La fisiognomía
El estadounidense Jeffrey Ford compagina desde hace más de cuarenta años una carrera como maestro de escritura creativa con la de escritor, sobre todo en el campo de la fantasía o la fantasía oscura y ligeramente más inclinada hacia la narración breve, con alrededor de ciento treinta relatos y ocho novelas publicadas. Su obra ha recibido distintos reconocimientos, pero ha sido especialmente destacada en los premios Shirley Jackson (de los que ha conquistado cuatro) y, sobre todo, en los World Fantasy Awards, que le han otorgado siete galardones de dieciséis obras finalistas. De estos, dos son a mejor novela y el primero supuso el reconocimiento que lanzó su carrera, con la primera novela de su trilogía de la Ciudad Bien Construida, «La fisiognomía» («The phisiognomy», 1997).
La fisiognomía es la pseudociencia que pretende determinar las inclinaciones, atributos o carácter de una persona a partir de la medición de distintos rasgos, especialmente de, pero no limitados a, la cara. En el libro, Ford imagina un imperio controlado por el Amo Drachton Bellow, que ejerce sobre todo su territorio un control férreo mediante un cuerpo de fisiognomistas, cuyas decisiones son tan severas como inapelables.
Así, el fisiognomista Cley es enviado a la pequeña ciudad minera de Anamasobia, en los territorios exteriores, haciendo frontera con regiones inexploradas de donde una expedición trajo un fruto del paraíso, que ahora ha sido robado del templo de la extraña religión local. El Amo ansía ese fruto, pues está convencido de que tras consumirlo obtendrá la inmortalidad, y Cley, un sujeto petulante y estirado que disfruta con el poder que ejerce por delegación, llega dispuesto a añadir, caiga quien caiga, un éxito más a su hasta el momento impecable trayectoria.
Las pesquisas, por supuesto, no se desarrollan con la suavidad que esperaba y pronto empiezan a acumulársele los problemas, siendo el más acuciante la pérdida de sus conocimientos fisiognómicos, que debe ocultar a toda costa, pues constituyen su única fuente de autoridad. Y mientras su trabajo en Anamasobia se complica y, poco a poco, va enredándose en las extrañas creencias y las no menos peculiares tierras allende las fronteras, por no hablar de distracciones de tipo más íntimo y personal, el Amo empieza a mostrarse cada vez más insistente.
No voy a comentar nada más de la trama, porque al hacerlo estaría malogrando el que tal vez sea el principal atractivo de la novela. Me limitaré a comentar que esta adopta una estructura en tres actos, con uno de los más clásicos arcos de personaje, el de caída, renovación y ascenso. Cada uno de estos actos presenta un escenario diferente, cada uno de ellos con sus propias características y todos ellos razonablemente originales.
Esta originalidad surge de dos características. La primera es la renuncia de Ford a utilizar cualquier elemento típico de la fantasía, optando en vez de ello por imaginar sus propias criaturas, escenarios y transformaciones (como la de los mineros de Anamasobia en la misma piedra semipreciosa que extraen de la tierra o los prisioneros de determinada institución penal, de forma análoga, en azufre cristalino). La segunda la encontramos en la ambientación, que huye del medievalismo impostado de la mayor parte de la fantasía post-Tolkien, e incluso de cualquier época preindustrial, para abrazar un nivel de desarrollo análogo a los inicios del siglo XIX, con armas de fuego y una tecnología que le permite al Amo idear castigos propios de un genio loco steampunk.
Por añadidura, hay un tema que se repite una y otra vez bajo distintas manifestaciones y que, de hecho, se encuentra en la base del propio título genérico de la trilogía, y es la identificación de la mente o el pensamiento con el territorio, bien sea a través de la identificación de mapa y territorio o, directamente, porque la realidad física se ha construido a instancias del modelo mental, por lo que atacar a la una significa dañar al otro (según el concepto del palacio de la memoria, que de hecho tendrá mucha más relevancia en el segundo volumen de la trilogía, «Memoranda»).
Para finalizar este análisis, me gustaría detenerme en el estudio que hace de un poder totalitario y los instrumentos sociales que utiliza para cimentarse. Por supuesto, aunque existen sistemas de control (como la propia fisiognomía, que se trata simultáneamente como una excusa al servicio de los intereses del Amo y como una ciencia legítima, con la posibilidad incluso de responder a la manipulación experimental), esa estructura es también fundamentalmente mental. El objetivo no es tanto construir un régimen inatacable como la misma idea de invulnerabilidad, que debería prevenir incluso el concepto mismo de traición (aunque, a la postre, esas estructuras rígidas acaban agrietándose, permitiendo el ejercicio del libre albedrío).
Por desgracia, no puedo llevar mucho más lejos estas reflexiones, porque el propio autor no parece estar muy interesado en desarrollarlas, y quizás incluso esté pecando de intentar extraer demasiado significado de algo que en realidad no son más que ideas sueltas. El texto no ofrece claves evidentes para interpretarlo (de nuevo, si es que hay interpretación que extraer) o quizás para hallarlas deban leerse los tres libros de la serie (la única que ha escrito Jeffrey Ford). Como ya adelanté, el segundo fue «Memoranda» (1997), mientras que el tercero y último, que sigue inédito en español, fue «The beyond» (2001).
A falta de esta información, he encontrado los tres actos de la novela de un interés variable. El primero, cuando todo está por descubrir (y cuando Cley es un personaje más deleznable), quizás sea el mas sugerente. El segundo, por su parte, se me ha hecho un poco largo, pues está básicamente limitado a una única localización y tres (o cuatro) personajes y quizás la necesidad de estirarlo tanto como los otros dos afecte a su ritmo. El problema del tercer acto es una resolución muy floja, que, al menos en mi caso, no termina de satisfacer las expectativas creadas.
El mismo año en que «La fisiognomía» se alzó con el World Fantasy Award de novela estuvo también inicialmente nominado en esa categoría Arturo Pérez Reverte por «El club Dumas», aunque finalmente la candidatura tuvo que ser retirada al descubrirse la existencia de una edición previa en inglés que la hacía inelegible en 1998.
Otras opiniones:
De Carlos Mongenroth en CEn El Jardín del Sueño InfinitoDe Abuelo Igor en Visiones Fugitivas (trilogía completa)

