Sergio Mars's Blog

September 23, 2025

The demon in the mirror

Andrew J. Offutt, un autor, fallecido en 2013, fue conocido sobre todo por su espada y brujería, en la línea de (y a menudo como homenaje directo a) Robert E. Howard.

Aparte de unos cuentos primerizos, su carrera empezó realmente a mediados de los años sesenta, orientada inicialmente hacia la ciencia ficción, pero redirigida pronto hacia la fantasía heroica, desarrollada principalmente en las décadas de 1970 y 1980. En su seno, por ejemplo, participó activamente en el escenario compartido del Mundo de Ladrones, escribió tres pastiches de Conan (entre los que destaca «Conan y la espada de Skelos») y seis sobre el héroe irlandés Cormac Mac Art, así como un par de trilogías propias, la de War of the gods in Earth y la de War of the wizards (con Richard K. Lyon). A esto se le suman en principio un puñado de novelas independientes y ya solo cabría hablar de su labor como editor de la serie de antologías de fantasía heroica Swords Against Darkness (cinco entre 1977 y 1979) o su servicio como noveno presidente de la SFWA entre 1976 y 1978. ¿O no?

Porque lo cierto es que el grueso de la producción de Offutt se centró en otro mercado, el erótico, bajo seudónimos como John Cleve, Turk Winter y así hasta doce más, que le llevaron a publicar más de cuatrocientas novelas y novelas cortas eróticas en unos cuarenta años de profesión. Esta actividad se mantuvo en secreto hasta su muerte y a efectos de lo que nos ocupa, cabría mencionar la intersección con el fantástico en series como Spaceways (ciencia ficción erótica), en la que publicó diecinueve novelas en catorce años, o la tetralogía histórico-erótica de The Crusader, ambas bajo el seudónimo de John Cleve.

La historia de «Demon in the mirror», primera entrega de la trilogía War of the wizards, sin embargo, empieza con otra persona, Richard K. Lyon, un escritor amateur que había intentado publicar por su cuenta lo que básicamente era un fanfiction sobre Valeria, la pirata de la Hermandad Roja de Robert E. Howard coprotagonista de «Clavos rojos«. Tras pasarle el manuscrito a Offutt, este le propuso reescribir la novela por completo y repartirse los derechos. Así nació Tiana de Reme, hija ilegítima de un duque y adoptiva de un capitán pirata que, al jubilarse, le traspasa el mando de su barco (aunque luego le pica la nostalgia y vuelve como primer oficial).

Estructuralmente, «The demon in the mirror» (1978) es una novela totalmente episódica, hasta el punto de constituir poco más que un fix-up, aunque las historias nunca vieron una publicación previa independiente. La historia arranca con el navío de Tiana abordando un buque que transporta un tesoro mágico. Tras superar las trampas que lo protegen y al intentar vender su botín en la cercana ciudad a donde iba dirigido el navío, la capitana pirata se encuentra metida en una misión desesperada por recuperar las partes desmembradas del poderoso mago Larramed, pues sin reconstituirlo y matarlo definitivamente, su hermanastro, asesinado por el hechicero, no podrá descansar en paz.

Buena parte del resto del libro se ocupa en describir cómo Tiana por un lado y su tripulación al mando de su padre adoptivo por el otro, viven diversas aventuras, repletas de magia, exotismo y criaturas monstruosas, para recuperar los miembros cercenados y dispersos de Larramed (su cabeza, su torso, piernas, brazos y mano… pues la otra ya la transportaba el primer navío).

Si bien el primer encuentro con Tiana no resulta muy esperanzador, pues el estilo peca un tanto de las sobreexplicaciones de Srague de Camp y Lin Carter, pronto se resarce con historias tan imaginativas como dinámicas, que involucran desde un aquelarre de monjas vampiras que sirven a un murciélago gigante, hasta unas antiguas ruinas habitadas por lagartos gigantes y hechizadas por guerreros-sombra que albergan un inmenso huevo de fénix, pasando por jardines encantados (que recuerdan uno de los cuentos de Zothique de Clark Ashton Smith), jinetes de la tormenta, tumbas reales cuajadas de gemas, islas doblemente embrujadas, hombres-cuervo y príncipes desesperados por reclutar ayuda para salvar su ciudad.

Ciertamente, nada de todo esto es un prodigio de estilo, por mucho que los autores se esfuercen por dotar a su prosa de un tono exótico, pero cumplen de sobra con lo que se espera de una aventura de espada y brujería, e incluso me atrevería a decir que están por encima de la media del género. Eso sí, pese a contar con una protagonista femenina, el punto de vista es desvergonzadamente masculino, con Tiana aprovechando cualquier ocasión para admirarse en los espejos y alardear de lo macizorra que está (nada que ver con la Jirel de Joiry de Catherine L. Moore, y sí mucho más con la Sonja la Roja reimaginada para el cómic por Roy Thomas y reintrepretada con su famoso bikini de malla por Esteban Maroto).

Lo que termina de elevar la propuesta es que, pese a esta naturaleza episódica que he descrito, que al principio parece limitarse a la recuperación del fragmento de cuerpo de turno, poco a poco la historia va entrelazando pistas y, hacia el final, ya tenemos una imagen clara de quién fue Larramed, qué es lo que busca el contratador con su cuerpo y cuál era la motivación real de Tiana. Del mismo modo, a la hora de resolver todo el conflicto (que no es sino el principio de una lucha por la supremacía entre magos, como sugiere el título general de la trilogía), los autores logran atarlo todo con cierta habilidad, lo que acaba por aportar la muy necesitada sensación de cohesión al conjunto y deja al lector satisfecho. No es poca cosa, en un género que no siempre es capaz de aportar ese mínimo de coherencia interna en medio de las más o menos inverosímiles hazañas de sus protagonistas.

La trilogía, cofirmada siempre por Lyon y Offutt, se completó en 1980 con «The eyes of Sarsis» y 1981 con «Web of the spider». Ambos autores colaborarían una vez más en la novela de ciencia ficción «Rails across the galaxy» (1982) y en un puñado de relatos, pero más o menos por esas fechas Andrew J. Offutt empezó a volcarse de lleno en su otra carrera literaria y dejó por completo de publicar fantasía o ciencia ficción no erótica.

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Published on September 23, 2025 03:45

September 16, 2025

Walk to the end of the world (Caminando hacia el fin del mundo)

Suzy McKee Charnas fue una autora cuyo debut en 1974 con «Walk to the end of the world» («Caminando hacia el fin del mundo»), supuso todo un hito dentro de la ciencia ficción feminista. Por desgracia, el resto de su producción nunca llegó a rayar a la misma altura, lo que no le impidió ganar un premio Nebula de novela corta en 1981 por «Unicorn tapestry» (parte luego del fix-up «El tapiz del vampiro», también finalista) y un Hugo de relato en 1990 por «Boobs»).

«Caminando hacia el fin del mundo» fue concebida inicialmente como una sátira política, pero a lo largo de su escritura acabó derivando hacia una de las distopías feministas más extremas (lo que le ha valido alguna que otra polémica), que cementó su posición como una de las grandes voces del género (aunque su fama ha ido menguando con los años). He de reconocer que la sinopsis no me atraía demasiado, en parte por lo flojas que me han parecido otras novelas aparentemente similares (como «El cuento de la criada«), pero sobre todo porque ninguna de las sinopsis que había leído eran capaces de plasmar la riqueza de la historia, que trasciende la etiqueta de distopía feminista, ya que el mundo que nos presenta (Holdfast, una pequeña franja fértil en medio de un mundo arruinado) alberga una sociedad enferma y retorcida, más allá de cualquier esperanza.

«Caminando hacia el fin del mundo» es una historia postapocalíptica, en la que las tensiones de su época (finales de los sesenta, principios de los setenta), proyectadas más allá de un cataclismo antropogénico nunca explicado (una guerra quizás, o una debacle ecológica mundial), han creado una sociedad absoluta y totalmente disfuncional, modelada por desequilibros de poder que han conducido no solo a un machismo exacerbado (hasta extremos que rara vez, si alguna, se han visto plasmados), sino también a una gerontocracia opresiva y a una deshumanización general que convierte la existencia en una parodia, evidentemente condenada al fracaso.

Todo ello surge de que los únicos supervivientes, refugiados durante generaciones en búnqueres subterráneos, son descendientes de ricachones ultraconservadores, que achacaron la destrucción a la feminización de la sociedad, a la lucha por los derechos civiles de los no-hombres y a los movimientos contestatarios juveniles (todos esos hippies pidiendo paz, amor e igualdad) y, por ende, demonizaron todo lo femenino, hasta el extremo de cosificar a las mujeres como seres irracionales lamentablemente necesarios para la reproducción y decidieron que el impulso natural de los hijos es hacia la destrucción de sus padres. Esas fueron las razones por las que, al emerger a un territorio yermo en el que el único alimento disponible es un alga (que se nutre de la contaminación), crean una civilización que odia a las mujeres y oprime a los jóvenes, al tiempo que niega los vínculos familiares.

La genialidad de la autora es presentárnoslo todo a través de visiones parciales y lógicamente subjetivas, por medio de las cuales no siempre resulta evidente captar hasta qué punto las contradicciones internas han tensionado la viabilidad de un sistema que ya de inicio nos resulta deleznable. Aun más, el desarrollo se nos presenta de forma bastante clara como adscrito a una narrativa heroica de búsqueda y rebelión, pero no para de tropezar con esa misma disfuncionalidad, desafiando nuestras expectativas de redención con giros no por sorprendentes menos lógicos… a posteriori.

El camino al que se refiere el título es el que toman un capitán de rovers (hombres especialmente criados como brutos sin apenas cerebro) que se niega a ser promovido a senior (algo impensable), un proscrito que sobrevive como darkdreamer (proveedor de droga) en el yermo y su antiguo compañero de rebelión, al que se castigó haciéndolo comandante de Endpath (el lugar al que acuden los seniors a morir cuando están cansados de la vida). Lo que acaba moviendo a todos es encontrar al padre de este último (algo inusitado el que sea conocido), lo que los lleva por todo el Holdfast en una búsqueda de sentido, o quizás meramente de rebelión y alternativa.

Es un tópico bien establecido: la sociedad opresiva, la iluminación del héroe y el camino hacia la subversión de los cimientos del sistema. Por todo ello, el auténtico mensaje, cuando finalmente se nos revela, es infinitamente más poderoso que en la mayoría (si no todas) las utopías/distopías feministas de Segunda Ola. El Holdfast, con su organización social brutal, inmovilista y patológicamente anti-fem (cuyas fuerzas apenas les dan para sobrevivir), con su catástrofe ecológica en ciernes y la tensión creciente en la juventud oprimida, no está maduro para el cambio, sino para la destrucción.

En medio de las atrocidades más evidentes, que nos remueven y nos hacen anhelar una revolución reparadora, este mensaje, repleto de sutilezas, puede pasar inicialmente desapercibido, por lo que una vez expuesto nos permite reevaluarlo todo bajo una nueva y terrible luz y darnos cuenta de nuestra ingenuidad. Hay circunstancias que no pueden ser reconducidas, caminos que solo pueden conducir al fin del mundo. A veces, para rectificar, primero hay que dejar que todo se derrumbe (o, más bien, aguantar hasta ahí, porque no hay nada que pueda hacerse, ni para prevenir, ni para evitar ese destino).

Una pequeña obra maestra que, me temo, ha sido bastante malinterpretada (y, por lo que he leído por ahí, no en menor grado maltratada por la traducción existente) .Lo único que podría recriminarle es precisamente los dos momentos (el primero en una especie de prólogo y el segundo en el cambio de un capítulo) en el que la narración entra en modo expositivo puro, planteando de forma explícita cuestiones que hubieran funcionado mejor integradas de forma implícita en la narración, para que las fuéramos descubriendo poco a poco. Aunque quizás esto quepa achacárselo a necesidades circunstanciales de la época en que se publicó (a tal efecto, yo recomendaría a cualquiera que abordara la lectura prescindir del prólogo por completo y sumergirse de pleno sin preparación de ningún tipo en el Holdfast).

En 1978, Charnas publicó una secuela, «Motherlines» (bajo otro sello, pues el original se mostró reticente a tratar las, por otra parte lógicas en un ambiente tan misógino, relaciones homosexuales entre los hombres del Holdfast). Ambos títulos recibieron el premio James Tiptree Jr. de forma retrospectiva. Muchos años después, en 1994, la autora dio continuación a las Crónicas del Holdfast con «Furies» y completó el proceso de transformación social con «The conqueror’s child» (1999, ganadora del premio James Tiptree Jr.). En su conjunto, la serie fue inducida en 2003 en el salón de la fama del premio Gaylactic Spectrum. Pringle incluyó «Caminando hacia el fin del mundo» en su lista de las 100 mejores novelas de ciencia ficción.

Otras opiniones:

De Mario Amadas en CDe Francisco Javier Súñer en El Sitio de Ciencia Ficción

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Published on September 16, 2025 03:23

July 15, 2025

Bears discover fire and other stories

Terry Bisson fue un autor, fallecido a principios de 2024, que publicó cuatro novelas no especialmente reconocidas en los años ochenta, antes de iniciar una distinguida carrera en el campo de la narración breve, impulsada por el éxito de «Bears discover fire», tan solo su segundo relato, que le valió en 1991 los premios Hugo, Nebula y Theodore Sturgeon. Junto con estos relatos, que produjo a un ritmo constante durante casi treinta años (especialmente para Asimov’s, Omni y Playboy en su etapa más aclamada), siguió publicando ocasionalmente alguna que otra novela y, cada vez más a menudo, novelizaciones de películas de ciencia ficción bajo seudónimo. A los premios para «Bears discover fire», se les unió el Nebula de relato por «macs» (1998).

Su primera antología llevó precisamente por título «Bears discover fire and other stories» (1993) y cabe señalar que no se trata exactamente de la que aquí publicó Runas en 2007 como «Cuando los osos descubrieron el fuego», sino que esa era una selección de historias de «Bears discover fire» e «In the upper room and other likely stories», su segunda antología, del año 2000. Lo que aquí reseño es la edición estadounidense, y por eso no he añadido en el título la traducción, como suele ser mi costumbre al reseñar libros que he leído en inglés.

La antología se abre precisamente con «Bears discover fire» («Cuando los osos descubrieron el fuego»), publicado originalmente en el número de agosto de 1990 de la Asimov’s, y lo cierto es que no comprendo el porqué de los premios. La premisa anunciada en el título, que de repente empiezan a avistarse osos llevando antorchas y celebrando reuniones nocturnas en la mediana de las autopistas, no tiene absolutamente nada que ver con la trama, que gira más bien en torno a la vejez y la muerte, con una perspectiva bucólica en la que el componente fantástico tan solo aporta cierto halo de irrealidad. En un tono similar, aunque aun menos fantástico, se desarrolla «The two janets» (Asimov’s 1990), sobre una joven que se va de su pueblo (el mismo donde vivía Bisson) para triunfar en la industria editorial, solo para enterarse por una amiga que un montón de autores famosos han empezado a mudarse precisamente al lugar que ha abandonado.

Más estupefacción me produce «They’re made out of meat» («Son todo carne», Omni 1991), no tanto por sí mismo como por el hecho de que fue finalista del premio Nebula con una historia que tan apenas hubiera considerado válida cincuenta años antes (extraterrestres mecánicos escandalizados con la carnosidad humana). Mucho más imaginativa se me antoja «Over flat mountain» («Omni, 1990… que de hecho fue su primer cuento publicado), que sigue a un camionero por el paso que se ha formado al replegarse todos los montes Apalaches en una única meseta titánica. No hay explicación alguna, pero al menos evoca imágenes exóticas.

De los cuatro siguientes, «Press Ann» (nominado al Hugo), «The coon suit» y «Next» son chistes breves, de los que solo el primero (sobre un cajero automático que parece poseer el poder de conceder cualquier petición) tiene algo de gracia (además, está escrito exclusivamente en forma de diálogo, algo que de vez en cuando hacía Bisson). «The coon suit» vuelve a carecer de elementos fantásticos y vuelve al ambiente rural, aunque ahora con un tono de humor negro, mientras que «Next» trata sobre la imposible burocracia a la que se enfrenta una pareja negra para obtener un certificado de boda. El irónico motivo pudo parecer muy incisivo en 1992, pero me temo que el paso del tiempo y la evolución de las sensibilidades no le ha hecho ningún favor. De esta tendencia humorística se desmarca «George», el único cuento escrito específicamente para la antología, sobre el inaceptable futuro que un médico ve para un niño que se le presenta como autista, siendo en realidad el siguiente paso en la evolución humana. Tan pedante como poco ético, por mucho que busque justificarse.

La cosa cambia por fin con «Necronauts» («Necronautas», Plaboy 1993), una versión un tanto más malsana de la película «Línea mortal» (1990), sobre un pintor ciego contratado para participar en un experimento sobre vivencias más allá de la muerte. Empieza lento, pero poco a poco coge ritmo, y su longitud casi de novela corta le permite un desarrollo más profundo que las anécdotas en que se basan el resto de relatos de la antología. Al tema ya de por sí morboso, se le añade una relación sexual con ecos de necrofilia, casi echada a perder por la necesidad de mantenerla marginalmente sexi para contentar al público de la revista. Fue finalista del premio Nebula a relato largo que ganó David Gerrold con «El niño marciano».

La verdad es que no tengo mucho que decir de los próximos relatos. Recuerdo vagamente que «Are there any questions?» va sobre la maravillosa opción de utilizar la basura como materia prima para la creación de terreno edificable (la ironía, si la hay, se me escapa). «Two guys from the future» («Dos chicos del futuro») es la historia de un par de viajeros en el tiempo, encargados de adquirir obras de arte para salvarlas de un futuro e impreciso holocausto… que se resuelve como un mal chiste (supongo) sobre paradojas temporales. «Canción auténtica de Old Earth» («Canción auténtica de la antigua Tierra) retorna al sentimentalismo bucólico, con la Tierra reducida a un parque de atracciones anticuado. Por su parte, tanto «The toxic donut» como «Partial people» son sátiras a medio construir, poco más que bosquejos, que apenas conllevan fuerza.

«Carl’s Lawn & Garden» (Omni, 1992) arranca mucho mejor. Nos describe un mundo en el que apenas quedan plantas y Carl gestiona un negocio que se encarga principalmente de mantener simulacros de jardín. Imaginativo y elocuente… hasta que el autor siente la necesidad de olvidarse de la sutileza y recalcar el mensaje ecologista con una alegoría burda. Hay dos microcuentos de los que no recuerdo absolutamente nada: «The message» y «By permit only». Cierran el volumen dos cuentos largos (casi novelas cortas). «England underway» es el más destacado, sobre un inglés de edad avanzada que se niega a salir de su pueblo, casi de su cuartucho, ni siquiera para visitar a su familia al otro lado del Atlántico, aplicándosele entonces el dicho de que si Mahoma no va a la montaña… la montaña llevará a Mahoma. Una idea interesante que no termina de llegar a ningún lado, lo cual no previno que fuera finalista de Hugo, Nebula y World Fantasy. Por último, «The shadow knows», con de nuevo un protagonista de edad avanzada, en este caso un antiguo astronauta, al que vuelve a reclutar para tratar con una ¿sonda? alienígena, portadora al parecer de un mensaje misterioso (incluso después de haber sido transmitido).

No creo que haga falta especificar que no es una antología que me haya impresionado mucho. Bisson posee un estilo elegante, pero a sus cuentos (incluyendo el que le dio fama) les falta en mi opinión sustancia. Demasiado a menudo son chistes elongados o tall tales con apenas pinceladas fantásticas, que intentan emular sin éxito el realismo mágico (carentes sin embargo de la crítica social que le es tan fundamental). Supongo que es una forma de narrar que resuena con las sensibilidades estadounidenses, gracias sobre todo a la influencia de talleres como el Clarion, pero a mí su falta de profundidad me deja totalmente frío.

Otras opiniones (de la compilación española de igual título):

De Francisco José Súñer en El Sitio de Ciencia FicciónDe José Antonio del Valle en StardustDe Julián Díez en CDe Enric Quílez en El Mundo de Yarhel
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Published on July 15, 2025 02:31

July 8, 2025

Deryni rising (Deryni: el resurgir)

Tras la profunda huella cultural que dejaron las primeras publicaciones económicas de «El señor de los anillos» en los EE.UU. (la pirata de ACE y posteriormente la oficial de Ballantine), la literatura de fantasía recibió un fortísimo impulso que hizo que empezara a separarse claramente de la ciencia ficción, a cuya sombra se había desarrollado desde la época del pulp.

Precisamente a partir de edición de Ballantine, nació en 1969 una de las colecciones más míticas de la historia de la fantasía, la Adult Fantasy Series (que retroactivamente englobó varios libros de o sobre Tolkien, así como la reedición de la trilogía de Gormenghast, cuatro libros de E. R. Eddison y otros títulos sueltos). El encargado de seleccionar as obras que se irían añadiendo fue Lin Carter y la selección final de sesenta y cinco títulos (más dieciocho previos) se constituyó como un primer canon de la fantasía «clásica» (que se completaría posteriormente a través de la Newcastle Forgotten Fantasy Library).

Hubo también novelas originales de la colección, pero muy pocas, y de entre ellas las únicas firmadas por un autor novel fueron las que conformaron la primera trilogía de Deriny, de Katherine Kurtz, que en virtud a esa distinción se convirtió en una de las primeras muestras de fantasía épica moderna post-Tolkien (lejos todavía de las copias más o menos descaradas que se impondrían unos años después). «Deryni: el resurgir» («Deryni rising», 1970) trata sobre la problemática sucesión del joven príncipe Kelson al trono de los Once Reinos, tras el asesinato mágico de su padre, para lo cual deberá abrazar su herencia y poder deryni, tradicionalmente denunciados por la iglesia como blasfemos tras la caída de una dinastía deryni siglos antes.

Hoy en día no parece algo excesivamente imaginativo. Podría considerarse la típica fantasía épica medievaloide, con cuarto y mitad de intrigas palaciegas y un worldbuilding, al menos en esta primera entrega, no excesivamente desarrollado. Es lo que tienen los precursores, que sus innovaciones aparentan ser lugares comunes ante los ojos de lectores muy posteriores. El caso es que de típica no tenía nada, y fue precisamente esa ambientación medieval (que ha llevado a algunos críticos a considerarla precursora de la fantasía histórica, aunque en realidad los paralelismos con la plena edad media británica no pasan de inspiración) la que la distinguió inicialmente.

En realidad, sorprende lo bien que aguanta el tipo pese a su carácter pionero. Sin la obsesión por la desmesura que caracteriza muchas de propuestas posteriores, «Denyri: el resurgir» se desarrolla (salvo un pequeño prólogo) en apenas dos días, con la acción circunscrita a la parte noble de una ciudad (Rhemuth) y no más de dos docenas de personajes directamente implicados. Pese a esas limitaciones, o quizás gracias a ellas, el ritmo es vivo y las apuestas claras.

En el día en que el príncipe Kelson alcance su mayoría de edad (a los catorce años), será coronado monarca de Gwynedd, uno de los once reinos. Existe, sin embargo, otro aspirante al trono, la hechicera deryni Charissa (que es quien urdió el plan para matar a Brion Haldane, el padre de Kelson), y si antes del enfrentamiento el joven no logra activar sus poderes deryni (una característica de los Haldane, pese a no ser de esa estirpe), su derrota es segura.

El problema es que su propia madre, una ferviente cristiana, se opone a ello, hasta el punto de intentar sentenciar a muerte a Alaric Morgan, el mejor amigo de Brion y el único deryni (medio deryni en realidad) que se muestra abiertamente como tal en la corte. Salvarlo será solo el primero de los problemas a los que se enfrentan, porque disponen de muy pocas horas para descubrir y ejecutar el ritual de transferencia del legado Haldane, y no solo se enfrentan a la oposición de la regente y de la poderosa iglesia (aunque Duncan McLain, confesor y tutor de Kelson, es también secretamente deryni), sino también a la traición de aquellos que se han vendido a Charissa.

No creo que la trama vaya a volarle a nadie la cabeza, pero la historia tampoco se percibe anticuada en lo más mínimo y resulta perfectamente adecuada. Destacaría especialmente el equilibrio entre preparación e inmadurez de Kelson, de modo que «Deryni: el resurgir» no cae nunca, pese a la edad de su protagonista, en las trampas de la fantasía juvenil.

Por supuesto, hay cosillas que no terminan de cuadrar, como la cuestión de qué esperanzas de usurpar el reino tiene realmente Charissa dada la violenta animadversión del pueblo de Gwynedd ante cualquier sospecha incluso de tener trazas de sangre deryni (algo que tiene su paralelismo histórico con el antisemitismo de muchas sociedades medievales). De igual modo, los poderes deryni nunca terminan de quedar claros, y eso le resta, pese a su espectacularidad, algo de intriga al duelo final. En cualquier caso, son cuestiones menores que no deberían pesar en demasía a la hora de valorar una obra que no necesita tirar de galones pioneros para reclamar un lugar destacado dentro del campo de la fantasía épica.

Esta trilogía Deryni original (Las crónicas de los Deryni) se completó con «Deryni: Jaque mate» (1973) y «Deryni: la grandeza» (1973). Con el correr de los años, la serie Deryni se extendió por otros trece libros, quedando estructurada en cinco trilogías y un volumen independiente, además de un par de tomos relacionados y diversos relatos, con ciclos que se organizan tanto en secuelas como precuelas de las crónicas (ambientadas entre los años 1120 y 1121).

«Deryni: el resurgir» obtuvo la categoría de finalista en la primera edición del Mythopoeic Award, perdiendo ante «La cueva de cristal», el inicio de la saga artúrica de Mary Stweart. Los otros finalistas fueron nada menos que Lloyd Alexander con «The marvelous misadventures of Sebastian», que ese año ganó el National Book Award a libro juvenil, y Roger Zelazny con «Los nueve príncipes de Ámbar«, la primera entrega de las Crónicas de Ámbar. Se encuentra incluida, además, entre las mejores novelas de fantasía de todos los tiempos, en las encuestas de Locus de 1987 y 1998.

Otras opiniones:

De Khardan en Los Hacedores
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Published on July 08, 2025 00:37

July 1, 2025

Psicosis

La carrera de Robert Bloch es curiosa. La inició en el horror cósmico, como miembro más joven del círculo de Lovecraft, y durante los años 30, 40 y 50 realizó el recorrido habitual por las revistas pulp de terror (Weird Tales, Unknown) y ciencia ficción, siendo tan prolífico como inconsecuente. Su relevancia radica en el giro que fue dándole a su producción de terror, al ir despojándola de elementos sobrenaturales para centrarse más en la maldad humana, mostrando por ejemplo un fijación recurrente en personajes como Jack el Destripador o el marqués de Sade. Fruto de ello llegó su primera novela, «The scarf» (1947), con su primer asesino en serie.

No era exactamente una novedad, pues es una tradición que se remontaba al menos hasta las räuber novels o novelas de bandoleros del romanticismo alemán, y que en el contexto de los penny dreadfuls decimonónicos dio lugar a los géneros del true crime y la Newgate novel, pero sí que le dio un enfoque nuevo al integrar en el estudio de la acción criminal la psicología moderna (se sostiene, sin embargo, que el auténtico precursor del horror psicológico fue Edgar Allan Poe, y no podemos olvidarnos de «Crimen y castigo», de Fiódor Dostoyevski, 1867). Así, abrió un camino que más tarde transitarían autores como Richard Matheson (este sin abandonar el componente fantástico), Ira Levin y Thomas Tryon con los super éxitos de «La semilla del diablo» y «El otro«, Stephen King y Robert McCammon en algunos de sus bestsellers y, por supuesto, Thomas Harris con «El silencio de los corderos».

1959 fue el año pivotal de su carrera, pues publicó su único premio Hugo, el relato «Tren al infierno», y su quinta novela: «Psicosis» («Psycho»).

Por supuesto, todos sabemos de Norman Bates gracias a la película de Alfred Hitchcock (1960), y aunque la novela no fue inicialmente tan exitosa, su asociación con esa obra maestra no solo impulsó la carrera de Bloch (sobre todo como guionista), sino que decantó definitivamente su producción hacia ese tipo de horror psicológico realista (que poco a poco ha ido distanciándose de los géneros fantásticos para integrarse más bien en el thriller o el noir, a medida que los lectores han ido aceptando, e incluso exigiendo, cada vez más la plasmación cruda de los crímenes). «Psicosis», la novela, es uno de esos casos en los que hace falta comprender toda esta evolución histórica para poder apreciar su relevancia, dado que Bloch no era precisamente un fino estilista.

A grandes rasgos, la película de Hitchcock sigue bastante al pie de la letra la trama de la novela, que no es muy extensa, con lo que me ahorro la descripción de la misma. Existen detalles adicionales aquí y allá, como un exploración más profunda de los motivos, anhelos y miedos de Mary Craine, la secretaria ladrona que acaba muriendo en la ducha del motel Bates, pero salvo una cuestión que comentaré más adelante no son relevantes para el desarrollo de la historia y la caracterización de los personajes. De hecho, se puede afirmar sin ninguna duda que todos los hallazgos argumentales, desde jugar a presentar a la primera víctima como la protagonista antes de deshacerse brutalmente de ella a las primeras de cambio, hasta el famoso giro final, ya estaban presentes en la novela de Bloch.

¿Por qué entonces arrastra cierta fama, en mi opinión totalmente inmerecida, de mediocridad? Bueno, diría que por dos motivos principales. El primero es que fue un pionero, vadeando por terrenos desconocidos e inexplorados que con posterioridad otros muchos autores (como los mencionados anteriormente) seguirían, llegando más lejos y con mayor intensidad de lo que podía permitirse Bloch a finales de los años cincuenta (de hecho, la novela no fue ni mucho menos un éxito hasta después de que se estrenara su adaptación, pues era un producto totalmente de nicho). El segundo, que al contrario que él, Hitchcock sí que era un genio de la narrativa (visual en su caso), con lo que cada plano, cada secuencia de la película lograba sacarle el máximo partido a la historia. En una comparación con una obra maestra, siempre sales perdiendo.

Si no es una joya literaria y la adaptación replica de forma bastante fiel la trama, ¿sigue valiendo la pena leerla? Diría que sí, por dos motivos. El primero, que sigue siendo una buena historia, breve, por añadidura, y que por esas dos virtudes resulta entretenida, aunque ya sepas cómo va a terminar todo y el cine te haya destripado la sorpresa final hace sesenta y cinco años. Lo más relevante, sin embargo, para los aficionados al fantástico es lo que Hitchcock no quiso incluir, porque al provenir del campo de la literatura pulp de género, Robert Bloch jugó con la ambigüedad de que la asesina pudiera realmente ser la madre de Norman Bates, resucitada por medio de algún ritual esotérico por su desquiciado hijo.

En 1960 el gran público estaba preparado para descartar definitivamente el código Hays (la autocensura impuesta por los estudios cinematográficos desde finales de los años treinta), que «Psicosis», la película, contribuyó a dejar obsoleto, pero pedirles además que aceptarán la posibilidad de lo sobrenatural hubiera sido demasiado. En la novela, sin embargo, sigue presente, y aunque ya a nadie sorprenderá la resolución de la disyuntiva, sigue estando presente para conferirle ese sutil sabor, extraño y diferente, que sigue siendo efectivo a poco que nos dejemos llevar.

Bloch apenas cobró una pequeña cantidad por los derechos cinematográficos y fue ignorado por completo durante la escritura del guion, pero el éxito de la película le permitió postularse y hacer carrera en Hollywood como el autor de «Psicosis». También dirigió su carrera literaria de forma casi exclusiva hacia ese nuevo tipo de terror más realista (aunque aún publicó algunos textos, incluida una novela, en la línea del horror lovecraftiano).

En 1982 escribió una continuación, «Psicosis 2», ambientada en el mundillo de Hollywood que tan bien conocía por entonces Bloch y con un interesante juego metaficticio, que fue de nuevo ignorada por los productores de la secuela cinematográfica de 1983 (de mucho menor interés) y las subsiguientes entregas de la serie. En 1990, Robert Bloch completó la trilogía literaria con «La mansión Bates».

Otras opiniones:

De Santiago Villalba en Lector de Mil HistoriasDe Izas en Un Libro al DíaDe Isabel del Río en La Odisea del Cuentista
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Published on July 01, 2025 03:27

June 24, 2025

Arslan

El año 2009 se le concedió la distinción de Author Emerita a M. J. (Mary Jane) Engh, una autora que, de hecho, apenas cuenta con cuatro novelas y una docena de relatos publicados a lo largo de una veintena de años. La motivación de la distinción, de hecho, radica en una sola de sus novelas, la primera que publicó, «Arslan» (1976), que por alguna razón cuenta con numerosos y eminentes valedores, aunque sinceramente la base de ese prestigio se me escapa por completo.

Arslan es el nombre de un joven general del Turquestán que en el plazo de pocos meses logra de algún modo conquistar el mundo, o al menos las partes militarmente significativas del mismo. Nuestra perspectiva, sin embargo, es bastante limitada, pues inicialmente se circunscribe al pequeño pueblo de Kraftsville, perdido en mitad de Illinois, adonde un día llegan las tropas de Arslan, con el dictador a la cabeza, para en vez de continuar la marcha hacia algún lugar más relevante, asentarse allí y establecer una especie de puesto de mando para seguir coordinando la conquista global.

Nada más llegar, las tropas toman de rehenes a los niños de la escuela, establecen un toque de queda y proceden a desarmar a la población. No contento con eso, en una extraña e innecesaria celebración de la victoria, el propio general procede a violar a una niña y luego a un niño (frente a toda su tropa y a la madre de este último) y una vez ultimado el desarme distribuye a sus soldados por las casas del pueblo, bajo la amenaza de exterminio de toda la familia si alguno es asesinado, y él mismo se aloja en la vivienda de Franklin Bond, el director del colegio.

Las indignidades se suceden, con el rapto y exilio de todos los adolescentes del pueblo y la creación de un campamento militar ocupado por jóvenes rusos, así como un prostíbulo público con chicas igualmente extranjeras (de lo que se deduce que esos mismos serán los destinos de los adolescentes del pueblo). A partir de ahí, y con la ayuda renuente de Bond, Arslan pone en marcha su política de aislamiento total y autoabastecimiento local, cortando toda comunicación con los condados vecinos y desmantelando poco a poco la tecnología disponible hasta niveles propios del siglo XIX.

Supuestamente, esa es la misma política seguida no solo en el resto de los Estados Unidos, sino en todo el mundo, porque la intención confesa de Arslan es combatir la superpoblación, así como la destrucción medioambiental producida por la expansión industrial asociada a ella. Y en caso de no ser suficiente o de no conseguir el dominio absoluto, todavía tiene un plan B, que consistiría en la esterilización forzosa de toda la raza humana.

«Arslan» es descrita a menudo como una poderosa obra de política ficción, pero a mí se me hace muy cuesta arriba considerarla así, porque la historia no tiene ni pies ni cabeza. Algo más adelante trata de explicar, sin mucho éxito, cómo se llevó a cabo la conquista relámpago del mundo, pero incluso obviando ese detalle, la pasividad ovejuna de los habitantes de Kraftsville (por no entrar en el resto de los EE.UU., un país en el que hay más armas que habitantes, si bien no homogéneamente distribuidas) es ridícula. Engh, de hecho, arrebata su agencia a casi todo el mundo (especialmente a las mujeres, que apenas son siquiera nombradas) y la circunscribe a tres personajes (o dos y medio): Arslan, Bond y Hunt Morgan, el niño al que viola Arslan el primer día, que acaba convirtiéndose, ante el rechazo de su familia y amigos, en el amante (casi mascota) del general.

La filosofía de Arslan es «primero la violación y luego la seducción», y se supone que eso es lo que tenemos que sentir también como lectores: primero rechazo visceral y luego, poco a poco y a nuestro pesar, fascinación por el personaje y sus metas descabelladas. No sé cómo se percibían en los setenta algunos de los temas sobre los que gira la novela (reducidos al mínimo, la deconstrucción del poder heteropatriarcal y la masculinidad tradicional, representados por Franklin Bond, con algo de alarmismo sobrepoblacional para darle contexto), pero aceptar lo de la «seducción» implica fuertes dosis de masoquismo (bordeando en el auto odio), cuando no un Síndrome de Estocolmo de caballo.

Por añadidura, si se analiza detenidamente el planteamiento, no es difícil comprobar que se alimenta precisamente de la xenofobia (y la homofobia) que supuestamente pretende combatir. Por un lado, espolea el miedo hacia el Peligro Amarillo, mostrando de hecho a todos los extranjeros (salvo a Arslan, que es el único complejo) como asesinos deshumanizados, y luego está la cuestión del niño al que una violación transforma en homosexual y que crece para ser corrompido y amar a su agresor (la niña violada justo antes, así como todas las mujeres de las que se abusa después, desaparecen de la novela en cuestión de unos pocos párrafos… si llega; porque al parecer, palabras de la novela, no mías, esa experiencia no hace de menos a una mujer como si ocurre con un hombre).

Apenas un lustro después de la publicación de la novela, durante la era Reagan, proliferaron las fantasías de rebelión ante una invasión extranjera de suelo estadounidense («Amanecer rojo», «Invasión USA»…). «Arslan» parece ser una fantasía de sumisión, una especie de castigo contra el poder establecido, pero que en vez conducir a un revolución apoya un involución, una auténtica autoinmolación por supuestos pecados sociales e industriales, y justifica irónicamente la fobia hacia lo diferente, recurriendo a esos mismos diferentes (rusos, asiáticos, homosexuales o bisexuales) para infligir la humillación. No suelen gustarme las fantasías de poder, porque suelen ser particularmente egocéntricas, pero hay algo especialmente deplorable en una fantasía de castigo cuyo único fin parece ser el que todos pierdan.

En 1989 fue publicada por primera vez en el Reino Unido bajo el título «A wind from Bukhara». Ese mismo 1976, y en muchas menos páginas, Robert Silverberg realizó una disección magistral del poder absoluto (también de un dictador mundial asiático) y de las ambigüedades y contradicciones morales del colaboracionismo forzado en «Sadrac en el horno«, un libro que tiene la valentía que le falta a «Arslan» de asumir, en la persona de su protagonista, las consecuencias éticas de sus actos.

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Published on June 24, 2025 08:48

June 17, 2025

The incredible tide

Alexander Key, fue un autor estadounidense nacido en 1904 que comenzó su carrera como ilustrador y que tras un puñado de libros infantiles realistas, a partir de 1960 se especializó en la ciencia ficción juvenil, llegando a publicar una quincena de títulos entre 1963 y 1979.
Pese a que ninguno de ellos se ha llegado a publicar en nuestro idioma, sí que nos han llegado ecos de su obra gracias a un par de adaptaciones audiovisuales significativas. Primero, de su novela de 1968 «Escape to Witch Mountain», sobre dos niños extraterrestres con poderes psíquicos que han de llegar a la Montaña de la Bruja para ser rescatados por los suyos y que, mientras son perseguidos por el gobierno, reciben la ayuda de un hombre decente.

El libro fue adaptado de forma razonablemente fiel por Disney como uno de sus live action más exitosos de los setenta, recibiendo un par de secuelas, además de remakes para la televisión y, más recientemente, de nuevo para el cine en un vehículo para el «lucimiento» de Dwayne Jhonson. El propio Key escribió la novelización de 1978 de «Regreso de la Montaña Embrujada».

La segunda novela significativa a este respecto fue «The incredible tide» (1970), una historia postapocalíptica que Hayazo Miyazaki utilizó de inspiración para su primer trabajo como director, la serie de animación «Conan, el niño del futuro» (1978), aunque en la obra original tanto el protagonista como el tono en general son más maduros.

Conan es un adolescente de diecisiete años que lleva cinco viviendo en solitario en un islote, acompañado únicamente por sus amigas las gaviotas. Tras un enfrentamiento entre el Oeste y la Unión por la Paz, una tercera guerra mundial en la que se empleó un arma devastadora, todo lo que queda del mundo son una serie de islas dispersas por un enorme océano. Lo que queda del Oeste es una pequeña colonia llamada Bahía Alta (adonde tendría que haber llegado Conan), bajo la dirección nominal del Maestro, mientras que los supervivientes de la Unión se han reorganizado como el Nuevo Orden, asentados en la ciudad de Industria (que, pese a su nombre, se limita a explotar los recursos del pasado, porque muchos conocimientos se han perdido).

La novela arranca con el «rescate» de Conan por parte de un navío de exploración del Nuevo Orden y su traslado a Industria, donde su carácter rebelde pronto lo pone en problemas. Por suerte para él, Maestro también se oculta allí de incógnito, y ambos planean su huida para llegar a Bahía Alta antes de que un terrible desastre natural vuelva todavía más precaria la situación de la humanidad.

«The incredible tide» presenta varias lecturas entrelazadas. Por un lado está la vertiente aventurera, que salta entre la vivencias de Conan y las de Lanna, una amiga de infancia que va adquiriendo cada vez más importancia en la sociedad de Bahía Alta, amenazada por factores externos (la llegada de un buque del Nuevo Orden, con la excusa del comercio pero buscando en realidad al Maestro y con pretensiones anexionistas) e internos (un grupo de jóvenes, liderados por Orlo, que se han rebelado contra la jerarquía continuista de la colonia y pretenden deponer a sus líderes). Entre ambos existe una conexión especial, que se pone de manifiesto en un charrán, Tikki, con cuya ayuda se «comunican».

La segunda lectura es política. No cuesta mucho identificar a la Nueva Orden con los regímenes comunistas (Unión Soviética y China, principalmente). Su política es dictatorial, utilitaria, jerarquizada, deshumanizadora… y atea. Porque ahí está la tercera y más profunda lectura de la novela, que deviene en una parábola religiosa en la que se sugiere que Conan está destinado a ser el nuevo Mesías, el encargado de liderar a la humanidad hacia un nuevo futuro, mientras que el Maestro ejerce tanto de mentor como, en cierta forma, de profeta anunciador.

Esto viene indicado por la voz que ambos han escuchado y que los guía en sus peores momentos (por ejemplo, cuando Conan quedó varado en el islote), y también se manifiesta la cualidad de elegidos en los poderes psíquicos que algunos personajes de Bahía Alta poseen (esto es una característica de muchos de los personajes heroicos de Alexander Key, presenten también, como ya he indicado, en los niños extraterrestres de «Escape to Witch Mountain»). En «The incredible tide» consisten sobre todo en capacidades telepáticas (y telempáticas), así como en la habilidad del Profesor (quien es también un genio científico al nivel de Einstein) para «ver» su entorno inmediato estando prácticamente ciego. En este contexto, con la Marea Increíble del título se establece un paralelismo más que evidente con el Diluvio, y de igual forma algunos otros episodios tienen resonancias bíblicas (aunque bastante sutiles).

No quiero, sin embargo, dar a entender que la novela es pura alegoría mesiánica. Cada una de las lecturas descritas está inserta en la precedente, de modo que lo que predomina es la aventura postapocalíptica, con una ambientación marinera y un escenario que, para la época, era bastante original. Los personajes están bien trabajados y el autor se esfuerza por presentar a los oficiales del Nuevo Orden como algo más que simples villanos unidimensionales. Lo que sí se le podría echar en cara (y a menudo ocurre) es un final brusco, adecuadamente climático, pero que deja al lector con muchas incertidumbres. Parece una conclusión claramente diseñada para dar paso a una secuela que nunca llegó, pese a que en los nueve años siguientes el autor firmó otras ocho novelas.

Otro aspecto a destacar, que quizás describiría más como trasfondo que como un tema completamente desarrollado sería la contraposición entre naturaleza (y ecologismo) e industrialismo, que se utiliza por ejemplo para marcar diferencias entre el Nuevo Orden y la Bahía Alta. De hecho, buena parte del tercer acto contrapone la navegación a vela (y unos medios de orientación «naturales») con la dependencia de tecnologías más mecanizadas.

Volviendo a la adaptación de Miyazaki, en veintiséis episodios emitidos originalmente en 1978, cabe señalar que las diferencias con la novela van bastante más allá de reducir la edad de los personajes principales, debiendo hablarse más bien de inspiración. Entre otras cuestiones, el director japonés buscaba una historia más optimista, desligada además de los miedos y frustraciones por la Guerra Fría que se perciben en el original de Alexander Key.

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Published on June 17, 2025 01:31

June 10, 2025

The trouble with you Earth people

Katherine MacLean es una autora hoy prácticamente olvidada, pero que recibió en 2003 la distinción de Author Emerita y en 2011 el Cordwainer Smith Rediscovery Award. MacLean había irrumpido en la ciencia ficción en los años 50, que fueron de hecho sus más productivos, con una serie de relatos de calidad notable y muy innovadores, al emplear en ellos la psicología, aplicándole la exigencia de rigor de las ciencias duras.

Su segundo período de actividad fueron los setenta, que se inauguraron con su único premio Nebula a la novela corta «Missing man». De esta década datan también sus únicas tres novelas: «The man in the bird cage» (1971), «Dark wing» (1979, junto con su marido) y «Missing man», un fix-up con sus tres historias del Equipo de Rescate, que de nuevo fue finalista del Nebula en 1976 (perdiéndolo frente a «La guerra interminable«, de Joe Haldeman).

Su ficción corta se recopiló originalmente en dos antologías, «The diploids» (1962), con una selección de sus relatos tempranos (1949-1953), y «The trouble with you Earth people» (1980), con una selección más amplia, que abarca de 1951 a 1975 e incluye su premiada novela corta «The missing man» (En 2016 se publicó además una pequeña recopilación, posiblemente como homenaje en su noventa cumpleaños). Es una carrera que imita por desgracia la de muchos autores de la Edad de Plata, con el agravante de que MacLean no tuvo nunca esa novela significativa que dio más reconocimiento a compañeros como Theodore Sturgeon o Walter M. Miller. En español se han editado nueve de su medio centenar de relatos.

El cuento que abre y da título a la antología, publicado originalmente en The Magazine of Fantasy & Science Fiction en 1968, es una buena muestra de su enfoque particular, pues nos presenta un par de extraterrestres xenólogos, que están orquestando un primer contacto con la humanidad. Mientras el representante terrestre parece interesado solo en las posibilidades de intercambio tecnológico, el alienígena ansía comunicarse y, cuando se le da permiso para expresarse sin tapujos, incurre en una serie de tabúes tan arraigados que imposibilitan toda comunicación (lo cual, todo sea dicho, no dice mucho de la preparación antropológica de su interlocutor). Al fondo de todo ello hay un atisbo de la hipótesis Sapir-Worf, implicando que hay niveles de comunicación (y por ende de pensamiento) bloqueados por los tabúes humanos.

Esta misma idea de la incapacidad de comunicación la encontramos en el siguiente relato largo, «Unhuman sacrifice» (Astounding, 1958), en el que una nave misionera aterriza en un planeta atrasado en el que toda la fauna, incluyendo la especie inteligente dominante, presenta un extraño ciclo biológico. La autora nos invita a repudiar el fanatismo y cerrazón intelectual del predicar al frente de la misión… y nos la cuela enseñándonos la malinterpretación de la situación no solo por parte de los más razonables pilotos, sino incluso de los propios nativos. Se trata de un relato magnífico, posiblemente el mejor de la antología.

El siguiente grupo de relatos presenta una muestra amplia de historias, publicadas en diversas revistas, que tocan algunos de los temas estrella de la ciencia ficción estadounidense, como el espacio a modo de trasunto del oeste (aunque con mayor rigor científico que la media), que encontramos en «The gambling hell and the sinful girl» (Analog, 1975) o «Collison orbit» (Science Fiction Adventures, 1954); la historia de un ingeniero genético consagrado a crear plagas mortales para fortalecer a la humanidad («Syndrome Johnny», Galaxy, 1951); una curiosa historia de primer contacto entre una indefensa (pero telepática) nave humana de exploración con un poderoso navío de guerra de un imperio opresor (que, por desgracia, se soluciona con un pequeño chiste): «Trouble with treaties» (Star Science Fiction Stories, 1959). Así como otros no tan tópicos como «The origin of species» (Children of Wonder, 1953) sobre las acciones de un neurocirujano (que extirpa traumas quirúrgicamente) al tropezarse con la que podría ser la siguiente etapa de la evolución humana; la historia de una desgraciada misión de exploración a Venus para averiguar si acoge vida antes de ser terraformado («The fittest», Worlds Beyond, 1951); o «These truths» (original de la antología, aunque al parecer escrito en 1958), que básicamente constituye un panegírico de la Declaración de Independencia y es quizás el relato más flojo de la colección.

De todos ellos destacaría que mientras algunos se adhieren a la fórmula más optimista heredada de la Edad de Oro, otros, la mayoría, presentan un tono melancólico, a veces incluso cínico, que invita a reflexionar, y a veces en no muy buenos términos, sobre el ser humano. Tal vez no resulten los textos más memorables que he leído, e incluso pueden resultar un poco anticuados, pero ofrecen esa perspectiva crítica, un poco desengañada, tan característica de la Edad de Plata.

La antología vuelve a subir de nivel con «Contagion», un cuento largo publicado originalmente en Galaxy (1950), sobre una nave colonizadora que llega a un planeta que creen deshabitado solo para hallar a los supervivientes de un intento anterior, que perdieron su tecnología por culpa de una plaga terrible que finalmente lograron dominar. Pese a las precauciones adoptadas, la historia parece repetirse, aunque la naturaleza de esa enfermedad es tan sorprendente como devastadora. Un gran relato, con una especulación tan atrevida que ha quedado un tanto desfasada, pero que lo compensa con una interesante reflexión sobre la identidad. El siguiente relato, «Brain wipe» («The new mind», 1973) es uno de los más puramente psicológicos… y de los menos interesantes. Nos adentra en la mente de un delincuente maltratado en su infancia que se enfrenta a un borrado de su memoria.

En penúltimo lugar llegamos a «The missing man», la premiada novela corta (publicada originalmente en Analog en 1971). Se trata de la tercera narración (y la más larga) de la serie Rescue Squad, y está protagonizada por un par de empleados de una agencia gubernamental, George y Ahmed, que deben encontrar a un técnico de riesgos posiblemente secuestrado por un grupo terrorista, quienes utilizan sus conocimientos para planificar atentados devastadores. El más especial de los dos es George, un telémpata, capaz de sintonizar con las emociones de los demás, mientras que Ahmed es su superior e intérprete (así como antiguo líder de la pandilla juvenil en la que ambos militaban).

Se trata sin duda de una variación interesante sobre el tema de la telepatía, que se vuelve más pertinente cuando la investigación va complicándose. Igual de de sugerente es el entorno que nos presenta, una Nueva York balcanizada en barrios-estado (muy parecidos a las franquicias que imaginaría Neal Stephenson para «Snow Crash«). Para terminar de redondearlo, las motivaciones de los terroristas (juveniles) tienen su punto de legitimidad (no así sus métodos), sustentándose esta en una crítica al objetivismo randiano que ha modelado una sociedad que presenta mucho de distópica. Como ya he avanzado, tres años después, MacLean reunió las tres historias de la Rescue Squad, las retocó y amplió y para dar lugar a la novela «Missing man» (1975).

La antología se cierra con un relato corto, «The carnivore» (Galaxy, 1953), que vuelve a demostrar lo difícil que es escribir admoniciones morales sin parecer… absurdamente moralista.

En conjunto, sin embargo, «The problem with you Earth people» es una gran antología, con cuatro o cinco textos de altísimo nivel (que coinciden también con ser los más extensos), entre los que se cuenta ese premio Nebula de novela corta (batiendo, por ejemplo, a «The infinity box«, de Kate Wilhelm) que, sin duda, invita a buscar la novela que lo expandió (ambas siguen inéditas en castellano). En cuanto a la autora, se puede decir sin temor a equivocaciones que en su caso los premios honoríficos estaban más que justificados y que verdaderamente merece un redescubrimiento.

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Published on June 10, 2025 03:15

June 3, 2025

The mount (El corcel)

Carol Emshwiller fue conocida sobre todo como cuentista, con decenas de relatos (alrededor de 160) publicados a lo largo de una carrera que se extendió entre 1955 y 2012, con solo cuatro novelas de género, publicadas hacia el final de este período. También por esa época tardía llegaron sus dos premios Nebula de relato, así como el World Fantasy a toda una vida. En 2019, de forma póstuma, se la distinguió con el Cordwainer Smith Rediscovery Award.

Su estilo se caracterizó inicialmente por su cualidad experimental y su sustrato feminista, características ambas en las que fue una adelantada a su tiempo. Sin embargo, y a pesar de formar parte de «Visiones Peligrosas» en 1967, su carrera nunca terminó de despegar hasta alcanzar un estatus similar a otros autores de la New Wave (aunque ese sí que fue ese el destino de muchos colegas que iniciaron también sus carreras durante la Edad de Plata). Tras un primera novela (casi novela corta) fantástica de 1988 («Carmen dog», en la que las mujeres se transforman cierto día en animales y los animales en mujeres) y dos breves novelas juveniles del oeste, en 2002 publicó «The mount» («El corcel»), una historia de ciencia ficción, también con tintes juveniles, que se adentra, quizás en exceso, en el terreno de la fábula.

La historia se ambienta en una Tierra que lleva siglos dominada por una raza extraterrestre, los hoots («gritones» en la traducción), que han sojuzgado a los hombres y los han convertido en sus monturas, pues sus débiles piernas apenas les permiten caminar (por el contrario, sus manos son terriblemente fuertes y les permiten ejecutar la estrangulación de la muerte, lo cual, unido al efecto aturdidor de sus alaridos, «explica» su posición dominante). El protagonista y narrador principal (apenas hay tres cortos capítulos con otras voces) es Charley, cuyo nombre de corcel es Smiley, un preadolescente cuya única aspiración consiste en ganar carreras y ser una buena montura para el joven hoot destinado al liderazgo absoluto de su raza.

Pese a algún que otro incidente desagradable, Charley está en general contento con su vida. Posee un bonito establo con todas las comodidades, es apreciado y cuidado con mimo y la pureza de su linaje le ha proporcionado una gran estatura y unas piernas fuertes, ideales para la competición. Su vida sin embargo, da un vuelco cuando un grupo de hombres salvajes, de los que viven en las montañas, asalta la ciudad donde vive. Apenas consigue escapar sin ser detectado, llevándose consigo a su hoot, el pequeño futuro líder de los amos. Su independencia, sin embargo, dura poco, pues pronto son alcanzados por los corceles salvajes y entonces descubre que su líder es Heron, un padre que nunca había llegado a conocer.

La adaptación de Charley al estilo de vida salvaje es dura, por las incomodidades, las burlas por su dependencia del hoot, sus sueños rotos… y no en menor medida por la falta de conexión con su padre. Heron es un antiguo campeón, cuyo carácter rebelde lo llevó a ser montura de la guardia. Tras escapar, se ha erigido en líder de una revolución, aunque su pasado violento aún lo persigue. Por añadidura, el abuso de un bocado con pinchos le ha provocado lesiones que dificultan su habla. Quiere, sin embargo, a su hijo, y le desespera y apena el no poder transmitirle lo que tantos sufrimientos le ha costado comprender sobre las relaciones entre hoots y humanos.

El que nuestro punto de vista esté circunscrito a Charley (salvo por un capítulo centrado en Heron y otro en un hoot anónimo) nos pone en el lugar de, básicamente, un esclavo voluntario. Alguien incapaz de cambiar su perspectiva del mundo, por mucho que los hechos le obliguen a ello. En ese sentido, es fundamental su edad, con su rebelión adolescente, que lo hace creerse en posesión de la verdad absoluta, mezclada con una visión todavía infantil de la vida, a través de la cual contrapone desfavorablemente la dureza de la libertad frente a los oropeles vacuos de la sumisión. Del mismo modo, se perciben como sublectura secundaria otros tipos de relación de dominancia/sumisión, como podría ser la los hombres violentos sobre las mujeres.

Por desgracia, hay otros temas entremezclados, que en vez de darle más profundidad a la historia, la difuminan. La más evidente sería una postura animalista de denuncia hacia la relación del hombre con sus animales domésticos (en particular, claro está, el caballo). Aquí la historia adquiere tintes alegóricos, y el problema de la alegoría es que a menudo sus necesidades acaban situándose por encima de la lógica narrativa (a este respecto, me ha transmitido ecos intensos de «El árbol familiar«, de Sheri S. Tepper, 1997). Lo peor, sin embargo, es que esto también afecta a la relación entre hoots y humanos, justificando en cierto sentido la necesidad de un compromiso, lo cual trunca por completo la trama de liberación de Charley, cuya evolución se ve interrumpida en seco porque llevarla a su conclusión lógica contravendría las intenciones de la autora.

Más allá incluso de lo forzado de la analogía (por mucho que se empeñen, los animales no son humanos, y eso supone siempre el gran problema de las fábulas animalistas sobre inversión de roles), las necesidades alegóricas se dan de bofetadas con el requisito de verosimilitud de la ciencia ficción (por algo este tipo de historias funcionan marginalmente mejor en el terreno de la fantasía pura), así que cuando hacia el final trata de justificar el cómo se llegó a la situación de partida (o cómo la revolución se lleva a término con una facilidad insultante) la explicación no hay por dónde cogerla y todo el entramado narrativo y filosófico se desmonta.

Pese a todo, «El corcel» es de ese tipo de historias polarizantes que siempre acaban encontrando su público entusiasta (en contraprestación con detractores no menos entregados). Quizás ello explique su nominación al premio Nebula (en la edición que ganó Elizabeth Moon con «La velocidad de la oscuridad«). Sí que se alzó, sin embargo, con el Philip K. Dick, justo por encima de «La cicatriz«, de China Miéville.

Otras opiniones:

De Ignacio Illáregui en CEn Literatura ProspectivaDe Magda Llevetllat en El Sitio de Ciencia FicciónDe Xavier Riesco en Bem Online
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Published on June 03, 2025 00:03

May 26, 2025

Magia de Thule: las historias de John Thunstone

Aunque también cultivó la ciencia ficción, Manly Wade Wellman fue uno de los autores que crecieron al cobijo de Weird Tales, por lo que suele ser más conocido por sus historias de fantasía y terror. Tras iniciar su carrera en 1927, fue en 1937 que su carrera profesional se decantó más por el mercado pulp. Justo por ese momento la revista se enfrentaba a un forzado relevo generacional. Robert E. Howard había fallecido en 1936 y poco después (1938) lo hizo Lovecraft. Clark Ashton Smith iba dirigiendo su producción hacia la poesía e incluso su gran estrella, Seabury Quinn, comenzaba a espaciar su producción al centrarse más en la no ficción (sobre su trabajo como gestor funerario).

Ahí entra Manly Wade Wellman, un joven escritor, agresivamente sureño y versado en ocultismo y en el folclore del medio oeste americano, dispuesto a tomarles el relevo a esos grandes del género weird. Y como ellos, empezó a crear sus propios escenarios y personajes recurrentes, como por ejemplo el juez Pursuviant, un veterano investigador de lo oculto, protagonista de un par de novelas cortas y otros tantos relatos, publicados en Weird Tales entre 1938 y 1941 bajo el pseudónimo de Gans T. Field.

Su primer gran personaje recurrente, sin embargo, fue el detective paranormal John Thunstone, que debutó en 1943 con el relato «La tercera invocación a Legba». Alejado del modelo más cerebral que había dominado el arquetipo durante sus primeros años, Thunstone se nos presenta como un hombre de acción, alto y musculoso, de reacciones rápidas y decididas y amplios conocimientos mágicos y esotéricos (que, lejos de ser invención propia, se ajustan a los parámetros de la magia ritual, ya sea contemporánea o antigua, extraída de auténticos grimorio, o incluso al vudú tahitiano, como en este relato).

En este primer relato se nos presenta también su primer gran archienemigo, Rowley Thorne, inspirado de forma absolutamente descarada en Aleister Crowley, e incluso un (vago) interés romántico que reaparece en ulteriores narraciones. Quizás más que otros autores anteriores, Wellman está interesado en ir añadiendo elementos recurrentes para ir dando forma a lo que hoy llamaríamos universo de Thunstone (que incluye referencias a otros detectives sobrenaturales, tanto propios, como el juez Pursuviant, que le regala un bastón estoque de poder, como ajenos, en especial Jules de Grandin).

Los primeros relatos (de un total de quince) son bastante directos. John Thunstone es un personaje apenas esbozado, del que nunca llegamos a conocer su historia, ni de dónde ha obtenido sus habilidades, ni a qué se dedica cuando no está enfrentándose al mal uso de la magia. En el esquema típico encontramos a Thunstone tropezando con (o lanzado hacia) algún evento sobrenatural (a veces implicando a otros practicantes, ya sean benignos o malvados, de las artes mágicas; otras por la aparición de algún objeto o lugar encantado), que examina con tranquilidad hasta que, una vez comprendido, lo confronta con la sutileza de un rinoceronte y lo despacha en unos pocos párrafos.

Esto empieza a cambiar un poco cuando entran en juego los shonokins (con «Thorne en el umbral», el octavo relato de Thunstone), que se erigen en sus segundos grandes adversarios. Los shonokins son una raza prehumana ancestral, dispuesta a recuperar su posición de dominio en el mundo tras milenios de ausencia. La sutileza sigue brillando por su ausencia, pero ya empieza a notarse un interés por construir una mitología propia más allá de la mera acumulación de elementos recurrentes y la citación de oscuros tratados esotéricos (que seguramente pasaban desapercibidos para la mayor parte de los lectores).

El que poco a poco Manly Wade Wellman va puliendo sus herramientas queda de manifiesto en los últimos relatos, que son sin duda los mejores, en especial la noveleta «Doblemente maldito» (1946), en la que Thunstone no aparece hasta bastante avanzada la acción y que juega hábilmente con la idea del doppelgänger y recupera un elemento presentado en «Las letras de fuego frío», la Escuela de la Oscuridad (basada en la mítica Escolomancia). A continuación «La ciudad Shonokin» (1946) cierra ese ciclo por todo lo alto, con un clímax que casi, casi preconfigura a Clive Barker, y «La última tumba de Lill Warran» (última publicación de Wellman en Weird Tales en 1951), en el que se lleva a la perfección el relato-tipo descrito previamente… añadiendo elementos del folclore que luego constituirán la base de su ficción.

En definitiva, Manly Wade Wellman, al menos en esta etapa de su carrera, se muestra como un narrador competente y una persona de amplios conocimientos, pero cuyo estilo es un poco tosco, sus descripciones bastante pobres y cuyos personajes pueden describirse como arquetipos apenas definidos. Su apego a una fórmula magistral lastra además sus cuentos abordados de seguida, a modo de antología, aunque es cierto que no fue ese el formato al que estaban destinados. Carece de la inventiva prodigiosa de Lovecraft, el lenguaje poético de Ashton Smith o el dinamismo brutal de Howard, pero puede situarse perfectamente en un segundo escalón del weird, más o menos al nivel de Seabury Quinn (quizás un par de pasos por detrás a nivel de estilo).

Wellman recuperó el personaje de John Thunstone en los años ochenta, primero con un relato intrascendente, incluido también en esta antología («No lo despertéis») y luego con dos novelas que la crítica coincide en describir como decepcionantes: «What dreams may come» (1983) y «The School of Darkness» (1985). Su huella, sin embargo, quizás sea más profunda de lo que aparenta, pues resulta difícil leer sus cuentos y no pensar que otro John, Constantine, no sea una versión más proletaria del mismo tipo de mago/detective sobrenatural.

Si bien la quiebra de Weird Tales (que terminó de verificarse en 1953) acabó con la primera tanda de aventuras de Thunstone, Wellman aprovechó lo aprendido para crear su personaje más célebre, John the Balladeer (o Silver John), cuyos encuentros con diversas manifestaciones sobrenaturales del folclore del medio oeste americano contó en las páginas de The Magazine of Fantasy and Science Fiction a lo largo de veinticinco relatos entre 1951 y 1963, añadiendo igualmente a su historia cinco novelas entre 1979 y 1984.

Otras opiniones:

De Cadvalon en Aventuras Extraordinarias
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Published on May 26, 2025 23:45