Sergio Mars's Blog, page 3

March 11, 2025

Hôtel Transylvania

La californiana Chelsea Quinn Yarbro es conocida sobre todo como autora de novelas que combinan los géneros histórico y de terror. Dentro de ese campo, su principal serie es la del vampiro Saint-Germain, que comprende veintisiete libros (dos de ellos colecciones de relatos) del personaje principal y otros cinco protagonizados por otros personajes relacionados. En total, esta producción representa un poco menos de la mitad del total de su obra, que por otro lado abunda en esa misma hibridación y toca esporádicamente otros géneros como el horror puro, la fantasía, el western o el misterio.

La primera de las novelas de Saint-Germain fue, en 1978, «Hôtel Transylvania» y se ambienta en la Francia del siglo XVIII (más concretamente, 1743), bajo el reinado de Luis XV (aunque en realidad los sucesos históricos de ese año no tienen relevancia alguna en la trama).

Antes de entrar a presentar la historia, me gustaría hacer mención del personaje que la inspira, el conde de Saint Germain, un enigmático cortesano que sobre todo durante la segunda mitad del siglo XVIII se dedicó a viajar por toda Europa, siendo recibido (y utilizado en misiones diplomáticas) por reyes y otros altos dignatarios. Nada se sabía sobre su lugar de nacimiento (al parecer hablaba a la perfección varios idiomas) ni sobre el origen de su considerable fortuna y a lo largo de los años se le atribuyeron conocimientos alquímicos (y se tiene constancia de su producción musical e incluso de una escasa producción literaria).

Incluso en vida, el personaje real se confundió a menudo con el mito y tras su muerte sus supuestas aventuras, maquinaciones, alias y hazañas no hicieron más que magnificarse. En general, siempre mantuvo, pese a tanto secretismo, una imagen pública y política muy positiva. En definitiva, un personaje fascinante que ha inspirado numerosas obras de ficción, de entre las que quizás destaque, por la extensión y longevidad que alcanzó, esta serie de Yarbro.

El acontecimiento que desencadena la «acción» es la llegada a París de Madelaine de Montalia, para ser presentada en sociedad al cumplir los diecinueve años. Madelaine es hija del marquis Étienne de Montalia, quien tuvo que exiliarse años atrás de la capital en  medio de un escándalo, y sobrina de la comtessa de Argenlac, en cuya mansión y bajo cuya tutela se hospeda. Su llegada pronto suscita la atención, tanto de cortesanos amigos de su tía, como el propio comte de Saint-Germain, como de jóvenes en edad de tomar esposa, entre los que se incluye alguno que frecuenta el círculo del baron de Saint Sebastien, contra quien ha sido explícitamente prevenida por su padre.

Lo que este no le ha explicado es que Saint Sebastien fue (y sigue siendo) el líder de un grupo de satanistas, ni que el propio Étienne perteneció a dicho aquelarre y, lo que es peor, vendió al mismo a su primogénito no nacido, para ser sacrificado al llegar a su mayoría de edad.

Claro que para llegar hasta ahí tienen que pasar muchas cosas, la mayor parte total y absolutamente inconsecuentes. Muchas reuniones de sociedad, mucho drama doméstico (con maridos ludópatas, gays o, en general, ejerciendo un poder abusivo sobre sus esposas, aunque estas mismas sean de noble cuna) y una subtrama sobre el prinz Ragoczy, otro pseudónimo de Saint-Germain, y unos alquimistas a los que soborna con el secreto para crear diamantes, que no aporta a la novela nada más que completar casillas de la semblanza del Saint Germain histórico, pero por lo que se refiere al conflicto central entre Saint Sebastien y Madelaine, poco que destacar hasta una emboscada fallida durante un paseo a caballo.

Entrelazado con esto tenemos la relación amorosa entre Saint-Germain y Madelaine, que muy posiblemente constituya el prototipo para toda esa transformación que se llevaría a cabo dos o tres lustros después y que convertiría al vampiro en un icono romántico. Algo en lo que también es precursora es en emparejar a una adolescente (muy madura, por supuesto) con un compañero que no solo es siglos (milenios, en realidad) más viejo en años efectivos, sino que incluso en apariencia ronda unos cincuenta años bien llevados.

Para concluir solo me falta hacer mención de la supuesta faceta de horror… porque esta brilla casi por su ausencia ( la novela es ante todo y sobre todo fantasía romántica). Sí, hacia el final (muy hacia el final) hay un par de escenas de tortura, más insinuadas que narradas en detalle, pero lo más que podría decirse del resto del libro es que ofrece un contraste entre la cortesía extrema exterior (reflejada también en las cartas que anteceden cada capítulo) y la bajeza y crueldad que muestran de puertas adentro algunos de los personajes. Por desgracia, esto queda como una reflexión aislada, sobre la que no se trabaja y con la que no se hace ningún esfuerzo por entretejerla en el contexto histórico, lo cual hubiera podido aumentar considerablemente el interés de la obra.

Cabe mencionar que en 1743 faltaban apenas cuarenta y seis años para la Revolución Francesa y que parte del descontento popular empezó a macerar precisamente durante el reinado de Luis XV, pero nada de eso se refleja en la novela, porque se centra casi exclusivamente en los círculos limitados (tanto en número de personajes como por lo que se nos revela de ellos) de la alta sociedad. Chelsea Quinn Yarbro utiliza su ambientación histórica básicamente como referente estilístico (con una enorme importancia concedida a la descripción de vestimenta y manjares, como buena fantasía costumbrista) y aprovechando como modelo al comte de Saint Germain y a la existencia real por esas fechas de un Hôtel (mansión) Transylvania.

Debe de haber algo que se me escape, o quizás es que este primer volumen de la aventuras de Saint-Germain (que luego explorarían muy diversas localizaciones y períodos históricos) no resulta especialmente memorable (de hecho, para cómo se soluciona, podría haber terminado con menos problemas doscientas páginas antes a poco que Saint-Germain así lo hubiera decidido… y con menos inconvenientes para todos), pero lo cierto es que Yarbro fue merecedora (sobre todo por estos libros) del World Horror Grandmaster, el Living Legend del International Horror Guild y los premios a toda una vida del Bram Stoker y el World Fantasy Award.

Otras opiniones:

De Eilonwy en La Espada en la TintaDe MJ en La Duermevela del VisionarioDe Earendilion en Un Tintero de Sapphire
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Published on March 11, 2025 02:52

March 5, 2025

Base lunar

Edwin Charles Tubb (E. C. Tubb) fue uno de los autores más relevantes en la configuración de la ciencia ficción británica moderna, post Segunda Guerra Mundial. Su carrera se inició en 1950 y pronto alcanzó un tremendo volumen de producción, publicando mayoritariamente en las revistas pulp británicas con toda una variedad de pseudónimos, algunos de los cuales adquirieron su propia popularidad. Fue, igualmente, uno de los fundadores de la British Science Fiction Association en 1958.

Sus dos series más famosas son la de Dumarest, un terrestre perdido en una galaxia pintoresca, en busca del camino de retorno a su planeta, lo que le llevó treinta y tres novelas, publicadas sobre todo entre 1967 y 1985, y la de Cap Kennedy, una especie de agente independiente de la Federación Terrestre, que resuelve problemas a su discreción durante diecisiete novelas, publicadas casi todas ellas entre 1974 y 1975. Esta enorme producción fue su principal característica. Al finalizar una carrera que se extendió por más de cinco décadas, había publicado ciento veinte novelas y un número doble de relatos.

Sus planteamientos, como se puede adivinar, no eran precisamente innovadores y tampoco su estilo resultaba especialmente destacable, por lo que su impacto a nivel internacional fue bastante reducido. Prueba de ello es que solo tiene tres novelas traducidas al castellano, aunque dos de ellas son de sus títulos más reconocidos: «Rumbo a las estrellas» (publicado en el volumen «Pistas del espacio 12») y la que nos ocupa, «Base lunar» («Moon base», 1964).

En realidad, la historia había debutado en una versión ligeramente más corta el año anterior, serializada en las páginas de la revista pulp británica New Worlds of Science Fiction (en aquel momento la publicación líder del sector en el país), bajo el título «Window on the moon».

Como no resulta difícil imaginar, el tema de la novela corresponde al interés sobre nuestro satélite suscitado por la Carrera Espacial, que para 1963 ya había entrado en su fase final, el programa Apolo. El siguiente paso lógico (o eso se pensaba entonces) tras el primer alunizaje sería el establecimiento de bases permanentes en la Luna y en ese hipotético futuro se ambienta la historia. Más específicamente, se trata de la base lunar británica, una de las cuatro existentes (siendo las tres restantes de estadounidenses, rusos y chinos, lo que viene a indicar una expansión de la guerra fría y sus alianzas al espacio).

La historia arranca con la llegada por sorpresa a la base de una delegación oficial que, según nos enteramos luego, acude a anunciar el relevo del actual comandante debido a un cambio en la política defensiva que se quiere implementar (con una mayor colaboración con las fuerzas americanas). En esa misma nave llega Félix, un supuesto técnico que va a encargarse de las comprobaciones finales in situ para la instalación de un sistema de láseres defensivos. En realidad, Félix es un agente de inteligencia, enviado de incógnito para investigar una vaga amenaza sugerida por el informador permanente, del que no se sabe nada desde hace semanas.

Así, a medio camino entre una novela de detectives y una de espías, la acción se circunscribe casi por completo al interior de la estación, un ambiente muy similar al que más adelante se vería en Star Trek (1966-1969), con cierta concesión a la noción de una gravedad más reducida a la terrestre, aunque sin una auténtica comprensión de lo que significa ese sexto de g (simplemente, obliga a los selenitas a moverse más despacio para avanzar lo mismo).

Desde el principio hay cosas que le escaman, como una actitud excesivamente distendida entre todos los habitantes de la base (que, en teoría, son también militares) o la ventana del título original, que se encuentra al final de un largo e innecesario túnel ascendente (la base en sí es subterránea, para evitar problemas de despresurización). Sus temores parecen confirmarse cuando la nave con la delegación resulta destruida al poco de abandonar la Luna, un increíble golpe de mala suerte afecta al comandante estadounidense, que ha acudido a alertarlos de una potencial brecha de seguridad, y él mismo sufre un accidente mientras se encuentra realizando tareas propias de su tapadera en la superficie.

Así, a medida que va profundizando y relaciona estos hechos con las investigaciones que se están llevando a cabo en la estación, un patrón comienza a insinuarse en su mente, y de ser ciertas sus sospechas, el peligro, ya no solo para la base lunar, sino para toda la Tierra, podría alcanzar proporciones apocalípticas.

Como se puede ver, no es una mal planteamiento. Un tema de moda, hibridación con otros géneros populares y las gotas necesarias de especulación para mantenerlo todo firmemente anclado en la ciencia ficción. El propio Isaac Asimov se había prodigado en esa misma fórmula durante toda la década anterior. Claro que para 1963 tal vez ya estaba un poco gastada, con un nueva ola que empezaba a interesarse en otros recursos y planteamientos.

Desde luego, eso por si solo no significa que deba descartarse de primeras una narración un poco retro. Al fin y al cabo, incluso hoy en día seguimos leyendo (con mayor o menor interés, según inclinaciones) las buenas historias de ciencia ficción de todas las décadas. El problema de E. C. Tubb, al menos en «Base lunar», es que su habilidad narrativa es más bien justita. Incluso dejando de lado un machismo difícil de tragar incluso para los años sesenta (presente en toda la novela, pero especialmente impactante en una escena que culpabiliza de forma harto chocante a la víctima en un caso de lo que hoy llamaríamos violencia de género), reparte las cartas del misterio con tanta cicatería que las sorpresas casi brillan por su ausencia (y por ello me he abstenido también de mencionar algunos detalles de la historia).

Ni la ambientación, ni los personajes, ni el misterio, ni la especulación (bastante forzada y, a la postre, fantasiosa) hacen memorable una historia muy anclada en una época muy concreta, que poco tiene que ofrecer hoy en día que justifique su lectura (salvo por motivos puramente históricos… y como homenaje a un auténtico currante del género).

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Published on March 05, 2025 02:05

March 1, 2025

Homúnculo

James P. Blaylock (junto con sus amigos Tim Powers y K. W. Jeter) fue uno de los autores que, entre finales de los setenta y principios de los ochenta, despuntaron en California bajo el ala de Philip K. Dick. Jeter fue quien, en broma, bautizó el género steampunk, para definir precisamente el tipo de fantasía que estaban escribiendo cuando estalló la burbuja cyberpunk… y al final eso fue la puerta por la que se colaron todos los demás nosequépunks que siguen proliferando cuarenta años después.

La cuestión es que, de entre los mencionados, la obra de Blaylock es quizás la más reconocible hoy en día como steampunk (habida cuenta de la evolución del género), sobre todo gracias a su serie sobre el villano Ignacio Narbondo y, posteriormente, el caballero victoriano Langdon St. Ives. La primera novela en utilizar estos personajes (o sus descendientes) fue «The digging leviathan» (1984), ambientada en la California de los años sesenta. Luego, entró de lleno en modo victoriano (y, por tanto, steampunk, con «Homúnculo» («Homunculus», 1986), culminando la trilogía original en 1992 con «Lord Kelvin’s machine».

«Homúnculo» es una novela bastante exigente de buenas a primeras, porque arranca in media res, acumulando personajes (todos ellos con relaciones previas, de colaboración o antagonismo, entre sí), tramas e ideas, que se alimentan de mil y un referentes, incluyendo la ciencia ficción y el terror. Así nos encontramos con los socios del Club Trismegisto, al que pertenece St. Ives y otros caballeros, William Keeble y Theophilus Godal, que vienen a ser una mezcla de aventureros, científicos y filántropos, con ciertos secundarios orbitando en torno suyo como el emprendedor vendedor ambulante de pepinillos Bill Kraken o el joven Jack Owlesby (hijo de un antiguo socio ya fallecido), prometido a Dorothy, la hija de Keeble.

Enfrente tienen a un variopinto grupo de adversarios, como el predicador loco Shiloh, obsesionado con devolver a la vida a su madre merced las malas artes del malvado alquimista Ignacio Narbondo (que, una vez puesto a ello, también le está creando un ejército de muertos revividos), el ayudante de este último, Willis Pule (igualmente encaprichado con Dorothy) o el desalmado empresario Kelso Drake, cuya principal obsesión es hacerse con el secreto de la máquina de movimiento perpetuo que ha inventado Keeble (como juguete), y sus esbirros.

Para terminar de aderezar la historia, no tenemos uno, sino cuatro MacGuffins, y todos ellos metidos dentro de cajas idénticas construidas por William Keeble y todos ellos buscados por algún personaje u otro, con los que Blaylock se divierte jugando como un trilero, moviéndolos de un lugar a otro, de un dueño a otro, sobre todo durante el caótico tercer acto, que es cuando todo se desmadra, los personajes chocan y, por supuesto, el bien acaba triunfando… un poco por casualidad, todo hay que decirlo. Claro que he llegado hasta aquí sin decir mucho de la trama, y no es por descuido. Por un lado, está la cuestión de que la trama es un poco secundaria frente a los pintorescos personajes, por otro es que por momentos casi se percibe como una excusa para, simplemente, desatar la locura.

Entre los hilos argumentales que se entrelazan, aparte de los ya insinuados, tenemos un dirigible que regresa a Londres después de haber sobrevolado todo el mundo, con un cadáver a los mandos; una nave extraterrestre que se estrelló en la tierra y en la que viajaba el homúnculo del título aprisionado ahora en una de las cajas Keeble, que tiene secuestrada Kelso Drake en uno de sus prostíbulos; otra nave espacial, esta en construcción por parte de St. Ives, con la que anhela partir de la Tierra dejando con un palmo de narices a los estirados de la Royal Society; o el secreto del legado de Owlesby senior, concretizado en una esmeralda gigante que, por supuesto, está guardada en una de las dichosas cajas.

Con todo ello, Blaylock construye una suerte de opereta cuyos principales objetivos parecen ser apabullar a base de sobrecarga de información y entretener, aunque para ello tenga que ponerse un poco anacrónico, como cuando escenifica una persecución propia de la paranoia alienígena de las películas de serie B de los cincuenta. Sí es cierto que, a propósito de la máquina de movimiento perpetuo y su posible aplicación industrial, sí que aborda superficialmente el problema del capitalismo exacerbado y los abusos propiciados por la revolución industrial, pero nunca permite que un exceso de reflexión se inmiscuya en los fines más lúdicos.

Es por ello que, a pesar de que tiene no pocos elementos de ciencia ficción (al terror, sin embargo, nunca se entrega con el mismo entusiasmo), calificaría «Homúnculo» como principalmente de fantasía. A Blaylock no le interesa tanto explorar escenarios ucrónicos como crear una suerte de fantasía urbana tardodecimonónica, fascinada por la estética del período histórico, y en ese sentido la novela creo que puede considerarse todo un éxito y un modelo que, consciente o inconscientemente, ha sido imitado por muchos autores posteriores.

Sin embargo, algo no me termina de encajar del todo. Quizás sea que te deja con un sentimiento de inconclusión. No porque no cierre (casi) todas las tramas que abre, sino porque a la postre esa resolución se siente un poco… irrelevante, como si fuera mucho ruido (pero mucho, mucho) para no demasiadas nueces. Lo de la progresión narrativa es algo que, en general, su amigo Tim Powers (con quien comparte un personaje, el del poeta William Ashbless, mencionado aquí como autor de cabecera de Bill Kraken) maneja mejor.

Bastante tiempo después, entre 2009 y (por ahora) 2020, James P. Blaylock amplió el escenario con cuatro novelas y tres novelas cortas de Langdon St. Ives y una secuela tardía a de «The digging leviathan». Respecto a la mentoría que comentaba en la introducción, «Homúnculo» le valió precisamente, en 1987, el premio Philip K. Dick, otorgado desde 1983 (el año siguiente a la muerte del homenajeado) a la mejor novela de ciencia ficción (en un sentido muy laxo) publicada originalmente en los EE.UU. en tapa blanda.

Otras opiniones:

De Alfonso García en CDe Francisco Súñer Iglesias en El Sitio de Ciencia FicciónDe Eloi Puig en La Biblioteca del Kraken
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Published on March 01, 2025 01:38

February 19, 2025

Los juegos del hambre

La carrera de Suzanne Collins se inició en 1991, como guionista de series de televisión infantiles para Nickelodeon. En 2003 dio el salto a la escritura de novelas con «Gregor de overlander», el inicio de las Crónicas de Underland, una serie de fantasía épica infantil, inspirada en «Alicia en el País de las Maravillas«, que se prolongó por cinco títulos, hasta 2007. Entonces, en 2008, sacó al mercado una de las novelas fantásticas más influyentes de lo que llevamos de siglo, «Los juegos del hambre» («The hunger games»), que supuso el pistoletazo de salida para la moda de distopías juveniles que dominó el mercado al menos durante toda una década.

Lo cual no deja de ser irónico, porque «Los juegos del hambre» no es exactamente una novela distópica, aunque sí se ambienta en un escenario distópico, una Norteamérica posterior a algún tipo de desastre impreciso que dejó los EE.UU., ahora Panem, reducidos a una gran ciudad, Capitol, y trece distritos poco poblados que suministran diversos productos y materias primas al gobierno central. En el momento de inicio de la novela han pasado setenta y cuatro años desde una rebelión de los distritos que se saldó finalmente con su derrota y la destrucción completa del distrito trece. Desde entonces, en conmemoración de este hecho, se celebran cada año los Juegos del Hambre, una competición para la que cada distrito ha de proporcionar un chico y una chica de entre doce y dieciocho años, elegidos normalmente por sorteo, para que se enfrenten entre sí en una lucha televisada de la que solo puede emerger victorioso un tributo (como son llamados).

Supongo que todo esto es de sobras conocido, pues en 2012 el libro tuvo una exitosa adaptación cinematográfica, que recaudó casi setecientos millones en todo el mundo y elevó la carrera de Jennifer Lawrence al superestrellato, convirtiéndose en su conjunto la serie de los Juegos del Hambre en una de las franquicias multimedia más lucrativas de todos los tiempos. La propia autora estuvo muy involucrada en la escritura del guion, de modo que fue una adaptación bastante fiel. Aunque dado que se estrenó dos años después de la publicación de «Sinsajo», la tercera novela de le serie, hubo cambios encaminados a anticipar de forma más clara las secuelas… y ahí es donde se le dio mayor importancia a la faceta distópica.

La novela constituye una narración en primera persona por parte de Katniss Everdeen, una joven de dieciséis años del distrito doce (especializado en la explotación de minas de carbón). Con un espíritu independiente y batallador, Katniss acaba presentándose voluntaria para los Juegos del Hambre, después de que el sorteo designe como tributo femenino del distrito, contra todas las probabilidades, a su hermana de doce años. Su acompañante masculino es Peeta Mellark, el hijo de su misma edad del panadero del distrito.

Tras una introducción (un tanto apresurada, pero aun así mucho más extensa que en la película) de la vida de Katniss en el distrito, el segundo acto de la historia se centra en la preparación de los dos tributos para su enfrentamiento, algo que tiene más que ver con recabar los apoyos populares que les proporcionarán ayudas durante la competición que con cualquier tipo de entrenamiento específico (algo superficial dado lo apresurado del proceso). Así, son su equipo (una funcionaria del gobierno, un antiguo ganador del distrito y el equipo de estilismo), Katniss y Peeta han de esforzarse por presentarse como candidatos por los que merezca la pena votar… lo que en el caso de Peeta incluye la confesión de su antiguo amor platónico (y ahora también trágico) por Katniss.

El plato fuerte lo constituye, por supuesto, la narración de los septuagésimo cuartos juegos del hambre, que se realiza estrictamente desde el punto de vista de Katniss y cuya conclusión supongo que es a estas alturas ampliamente conocida, por lo que pasaré sin más preámbulo al análisis de la obra.

Como indicaba al principio, la faceta distópica de la novela resulta bastante superficial y, añadiría, muy poco significativa. Funciona más como escenario y excusa para la trama que como elemento de reflexión, porque, a poco que se piense en ello, la estructura socioeconómica de Panem no tiene ningún sentido. Según Suzanne Collins la inspiración principal para la historia proviene de la historia de Teseo y el modo en que Creta exigía un tributo de jóvenes sacrificios a Atenas tras derrotarla en una guerra. Desde el principio, sin embargo, los lectores establecieron una relación de «Los juegos del hambre» con «Battle Royale» (novela de Koushun Takami de 1999, posteriormente adaptada con gran éxito en círculos otakus al cine en 2000 y al manga entre 2000 y 2005). Es una relación que la escritora siempre ha rechazado, aunque los paralelismos son quizás demasiado evidentes como para achacarlos al azar.

Lo curioso es que quizás sean más evidentes en lo que respecta a la versión cinematográfica (que, además, está mucho más trabajada a nivel estético) que si nos referimos a la novela en sí, que no deja de ser un producto Young Adult con un objetivo muy claro: la identificación de sus lectores (lectoras, sobre todo) con el personaje protagonista. Y ahí, precisamente, es donde en realidad podemos encontrar los auténticos puntos fuertes de la obra (y la razón por la que algunos aficionados no aprecian por completo las películas, pese a que en muchos aspectos superan a los libros gracias a la aportación de otras mentes creativas).

«Los juegos del hambre» (la novela) es cien por cien Katniss Everdeen: sus (vagas) esperanzas, sus miedos, su rabia, su desconfianza, su espíritu de lucha… Es todo lo que debe ser una buena novela Young Adult: unas vivencias en las que el lector (lectora, sobre todo) puede verse completamente identificado. No porque vaya a ser escogido tributo en un cruel espectáculo televisivo, a medias castigo para su comunidad empobrecida, a medias entretenimiento para las masas privilegiadas, sino porque en esencia la novela nos mete en la piel de una joven luchando por afirmar una identidad propia, personal, en medio de un montón de fuerzas externas que tiran de ella en múltiples sentidos para hacerla encajar en algún molde preestablecido.

En ese sentido, su auténtica tragedia y el conflicto que de verdad impulsa la trama no tiene nada que ver con los grandes temas socioeconómicos y políticos en los que se centra más su versión audiovisual (que, como ya he indicado, carecen de excesivo interés), sino que se fundamenta en una joven que se ve obligada a cumplir las expectativas de los demás, aunque vayan en contra de sus propias inclinaciones, porque esa es la única manera de sobrevivir. La verdad es que se me ocurren pocos conflictos más relevantes en el paso de la niñez a la vida adulta, y el que la alternativa en su caso sea la muerte tan solo le confiere al dilema un poco de dramatismo adolescente adicional.

«Los juegos del hambre» se vio continuado en 2009 por «En llamas» y concluyó en 2010 con «Sinsajo». Diez años después, en 2020, Suzanne Collins escribió una precuela, «Balada de pájaros cantores y serpientes», que a juzgar por su adaptación cinematográfica sí que se centra más (y con mayor acierto) en los elementos distópicos. Este mismo año 2025 está prevista la publicación de otra precuela un poco posterior («Sunrise on the reaping»), que se centrará en los juegos en los que se proclamó vencedor Haymitch Abernathy, el anterior campeón del distrito doce (uno de los personajes, como ocurre con casi todos los secundarios, que estaban mucho mejor caracterizados en la película con respecto a su versión literaria anterior).

Como ocurre siempre con títulos tan populares como este, me abstendré de añadir aquí enlaces a otras críticas (que deben contarse cuando menos por centenares).

 

 

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Published on February 19, 2025 02:25

February 13, 2025

Vurt

«Vurt» (1993) fue la novela debut de Jeff Noon (y, de hecho, su presentación en sociedad). Resulta una obra difícil de clasificar. Es cierto que tiene un aire cyberpunk… si se le quitara al género todo lo cyber y se quedara en un punk estupefaciente y un tanto desquiciado. Me resisto, sin embargo, a definirla como postcyberpunk (al estilo de lo que estaban haciendo muchos autores por esas mismas fechas). De hecho, pese a verse agraciada nada menos que con el premio Arthur C. Clarke, me cuesta identificarla siquiera como ciencia ficción, pues de dicho género solo tendría la (supuesta) ambientación de futuro cercano.

Es cierto que trata sobre algo parecido a los universos virtuales (vurtuales), con la más superficial de las analogías informáticas, pero para poder considerarla ciencia ficción a mí me falta algo más: algo que desee reflejar, alguna sublectura aplicable fuera de sí misma; un propósito, quizás. Pero dejemos estas cuestiones para más adelante. Primero trataré de explicar de qué va «Vurt».

El protagonista de la novela es Scribble, un joven de un Manchester no sé si futuro o alternativo en el que la sociedad parece haberse entregado por completo al vurt, una especie de droga que se presenta como plumas consumibles que brindan acceso a realidades alternativas preprogramadas. La mayor parte de los escenarios vurtuales son relativamente seguros y su principal característica es la posibilidad de ser experimentados grupalmente. Otra importante diferencia con la realidad virtual es que las vivencias dentro de vurt tienen consecuencias en el mundo «real», y para con las plumas más potentes (codificadas en dorado) existe incluso la posibilidad de morir de verdad.

Justo antes del inicio de la historia, Scribble se introdujo junto con su hermana Desdémona en un vurt ilegal, el Vudú Inglés, y por algún motivo incomprensible ella se quedó allí dentro atrapada, siendo intercambiada por la Cosa del Espacio Exterior (una amorfa criatura de vurt). Desde ese momento, la única obsesión de Scribble es recuperarla, y en ese empeño cuenta con la ayuda no siempre entusiasta de su pandilla, los Viajeros Furtivos.

El problema reside en que no solo los mundos vurtuales son extraños y caóticos, sino que la propia realidad externa se ha visto alterada de modos difíciles de comprender, con nuevas entidades como las sombras o los perros, por no hablar de híbridos de todo tipo sobre los que apenas tenemos información y una estructura social, económica y política poco menos que incomprensible (o, de hecho, totalmente accesoria). Solo importa el vurt, y de sus reglas nos informa en sus comunicados periódicos el Gato Cazador (una mezcla entre gurú lisérgico, crítico de plumas y administrador dentro de los entornos vurtuales).

La novela consiste en una serie de peripecias dentro y fuera de vurt (aunque no siempre es fácil distinguir una situación de la otra, sobre todo con las serpientes vurtuales apareciendo tanto dentro de los escenarios de vurt como infiltrándose en la realidad en los momentos más impredecibles)), mientras Scribble se esfuerza con ahínco por recuperar a Desdémona (que además de hermana es también su amante) y los Viajeros Furtivos se enfrentan a tensiones internas y conflictos con las fuerzas del orden (que pronto escalan hasta extremos de vendetta personal).

En el proceso, el lector tiene que tratar de encontrarle sentido al vurt y sus reglas absolutamente arbitrarias (¿Reflejo, quizás, del vacío existencial de sus protagonistas y, quizás, de una realidad… real, que se veía no menos azotada por drogas de todo tipo y cierto nihilismo fin-de-siècle?). La acción va saltando de segmento en segmento, ya sea una visita a una pareja unida perennemente por las rastas, un concierto del más famoso hombre-perro o una emboscada policial, sin mucho propósito discernible, a no ser que ofrecer una imagen caleidoscópica del mundo post-vurt constituya un fin en sí mismo.

Supongo que la novela podría inscribirse dentro de la corriente cultural posmodernista que se vería representada por autores de la Generación X como Bret Easton Ellis o Chuck Palahniuk, aunque Jeff Noon se queda más bien a medio camino entre ellos y la generación Cyberpunk (con William Gibson a la cabeza). En el fondo, sin embargo, se puede percibir esa misma desilusión por el futuro y un espíritu iconoclasta que busca destruir la sociedad desde los mismos cimientos y reorganizarla… de algún modo que ya, si eso, se terminará de definir en otro momento.

Como avanzaba, mi principal motivo de insatisfacción con la novela es que a la postre supone una experiencia esencialmente estética, e incluso desde esa perspectiva, reiterativa. Su pretendido atrevimiento conceptual se queda en un quiero y no puedo e incluso su empleo de una relación incestuosa acaba entendiéndose más como un intento deliberado de provocación que como un elemento con auténtico valor referencial. Del mismo modo, los vagos paralelismos mitológicos (el mito de Orfeo y Eurídice o elementos que parecen tomados de los ritos mistéricos) o filosóficos (con ecos neoplatónicos o quizás una concepción del vurt cercana al gnosticismo) se quedan a la postre en un trago descafeinado, apenas una justificación intelectual para un texto que gasta todo su potencial rupturista en fuegos artificiales, que al apagarse no dejan más que humo.

Pese a esta opinión mía, no puedo negar que la novela contó y cuenta con fervientes defensores. Ello le valió, como ya he comentado, el premio Arthur C. Clarke, por delante de títulos como «Ammonite» de Nicola Griffith, «La hija del dragón de hierro» de Michael Swanwick o «Snow crash» de Neal Stephenson, y le valió a Jeff Noon el premio John W. Campbell al mejor nuevo autor en 1995 (al año siguiente de la publicación estadounidense de «Vurt»). A título personal, sin embargo, me ha costado incluso acabarla, porque no le veía propósito alguno.

En 1995 Noon publicó una secuela, «Polen», y la serie de Vurt se completa con los no traducidos «Automated Alice» (1996) y «Nymphomation» (1997), que constituyen en realidad precuelas (y relación el mundo de Vurt con el de «Alicia en el País de las Maravillas«).

Otras opiniones: 

En Libros de OlethrosDe Aida en Meriendo LibrosDe Jaime en El Jardín del Sueño Infinito

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Published on February 13, 2025 09:19

February 4, 2025

Los hombres paradójicos

Charles L. Harness fue uno de esos autores que nunca llegaron a profesionalizarse ni a producir obras realmente rompedoras, pero que se mantuvieron activos durante un largo período de tiempo, compaginando su trabajo (abogado de patentes) con la escritura de un corpus significativo, tanto en volumen (trece novelas y medio centenar de relatos), como en reconocimiento (con un puñado de nominaciones a los grandes premios). Esto le valió en 2004 el título de Author Emerithus por parte de la SFWA (una suerte de Gran Maestro de consolación).

Lo cierto es que toda esta trayectoria podría deberse en cierta medida al éxito de su primera novela, «Los hombres paradójicos» («Paradox men», 1953), a su vez expansión de una novela corta publicada en 1949 en Startling Stories: «Flight into yesterday» (el propio Harness reconoció el acierto del editor de ACE Double, Donald Wollheim, en el cambio de título).

«Los hombres paradójicos» se ambienta en la América Imperial del año 2177 (que abarca todo el continente americano), tras una Tercera Guerra Mundial. Se trata de una sociedad feudal y esclavista, en la que unos pocos privilegiados poseen el poder absoluto y el resto se encuentran continuamente en riesgo de caer por cuestiones económicas en la esclavitud, lo que supone la pérdida de todos su derechos (incluso el de la vida). Contra esta situación se rebela la Sociedad de Ladrones, una organización secreta de intelectuales que por las noches doblan cual justicieros (o Robin Hoods del futuro).

Entre sus inventos se cuenta un escudo de fuerza personal que solo deja pasar objetos relativamente lentos como hojas de espadas, mientras que bloquean cualquier disparo, retrotrayendo por tanto los combates a la época de los duelos a esgrima. Esta es una de las ideas el libro (pero no la única, como ya veremos) que Frank Herbert tomaría prestada para crear el mundo de su obra magna, «Dune«.

El protagonista de la historia es Alar, un hombre misterioso que apareció de la nada, amnésico, cinco años atrás y que forma parte de la Sociedad de Ladrones siendo, de hecho, el mejor de todos ellos. Su principal contrincante es el canciller Haze-Gaunt, el tiránico gobernante en la sombra del imperio, obsesionado con el poder y atrapado en un pulso mortal con el bloque euroasiático, que podría suponer la destrucción del mundo. Para evitarlo tiene en marcha dos planes: atrapar a Alar y explotar sus aparentes habilidades ultraevolucionadas y construir una nave más veloz que la luz que dé a su país una ventaja tecnológica insuperable.

La novela se desarrolla como un juego del gato y el ratón por todo el Sistema Solar, que lleva a Alar y a Haze-Gaunt a la Luna e incluso a una peligrosísima base de producción de energía en órbita del Sol (de donde se obtiene el combustible milagroso para la nave ultralumínica). Aunque bien podría ser que ambos no fueran más que peones en un juego estratégico planificado por Mente Microfílmica, otro mutante con la capacidad de integrar y procesar información en su cerebro a velocidades muy superiores a las de cualquier ordenador (en quien quizás pudieran encontrar antecedente los mentats de Herbert).

Para analizar la obra habría que tener en cuenta dos factores. Por un lado estaría la base filosófica, que se fundamenta en la Teoría Cíclica Sobre el Desarrollo de las Civilizaciones de Arnold Toynbee (explícitamente citado en la novela). Según su «Estudio de la historia», las civilizaciones, enfrentadas a desafíos externos, experimentaban ciclos de nacimiento, expansión y declive, dando paso a nuevas sociedades (en la novela están en la civilización Toynbee 21, de camino hacia la 22). Este concepto encajaba a la perfección dentro del sentimiento pesimista instaurado en la ciencia ficción tras la Segunda Guerra Mundial y con el inicio de la Era Atómica y la Guerra Fría. En ese sentido, «Los hombres paradójicos» se inscribe en la misma tendencia de títulos contemporáneos como «Ciudad«, «Más que humano» o «El fin de la infancia«, aunque el estilo de Harness es mucho más pulp y desenfadado.

Por otro lado, la novela constituye un explícito (y confeso) homenaje a A. E. Van Vogt y sigue, de hecho, la fórmula vogtiana de sorprender al lector con un giro totalmente inesperado cada pocas páginas (quizás no tres como en la receta original, pero sí a cada capítulo). Pueden detectarse, además, referencias directas a títulos como «Slan» (los mutantes perseguidos) o «El mundo de los no-A» (la mención a la lógica no aristotélica). En lo que Harness supera claramente a Van Vogt es en que más allá de todo ese caos premeditado, la novela tiene desde el principio un objetivo claro, que entronca con la filosofía toynbiana, pues en el fondo no es difícil adivinar (al menos desde una más experimentada perspectiva moderna) que la trama apunta hacia una historia circular, que entrelazará final con principio (aunque luego ofrece todavía una vuelta de tuerca adicional).

Esta intencionalidad, unida al anhelo de trascendencia, salva un tanto la historia de caer en el maremagno sin sentido en que acaban deviniendo todos los escritos de Van Vogt. No le basta, sin embargo, para dar coherencia completa a la historia, que en un capítulo puede ser sublime, al siguiente ridícula, luego reflexiva y un poco más allá bufonesca. Habrá quienes aprecien ese collage, pero a mí personalmente me resulta de lo más insatisfactorio, sobre todo porque nunca termina de rematar nada.

Lo que no puede negársele es su capacidad evocativa y el alarde imaginativo del que hace gala, y como prueba tenemos lo que autores posteriores lograron, desarrollándolas con algo más de disciplina (o talento). Ya no hablo solo del caso de Herbert, sino que también han sido mencionados a este respecto Alfred Bester (sobre todo por lo que respecta a «Las estrellas, mi destino») o Philip K. Dick.

Quizás por ello, pese a todas sus deficiencias, «Los hombres paradójicos» se han erigido en un pequeño clásico menor dentro de la ciencia ficción, habiendo sido incluso incluida en la lista de las 100 mejores novelas de ciencia ficción de David Pringle.

Otras opiniones:

De Manuel Rodríguez Yagüe en Universo de Pocos

 

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Published on February 04, 2025 06:14

January 30, 2025

The drive-in

El autor tejano Joe R. Lansdale es uno de los grandes nombres del terror estadounidense, aunque también ha escrito en otros géneros como el western o el policíaco (destacando en este campo su larga serie sobre Hap y Leonard). Pese a su larga y reputada carrera, que le ha valido entre otros honores el premio Bram Stoker a toda una vida, apenas ha sido traducido al español, constituyendo quizás uno de los más evidentes agujeros de la edición de terror en nuestro idioma (quizás por haber aparecido mayoritariamente en pequeños sellos especializados como Subterranean Press).

Uno de sus mayores éxitos (y de sus títulos preferidos) lo publicó en 1988, a raíz de un sueño inducido por la ingesta de palomitas de maíz hiperazucaradas durante una sesión de visionado de películas de terror en casa de un colega escritor. Ese sueño acabó convirtiéndose en «The drive-in: A «B» movie with blood and popcorn, made in Texas».

Los protagonistas son un grupo de tres amigos de unos dieciocho años de una pequeña población texana, cuyo punto álgido de la semana es la visita casi ritual al autocine Orbit, para la sesión continua de películas de terror de serie B en sus seis pantallas gigantes. En esta ocasión se les suma otro acompañante, un conocido tan solo un poco mayor, pero mucho más maduro y con mucha más calle, que acaba de ser despedido del taller mecánico local. El caso es que apenas ha empezado la diversión cuando aparece un meteorito en el cielo, que parece precipitarse directo hacia el Orbit.

Los aterrados espectadores alcanzan a ver un ojo en el fenómeno celeste antes de que todo se ilumine y, de repente, se encuentren con que todo el autocine parece haber sido rodeado por una cúpula oscura, a través de la cual reciben evidentemente energía eléctrica, pero que por lo demás parece totalmente infranqueable (so pena de una muerte ciertamente desagradable). A efectos prácticos, se encuentran atrapados en un universo de bolsillo consistente solo en las instalaciones del cine y unos pocos metros de desierto en todas direcciones. Incluso el cielo tiene un límite y la única luz de la que disponen proviene del gran cartel de neón del cine y de las seis pantallas, que siguen mostrando impertérritas sus horrores baratos de celuloide.

Al principio hay intentos por controlar el caos. El gerente promete que se seguirán emitiendo las películas, rotándolas de pantalla en pantalla, y que hay suficiente comida (palomitas de maíz y perritos calientes) para aguantar hasta que alguien, el ejército quizás, llegue a rescatarlos, pero empiezan a pasar las horas y quizás los días (el único referente del paso del tiempo consiste en la sustitución de los rollos en las cabinas de proyección, porque todos los relojes se han parado) y no parece haber ningún cambio apreciable en la situación. El orden empieza a resquebrajarse y la ausencia de objetivos, unida a la carestía de recursos, empieza a afectar a cada cual en modos cada vez más extremos.

No tarda mucho en devenir el autocine en un microcosmos (literal) en el que las convenciones sociales van cayendo una por una y acaba imperando la ley de la fuerza. Se producen asesinatos, violaciones, actos de canibalismo… mientras otros se limitan a permanecer estupificados mirando películas que ya se saben de memoria. Porque ni siquiera la violencia tiene un propósito, es solo algo que hacer, casi un acuerdo entre partes para alejar el tedio y la incertidumbre… y eso es solo el principio.

Jack, el narrador, tiene una teoría, que todo aquello es obra de unos extraterrestres, que los han confinado en el autocine para rodar su propia película estrambótica con ellos como actores. Así que cuando las cosas parecen haberse… no tanto estabilizado como vuelto un poco monótonas, toca agitar un poco la coctelera, y ahí es donde la novela empieza a ponerse rara de verdad, con la toma del puesto del encargado por parte del Rey de las Palomitas (una criatura híbrida, surgida de la fusión de otros dos personajes), guerras con bandas de motoristas que se han apropiado de los lotes opuestos, cultos religiosos bizarros y relámpagos que caen del cielo clausurado cada vez con mayor frecuencia e intensidad.

Las opciones se van restringiendo, la supervivencia se hace cada vez más complicada (tampoco es que eso les importe a muchos) y el caos surgido de la ausencia total de normas lo domina todo, bajo el antinatural resplandor reflejado desde las pantallas gigantes, donde el sexteto de películas prosigue sin cambios su ciclo eterno. Habría que hacer algo antes de que toda acción resulte imposible, pero ¿qué?

«The drive-in» responde a la perfección a la premisa de situación pesadillesca, febril. Se trata de una novela breve, pero con una tremenda fuerza iconográfica, que plasma la disolución social definitiva, pero de un modo absoluto, sin esconder ningún tipo de moraleja. Puro caos éticamente indiferente, que transforma las atrocidades en meras acciones circunstanciales, sin bien ni mal, porque para categorizarlos hace falta un marco de referencia del que el autocine ha sido privado por completo.

Constituye pues una lectura extraña, visceral, que se desafía a sí misma (con éxito) a ir cada vez un paso más allá a superarse justo cuando piensas que no puede volverse más extraña. Pese a eso, nunca llega a perder del todo su ancla narrativa, que es el personaje de Jack, de quien se podría decir que está experimentado un rito de paso… si no fuera porque eso implica transitar de un estado a otro y en «The drive-in» no hay tránsito, solo disolución y locura, hasta que toca hacer algo para ponerle siquiera freno a la situación.

Tras el éxito de la acogida, Lansdale publicó al año siguiente una continuación: «The drive-in 2: Not one of them sequels» y mucho más tarde, en 2005, la tercera parte «The drive-in: The bus tour». Las tres fueron compiladas en una edición ómnibus en 2015 como «The complete drive-in» (la novela original fue además adaptada el cómic por el propio Lansdale). Respecto al reconocimiento crítico, la novela recibió nominaciones tanto al Bram Stoker como al World Fantasy Award, que perdió frente a «El silencio de los corderos», de Thomas Harris, y «Koko«, de Peter Straub, respectivamente.

 

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Published on January 30, 2025 05:10

January 22, 2025

Los ladrones de cuerpos

Jack Finney fue otro de los autores de ciencia ficción (aunque su producción también incluye novelas de intriga) que desarrollaron su carrera un poco al margen de la corriente principal en revistas literarias generalistas (como, sobre todo, Collier’s), aunque luego muchos de sus cuentos acabaron recopilados y alcanzando reconocimiento (relativo) en revistas de género.

Aunque su novela más exitosa fue «Ahora y siempre» (1970), es recordado sobre todo como autor de «Los ladrones de cuerpos» («The body snatchers, 1955) que, como muchas de sus novelas, fue pronto adaptada al cine como «La invasión de los ladrones de cuerpos» (1956). Las sucesivas reinterpretaciones cinematográfica (en 1978 como «La invasión de los ultracuerpos», 1993 como «Secuestradores de cuerpos» y 2007 como «Invasión») se fueron apartando cada vez más de la intención original del autor, al ahondar en miedos y escenarios más contemporáneos, de modo que hoy en día tenemos quizás una visión un poco distorsionada del original literario (que además, por algún motivo, no se tradujo al español hasta 2002).

La novela se ambienta por completo en un pequeño pueblo californiano en los que todos se conocen y donde aún se desarrolla una tranquila vida rural que empezaba a ser cada vez más una cosa del pasado. El protagonista es el médico local, hijo a su vez del anterior médico, de los que aparte de tener su consulta visitaban también a domicilio a cualquier hora del día o de la noche. Es lo que ocurre al principio de la historia, cuando una joven lo consulta porque siente que su tío, que la ha acogido en su casa desde pequeñita y es como un padre para ella, no es su tío. Tiene exactamente su misma apariencia, habla como él y posee sus mismos recuerdos. No hay nada concreto que la haga sostener su creencia, pero es absolutamente inamovible.

Al principio, se trata de un caso más. Extraño, sí, pero anecdótico. Esto es hasta que en una reunión de facultativos locales se entera de que en la misma región se han dado otros casos, inexplicables para la psiquiatría… y no dejan de crecer hasta adquirir proporciones de epidemia. Aunque claro, es una epidemia extraña, porque superficialmente todo parece seguir como siempre, solo que sin producir la misma respuesta empática.

Él y su círculo de amigos más íntimo no tardan en descubrir la horrorosa verdad. Los habitantes del pueblo están siendo sustituidos por copias exactas, que se forman a partir de unas extrañas vainas que pueden encontrarse escondidas en los sótanos. Todo ello se revela finalmente (y a estas alturas es difícil que esto constituya un spoiler) como una insidiosa invasión extraterrestre, cuyo punto cero ha resultado ser por casualidad aquel pueblo, pero que si nada la detiene no tardará en extenderse por todo el mundo.

Finney no fue el primero en imaginar un escenario parecido. Unos pocos años antes Robert Heinlein había publicado con gran éxito «Amos de títeres» y en 1953 se estrenó la película «Vinieron del espacio», basada en un relato de Ray Bradbury. Ambas obras se mostraron muy influyentes en las adaptaciones al cine de la novela, sobre todo por lo que se refiere al sentimiento de paranoia y de extrañeza, lo cual tal vez sea la mayor sorpresa que guarda esta, porque pese a publicarse en plena vigencia del macartismo, las sublecturas que la fundamentan no son tanto políticas como sociales.

Habría que mencionar primero que la inspiración principal de la historia es el síndrome de Capgras o ilusión de sosias, una condición neurológica (se sabe ahora) por la que el reconocimiento facial de una persona cercana no lleva asociada una respuesta emocional, de lo que el afectado deduce que debe tratarse de una copia. Finney ofrece una explicación para esta condición rara, al tiempo que la usa como metáfora de la deshumanización y desafección que los cambios sociales contemporáneos estaban provocando en parte de la población, que veía como su existencia tradicional iba transformándose en algo superficialmente similar, pero que ya no les era emocionalmente satisfactoria.

Por supuesto, a todo ello no eran ajenas ni a la caza de brujas anticomunista ni a la reacción en su contra, y por supuesto tampoco al recrudecimiento de la guerra fría y la amenaza de la destrucción nuclear, pero no se tratan en modo alguno de elementos específicos e individualizados de la experiencia de alienación contra la que se rebela. Porque a la postre las relaciones que importan son las más cercanas, las que se establecen con vecinos, amigos y familiares, y el auténtico horror consiste en perder esa conexión.

Por desgracia, aparte de esta perspectiva novedosa no se puede afirmar que «Los ladrones de cuerpos» constituya una lectura estimulante, al menos si se espera acción (de la que hay poca) o profundidad (sigue demasiado a rajatabla los códigos del mainstream para explotar por completo su premisa), pero desde un punto de vista psicológico, si podemos abstraernos de unas actitudes un tanto anticuadas, sí que sabe plasmar tanto la sensación de extrañamiento como el miedo profundo a perder la propia identidad.

La conclusión, un tanto apresurada, resulta quizás demasiado optimista y forzada, razón por la que quizás la mayor parte de sus adaptaciones han optado por un giro más ambiguo o directamente pesimista. Al fin y al cabo, como la propia novela reconoce implícitamente, los cambios sociales que la alimentan son imparables e irreversibles, así que concretizarlos en una invasión alienígena que puede ser combatida y quizás vencida no es sino una fantasía nostálgica consoladora.

Originalmente, una versión algo más corta de la historia fue serializada durante tres números en las páginas de Collier’s en 1954 y existe todavía una tercera versión, su reescritura en 1978 como «The invasion of the body snatchers» (seguramente con la intención de aprovechar el tirón de la segunda y más ambiciosa adaptación). Aparte de las adaptaciones oficiales (y sus remakes) hay muchas otras películas (y novelas) que constituyen reinterpretaciones o variaciones sobre su premisa básica, como «La facultad» (1998) o «La huésped» (Stephenie Meyer, 2008).

Otras opiniones:

De Magda Revetllat y Francisco José Súñer en El Sitio de Ciencia FicciónDe Jorge Vilches en Imperio FuturaDe Daniel Salvo en Ciencia Ficción PerúDe Jorge Pisa en CulturaliaDe Carlos Manuel Pérez en BibliópolisDe Bosco Cortés en Teopalacios
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Published on January 22, 2025 01:32

January 16, 2025

Donovan’s brain (El cerebro de Donovan)

Durante la Edad de Oro no toda la ciencia ficción estadounidense estuvo circunscrita a las revistas especializadas, quedando por tanto ligada a la línea editorial de hombres como Hugo Gernsback o John W. Campbell. Una producción paralela (mucho menor en volumen) se organizó, por ejemplo, en torno al mundo del cine, siguiendo un poco la estela de outsiders (relativos) como Philip Wylie («Cuando los mundos chocan»). Entre esos nombres se cuenta Curt Siodmak.

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Nacido en Alemania, de familia judía, ya en su país natal empezó a trabajar para el cine, principalmente como guionista, al tiempo que doblaba como columnista y empezaba a publicar sus primeras novelas (muchas de las cuales luego guionizó). En 1933, ante el auge cada vez mayor del antisemitismo propugnado por el partido nazi, se exilió, primero a Gran Bretaña y luego a los EE.UU., donde pronto gravitó hacia Hollywood, empleándose allí como guionista, sobre todo para la Universal. Su primer gran éxito (tras un par de secuelas de «El hombre invisible») le llegó con el guion de «El hombre lobo» (1941), que completó el elenco de monstruos clásicos de la compañía. Esto marcó un poco su carrera, que se inclinó bastante hacia el fantástico. Entre su filmografía destacan, por ejemplo «Yo anduve con un zombi» (1943), «La bestia con cinco dedos» (1946, basada en una novela propia) o «La Tierra contra los platillos volantes» (1956).

Su mayor éxito en el plano literario llegó relativamente pronto, con la publicación en 1942 de «El cerebro de Donovan» («Donovan’s brain»), serializada originalmente en las páginas de la revista pulp (generalista, aunque inclinada hacia el policíaco y criminal) Black Mask.

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«El cerebro de Donovan» se aleja bastante del modelo imperante en ese momento en el campo de la ciencia ficción, más centrado en la tecnología y la aventura y con un público objetivo algo más joven. Por el contrario, su principal influencia reside lógicamente en el cine, con las limitaciones de la época en cuanto a escenarios y efectos especiales y su estructuración en torno a diálogos entre personajes poco menos que arquetípicos (aunque, libre de la necesidad de satisfacer las directrices de los estudios, se permite también alguna variación en la fórmula). 

La historia arranca con el accidente en las montañas de un pequeño avión privado, al que acude como primera ayuda el doctor Patrick Cory, un ermitaño excéntrico, entregado por completo a sus experimentos que financia gracias al dinero de su esposa (a la que descuida de un modo sociopático). Una vez en el lugar de la catástrofe descubre dos cosas: que no hay nada que pueda hacer por los supervivientes y que en la avioneta viajaba W. H. Donovan, un multimillonario de oscura fama al que apenas le queda un hálito de vida.

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Ante este panorama se le presenta una oportunidad dorada de llevar su última investigación un paso más allá, extrayendo el cerebro del magnate para tratar de mantenerlo vivo, conectado con electrodos en el interior de un tanque de cristal con una solución salina oxigenada y un aporte constante de nutrientes. En el más puro estilo Frankenstein, no hay consideración ética que detenga al doctor Cory, y pronto tiene en marcha su nuevo sujeto experimental, con el que inicialmente se comunica vía morse.

La cosa se complica cuando los herederos empiezan a indagar en las circunstancias de la muerte de su padre y cuando un fotógrafo de medio pelo se propone chantajear al doctor al descubrir sus manejos. Aunque lo peor es que el cerebro de Donovan, libre de sus limitaciones biológicas, empieza a desarrollar poderes telepáticos y, poco a poco, empieza a poseer a Patrick Cory, utilizando su cuerpo para cumplir sus propios fines misteriosos (y de una legalidad cuestionable).

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Es en este punto cuando la novela empieza a derivar, primero hacia el género negro y luego, gradualmente, hacia el terror. Siodmak hubiera podido limitarse a escribir una parábola más sobre la noción de que el fin (científico) no justifica los medios (cuestionando, eso sí, la ética procedimental, no la vieja máxima tecnófoba de que hay cosas que el hombre no está destinado a conocer). Sin embargo, decide ir un paso más allá, presentando no solo a un hombre carente de toda empatía (el doctor), sino dos (el magnate), siendo de lejos Donovan el peor, alguien capaz de manejar a su antojo vidas (incluso las de los más cercanos) sin otra consideración que sus propios intereses (y demostrando que, incluso cuando su propósito podría calificarse como noble, su ceguera ética lo transforma en una auténtica aberración).

En muchos sentidos, «El cerebro de Donovan» deviene en una historia de posesión, solo que el ente poseedor no está exactamente muerto y la víctima en realidad se ha buscado a conciencia ese destino, impelido por un ansia de conocimientos tan desmesurada como su ego.

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Este giro hacia el terror existencial (al que contribuye que la narración se estructura en entradas sucesiva del diario del doctor) no me parece casual. El concepto del cerebro-en-un-tarro se había originado apenas una década antes, siendo el precursor H. P. Lovecraft con la novela corta «El que susurra en la oscuridad» (1931). Siodmak parece tomar el tema y llevarlo un paso más allá, proporcionándole un enfoque tan psicológico y moderno que con apenas unos pequeños cambios estéticos podría ser una historia ambientada en cualquier época, incluso la actual (ayuda el que no se detenga demasiado en los aspectos científicos, aunque tampoco los ignore por completo).

La novela lo tenía todo para triunfar en Hollywood (todo menos una historia de amor al uso, porque la relación entre Cory y su esposa, en el mejor de los casos, muestra una codependencia malsana), así que pronto fue adaptada (muy libremente) como «La dama y el monstruo» (George Sherman, 1944). Más fiel (y exitosa) fue la adaptación de Felix E. Feist (1953) con título homónimo (era la época dorada del cine de ciencia ficción y la película ha superado con mucho la fama de la novela). Aún fue adaptada en una tercera ocasión por Freddie Francis como «El cerebro viviente» (1962), aunque con los resultados más pobres. Curiosamente, ninguna de ellas contó con guion del propio Siodmak. Otra prestigiosa adaptación de la novela fue la versión narrada por Orson Welles para su programa de radio Suspense en 1944, que en 1982, cuando se editó comercialmente ganó un Grammy.

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Curt Siodmak no volvió a cosechar nunca el mismo éxito como novelista, ni siquiera con la continuación de los experimentos del doctor Cory, narrados en las novelas «Hauser’s memory» (1968) y «Gabriel’s body» (1991), que exploran nuevas variaciones sobre el mismo tema general de la identidad en conflicto, con inyecciones de ARN (que por un tiempo se consideró que podía codificar memorias) y el trasplante de un cerebro a un cuerpo distinto, respectivamente. En 2018 «El cerebro de Donovan» fue finalista del premio retroHugo a mejor novela para títulos de 1942, que cosechó «Más allá del horizonte», de Robert A. Heinlein.

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Published on January 16, 2025 05:37

January 11, 2025

Mayor de bloguedad

Rescepto Indablog cumple hoy dieciocho años.

Ya es mayor de bloguedad… y se le nota.

No en el sentido de maduro y responsable. Los años de blog son como los años de perro. En años humanos serían muchos, muchos más; dieciocho años equivale algo así como a un centenario. Un centenario que se empeña contra toda evidencia y sentido común en seguir dando guerra.

No voy a extenderme mucho. Esos aniversarios en que todo iba cuesta arriba ya pasaron. A lo largo de los últimos doce meses se superó el último hito razonable que me faltaba, el de las mil reseñas (1.015 en estos momentos), que ya puedo poner junto a los otros que se han ido alcanzando en los últimos años: el millón de visitas (así, a rastras, ya va por encima de 1.150.000), los quinientos autores diferentes (556 y contando), la Hugolatría (aunque no se para y vuelve a faltarme el último premio Hugo… por no hablar de un retroHugo que se me resiste todavía). La reseña mil, como no podía ser de otro modo, fue la de «El Señor de los Anillos«.

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A nivel de relevancia, los blogs siguen en caída libre y Rescepto en particular se ha librado por muy poquito de caer por debajo de las tres cifras diarias (por tan poquito que, de hecho, la media anual ha sido de 100). El truco consiste en aguantar las horas bajas hasta que se pase la moda del audiovisual y los blogs vuelvan a ponerse de moda. Porque van a volver a ponerse de moda, ¿no?

En cuanto a contenido, han sido cuarenta y cuatro entradas, cuarenta y cinco de ellas reseñas, y muchas (quizás dos tercios) de autores nuevos en el blog. De hecho, si cumplo con mi propósito, van a sumarse muchos más a lo largo del 2025, con lo que no es descartable llevar el total cerca de los seiscientos (que, reconozcámoslo, no es número muy sexi).

Critico

En definitiva, que ya no queda mucho por lo que seguir adelante con todo esto… salvo porque todavía me apetece. Así, sin presiones ni metas, sin volverme loco si me salto alguna semana, por simple inercia cabezona (y porque sigue forzándome a leer títulos que quizás con otras motivaciones nunca hubiera descubierto).

Así que, pese a ser ya mayor de edad, no voy a ponerlo todavía de patitas en la calle. Seguiré adelante por otro mes, o quizás otro año, o tal vez otros dieciocho. ¿Quién podría saberlo? Gracias a todos los que estáis ahí del otro lado. Sigamos en marcha hacia esas 2.000 reseñas, o esos dos millones de visitas, o los mil autores, o hacia completar todos los ganadores el Hugo, Nebula, Locus y similares; o continuemos, simplemente, descubriendo juntos nuevos títulos y autores, mientras el cuerpo aguante.

Otros aniversarios:

Un año de Rescepto IndablogSegundo año de Rescepto IndablogTres añitosCierre de la cuarta temporadaCinco lobitosPrimer sexenioSéptimo de blogueríaRescepto de a ochoNoveno círculo del blogueoDécimo aniversario de Rescepto IndablogUndécimo aniversarioPóngame una docena de Resceptos12+1Rescepto-14Quince años tiene mi blog(Agri)Dulces dieciséisDiez y siete y…
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Published on January 11, 2025 03:05