida para con otros personajes, sobre todo los privilegiados, a los que enfrenta a la hipocresía de sus posturas y creencias. Por ejemplo, se comenta que la apertura de la Escolomancia a todos los magos no tuvo nada de altruista, sino que era la forma de asegurarse de que, ya que de todas formas iba a morir una cuarta parte de los estudiantes, el sacrificio recayera sobre todo en los «pobres».

De cualquier forma, dado que el punto de vista está absolutamente centrado en El (que es la narradora), el suyo es el camino más importante, y asistimos a sus torpes intentos por forjar algo que siempre le ha sido esquivo: una amistad (desde que despertaron sus poderes a los nueve años, su vida ha sido una constante lucha solitaria, aparentemente desesperada, por la supervivencia). Esto supone que es un personaje dañado, obligado a soportar la terrible presión de un destino funesto que jamás ha buscado y que la aliena incluso de sus supuestos iguales. Así pues, su triunfo resulta doblemente satisfactorio, porque se lo ha ganado a pulso. Eso sí, en la Escolomancia ningún logro es permanente… y le quedará un año entero antes de poder graduarse.

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Para concluir, me gustaría mencionar otro detalle que me ha encantado de la novela y que, como no tiene mucho que ver con los temas de fondo, no había tocado todavía; y es que el concepto de la magia en este mundo es soft. Es decir, no hay ese sistema estricto que tan de moda se ha puesto, sino que funciona (o no) en base a parámetros subjetivos, mediante afinidades, por el influjo mismo de la creencia. Eso es algo que en estos momentos resulta hasta refrescante, porque la magia tiene que ser así: salvaje e imprevisible… como la vida misma.

En la parte negativa, he tenido la impresión de que la traducción flojea bastante en determinados momentos, hasta el punto de hacer confusas algunas escenas.

«Una educación mortal» obtuvo una nominación al premio Lodestar (que se entrega desde 2018 en paralelo con los Hugo a las mejores obras fantásticas juveniles… aunque la adscripción de esta novela a dicha categoría sería debatible). Es un premio que sí obtuvo la segunda entrega («El último graduado», 2021) y para la que de nuevo fue finalista la tercera y última («Los enclaves dorados», 2022).

Otras opiniones:

De Adrián Trujillo en Revista BlasterDe Eurus en Jardines de PapelDe Bárbara en Sueños entre PáginasDe Sergio Guillén en Mew MagazineEn El Rincón de MarlauDe Vic en Vía News

Otras obras de la misma autora reseñadas en Rescepto:

El dragón de Su Majestad (2006)Un cuento oscuro (2015)Un mundo helado (2018)

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Published on March 07, 2024 04:09

March 1, 2024

Proyecto Hail Mary

Andy Weir era un programador que durante años fue presentando sus historias gratuitamente en su página web. Tras diversos textos que le brindaron cierta relevancia, en 2011 publicó por entregas su primera novela (aparte de un intento previo que no fructificó en su momento), «El marciano», una modernización del arquetipo de Robinson Crusoe, con un astronauta obligado a sobrevivir, solo y sin apenas suministros, en Marte durante meses. La buena acogida de este proyecto lo llevó a autoeditarlo como libro electrónico en Amazon, donde pronto escaló hasta lo más alto de las listas de ventas.

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Por aquellas fechas los sellos editoriales se mantenían al tanto de este tipo de fenómenos y Crown Publishing (un sello de Random House) le ofreció un contrato de edición tradicional, que fructificó en 2014, con un texto revisado. A partir de ahí llegó el éxito, que se materializó también en una adaptación cinematográfica, dirigida por Ridley Scott en 2015 que se convirtió en la décima película más taquillera del año, y cimentó la carrera literaria de Weir que ha producido hasta el momento otras dos novelas: «Artemisa» (2017) y «Proyecto Hail Mary» («Project Hail Mary, 2021).

Todas la novelas de Weir hasta la fecha se caracterizan por una ambientación similar (futuro cercano) y una atención cuidadosa para con los detalles técnicos, recuperando en cierta forma el espíritu de la ciencia ficción clásica. «Proyecto Hail Mary» parte de una premisa sugerente: la energía recibida del Sol ha empezado a decaer y, tras investigar el fenómeno, se descubren unos mircroorganismos, a los que se bautiza como astrófagos, que han establecido una conexión entre la estrella y Venus y que parecen ser los responsables de esta circunstancia potencialmente catastrófica. Lo que es más, los astrónomos determinan que en determinado radio, nuestras estrellas vecinas también han reducido en fechas recientes su luminosidad en un diez por ciento (algo que sería apocalíptico para la especie humana). Todas menos Tau Ceti.

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La única esperanza de la humanidad, por tanto, radica en descubrir la causa de esta anomalía y tratar de replicarla. El problema es que Tau Ceti se encuentra a doce años luz de la Tierra y nunca hemos viajado más lejos que nuestro satélite. Por fortuna, el estudio de los astrófagos abre de repente una ventana a los viajes a velocidades cercanas a la de la luz, lo que permitirá organizar una misión de exploración y salvación in extremis (de ahí el título de la novela, pues un pase Hail Mary o Ave María, en fútbol americano, es el que se efectúa a larga distancia y a la desesperada cuando un partido está a punto de terminar en derrota).

El protagonista y narrador de la historia es Ryland Grace, el especialista científico de la Hail Mary, quien despierta tras un coma inducido de cuatro años (subjetivos) para descubrirse solo en la nave. Sus dos compañeros, el comandante Yaó y la ingeniera Iliujina (el autor es extremadamente optimista con respecto al espíritu de colaboración internacional frente a la ordalía común) no han sobrevivido al viaje, así que se encuentra solo ante el mayor reto de la historia de la humanidad. No solo eso, sino que se ha despertado con amnesia, por lo que su primer desafío será recordar quién es, dónde está y qué se espera de él.

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Así, se articula la narración en dos líneas narrativas que se alternan. La primera, la de la misión en el sistema Tau Ceti, se desarrolla, en la misma línea que «El marciano», como una sucesión de desafíos científicos que Grace (y su sorprendente aliado) tendrán que superar para proporcionar siquiera una oportunidad a quienes se han quedado allá en casa. La segunda, constituye una serie de flashbacks, los recuerdos que van aflorando en la mente del astronauta, que dotan de contexto a la historia y detallan el modo en que se fue preparando la misión desde el momento en que se descubrieron los astrófagos.

El estilo de Weir es ágil y didáctico, tal vez demasiado didáctico para quienes gustan de un hard con un poco más de calado. Porque «Proyecto Hail Mary» la clasificaría como una novela hard pop, cuidadosamente diseñada para ser apta para todos los públicos, independientemente del nivel de conocimientos físicos, y eso es una diferencia con respecto a sus obvias antecesoras (las historias de exploración de Hal Clement primero y Robert L. Forward después). El contexto científico no constituye tanto un acertijo a resolver como un marco del que extraer legitimidad. Así pues, que nadie busque especulación sorprendente o giros conceptuales una vez planteada la premisa. La novela es aventura ingenieril; nada más… y nada menos.

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¿Quiere eso decir que no es recomendable? ¡En absoluto! Si no se le plantean exigencias que no puede o no quiere satisfacer, «Proyecto Hail Mary» es una novela de lo más entretenida, con un ritmo muy bien medido y el siempre fiable recurso de ir planteando al héroe un problema tras otro, para que los supere apelando a su ingenio (y, en muchas ocasiones, al comodín del ingeniero casi mágico). En ese sentido, es una historia modélica, que mantiene sin problemas el interés del lector.

Después ya podemos ponernos tiquismiquis con respecto a que la estructura es demasiado conveniente (es poco probable que los recuerdos vayan recuperándose en el estricto orden cronológico en que se disponen y dando la casualidad de que se entrelacen con tanta complementariedad con los acontecimientos en tiempo presente), o a que las respuestas a las grandes cuestiones planteadas tienen un pequeño tufillo a deus ex machina (ya ni entro en lo de que la biología «alienígena» no tiene ni pies ni cabeza, porque este tipo de historias nunca se han caracterizado por considerarla una ciencia al mismo nivel que la física u ocasionalmente la química). De buenas a primeras, sin embargo, Andy Weir es lo bastante hábil como para hacernos aparcar todas esas objeciones (si realmente está en nuestro ánimo plantearlas) y disfrutar del viaje.

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A veces, todo lo que necesitas es una aventurilla agradable y poco exigente, pero que al mismo tiempo se tome la molestia de ofrecer un escenario razonablemente riguroso que enfrente al intelecto humano contra el impersonal desafío de un universo hostil.

«Proyecto Hail Mary» obtuvo una nominación a los premios Hugo, siendo derrotada por «A desolation called peace», de Arcaky Martine (segunda entrega de su serie del Imperio teixcalano, tras la también premiada «A memory called empire«). El resto de nominadas fueron «The galaxy and the ground within» de Becky Chambers (cuarta entrega de las aventuras de la Peregrina), «Light from uncommon stars» de Ryka Aoki, «El señor de los djinn» de P. Djèlí Clark (premio Nebula) y «Ella que Llegó a Ser el Sol» de Shelley Parker-Chan. De igual modo, se alzó con el premio Dragon de ciencia ficción de la Dragon Con (el segundo para el autor tras el cosechado por «Artemisa»).

Otras opiniones:

De Santiago García Soláns en SagacomicDe Juan José Castillo en Crónicas LiterariasDe María en Modus LeyendiDe La Insomne en MomokoDe Déborah F. Muñoz en Anika EntrelibrosDe Jaime Santamaría en Fantasymundo

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Published on March 01, 2024 02:04

February 20, 2024

La máquina espacial

El pasado día 2 falleció, a los 80 años, el autor británico Christopher Priest.

Priest publicó su primer relato, «The run», en 1966 y pronto se profesionalizó, editando su primera novela, «Indoctrinario», en 1970, ampliamente considerada una obra inmadura. Mejor recepción cosechó con su segunda, la distopía «Fuga para una isla» (1972), aunque su consagración definitiva llegó en 1974 con «Un mundo invertido«, que le proporcionó su primer premio BSFA y su única nominación en novela al Hugo (fue uno de esos escritores británicos que nunca terminaron de conectar con el mercado estadounidense).

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A partir de ahí, desarrolló una larga e ilustre carrera, que le llevó a ganar otros cuatro BSFA (tres de novela y uno en ficción breve para la novela corta «Vagabundeos pálidos», que le valió también nominaciones al Hugo y al Locus y fue recopilada en la antología «Un verano infinito«. Fue precisamente esa novela corta que le da título la primera aparición en su obra de su escenario más paradigmático, el Archipiélago del Sueño, que apareció en seis narraciones breves antes de ser parte esencial de su novela «La afirmación» y a partir de ahí un elemento recurrente, si bien no exactamente coherente (la relación entre realidad y ficción es difusa en la obra de Priest) en libros como «El glamour» (1984), un puñado de relatos y tres novelas tardías que nunca han llegado a traducirse al español, incluyendo «The islanders» (2011), que le valió su último BSFA y el John W. Campbell Memorial.

Del resto de su obra, podrían destacarse «El prestigio», de 1996, ganadora del World Fantasy Award; «Experiencias extremas, S. A.» (1998, ganadora del BSFA); y «El último día de la guerra» (2002), que le valió los premios BSFA y Arthur C. Clarke.

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Durante unas décadas fue un autor muy popular y reconocido en España (a todo lo anterior, se suma la edición de «Sueño programado», 1977). Desde hace veinte años, sin embargo, parece haber caído en el olvido. De hecho, sus siete últimas novelas (así como las tres novelizaciones que escribió, incluyendo la de «ExistenZ»), permanecen inéditas en nuestro idioma (desde el 2002, no hay nada nuevo suyo publicado en español).

En 1976 publicó su cuarta novela, «La máquina espacial» («The space machine»), que constituye hasta cierto punto una anomalía en su producción, pues se trata ante todo de un homenaje a su admirado maestro H. G. Wells. Así, el estilo y los temas habituales de Priest se pliegan en un ejercicio de imitación frente a los del autor de «La máquina del tiempo» (1895), novela directamente referenciada en el título (que debería haberse traducido más bien como «La máquina del espacio»), aunque en realidad la base principal de este ejercicio de nostalgia es más bien «La guerra de los mundos» (1898), de la que «La máquina espacial» constituye una suerte de paracuela (con elementos tomados de la anterior).

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El protagonista y narrador de la historia es Edward Turnbull, un joven viajante de comercio que, por una serie de coincidencias, acaba invitado por parte de su secretaria, la señorita Amelia Fitzgibbon, a la residencia del famoso inventor Sir William Reynolds, que justo ha estado trabajando en un artilugio que volverá obsoletos los novedosos automóviles: una máquina capaz de viajar sin esfuerzo por todas las dimensiones, tanto del espacio como del tiempo.

Después de una noche de solaz alcohólico, a los dos jóvenes se les antoja una magnífica idea probar la susodicha máquina, con consecuencias desastrosas, pues al cabo de ciertas peripecias se ven abandonados sin medios de regresar en un ambiente extraño y hostil, que resulta ser un planeta Marte donde una humanidad hermana vive sojuzgada por terribles monstruos tentaculares, cuya avanzada tecnología se emplea casi exclusivamente en una eterna guerra fraticida que estarían más que dispuestos a exportar a sus incautos vecinos de sistema solar.

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Priest no trata tanto de actualizar la trama de «La guerra de los mundos», adecuándola a los conocimientos astronómicos de 1976 (algo que hubiera podido lograr a costa de sacrificar Marte como ubicación), como «parchear» el original, justificando el que seres alienígenas sean capaces de subsistir alimentándose de humanos (aunque, para hacerlo, incurre en nuevas incógnitas irresolubles, como el hecho de que tanto en la Tierra como en Marte vivan humanos de apariencia similar). Esta decisión, aunque tal vez más respetuosa con el original, también elimina casi todas las opciones de sorprender al lector, sobre todo a medida que la trama de la novela empieza a converger con las de Wells, y no estoy seguro de que los escasos apuntes originales (la ya mencionada existencia de marcianos humanos o la explicación superficial de cómo y con qué combustible funciona la máquina) basten para sostener por sí misma «La máquina espacial».

Otro detalle que me resulta decepcionante es que, pese a anunciarse en algunas ediciones como un retorno al romance científico de antaño, la paracuela de Priest carece de uno de los elementos definitorios de la obra de H. G. Wells. «La máquina del tiempo» no iba solo de un viajero (innominado en el original) que visita el futuro, sino que suponía una reflexión sobre la lucha de clases y una crítica al capitalismo industrial. De igual modo, «La guerra de los mundos» adoptaba una postura anticolonialista (o, cuando menos, cuestionaba la posición del todopoderoso Imperio Británico). «La máquina espacial», por el contrario, se contenta con desarrollar una trama, más preocupada por rellenar todas las casillas del cartón referencial que por transmitir ningún mensaje significativo dentro de su contexto histórico (no ayuda, tampoco, que el narrador sea un perfecto imbécil y un inútil).

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Los homenajes son a veces armas de doble filo, y aunque muchos han intentado honrar así a Wells («Morlock night» de K. W. Jeter [1979], «Los pasajeros del tiempo» de Karl Alexander (1979), «Antihielo» de Stephen Baxter [1993], «Las naves del tiempo» de Stephen Baxter [1995] o «El mapa del tiempo» de Félix J. Palma [2008]), pocos han salido completamente triunfantes de la prueba (quizás el mejor homenaje que he leído sea la novela corta «El árbol de la saliva», de Brian Aldiss, de 1965).

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Christopher Priest (14 de julio de 1943 – 2 de febrero de 2024)

IN MEMORIAM

Otras opiniones:

De Ramón Batalla en En Clave Pública De Francisco Maldonado en Pasión por la Ciencia FicciónDe Sub Zero en Generación ReaderDe Ignacio Illárregui en Literatura Prospectiva

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

Un mundo invertido (1974)Un verano infinito (1979)La afirmación (1981)
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Published on February 20, 2024 09:21

February 7, 2024

Your name (novela ligera)

En 2015 el cineasta japonés Makoto Shinkai estaba ocupado en la producción de su quinta película de animación, tras los éxitos artísticos y comerciales de «El jardín de las palabras», «Viaje a Agartha», «5 centímetros por segundo» y «El lugar que nos prometimos». Esa película se titularía «Your name» («Kimi no Na wa» [君の名は。], que se traduciría literalmente como «¿Tu nombre es?») y acabaría destronando a «El viaje de Chihiro» como la película japonesa más taquillera de la historia en su país natal (quedó a menos de catorce millones de superarla también en la taquilla internacional).

El caso es que durante el complejo proceso de llevar un anime a la gran pantalla, se le presentó la posibilidad de escribir, en paralelo con un guion que todavía no estaba completamente cerrado, una novela ligera con la misma historia para ser publicada unos días antes del estreno de la película. El resultado es en cierto modo similar a «2001: Una odisea espacial«, en el sentido de que no es tanto una novelización como dos manifestaciones artísticas relacionadas pero semi independientes, con la novela completada antes de que se tomaran las decisiones finales en muchas escenas. La diferencia, por supuesto, es que Shinkai es en este caso el guionista y el novelista, con lo que la divergencia entre ambos proyectos es mucho menor.

En su momento, ya , y entonces me hice eco de la existencia de la novelización, y me propuse leerla algún día. Antes de compartir con vosotros mis impresiones, sin embargo, me gustaría extenderme un poco más sobre el concepto de «novela ligera».

En Japón, las novelas ligeras (raito noberu, contraído como ranobe) son un tipo de novela popular dirigido mayoritariamente a jóvenes, que goza de gran aceptación (comercial, en general se considera literatura de masas y, en muchos casos, es producida bajo los poco exigentes parámetros de ese tipo de iniciativas). Las novelas ligeras evolucionaron en la década de los setenta a partir de las revistas pulp, aliándose con el auge del anime que les proporcionó primero un estilo diferenciado para sus portadas y luego ilustraciones interiores (acompañadas a menudo por artículos sobre películas, cómics o videojuegos).

Otra característica que presentan es su relativa simplicidad. Suelen extenderse por apenas unas 50.000 palabras (aunque nada impide que las historias se cuenten en varios tomos) y, dado su público objetivo, los autores procuran utilizar una sintaxis simple y complementar el uso de kanjis con palabras escritas haciendo uso del silabario hiragana (algo que también es habitual en el manga). El objetivo último es potenciar la facilidad de lectura. Como ocurre a menudo en este tipo de producto popular, la novela ligera se ha ido convirtiendo en un entorno proclive al género fantástico (y, en muchas ocasiones, semillero de proyectos de manga o anime, aunque el camino inverso, como en la obra que nos ocupa, también es posible).

A grandes rasgos, «Your name», la novela, se aparta muy poco de lo que podemos ver en la película (y de lo que ya describí en su día, a esa reseña me remito para esbozar las líneas argumentales). Dadas las limitaciones de longitud, Makoto Shinkai no se preocupa por ampliar mucho ni la trama ni el sustrato de los personajes. De hecho, se podría argumentar que son incluso más simples. Se nota que la aportación de otros muchos creativos durante la producción terminó de pulir algunas de las aristas que aquí se aprecian con más facilidad y de dotar a los personajes de mayor profundidad. Otra cuestión que cabría mencionar es que, casi con total seguridad, el autor posee una imaginación muy visual, y dadas las escuetas descripciones que se permite, se pierde parte del atractivo de la historia (no sé cómo lo interpretaría alguien que no conozca previamente la película).

En especial, me gustaría señalar la que quizás sea la diferencia más obvia, y es que en la novela se percibe más claramente incluso que en la película que, pese a tratarse de una historia de intercambio de cuerpos (un subgénero que viene coleando desde «Vice versa», de F. Anstey, 1882) entre Mitsuha, una colegiala de un instituto rural, y Taki, un joven estudiante de arquitectura en Tokio, el punto de vista narrativo está fuertemente desequilibrado a favor de la perspectiva masculina. Es cierto que de vez en cuando la narración se detiene en Mitsuha, pero la inmensa mayoría de la novela está narrada desde el punto de vista de Taki.

Otra diferencia evidente es que el sintoísmo es un elemento mucho más prevalente en la novela. A lo largo del proceso de producción de la película, la subtrama romántica debió de ir cobrando peso, en detrimento de las sublecturas en favor de la recuperación de los rituales sintoístas (aunque permanece de esa visión original el elemento del lazo rojo que une a los protagonistas, porque quizás gracias a la fuerza iconográfica de las imágenes, encuentra en el medio audiovisual el vehículo perfecto para expresarse).

Así, el núcleo de la historia se desplaza sutilmente de la importancia de mantener los ritos (como el del Kuchikamizake, o «sake masticado»), pese a no comprender los motivos que los engendraron, a la fuerza del destino empeñada en unir a dos amantes por encima incluso de una catástrofe brutal.

En ese sentido, la novela es quizás más convencional en su aproximación al elemento fantástico y más… cerrada. Existe una correlación más clara entre causas y consecuencias (aunque toda la historia se fundamente en la muy improbable recurrencia de un evento estelar que, a poco que lo examines, poco tiene de científico). Personalmente, prefiero la versión cinematográfica, más metafórica y ambigua, aunque la novela aporta elementos valiosos que quizás con algo más de desarrollo hubieran podido resultar igual de atractivos.

En otras palabras: había elementos de sobra para construir una historia más compleja y equilibrada, que atendiera tanto a lo general (el destino del pueblo y la importancia de mantener los ritos antiguos) como a lo particular (la lucha a ciegas por ese amor predestinado). El formato ranobe, sin embargo, previene este desarrollo y nos tenemos que contentar con una simple novelización, un poco más trabajada de lo habitual en estos casos y con ciertos cambios de perspectiva fascinantes, pero que no llega a constituir un hito dentro del no tan glamuroso mundillo de las adaptaciones literarias de material audiovisual.

En el mismo 2016 se publicó también una segunda novela ligera: «Your Name. Another side: Earthbound», que vuelve a narrar la historia desde el punto de visto de la familia y los amigos de Mitsuha. Está también acreditada a Makoto Shinkai, pero posiblemente la mayor parte de la escritura corresponde a su «coautor», Arata Kanoh.

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Published on February 07, 2024 23:59

February 1, 2024

El que habla con los muertos

Anteayer se anunció en su página web oficial la muerte del autor inglés de terror Brian Lumley, el pasado día 2 de enero, a los ochenta y seis años de edad.

Lumley había dado inicio a su carrera en los años setenta con numerosos pastiches lovecraftianos, muchos de ellos relacionados con un personaje de su creación, el ocultista Titus Crow, obteniendo con ello cierto reconocimiento en los círculos del horror británico, lo que le permitió profesionalizarse en 1980, al licenciarse de la armada. En esa misma línea, en 1986 dio inicio a una serie inspirada en el Ciclo Onírico de Lovecraft (aunque con fuerte influencia de August Derleth), compuesta por tres novelas y una antología.

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Su fama, sin embargo, se debe a las Crónicas Necrománticas, que arrancaron en 1986 con la novela «El que habla con los muertos» («Necroscope»), una serie que en su país de origen ha alcanzado los diecisiete títulos. Aparte de esto, cuenta con una decena de novelas independientes o conformando series breves, de las cuales se han publicado tres en nuestro país (junto con otras tantas antologías y uno de sus pastiches lovecraftianos: «Los que acechan en el abismo»).

Lumley no fue un autor reconocido por su calidad, exhibiendo cierta tendencia hacia una estilo que podría calificarse de neopulp, aunque sí bastante activo en círculos profesionales, llegando a presidir la Horror Writers Association a finales de los noventa, que le concedió en 2010 el Bram Stoker a toda una vida. De igual modo, fue receptor del título de Gran Maestro del Terror y el World Fantasy a toda una vida.

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El protagonista principal de las Crónicas Necrománticas es Harry Keogh, a quien descubrimos en esta primera novela en su infancia, como un niño extraño, retraído, aunque con una gran capacidad para aprender talentos nuevos e inesperados. El secreto que esconde es que es un necroscopio, es alguien capaz de hablar con los muertos (con la esencia que dejan atrás), el más raro de los poderes psi (hasta el punto de que los propios muertos desconocían que podían hablar entre sí antes de que él llegara).

Su plan para acabar con la vida de su padrastro, de quien sabe que mató a su madre, está a punto de tener consecuencias funestas para él, pero tras superar la prueba (con la colaboración de los muertos), se ve arrastrado al mundo del espionaje extrasensorial, con una agencia británica que le contacta para oponerse a su equivalente soviético. Allí trabaja su antagonista, Boris Dragosani, un nigromante que extrae a la fuerza los secretos de los muertos, «torturando» sus restos físicos. Aparte de la no tan fría guerra entre agencias de inteligencia, existe un peligro más concreto y acuciante, porque los rusos han descubierto en Rumanía los restos de un vampiro, Thibor Ferenczy… y hay algo todavía vivo entre sus restos petrificados que podría desatar de nuevo sobre la Tierra esa plaga oscura y terrible.

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Las Crónicas Necrománticas son un producto de su tiempo, con el popular (por entonces) tema de las agencias gubernamentales involucradas en fenómenos paranormales. Como ocurría a menudo por entonces, la Guerra Fría es un telón de fondo ineludible, que marca además una clara separación entre buenos (los británicos) y malos (los soviéticos). Esto se refleja claramente en los dos personajes principales y en sus motivaciones. Así, mientras que Harry se conduce de un modo eminentemente ético, su alter ego Dragosani es un monstruo al que solo impulsan el egoísmo y las ansias de poder (y las respectivas organizaciones que los emplean presentan también estas características).

Superficialmente, pues, la serie del necroscopio se plantea de un modo bastante tópico, en una época en que los fenómenos parapsicológicos ya habían cosechado un profundo desprestigio académico, habiendo quedado relegados a las historias más pulp. Lumley, sin embargo, supo darles un punto de singularidad, gracias por un lado a su buena disposición a hacer uso del sexo y la violencia, en la más pura línea del splatterpunk. Al contrario que otros autores asociados a esta tendencia, sin embargo, él se preocupaba por ofrecer algo más, y ese algo más tiene que ver en este caso con los poderes que va acumulando Harry Keogh (incluyendo un sistema para teletransportarse a voluntad, obtenido directamente de la mente de su difunto creador, el matemático August Ferdinand Moebius) y, sobre todo, con una visión revolucionaría del vampiro.

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En las historias de Lumley, los vampiros son criaturas parasitarias que se introducen en el interior de hombres y los transforman, física y mentalmente. Cada vampiro crear varios esclavos, pero solo un auténtico descendiente, depositario de su simiente. El caso es que todos ellos son terriblemente individualistas, bien dispuestos a traicionarse entre sí a la más mínima oportunidad (y si hay una forma de llevar a término algún propósito de forma retorcida, siempre lo escogerá por delante de la directa).

«El que habla con los muertos» no es exactamente alta literatura, pero entretiene, y mucho. Lumley encontró un buen equilibrio entre tradición e innovación, en una época en la que todavía podía escribirse sobre el mal absoluto (poco después el vampiro acabaría diluyéndose en una interpretación postmoderna, convirtiéndolo a lo sumo en un canalla fascinante, cuando no directamente un antihéroe atormentado). Entre los aciertos se cuenta también una buena mezcla entre el thriller contemporáneo y el horror histórico (con la historia de la transformación de Ferency, en torno al año 1.000).

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¿Por qué entonces su legado no ha sido más profundo? En parte, cabría achacarlo a la evolución cultural inmediatamente posterior. No solo en lo referido a ese cambio en la percepción del vampiro (que acabaría reconstruyéndolo como un icono romántico, cuando lo más cerca que están los vampiros de Lumley del amor es en forma de lujuria bestial), sino en la propia evolución social, con la caída de la Unión Soviética en 1991 y el fin (se suponía) de la política de bloques. También, me temo, por la abrupta caída en la calidad de la serie con cada nueva entrega (aunque he de señalar aquí que hace al menos veinte años que leí por última vez todos estos libros, incluyendo el que hoy reseño, así que tómense todas las opiniones con cierta prevención).

La saga inicial de Harry Keogh abarca cinco títulos (aquí se los tituló Crónicas Necrománticas solo porque era un momento en que todas las series de fantasía eran las Crónicas de algo, ya estuviéramos hablando de la Dragonlance o de los vampiros de Anne Rice). «¡Vampiros!» (1988) es una continuación bastante directa, con otro antagonista poseedor de poderes extrasensoriales, el mediovampiro Yulian Bodescu y la historia de Faethor Ferenczy, el ancestro de Thibor. A partir del tercer volumen, «El origen del mal» (1989), la serie empieza a derivar hacia algo diferente, con el descubrimiento del planeta de origen de la infección vampírica, que se puede alcanzar a través de un portal abierto en Siberia por el KGB. El ciclo se completa con «El lenguaje de los muertos» (1990) y «El origen del mal» (1991), que no solo empezaban a estar desconectadas de las tendencias contemporáneas, sino que no logran recuperar el grado de innovación de la primera entrega. El resto de la saga del Necroscopio sigue inédita en español.

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Brian Lumley (12 de diciembre de 1937 – 2 de enero de 2024)

IN MEMORIAM

Otras opiniones:

De Bitterblink en Un Libro Para Esta Noche
En Los Mejores Libros y Autores
De Carlos del Río en El Rincón de Carlos del Río
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Published on February 01, 2024 11:30

January 25, 2024

Seis de cuervos

La autora israelí (aunque afincada desde muy joven en los EE.UU. y poseedora de la doble nacionalidad) Leigh Bardugo publicó su novela debut, «Sombra y hueso» en 2012. En aquel momento, formaba parte de una nueva generación de escritoras que irrumpían en el género de la fantasía con una propuesta novedosa, que aunaba fantasía épica con elementos tomados de la literatura romántica y en ocasiones de los cuentos de hadas, con una orientación juvenil (otros nombres importantes serían Sarah J. Mass, Jennifer Armentrout o Marissa Meyer, esta última añadiendo elementos cyberpunk).

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«Sombra y hueso» fue la piedra fundacional del Grishaverso, su escenario predilecto, que suma hasta la fecha ocho libros: la trilogía de Sombra y Hueso, las bilogías de Seis de Cuervos y Nikolai y una compilación de relatos. Una de sus peculiaridades es que la inspiración no es medievaloide, sino decimonónica, y más específicamente, al menos para sus tres primeros libros, la Rusia zarista, que encuentra en su obra el reflejo de Rakva, el país donde nacen los grishas, personas dotadas de poderes sobrehumanos y que por ello son temidas y a menudo perseguidas en todo el mundo (en especial por fanáticos drüskelle de Fjerda).

«Seis de cuervos» («Six of crows», 2015) no se ambienta en Rakva, sino que arranca en la ciudad de Ketterdam, la capital del país insular de Kerch, un poderoso enclave comercial (inspirado en Amsterdam) gobernado por el concilio de mercaderes, con un activo y floreciente sustrato criminal, cuyo centro de operaciones es el peligroso barrio del Barril. Allí, como líder de la banda de los Cuervos (a su vez dependientes de uno de los grandes jefes), encontramos a Kaz «Manos Sucias», el principal protagonista de la historia.

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La acción arranca cuando uno de los principales comerciantes lo contrata, por una suma desproporcionada, para rescatar a un hombre de la cárcel más segura del mundo, la Corte de Hielo, la capital de Fjerda. Este cautivo tan solicitado es un inventor de Shu Han que ha perfeccionado una droga, la jurga parem, capaz de multiplicar los poderes de los grisha (a costa de provocarles una adicción incontrolable). Para una empresa tan arriesgada, Kaz necesitará a sus mejores seguidores: el tirador Jesper, su espía-asesina particular Inej, el joven artificiero Wylan Van Eck y la mortificadora (una grisha especilizada en afectar al cuerpo humano con intenciones ofensivas) Nina. Para acceder a acompañarlos, esta última exigirá la liberación de Matthias, un drüskelle con el que comparte un pasado tormentoso.

Como ya se puede apreciar, «Seis de cuervos» adapta una narrativa propia del género criminal, el arquetipo del grupo reunido para cometer un atraco, a un escenario fantástico. No fue la primera en hacerlo (con un escenario muy similar tenemos «Las mentiras de Locke Lamora«, de Scott Lynch en 2004; mientras que el arquetipo del atraco lo podemos encontrar en una de las secciones que forman «La mejor venganza«, de Joe Abercrombie en 2009), pero sigue siendo una aproximación lo bastante novedosa como para resultar atractiva. Una historia así se sustenta en dos pilares: la caracterización de los personajes y el desarrollo del golpe (formación del equipo, planificación, ejecución, obstáculos, adaptación, fallo, improvisación y, finalmente, resolución satisfactoria). En estas dos facetas, Bardugo no alcanza el mismo éxito, aunque en ambos casos el resultado es cuando menos satisfactorio.

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La mejor baza de «Seis de cuervos» se encuentra en sus personajes (una vez olvidas lo ridículamente jóvenes que los presenta; aunque basta con añadirles mentalmente cuatro o cinco años para subsanar cualquier disonancia). Bardugo se preocupa de dotar a cada uno de sus propias características. Obviamente, todos tienen una función específica dentro de la trama (el cerebro, el pistolero, la acróbata/asesina, el ingeniero, la especialista y el traidor), pero eso no los define por completo. Cada uno de ellos posee además sus propias motivaciones, virtudes y flaquezas, ya sea una incapacidad para conectar con los demás, una adicción a la adrenalina un pasado del que huir… o que vengar. Sobre esto, además, se construyen varias relaciones románticas (uno de los añadidos de esta nueva fantasía que se viene desarrollando desde hace poco más de una década), no solo muy bien definidas, sino también muy bien enhebradas en la historia.

La principal, o al menos la que más desarrollo tiene en este libro en concreto, es el arco enemies-to-lovers (por utilizar terminología del género romántico) de Nina y Mathias. Tal vez demasiado central para mi gusto, pero muy bien planteado, con un odio basado en parte en malentendidos, pero enraizado sobre todo en prejuicios culturales que ambos deben superar. Un camino complejo que ocupa toda la novela y que entronca además con los grandes temas del Grishaverso. En comparación, las otras dos subtramas se presentan como secundarias. La (no) relación entre Kaz e Inej queda apenas planteada, con su resolución aplazada para la segunda parte de la duología («El reino de los ladrones»), mientras que la incipiente atracción entre Fjerda y Wylan (si he interpretado bien los signos), posiblemente cobrará protagonismo en esa misma entrega.

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Bajo todo ello se desarrolla la trama del golpe imposible, y aquí he de señalar que el resultado no es tan redondo. Por un lado, la historia carece de sofisticación. Es una aventura bastante lineal, con los previsibles obstáculos resueltos no siempre del modo más convincente. Lo peor, sin embargo, es que recurre a uno de los peores vicios del subgénero (de los atracos), que es hacer trampas con el control de la información para sorprender, en este caso al lector, con giros inesperados.

En honor de la verdad, la mitad de las veces el truco funciona, porque la autora ha conseguido justificar la omisión o el engaño (Kaz es una fanático del antiguo arte de que su mano izquierda no sepa lo que está haciendo la derecha). En otras ocasiones, sin embargo… Digamos que hay que tener un cuidado exquisito en no confundir engaño legítimo con truco sacado de la manga, y la novela no siempre logra mantenerse del lado correcto de la frontera.

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A grandes rasgos, sin embargo, esta es una queja menor, porque lo importante se soluciona de un modo satisfactorio y tampoco cabe protestar mucho por el cliffhanger final, dado que sabemos desde el principio que es una historia que se desarrolla en dos partes. «El reino de los ladrones» se publicó al año siguiente y la segunda duología del Grishaverso («El rey marcado» y «Ley de lobos», publicada entre 2019 y 2021) presenta entre sus personajes principales a Nina.

Otras opiniones:

De Ricardo Cuesta en El Templo de las Mil PuertasDe Jennifer Fuentes en La Nave InvisibleDe Lilly en Mi Oasis de PalabrasDe Victoria Martínez en Ratón de BibliotecaDe Tina en Midnight Readers
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Published on January 25, 2024 05:13

January 18, 2024

Desgraciadamente, Philip K. Dick ha muerto

El pasado 13 de noviembre falleció a los 78 años, tras casi seis meses en cuidados paliativos, Michael Bishop.

Bishop había dado inicio a su carrera en 1970, con la publicación de su primer cuento en GAlaxy, y poco a poco fue ganando tracción, hasta que en 1975 se editó su primera novela, «A funeral for the eyes of fire», que le supuso una nominación al premio Nebula (aunque relatos y novelas cortas anteriores, como «The white otters of childhood» o «En las calles de las sierpes», ya habían optado previamente a los grandes premios).

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Durante la primera parte de su carrera, su ficción estuvo muy decantada hacia la space opera antropológica, en la que se apreciaba la orientación humanista de sus intereses. Su consagración llegó en 1982 con su quinta novela, la historiad de un viaje (onírico) en el tiempo de un soldado contemporáneo hasta la época del Homo habilis. «Solo un enemigo: el tiempo», le valió el premio Nebula y nominaciones al BSFA y el John W. Campbell Memorial.

A partir de ahí empezó a experimentar con otros temas y localizaciones (los ambientes sureños de los EE.UU., sobre todo), con títulos como «El eslabón perdido» (!985) o «Desgraciadamente, Philip K. Dick ha muerto» (1987), hasta ir decantándose por la fantasía, en novelas como «Unicorn mountain» (1988, ganadora del Mythopoeic Award), «La transfiguración del conde Geiger» (1992) o la que podría ser su obra maestra: «Jugadas decisivas» (1994), en la que reimaginaba al monstruo de Frankenstein vivo e intentando sobrellevar su pasado mientras juega al béisbol en las ligas menores durante los años cuarenta. «Jugadas decisivas» fue finalista del Hugo y del World Fantasy y le valió el premio Locus de Fantasía.

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Poco después su producción se redujo sensiblemente y ya solo publicó otra novela fantástica («Joel-Brock the Brave and the valorous smalls», en 12016), junto con un par de novelas policiacas en colaboración con Paul di Filippo. Vivía prácticamente retirado de la escritura desde 2010, aunque siguieron apareciendo durante muchos años antologías y versiones revisadas de sus primeras novelas.

«Desgraciadamente, Philip K. Dick ha muerto» («Philip K. Dick is dead, alas», 1987) constituye en realidad una novela singular en su producción, con la que pretendía rendir homenaje al autor de «Ubik» cinco años después de su muerte. La novela arranca precisamente con el infarto que arrebata la vida a Dick a los cincuenta y tres años, aunque al poco de morir ciertas nanomáquinas ignotas de su torrente sanguíneo reconstruyen en Dick etéreo con una misión muy específica: reconfigurar su realidad distópica de modo que, en su conjunto, resulte un contexto más amable (sobre todo para los estadounidenses).

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El principal protagonista, sin embargo, es Cal Pickford, un vaquero que actualmente trabaja como dependiente en una tienda de mascostas, tras seguir a su mujer a California, donde esta espera encontrar mayor éxito en su carrera como psicóloga. El gobierno del país está presidido por Richard Nixon (el Rey Richard) en su cuarto mandato, tras ganar la guerra de Vietnam (recurriendo a crímenes de guerra) y con una deriva cada vez más autocrática. En cierto sentidos es una sociedad más avanzada que la nuestra, con una base permanente en la Luna (VonBraunville) desde hace años. Por otro lado, la vigilancia es omnipresente, las libertades se han ido recortando cada vez más y el capitalismo más individualista, junto con el autoritarismo rampante, campan a sus anchas.

En esa realidad, Dick triunfó como autor realista, alcanzando un gran prestigio… que dilapidó con su oposición frontal a Nixon, manifestada en novelas de ciencia ficción que nadie le quiso publicar y que circulan entre un reducido grupo de aficionados como ediciones privadas clandestinas (samizdats). Uno de esos aficionados es Cal, uno de los pocos americanos a los que afecta la muerte de Dick. Su mujer no comparte esta afición, aunque es precisamente ante ella ante quien se manifiesta el cuerpo transfigurado del escritor, conminándola a participar en una abreacción (liberación de recuerdos reprimidos) que cambiarán la realidad.

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A partir de ahí, jugando con una serie de personajes (como Lone Boy, el vietnamita americulturizado que trabaja en el mismo centro comercial que Cal; Grace Rinehart la ex actriz, esposa de uno de los principales ministros de Nixon y directora de los centros de americulturización; o uno de los astronautas de VonBraunville que experimenta una nanofanía), Bishop se dedica no tanto a pergeñar un pastiche dickiano (algo que no podía estar más lejos de su estilo habitual), como a reutilizar tópicos y elementos de la obra de Dick (así como un avatar del propio autor) para producir una obra propia, que brilla en su descripción del distópico cuarto mandato de Nixon (no muy distinto a lo que el trumpismo promovería si contara con el poder necesario) y naufraga a la hora de ahondar en los grandes temas de Philip K. Dick, como la maleabilidad de la realidad o las implicaciones teológicas (y, sobre todo, cosmológicas) del gnosticismo.

Esta circunstancia, irónicamente, tal vez ponga más de manifiesto que cualquier alabanza que Bishop hubiera podido incluir en su novela la singularidad de la obra de Philip K. Dick y la tragedia de su vida, con una genialidad e influencia que solo se le empezaron a reconocer tras su muerte.

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En particular, creo que Bishop pierde un poco el rumbo hacia el final, con una extraña escena de exorcismo que no termina de encajar con el resto de la novela y que temáticamente tampoco entronca con el corpus dickiano (salvo quizás en la identificación del demiurgo con el «mal» y una vaga excusa psicoanalítica, aunque la cosmología de Dick es bastante más compleja que una mera dualidad maniquea).

Leyendo esta novela en 2023 (aunque haya terminado escribiendo la entrada en 2024) llama poderosamente la atención cuán similares son en esencia los Estados Unidos del rey Richard al ideal trumpista, poniendo de manifiesto, quizás, que el potencial siempre estuvo ahí y alertando de que basta con un mal giro en cualquier momento para acabar en una realidad desafortunada. De igual modo, el epílogo sirve para resaltar una cualidad de los escritores de ciencia ficción que Philip K. Dick poseía en grado superlativo: la capacidad de imaginar realidades alternativas (no necesariamente apetecibles, pero siempre reveladoras).

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La primera edición de la novela, tanto en el mercado americano como en español, utilizó como título «La ascensión secreta» («The secret ascension»), aunque en posteriores ediciones se recuperó el preferido por el autor, que es el que he utilizado a lo largo de esta reseña. En 1989 la novela fue escogida como finalista del premio Arthur C. Clarke (que conquistó Rachel Pollack con «The unquenchable fire»).

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Michael Bishop (12 de noviembre de 1945 – 13 de noviembre de 2023)

IN MEMORIAM

Otras opiniones:

De Jorge Vilches en Imperio FuturaDe Joseph B. Macgregor en Anika EntrelibrosEn Literatura ProspectivaDe Xavier Riesco Riquelme en Bem Online

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

Solo un enemigo: el tiempo (1982)
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Published on January 18, 2024 00:58

January 11, 2024

Diez y siete y…

Nuevo aniversario del blog.

Diecisiete años.

Pocos motivos de celebración.

Lejos de tocar fondo, la caída siguió durante 2023 y de nada sirvió probar con las actualizaciones semanales en un día fijo. Al final, de las 130 visitas diarias del año pasado se ha pasado a 108, lo que de hecho supone una caída tres veces mayor que la experimentada entre 2022 y 2023 (en números absolutos, ni siquiera hablo de porcentajes). Parece que ya es solo cuestión de tiempo acabar incluso por debajo de las 78 visitas diarias que se registraron en 2008, durante el segundo año de existencia del blog.

A esto se suma mi desencanto con la escritura y mi abandono, que ya puede darse por efectivo, de la misma (todo eso lo cuento en otro lugar), y el futuro de Rescepto Indablog está más en el aire que nunca.

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Lo cierto es que todavía no he decidido qué voy a hacer, con qué me voy a quedar y qué voy a abandonar, y eso se hace extensible a esta bitácora, que ha sido mi casa en internet durante los pasados diecisiete años. En principio, mi intención, por puro amor propio, es alcanzar cuando menos las mil reseñas literarias. En estos momentos suman 972, así que ese horizonte se sitúa a veintiocho de distancia, algo que debería lograr en menos de doce meses (en 2023, aun contando con algún que otro tropezón, he publicado cuarenta y dos, así que pese a que va a ser extremadamente difícil actualizar semanalmente, la crítica mil debería ser una realidad en algún momento después del verano).

Pura cabezonería y pundonor, porque parece cada vez más claro que esto de las críticas literarias (al menos por escrito), ya no le interesa a nadie (ni siquiera, y eso me resulta muy chocante, a editoriales que sacan nuevas ediciones o incluso primeras traducciones de libros que ya están reseñados en el blog). Quizás, pues, vaya siendo hora de dejar atrás un trabajo que a la postre ha resultado ser muy ingrato y toque cerrar el chiringuito. O no. La verdad es que hoy por hoy no tengo ni idea de lo que acabaré haciendo cuando por fin alcance ese hito (eso sí, la idea de encarnar, todavía más, el tópico del ex escritor frustrado metido a crítico me atrae entre cero y nada). Por lo pronto, seguramente aprovecharé estos veintiocho dardos para subsanar algunas deudas pendientes (como poner de nuevo al día la Hugolatría) e iré pensando con qué «celebrar» la reseña número mil.

En otras palabras, no sé si Rescepto llegará a la mayoría de edad (o siquiera si finalmente el combustible dará para alcanzar la meta ambicionada). Más que nunca, será cuestión de vivirlo entrada a entrada (y si tras la 1.000 llega por sorpresa la 1.001… pues bienvenida sea).

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Published on January 11, 2024 03:49

January 8, 2024

Dinero a mansalva

El año 2007 Terry Pratchett publicó la trigésimo sexta novela del Mundodisco, «Dinero a mansalva» («Making money»), protagonizada por el último gran personaje de la serie, el estafador reconvertido en funcionario multiusos Húmedo von Mustachen, que había sido presentado en 2004 con «Cartas en el asunto».

En esta ocasión, tras haber logrado recomponer el sistema postal de Ankh-Morpork, el patricio de la ciudad, Lord Vetinari, le encarga (más o menos) la tarea de hacer lo propio con el Banco Real, que actúa también como ceca de la ciudad. Así, como nuevo presidente de la entidad (aunque solo en calidad de cuidador del señor Tiquismiquis, el perro depositario del 50%+1 de sus acciones), pronto empezará a introducir novedades (como la invención del papel moneda) y, en general, antagonizar al tradicionalista encargado, el señor Doblado, que se horroriza ante la idea de abandonar el patrón oro, y sobretodo a la desagradable familia Espléndido, propietaria del otro 50%-1 de la masa accionarial).

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Mientras todo esto ocurre en la ciudad, otra trama paralela está cocinándose en un yacimiento lejano, donde la señorita Adora Belle Buencorazón, la prometida de von Mustachen, está a punto de desenterrar unos gólems de miles de años de antigüedad.

De toda la extensa y longeva serie del Mundodisco (iniciada en 1983 con «El color de la magia»), «Dinero a mansalva» ostenta la distinción de ser la única entrega distinguida con alguno de los grandes premios (el Locus de fantasía; aunque otros títulos han recibido galardones como el BSFA, el Prometheus, el Andre Norton o la Carnegie Medal, estos dos últimos restringidos a libros juveniles). Por un lado, hubiera sido una vergüenza que una de las series de fantasía más influyentes de todos los tiempos nunca hubiera logrado inscribir un título entre los ganadores de alguno de los tres grandes (Hugo, Nebula y Locus; a Pratchett nunca se le dieron bien los dos primeros, mientras que sus otros cuatro premios Locus son todos para novelas juveniles no relacionadas con la misma). Por otro… me veo obligado a reconocer que «Dinero a mansalva» queda bastante lejos del nivel alcanzando en otros títulos de la serie (como «¡Guardias! ¿Guardias?«).

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El Mundodisco comenzó como una parodia de los tópicos de la fantasía, pero pronto encontró su voz distintiva como sátira brutal de nuestro mundo, proyectada sobre un escenario cada vez menos relacionado con la fantasía popular contemporánea y más un mundo autocontenido, con una historia que abarca décadas (y todo lo internamente coherente que una narrativa que se desarrolle sobre el caparazón de la Gran A’tuin puede ser). En principio, «Dinero a mansalva» se inscribe en dicha tradición, con una mirada sardónica hacia el mundo de la banca (entre otros muchos temas secundarios). Por desgracia, a la postre la novela se antoja más parodia que sátira, y con ello su pertinencia se resiente. Esto es así porque Pratchett decidió dirigir su mirada crítica hacia una circunstancia, el abandono del patrón oro, que para el 2007 ya llevaba treinta y seis años siendo completamente efectivo (aunque el proceso había comenzado en 1945).

Otro problema del tema tratado es que choca con la ambientación general de la serie, que tradicionalmente había sido vagamente medieval (o, a lo sumo, edad moderna temprana). Bien es cierto que desde 1990 se añadió a las grandes líneas tradicionales (Rincewind, las brujas, la guardia, Muerte…) otra de novelas independientes que lidian con la introducción de nuevos inventos en la sociedad de Ankh-Morpork, que ha sido etiquetada como Revolución Industrial y a la que pertenecen las novelas de Húmedo von Mustachen. Aún así, hay algo en la banca de «Dinero a mansalva» que fuerza la ambientación de un modo que no había percibido hasta ahora (aunque este es el primer título de la Revolución Industrial de Mundodisco que he leído).

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A nivel personal, encuentro también que el patricio tiene un exceso de protagonismo. Vetinari es el tipo de personaje que sobresale como secundario, maquinando por los márgenes de la trama, porque buena parte de su atractivo reside en el misterio. Aquí Pratchett lo utilizó casi como un Tyrannus ex machina, listo para desatascar la historia cuando las cosas se le ponen demasiado complicadas al protagonista (y un ejército de gólems no está a mano).

Pese a todo esto, como ya he indicado, «Dinero a mansalva» es, de entre los cuarenta y un títulos que componen la serie (sin contar los libros de ciencia y otros productos relacionados), el único que cosechó un premio Locus (además de ser uno de los dos nominado a un Nebula, uniéndose precisamente a «Cartas en el asunto». ¿Por qué?

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Bueno, para empezar, un libro mediocre de Pratchett sigue presentando más buenas ideas que los mejores títulos de muchos otros autores. En paralelo con los problemas bancarios de Mustachen, hay tiempo para seguir expandiendo conceptos presentados o no en otras entregas, como cuestiones de identidad de género (con la gólem Gladys), la relación entre simulación y realidad (con el borbotrón) o incluso el equilibrio táctico (con la aparición de una posible arma desestabilizadora). Lo fundamental a mi parecer, sin embargo, fue la coincidencia de la aparición del libro con la crisis financiera de 2007-2008, que convirtió el tema de los banqueros corruptos en tremendamente actual.

Irónicamente, fueron justo medidas como las implementadas por Húmedo von Mustachen (quien básicamente cambia el sistema económico de Ankh-Morpork a uno basado en dinero fiat, con la concesión sin control de préstamos de alto riesgo y una más que previsible inflación galopante en el futuro de la ciudad por impresión de billetes a placer), las causantes de dicha crisis. Una de dos, o Pratchett no sabía mucho de economía, o la propia elección del protagonista le impidió adoptar una postura más crítica y pertinente. En general, al contrario que con otros muchos temas, no considero que la reflexión en torno al dinero le saliera bien, de ahí que acabe considerando la novela más parodia que sátira (y la parodia de Pratchett no me resulta particularmente humorística).

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Aunque al final de la historia se insinúa que el siguiente reto de Húmedo von Mustachen tendrá que ver con los impuestos, su tercera novela, cuadragésima y penúltima de la serie, ante la repentina enfermedad y muerte del autor, fue «A todo vapor», llevando ya definitivamente la revolución industrial al Mundodisco.

«Dinero a mansalva» se impuso en la votación de los Locus a títulos como «Ysabel» de Guy Gavriel Kay o «Confesiones de un pirata» de Gene Wolfe; mientras que perdió el Nebula ante «Poderes», de Ursula K. Le Guin (la conclusión de su trilogía juvenil Anales de la Costa Occidental). Otros finalistas al Nebula fueron Ian McDonald con «Brasyl«, Jack McDevitt con «Cauldron», Cory Doctorow con la también juvenil «Pequeño hermano» y, la elección más desconcertante, David J. Schwartz con «Superpowers».

Otras opiniones:

De La Insomne en MomokoDe Lecturópata en su blogDe J. Javier Arnau en Anika EntrelibrosDe Welzen en su blogDe Vic en Vía NewsDe Carlos Jenal en La Página DefinitivaDe Rebeca Sánchez en Hipertextual

Otras obras del mismo autor reseñadas en Rescepto:

¡Guardias! ¿Guardias? (1989)Hombres de armas (1993)
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Published on January 08, 2024 01:10

November 16, 2023

Trail of lightning (El rastro del rayo)

Aunque iniciada de forma tardía, la carrera de Rebecca Roanhorse ha sido fulgurante. En 2017 apareció su primer cuento, «Bienvenido a su auténtica experiencia india», en un número de Apex Magazine dedicado al fantástico nativo americano. Ese cuento ganó el Hugo y el Nebula, quedó segundo del Locus y fue finalista del World Fantasy y todo ello le valió el premio John W. Campbell a mejor nuevo autor.

Esa atención inusitada (habida cuenta de que, aparte de ese cuento, solo había publicado en colaboración un par de ensayos), le allanó el camino para la aparición de su primera novela: «El rastro del rayo» («Trail of lightning», 2018), cuya recepción fue igual de notable, valiéndole nominaciones al Hugo y al Nebula, así como un premio Locus de primera novela.

La protagonista y narradora de la historia es Maggie Hoskie, una joven cazadora de monstruos navajo en un futuro cercano postapocalíptico, en el que el mundo exterior a Dinétah, la antigua tierra ancestral de los navajos (en Nuevo México), básicamente ha quedado sumergido bajo el agua debido al cambio climático (sumado a un extraño surgimiento de aguas profundas). En la nueva realidad, aislada paradójicamente entre muros erigidos de la noche a la mañana por los espíritus, los dioses ancestrales caminan de nuevo entre los mortales (los cincodedos) y, con ellos, han regresado los monstruos.

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Maggie es una asesina de monstruos. Cuando era una adolescente una cuadrilla de monstruos (la mayor parte de los monstruos de la novela son hombres violentos, brujos yenaldooshis, propios de la tradición navaja) atacó el tráiler donde vivía con su abuela, a quien asesinaron violentamente. Cuando trataban de forzarla a ella, se despertaron sus poderes de clan y los mató. Fue entonces cuando quedó bajo la tutela de Neizghání, un dios cazador de monstruos.

Ahora, sin embargo, Neizghání la ha abandonado y ella, entre dudas sobre su propia naturaleza monstruosa, ha tenido que recomponer los pedazos de su vida para seguir adelante. Es en esta tesitura que la contratan (a regañadientes) para rescatar a una niña de un monstruo… y la criatura a la que se enfrenta resulta no ser sino la avanzadilla de un ejército de aberraciones que un poder ignoto está liberando sobre Dinétah.

«El camino del rayo» sigue casi al pie de la letra el guion-tipo de las aventuras de fantasía urbana (rozando incluso el romance sobrenatural). Las únicas diferencias consisten en que en el territorio navajo no hay en realidad ciudades que merezcan tal nombre y en el empleo de elementos culturales amerindios (lo cual no es poca novedad, pues lo habitual es tirar de elementos feéricos, vampiros y otros seres tenebrosos y, como mucho, dioses gaélicos o nórdicos). Se nota, sin embargo, la bisoñez de la autora en una trama muy lineal, en los serios problemas para exponer información de forma natural y en que le cuesta ir cogiendo confianza hasta desplegar, casi al final, todo el potencial del escenario.

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La naturaleza postapocalíptica también es relativamente novedosa, aunque ya ha sido empleada por autores como Kim Harrison y su serie de los Hollows («Bruja mala nunca muere«) o, sobre todo, el matrimonio Ilona Andrews en su saga de Kate Daniels («La magia quema«), con la que ha sido a menudo comparada esta serie del Sexto Mundo. Por desgracia, al menos en este capítulo inicial, esa ambientación parece más una excusa para limitar la complejidad del escenario que un recurso a explotar (aunque, como ya he indicado, Roanhorse va soltándose poco a poco, sin llegar eso sí a urdir una trama mínimamente sorprendente).

Otro elemento cada vez más habitual (hasta el punto de que parece imprescindible para alcanzar cierto grado de reconocimiento) es la personalidad introvertida, traumatizada hasta la asociabilidad, de la protagonista. En buena medida, la novela escenifica un episodio crucial en la superación (parcial cuando menos) de ese trauma fundamental (sin olvidar la reafirmación personal y, menos mal, la lucha por liberarse de una relación tóxica (aunque ello la lance hacia otra que podría serlo).

En general, diría que «El rastro del rayo» es un ejemplo bastante típico de fantasía «urbana» (entendiendo como tal la ambientación contemporánea o de futuro cercano); ni mejor, ni peor que la media. ¿Cómo explicar pues su éxito crítico? Diría que llegó en el momento justo, cuando se intentaba impulsar la cultura amerindia en el seno del fantástico (aunque otros autores, como Stephen Graham Jones en títulos como «El único indio bueno«, han ofrecido propuestas más interesantes y con más subtexto).

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Paradójicamente, la nota discordante la han puesto los propios navajos, que se han apresurado a tildarlo todo de apropiación cultural, pues Rebecca Roanhorse, pese a estar casada con un navajo y haber trabajado durante años en la corte suprema de los navajos tras formarse en derecho federal indio, no es miembro de la tribu. De hecho, tampoco es aceptada por los indios Pueblo, que son sus ancestros por parte de madre (su padre era de raza negra y fue adoptada de pequeña por una familia blanca). Nada nuevo bajo el sol (los afro-amerindios o zambos han sido habitualmente discriminados por todos).

Tanto el Hugo como el Nebula recayeron en la muy inferior «Hacia las estrellas«, de Mary Robinette Kowal… lo cual no quiere decir que «El rastro del rayo» mereciera ambos premios. Para mí, hubieran debido ser Naomi Novik por «Un mundo helado» (ganadora del Locus de fantasía). Otros finalistas fueron, en el caso del Hugo, Becky Chambers («Record of a spaceborn free»), Yoon Ha Lee («Revenant gun») y Catherynne M. Valente («Space opera»). Mientras que los otros candidatos al Nebula fueron Sam J. Miller («Blackfish water»), R. F. Kuang («La Guerra de la Amapola») y C. L. Polk («Witchmark»).

En 2019, Roanhorse publicó la segunda y por ahora última entrega de las aventuras de Maggie Hoskie, «Storm of locusts».

Otras opiniones: 

De Álvaro en Libros ProhibidosDe J. J. Castillo en Crónicas LiterariasDe Consuelo Abellán en ConsuLeo Luego ExistoDe Adolfina García en CDe Vic en Via News
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Published on November 16, 2023 01:22