Álvaro Bisama's Blog, page 187

April 30, 2017

Asimetría brutal

Ahora al Fiscal Nacional le pareció “particularmente grave” la denuncia del ex director de Impuestos Internos -Michel Jorratt-, sobre eventuales presiones ejercidas desde el Ministerio del Interior, para ocultar antecedentes del financiamiento irregular de campañas políticas efectuado por Soquimich. Algo que ya había sido denunciado hace dos años por la misma autoridad y que, por alguna razón misteriosa, no ha derivado en una investigación que exhiba avances sustantivos.


En los hechos, lo que hoy se busca presentar como una discusión casi “técnica” sobre el monopolio de la iniciativa penal en materia tributaria, pareciera en realidad encubrir un burdo juego de elusión de responsabilidades compartidas. ¿El motivo? La evidente intención de dejar un conjunto de irregularidades ocurridas en el financiamiento de actividades políticas y campañas electorales no solo impunes, sino también en la mayor oscuridad posible.


La actual controversia entre la Fiscalía y el SII ha conseguido deslizar hacia un conveniente segundo plano los aspectos medulares y “particularmente graves” de lo que desde hace ya dos años es conocido por la opinión pública: la presión indebida y el burdo intento de obstrucción a la justicia por parte de un ministro del Interior del actual gobierno, para conseguir que el director del SII de la época hiciera desaparecer la evidencia material del financiamiento de actividades y campañas políticas; entre otras, la de la actual presidenta de República. Antecedentes sobre los que en Chile ni Impuestos Internos ni el Ministerio Público han querido indagar en profundidad, pero que en EE.UU. ya dieron lugar a una primera multa de US$ 15,5 millones, aplicada a SQM por el Departamento de Justicia debido a la violación de la Ley de Prácticas Corruptas en el Extranjero; y a una segunda, impuesta por la comisión reguladora del mercado de valores (SEC), entidades ambas que acreditaron “pagos indebidos” a personas políticamente expuestas por un monto total de US$ 14,75 millones.


Pero en Chile ni el financiamiento ilegal en que incurrió dicha empresa, ni ninguna otra, ha derivado en sanciones a la altura de las circunstancias. Salvo en el caso Penta, cuyos dueños fueron formalizados en “cadena nacional” de televisión, siendo también detenidos y debidamente sancionados. A su vez, los políticos de la UDI que recibieron recursos de dicho grupo económico también han sido formalizados y sometidos al rigor de la ley, en un contraste y asimetría evidente con todos los casos que han comprometido a personeros del oficialismo. En rigor, dadas las resoluciones tomadas hasta aquí la conclusión a la que se debería llegar es inequívoca: solo Penta entregó dineros de manera irregular, solo la UDI fue beneficiada por dicha práctica.


Porque la otra conclusión posible es que el principio de igualdad ante la ley en este tipo de delito simplemente no existe, lo que implicaría reconocer un daño al Estado de Derecho de muy delicadas consecuencias. En medio de la singular controversia que esta semana han tenido el Fiscal Nacional, el SII y el Contralor, resulta casi divertido pensar que el ex ministro del Interior Rodrigo Peñailillo se encuentra disfrutando de una estadía en EE.UU., aprovechando de estudiar inglés.


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Published on April 30, 2017 01:45

Las anécdotas de Macron

“Es una anécdota”. La frase fue pronunciada por Jacques Attali, mentor de Emmanuel Macron, a propósito del cierre de una industria en el norte de Francia; y simboliza bien el eje que ha ido cristalizando progresivamente en Francia. Su avance ha sido lento pero inexorable, y su origen remoto puede encontrarse en la estrecha aprobación del tratado de Maastricht en 1992. Se trata de un eje que no se deja aprehender por las categorías tradicionales, porque de algún modo se superpone a ellas.


¿Desde qué perspectiva la desindustrialización y cesantía de un país pueden ser vistas como anecdóticas? Marx habría dicho sin dudarlo: desde el cosmopolitismo burgués. Attali, quien fuera asesor de Mitterrand, cree que la globalización es un proceso sin vuelta atrás que constituye un avance para la humanidad, más allá de los reveses circunstanciales. En esa lógica, las naciones están destinadas a ser reemplazadas por complejas burocracias internacionales que no responden al demos. El individuo de Attali es un ser esencialmente móvil y sin arraigo, progresista que se pasea entre las grandes capitales y que lee con fruición las biografías de Steve Jobs. Si se quiere, es el individuo que encarna el fin de la historia, pues quiere ignorar el carácter conflictivo de la vida común. Matices más, matices menos, esta es la cosmovisión dominante al interior de las elites gobernantes en Francia y en Europa, que han buscado hacer avanzar el proyecto federal contra la opinión explícita de sus gobernados.


Sin embargo, muchas personas no se sienten identificadas con este relato. Es más, se consideran menospreciadas por una mirada que, desde el privilegio, trata con desdén y altanería sus preocupaciones. Hay grandes zonas de Francia que han perdido con la globalización; y no es de extrañar que busquen refugio en discursos más proteccionistas. Son los excluidos de la prosperidad global, que no visten mejor ni ganan más dinero. Muy por el contrario, el proceso ha producido en ellos inseguridad económica y cultural. David Goodhart ha explicado que el mundo se divide hoy entre los hombres de todos los lugares (anywheres) y los hombres de algún lugar (somewheres): hacerse cargo de esa brecha es uno de los grandes retos de la política contemporánea.


El problema estriba en que la clase política francesa se ha negado sistemáticamente a ver esta realidad, regalándole una enorme masa de electores al Frente Nacional, cuyo programa es tan peligroso como simplista. En muchos sentidos, el éxito del discurso nacionalista es efecto directo de la indolencia de las elites gobernantes respecto de esta nueva forma de lucha de clases (que, paradójicamente, la izquierda observa desde fuera). Muchos ven en Macron una luz de esperanza, pero en rigor su trayectoria encarna hasta la caricatura todas y cada una de estas dificultades. Después de todo, es un banquero que llegó a ser favorito de las revistas de papel couché. Si Macron quiere ser algo más que una anécdota a la espera del triunfo de Marine Le Pen en cinco o diez años más, debe asumir el desafío mayúsculo de integrar en su acción y discurso no solo a los emprendedores de este mundo, sino también a aquellos que viven la otra cara de la moneda. Eso que los griegos llamaban política.


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Published on April 30, 2017 01:40

Los 100 días de Trump

Trump tiene razón en una cosa: la medida de los “primeros 100 días” que se utiliza para ponderar el arranque de una gestión presidencial es ridícula. La inventó F.D. Roosevelt, en 1933, en un discurso por radio en el que ni siquiera se refería a los primeros 100 días de su gobierno sino de una sesión especial del Congreso para poner en marcha, en plena Gran Depresión, el “New Deal”.

Pero ya que se ha hecho costumbre juzgar las presidencias a los 100 días, me pongo a jugar ese juego yo también. Aquí va.


Por lo pronto, sucede algo interesante con la forma en que el público está juzgando a Trump. Su aprobación, en promedio, está en 43%; su desaprobación supera esa cifra en 10 puntos. Es la más baja aprobación que registren muchas encuestadoras. Sin embargo -y esto es lo que los asesores electorales de Trump, como Kellyane Conway, observan con la minuciosidad de un entomólogo-, el 96% de quienes votaron por él dicen aprobarlo. Hay más: si las elecciones fueran mañana, le ganaría la partida a Hillary Clinton también en el voto popular.


¿Adónde voy con esto? Primero, a que en los tiempos extraños que vivimos, la popularidad de un presidente, es decir la simpatía o antipatía que despierte su estilo o su forma de conducirse, no es lo mismo que la disposición a votar por él. Segundo, a que la polarización de estos primeros meses, con escenas tumultuosas y hasta violentas, y unos enfrentamientos poco comunes en los medios, la academia y el Congreso, ha reforzado la base de Trump al mismo tiempo que le ha enajenado a un público que en otras circunstancias podría haber atraído por el beneficio de la duda o eso que llaman en inglés “goodwill” y que solemos traducir (mal) como “buena voluntad”.


Trump ha hecho cuatro cosas, y no más de cuatro, aunque el torbellino de sus primeros 100 días dé la sensación de un activismo febril.


Lo primero: ha nominado y obtenido la confirmación de un juez supremo, Neil Gorsuch, el sueño de todo presidente en los Estados Unidos porque esa instancia, la Corte Suprema, es donde acaban las grandes discusiones políticas, sociales y culturales del país. Trump tuvo la suerte de que había una plaza vacante que llenar y de que los senadores republicanos podían variar las reglas de juego para reducir el número de votos necesarios para la confirmación, de modo que le cupo cumplir lo que había sido una importante promesa de campaña.


Lo segundo: ha emitido un total de 32 “órdenes ejecutivas” (decretos presidenciales), el mayor número que haya firmado presidente alguno en sus primeros 100 días desde la Segunda Guerra Mundial. La mayoría están orientadas a reducir el peso regulatorio del Estado porque el presidente no tiene, en el ordenamiento constitucional estadounidense, iniciativa de gasto público, prerrogativa del Congreso. Otras apuntan a asuntos que ya veremos y han sido bloqueadas por la justicia.


Lo tercero: ha marcado su territorio en política exterior ante sus enemigos, contradiciendo el aislacionismo de su mensaje de campaña, con una combinación de tres cosas: el uso de la fuerza militar (misiles Tomahaw en Siria, la “madre de todas las bombas” en Afganistán), el despliegue de su musculatura naval y aérea (el portaaviones y los destructores enviados a la península coreana) y el empleo del desafío diplomático (anunciando la revisión del acuerdo nuclear con Irán).


Lo cuarto: ha enfriado su entusiasmo por Vladimir Putin, forzado por las acusaciones contra él y su equipo de parte de sus críticos. Le ha hecho ver que es capaz, si el momento político lo exige, de tratarlo como un adversario (el último episodio ha sido la filtración, sin duda autorizada por la Casa Blanca aunque las fuentes proviniesen del Pentágono, de información según la cual Moscú está enviando armas a los talibanes afganos que combaten al gobierno legal sostenido por la OTAN).


Más allá de estas acciones, o núcleos de actividad, presidenciales, podemos hablar de una rutina que sería normal en cualquier presidencia pero que en la de Trump ha resultado algo más excitante para los observadores. Por ejemplo, las reuniones con jefes de Estado o gobierno occidentales, y particularmente con el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, en las que emitió señales de que no estaba dispuesto, como se temía, a llevarse por delante el sistema de alianzas y de colaboración multilateral que conocemos como “orden mundial”.


Dicho esto, ¿qué es lo que Trump no ha conseguido y hubiera querido exhibir como logro de sus primeros 100 días? Dos cosas fundamentales para él y su base: de un lado, la política migratoria que busca reducir drásticamente o detener, según el caso, el ingreso de ciudadanos de países que la burocracia asocia con el terrorismo por los antecedentes de la última década y media; del otro, la liquidación de “Obamacare”, como se conoce a la reforma sanitaria con la cual su predecesor amplió, mediante mandatos y subvenciones, la cobertura del seguro médico en los Estados Unidos.

Lo primero fue bloqueado por distintos tribunales -en lugares tan distantes entre sí como Hawai, San Francisco y Maryland- y lo segundo se frustró no tanto por la oposición de los demócratas como por las resistencias del sector más conservador, en términos ideológicos, de la bancada republicana en el Congreso, agrupado en lo que se llama el “Freedom Caucus”. Es una facción que cuenta con unos 35 representantes.


Por último, ¿que iniciativa de envergadura está en marcha como para que Trump pueda exhibirla entre sus credenciales de los primeros 100 días aun si no ha sido todavía convalidada desde el punto de vista legislativo? Una muy sensible tanto para la base como para la representación conservadora: la reducción de impuestos. Al final de esta semana, Trump, con ayuda de su asesor económico principal, Gary Cohn, y del secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, puso su plan sobre la mesa para que el Congreso lo debata en las semanas que vienen y decida si lo acepta o rechaza (en caso de aceptarlo, con seguridad será en una versión modificada, producto de una negociación intensa, detallada y desagradable, a la que el lenguaje político estadounidense llama “el proceso de fabricar salchichas”).


Trump pretende bajar el impuesto a las empresas de 35% a 15%, adoptar el sistema tributario territorial para no gravar las ganancias en el exterior, reducir el número de tramos impositivos, eliminar algunas deducciones y, en general, simplificar el código. El plan tendría pocos problemas para convencer a los republicanos, y por tanto para ser aprobado, si no fuera porque, tal como está, aumentaría el déficit fiscal, que ya es significativo, en un país en el que la deuda federal asciende al equivalente al 75% del PIB y en pocos años superará el 100%. Aun así, pocas cosas entusiasman más a la base republicana y Trump ha calculado bien el momento de su presentación. Lo ha anunciado al filo de cumplirse los 100 días para que, en lugar de decirse que no ha obtenido ninguna victoria legislativa en estos cerca de tres meses, se pueda argumentar que la parte que a él le corresponde está cumplida.


No puede descartarse que, ya cerrada esta edición, a la hora undécima, Trump anuncie también, junto con el presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, que tiene lista una nueva iniciativa legislativa para liquidar “Obamacare” y que ésta, a diferencia de la anterior, cuenta con la aprobación del “Freedom Caucus”. La Casa Blanca, la jefatura de la Cámara de Representantes y el “Freedom Caucus” llevan días negociando alguna fórmula alternativa a la que fracasó y el equipo del presidente ha emitido señales de que están cerca de lograr un acuerdo.


Como se ve, ni la propuesta impositiva ni, si se llegara a cerrar el acuerdo, la sanitaria cuentan con garantía alguna, a estas alturas, de ser aprobadas en el Congreso. Pero lo que está en juego, en esta etapa, no es otra cosa que la imagen de la presidencia. Y Trump necesita a todas luces, para que la base lo perciba como el tipo que “drenó la ciénaga”, según su propia metáfora de campaña, demostrar que, a diferencia de los políticos que lo antecedieron y de los que pululan por Washington, él es un “hacedor”.

Este sería el balance “catastral” de los primeros 100 días. Pero, tratándose de un periodo corto, ese es, a pesar de lo que marca el calendario político y mediático, el balance menos significativo. Falta todavía demasiado pan por rebanar. Lo que importa es algo menos cuantificable pero más esencial: el balance institucional.


Ese balance arroja lo siguiente: los primeros 100 días han demostrado a Trump, a Estados Unidos y al mundo los límites del populismo estadounidense. Para decirlo de otro modo: han exhibido la grandeza de los Padres Fundadores de los Estados Unidos, que, a pesar de sus fallas históricas (no abolir la esclavitud fue la más grave de todas), produjeron un sistema constitucional y político lleno de anticuerpos que defienden al paciente contra el ataque de las enfermedades ideológicas.


No me refiero sólo a los Tribunales de Justicia sino al conjunto de factores, entre ellos el propio partido del presidente y el sector conservador que lo respaldó, que han gravitado sobre la presidencia de Trump en estos primeros meses para hacer eso que las instituciones formales e informales no pueden hacer, por ejemplo, en muchos países latinoamericanos cuando el populismo arremete. Pienso en que todos los factores juntos han tenido un efecto político que se resume en esta simple idea: Trump llegó al gobierno creyendo que podía empinarse por encima de las instituciones y de las convenciones culturales que sostienen a la república y 100 días después ya sabe que el voluntarismo sólo puede ser un provocador, pero nunca un sustituto o liquidador, de los contrapesos y frenos que la democracia ha puesto en su lugar para impedir que el caudillo haga de las suyas.


En distintos momentos de la vida republicana hubo presidentes que a fuerza de voluntarismo llevaron su intervención personal más allá de lo razonable o de lo que los Padres Fundadores habían previsto (el propio Roosevelt es un ejemplo de ello). También es cierto que otras instancias han forzado de tanto en tanto los límites (hay jueces que llevan su activismo adonde no deberían). Pero, hechas las sumas y restas, cuando la sombra alargada de un presidente amenaza con oscurecer demasiado la vida política e institucional del país, las instancias del Estado y la sociedad civil en su conjunto reaccionan. Por eso, el populismo estadounidense lo tiene infinitamente más difícil a la hora de moldear las instituciones y la sociedad a su antojo.


Este es, a mi modesto entender, el mayor logro de los primeros 100 días. Un logro que Trump no se propuso y del que jamás se jactaría.


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Published on April 30, 2017 01:35

April 29, 2017

Velasco, un aporte

LA NOTICIA de que “Ciudadanos”, el partido que fundó Andrés Velasco, está técnicamente disuelto por el Servel, es una mala cosa. Si bien la colectividad anunció que apelará la decisión -dicen que tienen las firmas necesarias para constituirse-, de confirmarse la situación, Velasco no podría presentarse como candidato a senador, como estaba previsto.


Es un revés lamentable, porque, desde cualquier punto de vista, Velasco es un aporte a la política chilena. Se trata de una persona seria, preparada y que tiene ideas claras sobre el país. También alguien que se ha dedicado con mucha pasión a la cosa pública durante los últimos años de su vida, partiendo por su período como ministro de Hacienda durante el primer gobierno de Bachelet.


Lo anterior tiene más mérito si se considera que el hombre no es un político profesional. Por el contrario, para ingresar la vida pública, renunció a una exitosa carrera académica, siendo profesor de prestigiosas universidades de Estados Unidos, entre ellas la Escuela de Gobierno de Harvard, donde fue titular de la cátedra Sumitomo de desarrollo y finanzas internacionales. Son contados con los dedos de las manos los chilenos que han logrado algo así. Por algo, su prestigio en la academia es muy alto. Pese a ello, optó por abandonar esa posición para volver a Chile y trabajar en lo público, lo que es digno de destacar.


Se incorporó a la campaña de Bachelet sin promesa alguna. Hasta el último día se discutió si sería el elegido para ministro de Hacienda. Y la Presidenta no se equivocó cuando lo nombró, porque finalmente se convirtió en su mejor ministro y en el mejor custodio de la racionalidad de la políticas públicas. Pese a ello, Velasco tampoco dudó en ser un duro crítico del programa de su exjefa, cuando se presentó por segunda vez. Fue consecuente con sus ideas cuando vio que Bachelet las abandonaba e impulsaba la aventura de la Nueva Mayoría, con los resultados que hoy conocemos. Y compitió contra ella en las primarias, quedando en segundo lugar con un no despreciable 13% de los votos.


Durante todo este tiempo, Velasco ha sido un aporte distintivo a la discusión. Una suerte de piedra en el zapato para la izquierda y la derecha, abriendo espacios a una discusión nueva, un enfoque más moderno y liberal, que es muy necesario en Chile. Y todo esto lo ha realizado con ideas concretas, algo que también se agradece en estos tiempos.


Claro, el hombre no es perfecto. Algunos dicen que representa a una elite; otros que fue arrogante y descuidado en la forma como intentó formar su partido; o que no hay que olvidar que fue vinculado a los escándalos de platas políticas. Todo esto puede ser cierto, pero en nada invalida que se trata de una persona que se ha jugado por aportar y lo ha hecho con creces. Es claro que sería un gran senador, si es que lograba ser elegido. Eso no lo duda nadie.


Ahora aquello está en juego. Tendremos que esperar si es capaz de dar vuelta la resolución del Servel. Sería una gran cosa que así lo fuera, porque este país requiere con urgencia personas de su calibre en la arena política.


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Published on April 29, 2017 09:17

Culpas históricas

ENTRE LOS numerosos problemas que padecemos como país, el hacer efectiva la responsabilidad de los poderosos nos aqueja desde hace rato. Dos presidentes se han suicidado probablemente porque temieron un tongo de juicio tras sus caídas políticas. Otro terminó sus días acusado, aunque impune, sobreseído definitivamente, no sería raro que gracias a un acuerdo. Mucho antes, tuvimos el caso de O’Higgins convenientemente exiliado, y el más paradigmático, el de “La Quintrala”, que colgaría de un pelo, suspendida de un hilo a las puertas del infierno, ¿en espera de un dictamen divino, por falta de instituciones competentes, o endosada, la muy tal por cual, a la Historia en calidad de tribunal, para que se haga justicia?


Suena algo peregrina esta última sacada de pillo. No son capaces de procesar al vivo, y endilgan el muerto a historiadores y comentaristas, y ello a sabiendas de que nunca los juicios históricos producen cosa juzgada. Además que si no les gusta da lo mismo, se les descarta por parciales y prejuiciados. El juego con dados cargados es evidente. Las responsabilidades históricas existen, pero el rayado de cancha para hacerlas valer no ofrece garantías. Lo hemos visto con Pinochet y Aylwin, e incluso con el Lagos “estadista”, como también con una figura compleja, fácil de condenar pero difícil de intentar entender, como Agustín Edwards. De ahí las diatribas airadas o las impermeabilizaciones, cuando no los homenajes devotos, a fin de que se les toque apenas.


Si lo que se propone la historia es comprender, iluminar, y contextuar, enfocar a estos personajes dialécticamente recurriendo a envasados escuchados hasta el cansancio, no sirve de mucho. Volvemos a lo de siempre, al “¡Viva la Cordillera de los Andes!/ ¡Muera la Cordillera de la Costa!” de Nicanor Parra. Con la particularidad que de esa forma el personaje queda relegado a un limbo seguro en que ataques y alabanzas empatan y reducen el asunto a subjetividades opuestas. Puede ser también que sirvan de pararrayos o chivos expiatorios; se culpa a Pinochet pero al Estado y Ejército se les salva. No se avanza así en el conocimiento.


Un competente juicio histórico sobre Edwards exige, desde luego, ponderar qué tan decisivos son los personajes. Ni los más poderosos son tan poderosos a la larga; un poco de relativismo, mal no hace, a no ser que se quiera seguir mitificando a modo de sucedáneo histórico. Tampoco se puede confiar en dudosas historias oficiales; sería lamentable que a Agustín Edwards le escribieran una biografía equivalente a la que él mandó a hacer de su abuelo Edwards MacClure. Al contrario, hay que esperar que aparezca el historiador idóneo que logre poner las cosas en su debido lugar, dé justo crédito a alegaciones, o si no que se las deseche porque aburren, además de rescatar al personaje del limbo en que convenientemente está. Y ya que estamos por complejizar, alguien podría escribir una historia de El Mercurio que hace mucha falta, y no se explica que no exista. Ese sí que es tema clave.


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Published on April 29, 2017 01:35

Terremoto en Francia

EL RESULTADO de las elecciones francesas del pasado 23 de abril ha traído calma. El riesgo principal ha sido conjurado. El triunfo presidencial de la extrema derecha encabezada por Marine Le Pen aparece ahora más como pesadilla que como posibilidad real. Se salvó la República.


Pero no hay que equivocarse. No se trata de la vuelta a la normalidad.


Aunque aportan tranquilidad frente a la posibilidad del cataclismo que generaría un triunfo de la extrema derecha, estos resultados representan un terremoto de gran intensidad para el sistema político. La eliminación de las dos principales fuerzas del país de la competencia presidencial, marca un deterioro violento del esquema de representación vigente durante los últimos 50 años. En conjunto, republicanos y socialistas apenas reúnen un 26 % del electorado.


Para el socialismo el balance es devastador. Benoit Hamon, el candidato electo en primarias, apenas obtuvo un 6% de la votación. La lucha al interior de la izquierda fue cruenta y la ganó ampliamente Jean-Luc Mélenchon, líder de la France Insoumise. Reconocidamente, este último fue un gran protagonista de la campaña generando entusiasmo y deslumbrando a muchos con su oratoria y enorme bagaje cultural. Pero, al final del día lo que cuenta es que Mélenchon llegó cuarto y el candidato socialista quinto, en consecuencia que una candidatura común de la izquierda habría permitido pasar a segunda vuelta y ganar la presidencia.


No siento ninguna simpatía especial por Macron. Desconfío de los tecnócratas y de los que ven en la política el espacio para hacerse una “pasada” aprovechando condiciones favorables. Me inclino por los líderes que son parte de proyectos de largo alcance, construidos durante años de trabajo silencioso y paciente con muchas idas y venidas.


Pero, hay que reconocerlo: Macron acaba de demostrar audacia y talento para abrirse paso desde la nada a la Presidencia de Francia. El Eliseo está ahí a la vuelta de la esquina. Contará para ello con el voto favorable de más del 60% de los franceses. Su preocupación principal es hoy día otra: ¿cómo hacer para generar una mayoría parlamentaria que lo respalde? Las elecciones legislativas que tendrán lugar entre el 11 y el 18 de junio próximos serán su prueba de fuego. El éxito de su estrategia pasa por generar una nueva configuración política, en la cual se constituya una “mayoría de ideas” que permita sacar a Francia del estancamiento y reimpulsar la construcción europea. Una mayoría así construida no es una alianza partidista al viejo estilo. El énfasis en el programa podría permitir dejar de lado los intereses burocráticos, siempre subalternos.


Francia es un gran país. En muchos momentos su historia ha alcanzado dimensión universal. En las próximas semanas sabremos si la elección de Macron constituyó un cambio mayor o fue simplemente la manera de evitar una catástrofe.


Francia está tratando de encontrar la luz. Por de pronto le ha dado la espalda a las fuerzas que alternadamente la gobernaron durante las últimas décadas. Pero, no se puede quedar allí. Tiene que generar algo nuevo, distinto.Y no le pidamos demasiado. De la noche a la mañana no emergerá una nueva fuerza política armada de toda una concepción del mundo y sus alrededores. En las condiciones tan precarias que enfrenta la política en la actualidad sería un progreso enorme la constitución de una mayoría nueva en torno a un número limitado pero significativo de ideas que permitan salir de la parálisis y recuperar oxígeno.


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Published on April 29, 2017 01:25

Primarias: ¿para qué?

LAS PRIMARIAS se originaron a finales del siglo XIX en los Estados Unidos, consolidándose en el XX, siendo hoy en día una práctica regulada en diversas materias (financiamiento y elegibilidad de los votantes, etc.). Si bien fueron una reacción contra la manipulación de las cúpulas de los partidos en la selección de candidatos, también respondieron a las demandas por democracia interna de partidos.


Las primarias permiten a las directivas políticas resolver el problema de selección de candidatos. Esto exige que sean creíbles. Esto supone cierto grado de incertidumbre de resultados, y competencia real. Pero, si la adhesión a un precandidato es muy alta (80%) ella termina siendo una profecía auto cumplida. Una primaria en la que todos los precandidatos, excepto uno, son de adorno, no parece muy creíble. Una colección de candidatos con bajas o nulas esperanzas de ganar no asegura competencia. Ello podría estar reflejando el interés de dichos candidatos de emplearla como plataforma electoral o simplemente darse un gusto. Lo que en principio no parece objetable, sin embargo, no es el propósito de una primaria.


Ahora bien, a diferencia de lo que ocurre en los Estados Unidos, en Chile se las ha empleado para elegir el candidato de una coalición de partidos. Si bien a priori no parece problemático, ello genera algunos inconvenientes dado los incentivos que genera. ¿Qué mejor ejemplo que lo que sucede en la Nueva Mayoría? En efecto, el Partido Socialista en vez de haber empleado una primaria para decidir un candidato de sus filas (Lagos, Atria o Insulza), optó por una decisión más cupular que de base y, aunque no se diga, las encuestas fueron la principal herramienta para tomar la decisión. Y, como era de esperar, se prefirió no hacerla.


Es en este punto en que la lógica de partido y coalición no coinciden, puesto que los dirigentes de partido están más interesados en ser parte del entorno de poder del candidato “puntero”, incluso aunque no sea del partido que de la selección de un candidato propio. Así, se pierden autonomía e identidad, pues el desarrollo de los acontecimientos en la coalición se torna más relevante. Así, al igual que una bola de nieve va quedando en evidencia lo que las encuestas muestran y por lo tanto las primarias internas se hacen innecesarias.


No obstante lo anterior, las primarias generan otro tipo de beneficios, v.g. cumplen en ser un instancia de legitimación y movilización política. Pero esto tiene límites, pues si el resultado, como se indicó, lo sabemos a priori, es un ejercicio de ciudadanía un tanto sobreactuado. Particularmente, con un sistema de dos vueltas electorales, como el caso chileno, en que el voto “sincero” se expresa en la primera vuelta para en la segunda ser mas bien estratégico.


En general, hacer o no primarias no es un asunto de principios. El poseer un sistema de dos vueltas permite que los procesos de negociación de los partidos se resuelvan mediante la expresión de la voluntad popular.


Sin embargo, la realización de una primaria puede ser después de todo un asunto táctico, con el propósito de mostrar las diferencias de orden y compromiso democrático de un partido o coalición respecto de su contrincante. Y es ese el caso de Chile Vamos. La realización de una primaria, con un candidato que concentra más del 70% de las preferencias, puede ser innecesaria, pero puede ser una señal muy poderosa para la opinión pública. Una señal de gobernabilidad y ejercicio democrático, una decisión táctica correcta, pero que no está exenta de costos si los participantes no se atienen a reglas de competencia leal y que constantemente miren la elección general y no la ambición de corto plazo.


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Published on April 29, 2017 01:20

Primarias: el bono electoral

SI BIEN las primarias no son el único mecanismo de selección de candidatos, suelen considerarse como el más inclusivo. Sorprendentemente, en las primarias presidenciales de 2013 votó un 22%, en circunstancias de que algunas encuestas pronosticaban -cuando mucho- un 10%.


La participación fue mayor en la primaria de la NM, una elección sin incertidumbre y donde Bachelet se impuso con el 73%. Ahí votaron más de 2 millones cien mil personas, mientras que en la primaria de la Alianza solo lo hicieron 800 mil. ¿Qué gana la coalición que hace primarias?


Un primer argumento pasa por la doble legitimidad del ganador, quien logra la lealtad de los militantes y adherentes del partido en la primaria, y luego del resto del electorado en la primera vuelta. Adicionalmente, aumenta la movilización de los partidos, lo que también contribuye a preparar la legislativa. Esto será particularmente desafiante para Chile Vamos, pues sus partidos lograron reficharse a última hora.


Un segundo argumento es que las primarias miden la lealtad de los diputados y senadores con la candidatura presidencial de su partido. Si esos legisladores abandonan a su candidato en la primaria -como sucedió con el PDC en 2013- entonces no hay buenas razones para pensar que la decisión de competir directamente a la primera vuelta sea la más adecuada. ¿Qué hace pensar que esos legisladores no hagan lo mismo en la primera vuelta?


Es posible que prefieran hacer su campaña de la mano del candidato presidencial favorito y no con el candidato de su partido. Cada candidato al legislativo velará por sus propios intereses, y si ve que una fotografía con el favorito le trae más beneficios, no vacilará en cruzar la frontera. Ante esa duda sobre la lealtad de los candidatos al legislativo, la primaria se constituye en una buena instancia para evaluar cuán comprometido está ese partido con su figura presidencial.


Un tercer argumento pasa por la construcción de coaliciones, lo que aplica especialmente para la NM. Una primaria da más tiempo para sanar heridas y construir coaliciones estables. Esto es crítico en sistemas presidenciales con mandatarios que no cuentan con contingentes legislativos mayoritarios. Entre la primaria y la primera vuelta hay casi cinco meses. Entre la primera y la segunda vuelta, un mes. Para Chile Vamos la primaria es aún más necesaria, pues permitirá que Piñera rearme la coalición luego de derrotar a Kast y Ossandón. Tendrá tiempo suficiente para fidelizar las bases electorales de esos candidatos, lo que también favorecerá su lista parlamentaria.


Un cuarto argumento corresponde al “bono electoral” que tienen los candidatos ganadores de la primaria para la elección general. Esto ha sido estudiado en América Latina. Si bien existe discusión en torno a la magnitud de ese bono, lo cierto es que pasar por primarias genera mayores probabilidades de triunfo.


En Chile, y con datos de las primarias de alcaldes 2012 de la Concertación – no utilizo las de 2016 porque no hubo incumbentes como candidatos a esas primarias- un 71,8% de los incumbentes que ganaron la primaria, también ganaron posteriormente la alcaldía. Ese porcentaje baja a 64,8% en aquellos incumbentes que no fueron a primarias.


En el caso de los candidatos desafiantes, un 49,1% de los que ganaron la primaria, también ganaron la alcaldía, cifra que cae al 31,4% en los desafiantes que no pasaron por una primaria.


En consecuencia, la primaria genera cuatro efectos positivos: moviliza a los partidos, mide la lealtad de sus líderes con el candidato presidencial, contribuye a la formación de coaliciones, y aumenta las chances de triunfo del ganador de esa primaria gracias al “bono electoral”.


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Published on April 29, 2017 01:15

Ricardo Arjona: Realismo mágico

I. Como Cerati, Arjona estudió publicidad. Como Mon Laferte, tocó en bares y calles de una capital lejana, en su caso Buenos Aires, y así se abrió paso construyendo una de las carreras más impresionantes del pop hispanoamericano. Como Bon Jovi es a Bruce Springsteen, Arjona es a Silvio Rodríguez, mientras en el firmamento del pop en español equivale a lo que Isabel Allende representa en la literatura.


II. Arjona se levanta de un estudio en CNN porque no han escuchado su último disco Circo soledad y se enoja con razón. Al mismo tiempo esquiva la magnífica oportunidad de revelar qué se siente provocar pasión y desprecio, desencajado ante la interrogante. Arjona es exitosísimo y conquistadas esas alturas -lo mismo ocurría con Cerati-, la disidencia apenas se tolera.


III. Arjona prometió a través de la App de Circo soledad que sería su mejor título. Otros datos promocionales advirtieron sobre lecturas sociológicas, que Arjona suele trabajar con resabios de realismo mágico. En el último tema que da nombre al disco, pieza orquestada de aire solemne, es más explícito y habla de “bufones como plagas en la tele”, “elefantes dirigiendo ministerios”, “el alma muere si eres marioneta”. El resto tiene que ver con las temáticas románticas de siempre.


IV. Aunque registrado en Londres, Nueva York, Miami, Nashville, Guatemala, Los Ángeles y Colombia, Arjona asegura que las ciudades no tienen protagonismo. Curioso. Como sea, Circo soledad exuda clase mundial. Con sonido extraordinario, se desplaza canchero entre pop rock, ritmos caribeños, mexicanos y elegantes toques sinfónicos. No son secciones colmadas de notas para fingir sensibilidad y clase, como antaño pasaba con clarinetes y violines.


V. Las letras persisten en las paradojas, su fórmula favorita: “Yo quise la verdad tú la mentira, lujo y pesadilla, quien tiene dignidad no se arrodilla” (El que olvida); “La que busca a Superman termina con un pendejo” (Porque puedo); “Caminar con los ojos en el piso y perder lo que no habías encontrado” (Vivir). Entre otros recursos arjonísticos infaltables, la canción dedicada al amor tarifado (Señorita), y la historia haciendo rimas hasta por si acaso, como pasa en Remiendo al corazón: “Dividió los platos y hasta el ajedrez, fotos y zapatos sin que hubiese un juez, cambió cerradura, lo bloqueó en el Face”.


VI. Las canciones pop rock con forma de power ballad son lejos las más sólidas, y se instalan entre lo más consistente de la última década, incluyendo El que olvida, Remiendo al corazón y Vivir, grandilocuentes y aceitadas con la imagen de tipo con experiencia que gusta proyectar. Los cortes inclinados hacia el cliché de lo latino como Sixto Pérez (link al insufrible álbum Galería Caribe) y ritmos de fusión –Dime tú, Hasta que la muerte los separe-, son menos afortunados pero tampoco desentonan en un disco que no es el mejor de la carrera de Ricardo Arjona -sus primeros títulos ganaron ese espacio-, pero si confirma un talento expuesto con mayor mesura y gusto.


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Published on April 29, 2017 01:10

Un país descentrado

El centro puede aludir a una especie de promedio. Se identifican las preferencias, se les asigna una unidad de medida, se las suma y se las divide. Ese es el “medio” matemático. Se trata, en principio, de una banalidad, pues las intensidades de las preferencias y su cualidad son simplemente cuantificadas, de tal suerte que son pasadas por un rasero que no nos dice nada aún sobre el significado de ese valor cuantitativo.


Pero cabe pensar al centro, también, como una especie de cúspide cualitativa, una cierta armonía en la tensión de los extremos. Entre el extremo del activismo irreflexivo y de la pasividad desinteresada; entre el cínico individualismo y el colectivismo superficial; entre el desasimiento apátrida y el atavismo de lo autóctono. Centro aquí alude a la clásica concepción aristotélica de la virtud como un medio entre extremos viciosos. Así el generoso es el que se ubica entre el dilapidador y el avaro; el ser humano sensato, entre el fanático de las reglas y el caprichoso que no está dispuesto a seguir ninguna.


El centro cualitativo tiene relevancia en todos los asuntos humanos. En la vida social, ética, económica, estética, jurídica y política existe eso que llamamos el justo medio, el medio virtuoso o cualitativo. En la posición que ocupa entre los extremos se trata de un centro. Pero es también radical: en la medida en que consiste en una actitud que se sobrepone a extremos perniciosos, puede alcanzar la excelencia.


Muchas veces se habla del centro político en su sentido más banal o de promedios. Entonces la noción de centro político queda purgada de significado, se transforma en un mero dato estadístico que no importa demasiado, salvo, por ejemplo, la alusión a una cierta inercia o a un caudal electoral al cual cabe volver objeto de los cálculos de los estrategas o publicistas. A ese “centro” se refieren las candidaturas cuando hablan de “conquistar el centro”, de “moverse hacia el centro”, de “hacer una campaña orientada hacia el centro”. Simple guerra de posiciones en los superficiales ejercicios del marketing y afán de poder.


En cambio, la noción de centro en el significado cualitativo de la expresión, tiene una importancia fundamental en la conformación y estabilidad de los regímenes políticos. Les dota de capacidades de vencer las crisis y remontarse a un porvenir por rumbos pertinentes. La presencia de una posición centrista bien asentada y como resultado de un gran contingente de ciudadanos capaces de compartir una visión aplomada de la existencia, dotados además de medios suficientes para llevar vidas moderadas, auténticas y dignas, lo que se entiende usualmente como una clase media, en sentido cultural y social, es condición de una existencia política madura en grado requerido para valorar la tradición y los cambios, desarrollar una consciencia responsable sobre el pasado y el futuro, una visión reflexiva que, sin dejar de considerar la importancia de la esfera íntima, se extienda allende los asuntos puramente individuales.


Ese centro político en sentido cualitativo, cultural y social, es el que se está vaciando en nuestra época. Los factores son diversos. Relatos abstractos, de una derecha economicista y de una izquierda de la asamblea y la deliberación; el desasimiento respecto del drama de quienes viven en la incertidumbre, de un lado, y el desinterés por la prosperidad material y espiritual de la nación en aras de una abstracta igualdad, del otro, conspiran contra ese centro virtuoso. La Concertación estalló, igual que hoy la Nueva Mayoría. La derecha tiende a cerrar posiciones en trincheras de Guerra Fría. Los intentos de apertura desde lado y lado hacia el reconocimiento y la construcción de ese centro -cualitativo, no estadístico- se enfrentan a múltiples obstáculos. Serán el único camino -que por eso se avizora largo- de salida a la crisis de legitimidad en la que nos hallamos.


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Published on April 29, 2017 01:05

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Álvaro Bisama
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