Álvaro Bisama's Blog, page 184
May 6, 2017
El golpe de Maduro
Nicolás Maduro trató de dar el zarpazo definitivo contra la moribunda república de su país a finales de marzo, cuando el Tribunal Supremo de Justicia, que opera como su muñeco de ventrílocuo, anunció que asumiría las competencias de la Asamblea Nacional.
Tuvo que dar macha atrás, pero ahora vuelve a la carga. Ha anunciado la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente Comunal que será formada mediante un método corporativista. Todo en este anuncio –desde la convocatoria hasta la forma de elegir a los constituyentes— viola la Constitución del propio chavismo (artículos 5, 63, 347, 348, 349).
Maduro, sus aliados y Cuba, que juega un papel capital, entienden que la situación de zozobra social está desbordando la capacidad del gobierno de sostenerse. Por ello, acabar con la formalidad democrática –que tanto le sirvió al chavismo hasta hace poco— es una prioridad. Sólo si se logra la centralización definitiva del poder, piensa Maduro (el verbo es hiperbólico), tendrá la capacidad y legitimidad para establecer la dictadura definitiva y acabar con la oposición.
Chávez tuvo siempre el objetivo de hacer de Venezuela una segunda Cuba. Pero midió sus tiempos, en parte porque la resistencia de los venezolanos lo obligó a ello. Una manera de ver esto es constatar lo que ha sido la evolución de la constitución chavista.
Chávez llega al poder a finales de 1998 y convoca elecciones para una Asamblea Constituyente en 1999. Con abrumadora mayoría chavista, ella aprueba la nueva Constitución al año siguiente. A los pocos años Chávez pretendió reformarla sustancialmente: los instrumentos de centralización del poder no bastaban para el objetivo final.
Sus planes se vieron temporalmente frustrados cuando en 2007 su propuesta de reforma fue derrotada en un referéndum. Sin embargo, aplicó muchas de las reformas como si nada hubiera sucedido, es decir inconstitucionalmente. En 2009 volviño a convocar un referéndum constitucional. Quería hacer aprobar su reelección permanente.
La violación cotidiana de la Constitución continuó. Alcanzó un punto climático a la muerte de Chávez, en 2013. Debía sucederlo el Presidente de la Asamblea Nacional, pero Maduro se instaló en la Presidencia y convocó elecciones para dar un barniz de legitimidad a su cargo. Desde entonces, su asedio a la Constitución de 1999 ha sido sistemático. Cobró resonancia internacional cuando, electa en 2015 una Asamblea Nacional con mayoría opositora, utilizó al Tribunal Supremo de Justicia para anular todas las leyes y resoluciones emanadas de allí (hasta que trató, sin éxito, de que el TSJ asumiera formalmente las atribuciones de la Asamblea Nacional para acabar con la astracanada).
Eso de tener parlamentarios opositores con resonancia dentro y fuera del país se ha vuelto peligroso en un clima como el actual, pues el 80 por ciento de la población expresa su rechazo al régimen y apenas entre 15 y 17 por ciento lo respalda. En cualquier momento puede surgir, en semejante ambiente, un movimiento disidente dentro del chavismo, especialmente en el ejército, que acabe con Maduro.
Previniendo eso, el régimen huye hacia adelante con la convocatoria de una Asamblea Constituyente que será, en un cincuenta, por ciento elegida mediante organizaciones chavistas de base (“obreros, comunas, misiones, indígenas”) y, en otro cincuenta por ciento, mediante el voto en circunscripciones que diseñadas a escala municipal con un peso que dependerá de dónde esté concentrado el escaso apoyo popular que le va quedando al gobierno.
La oposición ha denunciado la farsa y convocado a una lucha permanente en las calles. Es difícil pronosticar el desenlace, pero la secuencia antes descrita no deja dudas acerca del objetivo totalitario de Maduro y de su desesperación por el peligro que corre.
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Las visiones de Longueira
Años atrás, Pablo Longueira diagnosticó que la principal deficiencia del gobierno de la derecha era la falta de “relato político”. Hace unas semanas comparó a Guillier con DJ Méndez y a Beatriz Sánchez con Jorge Sharp, aventurando que existe una alta probabilidad de que Sánchez y no Guillier llegue a segunda vuelta.
Longueira es una figura polémica y se encuentra en una situación judicial comprometida. Sin embargo, es innegable su capacidad de visión prospectiva. Entiende, con lucidez de brujo, de qué se trata en estos asuntos.
Sus diagnósticos y visualizaciones de escenarios han sido pertinentes en el pasado. Y entre sus últimos vaticinios y el día de hoy, Sánchez se catapultó en las encuestas, amenaza ya a Guillier, a quien, del otro lado, se le apareció Carolina Goic, que contribuirá a socavar sus bases de apoyo. Lo que adelantó Longueira se vuelve cada vez más verosímil.
Si sus dos predicciones son ciertas, a saber, que la derecha tiene un problema de falta de relato y que el adversario con el que ella competirá no es la desahuciada Nueva Mayoría, sino el Frente Amplio, entonces la derecha está ante un desafío formidable.
Debiese ser más fácil, en principio, ganarle a una candidata que ocupa una posición más extrema y se apoya en una alianza nueva. Pero la candidatura de Sánchez podría adquirir el carácter de un fierro caliente. La Nueva Mayoría es fácil de asir. Se trata de un conglomerado desgastado ideológica y políticamente, diluido en múltiples intereses y con una conducción presidencial torpe. Al Frente Amplio, en cambio, no se le puede imputar ineptitud en la gestión, cuenta con un discurso político sofisticado y con presencia en las organizaciones sociales, principalmente estudiantiles.
Y entonces, los problemas comienzan para la derecha, tanto en la campaña, cuanto –si gana– el día tras asumir el gobierno.
La campaña con el Frente Amplio no se moverá necesariamente en la esfera superficial de las “medidas”. Contra esa alianza no funciona el argumento de Sebastián Piñera como el experto en la gestión de asuntos domésticos y el reactivador de la economía. Pues sus miembros golpean más en el fondo. Postulan otra concepción de la vida, una en la cual el modelo de desarrollo económico y la comprensión de la existencia política son distintos. Hay en ese conglomerado posiciones más cercanas al reformismo y otras nítidamente revolucionarias. Pero todas plantean modificaciones fundamentales al actual sistema político y económico.
Entonces, las visiones de Longueira revelan una especial urgencia. Pues, aunque ha habido avances en la derecha, y se cuenta un trabajo ideológico incipiente, decantado en libros, columnas, artículos y hasta documentos (la “Convocatoria política” de Chile Vamos y el “Manifiesto republicano” de Allamand, Larraín y otros), todo eso no se ve aún reflejado en la campaña de Piñera. No hay allí todavía una concepción ideológica dotada de una densidad equivalente a la de la nueva izquierda, no una visión política justificada capaz de entrar en discusión en el mismo nivel en el que el Frente se halla operando.
Mientras eso no ocurra, el avance de Sánchez podría volverse imparable, eventualmente épico, y la campaña adquirir giros sorprendentes. O, cuanto menos, dejar al Frente Amplio en una posición de movilizar al país, desde la calle y el Congreso. Emergería, entonces, como una oposición aún más poderosa y paralizante que la que tuvo que enfrentar Piñera en su primer gobierno.
Las perspectivas del visionario, entonces, dejan a la derecha ante la siguiente disyuntiva: o ella le da densidad ideológica a sus planteamientos, o quedará expuesta en el peor de sus flancos. O sea: en la banalidad del movimiento rápido y la gestión, que carece de una visión capaz de dar expresión al país hondo con una propuesta que –incluyendo el asunto económico– sea decisivamente política, de Estado, con consciencia nacional.
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Emily Dickinson, un fusil cargado
Vuelvo a los poemas y cartas de Emily Dickinson buscando un tono de referirse a la vida, el tiempo, los objetos y los hechos que es opuesto al ensordecedor ruido que satura el tráfago diario por el que franqueamos. Los decibeles de la coyuntura, la irritabilidad, están muy por encima de las ideas y observaciones que se transan. Exagerar parece ser un buen negocio para encontrar un lugar aunque no se tenga nada que decir. Emily Dickinson practicó una actitud contraria: insólita y enigmática, hizo del ensimismamiento, la timidez y el encierro puritano en una casa de un pueblo norteamericano, un mundo infinito, plagado de pasiones y huellas de lo real.
Natalia Ginzburg recuerda en un ensayo cuando visitó el pueblo y la casa de Emily Dickinson: “Vivía rodeada de personas mediocres e ideas estrechas. Supongo que les atribuía generosas cualidades espirituales, y que les invitaba a su casa: pero después, llegado el momento de la visita, a veces no le apetecía ver a nadie y se limitaba a musitar cualquier disculpa al otro lado de la puerta. Le escribió esto a una amiga suya, la señora Holland: ‘Cuando te fuiste, brotó el cariño. La cena del corazón sólo está lista cuando el huésped ya se ha ido’”.
En la poesía de Dickinson no hay un “yo” ni un “nosotros”, son textos impersonales y, a la vez, íntimos. No revelan nada evidente sobre la biografía de la autora, ni siquiera existe una voz dominante. Es una poesía que se parece a los apuntes epifánicos de una mujer que toma el lenguaje como si se tratara de una materia sensible, un especie de fulgor que solo ella sabía encender y manejar con impredecible destreza.
Nunca publicó en vida y solo le mostró algunos de sus poemas a un par de interlocutores con los que se enviaba cartas. Emily Dickinson desconocía la vanidad y la moda. Solo leía a los clásicos que tuvo a mano, pese a que fundó la modernidad. Uno de sus poemas dice: “Mi vida ha sido un fusil cargado / En lo rincones hasta un Día / en que el Dueño identificado / Y me llevó consigo / Y ahora merodeamos los Bosques Soberanos / Y ahora cazamos libre / Y cada vez que hablo por Él / Las Montañas enseguida responden”. Hay en estos versos una alusión a un personaje que la posee. Se trata de una posesión cercana al misticismo por su inmensa carga sexual. Esta es una de las constantes en la obra de Dickinson, en la que lo sublime y lo carnal que se fusionan hasta anularse en una imagen que semeja a una descarga eléctrica emitida por el inconsciente.
Leer a Emily Dickinson en inglés es una experiencia absoluta, pero está lejos de ser fácil incluso para los que manejan bien ese idioma. La traducción de la escritora Silvina Ocampo es quizá la versión más próxima al original y, sin duda, la que mejor suena en español, la que dan con la gracia que requiere una escritora tan delicada. A veces los poemas de Emily Dickinson son especies de dibujos, en otras ocasiones están compuestos por una serie de versos que sugieren certeros latigazos.
¿Cómo explicarse que una mujer solitaria, piadosa, fóbica y absorta haya modificado la poesía en inglés con tanta fuerza como su contemporáneo Walt Whitman?
No hay respuestas para esta pregunta obvia.
La semblanza y los escritos de Emily Dickinson son de una singularidad genial. William Faulkner le dedicó un memorable cuento, Una rosa para Emily, en el que recrea la existencia retirada de esta escritora cuyos versos no tienen títulos, sino que solo un número. Y entre los estudios, me quedo con el libro de Susan Howe, Mi Emily Dickinson, que contiene varios hallazgos que permiten enfocar y circunscribir la situación social y las lecturas que fraguaron esta personalidad inescrutable. Howe anota: “La religión de Emily Dickinson era la poesía. Conforme fue examinando los velos de conexión ocultos en la alquimia secreta de la deidad, menos se interesó por la bendición temporal”. Es una poesía de la renuncia, del desgarro metafísico y la quietud. Leerla apacigua la ansiedad. Concentrarse en ella desata incógnitas. No exagero cuando digo que estos poemas se clavan en mi cuerpo como agujas, y descomprimen mis nervios.
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En lugar de la lengua, la palabra lengua
En La musiquilla de de las pobres esferas, obra publicada en 1969, cuando Enrique Lihn tenía 40 años, están presentes varios de los temas que el autor trató con manifiesta sutileza y profundidad, y que, por ello mismo, dieron sustento y trascendencia al excelente conjunto de su obra poética. Aquí se deja ver, por ejemplo, el hablante condenadamente enamoradizo, o el que expresa un anticristianismo profundo, o el que enfrenta con inusual arrojo e ironía la condición del poeta en cuanto payaso, diletante o pequeño burgués, o el escéptico que no se traga las gestas revolucionarias de la época, o aquel que le canta descarnadamente a la soledad.
También aparece, por supuesto, el experto en el manejo y distribución de la palabra, el maestro en el uso de la evocación subyacente: “Y qué si me muriera de esta noche / Al corazón su miedo de romperse / con el dolor del rayo, lo desvela”.
Según admitió Lihn en la contraportada de la edición original, al momento de escribir estos poemas fue acosado por dos nociones contradictorias: “En primer lugar, el sentimiento del absurdo con respecto a la tarea emprendida; luego una curiosa sensación de poder”. En relación a la inutilidad de la poesía, tenemos los versos iniciales de un poema que enloda sin misericordia, y con sarcasmo filoso, el oficio del poeta: “Ocio increíble del que somos capaces, perdónennos / los trabajadores de este mundo y del otro / pero es tan necesario vegetar”. Y con respecto a la relativa superioridad del que construye su obra a versos, está esa magnífica declaración de principios llamada Porque escribí, cuya última estrofa merece citarse completa:
“Porque escribí no estuve en casa del verdugo / ni me dejé llevar por el amor a Dios / ni acepté que los hombres fueran dioses / ni me hice desear como escribiente / ni la pobreza me pareció atroz / ni el poder una cosa deseable / ni me lavé ni me ensucié las manos / ni fueron vírgenes mis mejores amigas / ni tuve como amigo a un fariseo / ni a pesar de la cólera / quise desbaratar a mi enemigo. / Porque escribí y me muero por mi cuenta, / porque escribí porque escribí estoy vivo”.
Atosigado a veces por las mismas palabras con que construye sus poemas (“[…] por las / palabras empieza mi temor por ellas de las que me he / servido demasiado tiempo para orillar este silencio”), el autor habla aquí de su estadía en La Habana durante los años 1966 y 1967. Allá se casó con una mulata, le cantó a las negras, a las palmas, e incluso a un gallo catete, homenajeó a Rimbaud, a Kafka, a Roque Dalton, y se dedicó bastante a la introspección, tal como lo demuestra un magnífico poema de título elocuente (Este no querer ser lo que se es) y los versos finales de Familia: “que mi negocio es más sucio de lo que parece: / no engaño, atormento. No me mueve el / interés personal sino el afán de bancarrota, / la obsesión de la quiebra, en una palabra el miedo / por el que empieza la barbarie”.
En La musiquilla de las pobres esferas figura una notable pieza en prosa, El escupitajo en la escudilla. Ahí, Lihn vuelve a reflexionar sobre la condición del poeta: ve a miembros de la cofradía “ocupar altos cargos o, en su defecto, abrirse de brazos y de piernas a escala nacional, continental o mundial”, mientras que él, a fuerza de desvivirse, “quizás llegue, pero nadie me lo asegura, a sacar de pronto, en lugar de la lengua, la palabra lengua”. No existe, según el hablante, ningún sentido de camaradería: “jamás una comunicación, nunca un saludo de cumpleaños, ni la menor señal de vida en común, ni un escupitajo en mi escudilla”. El autodenominado “escribiente” sabe que está solo y que “casi todo lo que soy está por hacer. La vejez pudo sorprenderme en la cuna. Y no nací, como Lao Tsé, a los ochenta años”.
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May 4, 2017
Peligro de extinción
La forma en que ha ido transcurriendo la discusión en la Nueva Mayoría, que finalmente ha terminado sin primarias presidenciales, dos candidatos a primera vuelta y una incertidumbre a nivel de elección parlamentaria es, probablemente, el peor escenario que la coalición podría haber pensado para terminar el gobierno más reformista de los últimos 27 años. Sí, peor, porque aunque haya quienes piensen al interior de la coalición oficialista que esta es una oportunidad para repensar la política de alianzas tras muchos años de entendimiento, a veces, forzoso, lo cierto es que, en el escenario que esto ocurre, el riesgo es de proporciones y deja a la alternativa de centroizquierda en peligro de extinción.
Primero, porque al haberse acabado la posibilidad de primarias para el oficialismo y siendo prácticamente una realidad la realización de estas al interior de Chile Vamos y en el Frente Amplio, al menos hasta julio, las alternativas de la Nueva Mayoría estarán fuera de competencia y del interés de la ciudadanía. Y entiéndase bien, no es que las primarias sean una panacea como mecanismo para seleccionar candidatos (porque tienen sus problemas también), pero lo cierto es que el proceso permite confrontar posiciones en y entre las coaliciones, posibilidad que los candidatos de la Nueva Mayoría se van a perder. En tal cuadro, será difícil en estos meses poner luz a la opacidad de candidaturas que no están en la disputa de lo inmediato y habrá que ser creativos para no perder protagonismo.
Segundo, porque si el tema de ir separados es reconstruir un proyecto político donde las identidades estén marcadas, no se ve en el horizonte electoral al menos, la posibilidad de generar un debate que permita reconstruir las identidades de centroizquierda que, por lo demás, pasan por difíciles momentos en distintos lugares del mundo (basta ver países como España o Francia). Repensar el proyecto de centroizquierda en Chile es una tarea que se ha postergado por mucho tiempo y que necesita un sinceramiento de las posiciones que trascienda la pura lógica electoral, solo así será posible que se produzca el encuentro entre la izquierda y el centro político.
Tercero, porque sin acuerdo parlamentario, lo más probable es que se el resultado pueda beneficiar a algunos, pero en términos de fuerza parlamentaria para constituir gobierno, pero sobretodo oposición, el escenario que se avizora es la fragmentación o atomización, cuestión que podría contribuir a debilitar aún más la constitución de una mayoría sólida o de una oposición con horizonte claro.
Cuarto, esto es también un problema de enorme envergadura para el gobierno. Ahora que la coalición comienza a fragmentarse no existirán los incentivos para ser leales con la agenda legislativa que el ejecutivo se ha planteado para la última etapa. Así, se ponen en peligro iniciativas relevantes y, de paso, añade una dificultad adicional que es la construcción del relato de un gobierno cuyo propósito ha sido permanentemente correr el horizonte de lo posible en Chile que, si bien lo ha logrado, ha sido a costa de una acelerada caída en la aprobación y una dificultad permanente con su coalición.
Probablemente habrá tiempo para encontrar la cadena de acontecimientos que han llevado a este escenario, porque definitivamente no tiene que ver sólo con la decisión de la junta de la DC el pasado fin de semana. Por cierto, es de esperar que el cuadro más catastrofista, esto de llegar terceros a la elección de noviembre y transformarse en una fuerza parlamentaria atomizada, definitivamente no se cumpla. Para ello se requiere mucho cuidado en el lenguaje y en los gestos en los próximos meses.
Nadie ha dicho que no era urgente generar una nueva forma de entendimiento en el proyecto que ha representado la Nueva Mayoría, pero bajo la fricción, la atomización y la desconfianza, es difícil lo que viene por delante.
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Mundos en colisión
FRANCIA SERÁ escenario de un nuevo enfrentamiento entre cosmovisiones contradictorias: el cosmopolitismo liberal de Emmanuel Macron competirá con el nacionalismo de Marine Le Pen. No es una casualidad ni una circunstancia única. En los últimos meses ambas corrientes se han mostrado los dientes en Estados Unidos, Holanda, Austria, Gran Bretaña y España. Es el nuevo clivaje de la política mundial, que opone a los representantes del establishment pro mundialización con los de aquellas personas damnificadas por el proceso globalizador.
La existencia de los “deplorables” ha sido diagnosticada desde hace años en diversos lugares por especialistas de todos los colores. En Estados Unidos, libertarios como Charles Murray, conservadores como David Brooks, comunitaristas como Robert Putnam o progresistas como Robert Reich han venido describiendo el surgimiento, por un lado, de una elite bohemia y burguesa de “analistas simbólicos” que poseen grados académicos, puestos en industrias de punta y que gozan de las comodidades de la globalización y la modernidad, y, por otra parte, de una nueva clase baja compuesta por obreros no especializados que se desempeñan en los sectores no transables de la economía, viven en barrios desmejorados y son golpeados por la desindustrialización, el abandono y la disfuncionalidad. En Francia, el geógrafo Christophe Guilluy denuncia la marginalización de una periferia donde se acumulan las fragilidades económicas y sociales, y advierte sobre el crepúsculo de la elite.
Son justamente este tipo de elites las que por décadas monopolizaron la discusión social. Por soberbia, desdén o frivolidad, fueron indiferentes a los problemas que sufrían aquellos que no estaban en condiciones de subirse al carro de los triunfadores de la globalización. La presión fue subiendo y terminó por estallar, canalizándose en los movimientos y liderazgos que ahora asustan a la elite biempensante. Hoy vivimos la revuelta de los postergados.
La respuesta de la elite ha tenido mucho de histeria. Acusan a los revoltosos de fascistas, populistas, ignorantes e intolerantes; en suma, “deplorables”, como denominó Hillary Clinton a los seguidores de Donald Trump durante la campaña del año pasado en EE. UU. Los bárbaros golpean la puerta y el pánico ha llevado a los partidos tradicionales a aliarse y formar grandes coaliciones. En Francia, la derecha y la izquierda tradicionales se han puesto detrás de Macron para detener a Le Pen, considerada una “amenaza para la república”.
Se consolida así un escenario en el que la revuelta de los deplorables -ejemplificada en las victorias de Trump en EE.UU. y del Brexit en Gran Bretaña, pero anticipada también en otros lugares, como la Hungría de Viktor Orban o la Polonia del partido Ley y Justicia- está enfrentando la reacción del establishment, como sucedió en las parlamentarias en Holanda o las presidenciales celebradas en Austria en 2016, donde los candidatos pro globalización se impusieron tras recibir apoyo transversal de partidos tradicionales.
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De caminos y señales
LA DECISIÓN de la Junta de la DC de competir en la primera vuelta impactó en una carrera presidencial enredada en una discusión sobre mecanismos de competencia que difícilmente ayuda a recuperar el entusiasmo con la política. Cabe preguntarse cómo no se anticiparon los problemas que vendrían habida cuenta que -desde el primer día- ciertos sectores insistían en afirmar que la NM, más que un pacto de gobierno, era un mero acuerdo electoral.
En una primera lectura, sus efectos parecen tan dramáticos, que hay que buscar culpables. Pero resulta injusto atribuirle únicamente a la DC el fin de la alianza histórica con la izquierda cuando no puede permanecer impávida frente a una tendencia al “vaciamiento del centro” del espectro político que no solo se ve en Chile. Por lo demás, fue el PS quien anticipó el escenario al darle un portazo a las pretensiones del expresidente Lagos. En la decisión de no ir a primarias, más que el fin de un ciclo se esconde un dilema más profundo, relacionado con la gobernabilidad.
La centroizquierda ha evadido el análisis en profundidad acerca de las causas de su derrota en 2010, salvo buenas cuñas para los medios (como, por ejemplo, su “incapacidad para comprender la sociedad que contribuyó a cambiar”) o bien no sopesar factores tales como el impacto de la fractura al interior de su propia elite (los díscolos), el deterioro de la capacidad presidencial para maniobrar en contextos de coalición (reflejada en una presidenta distante de sus partidos) o la existencia de actos que escondían el germen de la corrupción (”hechos aislados”). Se refugió también en una cierta hagiografía (reflejada en libros como “Más acá de los sueños, más allá de lo imposible. La Concertación en Chile”, editado por el mismísimo yerno del expresidente Aylwin, entre otros). Encontró la posibilidad del Ave Fénix al atarse, en clave personalista, a la inédita popularidad de Bachelet con reformas indispensables, pero de factura desprolija y con resultados ubicuos y donde las primarias, más que solución, han mostrado que pueden ser un entuerto. De esta forma, se ha ido eludiendo una reflexión adaptativa a la creciente dificultad para configurar mayorías legislativas estables, que entreguen ciertos niveles de previsibilidad política en el contexto de un presidencialismo que debe combinarse con el multipartidismo que aflora con la desaparición del sistema binominal. Súmese la ausencia de incentivos institucionales para la disciplina parlamentaria, el abstencionismo estructural y una ciudadanía con opiniones cambiantes y disociadas.
Que tras la opción por el camino propio de una DC conducida por Goic (política hábil que ha demostrado a los despistados que se puede pisar fuerte sin tener vozarrón), aparezcan como desechados los posibles costos en su elenco parlamentario no es solo, como sentencia Jorge Navarrete, la señal de que “el pacto parlamentario debe ser consecuencia de un debate y no una condición”. También, y aunque sea ocasionalmente se envía otra, tanto o más importante: que la política puede ser algo más que cálculo.
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Ciencia y Tecnología, el gran desafío de Chile
LA REVOLUCIÓN industrial de fines del siglo XIX significó un salto cualitativo para el progreso de la humanidad.
Gracias a la introducción de tecnología se mejoraron o se crearon un sinnúmero de procesos productivos que conllevaron una mejoría sustantiva de la calidad de vida de millones de personas en todo el mundo. Nuestro país, por sus características, miró de lejos dicho fenómeno, y si bien gozó como muchos de sus beneficios, no participó activamente de ese proceso.
Hoy, en cambio, en pleno siglo XXI, nuestro país puede pasar de ser mero espectador de los cambios a un protagonista activo de ellos. Pese a ser una nación pequeña y con recursos limitados, tenemos una de las tasas más altas de producción de ciencia y tecnología de América Latina. Así como también condiciones naturales excepcionales para la investigación. Esto lo hemos logrado principalmente gracias a la visión que se tuvo hace 50 años con la creación de la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (Conicyt).
Esta institución, que acaba de cumplir su cincuentenario, ha promovido y colaborado en la concreción de sueños, ideas y esperanzas de miles de personas que tuvieron y tienen alguna motivación para mejorar nuestra calidad de vida a través del estudio y desarrollo de la ciencia y la tecnología.
En un largo andar, que no ha estado exento de dificultades, Conicyt siempre ha actuado con vocación de servicio al país, lo que es un gran precedente que nos permite convencernos que el fomento de la ciencia y la tecnología es una necesidad que nos permitirá transformar nuestra matriz económica y nuestro capital cultural, para pasar de ser solo exportadores de materias primas a ser productores y exportadores de conocimiento e inteligencia.
Por lo mismo, entendemos que es necesario y fundamental que se concrete un cambio en la institucionalidad, que guíe el desarrollo de la ciencia hacia los nuevos desafíos del siglo XXI.
En ese sentido, el Ministerio de Ciencia y Tecnología, cuya creación se debate en el Congreso es un vehículo vital para avanzar en esta senda. A través de él se podrá -de manera coordinada y acorde a los tiempos- construir puentes, establecer diálogos y generar trabajo colaborativo entre las ciencias y humanidades, las políticas públicas, el sector productivo, las instituciones de educación superior, los centros de investigación y pensamiento y la sociedad civil. Ello es el paso previo al necesario avance en materia de recursos que destina Chile a esta materia, desde el 0,4% del PIB en la actualidad hacia cifras de países que miramos como ejemplo en este ámbito y que destinan entre el 1% y el 2% del PIB a la ciencia, la tecnología y la innovación.
Si logramos establecer a temprana edad una cultura de ciencia, tecnología e innovación en nuestra sociedad y concretar los avances necesarios en materia de institucionalidad, sumado a nuestra comunidad científica que es activa y vigorosa, ya no veremos pasar los cambios del mundo ante nuestros ojos, sino que seremos verdaderos protagonistas del presente y el futuro de la humanidad.
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Cómo salir del laberinto de la Reforma Laboral
La Reforma Laboral comenzó a regir el pasado 1 de abril y las empresas todavía están tomándole el pulso a su implementación. Entre sus principales aspectos, entrega una serie de nuevas reglas que deben considerar las compañías a la hora de negociar colectivamente con sus trabajadores. O más bien, un nuevo orden que, de no tenerlo meridianamente claro y con una estrategia sólida para enfrentarlo, puede causar más de algún dolor de cabeza.
Asuntos como el reemplazo en huelga y el piso mínimo de la negociación, son algunos de los aspectos claves que deben tener en claro las 1.489 empresas que negociarán colectivamente este 2017, según las cifras que ha entregado la Dirección del Trabajo.
Por lo mismo, una buena recomendación es mirar detenidamente la experiencia de la minera La Escondida, cuya huelga (de 43 días) si bien comenzó antes de la implementación de la Reforma Laboral, es evidente que el conflicto se transformó en la primera prueba de fuego para la ley, ya que tanto la empresa como el sindicato actuaron como si la legislación estuviera vigente, lo que propició que las posturas se alejaran y no se pudiera llegar a un acuerdo, tras acogerse al artículo 369 del Código del Trabajo.
En particular, los efectos del denominado “piso mínimo de la negociación” impidieron flexibilizar las propuestas, en especial por parte de la minera, ya que la nueva ley establece que en los futuros procesos de este tipo, siempre se debe mejorar la propuesta anterior y por lo tanto, había que ser sumamente cautos con lo ofrecido, al dejar de existir la posibilidad de adecuarse a los cambios económicos o financieros que pudiera sufrir el sector en los próximos años.
Asimismo, el hecho que se prohíba el reemplazo en la huelga en la nueva normativa, puede presionar a los trabajadores a tomar medidas de violencia, sobre todo si alguna empresa quiere hacer valer las prerrogativas establecidas en el Código del Trabajo, en cuanto a solicitar, por ejemplo, a los proveedores de servicios o contratistas que cumplan con sus contratos comerciales, tal como ocurrió en La Escondida.
En este sentido, la prohibición del reemplazo en huelga puede provocar un escenario catastrófico especialmente para las micro y pequeñas empresas, las que probablemente no podrán soportar los nocivos efectos de parar la producción ni durante un par de días, ni cumplir con las obligaciones pactadas con sus clientes.
Por lo tanto, es imprescindible que las empresas sepan utilizar bien el pequeño espacio que ofrece la ley, relativo a las “adecuaciones necesarias”, para que los trabajadores que no están involucrados en la huelga puedan ejecutar las funciones pactadas en su contrato, sin que eso sea interpretado como un reemplazo ilegal de trabajadores en huelga.
Una recomendación en esta línea, es que las compañías formalicen contractualmente la polifuncionalidad de sus trabajadores, es decir, el establecimiento de una o más funciones complementarias o alternativas, que permitan tener flexibilidad al momento de interpretar si la ejecución de una determinada labora de un trabajador no involucrado en la huelga, puede o no constituir un reemplazo ilegal.
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El error del catolicismo y socialismo
Sería interminable escarbar en la complejidad, historia e influencia de la Iglesia Católica como para explicar su crisis actual. Sin embargo, creo que dentro de ella hay una institución candidata a ser una de las principales causantes de los escándalos contemporáneos que la acechan por todo el mundo: la Confesión. Esta institución, consistente en relatar una serie de intimidades a un sacerdote, le otorga un poder y tentación demencial a cualquier ser humano común y corriente que las haga de escucha. Un riesgo completamente ilimitado que, además, crece exponencialmente cuando el sacerdote es el líder de comunidades pequeñas como un colegio, un pueblo o incluso una cerrada elite de un país. Y he aquí el error compartido con el socialismo: el suponer que el ser humano, en ciertas posiciones de poder, se convierte inmediatamente en un virtuoso, en alguien capaz de obrar por el bien de todos y sobreponerse a toda tentación. Así, los funcionarios públicos nunca privilegiarían sus intereses, por lo que hay que otorgarle más poder; y los sacerdotes nunca manipularían conciencias ni voluntades, por lo que no hay que limitarlos.
Estos supuestos explican, por ejemplo, que los socialistas, por renovados y jóvenes que sean, insistan en alabar la idea de otorgarle poder a los políticos para que ellos decidan qué industria económica sería más conveniente para el país ―olvidando que privilegiarán industrias que les den votos, financiamiento o conexiones personales―; o, de la misma manera, que reclamen por la instauración de un currículum escolar puntal o por privilegiar una institución de educación tal, independientemente de su calidad ―olvidando que les interesará controlar la manera de pensar de los demás―. Y así también, por el lado del a Iglesia, se explican los límites insuficientes al comportamiento de los sacerdotes respecto de la Confesión, límites que, por lo demás, son mucho menores a los exigidos a psicólogos ―gremio bastante más consciente de estos riesgos―. Para Socialistas y miembros de la Curia Romana, entonces, las personas comunes y corrientes son o se transformarían en virtuosas cuando llegan al poder y dominarían toda tentación, por lo que no habría que limitarlos. Finalmente, yace aquí también una gran contradicción: la reacción de los socialistas a la crisis causada por el poder mal ejercido de las elites políticas es otorgarle más poder a ellos y al Estado, en lugar de evitar que injieran en nuestras vidas, establecer reglas mínimas y aumentar el poder a los ciudadanos. Es cierto que es lamentable que no seamos virtuosos, pero insistir en el «buenismo» de negar esta realidad es, simplemente, olvidar a Gengis Khan.
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